2. Se dice también que el "hombre es demasiado pequeño, un ser demasiado insignificante para que le sea posible cometer un pecado infinito". ¿Qué significa esta objeción? Significa que el pecado es un acto de creación, y que debe ser medido por tanto con la magnitud de lo que ha sido hecho. Esto sería una idea realmente extraña sobre la naturaleza del pecado. ¿Significará, la objeción, que el hombre no puede violar una obligación de fuerza infinita? Entonces su significado es simplemente falso, como todo el mundo sabe. ¿Implica este hombre que la culpa del pecado no ha de ser medida por la obligación violada? Entonces no sabe lo que dice o pervierte la verdad a sabiendas. ¿Oué? ¿El hombre es tan pequeño que no puede cometer mucho pecado? ¿Es ésta la manera de razonar en casos análogos? Supongamos que un niño te desobedece. ¡Es mucho más pequeño de lo que tú eres! Pero ¿le disculpas o exoneras de culpa? ¿Es ésta una razón para anular la culpa? No pueden los inferiores cometer pecado contra sus superiores? ¿Han errado los hombres sensatos que siempre han supuesto que los jóvenes y pequeños están, a veces, bajo la obligación de obedecer a los más viejos y mayores? Supongamos que das un golpe a un magistrado; supongamos que insultas o intentas asesinar a un rey; ¿es esto un delito muy pequeño, casi excusable de ser considerado un delito, porque, sin duda, tú estás en una posición inferior y él superior? Dices: "¡Yo soy tan pequeño, tan insignificante! ¿Cómo puedo merecer un castigo tan grande?" ¿Razonas de este modo en algún otro caso excepto con tus pecados contra Dios? ¡Nunca!
3. Además, algunos hombres dicen: "E1 pecado no es un mal infinito." Este lenguaje es ambiguo. ¿Significa que el pecado no produciría maldad infinita si fuera tolerado indefinidamente? Esto es falso, porque si sólo un alma fuera destruida por él, la maldad acumulada de ello ya sería infinita. ¿Significa que el pecado no es un mal infinito, visto en sus presentes resultados y relaciones? Supongamos que admitimos esto; no demuestra nada respecto a nuestro propósito, porque es posible que la suma total de mal resultante de cada pecado singular sea presentada bajo una duración eterna. ¿Cómo puedes, pues, medir el mal del pecado por lo que ves hoy?
Pero hay todavía otras consideraciones que muestran que la pena de la ley debe ser infinita. El pecado es un mal natural infinito. Lo es en este sentido, que no hay límites al mal natural que sería introducido si no fuera restringido por el gobierno.
Si el pecado causara la ruina de una sola alma, no habría límite al mal que esto ocasionaría.
De nuevo, el pecado implica la culpa infinita, porque es una violación de una obligación infinita. Es importante notar aquí una equivocación común, que procede de la confusión de ideas respecto a la base de la obligación. De esto, resultan equivocaciones con respecto a lo que constituye la culpa del pecado. Aquí podría mostrarse que cuando se yerra sobre la base de la obligación es prácticamente necesario que la persona entienda mal la naturaleza y extensión del pecado y de la culpa. Recurramos a nuestra ilustración anterior. Aquí tenemos un gobierno, que es apropiado para asegurar el máximo bien de los gobernados y de todos los afectados. ¿De dónde viene la obligación de obedecer? Ciertamente del valor intrínseco al fin perseguido. Pero, ¿cuán amplia es esta obligación de obedecer?, o en otras palabras, ¿cuál es su verdadera medida? Contesto que es exactamente igual al valor del fin que el gobierno procura mantener y cuya obediencia la asegurara, pero que el pecado la va a destruir. Con este medida de Dios debe ser graduada la pena. De este modo debe determinar el legislador cuánta sanción, remunerativa o vindicativa debe aplicar a esta ley, a fin de corresponder a las exigencias de la justicia y la benevolencia.
Ahora bien, los objetivos de la ley de Dios aseguran el máximo bien universal. Su fin último y principal no es, estrictamente hablando, asegurar el supremo homenaje a Dios, sino asegurar el bien más alto posible a los seres morales inteligentes: Dios, y todas sus criaturas. Visto así, puede verse que el valor intrínseco del fin a buscar es la base real de la obligación a obedecer el precepto. Una vez estimado el valor de este fin, se tiene el valor y la fuerza de la obligación.
Ésta es evidentemente infinita, en el sentido de ser ilimitada. En este sentido afirmamos que la obligación carece de límite. La misma razón por la que afirmamos cualquier obligación, en absoluto es que la ley es buena y es el medio necesario para el máximo bien del universo. De aquí que la razón por la que establecemos la pena en general, nos obliga a afirmar la justicia y necesidad de una pena infinita. Vemos que la justicia intrínseca ha de exigir una pena infinita por la misma razón por la que exige cualquier pena. Si una pena dada es justa, lo es porque la ley asegura un cierto bien. Si este bien que se busca por la ley es ilimitado en extensión, también debe serlo la pena. La justicia gubernamental, pues, requiere un castigo infinito; de otro modo no proporciona suficiente garantía para el bien público.
Nuevamente, la ley no sólo planea un bien infinito, sino que tiende a asegurarlo. Sus tendencias están dirigidas a este fin. De ahí que la pena haya de ser infinita. La ley no es justa para los intereses a los que se dirige y que procura asegurar, a menos que se arme de sanciones infinitas.
Nada inferior a un castigo infinito puede ser una expresión adecuada del punto de vista de Dios respecto al gran objetivo sobre el que está puesto su corazón. Cuando los hombres hablan de la muerte eterna como pena excesiva para el pecado, ¿qué piensan de los esfuerzos de Dios para restringir el pecado por todo el universo moral? ¿Qué piensan de la muerte de su amado Hijo? ¿Suponen que es posible que Dios quiera una expresión correspondiente a su aborrecimiento del pecado con un castigo menos que infinito?
Nada menor podía dar una expresión adecuada a su consideración por la autoridad de la ley. ¡Oh, cuán espantosos habrían sido los resultados y cuán terrible la misma idea, si Dios hubiera fallado de hacer una expresión adecuada de su consideración por lo sagrado de esta ley que subraya el bienestar completo de todo su vasto reinado!
