La persecución contra cristianos comprometidos con los empobrecidos ha sido un eje transversal de la historia del cristianismo. Muchas páginas se han escrito con la sangre de mártires que han confirmado con su vida la fidelidad a Jesús y su mensaje. Su testimonio nos ratifica que el Señor sigue actuando en medio de su pueblo, y "la justicia y la paz se besarán" como Palabra definitiva de Dios.
Mateo 12,17-21: La preocupación de Mateo: Jesús es nuestro Mesías. Esta reacción diferente de parte de los fariseos y de la gente lleva a Mateo a ver en esto una realización de la profecía del Siervo. Por un lado, el Siervo era perseguido por las autoridades hasta el punto de ser escupido en el rostro, pero no volvía el rostro atrás, sin avergonzarse, y puso su rostro como un pedernal (Is 50,5-7). Por otro lado, el Siervo era buscado y esperado por la gente. Las multitudes de las islas distantes esperaban su enseñanza (Is 42,4). Era exactamente esto lo que estaba aconteciendo con Jesús.
Mateo 12,18-21: Jesús realiza la profecía del Siervo. Mateo trae por entero el primer cántico del Siervo. Lee el texto bien despacio, pensando en Jesús y en los pobres excluidos hoy:
He aquí mi Siervo, a quien elegí, mi Amado, en quien mi alma se complace. Pondré mi Espíritu sobre él, y anunciará el juicio a las naciones. No disputará ni gritará, ni oirá nadie en las plazas su voz. La caña cascada no la quebrará, ni apagará la mecha humeante, hasta que lleve a la victoria el juicio:
en su nombre pondrán las naciones su esperanza.
UNA REFLEXIÓN PARA NUESTRO TIEMPO.- De manera cíclica se reactiva el asunto de la pena de muerte. Hay un dato evidente: una sociedad cansada de la ineficiencia del sistema de justicia real-mente existente en este país y unos políticos o líderes de opinión que pulsan sus fibras violentas y enfocan sus baterías contra secuestradores, sicarios y otros delincuentes, a quienes pretenden imponer la pena de muerte. La desesperación y la impotencia son malas consejeras. Precisamente por la escasa confiabilidad del sistema de justicia no se puede poner una herramienta tan delicada como la pena de muerte en sus manos. La parábola de la cizaña es una llamada de atención y una invitación a refrenar nuestros impulsos camitas. La indiferencia ante el crimen desbordado no es la salida, sino la renovación de los procesos de reinserción social de los jóvenes delincuentes, la multiplicación de las oportunidades reales de mejora social, la educación integral en la familia y la transparencia en los procesos penales.
Sb 12, 13.16-19, Rm 8, 26-27; Mt 13, 24-43 La conexión entre ambos relatos es evidente. La temática gira en torno del mismo asunto: la justicia divina. El autor del libro de la Sabiduría va perfilando el rostro misericordioso de Dios que parecía ensombrecerse de manera pendular a lo largo del Antiguo Testamento. La misericordia de Dios no fue un rasgo revelado tardíamente, puesto que lo encontramos en los capítulos más antiguos del Éxodo y en los primeros profetas de Israel. No obstante lo anterior, en ciertos libros se subrayó en demasía el tema de la ira divina. El discurso parabólico de san Mateo, nos refiere la parábola de la cizaña. Los segadores, es decir, las instancias humanas que representan a Dios en la comunidad creyente, pretenden apresurar la hora del juicio. El sembrador-Dios opta por la paciencia para no permitir que los jueces humanos incurran en malentendidos que resultarían funestos: inocentes sentenciados como culpables.
El trigo y la cizaña crecen juntos. Lo bueno y lo malo están mezclados en cada uno y en la sociedad. Al final de los tiempos, será el momento de la separación de lo bueno y de lo malo.
El Reino de Dios no es: una comunidad de puros. Jesús ha venido para los pecadores y olvidados. El Reino de Dios está presente y enraizado en la historia humana. Dios salva en la historia.
Dios es respetuoso y paciente. Ya llegará el día de la cosecha, la hora de la verdad. El tiempo que el Señor nos regala es tiempo de salvación, de conversión.
Sepan que hoy es el tiempo favorable, éste es el día de la salvación (2 Cor 6, 2).
Dios no es amigo de fanatismos ni de imposiciones, ni de violencias. El Reino no se impone, se propone. El Reino requiere una paciencia histórica: espera paciente y serena, de aguante activo.
Aprendamos la lección: respeto a los que no piensan, sienten, valoran hacen lo mismo que uno. Cada uno es – debe ser – dueño de sus actos ante el Señor y su conciencia.
Lo pequeño y lo débil. Esto está simbolizado en esta parábola del grano de mostaza.La eficacia del Evangelio no reside en lo grande y fuerte según los valores de la sociedad. No se mide por el ruido y publicidad que hace. El Reino, el Evangelio, crece en silencio, aunque tenga sus efectos visibles. No es amigo del ruido ni de los aplausos.
Nos recuerda la sabiduría de la cruz, que expone san Pablo. He rogado tres veces al Señor para que apartara esto de mí, y otras tantas me ha dicho: `Te basta mi gracia´. Gustosamente, pues, seguiré enorgulleciéndome de mis debilidades, para que habite en mi la fuerza de Cristo. Y me complazco en soportar por Cristo debilidades, injurias, necesidades, persecuciones y angustias, porque cuando me siento débil, entonces es cuando soy fuerte (2 Cor 12, 8-10).
Lo que en Dios parece locura, es más sabio que los hombres; y lo que en Dios parece debilidad, es más fuerte que los hombres (1 Cor 1, 25).
