Al día siguiente, Alicia también fue a visitarla junto con sus pequeñuelos, para despedirse de todos , quién sabe Dios cuando volverían a verse, probablemente nunca más, estarían tan lejos. Las dos cuñadas abrazadas fuertemente lloraban y decían frases entrecortadas por el llanto, habían estado siempre muy unidas.
Lunes por la mañana, en el muelle se hallaba atracado el vapor de la Pinillos efectuando las tareas de carga, cabotaje y pasaje. Un viento racheado acumulaba unos grandes y negruzcos nubarrones sobre la bahía, el día era gris y plomizo, en una palabra, depresivo.
Manuel, estacionó el auto en la puerta de la estación marítima, de el descendieron Alicia, su cuñada Francisca y todos los hijos de ambas, Manuel dio los pasajes a su esposa y una bolsa con dinero para el viaje y, los primeros días de estancia en Barcelona, en el entretanto el acababa su cometido en La Habana.
El buque hizo soplar con fuerza su silbato de vapor con toda su potencia, anunciando su próxima partida, su estruendo se podía oír desde cualquier parte de La Habana, los habitantes de esta no le hacían demasiado caso, estaban ya habituados a ello.
Las bodegas estaban abarrotadas de sacos de café, azúcar refinada y melazas y en parte de la cubierta de popa grandes pilas de tablas de maderas tropicales, de las que Cuba era tan rica y apreciada. Manuel abrazó dulcemente a Alicia, se fundieron en un largo y emocionante beso, sus hijos lloriqueaban a su alrededor, sabedores de que se alejaban del amparo de su progenitor, este separándose con suavidad de Alicia, se agachó y en un solo abrazo rodeó a todos sus hijos, les besaba fuertemente y les consolaba, les decía :- No lloréis hijos, papá se reunirá con vosotros dentro de unos días y tu Ramón, que eres el mayor, cuida de mamá y tus hermanitos – . Te lo prometo papá, dijo solemnemente este – No les va a faltar de nada durante el viaje -.
Un último sonar de la sirena del vapor, hizo apresurar a todos los pasajeros que todavía se hallaban en tierra, a subir abordo.
Manuel, su cuñada Francisca y sus hijitos permanecieron de pié todo el tiempo que el barco efectuaba las maniobras de desatraque, sin quitar la vista de donde se hallaban sus primitos. Estos asomados por el borde de la barandilla saludaban con sus brazos al aire todo el tiempo. Alicia, sollozaba y sentía un íntimo dolor en su corazón parecido al que puede sentirse cuando una uña se separa de su dedo.. Manuel grave e impasible saludable de vez en cuanto en el entretanto el vapor se iba alejando por la bahía, en cuanto este salió por la bocana del castillo del Morro se perdió de vista para los que todavía permanecían de pié en el muelle. Manuel acompañó a su cuñada y sobrinitos a su casa.
Jamás nadie supo lo que Manuel pudo hacer durante los días que se quedó solo en La Habana, nunca se lo contó a nadie, oficialmente se había quedado para acabar de cobrar el importe restante de su antigua casa, el automóvil y demás enseres de la constructora, nada más. Pero Alicia se marchó con un temor en el alma. Manuel embarcó 23 días después con un vapor carguero que hacía escala en Las Palmas de Gran Canaria y que finalizaba su singladura en el puerto de La Coruña. Solo Dios sabe la verdad, según dijo a su regreso, había finalizado su "trabajo" en La Habana, ¿…?.
CAPÍTULO VIº
"El regreso"
El viaje de retorno fue de lo más duro y amargo. Los Batista compartían un camarote en la bodega con 11 personas más, completamente hacinados y sin ventilación, sin duchas para asearse en condiciones humanas, en definitiva se trataba de un bajel totalmente exento de lujo y comodidades, era eminentemente un carguero. Las condiciones del pasaje eran sumamente precarias.
Alicia paso gran parte del viaje mareada y sin salir del camarote, acurrucada en una de las literas con sus dos asustados hijitos más pequeños. Ramoncito, inconscientemente tomó el mando y la responsabilidad del grupo familiar, desde el primer día recorrió toda la nave, hasta el rincón más recóndito de la bodega, por exagerar, hasta las ratas de abordo le saludaban.
Hizo una simpática relación con todo el personal de cocina, estos le regalaban siempre que les era posible, algunos platos de guisados además de los que les correspondían, fruta y pan, Ramoncito corría a llevárselo a su mamá y hermanitos, aun a costa de no comer el nada aquel día.
Los días fueron pasando de tempestad en tempestad, salían de una y al poco tiempo encontraban otra en su camino, al décimo día de navegación divisaron tierra, se trataba de las Islas Afortunadas, en pocas horas se hallaban atracando en el puerto de Las Palmas de Gran Canaria. Por fin Alicia y sus peques, pudieron poner pie en tierra firme. A pesar de todo se sentía sumamente débil, todo alimento que ingería lo regresaba nuevamente al exterior, se hallaba desfallecida. Un día brillante y luminoso lucía en la isla, como suele ser habitual en este archipiélago. Ramoncito fue, como no, el primero de tocar con los pies el muelle. ¡¡¡Ramóooon… le gritaba Alicia, no te vayas lejos, podrías perderteeeee….!!!. Este haciendo caso omiso a los gritos prudentes de su madre, fue a investigar por su cuenta los alrededores.
Durante su recorrido Ramoncito, se encontró en el interior de uno de los tinglados del muelle contiguo donde se hallaba atracado su barco, unos grandes sacos de esparto llenos de barras de pan destinado al suministro del ejército de infantería que había en la Isla. Con una pequeña navajuela que llevaba en uno de sus bolsillos, practicó un corte en uno de ellos y sacó varias barritas de pan que introdujo en el interior del pecho de su camisa. Corrió al buque donde se hallaba su madre y hermanos y en voz baja le dijo – madre toma este pan que he hallado en unas bolsas, voy a por más – No Ramón, no lo hagas que si te pillan pueden castigarte y meterte en la cárcel – , No tengas miedo madre, no me pillarán y además soy menor de edad y no me pueden meter en ella -, respondió este y, automáticamente salió disparado hacia el almacén dónde había hallado el pan. Entró por la misma ventana por la que había penetrado anteriormente. Se olvidó del pan y dedicó su inspección a otros bultos. Le llamó la atención unas cajas de cartón apiladas en uno de los rincones del almacén, no muy lejos de donde se hallaban los sacos del pan. Abrió una de ellas, su contenido era de latas de conservas de todo tipo, espárragos, mermeladas, pimientos, fruta confitada,etc.. No paró de efectuar viajes de ida y vuelta, pero en cada uno de ellos llevaba entre cuatro y cinco latas. En uno de estos y en el entretanto abría una de las cajas, oyó voces en el interior del almacén, procedían de la puerta del mismo, se trataba de varios individuos vestidos de uniforme militar.
Pertenecían al cuerpo de intendencia, justamente estaban allí para inventariar todos los alimentos que habían recibido desde la península con destino a la tropa destacada en la isla.
Un cabo segunda llevaba en su mano una tablilla con una lista con la relación de todas las mercancías recibidas. Un capitán y un sargento consultaban la lista y la contrastaban con cada uno de los bultos. Al llegar a los sacos de pan el cabo se apercibió de la incisión que tenía uno de los sacos. ¡¡Mi sargento, fíjese en este saco!! espetó con voz algo ronca y señalando al bulto. Sí, ya veo, alguien nos ha estado robando algunos panes. Alarmados siguieron inspeccionando con mayor detenimiento el resto de las mercancías consignadas a su cuartel.
Ramoncito, que los había visto entrar, se escurrió rápidamente entre un montón de bultos que se hallaban en un rincón del almacén, no muy lejos de donde se encontraban los militares. Estos, durante su minuciosa inspección descubrieron algunas de las cajas de madera, abiertas y que contenían las conservas.
¡¡ Diantre!! Dijo el capitán, aquí también han sido violentadas estas caja y a primera vista parece que falten algunas latas. ¡ cabo ¡ corra inmediatamente al cuartel y venga con una docena de soldados, vamos a rodear el almacén y veremos si pillamos al ladrón. ¡¡A sus órdenes mi capitán!! Gritó el cabo, inmediatamente regreso mi capitán. Salió corriendo de rápidamente en dirección al cercano cuartel.
Ramoncito que había oído y visto todo cuanto acontecía, comenzó a sudar de angustia, casi ni respiraba por no ser descubierto. Muy cerca de donde se hallaba escondido estaba la ventana por donde había entrado y salido todas las veces. Debo darme prisa, debo salir de aquí antes de que lleguen los soldados y me descubran, pensó.
Se arrastró lentamente por el suelo, como si de un felino se tratase, procurando no efectuar ningún tipo de sonido, la ventana ya le quedaba a menos de cinco metros de distancia. Los militares se situaron en el dintel de la puerta de acceso al almacén a la espera de la tropa que debía llegar de un momento a otro.
Ramoncito aprovechó un momento en que los dos militares se distrajeron encendiendo unos pitillos para encaramarse hasta la ventana y saltar al exterior, el capitán vió de refilón una sombra que cruzaba la ventana, de inmediato echó a correr en dirección a la misma, pero Ramoncito era mucho más rápido que el militar y cuando este llegó allí, ya había desaparecido entre los diversos carruajes estacionados en el muelle aguardando para ser cargados.
