INTRODUCCIÓN
Y al atardecer armados de una enorme paciencia alcanzaremos las más altas montañas.
Anónimo
Nuestro tiempo está tipificado por una circunstancia única en la historia de la humanidad: jamás el hombre había nadado en medio de tan abundante información, ni tan extensa, ni tan intensa, la cual se acrecienta con la popularización de las computadoras. Otro hecho singular, y en realidad primario, es el desarrollo tecnológico de las comunicaciones que permiten procesos sociales en pocos años, que en el pasado demoraban siglos.
El 2000 parece sólo un número, sin embargo, ocurre igual que cuando cumplimos 30 años. De pronto nos damos cuenta que ha pasado mucho tiempo y que nos queda muy poco, por lo que realizamos un auto-juicio inquisidor. Empezamos por ir al pasado y venir, una y otra vez, midiendo cada cosa, cada hecho, cada circunstancia, con meticulosidad, buscando respuestas a nuestros actos. Eso le debe pasar a la humanidad ahora que completa su segundo milenio. Hay que hacer una profunda reflexión, para valorar nuestros errores y aciertos, para encontrar herramientas que nos ayuden a enfrentar los retos del tercer milenio.
Vivimos la época del «no saber»: no sabemos qué queremos, ni que hacer, no sabemos a quién amar, ni el rumbo en que debemos dirigir nuestra vida, no sabemos cómo enfrentar la creciente delincuencia, ni cómo controlar el vertiginoso ascenso del consumo de drogas, no sabemos cómo evitar el desarrollo de las deformaciones sociales, la violencia generalizada, la corrupción, el robo, la carencia del buen sentido común.
Hay un frenesí en la humanidad provocado por miedos y discrepancias. La modernidad está agotando sus herramientas para la formación de un mundo con justicia. Todos los ideales de libertad, igualdad y fraternidad que han crecido a costa de tanta sangre, se están convirtiendo en letra muerta a causa de la pérdida de los valores éticos y morales, de la solidaridad, del amor al trabajo. Aparentemente el nuevo milenio ofrece un tiempo donde sólo el presente tiene sentido. Ya no se vuelve al pasado para comprender el presente y construir el futuro. La moda está determinada por el dicho popular que dice: "nadie aprende por cabeza ajena"; desconociendo la realidad de que el avance de la humanidad se debe a todo lo contrario. Se siente con fuerza la ola de la indiferencia y la intolerancia que atenta dramáticamente contra lo que se ha construido.
Todo es incredulidad y tiene un reflejo significativo en las nuevas generaciones que crecen sin ningún vínculo con las mejores características humanas del pasado. Esto resume un factor único, la educación de nuestros tiempos está volcada al mero repaso de información; cada día más y más, con nuevas tecnologías y mecanismos cada vez más rápidos de difusión, pero las virtudes del alma ya no importan.
La ansiada felicidad que todos buscamos desaforadamente se ha convertido en un laberinto lleno de intrincados recovecos, en donde nos asalta la desesperación, la intriga, la envidia, la intranquilidad, la frustración por lo que siempre soñamos y no podemos ni intentamos lograr. Y lo que es peor, no sabemos ciertamente que buscamos; todos buscamos; todos encontramos, pero muy pocos encontramos lo que buscamos.
El futuro deambula por los pasillos transformado en una esperanza renca, manca y ciega. La única medicina que adormece momentáneamente esta soledad adolorida es la resignación, que se adquiere en pequeñas dosis que, al igual que en los oráculos, viene en forma de milagros o a través de pitonisas, analizadores de horóscopos, lectores de cartas, en fin de toda clase de supercherías ambulatorias.
La realidad es sólo una, aun en el caso de su visualización en su constante movimiento y su observación desde diversos puntos de referencia. Lo complejo de la época es la interpretación de ella. Así mismo como ha crecido la cantidad de información en la que navegamos, de igual manera ha aumentado la cantidad de variables que encontramos para interpretar los acontecimientos. Sin embargo, sólo una de todas es cierta, independiente de la condición social de la abstracción que tengamos del concepto. Todo pensamiento cuyos resultados no se puedan tocar, oler, medir, sentir o comparar sólo tienen sentido en la medida en que han servido de escalones para que en la trashumancia del pensamiento otros pisen en ellos, para seguir en búsqueda de la verdad.