La levadura no se ve cuando está en las entrañas de la masa. Pero convierte el pan en esponjoso y sabroso, agradable a la vista y al gusto.
El Reino también necesita del trabajo de los humanos: la mujer que amasa. La petición Venga a nosotros tu reino, indica que Dios espera la colaboración humana.
La levadura, como la semilla, es el mismo Jesús, sembrado y metido en el interior de la historia humana. La presencia terrena de Jesús no tuvo una actuación espectacular. Más bien, terminó en un fracaso. Pero su muerte y sepultura fueron el paso necesario hacia su glorificación y la nuestra.
Yo les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda infecundo; pero si muere dará fruto abundante (Jn 12 24).
El cristiano, como Jesús, ha de ser levadura en la masa. Nunca ha de evadirse de los problemas de la sociedad. Debe ser fermento, para dar frutos para el Reino La Palabra nos enseña: la paciencia de Dios, que nos consiente y nos acepta como somos, que espera pacientemente nuestra conversión, para dar buenos frutos de salvación.
El crecimiento del Evangelio en cada creyente no produce vistosidad ni ruidos. El crecimiento, sobre todo, es interior. Y, en consecuencia, se manifiesta en lo exterior.
El Reino de Dios, su vida, se manifiesta en el silencio. El Evangelio no necesita publicidad, Sí necesita testigos, que hagan de levadura y fermento.
El Evangelio nos pide que seamos respetuosos y pacientes con el proceso de crecimiento de cada persona. No ser intransigentes, fanáticos, fundamentalistas. No imponer a los demás nuestro modo de ver y opinar. Dialogar para comprender la situación del otro.
Señor, Tú siempre estás sembrando la buena semilla de tu Palabra en nuestro corazón. Tú siempre estás alentando y fermentando nuestra masa. Porque nos conoces y nos amas. Pero, también nos acechan las fuerzas negativas que quieren convertir en cizaña la buena siembra. Haz que resistamos a esta siembra del mal. Haz que, con paciencia, serenidad y fortaleza, podamos seguir creciendo en los valores del Evangelio.
Danos el espíritu de vigilancia sobre nosotros mismos. Danos el valor de seguir sembrando y cuidar lo sembrado en nuestra conciencia. Y que no seamos intransigentes con los demás. Que sepamos respetar el rimo de cada cual.
Concédenos un corazón que, como el tuyo, sea paciente, comprensivo y sepa amar y ayudar al que desfallece y cae. Que seamos fortaleza para el débil y seguridad para el vacilante. Que sepamos ser fermento con nuestro testimonio de vida UNA REFLEXIÓN PARA NUESTRO TIEMPO.- De manera cíclica se reactiva el asunto de la pena de muerte. Hay un dato evidente: una sociedad cansada de la ineficiencia del sistema de justicia real-mente existente en este país y unos políticos o líderes de opinión que pulsan sus fibras violentas y enfocan sus baterías contra secuestradores, sicarios y otros delincuentes, a quienes pretenden imponer la pena de muerte. La desesperación y la impotencia son malas consejeras. Precisamente por la escasa confiabilidad del sistema de justicia no se puede poner una herramienta tan delicada como la pena de muerte en sus manos. La parábola de la cizaña es una llamada de atención y una invitación a refrenar nuestros impulsos camitas. La indiferencia ante el crimen desbordado no es la salida, sino la renovación de los procesos de reinserción social de los jóvenes delincuentes, la multiplicación de las oportunidades reales de mejora social, la educación integral en la familia y la transparencia en los procesos penales. LA PRESENCIA DE DIOS. Mi 6,1-4. 6-8; Mt 12,38-42 No es necesario exigir señales extraordinarias para advertir la presencia de Dios en nuestra vida. El signo fundamental se percibe con los sentidos y con la mente bien abierta: quienes practican la lealtad, la justicia y se comportan con humildad ante Dios son para el resto de las personas, la señal más transparente de su presencia. Donde quiera que una persona trate con equidad, cariño y bondad a sus hermanos, ahí está Dios. Ese es en realidad el milagro más difícil de realizar. Los adversarios del Señor Jesús exigían realizara acciones espectaculares para darle credibilidad. No sabían deletrear el mensaje que cotidianamente transparentaba en sus actitudes de compasión, solidaridad y afectuosa calidez con los necesitados. Esas son las señales proféticas que Dios le brindó a Jonás: compasión por los ninivitas, incluyendo sus rebaños y ganados.
Vivimos en la era de internet, de las comunicaciones mundiales en tiempo real, de las empresas de mensajería que en menos de 24 horas mandan un paquete al otro extremo del globo terráqueo. El hombre moderno todo lo quiere ver, todo lo quiere tocar. Quiere pruebas de todo lo que se le dice.
Esto no es algo exclusivo de nuestro tiempo.
A Jesucristo también los judíos le pedían señales para creer. Querían ver y tocar. Y no es que Cristo no hubiese hecho señales, pues todos sabemos que curó a enfermos y libró a muchos de espíritus que les atormentaban. A los judíos de aquel entonces no les bastaba eso. Querían verlo por sus mismos ojos. Querían tocar, sentir el milagro.
Nosotros los católicos podemos correr el peligro de pedir a Cristo que nos envíe una señal para seguir creyendo. Sabemos que Él es Dios, pero queremos dar gusto a nuestros sentidos. Queremos ver y tocar. ¿Queremos un Cristo espectáculo que nos ahorre el esfuerzo de la fe? Nos olvidamos de que Dios no está en las grandes tempestades ni en los terremotos, no está en los telediarios ni en las primeras páginas de los periódicos.
