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Pentecostes (página 5)


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TESTIMONIO VERDADERO Hch 28,16-20. 30-31; Jn 21,20-25 La función de testimoniar a Jesús resucitado era una de las acciones que daban sentido a hombres tan dispares como Juan, el pescador de Galilea, convertido en dirigente renombrado de numerosas comunidades cristianas, que lo reconocían como "el discípulo amado" y a Pablo, "intelectual judío versado en las Escrituras". Los firmantes del cuarto Evangelio, aquilatan el testimonio de Juan y acreditan la confiabilidad del mensaje de vida. Por su parte, en el cierre de los Hechos de los Apóstoles, san Lucas nos reporta la comparecencia de Pablo en la sinagoga romana. Su llegada a la capital del imperio fue discreta. No pretendía llamar la atención para no contravenir las órdenes que le impusieron los jueces. Sin embargo, aún desde la prisión domiciliaria, testimoniaba el reinado de Dios ante las personas de buena voluntad que buscaban salvarse.

Al llegar al monte de Dios, el Horeb, el profeta Elías entró en una cueva y permaneció allí. El Señor le dijo: "Sal de la cueva y quédate en el monte para ver al Señor, porque el Señor va a pasar".

Así lo hizo Elías, y al acercarse el Señor, vino primero un viento huracanado, que partía las montañas y resquebrajaba las rocas; pero el Señor no estaba en el viento. Se produjo después un terremoto; pero el Señor no estaba en el terremoto. Luego vino un fuego; pero el Señor no estaba en el fuego. Después del fuego se escuchó el murmullo de una brisa suave.

Al oírlo, salió de la cueva. Entonces oyó una voz que le dijo: "¿Qué haces aquí, Elías?" Él respondió: "Me consume el celo por tu honra, Señor, Dios de los ejércitos, porque los israelitas han abandonado tu alianza, han derribado tus altares y asesinado a tus profetas; sólo quedo yo y me andan buscando para matarme".

El Señor le dijo: "Desanda tu camino hacia el desierto de Damasco. Ve y unge a Jazael como rey de Siria; a Jehú, hijo de Nimsí, como rey de Israel; y a Eliseo, hijo de Safat, úngelo como profeta, sucesor tuyo".

La narración del ciclo de Elías expone su profunda crisis interna; el profeta está tan decepcionado de la rebeldía de su pueblo y de la persecución desatada en contra suya, después de la ejecución de los profetas de Baal, que desprecia su vida. Elías ha provocado al poder absoluto de Ajab y Jezabel y pretenden exterminarlo. Elías vive su "noche oscura" y a su vez, recibe un momento de consuelo al advertir la presencia del Señor en la suave brisa. Israel se ha convertido en adúltero al abandonar al Señor. En la exhortación del Evangelio de san Mateo, Jesús advierte acerca de las causas profundas que generan la infidelidad entre los esposos. Quien autoafirma en demasía sus deseos egoístas, lesiona la dignidad de los demás, es decir, de todos los miembros de ambos núcleos matrimoniales.

Escúchame, Señor, que te llamo; ten piedad, respóndeme. Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro.

Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida Un buen comienzo para la oración de mañana (con estos inicios de estrofa del salmo Sal 26,7-8a.8b-9abc.13-14). Tres verbos (escuchar, buscar, esperar). Son como tres tiempos (actitudes) en la oración activa (en lo que depende de nosotros).

La primera lectura nos presenta un poco de la vida del profeta Elías. Dice al Señor «Me consume el celo por el Señor, Dios de los ejércitos, porque los israelitas han abandonado tu alianza, han derruido tus altares y asesinado a tus profetas; sólo quedo yo, y me buscan para matarme.» Buscar al Señor en la soledad de la montaña como Elías y esperar a que pase:

«se oyó una brisa tenue; al sentirla, Elías se tapó el rostro con el manto, salió afuera y se puso en pie a la entrada de la cueva».

Y Elías recibe la palabra del Señor: «Desanda tu camino hacia el desierto de Damasco y, cuando llegues, unge rey de Siria a Jazael, rey de Israel a Jehú, hijo de Nimsí, y profeta sucesor tuyo a Eliseo, hijo de Safat, de Prado Bailén.». Es consolador saber que permanecer en la oración va a tener, como uno de sus frutos, la visita del Señor y una palabra suya para orientarnos en nuestro caminar.

Enlazando esta lectura con el Evangelio podemos pensar que quizás no nos persigan para matarnos (o sí). Quien sí nos persigue son nuestras pasiones y tendencias larvadas. En este evangelio dice que "el ojo, la mano" nos pueden hacer caer. Pero también puede ser la envidia, el afán de medrar, no complicarse la vida, la falta de fe, interés desmedido por "estar en el candelero", culto al cuerpo y tantas cosas que sabemos de nuestro corazoncito.

"Más te vale perder un miembro que ser echado al abismo". Palabra tremenda de Jesús. La verdad es que necesitamos "gracia" para decidirnos a "lanzar de sí toda afección desordenada". Pero, a la luz de la Eternidad (de gloria o condena – que ser echado al abismo-), uno toma fuerzas, al menos para recomenzar siempre de nuevo.

UNA DECISIÓN RADICAL 1 R 19,19-21; Mt 5, 33-37

Elías invitó a Eliseo a desandar el camino que recorrían todos los campesinos, siguiendo la yunta de bueyes en el campo y cultivando la tierra, para que se convirtiera en miembro y posteriormente en animador de su comunidad profética. Eliseo se entusiasmó tanto con la propuesta, que se despidió de su familia y para sellar la radicalidad de su opción, ofreció a Dios los bueyes en sacrificio. Con ese gesto apostaba su vida al servicio de la renovación de Israel que promovía Elías. En el primer Evangelio, el Señor Jesús alecciona a sus discípulos para que vivan relaciones honestas y transparentes. Los juramentos son innecesarios pues basta con afirmar o negar aquello que se requiera. La transparencia en la comunicación produce confianza y favorece relaciones sanas y perdurables. El uso respetuoso del lenguaje es una forma de respeto hacia las personas.