No puede pensarse que Él pueda considerar la violación de su ley de la forma que lo miran los universalistas. Con toda seguridad esto traería una avalancha de destrucción en todas las criaturas inteligentes, si Él cediera a sus exigencias. Si asignara algo inferior a una pena sin fin a su ley, ¿cuál sería el ser santo que podría confiar en la administración de su gobierno?
Su consideración para el bien público impide la aplicación de una pena leve o finita a la infracción de su ley. Quiere a sus súbditos demasiado. Algunos tienen ideas extrañas sobre la manera en que el gobernante debería expresar su consideración para sus súbditos. Quisieran que fuera tan blando hacia los culpables que la culpa quedara absorbida en su simpatía y consideración. Con un castigo leve para una pena grave, pongamos un dólar por un asesinato o un par de días en la cárcel, al parecer muchos se quedarían tranquilos de que no se hace injusticia al criminal, puesto que la naturaleza humana es tan frágil y sometida a toda clase de tentaciones que hay que ser comprensible. Los universalistas nos dicen que hay que concederle a Dios que le dé al culpable una conciencia que le acuse por haber cometido un asesinato. De lo que no se dan cuenta es que la primera vez quizá la conciencia quedaría intranquila durante un tiempo, pero quedaría menos intranquila, cada vez sucesiva. Ésta es la idea que algunos tienen cuando se apartan de la recta razón y de la Palabra reveladora de Dios.
Hablando ahora a los que tienen sentido moral para afirmar lo recto, así como ojos, para ver la operación de la ley, sé que no pueden negar la necesidad lógica de la pena de muerte por la infracción de la ley moral de Dios. Hay un punto convincente en cada una de estas proposiciones, del que no es posible escapar.
Ninguna pena menos que infinita puede ser una expresión adecuada del desagrado de Dios contra el pecado y de su decisión a resistirlo y castigarlo. La pena debería durar un período tan largo como el período en que haya súbditos que puedan ser afectados por ella, en tanto que haya necesidad de una demostración de los sentimientos de Dios y del curso gubernamental respecto al pecado.
Dios no puede infligir menos que lo máximo, pues Él ciertamente puede infligir un castigo interminable e infinito. Si por tanto la necesidad exige que sea infligida la máxima pena, ésta debe ser la que se aplique: la separación de la presencia de Dios y la muerte eterna.
Pero he de hacer notar que el Evangelio insiste en que éste es el caso, en todas partes. Insiste en que por los hechos de la ley ninguna carne puede ser justificada delante de Dios. En realidad no sólo afirma esto, sino que construye todo un sistema de expiación y de gracia sobre este fundamento. Constantemente da por sentado que no hay posibilidad de pagar la deuda o cancelar la obligación; y por tanto, que el único alivio del pecador es el perdón por medio de la sangre redentora.
Con todo, si la pena no fuera la muerte eterna, ¿qué sería? ¿Un sufrimiento temporal? ¿Cuánto duraría? ¿Cuándo terminaría? ¿Ha servido algún pecador el tiempo designado y ha sido llevado al cielo? No tenemos ningún ejemplo para probarlo, ni aun uno; pero tenemos el solemne testimonio de Jesucristo para probar que no puede existir este caso. Jesús nos dice que nadie puede pasar del cielo al infierno o del infierno al cielo. Una gran sima se interpone entre los dos, tal que nadie la puede cruzar. Tú no puedes pasar de la tierra al cielo, como no puedes pasar de la tierra al infierno; sino que estos dos estados del mundo futuro son dos puntos extremos, y nadie, ni un hombre, ni un ángel puede cruzar la sima que los divide.
A mi pregunta ¿En qué consiste la pena?", tú contestas: "Es sólo la consecuencia natural del pecado tal como se desarrolla en una conciencia perturbada." Entonces se sigue que cuanto más peca un hombre menos es castigado, hasta que llegue a una cantidad infinitesimal de castigo, del cual el pecador no se preocupa en absoluto. ¿Quién va a creer esto? ¡Bajo este sistema, si un hombre teme el castigo, lo que tiene que hacer es procurar pecar con más energía; tendrá más consuelo tan pronto como pueda vencer su compunción, y al fin llegará a no sufrir ningún castigo! ¿Cree alguien que esto es el castigo que Dios dará al pecado? Esto es imposible.
Los universalistas siempre confunden la disciplina con las sanciones penales. Olvidan que esta distinción es muy importante y consideran todo lo que sufre el hombre aquí en este mundo sólo como penal. Cuando apenas es penal y sí de un modo principal, disciplinario. Dicen: ¿Qué bien le hará el pecador que le envíen a un infierno sin término? ¿No es Dios perfectamente benevolente?, si es así, ¿cómo puede tener otro objetivo que el hacer al pecador todo el bien puede?
Contesto: El castigo no está destinado a hacer ningún bien al pecador castigado. Sino que intenta a otro bien, más remoto, y mucho más importante. La disciplina, mientras el pecador está en la tierra, busca su bien personal, principalmente; el castigo tiene la mira puesta en otros resultados. Si preguntas: ¿No intenta Dios el bienestar de todos por medio del castigo? Contesto: Sin duda, esto es precisamente lo que procura.
Bajo la provisión de los gobiernos humanos, el castigo puede tener por objetivo, en parte, el restablecer, reclamar. Hasta aquí es disciplina. Pero la pena de muerte, después de agotado el término de suspensión del castigo y cuando ha caído el golpe fatal, no tiene como objetivo reclamar, disciplinar, sino sólo castigar. El culpable es puesto ante el altar público y sacrificado por el bien público. El objetivo es hacer una impresión terrible en la mente pública sobre el mal de la transgresión y lo espantoso de las consecuencias. La disciplina no tiene por objetivo el apoyo de la ley, sino el recobrar al ofensor. Pero el día del castigo no tiene que ver con el restablecimiento del pecador castigado. El castigo, y todo lo que resulta del mismo, es puramente penal. Es extraño que se confundan estos hechos evidentes.
Hay todavía otra consideración que no se tiene en cuenta, a saber, que bajo toda dispensación segura de disciplina, tiene que haber una ley moral, apoyada por sanciones amplias y terribles, para preservar la autoridad del legislador y sostener el honor y majestad de su gobierno. No sería seguro confiar en un sistema de disciplina, y en realidad no puede esperarse que hiciera mucha impresión en los caídos, si no fuera sostenido por un sistema de leyes y castigo. Esta visitación penal en el pecador que no ha sido rescatado tiene que permanecer para siempre, un hecho terrible, para mostrar que se realiza la justicia, que se reivindica la ley, y que Dios es honrado; y para hacer una impresión terrible y permanente del mal del pecado y de la eterna hostilidad de Dios contra el mismo.