En el siglo XIV se pensaba que la tierra era plana y que el sol giraba alrededor de ésta. Entonces hubo mucha polémica, opiniones distintas sobre cuál era la verdad. Pasado el tiempo todo se aclaró. Copérnico debeló al mundo que la tierra gira alrededor del sol y Cristóbal Colón dio las bases para descubrir que el mundo no era plano. Hoy, nadie se atreve a decir lo contrario. Y de las muchas tesis, sólo una resultó valedera. Posteriormente surgieron otros problemas, cuyo tratamiento fue igual: primero muchas tesis, discusiones, polémicas, conflictos, para finalmente comprobar una de ellas. Nuestra historia de ayer, hoy y de mañana caminará de igual forma. Los problemas que hoy tenemos, por lo que aparecen innumerables teorías, suposiciones, criterios, finalmente mañana dejará de serlo, para que se acepte sólo una o la síntesis de todas ellas.
El desorden llega sólo y sin necesidad de llamarlo, se posesiona sobre todas las cosas, sutil, silencioso, sin el más mínimo esfuerzo. El actuar sobre el orden es todo lo contrario, requiere de trabajo tenaz diario y desgastador. No nos podemos descuidar jamás, al hacerlo inmediatamente deviene el desorden extremo, cuyos costos para enfrentarlo es inconmensurable, incluso en algunos casos nos lleva al desastre, como aparentemente nos está sucediendo en esta época, o a la destrucción total como le ha ocurrido a determinados grupos sociales que, en el devenir histórico, han desaparecido.
Este trabajo describe el proceso histórico en que fluyen (de generación en generación) los sentimientos de trabajo, de solidaridad, de buen sentido común, de amor, tenacidad, valentía, honradez, entre otros. Valores éticos y morales que están pasando por una metamorfosis total, a partir del rompimiento de los vínculos de conducción.
Los vínculos están rotos, pero no descolgados. El gran desafío está en hacer ahora una reflexión acerca de éstos y avanzar hacia la formación de una sociedad justa y solidaria. En donde sus miembros puedan rehacer una metodología que oriente lo que serán las nuevas características humanas.
El desarrollo humano es un proceso generacional, el individuo por sí mismo no hace más que acumular experiencias que las transfieren a las nuevas generaciones, logrando en ellas (no en ellos mismos) una transformación de esencia. Por lo que los atrasos en cuanto a la conducta y a la instrucción, que percibimos, podrán tener dos explicaciones: o estamos entrando a una etapa de regresión evolutiva de dimensiones apocalípticas cuyo final podría ser la destrucción total, o estamos pasando por un proceso de síntesis histórica cuya solución permitirá el desarrollo de las siguientes fases de crecimiento de la sociedad.
Hasta ahora todos los acontecimientos sociales, incluyendo la experiencia acumulada, ha sido el producto de leyes que han actuado al margen de la conciencia del hombre. Hoy no podemos darnos ese lujo. Tenemos todos los recursos necesarios para actuar con claridad, precisión y decisión.
Este libro no es un recetario de respuestas, más bien presenta el conjunto de razones que explican por qué y cómo se ha instaurado en la sociedad este fenómeno entrópico. Se trata, pues, de que conociendo las causas, podamos encontrar la luz que nos ayude a resolver nuestros problemas, única forma como se resuelve cualquier situación compleja que se nos presente.
No hay duda que no nos han acostumbrado a buscar, todo lo hemos obtenido con facilidad, aun en los casos de los que han crecido en hogares muy humildes. Descubrimos que existen problemas cuando ya nuestro desarrollo está marcado por la indiferencia; entronizándose una conducta en donde las palabras: «discúlpame o perdóname» y «yo no sé» han desaparecido del diccionario, son palabras prohibitivas que atentan (según los requisitos sociales actuales) contra la dignidad del que osa mencionarla; no nos atrevemos a decirlas ni siquiera por hipocresía, solo pensar en ellas es humillante. Esto es un signo propio de la conducta de la vida citadina, que se ha convertido en la norma en cada rincón del planeta. Ciertamente aquel que crece en el contexto de una cultura campesina es sumamente conservador; sin embargo, cuando se le demuestra, en la práctica, su equivocación, en su enorme limitación, acepta con agrado y hace los ajustes necesarios. Hoy carecemos de esa virtud, en nuestra conducta «liberal y sin prejuicios» nos mostramos incapaces de aceptar nuestras equivocaciones, buscamos los argumentos que sean necesarios para demostrarnos que así es, aunque eso signifique tener que cerrar los ojos.