Digan simplemente sí, cuando es sí; y no, cuando es no. Lo que se diga de más, viene del maligno".

Ofrecemos nuestras vidas al Corazón de Cristo, por medio del Corazón Inmaculado de Santa María, nuestra Reina y Madre, todos nuestros trabajos, alegrías y sufrimientos. Y lo hacemos uniéndonos por todas las intenciones por las que se inmola continuamente sobre los altares.

Después de ofrecer nuestras vidas al Señor, para comenzar nuestra oración podemos leer o recordar el salmo del día de hoy. Lo primero para pedirle la protección, con la confianza de saber que nuestras vidas están en sus manos. Bendecir también al Señor, alabarle siempre, cuando es de día o cuando es de noche. Un corazón religioso siempre, en toda su vida y en sus acontecimientos, sabe que todo le viene de Dios y, por eso, le bendice. Y tercero, la alegría que brota de un corazón que, con confianza y con fe, reconoce que Dios es nuestro Padre. La respuesta a la pregunta que todo hombre se plantea de hacia dónde vamos, cuál es nuestro fin, queda resuelta al final de este salmo: no nos entregarás a la muerte. No conoceremos la corrupción. Dios nos ha creado para una vida gozosa.

La lectura del Evangelio es sencilla y moralizante. Aquí Cristo no responde a una pregunta si no que les da una instrucción: "no juréis en absoluto". Es llamativo este mandamiento del Señor y, a la vez, indicativo de la gravedad del asunto. Cuando uno jura quiere afianzarse en sus afirmaciones o hechos, se hace infalible a costa de interponer a sus intereses bienes que no le corresponden. El juramento es la arrogancia del que se apropia de bienes de la tierra o del cielo, incluso del mismo Dios, para hacerse valer en sus actos o intenciones. Aquí está la falta, en el querer justificar nuestras acciones con lo que no nos corresponde. La falta de sencillez.

Hay que tener el conocimiento de que todo viene de Dios y que las cosas no se pueden cambiar a consta de nuestro encabezonamiento u obstinación. Como dice Jesús, no podemos ni volver blanco o negro un solo pelo. Ser sinceros, "sí o no" Podemos cerrar nuestra oración con la petición de un corazón sincero, sin dobleces, sin apoyarnos en juramentos sobre terceras cosas que no nos corresponden. La sinceridad hace a las personas auténticas y de confianza, les da pureza en el corazón pues las hace humildes al reconocer sus limitaciones.

Nos acordamos de María que dijo un simple sí. No le hizo falta apoyarse en más cosas para responder al Señor y darle su sí. Le pedimos que nos alcance la gracia de la sinceridad del corazón para ser capaces de decir sí a la gracia y no al pecado.

MARTES 1 DE JULIO LA ELECCIÓN DE ISRAEL Am 3, 1-9, 4, 11-12; Mt 8, 23-27 El profeta Amós comunica a Israel el llamado a la rendición de cuentas que Dios le dirige. La elección no es un privilegio gratuito, sino una responsabilidad exigente. Para recordar las exigencias de dicho llamado, Dios envía a los profetas, para que sean la conciencia crítica e incómoda que saque al pueblo de su mediocridad.

Cuando el pueblo se confunde, los profetas lo ayudan a releer lúcidamente los acontecimientos históricos relevantes; los profetas invitan a la prudencia en nombre de Dios. El relato de la tempestad calmada genera una lección: Jesús está siempre al cuidado de sus discípulos. Las fuerzas de la naturaleza no están desbocadas; la palabra poderosa del Señor Jesús aquieta al viento y restituye el orden en la naturaleza. El discípulo tiene que aprender a confiar en Jesús y a la vez, deberá ocuparse también del cuidado del medio ambiente.

Jesús parece que duerme en el barco, porque ellos no veían ningún poder divino que los salvara de la persecución. Mateo recoge diversos episodios de la vida de Jesús para ayudar las comunidades a descubrir, en medio de la aparente ausencia, la acogedora y poderosa presencia de Jesús vencedor, que domina el mar (Mt 8,23-27), que vence y expulsa el poder del mal (Mt 9,28-34) y que tiene poder de perdonar los pecados (Mt 9,1-8). Con otras palabras, Mateo quiere comunicar la esperanza y sugerir que las comunidades no deben temer nada. Este es el motivo del relato de la tormenta calmada, el día fue pesado por el mucho trabajo. Una vez terminado el discurso de las parábolas (Mc 4,3-34), los discípulos llevan a Jesús al barco y, de tan cansado que está, Jesús se duerme encima de una travesera (Mc 4,38). El texto de Mateo es mucho más breve. Solamente dice que Jesús entra en el barco, y los discípulos lo acompañan. Jesús es el Maestro, los discípulos siguen al maestro.

El lago da Galilea está cerca de altas montañas. A veces, por los resquicios de las rocas, el viento sopla fuerte sobre el lago produciendo repentinas tormentas.

Viento fuerte, mar agitado, barco lleno de agua. Los discípulos eran pescadores experimentados. Si ellos piensan que están a punto de hundirse, quiere decir que la situación es peligrosa. Pero Jesús no parece darse cuenta, y sigue durmiendo. Ellos gritan: "Señor, ¡sálvanos! Que estamos pereciendo". En Mateo, el sueño profundo de Jesús no es sólo señal de cansancio, es también expresión de confianza tranquila de Jesús en Dios. ¡El contraste entre la actitud de Jesús y de los discípulos es grande!