CONCLUSION
Se oyen razonamientos contra el castigo futuro. No es de extrañar que sea así, pero el hecho es que el Evangelio las da por verdaderas y luego propone un remedio. Se puede admitir, y es natural que la mente retroceda ante las terribles consecuencias que son inevitables cuando se consideran las relaciones de las meras leyes; pero cuando el Evangelio se interpone para salvar, entonces se hace altamente extraño que los hombres admitan la realidad del Evangelio y con todo rechacen la ley y sus penas. Hablan de la gracia; pero ¿qué quieren decir con la gracia? Cuando los hombres niegan el hecho del pecado no hay lugar ni ocasión para la gracia en el Evangelio. El admitir nominalmente el hecho del pecado, pero negar virtualmente su culpa es sólo gracia de nombre. Repudiando las sanciones de la ley de Dios, y laborando para desaprobar su realidad, ¿qué derecho tienen los hombres a decir que respetan el Evangelio? Hacen de él una farsa, o por lo menos un sistema de enmiendas a una legislación excesivamente severa. ¡Que nadie que interprete la ley de esta manera pretenda honrar a Dios aplaudiendo el Evangelio!
Lo que dice la Biblia con respecto a la condenación final de los malos es impresionante. Las verdades espirituales se nos revelan por medio de los objetos naturales: por ejemplo, las puertas y las paredes de la Nueva Jerusalén, para presentar los esplendores y glorias del estado celestial. Un telescopio espiritual es puesto en nuestras manos; se nos permite apuntar hacia la gloriosa ciudad, "cuyo Hacedor y arquitecto es Dios"; podemos medir s un santuario interior y podemos ver las muchedumbres que sin cesar adoran a Dios. Vemos las ropas blancas ondeando al viento –las palmas de victoria en sus manos, el gozo refulgente de sus rostros– las manifestaciones de inefable bendición de sus almas. Esto es el cielo retratado en símbolos. ¿Quién supone que esto se usa como una hipérbole? ¿Quién considera estas expresiones como exageradas, presentadas con miras a producir expectativas extraordinarias y sin garantía? Nadie lo piensa. Nadie tiene objeción a lo que la Biblia dice del cielo. ¿Con qué objetivo se adopta este tipo figurativo de representación? Sin duda, el objetivo es dar la mejor concepción posible de los hechos.
Luego tenemos el otro lado. Se levanta el velo, y llegamos al mismo borde del infierno para ver lo que hay allí. En tanto que en el otro extremo todo era glorioso, aquí todo es horroroso, espantoso.
Éste es el abismo. ¡Un alma inmortal es lanzada en el mismo; se hunde más y más, y mientras desciende en esto horrible hoyo que carece de fondo, va llorando y gimiendo y se pueden oír sus gemidos haciendo eco en los lados de la espantosa caverna!
Aquí hay otra imagen. "Es un lago ardiendo de fuego y azufre" y se ven los pecadores perdidos lanzados a las olas de fuego; y golpean la orilla ardiente, y se muerden la lengua de dolor. Allí el gusano no muere, y el fuego no es apagado, y no hay "una gota de agua" que "moje sus lenguas y las refresque" mientras "son atormentados en aquella llama".
¿Qué piensas tú de eso? ¿Crees que Dios dice estas cosas para asustar a las pobres almas? No. Le apena que tenga que existir este infierno y hayan de ira parar al mismo todos los que no honran su ley, los que no aceptan la salvación de sus pecados por medio de la gracia. Dios no se complace con la muerte del pecador. Pero tiene que mantener la integridad de su reino, para salvar a sus súbditos leales.
Miremos a otra escena. Se trata de un lecho de muerte. ¿Has visto alguna vez morir a un pecador? ¿Podrías describir la escena? ¿Fue la de un amigo, un pariente, un deudo cercano a tu corazón? ¿Cuánto tiempo tardó en morir? ¿Te pareció que su agonía no iba a terminar? Cuando murió mi último hijo la lucha duró mucho. Veinticuatro horas de agonía para disolver su naturaleza. Me era imposible contemplarlo. Pues supón que hubiera durado hasta ahora. Yo mismo habría muerto ya, agotado completamente por la angustia de contemplar una escena así. Y lo mismo habrían muerto todos nuestros amigos. ¿Quién habría podido sobrevivir contemplando una muerte tan espantosa? ¿Quién no habría exclamado: "¡Señor, abrévialo, abrévialo por tu misericordia!"? Cuando murió mi esposa su agonía fue larga y conmovedora. Si hubierais estado allí habrías gritado también: " ¡Abrévialo, Señor! ¡Ten misericordia!" Pero supongamos que hubiera seguido indefinidamente, día tras día, noche tras noche. La figura de nuestro texto supone un morir eternamente. ¿Puedes concebir que un hombre prolongue su agonía durante meses, años, hasta que sus propios amigos vayan todos a la tumba por no poder soportar el horror de la escena. Pero, esto no basta, viene una nueva generación, y el fin no ha llegado todavía. ¡Y otra! ¡Pues bien, esto es una débil ilustración de la terrible muerte segunda"!
Dios quiere que entendamos bien cuán terrible es el pecado y el espantoso castigo que merece. Quiere mostrarnos con estos ejemplos lo terrible que ha de ser el destino de un pecador. ¿Has visto alguna vez morir algún pecador? ¿Y no exclamaste: "¡Sin duda la maldición de Dios ha caído pesadamente sobre el mundo!"? ¡Ah, esto es sólo una imagen de esta otra maldición más pesada que viene en la "muerte segunda"!
El texto afirma que la muerte es "la paga del pecado". Es lo que merece el pecado. El obrero gana su jornal y tiene derecho a reclamar esta remuneración. Y los hombres se nos dice que ganan la paga o jornal de su pecado. Tienen derecho al mismo. Dios considera que les debe esta paga merecida.
Como he dicho con frecuencia, no diría una palabra en este sentido para afligir vuestras almas si no hubiera esperanza ni misericordia. ¿Por qué iba a atormentaros antes de tiempo? ¡Jamás! Sólo digo estas cosas para haceros comprender que hay necesidad de escapar para salvar la vida.