Dios se hace presente en el susurro que se escucha en nuestras almas, en el momento de silencio en el que le buscamos tras una jornada de trabajo llena de dificultades y ajetreo, en el encuentro familiar de oración en el que le hacemos partícipes de nuestras cosas, en la paz del corazón de quien deja por un momento todas las cosas para escuchar de Aquel que le ama las palabras de amor que le ayudan a creer en Él con mayor certeza que si nos hubiese dado las señales que le pedíamos.
No reducir mi oración a la petición, sino también contemplar, adorar y agradecer a Dios su amor.
En vez de pedir pruebas debo exigirme medios concretos para crecer en la humildad y el amor, los mejores medios para evitar el pecado. Señor, cuando me arrepiento, reconozco que he fallado en mi amor, me remuerde haber correspondido tan miserablemente a quien es todo amor. Me olvido de que te tengo siempre en mi corazón, por la presencia de la gracia santificante en mi alma. Gracias por tu paciencia, quiero amarte más el día de hoy. Estaré más atento a hablar contigo durante el día.
HE VISTO AL SEÑOR Mi 7,14-15. 78-20; Jn 20,1-2. 11-18 Mucha entereza necesita un creyente para confesar con la frente en alto lo que Magdalena anuncia a los discípulos: "He visto al Señor". Ella había recorrido los caminos accidentados de la Baja Galilea, fascinada por haber encontrado al profeta que la rescató de su dolorosa ansiedad. Vivió libremente su condición de discípula y animó a sus amigas a emprender juntas el seguimiento de Jesús. Todo aquel ímpetu fue arrancado de tajo con la brutal ejecución del Maestro. Magdalena atravesaba su peor situación límite. Ella no se convencería fácilmente de que Dios hubiera dejado sin consuelo a Jesús. Efectivamente como sentencia el profeta Miqueas, el Padre se compadeció del crucificado y lo devolvió a la Vida plena.
Jesús resucitado no es un fantasma, tiene una identidad inconfundible, simbolizada en la peculiar habla que María reconoció al sentirse cariñosamente nombrada por Él.
María Magdalena es un personaje muy especial en los evangelios, puesto que es claramente identificada como una pecadora. San Lucas precisa que de ella "habían salido siete demonios" (Lc 8,2). Lo cierto es que ese encuentro primero con Jesús cambió de forma radical su vida. Experimentó la debilidad del pecado y la fortaleza de la misericordia de Nuestro Señor.
La Magdalena siguió hasta el Calvario a Cristo, Estuvo presente en la crucifixión, en la muerte y en la sepultura de Jesús. Junto con la Madre Santísima y el discípulo amado recogió su último suspiro y ahí, al pié de la Cruz comprendió que sus pecados estaban siendo perdonados con cada gota de sangre derramada en el madero, que su salvación estaba en aquella muerte, en aquel sacrificio.
Ella fue quien descubrió, la mañana del primer día después del sábado, el sepulcro vacío, junto al cual permaneció llorando hasta que se le apareció Jesús resucitado (cf. Jn 20, 11). Y el Resucitado, como nos narra el evangelio de hoy, quiso mostrar su cuerpo glorioso ante todo a ella, que había llorado intensamente por su muerte. A ella quiso confiarle "el primer anuncio de la alegría pascual" para recordarnos que precisamente a quien contempla con fe y amor el misterio de la pasión y muerte del Señor, se le revela la gloria de su resurrección.
La historia de María Magdalena recuerda a todos una verdad fundamental:
discípulo de Cristo es quien, en la experiencia de la debilidad humana, ha tenido la humildad de pedirle ayuda, ha sido curado por él y lo ha seguido de cerca, convirtiéndose en testigo del poder de su amor misericordioso, más fuerte que el pecado y la muerte.
Así María Magdalena nos enseña que nuestra vocación de apóstoles se arraiga en nuestra experiencia personal de Cristo. Nuestro encuentro con él suscita un nuevo estilo de vida, ya no centrado en nosotros mismos, sino en él, que murió y resucitó por nosotros (cf. 2 Co 5, 15), renunciando a todo lo que nos lleva al pecado y conformarnos cada vez más plenamente a Cristo.
Jr 1, 1.4- 10; Mt 13,1-9LA PALABRA PROFÉTICA.
Cuando los profetas de Israel profetizan no andan con miramientos, ellos hablan de frente, desafían, acusan, exhiben la doble moral y la religiosidad mezquina de la comunidad. No cosechan aplausos, sino rechazo y hostilidad. Son demoledores de medias verdades y de posturas "políticamente correctas". Jamás son populistas. Son contemplativos que saben mirar la vida y saben acoger el rumor de palabras con que Dios se comunica. Su fina sensibilidad poética les permite expresarlo de forma adecuada, por eso consiguen cimbrar la conciencia de Israel.
La conocida parábola del sembrador despliega una pintura realista sobre el quehacer de los predicadores cristianos. Con frecuencia realizan un trabajo estéril, porque se topan con la inercia, la resistencia y los prejuicios de los oyentes. La tierra buena y el corazón bien dispuesto escasean; es necesario saberlo para no entusiasmarse con visiones triunfalistas.
Cristo se pone a la orilla del lago de nuestra vida y quiere entrar con su barca, no como extraño, sino como amigo que trae la paz. Y ¿de qué forma? Por su palabra y su presencia. En esto hay una relación muy estrecha entre la lectura y el Evangelio. Así como Dios dio alimento a los israelitas en el desierto, también Cristo quiere darse como alimento a nuestras almas. Él quiere que nos demos cuenta de las dos únicas fuentes de vida: su Palabra en el Evangelio y su cuerpo en la Eucaristía. Todo el evangelio se centra en nuestro primero alimento vital, que es ésta semilla lanzada a tu alma en particular. Pero el sembrador es el protagonista de la escena y no nuestro pobre terreno, con sus espinas y piedras, porque si miramos bien, no podemos trabajar la tierra sin la ayuda de Dios. Si nos creemos el centro de la escena, estaremos equivocados; pero si entendemos nuestro papel de colaboración con la obra de Dios, entonces hemos atinado en nuestra relación con Él.
