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Pentecostes (página 8)


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Entonces el Señor me respondió: "Si te vuelves a mí, yo haré que cambies de actitud, y seguirás a mi servicio; si separas el metal precioso de la escoria, seguirás siendo mi profeta. Ellos cambiarán de actitud para contigo y no tú para con ellos. Yo te convertiré frente a este pueblo en una poderosa muralla de bronce: lucharán contra ti, pero no podrán contigo, porque yo estaré a tu lado para librarte y defenderte, dice el Señor. Te libraré de las manos de los perversos, te rescataré de las manos de los poderosos".

A la época de Jesús las perlas fueron mucho más preciosas que hoy, sea por su rareza, sea porque no existían las artificiales. El Maestro usa este símbolo para indicar su Reino, único por su belleza y atractivo y por el cual vale de veras la pena renunciar a todo el resto y vender cada cosa. En el mundo contemporáneo, donde no se quiere de una vez poner límites a los derroches y a las inmensas riquezas y tesoros que nos hacen palidecer, no tenemos idea de qué es el bien más precioso que podemos recibir. Tímidamente, todavía alguien se acuerda quizás, de algo que no es sólo raro, sino hasta único: la vida.

El tesoro de que nos habla Jesús tiene un valor que supera aquel de toda la creación: el Reino de los cielos. En efecto, lo que de bonito, de bueno y de positivo hay en nuestra vida, y que podemos gustar y admirar en este mundo, es sólo una pálida, parcial y fugaz anticipación de lo que nos espera allá. El problema es que el tesoro está escondido, y sólo quien lo encuentra puede darle el justo valor, listo a sacrificar todo con tal de asegurárselo definitivamente. El tesoro es ante todo Jesús, presente en la vida de la Iglesia y en los sacramentos a través de los sacerdotes. Aseguremos las verdaderas perlas de este mundo.

Es más fácil adiestrarnos en los negocios del mundo que en los "negocios" espirituales. Los primeros los medimos con ganancias materiales y tangibles, mientras que los segundos sólo los medimos con la fe y el amor. Esto no significa que sea difícil encontrar las riquezas de la vida espiritual, más bien quiere decir que si nosotros no podemos, hay que asesorarnos con quienes conocen este mundo de negocios de la eternidad. Dios nos ha dado muchos medios para poder encontrarlo a Él: la Palabra de Dios en las Sagradas Escrituras, la Santísima Virgen, los sacerdotes, los santos, los ángeles y tantas personas de buena voluntad que viven una vida ejemplar.

Las comparaciones que nos pone el Señor con su Reino, las entendemos con facilidad, porque conocemos lo que vale un cofre lleno de monedas de oro o una perla de valor incalculable, aunque nunca las hayamos tenido en las manos físicamente. Para nosotros debe haber sólo una perla, como le expresa el pasaje, pues no son varias porque disminuiría su valor. Nuestra única perla preciosa es Cristo, y quien lo posee conoce su valor. Quienes no lo conocen a Él, tampoco saben cuál es nuestro tesoro por el cual podemos llegar a dar la vida, como lo han hecho los mártires, los santos.

También hay quienes encuentran el campo donde está el tesoro, venden todo y luego lo compran. Ellos son los que eligen la vida religiosa, consagrada o sacerdotal; ellos dejan todo con tal de poseer las praderas donde está el Tesoro. Estas praderas son donde llegan a reposar y a descansar porque Cristo, el Buen Pastor y Único Tesoro, nos hace valorar las cosas en su justo precio. Cuando Jesús se convierte en nuestro único tesoro, también Él nos esmalta con las bellas joyas de la fe, de la esperanza, de la gracia, de las virtudes y del amor.

En un bello himno se lee que un apóstol no es apóstol si no es también un mensajero. Este tesoro que descubrimos lo será más en la medida en la que lo hagamos descubrir a los demás. Es curioso pensar que cuando encontramos a Dios, se transforma en la joya invaluable que nadie nos puede quitar si la cuidamos bien, y al mismo tiempo podemos hacer que otros lo encuentren, pero nunca podremos hacer que otros lo aprecien como lo único que vale si ellos mismos no lo valoran así. Esta es la experiencia de Dios en la vida espiritual, de la que más necesitamos conforme más la vamos conociendo y gustando.