Pensad esto: "¡La paga del pecado es muerte!" Dios quiere proclamar a todo el universo: "Asombraos y no pequéis." Quiere que los hombres se den cuenta de cuán terrible es el pecado. Pero en vez de esto lo que dicen es: ¡Oh, cuán terrible es el castigo! No se dan cuenta de lo horrible que es la culpa merecida por el pecado. Dios quiere que veamos cuando un pecador está en su lecho de muerte lo que es la paga del pecado. Allí se encuentra en sus gemidos y temblores, presa del dolor, hasta que muere. Es necesario comprender que el castigo eterno significa que no muere, que sigue en este estado un mes, mil años, edades sin fin, muriendo perpetuamente. El toque de la campana que dobla a muertos nunca llega para é1. Su castigo es eterno. ¡Qué espantosa palabra que resuena por las edades de agonía y desesperación!
Se nos dice que en la consumación final de las escenas terrestres: "se sentarán a juicio y los libros serán abiertos." Nosotros estaremos allí, y lo que es más, será para saldar cuentas con Dios y recibiremos nuestra porción. ¿Cuál será la tuya en aquel día final? ¿La paga del pecado? Dios no va a permitir que renuncies a tu paga. Ya está preparada y tendrás que recibirla. Antes que sea corrida la cortina final y no haya más esperanza puedes aún poner en orden tu estado. ¿Hacia dónde te dirigirás, hacia la izquierda o la derecha?
La Biblia localiza el infierno a la vista del cielo. Dice que el humo de su tormento subirá para siempre, y a plena vista de las alturas de la Ciudad Celestial. Allí te postrarás en adoración; pero al dar una mirada a lo lejos es posible que veas un vasto cráter, de donde surgen los elementos hirviendo y masas enormes de humo. Vi una vez el volcán Etna y no pude por menos de aterrorizarme. ¡Ésta es una imagen del infierno! ¡Oh, pecador, hay infierno y tú vas a ser lanzado al mismo! Ante este espectáculo el universo observa y lee: "¡La paga del pecado es muerte! ¡No peques, pues éste es el destino del pecador no perdonado!" ¡Piensa en esta demostración del gobierno de Dios! ¡Una muestra de su santa justicia y su inflexible propósito de sostener los intereses de la santidad y la felicidad en todos sus vastos dominios! ¿No está justificado para mantener lo sagrado de su gran plan de gobierno moral del universo?
Pecador, ahora puedes escapar todavía de este espantoso destino. Ésta es la razón por la que Dios nos ha revelado la existencia del infierno en su Palabra. Y ahora, ¿va a ser esta revelación en vano o peor que en vano para ti?
Imagínate, por un momento, que toda esta congregación fuera empujada por una fuerza incontenible al mismo borde del infierno: pero cuando ya pareciera que iba a caer en la sima apareciera un ángel y proclama: "Hay salvación. ¡Gloría a Dios, gloría a Dios!"
Gritarías: "¿Es posible?" ¡Sí! Y te lanzarías a sus brazos para que te llevara a los pies de Jesús. ¡Porque Él es poderoso para salvar y dispuesto a hacerlo!
¿Son todo esto meras palabras? ¡Oh, no! Ojalá tuviera elocuencia celestial para poder hacértelo comprender.
Una última palabra para los cristianos. ¿Cómo podéis ocuparos en cosas triviales descuidando el salvar almas? ¿Es posible que creáis que muchos a vuestro alrededor se dirigen directamente al infierno, donde no habrá posibilidad de ayudarles? Cuando en el cielo veáis el humo que sale del abismo y os acordéis de personas queridas en las cuales podría haber influido, personalmente u orando por ellas, pero cuyo destino ya habrá sido sellado, ¿no va a ser el pensar en ellas una espina que va a estorbar en vuestra felicidad?
CAPÍTULO 8.
Pecado de omisión callando
A los trece años se le murió la madre, que era lo último que le quedaba. Al quedar huérfano ya hacía lo menos tres años que no acudía a la escuela, pues tenía que buscarse el jornal de un lado para otro. Su único pariente era un primo de su padre, llamado Emeterio Ruiz Heredia. Emeterio era el alcalde y tenía una casa de dos pisos asomada a la plaza del pueblo, redonda y rojiza bajo el sol de agosto. Emeterio tenía doscientos cabezas de ganado paciendo por las laderas de Sagrado, y una hija moza, bordeando los veinte, morena, robusta, riente y algo necia. Su mujer, flaca y dura como un chopo, no era de buena lengua y sabía mandar. Emeterio Ruiz no se llevaba bien con aquel primo lejano, y a su viuda, por cumplir, la ayudó buscándole jornales extraordinarios. Luego, al chico, aunque lo recogió una vez huérfano, sin herencia ni oficio, no le miró a derechas. Y como él los de su casa. La primera noche que Lope durmió en casa de Emeterio, lo hizo debajo del granero. Se le dio cena y un vaso de vino. Al otro día, mientras Emeterio se metía la camisa dentro del pantalón, apenas apuntando el sol en el canto de los gallos, le llamó por el hueco de la escalera, espantando a las gallinas que dormían entre los huecos:
— ¡Lope!
Lope bajó descalzo, con los ojos pegados de legañas. Estaba poco crecido para sus trece años y tenía la cabeza grande, rapada.
— Te vas de pastor a Sagrado.
Lope buscó las botas y se las calzó. En la cocina, Francisca, la hija, había calentado patatas con pimentón. Lope las engulló de prisa, con la cuchara de aluminio goteando a cada bocado.
— Tú ya conoces el oficio. Creo que anduviste una primavera por las lomas de Santa Aurea, con las cabras del Aurelio Bernal.
— Sí, señor.
— No, irás solo. Por allí anda Roque el Mediano. Iréis juntos. — Sí, señor.
Francisca le metió una hogaza en el zurrón, un cuartillo de aluminio, sebo de cabra y cecina.
–Andando
–dijo Emeterio Ruiz Heredia. Lope le miró. Lope tenía los ojos negros y redondos, brillantes.
— ¿Qué miras? ¡Arreando!
Lope salió, zurrón al hombro. Antes, recogió el cayado, grueso y brillante por el uso, que aguardaba, como un perro, apoyado en la pared. Cuando iba ya trepando por la loma de Sagrado, lo vio don Lorenzo, el maestro. A la tarde, en la taberna, don Lorenzo lio un cigarrillo junto a Emeterio, que fue a echarse una copa de anís.
