Reflexividad e innovación metodológicas como condición de progreso para las "ciencias de la comunicación" (página 2)
Enviado por Jos� Luis Dader
Bastaría, sin duda, sustituir en el párrafo anterior las referencias al sociólogo por el periodista, para haber reconstruido con más de un siglo de persistencia las mismas insuficiencias grandilocuentes y pretenciosas que se le suelen achacar a los intérpretes de la actualidad noticiosa. O también a buena parte de las explicaciones académicas o de supuesta validez proyectiva de los especialistas teóricos o profesionales en comunicología.
Pero lo que hace contradictoriamente endeble y al tiempo temeraria cualquier especulación sobre una faceta de la realidad, no estriba a la postre en la carencia de impulso teórico o afán por desarrollar algún tipo de explicación general y abstracta. Pues como el propio Durkheim (ibid.:36-38), a su vez apoyándose en Bacon, se encargara de puntualizar, todo conjunto de problemas suscita de manera natural en los seres humanos que los enfrentan, algún tipo de explicación vulgar a base de pre-nociones o idola que por su verosimilitud aparente sirven provisionalmente para apaciguar la incertidumbre. Esa es la naturaleza del pensamiento mítico y del ideológico, mientras que el científico se diferencia entonces, no por sus pretensiones -que son exactamente las mismas-, sino por sus métodos de satisfacerlas.
Resultará quizá exagerado afirmar que las "ciencias de la comunicación", su práctica docente y los saberes profesionales que las circundan permanezcan aún en el estadio puramente pre-científico de la improvisación especulativa, pues aunque sólo fuera por la acumulación de análisis y la imitación más o menos consciente de los métodos de observación seguidos en las circundantes ciencias sociales, los hechos sociales y las intervenciones técnicas relativos a la comunicación social o de masas presentan un extenso catálogo de sistematizaciones explicativas y rutinas productivas. Pero en cualquier caso es evidente que la auténtica consolidación de nuestro ámbito profesional y académico no llegará sin una reflexividad mucho más generalizada y ambiciosa respecto a cuáles son los requisitos procedimentales de los métodos que tomamos prestados de otros científicos y profesionales, de las críticas y perfeccionamientos que se producen en torno a los mismos, de las necesidades de adaptación e innovación que tales métodos pudieran requerir al enfrentarse a los objetos específicos de nuestras áreas, o del descubrimiento de aún impensadas facetas de conocimiento que en nuestros ámbitos también se lograrían mediante la invención de nuevos métodos y técnicas, tanto en la dimensión científico-académica como en la ingenieril o aplicada. Si, como escribe Mark Fishman (1980) "la noticia elaborada por nuevos métodos cambiaría nuestra visión del mundo externo", la solvencia y pertinencia de los métodos conocidos junto a la imaginativa creatividad de otros nuevos puestos a punto constituyen la más indispensable catapulta para nuestro deseable progreso, no sólo en lo relativo a la práctica de describir la actualidad sino en todo el conjunto de conocimientos y actividades comunicacionales.
Esta ponencia simplemente introductoria y apelativa no puede pretender un ejercicio de dicha reflexividad metodólogica tan intenso y profundo como el que sin duda necesitamos. Pero al menos intenta trazar a partir de aquí, y como una invitación de partida para expediciones individuales y colectivas mucho más vastas y profusas, cuatro demarcaciones en las que tal reflexividad debiera, en mi opinión, aportar en primer lugar una autocrítica y a continuación un esfuerzo reformador y creativo. Esas cuatro parcelas de deliberación se refieren a:
-los métodos de investigación científico-académica
-los métodos de actividad profesional
-los métodos de la práctica docente en los centros de formación en comunicación social, y
-la explicación periodística de los métodos de la acción social de actualidad.
Sobre los métodos de investigación científico-académica empleados en ciencias de la información
La materia de investigación y solución teórica de problemas en comunicación social o de masas se presenta tan estrechamente ligada a las diversas especialidades de las ciencias sociales -como historia (de la comunicación), sociología, psicología y psicología social (de la comunicación), derecho (comunicacional), lingüística y narratología (aplicadas al periodismo, la publicidad o la narrativa audiovisual), y así sucesivamente-, que en parte se podría decir que la metodología científica de nuestras subespecialidades carece en realidad de problemática específica, estando en realidad resuelta (o en el estadio de evolución y discusión epistémica que en cada una de las ramas principales se mantenga), con sólo aplicar los postulados y procedimientos característicos de esas ciencias sociales ya clásicas.
Desde un punto de vista estrictamente formal sucede así en efecto. Se trataría por tanto de dilucidar, al emprender cada investigación y reflexión específica, qué métodos y técnicas -de entre los acreditados en la ciencia social general de referencia-, resultan más pertinentes al objeto particular delimitado, y aplicarlos en todo caso con ligeras variantes o adaptaciones exigidas de manera natural por dicho objeto especulativo. Y sin renunciar, por otra parte, a una eventual innovación metodológica que al tiempo de demostrarse eficaz y fiable para la propia especialidad, nutriera de nuevas opciones procedimentales a la ciencia social circundante.