Ahora bien, es bonito percibir el amor de Dios que lanza con cariño las semillas, y sentimos vergüenza de la aspereza con que recibimos su Palabra en el Evangelio, sin mejorar nuestra vida. Entonces ¿qué podemos hacer? Primero, analizar el grado de sintonía entre lo que yo quiero y lo que Dios quiere. Después, aceptar o no su voluntad, pero nunca estar indecisos porque nos mueve a la desesperación, y por último, llevar a cabo la Palabra de Dios en el día, esto es, vivirlos dos mandamientos de Dios: Amarlo a Él y al prójimo como a nosotros mismos. Vivir de cara a Dios, hablándole en la oración como amigo, esposo y Señor, respetando su cuerpo en la Eucaristía. Y al prójimo, preocupándonos por todo el que está a nuestro lado, prestando atención al que me habla, demostrando cariño a todos.
Así Dios podrá producir el "ciento por uno" en nuestras almas.
Trataré con respeto y cariño a todos los que vengan hablarme como si lo hiciera al mismo Cristo, Nuestro Señor.
Señor, hoy me has hablado claro, sé que solo con escucharte y recibirte en la Eucaristía no pereceré en este desierto que es el mundo. También me has mostrado mi ingratitud para contigo, especialmente cuando no hago fructificar tus semillas: aquellas gracias y oportunidades para crecer en el amor y en la paciencia, porque he cerrado mi corazón. Pero ahora te pido de rodillas, que ya no dejes pasar mis días sin amarte, viendo en todo tu mano de Padre, y rezando con el corazón y no con la boca. Amaré a todos los que vea hoy como si fuese mi último día en la tierra, con amor y con cariño. Jesús, que nunca deje de te amar.
Amén.
Como Jesús fue el anunciador del amor de Dios Padre, también nosotros lo debemos ser de la caridad de Cristo: somos mensajeros de su resurrección, de su victoria sobre el mal y sobre la muerte, portadores de su amor divino RECUERDO TU CARIÑO DE JOVEN. Jr 2, 1-3. 7-8. 12-13; Mt 13, 10-17 Me abandonaron a mí, manantial de aguas vivas, y se hicieron cisternas agrietadas. El profeta Jeremías es un poeta lírico que expresa de manera desbordante sus sentimientos. Trata de descifrar los secretos existentes en la relación entre Dios y su pueblo y descubre una merma en la intensidad del amor. Al igual que en las relaciones humanas resulta complicado mantener la autenticidad del amor y los mejores años pasan y se recuerda con nostalgia el cariño juvenil; del mismo modo Israel se deja vencer por la rutina y empieza a coquetear con opciones degradadas, "aljibes agrietados" les llama el profeta. Para desentrañar la hondura del mensaje evangélico es imprescindible seguir a Jesucristo, quien se mantenga demasiado prudente, evitando riesgos, se le escapará la esencia del Reinado de Dios. Los discípulos están en la condición idónea, viven como su Señor, intentan compartir su estilo de vida y eso les da el horizonte indispensable para comprender su propuesta.
Cuando un médico quiere poner una vacuna, necesita que el paciente relaje sus músculos y sea dócil, porque si no, la aguja le hará daño y puede quedarse sin recibir la medicina.
Dios regaló a su pueblo una Ley e hizo con él una Alianza. De esta manera le preparó para la venida de su Hijo. Sin embargo, algunos endurecieron el corazón y no fueron capaces de acoger la Revelación. Por eso Jesús se muestra triste en este pasaje evangélico, porque Él era el cumplimiento de lo que anunciaron los profetas y justos y muchos no supieron recibirle.
Las palabras desconcertantes: "al que tiene se le dará de sobra, y al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene" se refieren al aumento o disminución de la capacidad para entender el mensaje de Cristo. Unos comprenderán y se alegrarán con esa luz, pero los que se endurecen voluntariamente quedarán más confundidos.
Jesús nos pide docilidad, sencillez de corazón, apertura para poder acoger sus palabras. Aunque es posible que no nos sintamos capacitados para ello. En este caso, debemos pedirle confiadamente: "Señor, ayúdame, haz que vea, que comprenda lo que quieres decirme".
Comprometerme con Dios al aplicar, a mi propia vida, las enseñanzas de las parábolas del Evangelio.
Se puede ver y oír el mundo y sus acontecimientos con la pura razón o, además de ésta, con fe, esperanza y caridad. Así se puede ver un mundo limitado, pasajero temporal, o, un mundo ilimitado de posibilidades y realizaciones, perdurables y eternas. También, puedo reducir mi conocimiento de Cristo sólo a mi razón o buscar experimentar su presencia y su amor. Ayúdame, Espíritu Santo, dame la gracia para crecer en la fe, la esperanza y el amor para ver y oír a Cristo, al mundo y a los demás, como Tú quieres que los vea.
MI TRAGO LO PASARÁN. 2 Co 4, 5. 7-15; Mt 20, 20-28. La escena del Evangelio de san Mateo había quedado rebasada por la entrega martirial de Santiago Zebedeo. La aspiración a adueñarse del poder estuvo presente alrededor del año 30; aproximadamente quince años después Santiago rendía su testimonio supremo de fidelidad en Jerusalén. Todos los apóstoles tuvieron que cambiar de paradigma. En el seguimiento de Cristo no era importante disponer de poder. El tesoro de la esperanza perseverante y de la gracia que nos libera del miedo y la angustia es gratuito. Los apóstoles no se convierten de la noche a la mañana en superhéroes: seguían siendo personas frágiles, que se asustaban ante la posibilidad de la muerte violenta, pero a la vez se sabían sostenidos por la vida del Señor resucitado que les permitía resistir en el servicio del Evangelio. Somos portadores de un tesoro incomparable, a pesar de nuestra condición frágil y pecadora.