Santa Teresita del Niño Jesús tiene una frase que encierra bien esta experiencia:

«Jesús, dulzura inefable, convertidme en amargura todos los goces de este mundo». Quien encuentra este tesoro, sólo le pide a Dios no perderlo. Una sola es la Verdad, uno sólo el Camino, y una sola es la Vida, todo lo demás que hemos recibido de Dios en este mundo, no es malo, al contrario, pues si hubiera sido algo malo Él nunca nos lo habría dado. Pero las personas, las cosas, lo material está subordinado al único valor que está expresado en el primer mandamiento de la ley de Dios: amar a Dios sobre todas las cosas. En esta relación, lo demás será un don y una oportunidad para alabar y agradecer a Dios Haré cinco minutos de oración para agradecer a Dios todas las personas, experiencias y cosas que me ha dado y permitido en mi vida y le pediré que lo descubra a Él como mi único Tesoro.

EL TALLER DEL ALFARERO. Jr 18, 1-6; Mt 13, 47-53. La visita que hizo el profeta al taller del alfarero le proporcionó la clave para descifrar la relación entre Dios e Israel en aquella época compleja. Dios no había entregado ningún "cheque en blanco" a su pueblo. Tampoco se había atado las manos ofertando promesas incondicionales. Su llamado era gratuito y exigente a la vez. La vocación de Israel no era un privilegio sino una responsabilidad histórica. Cada vez que Israel se apartara del camino de Dios, enfrentaría las desgracias que acarrea toda opción desafortunada. Quien construya proyectos sociales sobre el abuso, la opresión y la violencia, cosechará desgracias mayores, tarde o temprano. No es que Dios castigue, son nuestras decisiones y actitudes inhumanas las que se nos revierten. El Evangelio de san Mateo aboga igualmente por la rendición de cuentas oportuna. Ser pueblo de Dios no es fuente de privilegios, sino un compromiso para vivir de manera creíble, como una nación sabia y justa.

La parábola de la cizaña en medio del trigo y la de la red para pescar se refieren, sobre todo, a la presencia, ya operante, de la salvación de Dios. Pero, junto a los "hijos del reino", se hallan también los "hijos del maligno", los que realizan la iniquidad: sólo al final de la historia serán destruidas las potencias del mal, y quien hay cogido el reino estará para siempre con el Señor. Finalmente, las parábolas del tesoro escondido y de la perla preciosa, expresan el valor supremo y absoluto del reino de Dios: quien lo percibe, está dispuesto a afrontar cualquier sacrificio y renuncia para entrar en él.

De la enseñanza de Jesús nace una riqueza muy iluminadora. El reino de Dios, en su plena y total realización, es ciertamente futuro, "debe venir"; la oración del Padrenuestro enseña a pedir su venida: "Venga a nosotros tu reino".

Pero al mismo tiempo, Jesús afirma que el reino de Dios "ya ha venido", "está dentro de vosotros" mediante la predicación y las obras, de Jesús. Por otra parte, de todo el Nuevo Testamento se deduce que la Iglesia, fundada por Jesús, es el lugar donde la realeza de Dios se hace presente, en Cristo, como don de salvación en la fe, de vida nueva en el Espíritu, de comunión en la caridad.» (San Juan Pablo II, Audiencia, 18 de marzo de 1987).

Este evangelio nos presenta la realidad a la que algún día nos enfrentaremos, solo Dios sabe cuándo. Es por eso una nueva invitación para estar en vigilancia y oración. Cada momento en nuestra vida tenemos la oportunidad de elegir entre lo bueno y lo malo, entre el bien y el pecado. Cristo quiere que nos demos cuenta de esta realidad y que valoremos el gran premio para la eternidad. Ciertamente no es nada fácil mantenerse en vigilancia porque por todos lados estamos rodeados de tentaciones, pero nos preservaremos en la medida que esa fe en Jesús se haga realidad constantemente a través de un pensamiento, una jaculatoria, una renuncia por amor, una conquista ofrecida…

Como cristianos estamos llamados a ayudar a nuestros hermanos a llegar al cielo. El apóstol es una moneda de dos caras: por un lado está la oración y por otro el apostolado; no existen los santos egoístas. Vivo mi vocación en el trabajo, en la familia, con los amigos, ese es mi apostolado y también la manera de estar en vigilancia. Si quiero el cielo para mí, debo quererlo también para todos aquellos que me rodean.

LOS PROFETAS Y EL ESCÁNDALO. Jr 26, 1-9; Mt 13,54-58.