Pero el déficit o debilidad metodológica que, en mi opinión, se palpa en la producción científica de las ciencias de la información -al menos en España y otros países del entorno mediterráneo y latinoamericano-, no radica tanto en una cuestión epistémica como en una circunstancia puramente infraestructural y práctica, asociada a su vez con las circunstancias en las que se ha venido produciendo y se produce el proceso de formación científico-académica de buena parte de nuestros científicos o investigadores. En la medida en que muchos de nosotros hemos aterrizado en el territorio de la indagación y reflexión abstracta sobre el objeto que nos preocupa -la comunicación en sus múltiples facetas-, sin pasar previamente por el tamiz metodológico-epistémico de las ciencias sociales de correspondiente referencia, -y en la medida en que tampoco se nos ofrecía una estructuración análoga ya construida en nuestra incipiente área autónoma-, el bagaje instrumental y de concepción formal de la cientificidad con el que han sido abordados y desarrollados muchos "ensayos" explicativos o interpretativos, en materia de comunicación social, se parece mucho más al subyacente en muchos pensadores y filósofos sociales de los siglos XVIII y XIX que al característico de los sistemáticos y profesionalizados científicos sociales del presente. No se puede negar por esto que el ensayismo y esfuerzo especulativo surgido de esta manera carezca de utilidad y aun de brillantez. Y en correspondencia deberá recordarse que algunas de las ideas sociales percibidas por geniales pioneros de la cultura ilustrada no sólo siguen resistiendo el contraste o falsación científica contemporánea, sino que constituyen la base indispensable para todo el desarrollo científico posterior.
Pero el problema de incertidumbre y de confusión que infecta a toda teorización ensayística se manifiesta en que la potencia intelectual de sus proposiciones más geniales no puede aspirar a la solvencia de la validez semi-universal y semi-estable de la más humilde ciencia; con el añadido de que muchos de esos ensayistas no pueden ser calificados siquiera de geniales, sino más bien de simples diletantes efectictas carentes de cualquier sistema, cuando no de meros reamalgadores de difusos tópicos una y otra vez trillados.
Problemas epistemológicos centrales como la unidad teórica de la ciencia y la teoría unificada del método científico, la limitación del inductismo y la propuesta de su superación por el método deductivo de contraste, la superación del psicologismo científista, la demarcación de la verdad y la objetividad posibles, el debate entre el racionalismo crítico y la perspectiva crítico-dialéctica, o -descendiendo en fin a un plano ya más subordinado-, las limitaciones y pertinencias de los diferentes métodos cuantitativos frente a los cualitativos… son todas ellas cuestiones cruciales de la fundamentación científica previa, sin las cuales la acumulación de estudios sobre la influencia de los medios de comunicación, las relaciones entre los periodistas y las instituciones, los modos de manifestación de la expresividad radiofónica y un variopinto etcétera seguirá sin integrarse y estabilizarse bajo un estatuto científico.
Nuestro problema es que la teoría de la ciencia, los problemas metodológicos transversales y la teleología y procedimientos específicos de cada método, junto con el mapa global de métodos y técnicas de investigación, siguen constituyendo una gran laguna en el proceso de formación, no ya de los licenciados en ciencias de la información, sino de los programas de formación de doctores del área. Basta de hecho revisar por encima muchas tesis doctorales respaldadas incluso con el "sobresaliente cum laude" para echar en falta en ellas, no ya una aplicación meticulosa y transparente de alguna técnica específica de investigación, sino la mera estructuración formal de un plan de trabajo conforme a una simple delimitación del objeto, revisión de partida del estado de la cuestión, formulación de hipótesis, operacionalización de las mismas y procedimiento sistematizado de sometimiento a contraste.
Si en el trabajo formativo de la realización de tesis se carece a menudo de la menor estructuración metodológica y si quienes las juzgan resultaran ajenos a tales preocupaciones formales, el avance científico, si acaso posible, dependerá demasiado de la casualidad y el esfuerzo autodidacta. Los requisitos procedimentales de la cientificidad aplicados a la naturaleza específica de nuestro objeto y la inclusión reflexiva del debate epistémico general exigen, en consecuencia, formar parte de nuestro bagaje académico elemental para reclamar y alcanzar por méritos propios una creíble reputación como "científicos sociales".
Sobre los métodos de actividad profesional en las distintas facetas comunicacionales
Pero en un campo académico generado de manera tan vinculada al ejercicio de unas profesiones o quehaceres sociales prácticos (como sucede también en medicina, derecho o arquitectura), la repercusión de las opciones metodológicas no importa sólo a la dimensión superior del conocimiento e investigación científicos, sino también a las propias formas de ejercer o desempeñar en la práctica tales actividades especializadas.
El que dichas tareas de grave incidencia social se nutran de una elaborada y dinámicamente progresiva reflexión académica sobre limitaciones, alternativas, creatividad e innovaciones en los modos o métodos de su propio ejercicio práctico, es lo que diferencia de manera drástica el estadio superior de las profesiones del más modesto territorio de los oficios. Las rutinas resultan lógicas y hasta indispensables en cualquier quehacer profesional estandarizado, de la misma forma que las innovaciones o saltos creativos forman parte del más prosaico de los oficios. Pero mientras resulta impensable un constante replanteamiento de los usos y técnicas de la albañilería o la jardinería, parecería igualmente inconcebible una profesión "rutinaria", que se limitara a practicar manidos y consuetudinarios procedimientos, sin la menor desazón por la transformación de su impacto en función del cambio o variación de sus rutinas.