Sudoroso y sin aliento, Ramoncito se acurrucó junto a su madre Alicia. -¿Qué te ocurre Ramón, que te tiene tan alterado? – Le preguntó esta a su hijo. Nada mamá, que unos niños me querían pegar, respondió este con presteza. No temas hijo, le dijo Alicia, si vienen por aquí yo les voy a dar por el pelo.
Una pareja de soldados pasaron patrullando por las inmediaciones, en busca de algún indicio que les revelara quién era el ladrón de alimentos. Jamás pudieron pensar de que este se tratara de un muchacho.
Al día siguiente y, después de haber efectuado todo los trabajos de carga y descarga, el buque partió de Las Palmas, con destino a Cádiz.
La navegación en los siguientes cuatro días fue sumamente placentera, un mar sumamente encalmado en el que en su superficie rielaban los rayos solares matutinos pareciendo un sin fin de pequeños espejos en movimiento.
El cielo de un azul intenso totalmente exento de nubes, contrastaba con el azul verdoso del mar, confundiéndose ambos allá en el cenit donde por efecto óptico, se juntan. Al atardecer cuando el sol hacía algunas horas que había dejado de señalar su rojizo rastro del ocaso, pudieron divisar por uno de los costados de la nave una hilera de lucecitas allá a lo lejos. Se trataba de la bella ciudad de Cádiz. A Ramoncito la latía el corazón con rapidez, sentía una serie de sentimientos enfrentados, de una parte tenía una gran congoja en lo más íntimo de su ser, abandonar su entrañable Cuba y a sus amigos, fue una tribulación indescriptible, de otra parte regresaba a la tierra que le vio nacer y de la que tanto le habían hablado sus padres cuando vivían lejos de ella.
El capitán del bajel se le acercó y le dijo, – ¿Ramón tienes ganas de llegar a España?-, Sí capitán, respondió Ramoncito con viveza, tengo muchas ganas de ver a mis abuelitos que viven allí.
-Pues verás-, le dijo este, -mañana muy tempranito atracaremos en Cádiz, el primer puerto peninsular español, que toda embarcación que procede del continente americano efectúa escala, es uno de los puertos importantes de los que España tiene cara al Atlántico. Cádiz y Sevilla, en los tiempos del descubrimiento de América, se convirtieron en los más importantes de Europa. Todas las mercancía y bienes que entre los dos continentes se trasegaban, pasaban por uno de estos dos puertos, ya en tiempo de los Fenicios, algo más de mil años antes de Cristo, fueron importantes por el comercio entre África y la entonces península española conocida como Hesperia, a muchos de ustedes la bahía de Cádiz, así como la ciudad les recordará La Habana-.
Ramoncito se quedó embelesado ante las explicaciones históricas con las que le regaló el capitán. Se despidió de él con un hasta mañana y regresó al camarote con su madre y hermanos. Estos ya dormían cuando entró en el mismo. Se acostó junto a su hermano Antonio y no pudo conciliar el sueño hasta bien entrada la madrugada.
Un potente silbido de la sirena del barco despertó a todos los pasajeros, era el aviso de que se aceraban a puerto, al mismo tiempo se advertía de su presencia al práctico del puerto para que viniera a hacerse cargo de las maniobras de acercamiento y atraque.
Ramoncito, se situó en la parte más alta de la proa del buque, se asombró al entrar en la bahía del gran parecido de esta alegre ciudad andaluza con La Habana, parecía un calco de los edificios que se hallan junto al malecón, su arquitectura y níveo color eran iguales a su Habana querida.
Al entrar por la bocana principal, se adivinaba que en su tiempo fue un importante puerto. Una vez efectuadas las maniobras de atraque descargaron todas las mercancías que habían cargado en Cuba y Canarias y a su vez cargaron con otras mercancía destinadas a Barcelona y Génova. Solo un día les ocupó estos trabajos de carga y descarga. A la madrugada siguiente soltaron amarras y abandonaron la famosa bahía de Cádiz con rumbo al Mediterráneo.
Alrededor del mediodía comenzaron a divisar a por la proa el estrecho de Gibraltar, con el imponente Peñón del mismo nombre, pétreo centinela impertérrito y vigilante permanentemente del constante trasiego marítimo que cruza de un mar a otro. Cuantas civilizaciones habrá contemplado a través de los siglos.
Ocho días después el buque se acercaba a las costas de Cataluña. Era un mes de febrero inusualmente frío, muy frío. A la llegada a la estación marítima del puerto de Barcelona, el frío era sumamente intenso, la noche anterior había nevado con bastante profusión. El buque atracó en el muelle de España, junto a la llamada Puerta de la Paz, debajo de la grandiosa estatua dedicada a Cristóbal Colón, que con su brazo derecho extendido y su dedo índice a modo de prolongación del mismo señala en dirección al continente americano.
Nadie esperaba a Alicia y sus hijitos en el muelle, todo era gris y gélido, multitud de charcos de agua procedentes de la fusión de las nieves caídas la noche anterior, reflejaban a pedazos la imagen del descubridor. Una niebla empapaba sus ligeras ropas. No habían calculado que el invierno en España es extremadamente más crudo que en Cuba, Ramoncito y Antonio vestían prendas de algodón blancas y calzón corto, la pequeña Rita igualmente portaba un vestidito corto, blanco y con puntillas al igual que su madre Dionisia.
Por muchas razones les tiritaba el alma y el cuerpo. La primera por todo lo que en Cuba habían dejado, recuerdos felices, entrañable familia y un precioso país que les había acogido con cariño.
Tomaron un transporte de alquiler en el que metieron todas sus pertenencias e indicaron al conductor el domicilio de sus familiares más allegados. – Por favor señor llévenos a la Plaza de la Estación , en el barrio de San Andrés.- Era donde vivían los padres de Manuel y Antonio, el abuelo Jaime.
El carruaje tirado por dos caballos, salió del muelle y tomó por el Paseo de Colón todo seguido, hasta llegar al parque de la Ciudadela, antigua fortaleza militar, ordenada construir por Felipe V, el Borbón invasor de Cataluña, rey de España, y raptor de los derechos y fueros históricos de Cataluña, ahora derruida y convertida en un bello parque de elegantes jardines, ocupado en buena parte por un prestigioso Zoológico y diversos museos de ciencias naturales, mineralogía , etc.
De la fachada principal de dicho parque, partía una espaciosa y elegante avenida, conocida como el Paseo de San Juan, coronada con un exquisito Arco de Triunfo que correspondía al más puro estilo del modernismo que llenaba la ciudad, la nueva corriente arquitectónica que en Barcelona tuvo su cuna y cultivo extendiéndose al resto del país y posteriormente Europa.
Dos horas y media más tarde Alicia y sus hijitos llegaban a las puertas de la casa de sus suegros. Era esta una casita de planta baja y piso, muy similar a las que los hermanos Batista habían construido allá en La Habana. Alicia tiró de la cadenita que colgaba de uno de los quicios de la puerta, sonó el alegre tintineo de una campanilla. Al poco tiempo se abrió la puerta apareciendo en el hueco de la misma la suegra de Alicia. Esta vio ante si un lamentable cuadro familiar, los pequeñuelos ateridos de frío se abrazaban a las faldas de su madre y esta intentaba cubrir su cuerpo con mantón de seda que Manuel, su esposo, le había regalado en un cumpleaños, allá en La Habana.
María, su suegra, sabía que iban a llegar pero desconocía la fecha. Les hizo entrar en la casa de inmediato, ambas mujeres se abrazaron fuertemente, sollozando intentaban hablarse, pero la emoción les impedía hablar con claridad.
María era una mujer bondadosa y muy familiar, de inmediato acercó a los niños al calor del hogar que tenía encendido desde buena mañana , les dio una taza de caldo calentito a cada uno, para reconfortarles.
Alicia, que ya se había sobrepuesto algo, también se tomó uno,
– Hay madre, cuanto eché de menos este delicioso caldo cuando estábamos en Cuba – le comentó. -Parece que Dios me hubiese advertido de vuestra llegada, dijo María. – Tenía un no se qué en el corazón que me advertía que hoy algo importante iba a suceder-. Así ha sido-.
Pronto organizaron entre las dos, una de las habitaciones de la casa para ocuparlas los niños y otra para Alicia, aquí podrían quedarse hasta que llegara Manuel y dispusiera lo que hacer él y su familia.
Cuarenta días más tarde a su llegada, recibieron un telegrama de Manuel. Acababa de desembarcar en el puerto de La Coruña, allá en el Noroeste del país. Le decía a Alicia – "Querida esposa mía stop, Llegado bien a Coruña stop, Tomo el tren mañana y arribo a Barcelona pasado mañana stop. Besos a todos Manuel. stop."
La alegría familiar fue inmensa. Veríamos que nos contaría Manuel de su breve y final estancia en La Habana. Lo cierto que Manuel, nunca contó a nadie aquella última página en La Habana. Jamás se supo que hizo. Aquí, dejo que el pensamiento de mi lector vuele en cualquier sentido, quizás acabó con algo que había iniciado y su familia no le permitió acabar.
A su regreso a Barcelona, Manuel acudió a sus viejos amigos de la juventud para que le orientaran, el país había cambiado, no era el mismo que el dejó en 1912.
