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Vivir entre San Francisco y Novena (página 2)

Enviado por MANEL BATISTA


Partes: 1, 2, 3, 4

Su progenitor hizo gesto de darle un capón, pero se frenó dado al lugar donde se hallaban, no debía dar un escándalo, podía significar una nota de mala imagen pública y, esto Manuel lo cuidaba mucho. A Ramoncito, la ira le había ido subiendo de intensidad; pero su mente razonaba fríamente. Sabedor de que jugaba con una ligera ventaja por hallarse donde se hallaba y, porque a su padre le gustaba guardar las apariencias, se la jugó a una sola carta.

-¡Papá! – le dijo, -tú estás intentando vengarte de mi, lo cual me incita a utilizar tu mismo estilo, te digo: ¡Si no me levantas el castigo que acabas de imponerme, ahora mismo tiro al suelo todas estas bandejas de pasteles y dulces de este mostrador y, el sarao que se organizará y el ridículo que vamos hacer, va hacer época en La Habana-.

A Manuel se le puso la cara roja de ira ante tal insolencia provinente de su rebelde vástago, pero su sentido del ridículo pudo más que actuar sin tino. Respondió de manera suave y en voz baja; -Bien hijo, ya discutiremos esto al llegar a casa-.

-¡No!- respondió Ramón con firmeza -. ¡Me vas a dar ahora tu palabra de que mañana iré con vosotros a visitar el cuartel del sargento!.

Manuel hizo acopia de paciencia, aspiró aire fuertemente, miró de soslayo a su alrededor, vio que algunas personas estaban mirando y asistiendo a la encrespada escena. Optó por la serenidad y, dijo a su hijo: -mira Ramón, mañana vendrás con nosotros, pero ahora apártate de este mostrador y vayamos a casa.

Ramoncito se asió de la mano de su madre, su pararrayos, y en comitiva marcharon a buscar el "carro".

Camino de su casa, por el paseo del Malecón, coincidía la entrada por la bocana del puerto un esbelto barco de vapor procedente probablemente de Europa, recortándose en la lejanía la silueta del castillo del Morro. Alicia al ver aquel bajel sintió una ligera añoranza de su tierra y de su ciudad natal, Barcelona también junto al mar. Ella, Manuel y Ramoncito, se habían marchado de España en unos momentos sociales y políticos muy difíciles. Revueltas obreras, cambios constantes de gobiernos inestables, asesinatos y atentados, estaban a la orden del día. Todavía supuraba la herida del descalabro del "98"; pero la tierra tira mucho, a pesar de que en La Habana rehicieron su vida, aumentando la calidad y comodidad de la misma con unas condiciones de bienestar que probablemente no tendrían allá en España.

El lunes, amaneció en La Habana con unos gruesos y grises nubarrones y el aire cargado de humedad, se preveía una de las muchas y sofocantes tormentas tropicales, tan abundantes en esta época del año.

Antonio, el hermano de Manuel, les aguardaba ya frente a la verja del jardín de su casa, Manuel con su auto marca Chandler al relantí que conducía personalmente, era un precioso automóvil con capacidad para toda la familia , era un vehículo esbelto, de color verde oscuro, unos grandes faros delanteros provistos de unos brillantes cerquillos cromados y relucientes, suspendidos sobre los guardabarros delanteros de color negro y fileteados con una finísima línea de color marfil en la orilla de ambos, así como en los traseros. Sobre los estribos de ambos costados, llevaba sendas cajas que contenían las herramientas necesarias para solventar alguna eventual avería o reparación de algún pinchazo de cualquiera de las "gomas", esta solía ser una de las averías más frecuentes debido a la falta de preparación en los firmes de las carreteras cubanas. El automóvil era un "convertible" ó también llamado "cabriolé"; en su parte posterior, llevaba una rueda completa de repuesto y, sobre la "cola", una compuerta que daba acceso a un voluminoso maletero, provisto además de una pequeña banqueta, lugar también llamado popularmente como el "ahí te pudras"-, en el que podían caber un sinfín de bultos además de un pasajero. La capota de lona y hule negro estaba plegada en la parte posterior del mismo, sobre la "cola".

