Del Uruguay pastoril y caudillesco en la primera mitad del siglo XIX al moderno de la segunda mitad del siglo XIX (página 2)
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De 1816 a 1820 debió enfrentar la invasión de la monarquía portuguesa asentada en Río de Janeiro. Los lusitanos, deseosos de ocupar el territorio oriental que desde temprano disputaron a España, también invadieron por el temor a que el sur del Brasil se contagiara de los principios republicanos y federales. El invasor portugués contó con el beneplácito de Buenos Aires y terminó con derrotar a Artigas en 1820.
El país, arruinado su comercio y su ganadería por nueves años de permanente guerra revolucionaria, quedó en manos portuguesas primero (1820-1822) y brasileñas después (1822-1825). Una porción importante de las clases altas colaboró con el invasor. Este, representado por un hábil general portugués, Carlos Federico Lecor, prometió el orden y la devolución de sus propiedades a los confiscados por Artigas. En 1821, un congreso orientales colaboradores votó la incorporación de la ahora llamada Provincia Cisplatina al Reino Unido de Portugal, Brasil y Algarves.
Las autoridades brasileñas, empero, concluyeron por desilusionar a las clases altas e irritar a los demás sectores sociales. Renació con facilidad el sentimiento antilusitano, fuerte en una población de origen español que venía combatiendo los avances portugueses desde el siglo XVII.
Los criollos vieron poco a poco como el invasor portugués prefería a los lusitanos en los repartos de tierras y en las concesiones comerciales. El sostenimiento del ejército de ocupación era gravoso. El autoritarismo de Lecor impidió el menor asomo de autogobierno, ni siquiera cuando la Constitución brasileña de 1824 empezó a regir.
En abril de 1825 se inició la segunda etapa de la Revolución cuando 33 orientales – número y nacionalidad un tanto míticos – invadieron el país y en pocos meses sublevaron todo el medio rural contra los brasileños que siguieron ocupando Montevideo. Luego de las victorias de Rincón y Sarandí, el gobierno de Buenos Aires apoyó oficialmente a los orientales y entró en guerra con el Brasil a fines de 1825.
La nueva Revolución oriental fue encabezada por Juan A. Lavalleja, un caudillo rural, y rápidamente se plegó a ella su par, Fructuoso Rivera.
Sus objetivos eran más modestos que los de Artigas. Si éste quiso la federación y el igualitarismo social, además de la independencia del dominio extranjero, Lavalleja y Rivera se conformaron con liberarnos del Brasil y dejaron confuso, tal vez exprofeso, el carácter de las futuras relaciones de los orientales con Buenos Aires así como la solución del problema de la tierra.
El 25 de agosto de 1825 la Sala de Representantes de la Provincia Oriental declaró en primer lugar la independencia absoluta del país, y luego su unión a las demás provincias.
La guerra con el Brasil culminó con la victoria no decisiva de Ituzaingó en febrero de 1827. Desde meses antes mediaba Gran Bretaña en el conflicto a través de su enviado, Lord Pomsomby. La guerra perturbaba gravemente el comercio inglés con la Argentina debido al bloqueo brasileño del puerto de Buenos Aires. Además, pero sólo en segundo plano, a Gran Bretaña le interesaba fomentar la independencia de un pequeño estado sobre el Río de la Plata que impidiera que las dos orillas fueran argentinas. De tal modo ese río, puerta de entrada al principal sistema hidrográfico navegable de América del Sur, se internacionalizaría y el comercio inglés no podría ser obstaculizado por una Argentina fuerte.
La influencia europea
En 1830 una Asamblea electa aprobó la Constitución del nuevo país, llamado oficialmente, "Estado Oriental del Uruguay". El régimen jurídico aseguraba, en apariencia, el orden interno inspirándose en modelos europeos y norteamericanos. El nuevos estado sería republicano y garantizaría los derechos individuales mediante la separación clásica de los tres poderes. El derecho del sufragio se impedia a los analfabetos, peones, sirvientes y vagos, la mayoría de la población. En principio, una minoría acomodada elegiría a diputados y senadores que permanecerían 3 y 6 años, respectivamente, en sus funciones. Estos a su vez, y cada 4 años, designarían al Presidente de la República que no podría ser reelecto, sino una vez transcurrido un período de gobierno. Esta Constitución rigió los destinos del Uruguay hasta 1919.