A todos nos gusta el poder, el ser reconocido como los más importantes cuando se trata de ser elegidos entre los mejores. En este Evangelio es la madre de los Zebedeos quien se acerca a Jesús para pedirle que sus hijos se sienten a su derecha y a su izquierda en su Reino. El deseo de una madre para sus hijos no podría ser mejor. Ante el dueño de la mayor empresa de este mundo no duda en pedirle los mejores puestos para sus hijos.
Jesucristo se da cuenta de sus intenciones y se adelanta a preguntarle «¿Qué quieres?». La madre hace su petición y Jesús responde con la frase «No saben lo que piden». Esta frase le debió de haber dolido a Jesús en lo más íntimo. "¡Tanto tiempo llevaba ya con ellos y ellos seguían esperando en un mesías mundano!
¡No habían entendido todavía el Sermón de las Bienaventuranzas y las predicaciones acerca del Reino de Dios!" No habían comprendido que "el que quiera ser grande, que se haga servidor; y el que quiera ser el primero que se haga su esclavo".
La fe en Jesús es algo que se debe llevar y reflejar en la vida. No podemos sólo esperar a que nos salve por habérselo pedido. Cada día tenemos que luchar por conocer a Jesús y por reconocerlo como Dios. Un Dios que le gusta estar entre los humildes y entre lo que se confían a su Providencia En pocas palabras Jesús nos da una conferencia magistral de lo que es el "servicio" al Rey de los Cielos y a Su Reino. En primer lugar hemos de "beber el cáliz", es decir, hemos de participar con Él en su sufrimiento por las almas para parecernos a Él, pues no sólo habla de beber un cáliz, sino de beber el cáliz que Él beberá.
En segundo lugar muy claramente que el binomio salvífico es el del sacrificio y la confianza en Dios. Nosotros no somos los dueños de nuestra vida y mucho menos del plan de salvación que Dios tiene sobre nosotros. A nosotros, como piezas de un ajedrez, nos toca movernos adonde Él nos diga sabiendo que el que lleva la jugada y ve todo el panorama es Él.
Buscar servir antes a los demás que a mí mismo.
Ahora que te he contemplado, Señor, en tu sencillez y en tu servir, no permitas que yo, seguidor tuyo, me decida por el lado del servicio del mundo. Haz, que lo primero que desee sea servir y no ser servido para tener un lugar contigo en el cielo.
ENTONCES HABITARÉ CON USTEDES. Jr 7,1-11; Mt 13,24-30. El mensaje sobre el templo que proclamó el profeta Jeremías resultó un giro decisivo en la predicación profética. No es posible reducir la relación profunda con Dios a una relación burocrática y ritualista. El templo no es una especie de imán maravilloso, como tampoco lo es el culto. Quien haya conocido el querer divino, entenderá que Dios no quiere absolutamente nada para sí mismo: Dios es el guardián de los débiles y desafortunados. Los forasteros, las viudas y los huérfanos requieren de mediaciones y de la solidaridad de los creyentes. Quien ande buscando la grandeza a los ojos de Dios, podrá encontrar el tiempo y la energía necesaria para sumarse a iniciativas donde se atienda a los drogadictos en vías de recuperación, a los niños con cáncer, a los pacientes que sufren doblemente por su enfermedad y por los deficientes servicios de salud. Los cristianos que llevan alegría, consuelo y comida son los verdaderamente "grandes" en la comunidad eclesial.
Ésta es la palabra del Señor que escuchó Jeremías: "Ponte a la entrada del templo y proclama allí estas palabras: 'Escucha, Judá, la palabra del Señor; escúchenla ustedes los que entran por estas puertas para adorar al Señor. Esto dice el Señor de los ejércitos, el Dios de Israel: Corrijan su conducta y sus intenciones, y viviré con ustedes en este lugar. No se hagan ilusiones con razones falsas, repitiendo: ¡Éste es el templo del Señor, éste es el templo del Señor, éste es el templo del Señor!
Si corrigen su conducta y sus intenciones; si aplican bien la justicia entre los hombres y no explotan al forastero, al huérfano y a la viuda; si no derraman sangre inocente en este lugar y no siguen, para mal de ustedes, a dioses extranjeros, entonces yo habitaré con ustedes en este lugar, en la tierra que desde hace tanto tiempo y para siempre les di a sus padres.
Ustedes, en cambio, ponen su confianza en palabras engañosas, que no sirven de nada. Porque roban, matan, cometen adulterios y perjurios, queman incienso a los ídolos, adoran a dioses extranjeros y desconocidos, y creen que, con venir después a presentarse ante mí en este templo, donde se invoca mi nombre, y con decir: 'estamos salvados', basta para poder seguir cometiendo todas esas iniquidades. ¿Creen, acaso, que este templo, donde se invoca mi nombre es una cueva de ladrones? Tengan cuidado, porque no estoy ciego, dice el Señor'.
En el mundo se ven siempre dos tipos de hombre, el bueno o el malo. El campo es la tierra donde viven juntos los hombres buenos con los malos. Si vemos los campos la forma del trigo es casi la misma que la forma de la cizaña, pero están tan juntos que es peligroso arrancar una sin hacer daño a otra. La cizaña roba agua y minerales de la tierra destinados al trigo.