Y sin embargo, basta echar un vistazo a los procedimientos estandarizados del ejercicio "profesional" de diversas tareas comunicacionales para obtener la sensación de que todo está dicho e inventado hace ya demasiado tiempo. Y lo que es peor, que la comunidad de sus practicantes ha desarrollado una esclerótica autosuficiencia con la que da por descontado que el ejercicio de su actividad no puede aspirar a desarrollarse de otra manera, ni los usos, técnicas procedimentales o "géneros" que emplea, a menudo articulados hace más de cien años, podrían ser modificados o sustituidos por otros nuevos.
Llegados a este punto se hace necesario distinguir, cuando menos, entre las tres grandes divisiones internas del periodismo, la comunicación audiovisual y la publicidad y relaciones públicas. Por mi condición limitada a la primera de las tres he de ceñirme a describir sólo en ella la naturaleza de este problema. Pero si bien la propia juventud histórica de la comunicación audiovisual y de la publicidad y las relaciones públicas les confiere un dinamismo y una necesidad de adaptabilidad a un entorno mucho más abierto y cambiante, tampoco parecen exentas del riesgo de una esclerosis metodológica, -tan evidente ya en el periodismo-, para beneplácito de una asentada institucionalización corporativa. Sobre todo cuando -como enseguida trataré de argumentar-, la auténtica reflexión metodológica de una comunidad profesional en su conjunto es desplazada y sustituida por simples hallazgos inconexos e intuitivos, fruto de reacciones individuales de supervivencia.
En el caso del periodismo, en efecto, la profesión vive en general de espaldas a la discusión y apertura metodológica que reivindicaba la frase antes citada de Fishman, según la cual "la noticia elaborada por nuevos métodos cambiaría nuestra visión del mundo externo". Tal afirmación no resulta incompatible con el reconocimiento de pequeñas reformas o adaptaciones ingeniosas que sobre la marcha muchos periodistas incorporan para dar mayor atractivo y sensación de originalidad o frescura a su actividad informativa. Estas modificaciones alcanzan incluso el carácter de transformación sectorial mayoritaria, en algunos casos, como por ejemplo, en la modificación experimentada en la redacción periodística para la información televisiva y radiofónica (cuestión ésta en la que las empresas comerciales más competitivas han ido por delante de los manuales canónicos del "lead" y la "pirámide invertida", para entrenar a sus empleados en nuevas formas de relato más psicológicamente eficaces en el medio audiovisual). Dichos movimientos, asimismo, merecen incluso el calificativo de nuevas corrientes o modas, completamente asentadas y hasta "supricidas" de sus predecesoras, en cuestiones como el infoentretenimiento de alto impacto dramático del nuevo comercialismo periodístico[3].
Sin embargo, tales cambios o adaptaciones surgen por mera reacción espontánea ante urgencias particulares, lo que les priva del genuino carácter de debate metodológico profesional. Como consecuencia lógica, ello provoca una transformación por acumulación inconsciente y puramente imitativa, incapaz de explicar las consecuencias de fondo para la propia profesión de tales reorientaciones y, por consiguiente, de dotar al colectivo de un autogobierno o de una meditación reflexiva sobre el derrotero futuro al que abocan. La prueba de tal inconsciencia intelectiva sobre el sentido y el alcance de las disyuntivas procedimentales es que, en las escasas ocasiones en que académicos e intelectuales, internos o ajenos al campo de la comunicología, interpelan a los periodistas por el sentido o las consecuencias culturales, sociales o políticas de sus modos de elaborar la actualidad, éstos se refugian entonces en su condición de simples practicantes de un oficio, sin otra pretensión que seguir sus habituales rutinas. Parece como si, en el momento en que a los periodistas se les enfrenta a su propia responsabilidad de autoproclamarse "profesionales", la cobardía les hiciera recuperar la modestia de la que en cambio carecen a la hora de reclamar privilegios sociopolíticos, y pasan a considerarse simples operarios que practican con pericia -pero sin la menor disquisición valorativa- unos métodos indiscutidos e inamovibles que, por otra parte, se suponen tan inocuos y naturales que ni pueden ser regulados por un control social externo ni tampoco pueden ser sometidos a cualquier forma de debate o revisión filosófica por unas comunidades académicas emanadas en su propio seno.
Es el repudio por la "clase periodística" de cualquier tipo de papel de liderazgo intelectual y epistémico desde la propia academia científico-profesional, uno de los principales obstáculos para una auténtica revisión y progresión metodológica en el ámbito de estos quehaceres de reclamada profesionalidad (imagínese por comparación lo que sería una profesión de médicos desinteresada y despreciativa de las escuelas de medicina). Y a su vez, la insuficiencia e inusualidad de debates y propuestas de innovación metodológica de amplio alcance y profundo aliento teleológico, en el seno de los centros académicos de periodismo, constituye el síntoma inverso de la inexistencia de un análisis revitalizador y de profundo compromiso sociocultural respecto a las prácticas periodísticas presentes y sus hipotéticas alternativas.