En primer lugar tomó en alquiler una casita en un barrio extremo de la ciudad, conocido como La Trinidad, este, quedaba algo aislado del casco urbano de Barcelona y la comunicación era casi nula. Los desplazamientos hasta hallar un transporte público, debían efectuarse a pie por algo más de 30 minutos.
En un rincón de la pieza principal de acceso a la casita, Manuel instaló una carpintería y efectuaba trabajos por encargo en el vecindario. Alicia, ahora ya la llamarían por su nombre real de pila; Dionisia, ella también cosía por encargo para poder ganar algún dinero adicional con el que sostener la casa.
Antonio (Tonet) y la pequeña Rita acudían a una escuela municipal, no lejos del hogar y Ramoncito, ahora ya Ramón, tuvo que ponerse a trabajar como aprendiz para aprender un oficio y aportar también algún dinero al seno familiar. Entró a trabajar como aprendiz de carpintería en unos talleres que construían maquinaria para el proceso del molido y ensacado del trigo, hasta convertirlo en harina fina. Talleres Morros, que así se llamaban, estaban a unos treinta minutos de su casa en medio del campo, junto a los cuarteles de La Maestranza de Artillería, en el barrio de Sant Andreu, también eran conocidos como El Molí d´en Morros, por haber sido años a, un molino de trigo movido por energía hidráulica, cuya turbina giraba y movía al paso de las aguas de la Acequia Condal, uno de los ríos que aportaban agua a las plantas potibilizadoras de la ciudad de Barcelona.
Ramón en los talleres era, como se suele llamar, el último mono. El único aprendiz. Apenas tenía 13 años, sin ninguna experiencia profesional. Los hombres hechos y derechos veteranos del oficio, le encargaban los trabajos auxiliares más difíciles e imposibles, a modo de chanza, pero Ramón estaba hecho de una materia muy dura, era un luchador nato, no era fácil arredrarle, dedicaba siempre una gran voluntad, interés y entusiasmo en todo lo que hacía, le gustaba aprender.
Su corta edad y reducida talla, era bastante menudito, estaba por debajo de la media normal, era motivo de bromas pesadas por parte de los que eran sus compañeros de trabajo, pero el lo superaba todo, sabía que su aportación económica al hogar de sus padres era necesaria. Este fue su lema hasta la muerte, la familia.os años fueron pasando para la familia Batista, sin pena ni gloria, más pena que gloria.
A los pocos años de haber regresado de Cuba, Manuel cayó gravemente enfermo, unas fiebres tifoideas casi acabaron con él. Alicia permaneció todo el tiempo en la cabecera del lecho de su adorado esposo. La enfermedad de este quebró lamentablemente la ya débil economía familiar, Manuel estaba totalmente incapacitado para aportar dinero, muy al contrario, su enfermedad creaba gastos de médicos y fármacos. El peligro de su muerte fue una constante. Dionisia no abandonaba a Manuel ni de día ni de noche, no descansaba y ni tan siquiera dormía, ello fue motivo de que quedara minada su salud, que dicho sea de paso nunca fue excepcional.
Ramón y sus hermanos sufrían las consecuencias, era muy duro pasar de una vida opulenta y regalada en La Habana, a vivir en la más triste de la pobreza obrera, pero Ramón jamás se daba por vencido. Le decía a su madre: – Mamá no te preocupes yo trabajaré día y noche para que no le falte nada de lo imprescindible a la familia -, así lo hizo hasta su muerte. Dios le bendiga.
Ramón se incorporaba a su trabajo en los talleres Morros todos los días a las 5 de la mañana de lunes a sábado. En invierno por las mañanas cuando iba a su trabajo, estaba helado de frío, no disponía de ropa de abrigo suficiente para cubrir su pequeño cuerpo, caminaba por los senderos que otras personas que con su paso habían formado a través de la nieve. Las alpargatas que calzaba se empapaban de aguanieve que le dejaban los pies ateridos y con las manos en los bolsillos corría para llegar al taller y poderse calentar con una de las estufas de leña que había repartidas por los locales de trabajo, se descalzaba y ponía sus alpargatas pegaditas a la misma para que se secaran en el mientras trabajaba descalzo.
Este duro sistema de vida acabó de forjar el carácter y tenacidad de Ramón.
Manuel cuarenta días después de haberse declarado su enfermedad finalmente sanó, pero al poco tiempo enfermó Dionisia, los mismos síntomas que Manuel, a las dos semanas de habérsele declarado el tifus, una noche de San Esteban estando Ramón acompañándola en la cabecera de su lecho, la dulce Dionisia les dejó para siempre. Ramón le tenía su antebrazo pasado por debajo de la cabeza y Dionisia mirando a su hijo preferido, esbozó una dulce sonrisa cerrando los ojos para siempre, así en silencio se marchó, como había sido siempre su vida, suave, silenciosa y sacrificada para los demás.
Fue enterrada en el cementerio de Sant Andreu, no se sabe donde, la familia no disponía de nicho donde enterrarla, ni medios para adquirirle.
Manuel, trabajaba por aquel entonces en una harinera propiedad de la familia de un amigo de la infancia y de estudios, pero esta se hallaba muy lejos de su hogar, se encontraba en el barrio marinero por excelencia de la Barceloneta, era conocida por Harinera La Anita, adosada a los muros de los prestigiosos talleres de La Maquinista Terrestre y Marítima, allí se construían la mayor parte de máquinas y vagones del ferrocarril del país. La gran distancia existente entre su trabajo y su domicilio, le obligaba a marcharse muy de madrugada y regresar bien entrada la noche, Ramón también estaba todo el día trabajando regresando al hogar un poquito antes que su padre. Antonio y Rita eran cuidados por unos vecinos que les habían tomado mucho afecto.
Ante tal situación familiar, Manuel tomó la decisión de darle alguna solución que aliviara la misma. Conoció a una mujer algo más joven que el y la tomó en matrimonio civil. Esta se hizo cargo de la casa, pero era de carácter muy desagradable y no congeniaba con los niños, en especial con Ramón, que jamás pudo admitir que esta supliera a su bendita madre. Para culminar las desgracias, que nunca suelen llegar solas, la madrastra cuando Manuel y Ramón se hallaban en su trabajo, se emborrachaba y maltrataba a Rita y Antonio, hasta que en una ocasión Ramón la advirtió de que si volvía a enterarse de que maltrataba a sus hermanos tendría que vérselas con él. Por aquel entonces Ramón tenía ya unos 18 años.
Ramón se quejaba a su padre de la conducta de aquella mujer, pero este alegaba que alguien tenía que hacerse cargo de la casa en el entretanto ellos trabajaban.
Pero un gravísimo hecho acaecido unos meses después acabó con un trágico desenlace familiar. Era la hora de la cena, Ramón y su padre sentados alrededor de la mesa del comedor, aquella mujer les puso delante un plato de humeante sopa. Ramón la probó con el cuidado que se precisa cuando un alimento está sumamente caliente. Pero este notó algo extraño en el sabor de la sopa, de inmediato miró a la madrastra y observó en ella cierta desazón de conducta. De súbito se le vino a Ramón una idea en la mente, la sopa probablemente contenía algún veneno. Ramón escupió la cucharada de líquido que contenía su boca, detuvo la mano de su padre que ya iniciaba el camino de sorber la primera cucharada de aquel mejunje, -¡¡ papá no tomes de esta comida ¡! – le dijo.
Ramón se levantó con el plato en la mano y procurando no derramar su contenido inició el camino de la puerta de la casa. La madrastra se interpuso diciéndole, – ¿ Dónde vas con este plato ¿ -. A lo que Ramón respondió: – Voy a llevarle a la policía, por que has echado veneno en la comida, has intentado envenenarnos -. Aquella mujer fuera de sí intentó detener a Ramón y verterle al mismo tiempo el plato de sopa. Ramón que ya esperaba esa reacción, la propinó un puñetazo en el rostro con tan mala fortuna que la mujer al retroceder lateralmente, producto del impacto recibido, pegó con la cabeza en una de las esquinas de uno de los muebles, lo que la dejó sin sentido y caída en el suelo. Ramón le dijo aceleradamente a su padre : – Papá atiéndela pero no dejes que se vaya de la casa , yo voy a la policía para que analicen la comida y regreso de inmediato -.
Salió corriendo de la casa y campo a través llegó a la comisaría del barrio de Sant Andreu. Le atendió el propio comisario, al que Ramón contó todo cuanto había acaecido. Este le tranquilizó y de inmediato acudieron a la casa. Allí estaba aquella mujer reponiéndose todavía de la tarascada que Ramón le había propinado. Esta al ver a la policía, rompió a llorar y tirarse de los cabellos, en el entretanto acusaba a Manuel y Ramón de malos tratos. El comisario de policía, hombre ya muy experto en situaciones de esa índole intervino diciéndole, – Vamos a ver señora, usted a intentado envenenar a esa familia y nos la vamos a llevar detenida – . Ante tal aseveración comenzó a pedir perdón y excusarse. Se la llevaron esposada y detenida. Nunca más se supo de ella.
CAPÍTULO VIIº
El asentamiento familiar
La familia, fue lentamente mejorando en su asentamiento a la nueva vida en España, también mejoró la calidad de la misma, no excesivamente, pero se convirtió en algo más llevadera.