— He visto al Lope –dijo–. Subía para Sagrado. Lástima de chico. — Sí –dijo Emeterio, limpiándose los labios con el dorso de la mano–. Va de pastor. Ya sabe: hay que ganarse el currusco. La vida está mala. El "es graciao" del Pericote no le dejó ni una tapia en que apoyarse y reventar. — Lo malo –dijo don Lorenzo, rascándose la oreja con su uña larga y amarillenta –es que el chico vale. Si tuviera medios podría sacarse partido de él. Es listo. Muy listo. En la escuela…
Emeterio le cortó, con la mano frente a los ojos: — ¡Bueno, bueno! Yo no digo que no. Pero hay que ganarse el currusco. La vida está peor cada día que pasa.
Pidió otra de anís. El maestro dijo que sí, con la cabeza. Lope llegó a Sagrado, y voceando encontró a Roque el Mediano. Roque era algo retrasado y hacía unos quince años que pastoreaba para Emeterio. Tendría cerca de cincuenta años y no hablaba casi nunca. Durmieron en el mismo chozo de barro, bajo los robles, aprovechando el abrazo de las raíces. En el chozo sólo cabían echados y tenían que entrar a gatas, medio arrastrándose. Pero se estaba fresco en el verano y bastante abrigado en el invierno. El verano pasó. Luego el otoño y el invierno. Los pastores no bajaban al pueblo, excepto el día de la fiesta. Cada quince días un zagal les subía la "collera": Pan, cecina, sebo, ajos. A veces, una botella de vino. Las cumbres de Sagrado eran hermosas, de un azul profundo, terrible, ciego. El sol, alto y redondo, como una pupila impertérrita, reinaba ahí. En la neblina del amanecer, cuando aún no se oía el zumbido de las moscas ni crujido alguno, Lope solía despertar, con la techumbre de barro encima de los ojos. Se quedaba quieto un rato, sintiendo en el costado el cuerpo de Roque el Mediano, como un bulto adelántate. Luego, arrastrándose, salía para el cerradero. En el mismo cielo, cruzados como estrellas fugitivas, los gritos se perdían, inútiles y grandes. Sabía Dios hacia qué parte caerían. Como las piedras. Como los años. Un año, dos, cinco.
Cinco años más tarde, una vez, Emeterio le mandó llamar, por el zagal. Hizo reconocer a Lope por el médico, y vio que estaba sano y fuerte, crecido como un árbol.
¡Vaya roble! –dijo el médico, que era nuevo. Lope enrojeció y no supo qué contestar. Francisca se había casado y tenía tres hijos pequeños, que jugaban en el portal de la plaza. Un perro se le acercó, con la lengua colgando. Tal vez le recordaba. Entonces vio a Manuel Enríquez, el compañero de clase que siempre le iba a la zaga. Manuel vestía un traje gris y llevaba corbata. Pasó a su lado y les saludó con la mano.
Francisca comentó:
— Buena carrera, ése. Su padre lo mandó estudiar y ya va para abogado. Al llegar a la fuente volvió a encontrarlo. De pronto, quiso llamarle. Pero se le quedó el grito detenido, como una bola, en la garganta.
— ¡Eh! –dijo solamente. O algo parecido.
Manuel volió a mirarle, y lo conoció. Parecía mentira: le conoció. Sonreía. — ¡Lope! ¡Hombre, Lope…!
¿Quién podía entender lo que decía? ¡Qué acento tan extraño tienen los hombres, qué raras palabras salen por los oscuros agujeros de sus bocas! Una sangre espesa iba llenándole las venas, mientras veía a Manuel Enríquez. Manuel abrió una cajita plana, de color de plata, con los cigarrillos más blancos, más perfectos que vio en su vida. Manuel se la tendió, sonriendo. Lope avanzó su mano. Entonces se dio cuenta de que era áspera, gruesa. Como trozo de cecina. Los dedos no tenían flexibilidad, no hacían el juego. Qué rara mano la de aquel otro: una mano fina, con dedos como gusanos grandes, ágiles, blancos, flexibles. Qué mano aquella, de color de cera, con las uñas brillantes, pulidas. Qué mano extraña: ni las mujeres la tenían igual. La mano de Lope rebuscó, torpe. Al fin, cogió el cigarrillo, blanco, frágil, extraño, en sus dedos amazacotados: inútil, absurdo, en sus dedos. La sangre de Lope se le detuvo entre las cejas. Tenía una bola de sangre agolpada, quieta, fermentando entre las cejas. Aplastó el cigarrillo con los dedos y se dio media vuelta. No podía detenerse, ni ante la sorpresa de Manuelito, que seguía llamándole:
— ¡Lope! ¡Lope!
Emeterio estaba sentado en el porche, en mangas de camisa, mirando a sus nietos. Sonreía viendo a su nieto mayor, y descansando de la labor, con la bota de vino al alcance de la mano. Lope fue directo a Emeterio y vio sus ojos interrogantes y grises.
— Anda, muchacho, vuelve a Sagrado, que ya es hora… En la plaza había una piedra cuadrada, rojiza. Una de esas piedras grandes como melones que los muchachos transportan desde alguna pared derruida. Lentamente, Lope la cogió entre sus manos. Emeterio le miraba, reposado, con una leve curiosidad. Tenía la mano derecha metida entre la faja y el estómago. Ni siquiera le dio tiempo de sacarla: el golpe sordo, el salpicar de su propia sangre en el pecho, la muerte y la sorpresa, como dos hermanas, subieron hasta él, así, sin más.
Cuando se lo llevaron esposado, Lope lloraba. Y cuando las mujeres, aullando como lobas, le querían pegar e iban tras él, con los mantos alzados sobre las cabezas, en señal de duelo, de indignación "Dios mío, él, que le había recogido. Dios mío, él, que le hizo hombre. Dios mío, se habría muerto de hambre si él no le recoge…" Lope sólo lloraba y decía:
— Sí, sí, sí…
Pregunta: cuál es la enseñanza?
La lengua de ángeles
Élder Jeffrey R. Holland Del Quórum de los Doce Apóstoles
Nuestras palabras, así como nuestras acciones, deben estar llenas de fe y esperanza y caridad.