Antonio ya estaba dispuesto para subir al auto, dieron los buenos días a su hermano y tío respectivamente y, a continuación, tomaron el camino para el cuartel de San Carlos de la Cabaña; instantes antes Manuel había llamado por teléfono al sargento Batista confirmándole su visita.

Dado lo temprano de la hora, La Habana permanecía casi desierta, ausente de carruajes y personas, por lo que circular por ella era una verdadera delicia. Las calles estaban aún mojadas por la lluvia caída durante la noche anterior y en los charcos se reflejaban las figuras de los edificios. Cruzaron por encima del puente del río Almendares , el cual, se partía en dos secciones simétricas que se alzaban simultáneamente cuando una embarcación con gálibo demasiado alto debía pasar por su "ojo". Contra el malecón del puerto, se estrellaban furiosas olas rebeldes, levantando grandes columnas de espumosas y blancas aguas, cual si su enojo fuera tal, que quisiera bañar a los transeúntes que acertaban pasar por allí. El agua de la bahía estaba igualmente agitada y de un color gris plomizo amenazador. Algunos de los bajeles anclados en el puerto se balanceaban como si sus mástiles ejecutaran un anárquico baile.

Manuel paró su auto frente a la puerta principal del cuartel. El centinela se acercó cansinamente y les solicitó el motivo de su visita. Manuel le indicó que les aguardaba el sargento Batista. "¡Cabo de guardia…"! gritó el centinela. Este acudió inmediatamente, saliendo de la sala de guardia abrochándose todavía el cinto con las cartucheras y el arma corta reglamentaria-. Díganme los señores que desean!, les conminó. Manuel volvió a repetir lo anteriormente dicho al centinela- ¡un momento! – les espetó y desapareció en dirección al interior del cuartel". Al poco rato regresó haciendo abrir el portalón conminándoles a entrar con el vehículo hasta el mismo patio de armas del cuartel. Manuel estacionó su auto en una de las esquinas del patio, entre tanto algunos soldados efectuaban movimientos de instrucción y adiestramiento castrense en el mismo.

Descendieron del vehículo y siguieron al cabo hasta una estancia en la que se hallaba el sargento Fulgencio junto a otro militar de graduación superior. La estancia estaba amueblada con austeridad y propia de oficina, como suele ser todo en los ejércitos.

-Mis queridos amigos, ¡bienvenidos! – les decía el sargento Batista, entre tanto les efectuaba un saludo militar y les alargaba su mano diestra para estrecharla con las suyas – . Tengo el placer de presentarles al jefe del acuartelamiento, coronel Igunza-. -Mi coronel, les presento a los Señores Antonio y Manuel Batista y, a Ramoncito hijo de éste último. Son los constructores de los que le hablé esta mañana- introdujo el sargento.

-Gusto en conocerle coronel Igunza- le dijo Antonio. El militar respondió con un saludo castrense al mismo tiempo que le hacía un cortés ademán con su brazo izquierdo invitándoles a cruzar el umbral de la dependencia.

Entre tanto visitaban las instalaciones, el sargento Batista había ordenado a un soldado que atendiera al pequeño Ramoncito mostrándole las baterías de cañones adosados a los muros defensivos del acuartelamiento, el museo de armas, el grandioso foso, etc….. coincidía la visita en un día de instrucción para los soldados, que en aquel momento desfilaban al son de la banda de música castrense. La uniformidad marcial de los soldados marcando el paso al compás de los timbales enamoró a Ramoncito, hasta el punto de que cuando salían del cuartel una vez finalizada la visita, le dijo a su padre que cuando fuera mayor quería ser soldado. El sargento Fulgencio oyó la manifestación espontánea del muchacho y en tono afable y simpático le dijo:" Mira Ramoncito, para ser un buen soldado deberás reunir una serie de cualidades imprescindibles. Primero, tener la talla mínima para ser admitido, ser mayor de edad; luego tener estudios, cuantos más mejor y; finalmente, tener vocación, valor y espíritu de sacrificio. Si eres capaz de reunir todas estas condiciones, aquí tienes un puesto".