Tal clima dominante no ha impedido, sin embargo el surgimiento, en las últimas décadas, de algunos movimientos de renovación práctica y teórica en los procedimientos de elaboración de noticias e informaciones periodísticas. Los planteamientos y las innovaciones concretas puestas en marcha por el "periodismo de precisión" (Meyer, ed. 1993 ; Dader, 1997), el "periodismo cívico" (Rosen y Merritt, 1994; Black, 1997) y el "periodismo de soluciones" (Benesch, 1998, Requejo, 2001) demuestran con palmaria evidencia que pueden ensayarse otros métodos de observar, elaborar y presentar la descripción de la actualidad; y cómo cuando se acude a otros métodos de analizar el flujo de la vida social, la visión de su supuesta relevancia pública puede transformarse de manera drástica, al descubrir parcelas o enfoques de trascendencia hasta entonces insospechada.
Los movimientos revitalizadores citados no son sin duda los únicos surgidos en el último cuarto de siglo, en el ámbito de la actividad periodística[4], pero probablemente son esos tres los que de manera más ostensible reflejan cómo un cambio en los procesos de observación y recopilación de aspectos de la realidad produce un resultado nítidamente distinto en la percepción y explicación de dicha realidad. La visualización de problemas o irregularidades institucionales a través de ingeniosas cuantificaciones estadísticas o del cruce informático de datos, la explicación de los entresijos de los problemas ciudadanos a partir de métodos de diálogo colectivo y minucioso de la comunidad afectada, o la información centrada en la superación real de dificultades como contrapunto de la tópica limitación al relato de las crisis, expresa en apretada síntesis el radical giro perceptivo que estas tres nuevas metodologías de la actividad periodística ofrecen al anquilosado periodismo convencional de las declaraciones institucionales y la crónica de sucesos.
Estos recientes procedimientos se vienen introduciendo y perfeccionando mediante el esfuerzo dual y recíprocamente estimulante de periodistas que los practican y académicos que aportan reflexiones y una perspectiva de contexto, lo que vuelve a poner en evidencia que los avances más lúcidos y consolidantes de una profesión suelen provenir del diálogo cooperativo entre sus teóricos y sus practicantes. Sin embargo, la implantación aún minoritaria de estas corrientes, cuando no el desconocimiento cuasi supino de las mismas entre buena parte de los directivos y empleados de las empresas periodísticas, así como entre muchos de los académicos de la comunicación, vuelve a reflejar, por el contraste de su rareza, la débil reflexión que sobre los métodos de la práctica profesional aún padecemos en nuestro campo.
La insuficiencia de dicha reflexión entre los académicos pone de manifiesto, además, el desaprovechamiento de su potencial función de liderazgo intelectual en momentos decisivos para el futuro de la comunicación social contemporánea: Precisamente cuando las leyes del comercialismo mediático y el desprestigio de los valores del servicio público de los medios parecen abocar a la machacona invasión de la información sentimentaloide, dramática o pseudo-popular, los centros de formación universitaria de periodistas y sobre periodismo parecen olvidar su alternativa como genuinos generadores de prototipos de formatos informativos liberados de las constricciones empresariales para inspirar en cambio opciones de profundo compromiso social y cultural. Si ni siquiera los medios de titularidad pública parecen regirse por otra preocupación que los resultados de audiencia y los ingresos publicitarios, los centros universitarios de periodismo y comunicación social podrían ser los experimentadores de nuevas fórmulas que inspiraran por su creatividad al conjunto de la profesión, sin vivir obsesionados por repetir las rutinas de siempre para garantizar la cuenta de resultados.
En lugar de eso, la moda de los "masters profesionalizados", tanto si se imparten bajo el paraguas de las universidades y desde luego mucho más cuando son organizados por las propias empresas mediáticas, muestra una fascinación suicida por el modelo de la mera imitación y reiteración de las rutinas y convencionalismos más arraigados, mostrados por los oficiantes más anquilosados y pertinaces de las viejas prácticas. Las empresas periodísticas (por lo general, y salvo honrosas excepciones no negables a priori) es lógico que sólo aspiren a un modelo formativo de reproducción mecánica y acrítica de unas rutinas que a sus organizaciones les reportan una estandarización facilona y muy rentable a corto plazo. La eliminación de las turbulencias dubitativas, de los ensayos por espíritu de insatisfacción y el riesgo de aventuras creativas es comprensible que rija los cursos de mero reclutamiento adaptativo de peones de recambio básico, en el seno de las empresas. Pero la manifestación de esos mismos tics en los centros académicos más bien debiera mover a sonrojo, por su supuesta adscripción a una reflexión formalmente libre y conceptualmente elaborada. Los propios estudiantes de estos centros, con su reivindicación estereotipada de incremento de las prácticas, pero entendidas éstas desde el bobalicón sentido de la repetición ovejuna de los cánones más populares de fácil fama (algo así como si los estudiantes de Bellas Artes sólo desearan aprender a dibujar cuadros para supermercados), son los primeros en olvidar la distinción e independencia profesional conquistable mediante el destripamiento intelectual de los métodos dominantes para conjeturar sobre sus limitaciones y probar transgresiones cultural y hasta comercialmente eficaces.