Jeremías vivió horas difíciles. Lo mismo conoció la renovación impulsada por el rey Josías que el desmoronamiento del reino de Judá, fragmentado por los bandos pro-babilonios y pro-egipcios que desgarraron a la nación. El pueblo se refugiaba entonces en el culto del templo pensando que Dios los libraría de la desgracia, sin tener que moverse un ápice de sus actitudes injustas y violentas. La desunión y la violencia interna los volverían vulnerables y sus instituciones serían arrasadas por los invasores. Jeremías lo presentía y lo anunció con toda claridad. Un desencuentro semejante enfrentó el Señor Jesús en la sinagoga de Nazaret, cuando sus paisanos lo ningunearon, pensando que su escasa instrucción formal lo hacía una persona tan común y corriente, que no podía ser en manera alguna un intérprete autorizado de la voluntad de Dios.

¡Cuántas veces nos creemos gente "buena y religiosa" porque vamos a la iglesia, como los israelitas contemporáneos de Jeremías, o los paisanos de Jesús, pero sin creer verdaderamente en la Palabra que el Señor nos dirige!

Dios interpela siempre nuestra conciencia, invitándonos a la conversión y a un cambio radical de vida. Pero esas palabras nos resultan incómodas y molestas, y no queremos oírlas. Por eso perseguimos al "profeta" que nos habla de conversión y no hacemos caso a Cristo mismo, pues, al fin y al cabo, es sólo "el hijo del carpintero".

Es la hostilidad contra la fe. Necesitamos una actitud de profunda fe y confianza en Jesucristo para querer escuchar su palabra y no escandalizarnos cuando nos sorprende y nos "saca de nuestras casillas" cambiándonos nuestros planes muy personales. Es demasiado cómoda una fe que no exige nada y que se adapta a las propias tendencias pasionales de egoísmo, de placer o de racionalismo.

Pero la verdadera fe nos pone en movimiento, nos empuja a un cambio de vida, a una confianza total en Jesucristo que nos lleva a un compromiso radical de lucha contra el pecado, de caridad, de sacrificio, de dar la cara por Cristo ante los demás, sin miedos ni respetos humanos.

Diariamente, pedir que sepa conservar y acrecentar el don más precioso que tengo: mi fe en la Santísima Trinidad.

Señor, es tan grande tu bondad y misericordia que absurdamente llego a «acostumbrarme» a ellas, perdiendo así la capacidad de maravillarme continuamente de la grandeza de tu amor. Tú siempre dispuesto hacer grandes cosas en mi vida, yo distraído en lo pasajero. Por eso no quiero, no puedo y no debo dejar pasar más el tiempo sin seguir con confianza y valentía las inspiraciones de tu Espíritu Santo. Con tu ayuda, sé que lo voy a lograr.

UN POCO DE SENSATEZ. Jr 36, 11-16. 24; Mt 14,1-12 Hace falta tener sensatez para escuchar y obedecer las advertencias de los profetas. Jeremías no era un comparsa de la degradación social y religiosa que vivía Judá a principios del siglo VI a. C., por eso profetizó, escribió un rollo y lo hizo llegar a los dirigentes próximos al rey, esperando que algún consejero sensato, le hiciese comprender la gravedad de la situación. Esfuerzo inútil, porque el rey Joaquín no acogió el mensaje y lanzó el rollo al brasero. Una advertencia desoída. El Evangelio de San Mateo parece la repetición del mismo fracaso: otro profeta desoído y violentamente silenciado. Herodes no tolera cuestionamientos ni críticas a sus excesos mundanos. Atemorizado por el arrastre popular de Juan Bautista, el virrey Herodes se vale de los caprichos de una cortesana para quitarlo de enfrente.

Jeremías y todos los profetas de Israel fueron siempre perseguidos por proclamar el incómodo mensaje de Dios, que exige una auténtica conversión del corazón.

Pero siempre afrontaron la persecución con ánimo viril e intrépido, aun a costa de la propia vida y del derramamiento de la propia sangre, como Juan Bautista, para dar testimonio de la verdad de Dios y de su palabra.

Juan el Bautista es el ejemplo clásico de la defensa inerme y valiente del profeta que, por defender su fe y la verdad, termina su vida como víctima fecunda, prefiguración de la muerte redentora de Cristo.

El verdadero cristiano, entonces, se convierte en "mártir". Más aún, sólo el mártir es el verdadero cristiano y testigo de Cristo (en griego, mártir significa "testigo"). Toda la historia de la Iglesia se ha visto coronada y adornada con la vida de tantos hijos suyos que, por amor a Jesucristo y por su fe en Él, se han convertido en mártires. Ésta es la condición radical del cristiano. Todos debemos estar dispuestos, por amor a Él y por su Iglesia, a ser testigos intrépidos del Evangelio, incluso hasta dar nuestra propia vida por Él.