Tonet, alternaba la escuela con los estudios de piano, sentía una gran afición por la música, así como también Ramón y Manuel. La pequeña Rita había ya crecido y se estaba convirtiendo en una bella damita, se parecía muchísimo a su madre Dionisia, menudita, pelo negro azabache y ondulado, ojos vivaces, una naricilla ligeramente respingona y, piel muy blanca, alternaba la escuela con las labores del hogar.
Antonio, Tonet, era más alto que su hermano Ramón, era bien parecido, caminaba al igual que Manuel su padre, estirado y con la cabeza alta, ojos verde aceituna, pelo negro ondulado, factor común en los tres hermanos, Antonio dentro de sus posibilidades solía vestir con cierto buen gusto, era de porte más bien distinguido, al igual que su progenitor.
Ramón no podía olvidar su pasión por el base ball que con tanto ímpetu practicó allá en Cuba. Lamentablemente en España era un deporte casi desconocido, solo era practicado en Barcelona y Madrid, habían algunas pocas novenas que formaban una liga llamada Liga Catalana de base ball. Ramón se inscribió en uno de los equipos punteros de la ciudad, el FC Barcelona, esta novena estaba formada mayormente por jugadores de varias nacionalidades centroamericanas residentes en la ciudad, cubanos, portorriqueños, dominicanos, venezolanos y algún funcionario menor del consulado de los Estados Unidos.
Todos los domingos del año jugaban contra otras novenas de la ciudad formando una liga, había por aquel entonces algunas de ellas con una buena calidad, el Hércules de Les Corts, era uno de sus rivales más duros de roer. Ramón jugaba con gran entusiasmo, no sin ausencia de picardía, inteligencia y nervio. Destacaba sobre los demás compañeros en cuanto la tocaba su turno al bate, sus compañeros sabían que Ramón era infalible en esta suerte del juego, sus batazos generalmente permitían conseguir carreras y a su vez ganar en muchas ocasiones el partido.
Jugó también con la novena del Club Canadiense, perteneciente también a la liga Catalana.
Todavía perteneciendo a esta novena, uno de sus compañeros se casaba y le invitó a la boda, esto era en Mayo de 1935. Para esta ocasión Ramón se puso su mejor traje, era el único que poseía, salió temprano de su casa, lucía un sol espléndido, la primavera reventaba de flores y aromas. Tomó el tranvía en Sant Andreu y se bajó en una de las paradas que este efectuaba en el Clot, un popular barrio barcelonés, más conocido por Sant Martí de Provençals, este era realmente su nombre.
Algunos de los invitados ya estaban llegando a la iglesia, Ramón miró entre estos para ver si conocía a alguno de ellos, efectivamente, allí estaban algunos de sus compañeros de deporte que el novio también había invitado. Acabada la ceremonia religiosa se desplazaron todos en comitiva en unos bonitos carruajes tirados por caballos que los novios habían dispuesto para sus invitados, para llevarles al restaurante donde se celebrara el banquete nupcial.
El restaurante se hallaba al pie de la montaña de Montjuic, era un lugar sumamente popular especializado en banquetes de bodas llamado Restaurante de La Font del Gat. El paraje era francamente bello e idílico y muy arbolado, con jardines bien cuidados y bellos.
Unas largas mesas muy bien adornadas se repartían por el salón principal, estando todos los invitados emparejados según el criterio de los dos contrayentes. A Ramón le habían emparejado con una rubia muchachita de nombre Carmen, era una amiga íntima de la familia de la novia, es por ello que por mutuo acuerdo de los cónyuges decidieron emparejar a Ramón con Carmen cuando confeccionaron las listas de invitados. El azar hizo que se conocieran.
Congeniaron de inmediato, con Ramón era fácil, tenía una gran dosis de simpatía e inmediatamente conectaba con su interlocutor. Carmen era más seria pero era vivaz y dicharachera. Durante el ágape departieron de mil cosas. Uno de los platos era langosta a la americana , Ramón tenía serias dificultades para poder sacar la carne del animal del interior de su cáscara, Carmen se apercibió pronto de la dificultad que su compañero de mesa estaba experimentando. Le auxilió enseñándole como partir la cáscara con el tenedor y el cuchillo con éxito, de modo que no volara por los aires y fuera a caer al plato de cualquier otro invitado. Ramón con una sonrisa le agradeció a su compañera el grato favor que le había dispensado.
Luego más tarde un quinteto musical inició el vals tradicional que deberían bailar los recién casados, arrancaron con el Danubio Azul de J.Strauss, los novios bailaron una buena parte del mismo solos hasta que se les fueron sumando invitados. Como no, Ramón que sentía una gran afición a la música y consecuentemente también por el baile, invitó a su compañera Carmen a bailar, esta en primer lugar opuso cierta resistencia, manifestando que no era muy buena bailarina, pero Ramón no se arredraba, tanto la insistió que esta consintió en ello, hasta el punto que ya no dejaron de hacerlo hasta que ambos estuvieron agotados.
Finalizado el festejo Ramón acompañó a Carmen a su casa, ella vivía en el barrio barcelonés del Clot, precisamente en la calle del mismo nombre, en el número 45.
Llegados a la puerta de esta, Ramón se sorprendió al ver que en la parte superior de la misma figuraba un rótulo de gran tamaño que rezaba : " MUDANZAS FARRÉS". Este le preguntó a Carmen el motivo del cartel. Esta le explicó que su padre Francisco, se dedicaba al transporte de muebles, una especialidad que inició por allá finales del siglo XIX, fue la primera sociedad de transporte de muebles que se fundó en España, hoy , en el siglo XXI, todavía existe y es administrada por un nieto del fundador, Paco Farrés, primo-hermano del autor de este libro.
Se despidieron en la misma puerta con un cálido apretón de manos y una larga y lánguida mirada a los ojos, acordaron verse al próximo domingo.
Ramón se alejó flotando en el aire del gozo que sentía en su corazón, Carmen le había impresionado desde el primer momento, se subió al tranvía que le llevaba cerca de su casa en La Trinidad, en el entretanto tomaba asiento, sus pensamientos echaron a volar, se imaginaba junto a Carmen toda una vida, tal era la gran impresión que de ella había experimentado en este día.
Efectivamente, pasaron los días y meses Ramón y Carmen, terminaron siendo novios oficiales, al año de su noviazgo se casaron por lo Civil, no pudiendo efectuarlo por el rito Católico como ellos hubiesen deseado, corrían en el país aires contrarios a la Iglesia, la República elegida por sufragio universal del pueblo español, que sucedió a la dictadura del general Primo de Rivera, era un perfecto caos, la anarquía imperaba por todos los lugares, el pueblo guiado por los dirigentes políticos republicanos, salieron a la calle para hacer , según ellos, "justicia social". Su principal objetivo fue el clero y el capital. Iglesias y conventos fueron saqueados e incendiados, se perdieron para siempre una infinidad de obras de arte, libros de registro de natalicios, aun hoy 68 años después, todavía no ha sido posible restablecer muchos de ellos. En una palabra la anarquía en manos del populacho hundía en un pozo negro al país.
El 18 de julio de 1936, allá en las islas Canarias, un grupo de militares de alta graduación comandados por el general Franco, el general más joven de Europa en aquella época, se sublevaron en contra del gobierno legalmente constituido. Se vinieron en llamarse "Ejército Nacional" o salvadores de la patria.
El gobierno de la República se organizó de inmediato para sofocar aquella sublevación, pero los militares de carrera habían abandonado sus puestos y se habían sumado, la mayoría de ellos, al "ejército nacional". Este factor y otros más, fue determinante para que el ejército republicano no pudiera ganar la guerra. La República solicitó ayuda a la Unión Soviética, esta les envió armas ligeras y semi pesadas , a cambio del oro que el Banco de España guardaba en sus arcas. Los mandos militares republicanos estaban en manos de gente sin conocimientos castrenses y en la mayoría de ocasiones sin cultura de ningún tipo.
Una gran parte de la España peninsular se sumó a la corriente revolucionaria del general Franco, especialmente las clases burguesas adineradas, el capital, ya que bajo el poder republicano de ideología comunista, veían que sus propiedades les eran confiscadas por estos.
El ejército organizado por Franco, contaba con grandes donaciones económicas de los poderes financieros de la nación, lo que les permitió disponer del armamento más actualizado del momento, así como de confortables equipamientos para la tropa. Para mayor soporte, en general Franco tuvo la habilidad de aliarse con la ideología de Hitler y Mussolini, recibiendo así de estos, ayudas armamentísticas. La aviación de la Luftwaffe germana, con sus aviones Junkers, bombardeaba frecuentemente las grandes ciudades del país, Madrid, Barcelona, Bilbao, Valencia, ciudades consideradas por el ejército nacional como de muy "rojas" y rebeldes. Eran las ciudades motores del país, fueron las más castigadas, en especial la ciudad de Guernica cuyo bombardeo con bombas incendiarias asoló la ciudad y sus habitantes en poco tiempo.
Benito Mussolini, caudillo ideólogo italiano, envió además de armas, soldados italianos, que dicho sea de paso, no vinieron a luchar, se limitaban a pasar unas vacaciones en nuestro país, en rara ocasión estuvieron en alguna trinchera defendiendo alguna posición, pero cuando veían que el enemigo les acuciaba y corrían peligro, solían correr en sentido contrario a este, a gran velocidad. Se hizo muy famosa la batalla de Guadalajara, en la que un gran número de soldados italianos, al verse muy acosados por el ejército republicano, soltaron las armas y echaron a correr.