Jesús se despierta, no por las olas, sino por el grito desesperado de los discípulos. Se dirige a ellos y dice: "¿Por qué tenéis miedo? ¡Hombres de poca fe!" Luego, él se levanta, amenaza los vientos y el mar, y todo queda en calma. La impresión que se tiene es que no era necesario aplacar el mar, pues no había ningún peligro. Es como cuando uno llega a casa de un amigo, y el perro, al lado del dueño de la casa, empieza a ladrar al visitante. Pero no es necesario tener miedo, porque el dueño está presente y controla la situación. El episodio de la tormenta calmada evoca el éxodo, cuando la multitud, sin miedo, atravesó las aguas del mar (Ex 14,22). Jesús rehace el éxodo. Evoca al profeta Isaías, que decía al pueblo: "Cuando atravieses las aguas, ¡yo estaré contigo!" (Is 43,2). Por fin, el episodio de la tormenta calmada evoca la profecía anunciada en el Salmo 107:Los que viajaron en barco por el mar, para traficar por las aguas inmensas, contemplaron las obras del Señor, sus maravillas en el océano profundo. Con su palabra desató un vendaval, que encrespaba las olas del océano: ellos subían hasta el cielo, bajaban al abismo, se sentían desfallecer por el mareo, se tambaleaban dando tumbos como ebrios, y su pericia no les valía de nada.

Pero en la angustia invocaron al Señor, y él los libró de sus tribulaciones: cambió el huracán en una brisa suave y se aplacaron las olas del mar; entonces se alegraron de aquella calma, y el Señor los condujo al puerto deseado.

Jesús preguntó: "¿Por qué tienen miedo?" Los discípulos no saben qué responder. Admirados, se preguntan: "¿Quién es éste, a quien hasta los vientos y el mar obedecen?" A pesar de haber vivido tanto tiempo con Jesús, no saben todavía quién es. ¡Jesús sigue siendo un extraño para ellos! ¿Quién es éste?

Esta debe ser la pregunta que nos lleva a continuar la lectura del Evangelio, todos los días, con el deseo de conocer más y más el significado y el alcance de la persona de Jesús para nuestra vida. De esta pregunta nace la Cristología. No nació de altas consideraciones teológicas, sino del deseo que los primeros cristianos tenían de encontrar siempre nuevos nombres y títulos para expresar lo que Jesús significaba para ellos. Son decenas y decenas los nombres, los títulos y los atributos, desde carpintero hasta hijo de Dios, que Jesús recibe: Mesías, Cristo, Señor, Hijo amado, Santo de Dios, Nazareno, Hijo del Hombre, Esposo, Hijo de Dios, Hijo del Dios altísimo, Hijo de María, carpintero, Profeta, Maestro, Hijo de David, Rabuni, Bendito el que viene en el nombre del Señor, Hijo, Pastor, Pan de vida, Resurrección, Luz del mundo, Camino, Verdad, Vida, Rey de los judíos, Rey de Israel, etc., etc. Cada nombre, cada imagen es un intento para expresar lo que Jesús significaba para ellos. Pero un nombre, por muy bonito que sea, nunca llega a revelar el misterio de una persona, mucho menos de la persona de Jesús. Jesús no cabe en ninguno de estos nombres, en ningún esquema, en ningún título. El es mayor que todo, supera todo. No puede ser enmarcado. El amor capta, la cabeza ¡no! Es a partir de la experiencia viva del amor, que los nombres, los títulos y las imágenes reciben su pleno sentido. Al final, ¿quién es Jesús para mí, para nosotros?

¿Cuál era el mar agitado en el tiempo de Jesús? ¿Cuál era el mar agitado en la época en que Mateo escribió su evangelio? ¿Cuál es hoy el mar agitado para nosotros? Alguna vez, ¿las aguas agitadas de la vida han amenazado con ahogarte? ¿Qué te salvó? ¿Quién es Jesús para mí? ¿Cuál es el nombre de Jesús que mejor expresa mi fe y mi amor? Del libro del profeta Amós 2 de julio 2014 Am 3, 1-9, 4, 11-12; Mt 8, 23-27 Escuchen estas palabras que el Señor les dirige a ustedes, hijos de Israel, y a todo el pueblo que hizo salir de Egipto:

"Sólo a ustedes los elegí entre todos los pueblos de la tierra, por eso los castigaré con mayor rigor por todos sus crímenes.

¿Acaso podrán caminar dos juntos, si no están de acuerdo? ¿Acaso no ruge el león en la selva, cuando tiene ya su presa? ¿Lanza su rugido el cachorro de león desde su cueva, si no ha cazado nada? ¿Cae el pájaro al suelo, sin que se le haya tendido una trampa? ¿Se levanta del suelo la trampa, sin que haya atrapado algo?

¿Se toca la trompeta en la ciudad, sin que se alarme la gente? ¿Hay alguna desgracia en la ciudad, sin que el Señor la mande? Ciertamente el Señor no hace nada sin revelar antes su designio a sus profetas. Pues bien, ya ha rugido el león, ¿quién no tendrá miedo? El Señor Dios ha hablado, ¿quién no profetizará?

Los he destruido a ustedes como a Sodoma y a Gomorra; han quedado como un tizón sacado del incendio y no se han vuelto a mí, dice el Señor. Por eso te voy a tratar así, Israel, y porque así te voy a tratar, prepárate, Israel, a comparecer ante tu Dios". Palabra de Dios. Te alabamos, Señor. Jesucristo, muchas veces no comprendo muchas cosas que me suceden ni sé explicar los problemas que surgen en mi vida diaria. Tú eres Dios, y duermes en la barca de mi alma si yo te soy fiel; por eso necesito tu ayuda, para confiar en ti, aunque duermas y parezca que "no te enteras de mi vida". Dame ese poco de fe que le faltó a los apóstoles, pues aun dormido, Tú eres el Dueño del universo. Oh, Jesús, calma la tempestad de mis tentaciones y de mis dificultades y, entonces, yo podré ver de una manera diferente tu voluntad.