Las últimas reflexiones enlazan ya con la tercera dimensión de cambio metodológico propuesto en esta ponencia. Pero antes de entrar explícitamente en ella, quisiera concluir el apartado sobre modificaciones en los métodos de la práctica profesional con referencia a la siguiente paradoja: Que a menudo, esa falta de reflexión académica sobre otras alternativas en el quehacer de los comunicadores profesionales, contrasta con las innovaciones formales que con perspectiva de simple rentabilidad inmediata las empresas mediáticas comerciales a veces incorporan. La corriente de imitación se establece entonces desde las ocurrencias empresariales más o menos "dudosas" (desde una perspectiva de altos valores sociales y culturales) hacia esos centros académicos literalmente "conservadores". Sin duda, los resultados para la evolución e incidencia social de nuestras profesionales resultaría cuando menos bien distinta en caso de que la corriente principal de imitación se planteara en el sentido contrario. Ello podría servir, por ejemplo, para que los medios de titularidad pública, tan vaciados de identidad y de sentido, y al mismo tiempo cada vez más necesarios como alternativa al monolítico enfoque populista, incorporaran formatos y métodos de observar y explicar la actualidad que tan poco rentables pueden resultar para las empresas privadas, pero que tan estimulantes en su función subsidiaria resultarían para la comunicación pública ciudadana.
Sobre los métodos de la práctica docente en los centros de formación en comunicación social
Parte de las consideraciones anteriores apuntaban ya a la reorientación metodológica desde el punto de vista de los planes de estudio en la formación de profesionales y expertos en comunicación social. La configuración de estos estudios constituye en sí misma una opción metodológica entre varias posibles, en el sentido de vía o camino a través del cual se pretende llegar a un determinado objetivo[5]. La profunda importancia metodológica de la estructura y contenidos de los planes de estudio en las Facultades de Comunicación resulta a menudo inadvertida, tal vez porque el objetivo final suele resultar bastante confuso, o porque el único objetivo real -aunque no declarable- apenas responde al logro de un acuerdo de conflictos mínimos entre unidades departamentales autistas y político-económicamente voraces,
Si el objetivo final de la formación en nuestros centros respondiera a un auténtico compromiso intelectual y, en consecuencia, fuera más acorde con el servicio educativo -en parte contradictorio pero asimismo complementario-, de entrenamiento en el ejercicio presente de unas profesiones y de estudio académico de las implicaciones sociopolíticas y culturales de dichos quehaceres, resultaría más patente la utilidad de una concepción previa global del organigrama de materias, por encima de los detalles circunstanciales de los diversos contenidos.
Bajo esa orientación me atrevo a expresar una propuesta bien simple en su formulación pero hasta ahora insólita en España por culpa de la mostrenca y férrea directriz que las normas ministeriales sobre materias obligatorias y troncales continúan imponiendo. En mi opinión, el criterio de ordenación general que a continuación sugiero ayudaría a resolver buena parte de los problemas de crisis de identidad e insatisfacción que muchos de los estudiantes y profesores de nuestras especialidades padecen; al tiempo que contribuiría a filtrar cuantitativa y cualitativamente el flujo de aspirantes a la genuina participación en la reflexión teórica de calidad de los estudios universitarios superiores.
La propuesta se basa en tomar verdaderamente en serio la supuesta división de Primer, Segundo y Tercer ciclos universitarios, neta y consecuencialmente diferenciados. Acorde con ello, el Primer Ciclo comprendería todas las materias y entrenamientos prácticos que constituyen los quehaceres cotidianos y rutinas operativas estandarizadas de las diferentes profesiones (periodistas, realizadores audiovisuales, publicitarios y relaciones públicas, informadores de gabinetes, etc.), sin nada más pero sin nada menos. Ello implicaría la desaparición de este primer ciclo de las incomprendidas teorías de origen intrínseco o extrínseco (desde las teorías de la comunicación social a cualquier teoría cultural de las hasta ahora consideradas como indispensables, como Historia, Economía o Derecho). A cambio, los estudiantes de este primer ciclo -que en su mayoría sólo comprenden y se interesan por las habilidades profesionales prácticas, y de ahí su conflictiva influencia sobre el resto de sus compañeros y sobre el profesorado en su conjunto-, obtendrían una formación estrictamente práctica, al término de la cual el Diploma profesional recibido les facultaría para una inserción laboral competente y satisfactoria para las empresas, pero lisa y llanamente ceñida a las tareas y procedimientos operativos del empleado mediático eficiente (de la misma manera que para resultar un excelente oficial de una entidad bancaria no es preciso ser Licenciado en Economía)[6].