3. Historia Política
El país real se salteó el formarse con un orden jurídico europeizado. Las guerras civiles dominaron el escenario uruguayo hasta por lo menos 1876. En ellas se gestaron los dos partidos que pasaron a la modernidad y sobrevivieron en el siglo XX: el blanco y el colorado.
Una breve crónica de los principales hechos mostrará las etapas políticas y revelará la "anarquía", expresión que apareció en los escritos de los intelectuales que integraron los efímeros gobiernos, y que afloró en las quejas de las clases poseedoras de riqueza.
El primer presidente constitucional, Fructuoso Rivera (1830-1834) debió soportar tres alzamientos del otro caudillo rural, Juan A. Lavalleja.
Su sucesor, Manuel Oribe (1835-1838), tuvo que combatir dos alzamientos del ex-presidente Rivera. En 1836, en la batalla de Carpintería, los bandos usaron por primera vez las dos divisas tradicionales: el blanco distinguió las tropas del gobierno que se titularon "Defensores de las Leyes", y el celeste primero – el otro color de la bandera uruguaya – y el colorado después, fueron usados por los fieles de Rivera. Un segundo alzamiento de este derrocó al gobierno de Manuel Oribe en 1838. Rivera, auxiliado por la escuadra francesa que deseaba acabar con Oribe, el aliado del gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, ocupó Montevideo y se hizo elegir presidente por segunda vez en 1839. Ese año se inició la "Guerra Grande" cuando Rivera declaró la guerra a Rosas quien seguía reconociendo a Manuel Oribe como presidente constitucional del Uruguay. Los dos bandos uruguayos se internacionalizaron. Rivera contó con el apoyo de los enemigos unitarios argentinos y las escuadras francesas e inglesa. Las dos naciones europeas temían que Rosas anexara al Uruguay y deseaban además terminar con el monopolio que sobre la navegación del Paraná ejercía el gobernador de Buenos Aires. Oribe se apoyó en Rosas y puso sitio a Montevideo durante 9 años. (1843-1851).
El conflicto se resolvió cuando se retiraron los europeos e intervino el Imperio del Brasil a favor del Montevideo Colorado. Oribe y Rosas fueron derrotados. A pesar de ello se firmó una paz entre los orientales el 8 de octubre de 1851 por la cual se declaraba que no había ni vencidos ni vencedores.
La atmósfera que siguió a este conflicto fue de fusión entre los partidos. La ruina de la ganadería, el comercio y las fortunas privadas por la larga lucha, ambientó esa política. Pero los dos bandos habían encarnado en la memoria colectiva y la lucha civil se reanudo.
El presidente Blanco Juan F. Giró (1852-1853) fue derribado por un motín del ejército colorado. El nuevo caudillo de este partido, el General y caudillo rural Venancio Flores, gobierno como presidente hasta 1855. En 1856 la fusión y el pretendido olvido de los rencores del pasado llevaron al poder a Gabriel A. Pereira (1856-1860). Bajo su mandato, una fracción del Partido Colorado, llamada Partido Conservador, se alzó en armas y sus jefes fueron derrotados y fusilados en Quinteros por las tropas del gobierno. Entre 1860 y 1864 gobernó el presidente Bernardo P. Berro. Este pretendió continuar con la política de fusión pero los partidos renacieron. En 1863, el General Flores invadió el Uruguay con el apoyo del presidente argentino Bartolomé Mitre y la colaboración final del Imperio del Brasil. Bernardo P. Berro buscó apoyo en el Paraguay para restablecer así decía, el equilibrio en el Río de la Plata. Luego de la caída en manos de Flores de la ciudad de Paysandú (enero de 1865), uno de sus generales mandó fusilar a los más destacados jefes blancos. De este modo ambos partidos tradicionales tuvieron sus mártires y una carga de emotividad que les aseguró larga permanencia.
El triunfo de Flores culminó con su dictadura (1865-1868) y la intervención del Uruguay en la guerra de la Triple Alianza junto a Brasil y Argentina contra el Paraguay. En febrero de 1868, Venancio Flores, que había despertado rencores apasionados, fue asesinado. El mismo día fue ultimado el ex-presidente blanco Bernardo P. Berro. Las tradiciones partidarias se nutrieron de nuevos mártires.
Venancio Flores inició la serie de gobiernos colorados que recién concluyó en 1959. Lorenzo Batlle, su sucesor y presidente constitucional entre 1868 y 1872, debió enfrentar un alzamiento blanco comandado por el caudillo rural Timoteo Aparicio.