Dulce Jesús, aunque muchas veces no comprendo las circunstancias que vivo, yo me acojo a ti para ver en todas ellas tu mano amorosa y protectora. Que sepa decir, desde hoy, hágase como quieras, pues la misma tormenta obedece a tu amor.

Meditación del Papa Francisco La situación que se da sobre el barco es el miedo. Cuando hay una gran agitación en el mar, el barco se cubría por las olas. "¡Sálvanos, Señor, que estamos perdidos!", dicen. ¡El miedo! Incluso aquella es una tentación del diablo: tener miedo de avanzar en el camino del Señor.

Hay una tentación que dice que es mejor quedarse aquí, donde estoy seguro.

Pero esto es el Egipto de la esclavitud. Tengo miedo de seguir adelante, tengo miedo de ir hacia donde me llevará el Señor. El temor, sin embargo, no es un buen consejero. Jesús muchas veces, ha dicho: ¡No tengan miedo! El miedo no nos ayuda.

Cuando Jesús trae la calma al agitado mar, los discípulos en la barca se llenaron de temor. Siempre, ante el pecado, delante de la nostalgia, ante el temor, debemos volver al Señor. Mirar al Señor, contemplar al Señor. Esto nos da estupor por un nuevo encuentro con el Señor. "Señor, tengo esta tentación: quiero quedarme en esta situación de pecado; Señor, tengo la curiosidad de saber cómo son estas cosas; Señor, tengo miedo". Y ellos vieron al Señor: "¡Sálvanos, Señor, estamos perdidos!' Y llegó la sorpresa del nuevo encuentro con Jesús. No somos ingenuos ni cristianos tibios, somos valientes, valerosos. Somos débiles, pero hay que ser valientes en nuestra debilidad. Y nuestro valor muchas veces debe expresarse en una fuga y no mirar hacia atrás, para no caer en la mala nostalgia CAMBIO DE PARADIGMA Am 5. 14-15. 21-24; Mt 8, 26-34 Mateo 8, 28-34. El profeta Amós exhorta a Israel en un momento de crisis a hacer una revisión radical de sus criterios éticos. Ellos valoran como acción buena la esclavitud y el encarecimiento de los precios; para el profeta eso es simple y sencillamente el mal. Es imprescindible replantearse las cosas. Quien proceda conforme a la rectitud y la justicia vivirá en paz y serán gratas a Dios sus ofrendas. De otra manera, serán inútiles y obsoletas. Los habitantes de Gadara no tuvieron amplitud de miras para apreciar la doble dimensión del evento de la piara y los endemoniados. El bien propio y no el bienestar general era su única preocupación. Desde esa perspectiva juzgaron que Jesús era una presencia indeseable que convenía mantener a buena distancia de la región y por eso lo expulsaron.

¿Qué harías si al entrar en un pueblo te salen al encuentro dos locos, que comienzan a insultarte y a pedir que te vayas de allí para que no los atormentes? Seguramente saldrías volando del miedo que encontrarías.

Pero Cristo, a pesar de verse en la misma situación decide salvar una vida, aunque el miedo de quienes le acompañaban era muy fuerte. Esa es su misión, salvar a las ovejas perdidas de la casa de Israel.

También nosotros no tenemos que huir de aquellas personas que necesiten de Dios, sino que hay que dárselo muy gustosos, a ejemplo de Cristo, quien siempre estuvo disponible en todo momento Desde luego, hay momentos en los que Jesús desconcierta. Nos entusiasma ver cómo vence al demonio, cómo libra a dos hombres que sufren. Pero no entendemos por qué dialoga con los demonios y que les permita pasar a los puercos… Sin embargo, el sentido del milagro es claro: vale más la vida de un hombre que los bienes materiales. Los porqueros no lo entendieron. Se asustaron, y, con los demás miembros de la ciudad, pidieron a Jesús que se marchase. Quizá para ellos valían más los animales que los hombres.

Los católicos debemos vivir como Cristo, dispuestos a sacrificar una pequeña o no tan pequeña ganancia material con tal de poder servir a familiares, amigos, o incluso a extraños que llaman a nuestra puerta. Lo demás pasa a un segundo lugar, vale sólo en tanto en cuanto nos ayude a vivir la caridad cristiana.

Los porqueros no entendieron… Ojalá el ejemplo de Cristo nos abra un poco los ojos y el corazón, y empecemos a comprender y a vivir como católicos.

LA NUEVA CONSTRUCCIÓN Ef 2, 19-22; Jn 20, 24-29.- Juan 20, 24-29. En diversos pasajes de sus cartas, san Pablo asocia la realidad de la iglesia con una edificación. En el símil, Jesús es la piedra angular; los apóstoles son el cimiento sólido que mantiene viva la presencia de Jesús, y los cristianos que se incorporan a través del bautismo, son las piedras vivas. En la lógica de la narración no hay cristianos de distintos niveles o calidades. Unos y otros nos vamos ensamblando para convertirnos en morada de Dios, es decir, en el espacio creyente donde se hace manifiesto el Señor como fuente de misericordia y perdón. El Evangelio de san Juan refiere los jaloneos interiores que vivió Tomás el apóstol y que sin duda alguna, también experimentaron los demás discípulos: era necesario despojarse de esquemas arcaicos para acoger la nueva forma de presencia del Resucitado, a fin de servirle como testigo y cimiento del templo consagrado a Dios.