"¡¡Viva!!- estalló a gritos Ramoncito" . Montaron de nuevo en el auto y, acto seguido se fueron camino de sus casas deslizándose este por la suave pendiente del camino que les regresaba a la Habana vieja.

A Ramoncito, la visita al acuartelamiento le había entusiasmado hasta el punto que se había hecho el firme propósito de dedicar su vida futura al ejército cuando fuera adulto; sería un oficial de alta graduación del ejército cubano , y mandaría mucho, mucho. En esto concentró sus pensamientos en el entretanto regresaban a sus casas.

Ramoncito una vez llegó a su casa saludó efusivamente a su madre diciéndole a gritos: ¡Mamá, ya sé que voy a ser de mayor!.

-Dime hijo,¿qué has pensado ahora?-, respondió ella sorprendida ante tal entusiasmo.

-¡Voy a ser oficial del ejército cubano madre!.

-Pero hijo,¿no sabes que esta profesión puede ser muy peligrosa?.

-No importa madre. A mi me gusta el peligro, no tengo miedo alguno. El único problema es que todavía me faltan bastantes años para tener la edad de ingreso en la academia militar – recapacitó- . Calculo que unos diez años todavía; pero no importa, me permitirá prepararme bien para cuando sea la hora-.

-Bien hijo- le dijo Alicia al torbellino de su hijo, -pero ahora debes marchar con tu hermano a la escuela, no debéis faltar porque todo lo que podáis aprender ahora os valdrá para el día de mañana-.

Ramón tomo con una mano la cartera que contenía sus libros y, de la otra a su hermano Tonet, dispuestos a dirigirse a la escuela que regentaban los Hermanos Maristas, allá en la calle Vista Alegre, no demasiado lejos de su casa.

Los Hermanos Maristas era una institución docente de carácter religioso con mucho prestigio en La Habana, orden fundada por el hermano Champagnat. En dicho centro se aplicaba con particular severidad la formación social de sus alumnos, sin descuidar la científica, moral y religiosa. Las buenas maneras y modales, el comportamiento y aseo personal, así como las exquisitas formas de conducta en la mesa, el código de honor y la formación intelectual, eran materia que el profesorado impartía con sumo énfasis y rigor. En una palabra, los alumnos que alcanzaban llegar a la meta final, adquirían una preparación poco común que les distinguía en sobremanera respecto a los de los demás centros. Por otra parte, el consejo directivo del centro era sumamente exigente con el alumnado, siendo solo unos pocos los privilegiados capaces de finalizar todos los cursos que el centro impartía. Sin embargo, afrontaban el ingreso a la universidad siempre con mayor garantías que los alumnos procedentes de otras instituciones. Los Hermanos Maristas eran una verdadera institución en la isla de Cuba.

Ramoncito, que era un estudiante no demasiado constante, después de esta visita a la fortaleza castrense, se aplicó con mayor esmero para asimilar los conocimientos que el profesorado de tan prestigioso centro docente impartían, hasta el punto de acabar aquel curso con calificaciones muy estimables.

Al llegar a su casa con las calificaciones, lleno de alegría, y con voz en grito, llamó a su madre para mostrárselas. Alicia le besó con cariño y le animó a seguir progresando en el estudio diciéndole al mismo tiempo : – Ahora cuando regrese tu papá muéstraselas, seguro que le darás una gran alegría – . Ramón estaba contento y excitado por su triunfo personal en los resultados de las calificaciones escolares obtenidas. Tenía que hacer algo grande, su cuerpo se lo pedía.