Esta revolución fue conocida como de "Las Lanzas" debido al arma que allí se uso de preferencia, lo que testimonia la tecnología militar primitiva de la época. Por su duración (1870-1872) y sus efectos destructivos sobre la riqueza ganadera, es el conflicto civil que mejor puede compararse a la "Guerra Grande". Ambos bandos se reconciliaron en la llamada Paz de Abril de 1872 por la cual los blancos lograron por primera vez coparticipar junto a los colorados en el gobierno. Pero la anarquía persistió hasta 1876 en que el coronel colorado Lorenzo Latorre tomó el gobierno.
Fue por efecto de la lucha y los propios acontecimientos relatados, que colorados y blancos fueron dotándose de ciertos contenidos políticos, sociales y hasta regionales. Las personalidades diferentes y los vínculos sociales distintos de Rivera y Oribe, y el principal de los conflictos citados – la "Guerra Grande" – dieron nueva forma a la oposición colonial entre la Capital y el Interior. Los colorados se identificaron con el Montevideo sitiado, los inmigrantes y la apertura a lo europeo; los blancos, asentados en la campaña sitiadora, se identificaron con el medio rural, sus grandes terratenientes y lo americano-criollo.
Pero estas diferencias no alcanzan para explicar la profundidad del desorden interno que conoció en esos años el Uruguay. Las estructuras sociales, económicas y culturales, así como la tecnología de una civilización pre-industrial, deben ser convocadas para la interpretación del hecho político y completar la imagen del país.
Iglesia Católica, ejército y gran propiedad, los tres pilares del orden conservador en América Latina, eran débiles en el Uruguay.
El alto clero no existía en 1830, recién en 1878 el Uruguay tuvo su primer obispado. El bajo clero era escaso, a menudo extranjero, de escasa formación teologíca y relativo nivel moral. Sin propiedades importantes, su influencia se reducía a representar la religión mayoritaria de la población.
El ejército era pequeño y carecía del monopolio de la coacción física. El habitante del medio rural, que manejaba el caballo, el lazo y el cuchillo para trabajar en las faenas rurales, se transformaba a la menor insinuación de sus líderes, en rebelde activo y soldado competidor del profesional.
La gran propiedad, que dominaba la estructura agraria, no estaba asentada. Los poseedores del período revolucionario lucharon contra los viejos propietarios – a menudo ellos también con títulos de propiedad imperfectos – de la colonia. El gobierno debió ser el árbitro de estas tensiones que a menudo se trasvasaron a la lucha entre blancos y colorados, mas afines los primeros a los grandes propietarios y los segundos a los grandes y pequeños poseedores. El lugar social, entonces, dependió del Estado más que el Estado de la clase terrateniente.
Los medios de comunicación y transporte eran los de una civilización ganadera. Un hombre bien montado y con caballos de relevo, podía comunicar Montevideo con San Fructuoso, villa a 400 kilómetros de distancia, en dos días, pero el servicio regular de diligencias, recién organizado a partir de 1850, tardaba por lo menos 4 o 5 días si los ríos y arroyos daban paso y no estaban crecidos. Las carretas que transportaban cueros y lanas tardaban un mes. El ganado fluía a los saladeros por sus propios medios y daba vida a la actividad de un personal especializado en su conducción, el tropero. La agricultura, en cambio, dependía de la pesada y costosa carreta por la que se desarrolló únicamente en torno a las ciudades consumidoras. Sólo la región del litoral, sobre el río Uruguay, gozó de mejores comunicaciones ya que Salto se ligó a Montevideo desde 1860 por líneas de vapores que recorrían la distancia en 3 días.
Mantener el control de la campaña desde la excéntrica Montevideo era muy difícil con este sistema de comunicaciones y transportes. Cuando la noticia de la revolución rural llegaba a la Capital, la subversión ya había tomado cuerpo. Los diversos ejércitos gubernamentales incluso tenían dificultades para conocer sus posiciones y combinar esfuerzos contra los rebeldes, como sucedió por ejemplo, con los colorados durante la "Revolución de las Lanzas".
Consolidación de las Instituciones
Los gobiernos de los militares colorados Lorenzo Latorre (1876- 1880), Máximo Santos (1882-1886) y Máximo Tajes (1886-1890), fueron los que asentaron el poder central, dominaron a los caudillos rurales y tornaron los alzamientos sino imposibles, difíciles.