Hermanos: Ya no son ustedes extranjeros ni advenedizos; son conciudadanos de los santos y pertenecen a la familia de Dios, porque han sido edificados sobre el cimiento de los apóstoles y de los profetas, siendo Cristo Jesús la piedra angular. Sobre Cristo, todo el edificio se va levantando bien estructurado, para formar el templo santo en el Señor, y unidos a él también ustedes se van incorporando al edificio, por medio del Espíritu Santo, para ser morada de Dios.

"Dichosos aquellos que crean sin haber visto". Parece mentira que uno de los elegidos del Señor, no crea la palabra de los apóstoles, sino que al contrario busque creer solamente por los signos sensibles.

Tomás parece una persona de nuestro tiempo porque solamente cree aquello que le presenten los sentidos.

Los sentidos son muy buenos, porque nos ayudan a aprender más cosas, a saborear, oler, contemplar, sentir…, pero en el campo de la vida espiritual, estos nos estorban, como le sucedió a Santo Tomás, que no quería creer hasta no ver ni tocar.

Aquí es donde viene la bendición de Dios para aquellos que sin ver crean. La bendición de la fe es también para nosotros, los que estamos a dos mil años de distancia de los apóstoles. Para nosotros vendrán las bendiciones de Dios, si creemos en todo lo que Él nos ha prometido. Pidámosle que aumente nuestra fe, para que seamos dignos de recibir tales bendiciones.

DE FIESTAS A FIESTAS Am 8,4-6. 9-12; Mt 9,9-13 Mateo 9, 9-13. Los dos relatos bíblicos mencionan o narran la celebración de una fiesta. El profeta Amós amenaza a los juerguistas injustos con la llegada de un tiempo terrible marcado por el juicio y la rendición de cuentas. Los que explotaron a sus hermanos con trabajos forzados o incurrieron en prácticas deshonestas como el fraude, no prosperarían para siempre. El "teatro" que han montado cesará, "terminará la orgía de los disolutos". Dios no puede ser cómplice de la doble moral. En el Evangelio de san Mateo advertimos un proceso alternativo: Mateo había estado al servicio del fisco romano, colaborando como cobrador de impuestos. Era un mecanismo extractor que despojaba de recursos indispensables a la gente de Galilea. Afortunadamente Mateo se dejó encontrar por Jesús, puso un alto a su colaboración con el sistema opresor y ofreció un banquete para celebrar el nuevo comienzo que Jesucristo había operado en su vida.

Las fiestas siempre son para los amigos. No se invitan a extraños, a pobres, o a mendigantes; al contrario, estos son los que siempre quedan de lado. Cristo, un nuevo amigo que ha llegado a la mesa de Mateo, también ha ocupado un lugar en el corazón del publicano.

Pero como en todas las fiestas judías, también se acercan los fariseos, quienes no han ocupado un lugar dentro del corazón del dueño de la casa.

Lo único que buscan es ver caer al Maestro para poder acusarle en el sanedrín. En cambio lo que Cristo quiere es dar la salud espiritual a quienes lo escuchan. Así siempre está preocupado por los demás, de allí la respuesta a los judíos: "no son los sanos los que necesitan de médico, sino los enfermos".

Pidamos a Dios la gracia de la salud espiritual de nuestra alma y la de todos los hombres, para que sea él quien viva en nosotros y nosotros para Él.

DE LA ESPERANZA AL RECLAMO

Am 9, 11-15; Mt 9, 14-17 La actitud con la que el profeta Amós cierra su libro, desentona con el resto de su obra. La mayoría del libro contiene juicios severos contra los delitos sociales que se cometen en Israel y que lo precipitan a la ruina social y política. El juicio se cumplió en el 722, pero no fue la última palabra. Dios es leal con su pueblo y le dará una segunda y definitiva oportunidad: regresarán a vivir en su tierra, disfrutarán del esfuerzo cotidiano, porque el Señor cambiará su suerte. Esa decisiva intervención divina es la que no alcanzan a ver los fariseos, fervientes practicantes del ayuno; éstos continúan queriéndose ganar la salvación con sus buenas obras. No quieren prestar oídos al mensaje gozoso de Jesús: El reinado de Dios ha llegado para devolver la paz y las oportunidades. Los que lo crean, habrán de reorganizar radicalmente su vida en el nombre de Jesús.

A un observador de las cosas de este mundo parecería que el hombre debe esperar a llegar al Cielo para tener una vida sin preocupaciones. Si hay carestía de algo en el mundo, no es precisamente de preocupaciones. El que tiene hijos se preocupa por ellos, quien tiene ancianos a su cuidado se preocupa por ellos. El empresario se preocupa porque su empresa vaya adelante, el ama de casa se preocupa de que su hogar esté en orden y dispuesto, el estudiante se preocupa por aprobar sus exámenes. Todos tenemos nuestra ración cotidiana de preocupaciones.

Algunas sin embargo son muy pesadas, y nadie puede negar su importancia. Son enfermedades o situaciones familiares y sociales de muy difícil solución. El evangelio de hoy nos presenta un aspecto de la figura de Cristo que debe llenar de esperanza los corazones atribulados. Cristo como aquel que "tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras iniquidades". Esto puede parecernos simple palabrería, pues el que tiene problemas no siempre encuentra una solución a ellos en la oración. Y surge la tentación de pensar que a Cristo le son indiferentes nuestras preocupaciones. Sin embargo es cierto que Cristo vino a cargar con nuestras flaquezas.

Tal vez no como nosotros lo esperamos, pero seguro que sí como Él quiso entregarse. Porque lo que Cristo nos ofrece quizás no sea la solución material a nuestras dificultades, pero no cabe duda que nadie como Él tiene el bálsamo que cura nuestra alma, el remedio que calma nuestro espíritu, la palabra que pacifica nuestro corazón.