El profeta José Smith profundizó nuestro entendimiento del poder de las palabras cuando enseñó: "Todo ser actúa por medio de palabras… cuando obra mediante la fe. Dios dijo: "Sea la luz; y fue la luz". Josué habló, y las grandes luces que Dios había creado se detuvieron. Elías dio una orden, y los cielos permanecieron quietos por el espacio de tres años y seis meses, de modo que no llovió… Todo eso se hizo por medio de la fe… Por tanto, la fe actúa mediante las palabras; y con [las palabras] se han llevado a cabo y se llevarán a cabo sus obras más poderosas". Como todos los dones "que [vienen] de arriba", las palabras son "[sagradas], y [deben] expresarse con cuidado y por constreñimiento del Espíritu"2.
A causa de esta comprensión del poder y de la santidad de las palabras deseo hacer una advertencia, si fuese necesaria, en cuanto a la forma en que nos hablamos los unos a los otros y la forma en que nos expresamos sobre nosotros mismos.
Una línea de los textos apócrifos expresa la gravedad de ese asunto mejor que yo; dice así: "Las heridas causadas por azotes quedan en la piel; las heridas causadas por la lengua rompen los huesos"3. Con esa desagradable imagen en la mente, me impresionó en forma particular leer en el libro de Santiago que había una manera mediante la que podía ser "varón perfecto".
Santiago dijo: "Porque todos ofendemos muchas veces. [Pero] si alguno no ofende en palabra, éste es varón perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo".
Siguiendo con la imagen del freno, escribe: "He aquí nosotros ponemos freno en la boca de los caballos para que nos obedezcan, y dirigimos así todo su cuerpo.
"Mirad también las naves; aunque tan grandes, y llevadas de impetuosos vientos, son gobernadas con un muy pequeño timón…"
Entonces Santiago señala: "…la lengua es [también] un miembro pequeño… [Pero] he aquí, ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego!
"…la lengua es un fuego… entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo… y… es inflamada por el infierno.
"Porque toda naturaleza de bestias, y de aves, y de serpientes, y de seres del mar… ha sido domada por la naturaleza humana;
"pero ningún hombre puede domar la lengua, que es un mal que no puede ser refrenado, llena de veneno mortal.
"Con ella bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que están hechos a la semejanza de Dios.
"De una misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así"4.
Y bien, ¡ésas son palabras sumamente francas! Obviamente, Santiago no quiere decir que nuestras lenguas sean siempre inicuas, ni que todo lo que digamos esté "[lleno] de veneno mortal", pero claramente quiere decir que por lo menos algunas de las cosas que decimos pueden ser destructivas, e incluso venenosas, ¡y ésa es una acusación escalofriante para un Santo de los Últimos Días! La voz que expresa un testimonio sincero, que pronuncia fervientes oraciones y que canta los himnos de Sión, puede ser la misma voz que vitupera y critica, que avergüenza y denigra, que ocasiona dolor y destruye el espíritu de uno mismo y con ello, el de los demás. "De una misma boca proceden bendición y maldición", se lamenta Santiago; "Hermanos [y hermanas] míos", dice, "esto no debe ser así".
¿Es esto algo en lo que todos podríamos mejorar aunque sea un poco? ¿Es éste un aspecto en el que todos podríamos esforzarnos por asemejarnos más a un varón o una mujer "perfectos"?
Esposos, a ustedes se les ha confiado el don más sagrado que Dios pudiera darles: una esposa, una hija de Dios, la madre de sus hijos, que se ha entregado voluntariamente a ustedes por amor y como alegre compañía. Piensen en las cosas amables que dijeron al cortejarla; piensen en las bendiciones que han dado al colocar tiernamente las manos sobre la cabeza de ella, piensen en ustedes mismos y en ella como el dios y la diosa que inherentemente son, y después mediten en otros momentos caracterizados por palabras frías, mordaces y desenfrenadas. Considerando el daño que se puede causar con nuestra lengua, con razón el Salvador dijo: "No lo que entra en la boca contamina al hombre; mas lo que sale de la boca, esto contamina al hombre"5. El marido que nunca soñaría en golpear a su esposa físicamente, puede quebrarle con la brutalidad de palabras desconsideradas o crueles, no los huesos, pero ciertamente el corazón y el espíritu. En La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días se condena el maltrato físico de manera uniforme e inequívoca. Si es posible condenar más que eso, nos oponemos de manera aún más enérgica contra todas las formas de abuso sexual. Hoy hablo contra el abuso verbal y emocional de cualquier persona hacia otra, pero en especial, el de los esposos hacia las esposas. Hermanos, esto no debe ser así.
En ese mismo espíritu nos dirigimos también a las hermanas, ya que el pecado del abuso verbal no conoce las barreras del género. Esposas, ¿han considerado la lengua desenfrenada de sus bocas, o el poder que sus palabras tienen para bien o para mal? ¿Cómo es posible que una voz tan hermosa, que por naturaleza divina es tan angelical, tan cerca del velo, tan instintivamente tierna e inherentemente amable, pueda de pronto volverse tan estridente, tan cortante, tan agria y agresiva? Las palabras de la mujer pueden ser más punzantes que cualquier puñal que se haya creado, y pueden ocasionar que las personas a las que ustedes aman se retraigan tras una barrera más distante de lo que se imaginaron al empezar la conversación. Hermanas, en el espléndido espíritu que poseen no hay lugar para expresiones mordaces o ásperas de ninguna clase, ni siquiera los chismes, las murmuraciones o los comentarios venenosos. Que nunca se diga de nuestro hogar, de nuestro barrio o de nuestro vecindario que "la lengua es un fuego, un mundo de iniquidad… [que quema] entre nuestros miembros".
Quisiera aplicar ese consejo a toda la familia. Debemos tener sumo cuidado al hablarle a un niño; lo que digamos o no digamos, el modo y el momento en el que lo digamos, es de suma importancia en cómo afectará el concepto que un niño se forme de sí mismo; pero es aún más importante al moldear la fe que ese niño tenga en nosotros, así como su fe en Dios. Siempre sean constructivos en los comentarios que les hagan a los niños; nunca les digan, ni siquiera como broma, que son gordos, tontos, perezosos o pocos atractivos. Ustedes nunca lo harían con el intento de causarles daño, pero ellos lo recordarán y tal vez luchen por años para tratar de olvidar y de perdonar. Traten de no comparar a los niños, aunque piensen que tienen habilidad para hacerlo. Tal vez digan de la manera más positiva que "Susana es bonita y Sandra es muy inteligente", pero todo lo que Susana recordará es que ella no es inteligente; y Sandra, que ella no es bonita. Elogien a cada hijo individualmente por lo que es, y ayúdenlo a escapar de la obsesión que tiene nuestra cultura de comparar, de competir y de nunca sentir que son lo "suficientemente" buenos.