El Estado y el ejército gozaron desde ese momento del monopolio de la coacción física, en parte porque el armamento era ya costoso y de difícil manejo para los gauchos – el fusil Remington de repetición y la artillería Krupp hicieron su aparición – ; en parte porque los medios de comunicación (telégrafo) y transportes (ferrocarril) fortalecieron el poder montevideano; en parte porque la sociedad y la economía estaban cambiando y se oponían a las costosas rebeliones del pasado.
También contribuyó el afianzamiento de la paz interna el fortalecimiento del sentimiento nacional que ya no admitió la internacionalización de los partidos uruguayos y sus alianzas con los federales y unitarios argentinos o los bandos brasileños. La unificación de la Argentina y el Brasil, en torno a Buenos Aires y Río de Janeiro, hizo que poco a poco desaparecieran los llamados desde esas naciones a formar parte de la unidad. Desde este ángulo, la "Revolución de las Lanzas" (1870-1872) fue la primera guerra civil puramente uruguaya.
A los militares sucedieron los gobiernos civiles, presidencialistas y autoritarios, de Julio Herrera y Obes (1890-1894) y Juan Idiarte Borda (1894-1897). Al exclusivismo colorado y sus manipulaciones electorales respondieron las revoluciones blancas capitaneadas por el caudillo rural Aparicio Saravia. Su levantamiento en 1897 fue la base de un gobierno colorado de compromiso con los blancos, el de Juan L. Cuestas (1897-1903).
Electo José Batlle Ordóñez en 1903, Aparicio Saravia dirigió en 1904 la última gran revuelta rural. Pero estas dos revoluciones difieren de las anteriores: el programa de reivindicaciones políticas tendió a crecer sobre la mera adhesión a la tradición partidaria, y así, en 1897 y 1904, los blancos alzaron las modernas banderas del respeto a la voluntad popular en las elecciones y la representación proporcional de los partidos en el Poder Legislativo.
La paz interna y el fuerte gobierno central montevideano estuvieron vinculados a paralelas transformaciones que ocurrieron en la demografía, la economía, la sociedad y la cultura del Uruguay.
Aumento de la población
El Uruguay de 1830 apenas contaba con 70.000 habitantes. El de 1875 poseía ya 450.000 y el de 1900 un millón. El espectacular crecimiento – la población se multiplicó por 14 en 70 años – no tenía parangón en ningún país americano. La alta tasa de natalidad dominante hasta 1890 – 40/50 por mil habitantes – se había unido a una relativamente baja tasa de mortalidad – 20/30 por mil – para ambientar este hecho , pero el factor crucial de la revolución demográfica fue la inmigración europea.
Franceses, italianos y españoles hasta 1850, italianos y españoles luego, llegaron en 4 o 5 oleadas durante el siglo XIX. La inmigración fue temprana en relación a la más tardía que arribó a la Argentina, y sobre todo fue cuantiosa en relación a la muy pequeña población existente en 1830. De 1840 a 1890, Montevideo poseyó de un 60 a un 50 % de población extranjera, casi toda europea. El Censo de 1860 mostró un 35% de extranjeros en todo el país, y el de 1908 redujo esa cifra al 17%.
Los europeos – y brasileños – , con valores diferentes a los de la población criolla, sobre todo los primeros, más proclives al espíritu de empresa y al ahorro; protegidos por sus cónsules durante las guerras civiles y recompensados siempre por sus pérdidas por el estado uruguayo amenazado desde el exterior, se convirtieron hacia 1870-1880 en los principales propietarios rurales y urbanos, como poseían el 56% del total de la propiedad montevideana y el 58% del valor de la propiedad rural.
Los inmigrantes europeos fueron también los iniciadores de la industria de bienes de consumo al grado que en 1889 controlaban el 80% de esos establecimientos. Los inmigrantes, hostiles por lo general a las disputas entre blancos y colorados, exigieron la paz interna.
La estructura económica se modificó. El ovino se incorporó a la explotación del vacuno en la estancia de 1850-1870. De acuerdo al censo de 1852, la existencia ovina se reducía a 800.000 cabezas que daban de 400 a 500 gramos de lana criolla por cabeza, sólo apta para colchones. En 1868 la existencia se estimó en 17 millones que rendían 1,150 gramos de lana merino por cabeza, pues ya se había iniciado el mestizaje con ejemplares procedentes de Francia y Alemania. La lana suple al cuero como principal producto de la exportación uruguaya en 1884 de ahí en adelante, hasta que apareció con vigor la carne congelada en 1910-1920, la lana fue el principal rubro de ventas al exterior.