UN REY HUMILDE Za 9, 9-10; Rm 8,9.11-13; Mt 11, 25-30 Mateo 11, 25-30 La palabra del profeta es un marco precioso para interpretar las palabras del Evangelio. Zacarías anuncia la llegada de un gobernante alternativo, un verdadero príncipe de la paz que no destinará recursos a guerras defensivas, ni atacará a los vecinos. Será un "hombre fuerte" que orientará sus esfuerzos a la consolidación de la paz duradera entre las naciones. A primera vista podría parecer una utopía más, cómo las muchas que han diseñado las diferentes culturas. El Evangelio le añade una dosis de realismo. A esa meta no se llegará por la sola determinación de "un dictador" benévolo. Será la libre decisión de cada israelita que decida abrazar voluntariamente el yugo ligero del reinado de Dios, la que consolidará esos cielos nuevos y esa tierra nueva. Los cristianos se suman voluntariamente al proyecto de fraternidad que Jesús ofrece.

Un gran porcentaje de la gente de las grandes ciudades padece un fuerte estrés, y que otras personas llegan incluso a sufrir hondas depresiones emocionales. ¡Es tan intenso y acelerado el ritmo del hombre de hoy que a veces no se reserva tiempo ni para sus necesidades más elementales: para comer, descansar o convivir con la propia familia! Como es obvio, muchas son las causas de estos problemas, pero no voy a entrar ahora en detalles, pues el tema de esta reflexión es otro. Por ahora sólo me limito a constatar el hecho. Lo que sí es muy lamentable es que muchas veces también Dios pasa a un segundo, tercer o décimo lugar en nuestra vida… Y así no es de extrañar que andemos como andamos: sin sentido, sin rumbo fijo, sin paz ni serenidad interior.

Hoy en día es cada vez más común que muchísimas personas, ante cualquier pequeño problema de la índole que sea, acudan al psicólogo o al psiquiatra como si éste fuera el mago Merlín, el genio de la lámpara maravillosa o el dueño de la piedra filosofal y de todas las panaceas. No digo yo que esté mal. En ocasiones éstos pueden prestar valiosos apoyos. Pero hace varias décadas, nuestros padres y abuelos preferían acudir al sacerdote a pedir un consejo, a la confesión sacramental o a la oración. Y, a juzgar por las opciones de tantos hombres y mujeres de hoy, parecería que el sacerdote ya "ha pasado de moda"….

Bueno, el caso es que, cuando una persona sufre estrés o ansiedad y acude a su médico, éste suele recetarle un medicamento llamado "paxil". Por lo visto, es un buen analgésico, pero en ocasiones esta droga produce también efectos negativos; por ejemplo, hace que las personas sientan un profundo letargo, debilidad y náuseas, que no tengan fuerzas para nada y les resulte sumamente penoso mantener su atención en sus normales actividades cotidianas. Y es que, lo que realmente necesita la gente no es tanto "paxil" sino la "pax" del corazón, es decir la paz profunda del alma.

En el Evangelio de hoy nuestro Señor sale una vez más al paso de nuestras necesidades más íntimas y personales: "Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados –nos dice– y yo los aliviaré. Tomen sobre Ustedes mi yugo y aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón y hallaran descanso para sus almas". ¡Qué palabras tan confortantes y consoladoras! ¡La verdadera paz del corazón! Eso es justamente lo que necesitamos, pues todos nos sentimos a veces cansados, agobiados y deprimidos. Y sólo Cristo puede curarnos.

Pero, ¿cómo es posible que éste sea el medicamento que realmente necesitamos? Pues sí. Verás. La medicina y la psicología moderna reconocen el valor terapéutico de la humildad. El prestigioso psicólogo Carl Jung dice en un libro suyo que todos los pacientes que se habían dirigido a él sufrían por algo que se podría definir "falta de humildad", y que no curaban sino hasta el momento en que tomaban una actitud de respeto y de aceptación de una realidad más grande que ellos, es decir, una actitud de humildad.

¡Cuántas veces la causa de nuestras angustias, problemas, temores y desalientos somos nosotros mismos! Yo diría que ésta es siempre la verdadera causa de nuestros sufrimientos íntimos: la falta de humildad, que es autosuficiencia, orgullo, deseo de poder y del aprecio de los demás; o, simplemente, el no querer aceptar nuestra debilidad, nuestra fragilidad y los propios límites. Todos queremos sentirnos fuertes, poderosos, capaces y, sobre todo, nos gusta dar esa imagen de nosotros mismos a los demás. Y, cuando experimentamos ese sentimiento de debilidad que no aceptamos, es cuando nos viene toda esa agonía y esa tormenta interior que no nos permite ser lo que realmente somos. Sufrimos, nos rebelamos, agonizamos, pero no damos el brazo a torcer. Ésta es, tristemente, la cultura en la que hemos nacido y vivimos: no manifestar nunca nuestra debilidad. Y si a esto se suma cierto "machismo" en el que hemos sido educados, las cosas se complican todavía más. De ahí viene todo ese deseo de aparentar que somos los "duros" y que no nos "ablandamos" ante los golpes de la vida. Por eso nos da tanta vergüenza, por ejemplo, llorar en público y nos resistimos tanto a mostrar nuestros sentimientos a los demás: porque creemos que esa es una debilidad.

Y, sin embargo, Cristo hoy nos invita a aceptar nuestra flaqueza, nuestras enfermedades, debilidades y miserias; a reconocer nuestros propios límites, cansancios, agobios y desconsuelos. Y, sobre todo, una vez que reconocemos nuestra condición de creaturas profundamente necesitadas, quiere que nos acerquemos a Él: "Vengan a mí todos los que están cansados y agobiados" –nos dice–, y Él nos acogerá así como somos: inermes y frágiles, pero desnudos ya de falsas caretas y de disfraces. Y entonces sí, "Yo los aliviaré", porque Él es el verdadero Médico de nuestras almas.