Capitulo 1.-
LOS VÍNCULOS ROTOS
«Dormí y soñé que la vida era alegría, desperté y vi que la vida era trabajo, lo puse en práctica y descubrí que el trabajo es alegría.» Tagore.
1.1- EL PRINCIPIO
Allá por los años 2000 antes de Cristo, en los albores de la civilización, existió un pueblo que le tocó desarrollarse entre tierras áridas y montañosas, a orillas del Mediterráneo en su extremo oriental. Equidistante de lo que hasta entonces era el mundo más evolucionado: entre las civilizaciones de Mesopotamia, India, China y las crecientes ciudades de Egipto y el mediterráneo. Este pueblo fue el de los Fenicios, quienes, por no tener tierras cultivables, se volcaron al mar, convirtiéndose en sus orígenes en pescadores. Posteriormente habiendo desarrollado grandes habilidades como navegantes, y por la posición privilegiada de que gozaban, fueron comerciantes. Y como comerciantes adquirieron tal control sobre la demanda que, en su evolución, fueron fabricantes. Construyeron las ciudades más hermosas de la época: Biblos, Sidón y Tiro. Encontraron en el transitar de pueblo en pueblo, intercambiando mercancías, la única forma de supervivencia. Logrando ser así, el poderoso grupo comercial de su época.
Este estar vinculados constantemente con los más evolucionados pueblos, convierten a los Fenicios en polinizadores de las culturas, las artes y la ciencia; transmitiendo de ida y vuelta no sólo mercancías sino además (algo más importante para nosotros) el intercambio de conocimientos. Estas circunstancias y la necesidad de una comunicación escrita para poder administrar los negocios, permiten que sean los Fenicios los creadores de las formas básicas de lo que es nuestro abecedario: herramienta versátil y fundamental por la cual fluye, de generación en generación, el pensamiento y experiencia acumulada. Desde entonces el desarrollo cultural, científico y social creció a pasos sin precedentes.
Según H. Vallois «El lenguaje, los útiles, la ciencia y la técnica, el arte, la religión son conservados y transmitidos no por la herencia, sino por tradición visual, oral y escrita». Entendemos entonces, que en la sociedad, es la educación: la instrucción y los hábitos transmitidos, la forma que sustituye el papel de la herencia genética, que en los animales determina su desenvolvimiento. Estos elementos requieren de la escritura, como medio obligado para su transmisión. Podemos apreciar la importancia que tiene para la sociedad la creación del abecedario por los fenicios. Vemos pues, que con el aprendizaje de 28 letras podemos leer o escribir cualquier palabra por muy compleja que sea. A diferencia de los jeroglíficos en la antigüedad, o de la escritura China, en la actualidad, que para poder escribir o leer se deben tener aprendidos miles de signos. Ciertamente la síntesis del pensamiento es sumamente más fácil de lograr con esta gramática, que aquella que depende de los símbolos; lo que viabilizó que Occidente tomara las riendas del desarrollo científico y social del mundo.