Los republicanos llamaron a filas a todos los varones en edades comprendidas entre los 20 y 30 años. Ramón fue llamado a filas a los pocos días de su boda, Por fortuna le tocó en suerte el cuerpo de artillería, destinándole en una batería antiaérea que el ejército republicano había emplazado en la montaña de Montjuic, junto al famoso castillo, como defensa de la ciudad, el puerto y los almacenes de combustibles de la compañía petrolera, CAMPSA, que se hallaban al pie de la montaña. Al menos podía ver a su familia de vez en cuanto , no dejaba de ser un pequeño consuelo, una vez por semana conseguía algún permiso de unas horas para poder estar con su adorada Carmen, su padre y hermanos Antonio y Rita. Todos ellos vivían en la misma casa que Ramón y Carmen habían alquilado en el barrio de Sant Andreu, en la calle Doctor Sanpons. Era una casa no demasiado grande, muy bien situada y céntrica en el barrio, pero suficiente para que viviera toda la familia.
Antonio (Tonet), tenía ya por aquel entonces algo más de 20 años. En una ocasión yendo por la calle, fue detenido por una patrulla militar republicana que le requirió su documentación, les extrañaba que a su edad no estuviera luchando en el frente, a lo que respondió que él no era español, hecho que sorprendió mucho a la pareja de milicianos, ya que Antonio se expresaba en la lengua del país, el catalán, le requirieron de nuevo, la documentación, este mostró su pasaporte cubano. Aquellos dos analfabetos militares, que probablemente no sabían ni tan siquiera leer, se lo llevaron detenido con el cargo de espía. Le llevaron ante un tribunal popular, también formado por desarrapados incultos, que le juzgó de inmediato, le calificó de espía extranjero y le llevaron preso a las mazmorras del castillo de Montjuic, el mismo en el que estaba su hermano Ramón prestando servicio militar en la batería antiaérea asentada en aquella montaña por el ejército republicano.
La situación en el país era verdaderamente caótica, los republicanos estaban divididos en fracciones regionales, dentro de su ignorancia, todos eran jefes, todos querían mandar y tener poder. Las venganzas personales entre familias, estaban a la orden del día, la ideología comunista y la anarquía imperaba por todo el país, principalmente en las zonas que contaba con mayor masa obrera, los sindicatos se apoderaban de las fábricas y echaban fuera a sus verdaderos propietarios y si se resistían podían llegar hasta asesinarles.
Se asaltaban y quemaban y saqueaban iglesias y conventos, se violaban a religiosas y a muchos sacerdotes les fusilaban al no querer renunciar a su Fe, en la más grande y horrenda impunidad.
Carmen la esposa de Ramón iba dos veces por semana a visitar a su esposo, tomaba el tranvía cerquita de su casa apeándose al final del recorrido del mismo, entonces le quedaba subir a pie toda la montaña hasta llegar a lo alto donde estaba emplazada la batería antiaérea en la que servía Ramón. En algunas ocasiones Carmen pasó serios peligros, algunos bombardeos aéreos, efectuados por la aviación cedida por Hitler y Mussolini, coincidieron en su subida a la montaña. Ella se tumbaba en el suelo y encomendaba su alma a Dios, pero nada ni nadie podía evitar que llegara a ver a su esposo Ramón.
En estas visitas ambos estaban juntos, Carmen ponía al corriente a Ramón de todas las vicisitudes de la familia, luego antes de regresar a su casa procuraba obtener un permiso para visitar al afligido Antonio que estaba confinado en una de las más frías mazmorras de los calabozos del castillo. Este conservaba su entereza de carácter pero temía por su salud, una gran humedad perenne hacía presencia en los sótanos de la fortaleza que calaba hasta los huesos de quienes la debían soportar.
Carmen al regresar a casa a última hora de la tarde, informaba a su cuñada Rita y su suegro Manuel cómo estaban Ramón y Antonio. Rita ya era una jovencita crecidita y de muy buen ver, muchos muchachos del barrio la miraban y la pretendían, aquellos ojos vivaces y aquel cabello negro azabache y rizado adornado por una graciosa naricilla respingona, hacía estragos entre el elenco masculino, pero estaba escrito que Rita sería para Joan, Joan Boguñá.
Pasados algunos meses, los ejércitos sediciosos, formados por los militares, también llamados "ejército nacional" , al que posteriormente le fue añadida la palabra de "glorioso", fueron conquistando ciudades y pueblos de la península, obligaron a los soldados republicanos a retroceder y ceder territorio a los primeros, has los últimos reductos que eran el País vasco y Cataluña.
Los "gloriosos ejércitos nacionales", formaron un gobierno provisional con sede en Burgos, emitieron moneda propia y sellos con motivos relativos a la guerra. Iniciaron lo que popularmente fue llamada una purga. Detenían y encarcelaban a todo individuo de pensamiento republicano, hubiese sido soldado o simplemente simpatizante a la República, estos eran a los pocos días juzgados por un tribunal militar y en la mayoría de los casos eran condenados a penas muy duras de castigo, en los casos en que se tratasen de antiguos militantes del partido comunista o activistas de cualquiera de los sindicatos obreros revolucionarios, eran condenados a muerte y fusilados.
Los vascos y catalanes efectuaron una resistencia numantina, por ello fueron castigados muy duramente en la postguerra, cincuenta años después todavía sigue el castigo bastante más atenuado por la democracia creciente.
La Cataluña republicana defendía su territorio allá en el Ebro, resistiendo meses y meses, el ejército nacional en la orilla derecha del río más caudaloso de España y, el republicano en la orilla de enfrente. Los republicanos no contaban con armamento moderno, no siendo así en sus oponentes respaldados y pertrechados por la Vermatch de Hitler, las vidas humanas se contaban diariamente por centenares, hasta el punto que la República mandó alistar a muchachos menores de dieciocho años, a estos se les llamó popularmente por su juventud, "la quinta del biberón".
El ejército nacional, como estaba previsto, venció en el Ebro, iniciando así una marcha victoriosa sobre Barcelona, capital de Cataluña. Los ejércitos republicanos se batían en retirada dirección Norte, buscaban la frontera con Francia, otro país republicano, pero cuan equivocados estaban los españoles republicanos esperando acogida y socorro de sus vecinos republicanos franceses. Tan pronto los españoles cruzaban su frontera, eran detenidos por los gendarmes y sin ningún miramiento ni tan siquiera socorro alimentario les subían en camiones y los confinaban en campos de concentración como si de piojosos prisioneros enemigos se tratasen. En aquellos momentos Francia estaba a punto de ser invadida por el Nordeste por las tropas alemanas, el ejército francés pronto se rindió al empuje germánico ofreciendo muy poca resistencia. Se formó un gobierno provisional y títere, organizado por Alemania ,a cuyo frente colocaron al Mariscal Petain. Posteriormente, en la liberación de Francia, este fue juzgado por los franceses y declarado traidor a la patria.
Ramón y su batallón de artillería antiaérea abandonaron el emplazamiento de la montaña de Montjuic cargaron todos los enseres posibles en los camiones Katiuska, que Rusia había "regalado" a los ejércitos republicanos, huyendo rápidamente en dirección a la frontera con Francia a través del desfiladero fronterizo de La Jonquera y El Perthús. Por el camino iban hallando largas columnas de soldados y civiles cargados con enseres personales, que a pie huían de los ejércitos vencedores que les pisaban los talones.
De vez en cuanto eran estos hostigados por la aviación enemiga. En uno de los raids aéreos, un caza del tipo Stuka atacó al convoy en el que iba Ramón, este al saltar a tierra por encima de la barandilla del camión en el que se desplazaba, una bala de la ametralladora del avión rebotó sobre el pasamano de acero de dicha barandilla y en su rebote penetró en la nalga izquierda de Ramón, este cayó al suelo de la carretera fulminado, quedándose inmóvil todo el tiempo a causa del dolor de la herida y en espera que el ataque aéreo finalizara.
Poco después de que la aviación enemiga se retirara, Ramón se levantó cojeando y auxiliado por varios de sus compañeros, le subieron de nuevo al camión reemprendiendo la huída nuevamente. Trataron de taponarle la herida con vendas y trapos sin posibilidad alguna de asepsia, con la finalidad de que perdiera la menor cantidad posible de sangre. Bien entrada la noche llegaron a la frontera y ya en tierra de nadie fueron confinados en un fuerte que domina el paso fronterizo, llamado Fort de l´Ille Gardé entre La Jonquera, último pueblecito de Cataluña y Le Perthús primer pueblo francés. Al día siguiente fueron conducidos a unos camiones Renault franceses y, trasladados a un campo de concentración de prisioneros, llamado Argelés sur Mêre, a unos 15 kilómetros de la ciudad de Perpignán, en el sureste de Francia, cuyo emplazamiento era una larga y amplia playa en la orilla del mar.
Las autoridades francesas, trasladaron a todos los heridos de guerra, entre ellos Ramón, a un barco hospital anclado en el puerto de Marsella, llamado L´Independence. Allí fue intervenido quirúrgicamente de inmediato, extrayéndole el pedazo de metralla que contenía su glúteo. Había perdido mucha sangre, se hallaba débil y lívido, sin alimentarse en los varios días que duró la huída.