Sólo así podemos llamarnos y ser auténticos cristianos, es decir, discípulos y seguidores de un Cristo, crucificado por la verdad del Evangelio y por nuestra redención.

Si hay un precepto de la doctrina que no vivo, o que cumplo sólo por tradición, buscar leer y consultar sobre el tema para ser siempre un auténtico testigo.

Señor, qué gran ejemplo tengo en Juan el Bautista que con firmeza predicó siempre tu verdad. No le importaba la opinión de los demás, no permitía desvíos ni letargos egoístas. Gracias por iluminar mi conciencia, por ayudarme a ver dónde estoy siendo sordo o ciego e insensible a tu doctrina. Ayúdame a adherirme firmemente a tu voluntad para hacer de tu amor el centro de mi propia existencia. UN CAMBIO TOTAL Is 55, 1-3; Rm 8, 35. 37-39; Mt 14, 13-21 El profeta Isaías proclama una invitación aparentemente demasiado atractiva y sencilla: se trata de comer y beber sin pagar un centavo. Las preguntas retóricas exhiben el proceder erróneo de un pueblo que desperdicia sus escasos recursos en balde. El camino propuesto por Isaías es más sencillo. La vida del ser humano no depende de sus puras fuerzas, también cuenta con la bendición y el cariño de Dios; no tiene sentido afanarse excesivamente por los bienes materiales, si se cuenta con su protección. La ilustración de esta certidumbre queda de manifiesto en el relato de la multiplicación de los panes. El Señor Jesús se acogía a la bendición del Padre, a la solidaridad de sus discípulos y alimentaba a los necesitados. Como alguien afirma: "cuando se comparte nunca falta; cuando se acapara, nunca alcanza". La solidaridad y el intercambio de bienes son dos diques que debemos poner a las riquezas para que no se tornen peligrosas.

¿SABES CUÁL ES EL SECRETO DEL ÉXITO?…

Hace unos meses un amigo mío me envió un mensaje titulado: "¿En manos de quién?", y decía así: "¡Todo depende de en manos de quién está el asunto! Una pelota de basquetbol en mis manos vale unos 19 dólares, pero en las manos de Michael Jordan vale alrededor de 3.000.000 de dólares. Una raqueta de tenis en mis manos no sirve para nada, pero en manos de Pete Sampras significa el campeonato en Wimbledon. Una honda en mis manos es un juego de niños, pero en manos de David es el arma de la victoria del Pueblo de Dios. Cinco panes y dos peces en mis manos son un par de sándwiches de pescado, pero en manos de Jesús son el alimento para miles… ¡Todo depende de en manos de quién está el asunto!" Este mensaje me pareció sumamente adecuado para el tema de nuestra reflexión de hoy: lo más importante de todo es, en efecto, en manos de quién está el asunto, porque ¡allí está la clave del verdadero éxito!

El Evangelio de este domingo nos presenta a Jesucristo en la ribera del mar de Galilea, rodeado de una enorme muchedumbre de toda la comarca. Lo seguían anhelantes de escuchar su palabra. Jesús, en su predicación, les habla del Reino de los cielos, y pasan las horas sin que la gente se dé cuenta. Estaban todos pendientes de su boca. Hacia media tarde sus apóstoles lo interrumpen para decirle que ya es muy tarde y que despida a la gente para que se vaya a las aldeas vecinas y se compre algo de comer. Y Jesús, con un cierto tono de ironía: "No hace falta que se vayan –les responde–. Dadles vosotros de comer". Si eran sus invitados, también serían sus comensales; y no los iba a despedir en ayunas. Pero esa respuesta, sin duda, los dejó aún más confundidos… ¿Cómo iban a hacerlo? Ni doscientos denarios de pan –doscientos dólares, diríamos hoy– alcanzarían para que a cada uno le tocara un pedacito… Un muchacho de la multitud ofrece a Andrés, el hermano de Simón Pedro, todo lo que traía en su lonchera: cinco panes y dos peces. Pero eso, ¿qué era para tantos? ¡Una cantidad sumamente irrisoria! ¡No era nada!

Pero fíjate bien, lector amigo, que es aquí cuando interviene Jesús y comienza a realizarse el maravilloso milagro de la multiplicación de los panes que todos conocemos… ¿Qué fue lo que pasó? Dos cosas, aparentemente muy sencillas, pero prodigiosas y decisivas: primera, que el muchacho ofreciera toda su "despensa", que no era casi nada; y segunda, que la pusiera en manos de Jesús. Y ya sabemos qué pasó a continuación: se saciaron cinco mil hombres con cinco panes –sin contar mujeres y niños, nos dice el evangelista– y llenaron doce canastos con los pedazos que sobraron.