Salió a la calle para ver a sus amigos y, ¡¡Dios que vio!!, en la misma acera de su casa, dos o tres puertas más abajo, asomaban los cuartos traseros de un enorme y lanudo perrazo, era el perro de Anita la costurera del barrio, una solterona redomada y siempre malhumorada, que cosía para la mayoría de las gentes del barrio, este era un perro de raza San Bernardo muy querido por Anita su ama, a falta de hijos lo quería como a tal.

A Ramoncito no se le ocurrió otra cosa que entrar nuevamente a su casa y coger un rifle de aire comprimido que tenía, con este en las manos se asomó de nuevo a la calle y, el perrazo seguía en la misma posición meneando la cola. Apuntó con detenimiento a las nalgas del chucho, apretó el gatillo y ¡¡zas!! el diminuto proyectil de plomo impelido por el aire a presión, partió a toda velocidad en búsqueda de su objetivo.

El can al recibir el impacto pegó un descomunal aullido al mismo tiempo que saltaba hacia delante, metiéndose en el interior de la vivienda aullando.

Ramoncito se quedó unos instantes quieto escuchando la reacción de Anita la costurera. Esta no tardó en salir de la casa gritando y maldiciendo a pleno pulmón. Este al ver que las cosas tomaban un aire poco favorable, tomó rápidamente las de Villa Diego y entrando de nuevo en su casa escondió el rifle y se acurrucó silenciosamente debajo de las faldas de una mesa camilla, hasta ver lo que iba a ocurrir….

Al poco tiempo llamaban a la puerta de la casa un agente de policía acompañado de la costurera.

Alicia, que no había visto entrar a Ramoncito, fue a abrir la puerta, quedándose perpleja ante la vista del agente y de Anita y algún que otro vecino más que les acompañaba. -¿ Qué ocurre agente?-,preguntó. Pues verá señora, aquí su vecina dice que su hijo ha disparado un tiro a su perro .

¿Cuál de ellos? Preguntó Alicia. ¡¡El diablo de Ramoncito!! dijo gritando la costurera. El ha sido.

– ¿ Lo ha visto Ud. hacerlo?-, preguntó Alicia.

No, pero no es necesario haberlo visto, dijo Anita, nadie más en este barrio es capaz de hacer una cosa así a este indefenso animalito.

A todas estas, el policía y acompañantes habían penetrado hasta el recibidor de la casa. La posición del escondite donde estaba Ramoncito, le permitía ver las lustrosas botas del agente de la ley a muy poquísima distancia suya.

Este inquirió a Alicia : -Señora ¿está su hijo Ramoncito en casa?-. No señor agente, hace un buen rato que salió para hacerme unos encargos y todavía no ha regresado-, respondió esta.

El policía se dio la vuelta, pidió disculpas a Alicia y conminó a la costurera que se marchara a su casa y se olvidara del suceso.

Acababan de salir de la casa el policía y acompañantes cuando Ramoncito salía de debajo de la mesa en la que se había refugiado, Alicia al verle le dijo, -Ramón hijo-, Alicia cuando estaba enfadada se dirigía a su hijo por su nombre, sin diminutivo, -¿has sido tú el del disparo al perro de Anita la costurera?-. Si mamá, pero yo no quería hacerle daño respondió este-.

-Ramón hijo, yo no sé que hacer de ti, siempre andas metido en líos y como se entere tu padre de lo de hoy, vas a ver. Tienes a todo el vecindario soliviantado en contra tuya. Nos veremos obligados a cambiar de barrio-.

Mira mamá, no debes preocuparte, yo os defenderé, al que diga algo en vuestra contra le voy a romper todos los cristales de las vidrieras y las ventanas.

¡¡No hijo no!! No nos defiendas así, que lo que vas a lograr será empeorar la situación. Lo que debes hacer es mejorar tu actitud con los demás y comportarte de una manera más pacífica y racional.

Ramoncito, se encogió de hombros y se lanzó nuevamente a la calle en busca de sus amiguetes habituales.