La fortuna una vez más fue su aliada, durante una de las visitas que el médico francés que le había intervenido, el doctor Marrot, simpatizó con su paciente, este le confesó a Ramón que era comunista, Ramón le dijo que era republicano y que deseaba regresar a España donde tenía a su esposa en estado de gestación de un primer hijo, el doctor se apiadó de él y efectuó una transfusión sanguínea de su propio brazo al de su paciente, esto fue vital para que Ramón no falleciera.
Veinte días después, la cicatriz de la herida de Ramón comenzó a cerrarse y a cicatrizar, pero pronto se le acabó la placentera vida del barco Hospital, nuevamente a los camiones y al campo de concentración de prisioneros de Argelés sur Mêre. Una vez allí Ramón se acomodó en una raída tienda de lona plantada sobre la húmeda arena de la playa junto con otros prisioneros españoles, era el mes de febrero de 1939, un viento helado castigaba como cuchillos cortantes los cuerpos medio desnudos de aquella pobre gente allí encerrada y privada de libertad en el país de la libertad.
El campo de concentración estaba cercado por una doble alambrada de espino y vigilado por soldados de raza negra, franceses, procedentes del Senegal, antigua colonia Gala, estos soldados, destinados a vigilar el campo, eran gran parte de ellos analfabetos y trataban a los prisioneros con gran desprecio y crueldad, al que no obedecía le propinaban una monumental paliza con bastones o era azotado con látigo hasta la extenuación del flagelado.
Al prisionero que "cazaban" intentando fugarse del campo, era enterrado vivo en la arena, falleciendo cruelmente por asfixia.
Toda la alimentación que recibían los prisioneros, era una hogaza de pan seco y un pedazo de bacalao crudo y salado cada dos días, acompañado de una cantimplora de agua potable que debían compartir con cuatro presos más.
Ramón, algo recuperado de su herida, tenía un solo pensamiento, huir de aquel infierno y retornar a España, para poder estar con su familia y con el hijito que iba a nacer en el mes de Junio.
Para no despertar las sospechas de los crueles guardianes del campo, Ramón se sentaba en el suelo en el centro del mismo e iba fotografiando y memorizando con sus ojos toda la periferia de la alambrada, archivaba en su memoria las costumbres de los vigilantes, los horarios de los relevos de la guardia, la cadencia del barrido que efectuaban los potentes reflectores nocturnos, no se dejó ningún detalle. Todo lo grabó en su memoria. Una vez más la astucia y el coraje adquiridos en la calle durante su infancia jugó en su favor.
Ramón sabía y era consciente de que cuantos lograban fugarse y eran cazados, a las pocas horas de efectuarlo eran enterrados con vida en la arena de la playa por los vigilantes. Era bastante sencillo cazarles, bastaba con seguir el rastro de las huellas que dejaban los fugitivos en su huida sobre la arena..
Ramón se concienció de que cuando tomara la decisión de escaparse, jamás debía efectuarlo por la alambrada que daba a la arena de la playa. Debía salir de aquel campo por el mar, nadar un par de kilómetros paralelamente a la playa y luego salir del agua, cruzar la arena con rapidez, andando de espaldas, lo que en el caso de que alguien encontrara las huellas pudiera pensar que se trataba de que algún pescador se había acercado al mar para pescar, difícilmente podrían atinar en que fueran las huellas de un fugado y, menos a aquella distancia del campo de prisioneros.
CAPÍTULO VIIIº
La fuga y el regreso…..
Su paciencia y astucia tuvieron su premio, un 19 Marzo, día de San José, en una noche de gran vendaval, soplaba la Tramontana, un viento huracanado de lluvia y frío, se dijo Ramón para si, – esta es mi noche, ahora o nunca -, avisó a dos compañeros más que estaban al corriente de la decisión de Ramón y que habían aceptado sus condiciones y jefatura, entre ellos un muchachito de dieciocho años recién cumplidos, un hijo de la llamada quinta del biberón, un sobreviviente de la famosa batalla del Ebro. Ramón le aconsejó de que se quedara, le advirtió de todos los peligros y dificultades con que se iban a tropezar y finalmente si eran cazados por el ejército o los gendarmes serían fusilados o enterrados con vida en la arena. Este insistió firmemente en acompañarles.
Alrededor de medianoche, cuando el violento y gélido viento de tramontana soplaba con más fuerza y arreciaba la lluvia, en plena oscuridad los cuatro se acercaron arrastras por la playa hasta llegar a la orilla del mar, cada vez que uno de los proyectores efectuaba un barrido con su potente luz, se quedaban inmóviles simulando estar dormidos. Se introdujeron en el agua nadaron unos metros bajo ella hacia el interior y luego efectuando un giro de noventa grados a su derecha nadaron lentamente pero con el ansia vital de alejarse de aquel infierno. Después de una hora de braceo Ramón calculó que ya se habían alejado lo suficiente como para que la distancia impidiera a los vigilantes del campo llegar hasta allí, de otra parte contaban con el factor sorpresa, y que con aquella violenta tormenta, los centinelas se refugiaban en el interior de las casetas que habían en los extremos del perímetro de la alambrada y hasta el día siguiente, si la tormenta amainaba, no efectuarían el recuento de los prisioneros hasta horas después. Esto les confería un tiempo de ventaja hasta que iniciaran su búsqueda.
Salieron del agua, calados y helados hasta los huesos, formaron una sola fila y anduvieron de espaldas uno detrás de otro hasta llegar a un cañizal que habían al final de la playa, se refugiaron en él un buen rato hasta recuperar el aliento, retorcieron sus ropas para escurrirlas del agua que habían empapado, esta acción les llevó alrededor de una hora. El cañizal formaba una barrera natural entre la playa y la vía férrea.
Vieron pasar en la oscuridad un par de ferrocarriles que iban en dirección a la frontera española, que distaba de allí unos 50 kilómetros.
Se incorporaron a la vía férrea, era el camino más recto y cómodo para regresar a España, todas las veces que oían acercarse un tren, se escondían entre la maleza o cañizales que franqueaban ambas orillas de la vía, siempre dirección Sur. Ramón durante todo el tiempo de guerra, había escondido en la entretela de su guerrera de cuero militar , una brújula, un pequeño y dobladito mapa y una diminuta navajuela.
Caminaron durante toda la noche sin que el gélido viento dejara de soplar a frecuentes y potentes ráfagas. Al despuntar el día se refugiaron en un espeso bosquecillo cercano a la vía del ferrocarril, no encendieron ninguna hoguera , no fuera a ser que el humo indujera sospechas a sus posibles perseguidores. Pasaron el día durmiendo como pudieron, turnándose en la vigilancia y al caer la tarde cuando comenzaba anochecer reemprendieron la marcha utilizando la vía férrea. Al amanecer se encontraron con la gran barrera natural formada por la cordillera de los Pirineos, entonces totalmente nevados.
A partir de este momento Ramón tomó el mando del grupo de fugados, su gran sentido de la orientación y conocimientos de desenvolverse en la montaña, acompañado de la brújula y el plano iniciaron el ascenso a la gran cordillera. Había llegado el momento de tener que caminar con luz de día, quizás sus perseguidores habrían abandonado probablemente su búsqueda pensando que se los habría tragado el mar ,y menos en dirección Sur, estaban convencidos que unos españoles fugados de su país no regresarían a este, ya que corrían riesgo de ser fusilados por las tropas de Franco, procedieron a buscarles por el interior del departamento de Perpignan, tal vez algún ciudadano de la zona les hubiese dado refugio apiadándose de su situación.
Al medio día habían llegado a una de las cumbres del macizo Pirenaico conocido por el Canigó, tenían un hambre casi canina, alguno de ellos caminaba descalzo, el calzado se les había destrozado durante el ascenso, la nieve les tenía los pies casi a nivel de congelación, con sus camisas habían construido unas vendas y habían envuelto con ellas sus pies. Ramón todavía conservaba en bastante buen estado las botas de cuero del ejército.
Al poco rato vieron a lo lejos una masía, una casa de campesinos montañeses, su chimenea humeaba, se acercaron a ella con todo sigilo, al llegar a pocos metros de distancia un perro comenzó a ladrar con fuerza, a los ladridos salió el dueño de la casa con una escopeta de caza en las manos. Los fugitivos estaban escondidos detrás de un montón de heno. Ramón se levantó y en catalán se dirigió al campesino con el ánimo de tranquilizarle, este al verle le apuntó con su arma de caza, Ramón le dijo que eran soldados españoles, catalanes, que se habían fugado de un campo de concentración francés y que estaban de regreso a la patria. El hombre sin dejar de apuntar le dijo que se acercara con las manos en alto al mismo tiempo que todos los demás. Ramón no tenía la certeza si se hallaban todavía en Francia o ya estaban en suelo español, pues las gentes del país vecino que habitaban aquella zona hablaban también catalán habitualmente.