En ese respecto, supongo que sobra decir que el hablar de manera negativa muchas veces resulta del pensar negativamente, incluso de nosotros mismos. Vemos nuestras propias faltas; hablamos, o por lo menos pensamos, en tono de crítica de nosotros mismos, y al poco tiempo, es así como vemos a todos y a todo; somos incapaces de ver las cosas buenas de la vida, como la luz del sol, las rosas o la promesa de esperanza o de felicidad. Al poco tiempo, tanto nosotros, como los que nos rodean, somos desdichados.
Me gusta lo que el Orson F. Whitney dijo en una ocasión: "El espíritu del Evangelio es optimista; confía en Dios y ve el lado positivo de las cosas. El espíritu contrario o pesimista arrastra a los hombres y los aleja de Dios, ve el lado oscuro, murmura, se queja y es lento para obedecer"6. Debemos honrar la declaración del Salvador de "[tener] ánimo"7. (¡De hecho, me da la impresión de que tal vez seamos más culpables de quebrantar ese mandamiento que casi cualquier otro!) Hablen con esperanza; hablen de un modo alentador, incluso acerca de ustedes mismos. Traten de no quejarse ni de gemir incesantemente. Como alguien dijo: "Incluso en la era de oro de la civilización, indudablemente alguien se quejó de que todo se veía muy amarillo".
A veces he pensado que el haber estado atado con cuerdas y el haber sido golpeado con varas debe de haber sido más tolerable para Nefi que oír las constantes murmuraciones de Lamán y Lemuel8. De seguro ha de haber dicho, por lo menos una vez: "Péguenme una vez más; todavía los oigo". Sí, la vida tiene sus dificultades y, sí, hay que enfrentarse a cosas negativas, pero por favor acepten una de las máximas del élder Holland: Toda desgracia, por más terrible que sea, empeora con nuestras quejas.
Pablo lo expresó con franqueza, pero con mucha esperanza, al decirnos a todos: "Ninguna palabra corrompida salga de vuestra boca, sino [sólo] la que sea buena para la necesaria edificación, a fin de dar gracia a los oyentes.
"Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios…
"Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia…
"Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo"9.
En su profundamente conmovedor testimonio final, Nefi nos exhorta a "[seguir] al Hijo [de Dios] con íntegro propósito de corazón", prometiendo que "después de… [haber] recibido el bautismo de fuego y del Espíritu Santo… [podréis] hablar con una nueva lengua, sí, con la lengua de ángeles… ¿Y cómo podríais hablar con lengua de ángeles sino por el Espíritu Santo? Los ángeles hablan por el poder del Espíritu Santo; por lo que declaran las palabras de Cristo…"10. Verdaderamente Cristo fue y es "el Verbo", según Juan el Amado11, lleno de gracia y de verdad, lleno de misericordia y de compasión.
Por tanto, hermanos y hermanas, en esta larga y eterna empresa de ser más como nuestro Salvador, ruego que tratemos de ser ahora hombres y mujeres "perfectos" por lo menos de esta manera: al no ofender en palabra, o dicho de manera más positiva, al hablar con una nueva lengua, la lengua de ángeles. Nuestras palabras, así como nuestras acciones, deben estar llenas de fe y esperanza y caridad, los tres grandes principios cristianos que el mundo necesita tan desesperadamente hoy día. Con palabras como esas, pronunciadas bajo la influencia del Espíritu, se pueden secar lágrimas, sanar corazones; se pueden edificar vidas, restituir la esperanza y hacer prevalecer la confianza. Ruego que mis palabras, incluso en cuanto a este difícil tema, les den ánimo y no desaliento; que oigan en mi voz que les amo, porque así es; y lo que es más importante, por favor, sepan que su Padre Celestial les ama, así como Su Hijo Unigénito. Cuando Ellos les hablen, y lo harán, no será en el viento, ni en el terremoto, ni en el fuego, sino que será con un silbo apacible y delicado, una voz tierna y bondadosa12; será con la lengua de ángeles. Que nos regocijemos en la idea de que cuando decimos cosas edificantes y alentadoras al menor de éstos, nuestros hermanos y hermanas y a los pequeños, se las decimos a Dios13. En el nombre de Jesucristo. Amén.
Anexo: La lectura
Lectura, actividad caracterizada por la traducción de símbolos o letras en palabras y frases dotadas de significado. Una vez descifrado el símbolo se pasa a reproducirlo, así pues, la primera fase del aprendizaje de la lectura está ligado a la escritura. El objetivo último de la lectura es hacer posible la comprensión de los materiales escritos, evaluarlos y usarlos para nuestras necesidades.
Para leer hay que seguir una secuencia de caracteres colocados en un orden particular. Por ejemplo, la lectura en español fluye de izquierda a derecha; en hebreo, de derecha a izquierda; y en chino, de arriba abajo. El lector debe conocer el modelo y usarlo de forma apropiada. Por regla general, el lector ve los símbolos en una página, transmitiendo esa imagen desde el ojo a determinadas áreas del cerebro capaces de procesarla e interpretarla. La lectura se puede realizar también mediante el tacto, como ocurre en el sistema Braille, un método de impresión diseñado para personas ciegas que se sirve de un punzón para escribir.
Leer tiene que ver con actividades tan variadas como la dificultad de un niño pequeño con una frase sencilla en un libro de cuentos, un cocinero que sigue las normas de un libro de cocina, o un estudiante que se esfuerza en comprender los significados de un poema. Leer permite acceder a la sabiduría acumulada por la civilización. Los lectores maduros aportan al texto sus experiencias, habilidades e intereses; el texto, a su vez, les permite aumentar las experiencias y conocimientos, y encontrar nuevos intereses. Para alcanzar madurez en la lectura, una persona pasa por una serie de etapas, desde el aprendizaje inicial hasta la habilidad de la lectura adulta.