Al pasar por delante de la lavandería china de Francisco Wong, en la calle J.del Monte, el dueño Sr. Wong, le llamó, pues le conocía y sabía que era hijo de Don, Manuel, – hola Ramoncito, ven entra que te voy a dar unos cuellos almidonados que son de las camisas de tu papá que me trajo el otro día Doña Alicia para lavar y almidonar-. Toma te los voy a poner en una bolsa de papel y se las llevas, así le evitarás un viaje a tu mamá-.

Ramoncito le dijo al Sr.Wong que no iba para su casa, que más tarde si, pero el chino siguió insistiendo hasta el punto de ponerle en las manos a Ramoncito la bolsa con los cuellos almidonados.

Ramón, de mala gana se llevó la bolsa y siguió su camino. Una cuadra más allá encontró a varios de su pandilla que le propusieron jugar un partido de base ball contra una novena del barrio de Laughton en un solar habilitado para ello en este barrio.

Aquella mañana había llovido torrencialmente, el suelo estaba embarrado y pesado. Ramoncito dejó junto a la primera base, que era la que él ocupaba cuando estaba en cancha, la bolsa de papel que contenía los cuellos de las camisas de su padre. No se dio cuenta que la bolsa por un lado rozaba un pequeño charquito de agua y barro, que el papel de la misma iba absorbiendo, con lo que los cuellos pasaron de ser blancos níveos y almidonados, debido a este fenómeno físico fueron convirtiéndose en color marrón y blandos como un trapo cualquiera.

Ramón siguió jugando el partido, a la quinta "entrada", se dio cuenta que se hacía tarde y apremió a sus amigos para detener el partido y continuarle al día siguiente.

Cuando llegó a su casa su mentor ya había llegado, Ramoncito con el ánimo de contentar a su papá, se le acercó y le dijo; ¡¡ toma papá el Sr.Wong me ha dado esta bolsa para ti, son unos cuellos de camisa que mamá le había llevado!!.

Don Manuel con aire severo tomó la bolsa con las puntas de los dedos pulgar e índice, pues intuía que el color de la misma era sospechoso, y sin acercársela la abrió. Cual no sería su sorpresa al ver el estado de su contenido.

Ramoncito puso cara de inocente criatura, Alicia, su madre, se sonrojó y azoró, Tonete y Rita se revolcaban de risa y hasta Agapito se deslizó a la cocina para que el amo no le viera reír.

¡¡Ramón!! Gritó Manuel, ¿dónde carájo has metido estos cuellos de camisa para que estén en tal lamentable estado?.

-Pues no se papá, a mi me los ha dado el Sr. Wong con esta bolsa-.

-Pero hijo, haber ¿y donde has metido esta bolsa?-, le dijo Manuel al borde de agotar su paciencia.

-Vamos haber, haz memoria, has salido de casa, bien, has pasado por delante de la lavandería del Sr.Wong, el te ha dado los cuellos y la bolsa, ¿dónde has ido tu después?-.

-Ah si, he ido a jugar un partido de base ball-.

-¿Y dónde has dejado la bolsa para jugar a base ball? Le preguntó su padre-.

-Ah ya recuerdo, junto al cojín de la primera base, la he estado vigilando constantemente papá. Nadie la ha tocado, te lo puedo prometer-.

-Y el suelo del campo ¿cómo estaba?, había llovido ¿no?-.

-Si papá pero los cuellos estaban dentro de la bolsa. Nadie los ha tocado. Te lo prometo-.

-Mira Ramón, vamos a dejarlo correr, pero ya te digo que el próximo domingo no vas a venir con nosotros y tus primos al Wajay a pasar el día, te quedarás con Agapito en casa. Y punto, no se hable más-.

No era el día de Ramoncito, esto era evidente.

Alicia intentó interceder ante su esposo por su hijo mayor durante la cena, fue inútil toda insistencia, Manuel ya había tomado una decisión inapelable.

CAPÍTULO IIIº

Domingo en La Habana y Un día en el Wajay

Hay ajetreo en la casa, la familia Batista se dispone a gozar de este día santo, es domingo, día que suele destinarse al ocio, visitar amigos o parientes, o ir al campo. En definitiva un día familiar y alegre.