El campesino al ver que se trataban de unos pobres soldados desarmados les conminó a bajar los brazos y les hizo sentar en un banco de madera que había adosado a la pared de la casa, un solecito agradable y suave les calentó, propio del mes de marzo. Este entró a la masía y al poco tiempo apareció sin la escopeta y con unos platos llenos a rebosar de lentejas guisadas y calentitas. – Tomad y comed hasta saciaros , tenéis muy mal aspecto – les dijo. Sin hacérselo repetir dos veces devoraron en un santiamén el colmado plato que les había ofrecido, pareciéndoles el más exquisito de los majares, ante tal apetito el campesino llamó a su esposa y le dijo que trajera el caldero en el que había guisado las lentejas, la buena mujer les dejó la perola al alcance y les dijo que repitieran cuanto quisieran hasta saciarse o acabarlas.
Hicieron honor a ello, al poco rato la perola quedó por su interior tan brillante como si la hubiesen bruñido.
Los campesinos, les informaron que ya estaban en la Cataluña española, que ya no debían temer a los perseguidores franceses, a pesar de que la línea divisoria entre ambos países estaba escasamente a 200 metros de distancia. Les invitaron a dormir en el granero junto a los caballos, conejos y gallinas, estaban calentitos y abrigados por el heno que a montones se hallaba esparcido en gran cantidad.
A la mañana siguiente, al romper el alba, les despertó el dueño de la casa, les invitó a entrar en una gran cocina y sentarse en uno de los bancos de madera que se hallaban cerca del hogar encendido con grandes troncos de madera desprendiendo un calor sumamente reconfortante. Un gran tazón de humeante leche recién ordeñada les aguardaba a cada uno acompañado de unas gruesas tostadas de pan untadas de mantequilla.
El campesino de nombre Jaume, les dio algunas de sus viejas ropas que tenía en desuso, para que abrigaran mejor sus cuerpos y, un zurrón conteniendo algunos alimentos para su viaje. Les advirtió del peligro que correrían al caminar en dirección al valle de Nuria, podían encontrar unos despeñaderos de mucha consideración y el camino que les bordeaba era sumamente angosto y peligroso, de gran dificultad hasta para montañeros muy experimentados. Ramón una vez más le aconsejó al compañero más joven que se quedara, que no fuera con ellos, pero este respondió firmemente que deseaba ir con ellos. Y así fue. Naturalmente que había un camino de mejor y de más fácil acceso que el que ellos debían emprender, pero este estaba sumamente vigilado por la Guardia Civil y el ejército. A Ramón y sus compañeros no les interesaba todavía encontrarse con ninguno de ellos.
Emprendieron el camino indicado por Jaume, con la febril esperanza de hallarse pronto con sus respectivas familias. Después de algunas horas de andar bordeando aquellos despeñaderos, en el último de ellos, el más difícil y angosto, debían pasarlo uno tras otro, el último en pasarle se trataba del más joven de los expedicionarios. De repente se oyó un desgarrador grito de ¡¡¡ ayyyyy madreeeee!!! ,y el joven desapareció por el angosto barranco, cayendo al vacío de más de 200 metros de altitud. Nadie pudo auxiliarle , imposible, debía cruzarse indefectiblemente el sendero, de uno en uno, con la imposibilidad de recibir ayuda de ningún compañero por lo escarpado de la pared , la angostura y verticalidad del mismo que a duras penas permitía apoyar toda la planta del pié. Nunca más volvieron a verle, tenían el pleno convencimiento de su fallecimiento.
Siguieron apesadumbrados y tristes su camino, le habían puesto gran aprecio al muchacho. Siguieron andando hasta la extenuación, procuraban bordear los pueblos que iban encontrando por el camino con el fin de no toparse con ninguna de las patrullas de vigilancia fronteriza, al cabo de dos días de marcha llegaron a la ciudad de Girona, entraron en ella, allí una patrulla del ejército les solicitó la documentación, ellos mostraron el carnet de soldados republicanos que les habían facilitado cuando fueron obligados a ingresar al ejército. Les condujeron a un cuartel de caballería que se hallaba a las afueras de la ciudad, en la carretera N2 que conducía a Barcelona.
Les fue tomada la filiación y al día siguiente fueron conducidos a unos vagones cargueros del ferrocarril, junto con otros prisioneros, les dijeron que les llevaban a un campo de repatriación y depuración en Tarragona. Ramón pensaba que su familia no sabía de el hacía más de seis meses, ignoraban si todavía vivía. A las pocas horas de hallarse en el interior del vagón, el tren se puso en marcha. Ramón sabía que todos los trenes que procedían de Girona e iban a Tarragona, al llegar a la ciudad de Barcelona, debían cruzar el barrio en el que él y su familia vivían, Sant Andreu. Le pasó por la cabeza intentar saltar del tren cuando este pasara por la estación de su barrio, a la fin de cuentas un tren carguero no desarrollaba excesiva velocidad al cruzar una estación. Pero también pensó que tarde o temprano sería atrapado por la policía o los soldados del ejército que patrullaban por las ciudades en busca de prófugos y podría ser mucho peor, tal era el afán por saber y, que supiera de él su familia.
Se hizo con un pedacito de papel y un lápiz escribiendo una breve nota en el mismo, decía en ella; "Me llamo Ramón Batista, vivo en la calle Dr.Sanpons, 43, avisad a mi familia de que estoy vivo", esto sería como la botella del náufrago que con una nota escrita en su interior lanza con la esperanza que alguien la halle y la lea.
Una vez más tuvo la fortuna de cara, el tren al pasar por la estación de Sant Andreu aminoró mucho su marcha, era esta sumamente lenta, había algún otro ferrocarril efectuando maniobras y obligaba a este otro a circular con sumo cuidado y lentitud. En el andén había un empleado del ferrocarril con un farolillo prendido balanceándolo de un lado al otro indicándole paso lento al maquinista, al llegar el vagón de Ramón a la altura de este, se asomó por una pequeña ventanita y lanzándole a los pies del empleado el papelito sumamente doblado le dijo – "Oiga buen hombre por favor le imploro que lleve este papelito que le he lanzado a mi familia, gracias" -. Este cumplió con el encargo. De ese modo Carmen y el resto de la familia, supo que Ramón vivía.
El tren les condujo hasta la estación de Tarragona y, desde allí a todos sus pasajeros fueron conducidos hasta el convento de Los Hermanos de la Doctrina Cristiana, convento utilizado por el ejército vencedor, para confinar a todos los que ellos llamaban prisioneros de guerra.
Este convento, construido por allá del siglo XVII, se hallaba casi en el centro de la ciudad de Tarragona, la vieja capital del Imperio Romano en occidente, conocida como Tarraco, Un extenso patio interior albergaba a una gran parte de los confinados. El trato que estos recibían no era mucho mejor que el recibido en los campos de concentración franceses, con la diferencia que podían expresarse en español con sus carceleros.
En este lugar los cautivos debían sobrepasar un examen ideológico de un tribunal llamado de depuración. Citaba a cada uno de los prisioneros y les asediaban a preguntas referentes a su cometido durante la guerra, su ideología, etc., el prisionero que no satisfacía los requerimientos que el tribunal tenía estipulados, era condenado a trabajos forzados, exilio durante bastantes años e incluso podía ser condenado a muerte por fusilamiento, la ejecución solía efectuarse casi de inmediato de conocerse la sentencia.
Ramón en el entretanto estaba pendiente de su "depuración" por el tribunal militar, observaba el medio en el que se movía, en una de las ocasiones en el fondo de la explanada donde se hallaban los presos, había un alto muro de más de 5 metros de altitud.
Ramón se apoyó en el citado muro, un tímido sol de invierno daba de lleno en el mismo e invitaba a calentarse con su contacto. Estando apoyado en el, le pareció oír voces al otro lado del mismo. Todos los días Ramón se acercaba al muro con la esperanza de poder conectar con alguien del otro lado.
A los pocos días pudo hacerse con un pedazo de papel y escribir un corto mensaje, en el que decía quién era, donde se hallaba y el domicilio de su familia en Barcelona. Envolvió una piedrecilla con la nota que había escrito y la lanzó, con sumo cuidado de no ser descubierto, por encima del muro. Era un intento a ciegas, corría el riesgo de que su mensaje fuese a caer en manos de sus carceleros y le consideraran un espía o cualquier otro tipo de acusación, eran momentos en que uno podía esperar cualquier cosa, ello le podría conllevar hasta la condena a muerte.
Una vez más la diosa Fortuna se apiadó de Ramón. Detrás de este muro había el jardín de una vivienda habitada por un matrimonio. Este vecino, paseando por el jardín halló el mensaje de Ramón y tuvo la delicada humanidad de poner en un sobre el mensaje y enviarle por correo al domicilio en el que vivía la familia de este.
Esta recibió con gran alegría el mensaje. Manuel, su padre, rápidamente se puso en acción, buscó entre sus amistades afines al actual régimen político la posibilidad de que avalaran la conducta de Ramón y su exención de ideología política contraria al régimen de los vencedores. En el entretanto Manuel efectuaba las gestiones, Ramón un día fue llamado a declarar ante el tribunal militar.
Un carcelero le acompañó hasta el interior de la sala en la que iba a ser enjuiciado. Sobre un estrado había una larga mesa a cuyo alrededor se sentaban seis siniestros personajes que debían interrogarle, enjuiciarle y dictar sentencia.