¿Cómo era posible? ¡Eran sólo cinco panes y dos peces! ¡Era una insignificancia, claro! Es absolutamente evidente la desproporción tan abismal entre los medios materiales que se tienen a disposición y los efectos que logra nuestro Señor. Sí. Pero para realizar el milagro fueron necesarios esos cinco panes y esos dos peces. Sin ellos tal vez no habría sucedido nada. Y el Señor quiere contar con eso para realizar sus prodigios.

Monseñor Francois-Xavier Van Thuan, Obispo vietnamita que pasó trece años en la cárcel bajo el régimen comunista durante la dura persecución religiosa en su país, escribió varios libros con hermosos y conmovedores testimonios personales de ese período de su vida. Uno de ellos se titula precisamente "Cinco panes y dos peces". Y allí él trata de resumir en unas cuantas pinceladas las experiencias espirituales más fuertes de su cautiverio. "Yo hago – nos confiesa con sencillez– como el muchacho del Evangelio que da a Jesús los cinco panes y dos peces: eso no es nada para una multitud de miles de personas, pero es todo lo que tengo.

Jesús hará el resto".

¡Aquí está la primera parte del secreto del éxito!: Darle a Jesús TODO lo que somos y tenemos. No importa que no sea casi nada, o prácticamente nada. Lo importante es dárselo porque Él quiere contar con esa nada para hacer sus obras. Y la segunda parte del secreto es ponerlo en SUS MANOS. Y Él se encarga de todo lo demás.

Que ésta sea, pues, la moraleja y la enseñanza de hoy: Sé generoso y magnánimo con Dios y con los demás: da de ti mismo, no seas egoísta ni tacaño. Da de tus bienes materiales y espirituales, comparte tu tiempo y tus cosas con los demás; pero, sobre todo, dónate a ti mismo a tu prójimo: ¡no importa que sólo tengas cinco panes y dos peces! Pon todos tus proyectos, tus inquietudes, tus preocupaciones, tus miedos, tus deseos, tus sueños, tu familia, tus relaciones, tu "todo" EN MANOS DE DIOS, pues sabemos que "¡todo depende de en manos de quién está el asunto!".

UNA REFLEXIÓN PARA NUESTRO TIEMPO.- El bienestar integral de las personas y de las sociedades no se consigue pronto ni a solas. Para el profeta Isaías, dicho logro implica una renovación prácticamente completa de la vida. Las relaciones se comienzan a reajustar primeramente a nivel personal. El ser humano recupera su capacidad de escuchar, redescubre sus limitaciones y en diálogo orante con Dios, decide reajustar sus opciones. Cuando se vive este proceso de renovación interior, las energías no se desgastan inútilmente. La persona redimensiona sus necesidades y deseos, ya no vive exclusivamente pensando en las cosas más inmediatas, sino distingue entre lo esencial y lo secundario. El alimento sigue siendo indispensable y se realiza lo necesario para conseguirlo, pero sin angustia, ni desesperación; a sabiendas de que los esfuerzos que realizamos, son sustentados y potenciados por el amor benevolente del Padre que nos ama.

LA FALSA CONFIANZA

Jr 28,1-17; Mt 14,13-21 La confrontación que sostuvieron Jeremías y Ananías no era un simple alegato personal, era la contraposición de dos formas de entender la relación entre Dios y su pueblo. Para Ananías Dios estaba obligado a defender y proteger a rajatabla los intereses políticos de Israel. Era un aliado que no podía desdecirse. El profeta Jeremías preveía un periodo largo de opresión para el pueblo. Él sabía que no existía suficiente apertura para acoger aquel mensaje, por eso recurrió al gesto profético y se colocó un yugo para llamar la atención de un pueblo aletargado por la falsa confianza. La multiplicación de los panes también es un signo de salvación y a la vez es una señal profética. El Señor Jesús se interesa por las necesidades de la gente; palpa su desesperación, apela a la benevolencia del Padre y a la solidaridad de los discípulos. La lección queda patente: Dios acrecienta los dones que se comparten con generosidad. Por desgracia, la mezquindad nos hace olvidarlo.