Esta transformación fue ambientada por el alto precio de la lana en el mercado internacional, debido sobre todo a la desaparición de la fibra competitiva, el algodón, a raíz de la Guerra de Secesión en los Estados Unidos (1861-1865).
El ovino que podía ser explotado en campos de pasturas de calidad inferior y exigía 5 veces menos tierra por unidad que el vacuno, sirvio de base al desarrollo de la clase media rural. También requería en los comienzos, un incremento de mano de obra. El estanciero poseía ahora además del vacuno criollo que casi solamente adquiria valor por su cuero, el lanar, que el mercado europeo siempre compraba a buen precio.
El Uruguay de fines del siglo XIX tuvo así características económicas que lo singularizaron en el contexto latinoamericano. Producía alimentos – la carne – y satisfacía otras dos necesidades básicas del hombre, su calzado, con el cuero, y su vestimenta con la lana. Sus mercados externos se habían diversificados en vez de tender a la dependencia de un solo comprador. Brasil y Cuba consumían su tasajo; Francia, Alemania y Bélgica, sus lanas; y Gran Bretaña y Estados Unidos, sus cueros. Al comprarle Europa mercaderías que ella también producía, el Uruguay gozó de una renta diferencial elevada, por cuanto Europa mantenía sus ganados con más altos costos de explotación.
Estimaciones recientes del ingreso per cápita en el siglo XIX, realizadas en base al 15% de las exportaciones, permiten sospechar un elevado ingreso en el Uruguay de 1870-1900 – 317 dólares per cápita en 1881-1885, por ejemplo comparable y superior al de los Estados Unidos y muy superior al atribuído al Brasil.
Debemos anotar también que el librecambio británico – y europeo en general – fue una pieza esencial de este sistema económico en el cual el Uruguay vendía a Europa mercaderías que competían con su producción agraria. Mientras ese libre cambio duró – y lo hizo hasta la crisis mundial de 1929 – Uruguay tuvo un lugar económico seguro y rentable en el mundo.
Al ovino siguió el acercamiento de las estancias. Estas fueron alambradas entre 1870 y 1890 tanto para asegurar al propietario el uso exclusivo para sus ganados de las pasturas, como para permitir el mestizaje del ovino y el vacuno con razas europeas. El cerco dejó desocupada a la mano de obra que antes custodiaba el ganado y generó un problema insólito de hambre y miseria rural. Esta desocupación tecnológica se convirtió paradojalmente en un buen caldo de cultivo para las últimas guerras civiles de fines del siglo XIX y principios del XX.
Ovino y cercamiento, dos enormes inversiones aumentaron la necesidad de orden interno que tenían los estancieros. Los terratenientes protagonistas de estos cambios se agremiaron y fundaron la Asociación Rural en 1871, con el fin de imponer la paz interna a toda costa.
6. Transformaciones en el medio urbano
Paralelamente ocurrieron transformaciones en el medio urbano. A partir de 1860 comenzaron las primeras inversiones extranjeras, sobre todo británicas. Fueron los avanzados entre 1863 y 1865, la fábrica Liebig en la industria de carnes, y en las finanzas el Banco de Londres y Río de la Plata y el primer empréstito del gobierno uruguayo de los inversores en la City Londinense. En 1884 se estimó en 6,5 millones de libras el total de las inversiones británicas; en 1900 ya eran 40. Los ingleses ya habían construído los ferrocarriles – la primera línea fue inaugurada en 1869 y en 1905, el kilometraje total alcanzaba los 2000 – invertido en los servicios públicos de Montevideo (agua corriente, gas, teléfonos, tranvías) e incrementando sus empréstitos al gobierno y su intervención casi monopólica en el mercado de los seguros.
En el caso de los ferrocarriles, los capitalistas ingleses obtuvieron importantes concesiones del gobierno uruguayo que deseaba ese medio de transporte a cualquier costo con tal de poder utilizarlo para doblegar las revueltas rurales. La mayoría de las líneas gozaron de un interés garantido del 7% del capital ficto de 5.000 liras por kilómetro de vía férrea, lo que ocasionó la construcción de inútiles curvas y tal vez de un 10 a un 5% de kilometraje superfluo. El Estado solo podía intervenir en la fijación de las tarifas si las ganancias de las empresas superaban el 12%, cifra a la que naturalmente nunca llegaron.