Es una parábola que se refiere nuestro mundo. Aquí las apariencias engañan. Nosotros también somos tierra fértil donde se puede sembrar cizaña, viene el enemigo cuando no lo esperamos, a veces sutilmente envuelto en medias verdades o para nuestro bien aparente. Sin embargo, estos dos campos diferentes, el mundo y nosotros mismos, están continuamente guardados por el Sembrador. Él quita las yerbas que crecen en nuestra tierra, nos protege como plantas débiles.
Pero podemos dejar todo el trabajo a Él, como dice san Agustín el que te creó sin ti no te salvará sin ti. Debemos orar y velar Por eso para que no sembremos con una mano trigo y con la otra cizaña. Debemos dar fruto de conversión para escuchar estas palabras del sembrador: la podaré y pondré abono para que dé más fruto. Que todo lo que haga, lea, vea o escuche hoy, sea digno del Espíritu Santo quien quiero que viva en mí.
Jesús, gracias por tu paciencia y comprensión ante mi debilidad. Dame la fuerza de tu Espíritu Santo para que sea capaz de arrancar enérgicamente toda la cizaña que disimuladamente he dejado crecer en mi vida. Me ofrezco a Ti con todo lo que soy, porque no quiero que haya nada en mí que no te pertenezca. Quiero vivir mi fe con autenticidad y con un espíritu puro y nuevo.
1 R 3,5-13; Rm 8,28-30; Mt 13,44-52. Podemos conectar la lectura del libro de los Reyes con el Evangelio de San Mateo a través de la imagen del tesoro. Efectivamente Salomón no le solicitó al Señor riquezas ni tesoros fabulosos; aunque los cronistas que escribieron sus memorias lo hayan pintado como un rey que poseía abundantes riquezas, dispuso de la sensatez suficiente para pedir sabiduría y sencillez de corazón para escuchar a su pueblo, a fin de gobernarlo con acierto. Los tesoros y perlas de que habla el Evangelio no se resguardan en cajas fuertes ni se exhiben en joyerías de prestigio; son tesoros metafóricos que se compran con buena disposición y apertura de corazón. Quien se libera de sus sujeciones y se deja desafiar por el mensaje del Reinado de Dios, encuentra un tesoro que le permite vivir con acierto y sensatez, encontrando así una de la rutas seguras que conducen a la vida dichosa.
En una ocasión, un gran rey cruzaba el desierto. Lo seguían sus ministros. De pronto, uno de los camellos se desplomó a tierra y se rompió el baúl que cargaba en su joroba. Una lluvia de joyas, perlas preciosas y diamantes se desparramó sobre la ardiente arena. El rey dijo a sus ministros:
"Señores, yo sigo adelante. Ustedes, si quieren, pueden quedarse aquí. Todo lo que recojan, será suyo". Y continuó su viaje sin parpadear, pensando que ya nadie lo seguiría. Al cabo de un rato, se da cuenta de que alguien viene detrás de él.
Vuelve la mirada hacia atrás y ve que es uno de sus ministros. El rey le pregunta:
"¿Qué no te importan las perlas y diamantes de tu rey? Podrías ser rico toda tu vida…" Y el ministro replica:
"Me importa más mi rey que todas las perlas de mi rey".
Esta bella historia del poeta persa Firdusi podríamos aplicarla perfectamente al Evangelio que nos ofrece el Señor para nuestra meditación: "El Reino de los cielos –nos dice– se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo vuelve a esconder, y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra aquel campo".
Entre ambos relatos hay algunas diferencias: en la primera narración el ministro "deja" los tesoros de su amo; mientras que en la segunda, el hombre de la parábola "compra" el campo para adquirir el tesoro que ha encontrado. Parecería, según esto, que ambas narraciones resultan contrapuestas entre sí. Pero, no obstante estas variantes, el contenido de fondo es bastante semejante. Trataré de explicarme.
Lo que nuestro Señor quiere resaltar con la parábola del tesoro escondido –como también con la otra parábola que viene a continuación, la del mercader de perlas finas– no es tanto el objeto material del tesoro escondido, sino la decisión fundamental de estos dos hombres de dejar todo para llegar a poseer ese tesoro de incalculable valor que han encontrado. "Va a vender todo lo que tiene –nos dice Cristo– para comprar aquel campo". Este es el mensaje esencial de la parábola: vender todo para poder comprar todo. Aquí está precisamente el punto de convergencia con el cuento persa: también el ministro deja sus perlas para quedarse con lo verdaderamente importante, que es su rey.
A la luz de esta última historia comprendemos que el tesoro escondido de nuestra parábola no es algo material, sino que es Cristo mismo, nuestro Rey supremo: importa infinitamente más el Señor de las cosas que las cosas del Señor. En efecto, todos los teólogos y estudiosos de la biblia católicos afirman con unanimidad que el Reino de los cielos del que Cristo nos está hablando en estas parábolas es ÉL mismo. El centro de su mensaje es su Persona. ¡Él es el único y verdadero tesoro de nuestro corazón!
Bernal Díaz del Castillo, en su "Historia de la conquista de la Nueva España", nos narra que el capitán Hernán Cortés, cuando desembarcó con sus hombres y puso pie en el continente americano, quemó todas las naves. El mensaje era clarísimo: había que acabar con todo lo que significara una huida, un retorno al pasado o la posibilidad de una marcha atrás. No había escapatorias. La única opción posible era ir hacia adelante.
Es el mismo mensaje que Cristo nos da en el Evangelio de hoy: no hay marcha atrás. Hay que "quemar" todo, "vender" todo para comprar ese tesoro escondido. Desafortunadamente, hoy en día son muy pocos los cristianos que están dispuestos a "quemar" las naves de sus seguridades personales o a "vender" todas sus posesiones con tal de alcanzar a Cristo.