Al segundo ciclo dejaría ya de acceder por propia voluntad todo ese mayoritario contingente que hoy se consume y desvitaliza las aulas por indiferencia hacia cualquier materia que suponga abstracción o elaboración teórica. Dicho contingente habría satisfecho ya su motivación académica inmediata de capacitación para unos quehaceres, a partir de los cuales, en las propias empresas o regresando más adelante a los estudios universitarios con otras motivaciones y una experiencia acumulada, podrían igualmente proseguir su propio desarrollo de mejora profesional. El resto de los diplomados -o los provenientes de otros primeros ciclos- tendrían ya claro que acceder al segundo ciclo consistiría en afrontar la perspectiva teórica y la reflexión de implicación sociocultural y política general que explica y rodea la acción de los profesionales y los fenómenos comunicacionales. Es en este segundo ciclo también donde se insertarían las revisiones críticas de las prácticas profesionales estadarizadas, de cara a proponer nuevos prototipos o formatos de intervención, nuevas políticas de comunicación y cuanta revisión teórico-práctica pudiera contribuir a formar unos licenciados a quienes este segundo nivel universitario habría preparado para diseñar estrategias y asumir responsabilidades directivas.
El tercer ciclo finalmente -y en eso no diferiría del planteamiento formal vigente-, estaría encaminado a la preparación para la investigación científica y la formación del profesorado de los niveles segundo y tercero; lo que de paso permite introducir la consideración de que el profesorado del primer nivel podría -y hasta debería en buena medida-, proceder de la actividad profesional directa o, como mínimo, no verse sometido a las mismas exigencias de proceso formativo de los investigadores y académicos de primer y segundo ciclo.
Respecto al profesorado cabe añadir que el criterio de segmentación radical propugnado para los estudios resulta sin embargo compatible con una gran flexibilidad específica en las dedicaciones docentes. Dependiendo de las materias y los desarrollos curriculares personales, tendría perfecto sentido -y gran utilidad institucional-, que hubiera profesores circunscritos a un solo ciclo (a su vez de manera permanente o temporal), y que al mismo tiempo otros docentes impartieran materias prácticas en el nivel básico de la capacitación profesional y simultanearan docencia de nivel crítico teórico-práctico en el segundo ciclo u otras especializaciones puramente especulativas de segundo o tercer ciclo.
Esta estructuración de los estudios permite finalmente afrontar otro aspecto crucial de reflexión metodológica, relativo en este caso a los propios procedimientos pedagógicos o de la forma en que se imparte la docencia.
Sin duda, una de las circunstancias que más sorprende a los estudiantes de países desarrollados que visitan las aulas universitarias españolas es la pervivencia del viejo formato de la clase magistral en la que una masa de pasivos discípulos se limitan a tomar notas (o a mostrar caras de absoluto aburrimiento) mientras el docente discursea sin la menor interpelación o diálogo con sus estudiantes, ni siquiera cuando aquél hace esfuerzos por suscitar algún tipo de pregunta o de interpelación de parte de sus supuestos oyentes.
Tal procedimiento resulta especialmente antipedagógico e inconcebible en las materias cuyo contenido requiriera un auténtico adiestramiento práctico. Pero tanto en estas materias como en las que su naturaleza responde más al análisis y descripción teórica, su abusiva persistencia no proviene sólo -como a menudo se critica-, de una incompetencia o conservadurismo pedagógico de los profesores. Sin negar tal razón en ocasiones, existen en mi opinión dos factores estructurales -y por tanto mucho más decisivos-, que abocan a tal procedimiento incluso al profesorado predispuesto a favor de otras metodologías docentes. Me refiero en primer lugar a la mezcolanza habitual de contenidos teóricos y referencias prácticas con un clara supeditación de las segundas a la previa exposición de todos los conocimientos teóricos necesarios en la propia aula, por culpa del modelo fomentado por los propios estudiantes de la supresión de cualquier tipo de lecturas o trabajos de aprendizaje individual previo y cotidiano, externos al aula. Y en segundo lugar, y con consecuencias mucho más insalvables, a la referida amalgama multitudinaria que se produce en el auditorio masivo de las clases.
La evidente saturación de un acceso indiscriminado a las Facultades (lo que nos llevaría a otro problema metodológico sobre los criterios de acceso), suele desembocar en la imposibilidad de dotaciones tecnológicas suficientes para atender el entrenamiento y habilitación práctica de tantos aspirantes. De manera que la descripción genérica y la evaluación global con algún esporádico ejercicio, constituye la única respuesta posible en muchas materias que exigirían la formación de pequeños grupos y la realización de ejercicios bajo supervisión y corrección continua. Por lo que se refiere a las materias de naturaleza teórica o no instrumental, la masificación unida a la rémora de una mayoría desinteresada por las razones antes apuntadas, impiden igualmente trabajar pedagógicamente de otra forma, a base de lecturas individuales, debates en el aula y constantes ensayos personales evaluados rápidamente tras cada sesión. El problema a este respecto no es que nuestros profesores no sepan plantearlo de esta forma, sino que tal procedimiento es inviable con grupos de cien o más matriculados, teniendo a su vez cada profesor que impartir docencia a varios grupos de este calibre para ajustarse al cupo de créditos impartidos que les exigen sus -en este sentido- vulgares academias.