El ferrocarril fue esencial para que el gobierno central pudiera controlar el interior. Cuando en 1886 el Río Negro fue cruzado por un puente ferroviario, el Uruguay, que siempre había estado dividido en dos mitades en invierno, se unificó.
Este medio de transporte, así como las otras compañías inglesas instaladas en Montevideo, generaron una corriente de antipatía popular por sus elevadas tarifas y deficientes servicios. El monopolio que usufructuaba el ferrocarril, la empresa de aguas corrientes, la del gas y el oligopolio de las compañías de seguros, contribuyeron a fomentar dudas en la clase política ya en 1890 acerca de los beneficios que acarreaba al Uruguay el capital extranjero no vigilado por el Estado.
Por eso la ley de 1888 instituyó un control estricto de la contabilidad de las empresas ferroviarias y en 1896 se fundó el primer banco del Estado: " Banco de la República Oriental del Uruguay".
Todos estos inversores, como es casi obvio, exigían la pacificación interna del Uruguay, pues las utilidades de la empresas extranjeras y el cobro de los intereses de la deuda del gobierno uruguayo, por ejemplo, estaban ligados a la marcha pacífica y próspera del país.
La inversión británica en el Uruguay, aunque pequeña comparada con la totalidad de las imperiales en el mundo, era cuantiosa comparada con el capital industrial uruguayo. El Uruguay ocupaba el quinto lugar en la cuantía del capital inglés invertido en América Latina, teniendo los primeros puestos Argentina, México, Brasil y Chile. Pero si dividimos la inversión extranjera por el número de los habitantes del país latinoamericano receptor, el quinto lugar se transforma en segundo, sólo detrás de Argentina.
Luego en 1875, el crecimiento demográfico y la legislación aduanera proteccionista ambientaron el nacimiento de la industria moderna. Incipiente y desarrollada sólo en la provisión de bienes de consumo (alimentos, bebidas, muebles, tejidos, cueros), generó tanto un patronato deseoso de orden como un proletariado, numericamente exiguo, pero hostil al enganche en las filas de los ejércitos blancos y colorados.
La Sociedad
La sociedad uruguaya, resultante y promotora a la vez de estos cambios, fue muy distinta a la de la primera mitad del siglo XIX. Las clases se diferenciaron con claridad, la dueña de la tierra era compleja, pues al lado del latifundio se consolidó la propiedad mediana con la explotación del ovino. El censo de 1908 permite deducir que los predios de 100 a 2.500 hectáreas, asimilables a estancias de la clase media rural, ocupaban el 52% de la superficie apta, y que 1391 predios de más de 2501 hectáreas – los latifundios – ocupaban el 43% de esa superficie. Este era el fruto de una larga evolución histórica que salvo a la gran propiedad pero la obligó a cohabitar con una importante clase media rural. Las guerras de la independencia y las civiles con su cortejo de ruina ganadera, robos de haciendas e interrupción de la producción, tuvieron otra consecuencia importante: la titularidad de la propiedad cambio de manos velozmente en el siglo XIX. El latifundio existía en 1900 pero los latifundistas ya no eran los mismos del período colonial o de los primeros años del Uruguay independiente. La clase alta olía a nuevos ricos. Eso disminuyó su poder y su prestigio en el seno de la sociedad.
Los estancieros gozaban en 1900 de la posesión de dos monopolios: la tierra y la carne, valorizadas ambas con los avances de la industria saladeril y sobre todo con la fundación en 1905 del primer frigorífico exportador de carnes congeladas a Europa.
El proletariado rural ya no podía optar entre la vagancia y la labor en las estancias, ahora debía trabajar para alimentarse. Los desocupados miserablemente en los llamados "pueblos de ratas", cambiando su anterior dieta carnívora por ensopados de escaso valor nutritivo. El servicio doméstico o la prostitución para las mujeres; el peonaje, la esquila, el contrabando y el robo de ganado para los hombres, fueron las actividades del gaucho moderno. Pero, ya empezó a emigrar a las ciudades.