La gramática desarrollada por los griegos primero y por los romanos después determinó todos los idiomas del mundo bajo su influencia y esta gramática a su vez tiene sus raíces en el abecedario fenicio. El latín se mezcla con los dialectos de las diversas naciones que fueron conquistadas por ellos y con su esfera de influencia; transfiriendo, de esta forma, junto con su abecedario, la síntesis del pensamiento del mundo conocido, realizada por los romanos, a estas áreas que comprendían: Europa (incluyendo a Rusia), parte de Medio Oriente y parte de África. (*1)
(*1).- «El imperio abarcaba un ámbito inmenso y comprendía a muchos pueblos, de diferentes lenguas y distintos estilos de civilización. En Europa había celtas y preceltas, en el área de Siria semitas de lengua aramea, precursora del árabe, mientras que en África del Norte se usaba el egipcio, el numidio o bereber y el fenicio. Los romanos se desentendieron de estas lenguas y de sus correspondientes culturas tratándolas de «bárbaras». Para ellos el latín y el griego constituían la suprema expresión del lenguaje y de la civilización, y así se difundieron entre el mundo bárbaro a la sombra de la paz romana. El Imperio fue un mundo de dos culturas, condesadas en la frase «nuestros dos idiomas» … En las tierras célticas de Europa y de África del Norte desde Túnez hasta la costa atlántica de Marruecos…sus comunidades tenían sus propias estructuras tribales, pero nunca se habían integrado en una civilización coherente, compleja y orgánica. La palabra hablada nunca había cristalizado en literatura escrita. … El resultado final fue la romanización de las provincias occidentales y norteñas.» (Tomado de: Los Romanos/biblioteca universitaria gredos/pág.105)
Sin embargo, hasta hace apenas varias decenas de años, nuestros antepasados, en su casi total mayoría, no sabían escribir. La formación académica era un total privilegio que se impartía en muy contados centros en las capitales y sólo tenían acceso a ella las familias más acomodadas. La instrucción académica, para muy pequeños grupos, fue patente hasta comienzos del siglo XX, cuando ésta adquiere un nivel de evolución que hace de ese siglo: el siglo de la masificación de la educación.
Empero, nuestros abuelos sin tener ninguna instrucción académica, se orientaban por un buen sentido y una solidaridad, que hoy vemos como un conjunto de conductas de vida que ha desaparecido. Añorar el pasado no tiene fundamento científico, porque no va a regresar. Sin embargo, podemos estudiar ese período, para que nos dé luces de cómo resolver las tareas presentes. De tal forma que, las respuestas contendrán necesariamente lo mejor del conocimiento de nuestros abuelos.
El comportamiento social de nuestros antepasados, sus costumbres, sus normas, exigían un estricto deber de la unidad familiar, del trabajo, de la producción para la vida. Y todas estas relaciones y conjunto de reglas, firmemente cimentadas por cientos y miles de años, estaban sólidamente reglamentadas por un seguimiento en la superestructura religiosa y jurídica de la sociedad. Y como factor cohesionador a la naturaleza y sus leyes de selección natural, que obligaban a mantener un determinado comportamiento o de lo contrario sucumbían.
Este avance positivo en el desarrollo de los hábitos en la vida agraria, cuya fundamentalización está determinada por el trabajo, funcionó por generaciones; y su culminación sólo fue posible en la medida en que se fueron creando fuertes y estables centros urbanos. Siendo estos centros los que generan las deformaciones sociales. Las ciudades rompen las condiciones de cohesión, forjadas por miles de años, creando otro tipo de naturaleza propia, con sus leyes de evolución, con variantes que desconocemos en su complejidad. La primera confirmación de este fenómeno, contradictorio, la obtenemos en la Biblia. En ella descubrimos una descripción clara de estos dos factores de desarrollo. La vivificante vida campesina que protagoniza, en detalle, Abraham y la desquiciada realidad que se vive cuando nos desvinculamos del campo, se describe en la imagen de Sodoma y Gomorra.
1.2.- LAS CIUDADES
En la Roma imperial de los primeros siglos de nuestra era, se presentan las situaciones, en su fase primaria, que nosotros vivimos en las ciudades actuales. Problemas de hacinamiento, de vivienda, de agua, de movilización y principalmente de lacras y depravaciones sociales sin parámetros, que aparecieron por primera vez, muy bien documentados, hace dos mil años, en la ciudad más desarrollada de la época esclavista, que se calcula tendría más de un millón de habitantes. Roma se convierte en un Sodoma moderno. Y a pesar de todo, en ella se construyen acueductos, baños públicos, centros deportivos, en fin una serie de facilidades nunca antes vistas y que fueron el sueño del resto del mundo existente para entonces y la ilusión de los que nacimos después. Facilidades que Europa conoció en su complejidad más de mil años después de su desaparición.