Ramón se colocó de pie frente a todos sus jueces. Uno de ellos le preguntó su nombre, apellidos y domicilio, en idioma castellano, Ramón solicitó al tribunal, la posibilidad de ejercer su declaración en catalán, manifestó que en este último podría expresarse con mayor fluidez, esto no era cierto por que Ramón había aprendido el castellano, idioma que hablaba perfectamente, ya que durante su estancia en Cuba lo había aprendido perfectamente, pero se arriesgó, jamás pudo explicarse el mismo, porqué corrió este inútil riesgo. Los componentes del tribunal se miraron entre si y el que parecía con mayor autoridad le asintió con la cabeza.
Ramón, se expresó con total naturalidad, dijo que no era político ni tenía ideas políticas ningunas, que había prestado sus servicios en el ejército republicano debido a que en caso de negarse hubiese sido considerado como prófugo y le hubiesen podido condenar a una pena de cárcel o fusilamiento.
Este día el tribunal militar tenía espíritu benevolente, valoraron la naturalidad con que Ramón se expresó y posiblemente influyó también el aval personal que se habría recibido, enviado por Manuel, su padre, en el que distintos personajes afines a la nueva ideología política del país, certificaban que Ramón era una persona honesta y exenta de antecedentes políticos. Finalizada su declaración, el que aparentaba ser el presidente del tribunal, le comunicó a Ramón que era libre y podía retirarse.
Ramón no debía hacer equipaje alguno, le entregaron una especie de salva conducto, que le permitía desplazarse documentado, evitando de ese modo volver a ser detenido. Este mismo documento le permitía viajar con todo tipo de transporte público gratuitamente.
En pocas horas se hallaba en la puerta de su añorada casa, en el barrio de Sant Andreu, en la calle Dr. Santpons. Llamó tímidamente a la puerta con los nudillos de una de sus manos, era ya bien entrada la tarde, acudió abrir la puerta Carmen, su esposa, esta no pudo reprimir un sonoro grito de alegría, Ramón no permitió que Carmen se abrazara a él, temía contaminarla de los parásitos que llevaba consigo por falta de higiene. Permaneciendo de pie sobre la acera, Carmen le entregó ropa limpia y Ramón en plena calle se desnudó y cambió de ropas. En el entretanto le preparaban un baño con agua bien caliente y jabón con fuerte contenido de sosa, para que pudiera eliminar la máxima cantidad de piojos y pulgas que su cuerpo albergaba, en especial el pelo y las costuras de sus ropas, Ramón entró con cautela a la casa, su padre Manuel y sus hermanos no se hallaban en aquellos momentos en el hogar, solo Carmen y su casi recién nacido hijito Manuel, este último dormitaba en su cunita después de una sabrosa ingestión de leche materna.
Después de un calentito y reconfortante baño, Ramón se echó en la cama para dormir, y bien que descansó, estuvo durmiendo más de 18 horas consecutivas.
CAPÍTULO IXº
1939, La post guerra española
Por estas fechas Ramón contaba con 27 años de edad. Al día siguiente de su regreso, se presentó en los talleres donde había trabajado desde que regresó de Cuba, fue aceptado de inmediato, por aquellas fechas faltaban operarios trabajadores responsables y capacitados y Ramón cumplía sobradamente con todos estos requisitos. La contienda bélica había enlutado a muchas familias, las destruidas fábricas necesitaban renovarse y echar a andar cuanto antes, el país tenía grandes necesidades que cubrir.
Los vencedores impusieron, como sucede siempre, sus reglas de juego. Se prohibió cualquier manifestación política pública o privada, que no coincidiera con las ideas de los vencedores. Se prohibieron toda clase de partidos políticos. Se prohibió cualquier reunión, pública o privada que sobrepasara más de 6 personas. La enseñanza escolar, fue dirigida por los programas que se indicaban desde el gobierno en la capital, Madrid. Se prohibió hablar cualquier lengua que no fuera el castellano.
El nuevo gobierno efectuó dos grandes pactos sociales, el primero de ellos fue con los grandes poderes financieros y el segundo con la Santa Sede , el país se convirtió en confesional católico, apostólico y romano. Todas las escuelas y universidades tenían asignaturas obligatorias de religión y, los financieros volvían a tener la economía del país en sus manos.
Apareció la censura en los espectáculos, cine, prensa escrita, radio, etc.. Los ciudadanos para desplazarse de una provincia a otra, debía solicitar un salva conducto, especie de pasaporte, que se tramitaba en las comisarías de policía, las conversaciones telefónicas eran escuchadas, habían confidentes policiales por todas partes.
La venta y distribución de alimentos eran controlados por el estado, escaseaban en gran manera, especialmente en las grandes urbes, se estableció el suministro estatal de los llamados básicos, mediante cartillas de racionamiento, una para cada ciudadano. Apareció el estraperlo de alimentos y la especulación en todas las materias necesarias para la subsistencia.
Los llamados alimentos básicos, tales como harina, azúcar, aceite, pan , carne, patatas, y otros eran rigurosamente controlados y vendidos en las tiendas del estado, cada ciudadano tenía un cupo semanal de ellos que debía adquirir presentando la cartilla de racionamiento, que era personal e intransferible.
Ramón trabajaba día y noche para cubrir las necesidades de la familia. El pequeño Manuel, su hijo contaba con pocos meses y era necesario poder obtener leche y papillas para alimentarle. Carmen, administraba los ingresos que aportaba Ramón con gran rigor, intentaba ahorrar por todos los medios posibles. Se privaba el matrimonio de todo lujo superfluo, cine, baile, restaurantes, etc. Nada de ello les era permitido por su quebrada economía. La supervivencia se convirtió en dura, muy dura de soportar. Pero Ramón y Carmen estaban habituados a luchar contra las adversidades. Algunos años después, la economía familiar fue recuperándose paralelamente con la del país. Pero la presión política no mitigó. El 15 de marzo de 1944 nació Dionisia, Nini, la llamaron como su abuela paterna fallecida, la segunda hija del matrimonio, poco después se casó Antonio, Tonet, con María Pastó y, algo más tarde Rita con Joan Boguñá.
Ya en 1941 la familia se había cambiado de vivienda, en el mismo barrio de Sant Andreu, ahora en la calle de Sant Hipólit, en el número 12, un edificio que se componía de cuatro viviendas, los Batista alquilaron la vivienda de la planta baja. Esta disponía de un amplio jardín en su parte posterior, adornado con dos grandes palmeras, dos ciruelos, un avellano y una enorme y vieja higuera que ocupaba la parte central del jardín. En verano, todo este denso arbolado confería una muy agradable sombra a sus habitantes, de hecho Manuel construyó una robusta y artística mesa con cemento, en la que se solían sentar a su alrededor la familia los días festivos de verano para almorzar o incluso cenar la mayoría de las calurosas noches barcelonesas, siempre algún hálito de brisa corría y daba satisfacción a sus ocupantes.
Rita conoció a Joan, por ser este vecino de la calle Sant Hipólit, Joan era un hombre de carácter más bien tranquilo y apacible, bien parecido, de mediana estatura, sumamente trabajador y familiar, aún hoy, después de tantos años, conserva muchas de estas características. Joan trabajaba por aquel entonces en la empresa estatal de ferrocarriles, R.E.N.F.E., en sus talleres mecánicos, habiéndose siempre distinguido a lo largo de los años, como un profesional competente y honesto.
Fruto de este matrimonio, nacieron Jaume y Mª del Carmen, la parejita. Por parte de Antonio y María, nacieron ; Ramón, Montserrat, Rosa, Antonio y Joan, estos últimos eran mellizos. Montserrat falleció de una enfermedad muy jovencita, apenas tenía 6 añitos. Lo sentimos todos muchísimo, era una bella y cariñosa niñita. Que Dios la tenga en su Santa Gloria. Fue enterrada en el cementerio de Sant Andreu, en un nicho que Ramón había comprado algunos años antes y en el que con anterioridad se había enterrado a Manuel a la edad de 76 años.
Hoy, el que escribe este modesto relato, todavía recuerda con entrañable cariño y añoranza, a todos aquellos seres queridos que formaron parte de mi infancia y juventud y con los que tuve la oportunidad de compartir parte de mi vida con ellos. Aquellas tardes festivas, en las que se celebraba algo en nuestra casa, una comunión o quizás un nacimiento, un bautizo en la familia, que con toda la modestia y carencias de la época y dentro de las posibilidades económicas familiares, esta se reunía alrededor de una buena paella de arroz elaborada por Carmen madre del autor, un buen porrón de vino fresco, algún postre, también elaborado por Carmen, la mayor de las veces natillas o "crema" catalana, café y el famoso cigarro puro de Manuel, que no podía faltar. Allá, debajo de la sombra de aquella hermosa y espesa higuera, cuyas robustas ramas me dieron cobijo en tantas ocasiones en mi niñez, Ramón y Joan, entonaban conocidos fragmentos de las más populares zarzuelas, acompañándoles musicalmente Manuel ,este tenía como instrumento el mango de un tenedor, y la superficie rugosa de una botella de Anís del Mono, medio vacía, sobre cuya accidentada y romboédrica superficie de vidrio rascaba siguiendo la entonación musical de la pieza que ambos "tenores" ejecutaban en aquel momento, en el entretanto mantenía encendido su cigarro puro en una esquina de su boca.
Generalmente el repertorio "artístico" se arrancaba con Marina, del maestro Arrieta, seguían Los Gavilanes, La Verbena de la Paloma, Molinos de Viento etc. Lo que privaba en el mundo de la música en aquellos momentos.
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