PREPARACION A LA LECTURA
Una mujer lee un libro ilustrado con su hija. Comenzar a leer cuando el niño es aún pequeño, ayuda a cultivar el gusto por la lectura y desarrolla la capacidad de atención y concentración. La importancia de leer ha generado en muchas escuelas infantiles programas destinados a estimular a los padres para que lean con sus hijos.
La primera etapa, la preparación, tiene que ver con las habilidades que los niños alcanzan normalmente antes de que puedan sacar provecho de la instrucción formal para la lectura. Los niños adquieren conocimiento del lenguaje y del nombre de las letras, aprenden que las palabras están compuestas de sonidos separados y que las letras pueden representar estos sonidos. Los padres pueden ayudar en el proceso leyendo a los niños, acercándoles así al lenguaje formal de los libros, resaltando palabras y letras, y haciéndoles ver que esas palabras en un libro pueden narrar una historia o proporcionar información. Otras habilidades de preparación se adquieren por medio de juegos de palabras y de ritmos fonéticos. Hacer juegos de lenguaje aparentemente ayuda a centrar la atención de los pequeños en los sonidos de las palabras, así como en sus significados.
Los niños también aprenden otros aspectos del lenguaje escrito. A edades tempranas pueden distinguir su escritura de la de otras lenguas, reconocer el estilo comercial, realizar 'pseudolectura' con libros familiares y otros juegos. Se ha sugerido que estas primeras conductas de lectura contribuyen al posterior éxito lector.
EL COMIENZO DE LA LECTURAS
Los niños comienzan a leer los textos que equivalen a las palabras pronunciadas que ya conocen. Algunas escuelas y libros de lectura enseñan a reconocer palabras completas y acentúan el significado del texto. Otros refuerzan primero el estudio de la fonética —el conocimiento de los sonidos representados por las letras individuales— y el desarrollo de las facultades de reconocimiento de cada palabra. Casi todos los programas normales combinan ambas técnicas: intentan enseñar al futuro lector a reconocer palabras y a que aprendan la fonética. Desde la primera mitad del siglo XX, la investigación ha mostrado que la temprana instrucción fonética, practicada de forma sistemática, produce un cierto éxito en la lectura al menos en los primeros años de la educación.
Con la práctica, la mayor parte de los niños leen con creciente fluidez y comprensión. Los diferentes niveles de lectura en una clase pueden conducir al agrupamiento de los lectores o a una atención individualizada que adapte la instrucción a las habilidades de cada lector.
EL DESARROLLO DE LAS HABILIDADES LECTORAS
En la siguiente etapa del desarrollo lector, el énfasis se pone desde la lectura de historias de contenido conocido hasta la lectura de materiales más difíciles que enseñan al chico nuevas ideas y opiniones. En esta etapa la lectura silenciosa para comprender y las habilidades de estudio se fortalecen. Este paso del aprendizaje es especialmente importante porque el estudiante debe ahora comenzar a usar las habilidades lectoras para aprender hechos y conceptos en los estudios sociales, científicos y otros temas. Efectuar este salto cualitativo es difícil para algunos estudiantes, y sus niveles lectores pueden aumentar a un ritmo más lento de lo habitual en las clases de primaria.
Algunos educadores conciben la comprensión lectora como una serie de subdestrezas, como comprender los significados de la palabra en el contexto en que se encuentra, encontrar la idea principal, hacer inferencias sobre la información implicada pero no expresada, y distinguir entre hecho y opinión. La investigación indica que la lectura se puede dividir en muchas subdestrezas diferentes, unas 350, que deben dominarse.
En los años de educación secundaria y superior, los materiales de lectura llegan a ser más abstractos y contienen un vocabulario más amplio y técnico. En esta etapa el estudiante no sólo debe adquirir nueva información, sino también analizar críticamente el texto y lograr un nivel óptimo de lectura teniendo en cuenta la dificultad de los materiales y el propósito de la lectura.
Para los estudiantes mayores estudiar palabras es una forma de aumentar la capacidad lectora. Esto requiere el uso de diccionarios, estudiar las partes de las palabras y aprender a encontrar el significado de una palabra en referencia al contexto. Los estudiantes pueden también aumentar su vocabulario prestando atención especial a las nuevas palabras que puedan hallar.
Como la madurez lectora puede tener diferentes niveles indicados por materiales y objetivos diferentes, es útil la práctica de hojear un texto para captar el significado general y analizarlo para obtener una información específica.
El desarrollo de las estrategias de estudio eficiente es importante en el aprendizaje de las diversas clases de materias. Una técnica útil de estudio es subrayar, dado que ayuda a incrementar la comprensión de los principales puntos y detalles de un texto.
IMPORTANCIA DE LA HABILIDAD LECTORA
Además de su valor intrínseco, la habilidad para leer tiene consecuencias económicas. Los adultos que mejor leen son capaces de alcanzar más altos niveles y es probable que consigan puestos de trabajo mejor remunerados. El aumento de la tecnificación de la sociedad ha incrementado las exigencias de alfabetización adecuada, presión que ha llegado al ámbito escolar de forma directa. Un nivel más alto de alfabetización se necesita tanto en los negocios o en la industria como en la vida diaria, por ejemplo, para comprender diversos formularios o para entender las noticias de los periódicos. Se han llevado a cabo algunos esfuerzos para simplificar los formularios y los manuales, pero la carencia de suficiente capacidad lectora definitivamente impide que una persona pueda desenvolverse en la moderna sociedad occidental.
Los programas de alfabetización de adultos se pueden diferenciar según los niveles que desarrollan. Los programas de alfabetización prefuncional animan el desarrollo de la descodificación y reconocimiento de palabras, semejante a los objetivos de las escuelas primarias, aunque usan materiales más apropiados para la edad adulta. Los programas que tratan el desarrollo de la alfabetización funcional llevan el nivel al uso de la lectura para adquirir nueva información y realizar tareas relacionadas con el empleo. Los programas de alfabetización avanzada subrayan el desarrollo de las habilidades de más alto nivel.
La gran importancia de la habilidad lectora se hace patente en el desarrollo de los programas de alfabetización en algunos países en vías de desarrollo como, por ejemplo, Cuba, cuyos programas envían jóvenes estudiantes a las zonas rurales para ejercer como profesores de personas analfabetas.
Bibliografía
CHICOS WEB SOCIEDADES BIBLICAS UNIDAS
POR
BILLY GRAHAM
Autor:
Gabriel Alfonso Cañón Vega
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