Las ciudades de la antigüedad, en su fase inicial crecían a partir de un sólido entendimiento del grupo étnico dominante, sobre una serie de valores morales, costumbres y objetivos comunes. En ese proceso de crecimiento decantaron todos los adelantos culturales de la época.
En su desarrollo, las ciudades pierden paulatinamente el sentido correcto de la conducta, se va desvaneciendo hasta provocar, al igual que en la Roma imperial, su destrucción; ya que, se debilita el carácter de su gente, su unidad de acción, sus recursos abundantes se desvían por rutas improductivas, se acostumbran a las comodidades de la vida apacible y el enorme estímulo de los vicios como consecuencia de la abundancia de recursos y del aumento del tiempo ocioso. (*2)
(*2) «La única función que les quedaba en la sociedad a los propietarios de los latifundios y a sus numerosos séquitos de parásitos era la del goce. Pero el hombre se hace insensible a un estímulo que actúa sobre él por un período largo y continuo; al placer lo mismo que al dolor, a impulsos voluptuosos lo mismo que al temor de la muerte. Simples placeres ininterrumpidos, no relevados por el trabajo, ocasionan, al principio, un ansia constante de nuevos goces, en los que se busca sobrepasar anteriores experiencias, aguijonear de nuevo a los cansados nervios, lo que conduce a los vicios más perversos, a las más atroces crueldades, llevando también la extravagancia a los grados más absurdos. Pero hay un límite para todas las cosas, y una vez que el individuo ha alcanzado el punto más allá del cual le es imposible aumentar sus placeres, bien sea por falta de recursos o de fuerzas, o como consecuencia de la ruina física o económica, se siente invadido por la mayor repugnancia, por una aversión a la simple idea del placer, siente hasta cansancio de la vida; todas las ideas e imágenes terrestres le parecen vanas –vanitas, vanitatum vanitas- . La desesperación, el deseo de la muerte, es el resultado, pero también el deseo, de una vida nueva y más elevada. Sin embargo, la aversión al trabajo se hallaba en muchas gentes tan arraigada, que aun esta nueva vida ideal no se concebía como una vida de trabajo agradable, sino como un estado absolutamente inactivo de bienaventuranza, que sacaba todo su placer de la completa separación de todas las penas y desilusiones de las necesidades y goces físicos.»
(Tomado de: Origen y fundamento del Cristianismo, Kautsky, pág.74)
Podría pensarse que todos los males de la tierra aparecen con el nacimiento y crecimiento de las ciudades. Tal como lo presenta la Biblia al predecir las crisis morales que agitarán el mundo. "Timoteo 3: (1) También debes saber que en los tiempos últimos vendrán días difíciles. (2) Los hombres serán egoístas, amantes del dinero, orgullosos y vanidosos. Hablarán en contra de Dios, desobedecerán a sus padres, serán ingratos, y no respetarán a la religión. (3) No tendrán cariño ni compasión, serán chismosos, no podrán dominar sus pasiones, serán crueles y enemigos de todo lo bueno. (4) Serán traidores y atrevidos, estarán llenos de vanidad y buscarán sus propios placeres en vez de buscar a Dios…" Esta precisa descripción, que leemos en la Biblia, es exactamente la realidad no sólo de las ciudades de antaño, sino que también es una descripción sin precedentes de las actuales.
Ciertamente muchos estudiosos de este tema presentan como causa del fenómeno de la desvirtualización del espíritu, el desarrollo de las ciudades; y sucede que como el desarrollo de las ciudades es algo inevitable, no encuentran alternativa de análisis para poder explicarlo, ni mucho menos dar respuestas prácticas a los problemas que la misma engendran.
Y si bien esta apreciación a simple vista pareciera correcta, las ciudades por sí mismas no son ningún problema, por el contrario, son generadoras de soluciones a un universo de necesidades insatisfechas que, por cientos de años, les fue negada a la mayoría de las poblaciones trabajadora del mundo.