También san Pablo lo experimentó en primera persona: "Muy gustosamente continuaré gloriándome en mis debilidades… y me complazco en las enfermedades, en los oprobios, en las necesidades, en las persecuciones, en los aprietos, por Cristo; pues cuando parezco débil, entonces es cuando soy fuerte" (II Cor 12, 9-10).

Nuestra fortaleza es Cristo y sólo la experimentamos cuando aceptamos nuestra debilidad para dejarnos consolar y ayudar por Él. Sólo quien reconoce su necesidad de Dios está preparado para recibirlo a Él dentro de su corazón. Y sólo cuando nos decidimos a ceder, agachamos la cabeza y doblegamos las rodillas de nuestra alma ante el Señor es cuando comenzamos a encontrar la solución a todos nuestros problemas.

Un filósofo y literato español del siglo pasado, Miguel de Unamuno, de un temperamento ardiente y apasionado, muy combativo y enérgico, padeció dramáticos conflictos interiores y tremendas agonías en su fe precisamente por no querer aceptar con humildad y sencillez esta realidad de su condición. Y cuando al fin, reconocía su debilidad, bellamente lo expresaba con estos versos: Agranda la puerta, Padre/ porque no puedo pasar;/ la hiciste para niños,/ y yo he crecido a mi pesar./ Si no me la agrandas,/ achícame a mí, por piedad;/ vuélveme a la edad bendita/ en la que vivir es soñar./ Gracias, Padre, que ya siento/ que se va mi pubertad;/ vuelvo a los años rosados/ en los que era niño, y nada más.

Sí, en la humildad y en la sencillez de la fe encontramos nuestra verdadera paz."Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón y hallaréis descanso para vuestras almas". Cristo nos lo prometió y Él es fiel a sus promesas. Ese descanso para nuestra alma es la paz del niño que duerme, plácido, en los brazos de su madre o de su padre. Y al niño no le da vergüenza sentirse débil y pequeño. Allí está su fortaleza y su seguridad. ¿De qué le serviría al niño un alarde de fuerza ante un lobo o un león? Sería para su propia ruina. Sólo si aceptamos ser como niños ante nuestro Padre del cielo llegaremos a buen puerto. "Hazme humilde, hazme pequeño y así no me perderé" leí en una ocasión. Esta humildad de los niños nos lleva a un total abandono, filial y confiado en los brazos de Dios, a pesar de todos los problemas. Por eso, no en vano Cristo nos dijo que "si no nos hacemos como niños, no entraremos en el Reino de los cielos".

UNA REFLEXIÓN PARA NUESTRO TIEMPO.- La seducción que los violentos ejercen sobre las multitudes sigue viva. Los grupos que pretenden resolver los conflictos sociales a través de la violencia y la confrontación siguen atrayendo a organizaciones corporativas en nuestro país. El debate, la negociación transparente y pública, parecen condenados al fracaso. Se trata de aterrorizar a la población, doblegar a las autoridades, para arrancar o mantener privilegios. El Evangelio habla de imponerse, por propia decisión, un yugo llevadero. En las circunstancias actuales, el respeto por el estado de derecho y la convivencia democrática son una exigencia, un yugo que todo ciudadano convencido del proceder democrático tiene que acatar. Esto es menos dañino que las formas de presión social que pisotean los derechos de terceros. No solo hace falta un príncipe de la paz, sino muchos ciudadanos artífices de la paz con justicia.

DELICADEZA Y SEDUCCIÓN Os 2, 16.17-18. 21-22; Mt 9,18-26 Con imágenes cargadas de calidez, el profeta Oseas anuncia la reconciliación de Dios-esposo con su pueblo-esposa. Sin rubor alguno declara que seducirá a su amada y se casará con ella de forma definitiva. Esa unión perdurará porque estará construida sobre relaciones de pareja justas, permeadas por el cariño. Cualquier relación personal que tenga estas características sin duda podrá sobrevivir. El Evangelio presenta al Señor Jesús en actitud cariñosa y amable con dos mujeres: una mujer que padecía hemorragias y una niña recién fallecida. El Evangelio nos muestra al Señor tocando cariñosamente a la niña y dejándose tocar por la mujer. No les dirige ningún reproche, no les hace creer que su enfermedad es un justo castigo por sus pecados. Las trata con misericordia, mostrando el rostro amoroso del Padre celestial.

Jesucristo está siempre disponible para el hombre o la mujer atribulada. Para Él todos somos importantes, no importa que seas magistrado o ama de casa. Él siempre nos espera y nos acoge con dulzura y atención, pero nos pide que tengamos fe en su persona. Y ésta es la actitud con la que estos dos personajes del Evangelio se acercan al Señor para pedirle una gracia, para esperar un consuelo, a pesar de las condiciones tan adversas que se les presentaban: la muerte de una hija y una enfermedad de toda la vida.

Lo que maravilla es la seguridad de pedir al Señor cosas que parecen imposibles, teniendo la certeza de que son escuchadas y apostando por un feliz desenlace. Y es que con Jesucristo siempre hay recursos, no se acaban las opciones. Ni siquiera la muerte puede rasgar la esperanza que nace de la fe, porque Dios ha vencido a la muerte y es garante de nuestra esperanza. Por eso el magistrado no se detiene ante la muerte de su hija y acude al Señor, con la certeza de que imponiéndole las manos vivirá.

Y llegamos así al punto clave de este texto evangélico: la vida. Todos deseamos una vida libre de enfermedades, de dolencias, de angustias y de muerte. La mujer enferma de flujo de sangre después de ser curada se salvó –dice el Evangelio– y ¿qué es salvarse sino preservarse de la muerte, de la enfermedad, de las debilidades propias de nuestra condición humana para vivir una vida donde nada de esto suceda?