¡Cuántos hoy en día se llaman "buenos cristianos", pero siguen aferrados como lapas a su propio egoísmo y vanidad, y no quieren prescindir de sus frenéticos apegos a las riquezas, a las comodidades, a la vida fácil y a los placeres mundanos! Es mil veces más sencillo arrancar una concha o un erizo de un acantilado marino que mover su voluntad de sus apegos desordenados. Y lo peor de todo es que muchas veces estas cosas conducen al hombre al pecado, no porque sean malas en sí mismas, sino porque es tal la ambición con la que se vive que le impiden acercarse a Dios y abrir el alma a su gracia redentora.
Es ésta la lógica "paradójica" del Evangelio: llorar para reír, sufrir para ser feliz, dejar que te persigan para entrar en el Reino de los cielos, morir para vivir, vender todo para poseerlo todo… ¡Así es el Evangelio: una paradoja que conduce a la felicidad y a la vida eterna! San Pablo, que bien sabía de estas cosas, y no por oídas sino por experiencia personal, así lo expresa: "lo que tenía por ganancia, lo considero ahora por Cristo como pérdida, y aun todo lo tengo por pérdida a causa del sublime conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por cuyo amor todo lo sacrifiqué y lo tengo por basura con tal de ganar a Cristo" (Fil 3, 7-8). Ésta es la ley cristiana del "perder todo para ganarlo todo"."El que pierda su vida por mí, la encontrará".
Hoy Cristo también está hablando con el mismo amor a tu alma. No le cierres tus entrañas. Escúchalo. Déjalo entrar en tu corazón y dale una respuesta pronta y generosa. No tengas miedo. Él está contigo y te da las fuerzas necesarias para responder con amor a su llamada. ¿Qué es lo que tú tienes que vender? ¡Ve, pues, lleno de alegría, a vender todo lo que tienes –aquello que te impida acercarte a Cristo– y compra ese campo que esconde el maravilloso tesoro, que es Jesucristo mismo!
UNA REFLEXIÓN PARA NUESTRO TIEMPO.- Con frecuencia escuchamos testimonios de vida de personas que malgastaron salud, tranquilidad interior, matrimonio y familia para sacar adelante sus proyectos egoístas. Posteriormente, si fueron un tanto sensatos, y después de muchos desencuentros y fracasos, reorientaron sus opciones, se animaron a mirarse al espejo, desecharon sus miedos y comenzaron a vivir de manera auténtica, amándose y amando a los demás. Quien vive así, nos diría la oración del rey Salomón, lo mismo que el cierre final del primer Evangelio, desentraña las "cosas nuevas y antiguas" de su arcón y se deja guiar por la sabiduría del Reino. Por diferentes caminos, las mujeres y hombres sensatos van redescubriendo la manera de conseguir una existencia plena. Conviene abrir los ojos y apreciar los verdaderos tesoros y no las "cuentas de vidrio" que se nos ofrecen como perlas extraordinarias.
ME CEÑÍ A JUDIOS E ISRAELITAS. Jr 13, 1-11; Mt 13, 31-35. El gesto profético del cinturón de lino que realizó Jeremías debió provocar una reacción dolorosa en Israel. Nada golpea más nuestro concepto y nuestra autoestima que sabernos inútiles. Cuando eso pasa, la vida se vuelve tan desagradable, que pierde todo su atractivo. Dios, según explica Jeremías, había escogido a Israel para que fuera paradigma de convivencia armoniosa y justa para los otros pueblos. Al negarse a vivir de forma más exigente y genuina, se convirtió en un cinturón gastado e inservible. El mismo mensaje formulado de manera positiva y optimista es lo que plantea el Señor Jesús en estas dos parábolas. La mostaza y la levadura son imágenes idóneas para explicar el lento y eficiente cambio social que el mensaje cristiano va obrando en la sociedad, a través de personas que asumen con alegría su misión, como heraldos del Evangelio y testigos de la humanización.
Este pueblo será como este cinturón, que no sirve para nada.
El Señor me dijo: "Ve a comprar un cinturón de lino y póntelo en la cintura, pero no lo metas en el agua". Compré el cinturón y me lo puse en la cintura, según la orden del Señor.
Entonces el Señor me habló por segunda vez y me dijo: "Toma el cinturón que compraste y que llevas puesto en la cintura, levántate y vete al río Éufrates y escóndelo ahí, en el agujero de una roca". Fui y lo escondí en el Éufrates, como me había ordenado el Señor.
Al cabo de mucho tiempo, me dijo el Señor: "Levántate, vete al Éufrates y recoge el cinturón que te mandé que escondieras ahí". Fui al Éufrates, escarbé y recogí el cinturón del sitio donde lo había escondido; pero el cinturón se había podrido: no servía para nada.
Entonces el Señor me habló y me dijo: "Esto dice el Señor: 'Del mismo modo haré yo que se pudra la gran soberbia de Judá y de Jerusalén. Ese pueblo malvado se ha negado a obedecerme, se porta obstinadamente, ha seguido a otros dioses para servirlos y adorarlos, y será como este cinturón, que ya no sirve para nada. Porque así como el cinturón va adherido al cuerpo, así quise llevar unidas a mí a la casa de Israel y a la casa de Judá, para que fueran mi pueblo, mi fama, mi gloria y mi honor; pero ellos no me escucharon' ".
Cuando vemos que la sociedad vive cada vez más descristianizada, nos lamentamos y vemos lo poco que podemos hacer. Ese sentimiento de impotencia es natural. Sin embargo, los mecanismos del Reino de los Cielos funcionan de manera diferente. ¿Por qué? Porque el verdadero actor es Dios, y como Él es Todopoderoso puede hacer que cambie hasta lo más difícil.