1.3- LA RENOVACIÓN
¡No obstante siempre hubo una renovación de ellas! Las Ciudades eran muy pocas y en medio de la expansión del hombre en el mundo y su evolución, siempre hubo un profuso intercambio de personas del campo a la ciudad y viceversa, causa principal de esta revitalización. Se trata pues de que en el proceso de colonización del mundo, se fueron llenando los espacios paulatinamente, en medio de un proceso dinámico de construcción de ciudades y destrucción de las mismas; proceso éste que estaba directamente vinculado con la vida campesina: campo-ciudad, ciudad-campo, para de nuevo volver del campo a la ciudad.
Por lo que el fenómeno degenerativo que producen las ciudades nunca fue concurrente; ya que, después de un tiempo, las ciudad y todo lo que ella representaba desaparecían; como producto de la misma competencia y hábitos de dominio y pillaje que caracterizan el comportamiento de los grupos étnicos de la época. Por el contrario este fenómeno fue una condición de fortalecimiento del género humano. "Génesis 19:17: Una vez fuera (de la ciudad) le dijeron: Sálvate, no mires atrás y no te detengas en parte alguna del valle; huye al monte, si no quieres perecer."
El proceso era periódico, las ciudades se creaban, crecían, se debilitan sus estructuras y morían. Nunca éstas tuvieron la permanencia que hoy gozan. Sólo el surgimiento y destrucción de las ciudades era la constante, de ahí que la Biblia profetizara, con tanta exactitud para todas las épocas, que las crisis alcanzarían un clímax devastador (Apocalipsis) y que toda esta desintegración social representaba el advenimiento del fin del mundo. Y este vaticinio religioso tiene fundamentación muy real en lo antes expuesto: imagínense por un momento lo que significó para los habitantes de las ciudades romanas la invasión de las hordas bárbaras, que las destruyeron por completo; Atila, rey de estos pueblos, decía que era «el azote de dios».
"Mateo 24: … (16) entonces los que estén en Judea huyan a las montañas; (17) el que esté en la azotea de su casa, que no baje a sacar nada (18) y el que esté en el campo, que no regrese ni aun a recoger su ropa. … (21) porque habrá entonces un sufrimiento tan grande como nunca lo ha habido desde el comienzo del mundo ni lo habrá después…(1:3)
Apocalipsis
(6:12) … y hacen caso de lo que aquí está escrito, porque ya se acerca el tiempo. …
… El sol se volvió negro, como ropa de luto; toda la luna se volvió roja, como la sangre, y las estrellas cayeron del cielo a la tierra, como caen los higos verdes de la higuera cuando ésta es sacudida por el fuerte viento. El cielo desapareció como un (21:1) papel que se enrolla, y todas las montañas y las islas fueron removidas de su lugar…
Después vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían dejado de existir… porque todo lo que antes existía ha dejado de existir…" ¿No sería una impresión igual la que recibieron los habitantes de Jerusalén cuando el general Tito (Procónsul), hijo del emperador Vespasiano, con sus legiones romanas destruyeron dicha ciudad y dispersaron (diáspora) a todos los judíos por el mundo existente bajo su influencia, hace dos mil años?
Miguel A Martín en su Civilización tomo 1 nos narra un pasaje que ocurrió en una época de decadencia en Egipto alrededor de 1100 A.C.: "En el sur casi que desapareció la vida urbana y la población tuvo que buscar refugio en los señoríos feudales que se fueron creando con motivo del éxodo de las poblaciones urbanas hacia el campo". Este comentario que muy atinadamente el profesor Martín rescata y lo presenta en su libro de historia, es una comprobación más de los hechos que llevaron al entendimiento en que se fundamenta la narración de Sodoma y Gomorra, además de la tesis presentada en este ensayo.
Las encarnizadas y seguidas guerras fueron el brazo ejecutor de la culminación de los procesos degenerativos de las ciudades; que además, de destruirlas, esclavizaban a los sobrevivientes, garantizando así la liquidación física de los seres no aptos, ni individual ni grupalmente, para soportar las inclemencias de la nueva realidad.
El intercambio revitalizador de la moral y la ética sigue su curso a través del feudalismo. Período en que hubo una sobrepoblación en Europa, con su secuela de enfermedades epidémicas y muertes masivas por la falta de respuestas a mínimos problemas de saneamiento; una enfermedad desconocida que llamaron la peste negra (peste bubónica) desolaba el continente. Estas y las continuas guerras religiosas, en la lucha por el poder entre la Burguesía naciente y la Aristocracia Feudal, son la balanza renovadora de la época.