A este respecto resulta indispensable denunciar algo que apenas aflora en las vigentes discusiones sobre políticas universitarias, y que sin embargo constituye el límite axial entre el desarrollo universitario y la indigencia subdesarrollada: la ratio real entre alumnos y profesores. Las ratios que a menudo se divulgan dibujan un panorama idílico de unos veinte o treinta alumnos por profesor, lo que sencillamente implica una burla sarcástica para la situación real, al menos en las Facultades de Comunicación. La distorsión no sólo proviene de la homogeneización irreal que provoca la aplicación de promedios aritméticos que integran a las carreras más masificadas con los estudios de demanda insignificante (como filosofía pura o griego clásico). Sino de que tales promedios parten de la falsificación de los datos, al dividir el número total de matriculados por el total de los profesores en plantilla, sin atender a que esos matriculados están presentes simultáneamente en múltiples materias. La supuesta relación de unos treinta alumnos por docente oculta en realidad cifras de cuatrocientos o más por profesor, lo que unido a la exigencia institucional de impartir entre 20 y 24 créditos académicos sin atender a la diversidad sustancial de actividades teóricas y prácticas, demuestra que no hay reforma universitaria de calidad posible mientras no se corrija de modo drástico este problema.
Nada más evidente, entonces, que la formación posible en los centros académicos de comunicación social depende, cuando menos, tanto del cómo como de qué. Y sin embargo casi todas las energías dialécticas se vienen consumiendo en lo segundo sin una mínima atención a lo primero.
Sobre la explicación periodística de los métodos de la acción social de actualidad
Por último, y aun de forma breve, no quisiera cerrar esta llamada de atención sobre la importancia de la reflexión metodológica, sin aplicarla a la despreocupación de los reveladores periodísticos de la actualidad por los procesos y métodos que en sí mismas encierran las diferentes cuestiones de actualidad, narradas por ellos,.
La insuficiente sensibilización de nuestros académicos y profesionales por las precondiciones metodológicas de cualquier forma de conocimiento, puesta de relieve en las tres dimensiones anteriores, adquiere rango de indiferencia gravísima entre los periodistas, a la hora de examinar qué mecanismos de actuación o procedimientos habituales subyacen y condicionan los acontecimientos y asuntos de relevancia pública de los que nos informan.
La cultura perceptiva secularmente decantada entre los practicantes del periodismo ha consistido en una gran atención hacia posibles novedades o variaciones llamativas en los resultados de cualquier manifestación humana o fenómeno de incidencia social. Pero por lo general esa observación final se despreocupa del análisis o seguimiento de los procesos o métodos que previamente hayan propiciado tales resultados. En el ámbito concreto de las estadísticas sociales y sobre todo en su versión más popularmente impactante de los sondeos de opinión, tal desvinculación entre los datos finales y los procedimientos de elaboración que los determinan, resulta especialmente patente. Como señalara Aníbal Gómez (1982) "los pronósticos constituyen noticia, en cambio los problemas técnicos de la encuesta no son objeto de interés periodístico". Justamente contra este indiferencia crónica del periodismo surgió uno de los movimientos de renovación profesional ya comentados: el del periodismo de precisión. Su doble afirmación de que la cuantificación numérica de la realidad social debe ser noticia de primera magnitud, y, al mismo tiempo, que los métodos de realizar esas cuantificaciones constituyen una fuente capital de manipulación y distorsión de la imagen socialmente construida, constituye una apuesta radical por cambiar los procedimientos de recopilación de evidencias noticiables y por convertir los métodos de representación de cualquier acción o fenómeno social en el centro del análisis crítico periodístico.
Pero los métodos mediante los que se elaboran o producen hechos sociales no se limitan a los de la cuantificación estadística. Sino que, en el sentido global de usos procedimentales, comprenden la más amplia gama imaginable de modos y mecanismos de actuar, individual o agrupadamente o en el seno de las instituciones. De ahí que, junto a la pregunta periodística tradicional sobre qué ha ocurrido, siempre cabrá plantearse cómo ha ocurrido. O mejor, cómo se están realizando ciertos procesos que podrían desembocar en determinados resultados o consecuencias. Lo que desde esta perspectiva podríamos denominar una mirada metodológica podría servir para sacar periodísticamente a la luz infinidad de aspectos de la actualidad que quedan ignorados para el conocimiento social por esa miopía tradicional de sólo asombrarse con las consecuencias finales o las actuaciones aisladas más impactantes.