En Montevideo, la aparición de la "cuestión social" fue la novedad. Aunque el ascenso social aún era posible, las condiciones de vida del proletariado industrial eran duras. Las jornadas de 11 o 15 horas ambientaron la prédica anarquista y la fundación de los primeros sindicatos hacia 1875. El viejo temor de la clase empresaria a la subversión blanca, fue poco a poco sustituído por su nuevo miedo a la revolución social.
Ocurrieron cambios también en el orden cultural y mental. La Universidad abrió sus puertas a los estudios de abogacía en 1849, a los de Medicina en 1876 y a los de Matemáticas en 1888. En 1877, el gobierno del coronel Latorre, inspirado por José Pedro Varela, decretó una importante reforma en la enseñanza primaria, volviéndola obligatoria y gratuita y otorgándole recursos para su desarrollo. La tasa de analfabetismo que era elevadísima, comenzó a descender. El deseo de incrementar la actividad política de los habitantes y a la vez prepararlos mejor para el nuevo orden económico estuvo detrás de esta transformación.
El Estado y la Iglesia
El Uruguay también secularizó sus costumbres y su cultura. En 1861 la Iglesia Católica comenzó a perder su jurisdicción sobre los cementerios; en 1879 el estado decidió llevar los Registros del Estado Civil aunque admitió que el casamiento religioso precediera al civil. En 1885 se instituyó el matrimonio civil obligatorio y este debió celebrarse antes que la ceremonia religiosa. En 1907 se aprobó la primera ley de divorcio.
A pesar de que en las escuelas del Estado, aún se aprendía el catecismo, la hostilidad de las autoridades y muchos maestros, redujo esa educación al mero aprendizaje de memoria del Catecismo, sin ninguna explicación previa. En 1909 fue suprimido por completo este resto de enseñanza religiosa.
La juventud universitaria, hecho tal vez más significativo que los anteriores, se embarcó primero en el espiritualismo ecléctico (1850-1975) y luego de esa fecha en el positivismo y el agnosticismo, cuando no el ateismo. La Iglesia Católica se sintió perseguida y reaccionó, pero el grueso de las clases dirigentes y buena parte de la población o siguieron hostilizándola o la miraron con indiferencia. De acuerdo al censo de 1908, los católicos ya no eran la mayoría absoluta entre los hombres nativos de Montevideo. Su 44% era seguido muy de cerca por un 40% de hombres nativos que se habían declarado liberales.
Indicadores de Modernidad
Otro signo de la modernidad fue la aparición de un nuevo modelo demográfico. La natalidad comenzó a decrecer ya en 1890, la edad promedio del matrimonio femenino ascendió de 20 a 25 años, y comenzaron a aparecer las primeras formas de control artificial de la natalidad, denunciadas con vigor por el clero católico.
De este modo llegó al siglo XX el país mas tempranamente europeizado de América Latina.
El Uruguay es un país que ha tenido una historia democrática diferente al resto de los países de américa Latina en el silo XIX. Si bien desde su nacimiento como país hubo tendencias prodemocráticas, el ejercicio de la misma se vió interrumpido por factores diversos como son: el caudillismo, la proximidad a dos países grandes y la debilidad de las instituciones. En particular diferente que Colombia, pero es que los países mismos en sí son diferentes.La experiencia del viaje en los políticos de Colombia y Uruguay es manejada de forma similar por los políticos, quienes persiguen fines similares. El fenómeno caudillista aparece también en este país.
La sociedad se empieza a estructurar en la segunda mitad de siglo. Si bien es verdad que esto fue una tendencia del imperio británico para insertar a los distintos países en el capitalismo y constituirse en el Imperio Metrópoli proveedor de bienes transables, es también cierto que Gran Bretaña invirtió cuantiosas cantidades de dinero en infraestructura uruguaya. Esto ocurrió en otros países, pero en Uruguay fue notorio, además por las dimensiones del país.
El asumir del gobierno ciertas atribuciones que antes llevaba la Iglesia (Registro Civil, por ejemplo) ocurrió en un espacio de tiempo similar a otros países latinos. EN Uruguay fue en 1861, en Venezuela fue en 1.873).
Las instituciones: Iglesia Católica, ejército y gran propiedad, los tres pilares del orden conservador en América Latina, eran débiles en el Uruguay. Sin embargo, el conservadurismo que se observó en el país a finales de siglo hizo posible el nacimiento del Uruguay moderno.
Autor:
José Pedro Barrán
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