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Reflexividad e innovación metodológicas como condición de progreso para las "ciencias de la comunicación"

Enviado por José Luis Dader

Partes: 1, 2

    1. Sobre los métodos de investigación científico-académica empleados en ciencias de la información
    2. Sobre los métodos de actividad profesional en las distintas facetas comunicacionales
    3. Sobre los métodos de la práctica docente en los centros de formación en comunicación social
    4. Sobre la explicación periodística de los métodos de la acción social de actualidad

    Las "ciencias de la comunicación" (o de la información), con algo más de 25 años de actividad académica en España, siguen evocando en su rótulo una pretenciosidad ya imperceptible en sus hermanas mayores -y supuestamente tutoras-, las ciencias sociales, o en sus tías de la tercera edad, las ciencias en general. En otras latitudes académicas de incluso mayor solera comunicológica han procurado evitar malévolos murmullos sobre una cientificidad supuesta, limitándose al título de "estudios de periodismo", de "comunicación social" o de "comunicación y cultura de masas", en su doble vertiente de análisis académico y formación profesional.

                Pero que el "traje científico" resulte aún petulante o inapropiado bajo nuestros inmaduros hombros epistémicos no conlleva que esta adolescente área deba renunciar a una auténtica consolidación en sus cimientos académicos y científicos. Seguramente sea la ausencia de Teoría (con mayúscula) el síntoma más inquietante de insuficiente superación de un período adolescente y magmático de la comunicología en general o de sus diversas especializaciones profesionales; análogo a la etapa de la astrología o de la alquimia en relación con sus respectivas ciencias duras posteriores. Sin una abstracción teórica transversal que unifique y al mismo tiempo explique (siquiera sea indiciariamente) la globalidad de nuestros objetos de estudio y actividad, no será posible superar el confuso aunque bullicioso estadio previo del impresionismo fenomenológico heteróclito en que al parecer nos seguimos aún debatiendo. Conviene por ello recordar la frase de Einstein[1] según la cual, "corresponde a la teoría decidir lo que podemos observar". Cuestión ésta que en último término debiera hacer evidente su tautologismo cuando se pretende calificar a un campo de científico, ya que, como expresara Popper (ed. 1973:27 y ss.), el trabajo del científico consiste, precisamente, en proponer teorías y contrastarlas. Sin generación teórica no cabría entonces hablar de ciencia, aunque, como enseguida veremos, no cualquier proposición más o menos generalista puede ser calificada de teoría.

                La teoría, o abstracción general que identifica y aísla los elementos sustantivos de una realidad, para a continuación integrarlos en una explicación delimitadora y conferidora de significado consistente respecto al presente y proyección futura, constituye sin duda el mapa de ruta y el foco de luz que hacen avanzar el re-conocimiento de cualquier territorio científico a través de sus innumerables incógnitas, obstáculos y malezas[2].

                Pero si es evidente que sin una teorización que confiera sentido a la situación presente y marque la ruta no hay ciencia propiamente dicha, es igual de cierto, -y a esa cuestión se dedica esta ponencia-, que no habrá generación teórica sólida sin reflexionar simultáneamente sobre los utensilios, es decir, los métodos, a partir de los cuales la realidad del campo específico se re-conoce y sus distintos elementos se relacionan. De manera que, continuando con el símil antes propuesto, si la Teoría constituye el mapa y la luz que alumbra la ruta, el Método equivale al machete en medio de la jungla o el rompehielos ante la inmensidad glaciar, sin los que mapa ni horizonte permiten por sí solos abrirse camino entre la hojarasca o los bloques de incertidumbre.

                La teoría, en efecto, es indispensable para poder acceder al Olimpo de las ciencias. Pero a su vez la construcción teórica no pasará del pseudoteoricismo de las impresiones personales más o menos sugestivas mientras el explorador o carpintero de ese conocimiento no disponga de un eficaz y contrastado repertorio de herramientas, de una serie de procedimientos estandarizados que manejados en diferentes situaciones y por diversos analistas hayan demostrado una fiabilidad y validez sin las que el resultado intelectivo carecerá de garantías como sistemático y seguro. La infancia o adolescencia de cualquier campo científico estriba ante todo en la inmadurez e improvisación de sus métodos de indagación y análisis, mereciendo el calificativo de "ciencia espontánea" -como J.M. Mardones (1991:138) designa a la pre-sociología anterior a Durkheim-.

                De comunicología espontánea y de práctica profesional intuitiva cabría calificar a bastantes de los escritos académicos y de los dictámenes profesionales de nuestros peritos. De ahí que, precisamente, el recorrido ya transitado por las ciencias sociales, y en particular por la sociología, puede aportar a los estudios comunicológicos una perspectiva muy reveladora, condensada en la crítica que Durkheim dispensaba a los escritos pseudosociológicos de su tiempo:

                "Mientras que el sabio que estudia la naturaleza física tiene la sensación muy viva de las resistencias que ella le opone, y de las cuales tanto le cuesta triunfar, parece en verdad que el sociólogo se mueve en medio de cosas inmediatamente transparentes para el espíritu, tan grande es la facilidad con que se le ve resolver las cuestiones más oscuras (…) Basta recorrer las obras de sociología para ver cuan raro es el sentimiento de esta ignorancia y de estas dificultades. No sólo se considera necesario dogmatizar sobre todos los problemas a la vez, sino que se cree alcanzar, en algunas páginas o en algunas frases, la esencia misma de los fenómenos más complejos" (Durkheim, ed. 1985:20-21).

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