La actualidad más inmediata proporciona las suficientes ilustraciones del cúmulo de ignorancias o agujeros negros informativos que provocan la desatención periodística a los modos subyacentes de operar los diferentes agentes sociales: Así, por ejemplo, tras la noticia de la fuga de un preso preventivo acusado de narcotráfico a gran escala y puesto en libertad bajo fianza por supuesta enfermedad mental, afloran casi por casualidad evidentes deficiencias procedimentales sobre la forma de tramitar en la Audiencia Nacional expedientes penitenciarios, junto con el estado general de irregularidad y desmantelamiento que padecen los servicios de psiquiatría forense que peritan tales casos. Una perspectiva anticipada de indagar sobre el funcionamiento procedimental de instituciones como la aludida podría desvelar muchos otros escenarios de vigilancia social antes de llegar al suceso final irreparable. Recientemente un amigo periodista -y redactor de un medio muy beligerante con la política de inmigración del Gobierno– me explicaba su experiencia personal del sistema anárquico e irregular de la tramitación de permisos de residencia para inmigrantes que de forma general existe en España. Según diversas situaciones concretas sufridas por conocidos suyos, el Ministerio del Interior deniega los permisos a menudo sin ningún tipo de respuesta explicativa, a pesar de cumplir incluso con el requisito de un contrato laboral reglamentario, o en otros casos personas en idénticas condiciones pueden obtener resultados opuestos y en plazos bien distintos. Según este informante el asunto es conocido por los suficientes periodistas y políticos de uno y otro signo, pero ni siquiera los medios y políticos que han hecho bandera de la supuesta insensibilidad gubernamental por los derechos de los inmigrantes se preocupan de denunciar esta faceta de irregularidad o anarquía procedimental notoria. La explicación puede residir en que, una vez más, una información periodística que debiera desentrañar y detallar cuestiones de procedimiento resultaría demasiado compleja y -para beneficio en este caso de unas fuerzas policiales desorganizadas o poco dispuestas a realizar un arduo trabajo-, se supone que a nadie del público general le interesará conocer el asunto a fondo.
Los episodios aludidos constituyen un anecdótico botón muestral de una tendencia que reclamaría un cambio de actitud frontal en el quehacer de una de nuestras profesiones. Pero, más allá de sus incidencias particulares, apuntan como en las restantes dimensiones tratadas a poner de relieve la repercusión decisiva y predeterminante, tanto del propio proceder metodológico como de las metodologías consciente o inconscientemente desarrolladas por quienes generan los objetos y hechos sociales de los que debamos ocuparnos. Si todo método es un camino, como científicos, académicos o profesionales debieran preocuparnos las características y calidad del camino que recorremos, si no habrá otras rutas más rápidas y seguras, o si realmente el camino abordado conduce a nuestro deseado destino. De lo contrario, el caminante aleatorio y despreocupado bien pudiera ser que se limitara a dar vueltas en círculo, creyéndose llegar a soñados territorios cuando en realidad sólo se encuentre en ninguna parte.
Referencias:
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Autor:
José Luis Dader
[1] Citada por Paul Watzlawick y que yo tomo a su vez en transparente y agradecida "intertextualidad" de Jorge Lozano (2000:1).
[2] Respecto a los componentes estructurales de una auténtica teoría, Salvador Giner (2001) recordaba recientemente que éstos son: 1. La detección de los elementos básicos definitorios de una situación, 2. La explicación causal bien trabada a partir de esos elementos básicos, y 3. La proyección relativamente predictiva sobre la evolución de esa situación. De forma mucho más clásica y partiendo del modelo central de la Física como ciencia cuasi perfecta o por antonomasia, solía decirse que la teorización capaz de conferir consistencia científica a un área de conocimiento requeriría 1. Formulación de axiomas y leyes (qué decimos que pasa), 2. Ecuacionalización matemática de dichas leyes (cómo pasa exactamente o en qué medida), y 3. Ingeniería aplicada y proyectiva de la matematización de esas leyes (Prediciendo el compartamiento de los elementos descritos se podrán adoptar decisiones prácticas seguras, como la construcción de un puente con el conocimiento exacto de sus fuerzas de resistencia). Mientras las "ciencias duras" responden satisfactoriamente a dicho programa, las "ciencias blandas" entre las que se encuentran las ciencias sociales, por la propia naturaleza menos determinable de su objeto, obtendrían su estatuto de cientificidad mediante un seguimiento menos radical de ese modelo: Rebajando sus leyes al nivel de "tendencias" en el primer estadio, estableciendo agrupaciones factoriales probables no cerradas en lugar de auténticas ecuaciones en el segundo, y, en el estadio tercero, construyendo modelos verosímiles de anticipación abstractos o prácticos (como políticas públicas) de pretensión sólo orientativa.
[3] Véase al respecto el esclarecedor artículo de Daniel Hallin (ed. 1997) "Comercialidad y profesionalismo en los medios periodísticos estadounidenses".
[4] Además de otras propuestas tan acreditadas ya como el "periodismo de servicio" (Diezhandino, 1995), cabe mencionar otras de menor eco quizá, de las que, junto con las ya mencionadas puede consultarse una descripción general, sin pretensiones de exhaustividad, en Dader (1999) y en Requejo (2001).
[5] Como recuerda Luis Carlos Silva (1997:1-2) "Método es una palabra de raíz griega que significa ‘camino para alcanzar un fin’ (meta, fin; odo, camino)".
[6] Soy consciente de que esta propuesta genera una seria objeción sobre los riesgos de una formación puramente instrumental sin el complemento de imprescindibles contenidos culturales en materia de Historia, Literatura, Economía, Derecho, etc. Pero el debate más extenso que esta cuestión requiere, debiera tener en cuenta si las deficiencias en ese terreno no debieran ser previamente resueltas en el Bachillerato, o si, al estilo de otros sistemas educativos, la formación universitaria transversal debería realizarse en unos cursos previos de "Artes Liberales", o mediante el porcentaje de "créditos de libre designación" aplicados en materias culturales troncales en lugar de en las cuestiones anecdóticas a las que, por lo general, suelen destinarse hoy día en nuestras universidades.
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