Por ello, quien busca a Jesús busca realmente salvar su vida y la de los demás dándole un sentido a su existencia que le salve de la muerte y que le dé fuerzas en la enfermedad.

Por eso, nuestro deber diario está en dar ese sentido a nuestra vida y vivir para dar sentido a la vida de los demás. ¡Cuántas personas solas hay a nuestro alrededor porque nadie tiene una palabra de cariño para ellas!

Como consecuencia de esto, hay que tocar a Jesucristo en la orla de su manto y llevarlo a aquellas personas que yacen ya como cadáveres ambulantes sin haber muerto. Él es la Vida. Y se les puede llevar la Vida muy fácilmente: con un buen testimonio, con la caridad, con un sacrificio, pidiendo por ellos en la oración, llevándolos con un sacerdote, invitándolos a los sacramentos, etc. Hay mil formas de llevar a Jesucristo a los demás. Éste es el verdadero tesoro que permanece para siempre, pues todo lo que hagamos por ellos es tiempo bien invertido, máxime si les estamos llevando la Vida.

Ojalá que nunca nos pase aquello de lamentar la muerte de alguien conocido porque dejamos de hacerle un bien que podríamos haberle hecho. Qué pena tener que decir ante un féretro: si no te hubieras ido yo podría haberte llevado la Vida. LAS RELACIONES IDOLÁTRICAS. Os 8,4-7. 11-13; Mt 9,32-38 El profeta Oseas fue un crítico constante de la idolatría en Israel. Lo mismo denunció a quienes ponían toda su confianza en príncipes y reyes como si fueran dioses todopoderosos, que a quienes confiaban ciegamente en la eficacia del culto a los astros como medio para conseguir abundantes cosechas, que en las víctimas sacrificadas en los altares a fin de allegarse la complicidad del Señor. En el Evangelio, los fariseos pretenden desacreditar las curaciones que Jesús realiza, recurren a una lógica extraña, acusándolo de ser aliado de Satanás.

Razonamiento obtuso, porque Jesús no actúa como promotor de la alienación sino como agente de libertad, que llama a las personas a decidirse voluntariamente por los valores del Reino de Dios.

Después de que expulsó al demonio, comenzó a hablar el mudo. Así sucede con nuestra alma: aspira dones espirituales muy elevados y nosotros la tenemos callada con un demonio que le impide hablar todas las cosas buenas de Dios. Este demonio seguramente es nuestro orgullo y soberbia que nos mantiene tan irreconciliables con Dios como lo pudiesen estar la noche y el día al mismo tiempo. Sin embargo, para superar estos obstáculos que nos impiden ser santos sólo nos queda la esperanza de ser curados por Cristo. Sólo con su presencia permitiremos dejar hablar a nuestra alma todas esas palabras bellas que quiere transmitir de Dios, del perdón, del consuelo, del amor, de la paz.

Hoy día Cristo no se olvida de nosotros. Él desea seguir curando enfermos y expulsando demonios, pero "le faltan" pies y manos, "le faltan" corazones y bocas, "le falta" la fuerza corporal de la juventud para que todos queden sanos. Podría permitir que el mundo se convirtiese en un instante pero no lo hace por respeto a nuestra libertad, el don más grande después de nuestra fe.

Qué hermosa lección sacaríamos de este evangelio si nos diésemos cuenta de esta compasión que siente Jesucristo por nosotros. Compasión de ver a tantas ovejas sin pastor y que sienten la necesidad de recibir la salud pero que no pueden por falta de esos pastores entregados y generosos. Pidamos a Cristo que nos envíe hombres y mujeres que no teman dar su vida para seguir a Cristo incondicionalmente.

LA CIUDAD DE SAMARIA. Os 10, 1-3, 7-8. 12; Mt 10, 1-7

Para el profeta Oseas la ciudad de Samaria era símbolo de la idolatría y la injusticia. Ahí florecían riñas y violencia. Una ciudad con cimientos tan frágiles no perduraría. Por eso el profeta describe poéticamente su ruina: "desaparecen como astillas que se lleva el agua". Cuando la convivencia social no está asentada sobre valores y actitudes verdaderas y justas, camina hacia la ruina. La práctica del derecho y la justicia consolidan el tejido social. En el año 722 la crisis en Samaria era tan aguda que terminaron siendo aplastados por los asirios. Comenzó una relación compleja entre judíos y samaritanos, al punto que terminaron enemistándose de forma creciente. Por esa razón, el Señor Jesús, adoctrinado por el recelo hacia los samaritanos prohíbe a los Doce que vayan a predicar a tierra de Samaria. Jesús debe primero reunificar al "verdadero" Israel, formado por judíos y galileos.

Como en el cuento de Namaan, cfr. 2 reyes 5, el leproso, despreciado por el modo en que el profeta Eliseo le propuso cumplir el milagro de su curación, así, el Dios omnipotente sigue prefiriendo lo que es simple y humilde a los ojos de los hombres, para realizar las grandes obras de su misericordia. La lista de los apóstoles nos da una posterior comprobación. Se trata de hombres de humilde condición social, incultos, a veces pecadores proclamados a los ojos del pueblo.

Mateo, en su mismo evangelio, no omite de identificarse como publicano. Parece casi como si quiera decirle al lector: "No, no has escuchado mal, son estos los hombres que elige el Señor".

A menudo, en la vida católica, necesitamos recordar esta lección de Dios. Los hombres que Dios elige no son elegidos porque son más perfectos que otros, sino porque fueron predilectos del amor y de la misericordia de Jesús, según el plan misterioso de Dios. Los poderes extraordinarios de que son dotados sus ministros no son fruto de su mérito personal sino por generosa concesión de Dios que, para llevar el regalo de su misericordia infinita a nosotros pobres pecadores, ha elegido hombres incluso pecadores.

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