En medio de estas circunstancias se descubre, o mejor dicho los europeos se encuentran con América en 1492. De inmediato hay un proceso de colonización sin precedentes. La migración intensa y las arriesgadas aventuras que emprende Europa tuvieron como motivaciones: las guerras religiosas, la prohibición de cultos, la sobrepoblación, la peste que desolaba la región y, sin lugar a dudar, la tradición de enriquecimiento a costa del saqueo que ha caracterizado el desarrollo del hombre a partir de la primera división del trabajo (el desarrollo de la agricultura). Generándose así nuevas zonas agrícolas que reproducían la acumulación de la experiencia y se perfeccionaban, permitiendo una muy activa renovación de las ciudades europeas.
1.4.- CAMBIOS EN LA MOTIVACIÓN DE LOS CIUDADANOS.
En la época de la Roma Imperial, más de mil años después de los sucesos señalados por Miguel A Martín, uno de los argumentos para reclutar soldados con mayor interés en la población, era la repartición de tierras. Por lo que los ciudadanos pobres se enrolaban en él para recibir tierras y convertirse posteriormente en campesinos; o mejor dicho, regresar a su hábitat natural. Estos hechos identifican el concepto claro de la época, en el que existía la patente necesidad de producir en el campo como única forma de prosperidad y seguridad; aunque estas promesas fueran en la mayoría de los casos sólo consignas sin aplicación práctica alguna.
Al final de este período todas las majestuosas ciudades creadas por los romanos, incluyendo sus abundantes lacras, desaparecieron. Evidentemente sus pobladores entran en un proceso de readaptación, en que todo lo que no podía renovarse, perece. Siendo esta realidad un decantador de los individuos putrefactos en su conducta y en su fortaleza grupal.
Estos mismos estímulos fueron utilizados en los ejércitos de todos los reinados anteriores a la Revolución Industrial. Todavía en tiempos del advenimiento del modernismo, y de su gestor principal Napoleón Bonaparte, se utilizó este modelo como palanca motivadora de sus soldados; independientemente de que para entonces el principal incentivo de la efervescencia guerrera era el nacionalismo y el patriotismo. Estos dos últimos sentimientos irrumpen en la vida cotidiana, de la mano de la Revolución Francesa, como el más fuerte estímulo de manipulación social; dejando de un lado la ya envejecida repartición de tierras.
Ya para la Primera Guerra Mundial, un siglo después de la época del general francés, el reparto de la tierra entre los miembros de los ejércitos es historia. La época esclavista y feudal son pasado, su estructura socio-política de carácter agraria, que por miles de años se había perfeccionado, desaparecen. Y a partir de entonces, dramáticamente van destruyéndose todos los nexos con el pasado. Se crea un proceso entrópico de los valores que existían en la sociedad. Proceso éste que tiene sus inicios con la revolución industrial.
Veamos por ejemplo en la Segunda Guerra Mundial como las ciudades fueron masacradas una y otra vez, para que inmediatamente después todos sus habitantes volvieran a reconstruirla. No tenían ningún tipo de alternativas para emigrar masivamente al campo que ya está saturado, ni a otro continente ya que están cooptados todos los espacios. En épocas pasada esto no sucedía, las ciudades invadidas prácticamente desaparecían; los sobrevivientes se refugiaban en el campo. De un millón de habitantes que existían en Roma Imperial en el siglo I ya en el siglo XV solo había 40,000. (*3)
(*3).- «La era capitalista se caracteriza por la noción de un progreso ilimitado de la humanidad, debido al constante esfuerzo del capitalismo para mejorar sus medios de producción, resultando una tendencia de ver el pasado en colores tristes y de ver el futuro lleno de rosas; pero en la Roma Imperial encontramos la idea opuesta: la de una incesante y progresiva deteriorización de la humanidad, y la de un constante deseo de restaurar los buenos tiempos pasados. … la aspiración no era otra que la de la restauración del antiguo modo de producción, esto es, el de un campesinado libre»
(Tomado de: Origen y fundamento del Cristianismo, Kautsky, pág.79)
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