Los profesionales, las madres, los estudiantes, los trabajadores, los maestros, los padres, los hijos, en definitiva, todos los hombres buscan, consciente o inconscientemente, algo que les realice plenamente, algo que trascienda sus vidas, que les llene de paz interior.

Estos hombres y mujeres hambrientas y sedientas de Dios se acercan a las puertas de la fe. Y al cruzar el umbral se encuentran con otros hombres y mujeres, como ellos, a quienes Jesús les ha mandado; dadles vosotros de comer. Así ha querido Jesús darse a conocer a lo largo de los siglos; por medio del testimonio y la evangelización de personas con una vocación especial: son los sacerdotes, las religiosas, las personas consagradas y los laicos.

Es el milagro de los que han recibido a Cristo como alimento. Unidos a Jesús por medio de la Iglesia, son capaces de saciar el hambre de miles de personas. Pero son pocos, muy pocos los que lleven a Cristo a los demás. En este tiempo, hay millones de personas que todavía no conocen a Jesús. Muchos de ellos sienten la necesidad de orientar sus vidas hacia Dios y no tienen quien les ayude. Cristo nos urge a colaborar con Él en la tarea de dar de comer a las almas hambrientas de trascendencia.

Es mejor si este diálogo se hace espontáneamente, de corazón a Corazón Señor, gracias por hacerme parte de la historia de la salvación. ¡Sí! Yo quiero ser ese pan partido que pueda ayudar a los demás a descubrir y experimentar tu amor. Que mi debilidad no me detenga, que sepa poner los problemas en tus manos y, confiadamente, hacer lo que tu santa voluntad permita.

Por la noche voy a examinar mi actitud y mis reacciones ante las dificultades, para ver si corresponden al espíritu de un verdadero discípulo y misionero de Cristo.

LOS HARÉ CRECER Y NO MENGUAR. Jr 30, 1-2. 12-15. 18-22; Mt 15, 1-2. 10-14 Las palabras de consuelo que Jeremías dirige en este capítulo suponen cumplida la ruina de Jerusalén. El profeta habla de una llaga incurable, y de una ciudad que sufre burlas, a quien llaman La Abandonada. Todas esas desgracias pesaban demasiado en la conciencia del pueblo de Israel. Los reveses que sufrimos en la vida también nos desalientan. Si nos mantenemos sensatos en dicha situación podemos aprender y redimensionar las cosas. Dios no abandona jamás al hombre que sufre; se hace presente de finilla misteriosa y discreta. En contraste, el Evangelio exhibe la tozudez de los fariseos que veneran la ley, sin venerar a las personas que dichas leyes tratan de proteger y custodiar. La compasión, la justicia y la benevolencia siempre serán formas adecuadas que nos ayudan a sentir la presencia de Dios. Quien cuida con ternura a las personas golpeadas por la adversidad está haciendo manifiesto a Dios. Vive como símbolo vivo que apunta a la grandeza de Dios.

Los fariseos, sabios y orgullosos, tercos y fríos calculadores, perseveran inconmovibles en su tozudez e incredulidad, a pesar de todas las explicaciones de Jesús. ¡La de los fariseos sí que es ceguera! Y lo más triste y trágico del asunto es que están ciegos porque ellos quieren estarlo, por su propia voluntad, por su dureza de corazón, por su vacio empedernido interior y su incredulidad.

Los fariseos, no cambian de postura, se endurecen más y más. Ése es, precisamente, el verdadero problema, su pecado mayor: la soberbia y la altanería. No son humildes y por eso no creen ni aceptan a Jesús. Es un pecado de empedernido y de ceguera voluntaria. A esto llamaría luego nuestro Señor "pecado contra el Espíritu Santo", o sea, de resistencia consciente a la gracia de Dios. ¡Qué tremendo!

Ojalá que nunca nos pase a nosotros eso que les aconteció a los fariseos. Pidamos a nuestro Señor la gracia de ser profundamente humildes y sencillos de corazón, para creer en Él con una fe viva, para confesar y proclamar públicamente a Jesús, incluso a costa de burlas y de persecuciones que suframos en su nombre.

Pero esta fe, para que sea auténtica, debe ser operante y práctica; o sea, ha de envolver toda nuestra persona y nuestro ser entero. No se trata de algo meramente intelectual o de una aceptación racional de las verdades del dogma católico. Es, más bien, confianza absoluta en Dios nuestro Señor, en su poder y en su misericordia; abandono total al Plan de Dios, como un niño pequeño en brazos de su padre; y absoluta disponibilidad a su santísima Voluntad sobre nosotros, como María y como los santos.

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