Al contemplar la vida de los santos, como la de S. Francisco de Asís, vemos cómo se realiza una gran obra a través de ese "pequeño instrumento". Esto es lo que Jesús quiere decirnos: "no te preocupes si sólo eres una semilla diminuta.
Siémbrate en mi Corazón y verás hasta dónde puedes".
Así lo hicieron un grupo de gente sencilla que siguió a Jesús: sus apóstoles.
¿Quién les iba a decir que después de dos mil años la Iglesia estaría presente en tantos lugares y atendería las necesidades materiales y espirituales de millones de personas? Esto se debe a que la fuerza de la Iglesia no está en lo que pueda hacer cada uno por su cuenta, sino en el poder de Dios con las personas que se entregan a fondo.
El secreto consiste en cambiar el propio corazón por el de Jesús, pareciéndonos a Él en todo lo posible. Así se transforma también nuestra familia y las personas de nuestro entorno. Y entre todos, impulsados por Cristo, podemos traer a este mundo la civilización del amor.
Sembrar amor al escribir un correo electrónico o una nota a quien se ha alejado de Cristo.
Señor, gracias por la semilla de la fe que recibí el día de mi bautismo. Quiero que ésta crezca para que pueda convertir, con tu gracia, mi vida en tierra buena, sin obstáculos ni cizaña que detengan los frutos de amor que Tú produces.
EN TI ESPERAMOS. Jr 14, 17-22; Jn 11, 19-27. La confesión de culpa que cierra el capítulo décimo cuarto de Jeremías implica una vivencia profunda de cambio personal y social. Los habitantes de Jerusalén han caído en la cuenta que existen muchos caminos falaces que conducen a la ruina económica y la pérdida de la libertad. Los fracasos políticos y la pérdida de la libertad dejaron una lección profunda en la conciencia colectiva del pueblo. Los profetas acompañaron al pueblo y le ayudaron a procesar su fracaso, para recomenzar una nueva relación con Dios. Marta, la hermana de Lázaro pasaba por un gran desconsuelo, al haber perdido a su hermano. Ella conocía la fuerza de Dios que animaba la vida y los esfuerzos del profeta venido de Nazaret. Quienes, como María y Marta, aprendieron a confiar en Jesús en sus situaciones de desgracia, comenzaron a experimentar la fuerza de la resurrección de antemano.
Decía santo Tomás de Aquino: "Tan sólo un necio trata de consolar a una madre ante su hijo muerto". Estas palabras surgen como fruto directo de la contemplación de este pasaje en el que Jesús, frente al sepulcro de su amigo Lázaro, derrama unas de las pocas lágrimas que aparecen expresamente en el evangelio.
Jesús es consciente del valor de la vida frente a la eternidad y la muerte. Sabe que el alma de Lázaro reposa esperando, como la del resto de los hombres, el momento sublime de la redención. Sin embargo, Jesús también es un hombre. Lo que en un primer momento no le cuesta aplazar cuatro días, más tarde se transformará en lágrimas y llanto: la contemplación del sepulcro de su amigo.
El regreso a la vida de Lázaro es un anticipo, una profecía, de lo que será en el futuro la resurrección de los muertos. Los amigos de Jesús, sus íntimos, sus más queridos, volverán a la vida ante el asombro de sus enemigos y las miradas mezquinas de los que en vida no acogieron a Jesús en su corazón.
Pidamos a Cristo en este día que guarde un puesto para nosotros en su corazón.
Digámosle con todo nuestro ánimo que queremos ser sus amigos y sus íntimos.
Jesús, Tú me amas tanto que, con tal de salvarme, venciste el miedo al sufrimiento y a la muerte. Yo también, Jesús, quiero vivir así, sin temer a la renuncia o el desprendimiento, con tal de vivir en tu gracia y así poder acercar a otros a tu amor, especialmente a aquellos miembros de mi familia que se encuentran alejados de tu amor.
LA FORTALEZA INTERIOR. Jr 15,10.16-21; Mt 13,44-46. El profeta Jeremías enfrentó hostilidades y rechazo por parte de la gente notable de Jerusalén. Lo miraban con desprecio como si fuera un traidor, que se contraponía a los deseos más profundos de Israel. Experimentó en ocasiones ciertas crisis de confianza y se desalentó de seguir cumpliendo su misión profética. Por otra parte, su confianza en Dios era tal, que lo confrontaba con dureza diciéndole: "te me has vuelto un arroyo engañoso". Esas horas oscuras quedaron atrás y el profeta resistió y se mantuvo fiel, porque descubrió que Dios jamás le abandonaría. En cierto sentido, ese es el mayor tesoro y la más fina perla: saberse fortalecido interiormente para cumplir los encargos y retos que nos parecen insoportables. Algo de eso se necesita, para recomenzar a diario con la difícil tarea de educar a hijos rebeldes y desafiantes que resquebrajan nuestras estrategias educativas.
¡Ay de mí, madre mía! ¿Por qué me engendraste para que fuera objeto de pleitos y discordias en todo el país? A nadie debo dinero, ni me lo deben a mí, y sin embargo, todos me maldicen.
Siempre que oí tus palabras, Señor, las acepté con gusto; tus palabras eran mi gozo y la alegría de mi corazón, porque yo defendía tu causa, Señor, Dios de los ejércitos.
No me senté a reír con los que se divertían; forzado por tu mano, me sentaba aparte, porque me habías contagiado con tu propia ira. ¿Por qué mi dolor no acaba nunca y mi herida se ha vuelto incurable? ¿Acaso te has convertido para mí, Señor, en espejismo de aguas que no existen?
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