Alicia se ha vestido con las mejores galas, D.Manuel, como siempre, impecable. Rita, la pequeña Rita un vestido de encaje almidonado que es un primor, Tonet el trajecito de marinero que estrenó con motivo de su primera comunión. Ramoncito con cara triste envía miradas de complicidad a su madre Alicia para que interceda con su padre.

Alicia por enésima vez insiste a su marido para que levante el castigo a Ramoncito. – Anda Manuel sé magnánimo con Ramoncito, ha trabajado mucho durante el año escolar logrando unas excelentes calificaciones, algo inusitado en él, prémiale con venir a gozar con nosotros de este precioso día.

¡¡Ramón!! , dijo D.Manuel, alzando el tono de voz, acércate. Ramoncito se acercó cabizbajo y macilento. Mira Ramón, que no sirva de precedente, te voy a levantar el castigo que te impuse, vas a venir con nosotros al Wajay en premio a las buenas calificaciones que has obtenido, pero me vas a prometer que tu conducta va a ser intachable durante el día. – Sí papá, te lo prometo -, respondió este.

Anda y arréglate vamos a salir en pocos minutos.

El Wüajay, como pronunciaban los cubanos, era un pintoresco lugar en la campiña cubana a no demasiados kilómetros de La Habana, una exuberante vegetación cubría todo el valle de un color verde esmeralda, salpicado por algunos bohíos habitados por campesinos.

El merendero del "Tío Enrique" era el lugar donde acudían con cierta frecuencia las familias de Manuel y su hermano Antonio, para solazarse durante toda la jornada. El tío Enrique les acogía siempre con gran afabilidad y simpatía, Don Manuel le premiaba siempre con generosas propinas poco antes de regresar.

Para esta ocasión el Tío Enrique les había preparado jamón "cosinao", un excelente plato criollo, que preparaba como nadie, azúcar de caña y un largo tiempo en el horno convertían aquella parte del cerdo en un exquisito manjar para los más exigentes paladares, que acompañaba con una ensalada de aguacate deliciosa.

El auto de Manuel cruzaba la campiña con andar ágil y decidido, el firme de la carretera no era excelente, estaba sin asfaltar, levantando una considerable polvareda al paso del vehículo, la muchachada cantaba a voz en grito canciones infantiles que se perdían en el aire mientras el carro iba en busca del objetivo al que le guiaba el conductor.

A la salida de una curva un puñado de gallinas que picoteaban en la calzada revolotearon alocadamente ante el estruendo sorpresivo del motor y su bocina de aire, que Ramoncito hacía sonar con profusión divertida. Un cerdo, que también se hallaba entre ellas, salió disparado para no ser atropellado soltando un agudo chillido que todavía acabó de asustar más a estas.

Cruzaron un riachuelo de aguas cristalinas y al otro lado del mismo estaba el famoso merendero de Enrique. Junto a este estaba estacionado el automóvil de la otra familia Batista, la de Antonio, a la sombra de un bosquecillo de bellas palmeras.

Ramoncito y sus hermanos corrieron a abrazarse con sus primitos. Allí estaban Cusita, Antonio, Paquita y la pequeña y angelical Angelita con su lazo de satén en la cabeza.

Besos, saludos y apretujones entre la chiquillada, los adultos se saludaban más sosegadamente. Paquita cogió de la mano a la pequeña Rita y la llevó a ver unas crías de conejillos en un corral cercano a la estancia, en el entretanto Cusita, Ramón, Antonio y Tonete se alejaban brincando entre la maleza del bosquecillo inmediato.

Los hermanos Manuel y Antonio se sentaron, con sus respectivas esposas en unos bancos alargados situados en ambos lados de una mesa rectangular, construida con rústica madera, al aire libre. El día invitaba a disfrutar de el. Una gran tranquilidad en el ambiente, solo alterada de vez en cuanto por algún pajarillo cantor, rodeaba aquel bucólico y relajante lugar. Era una de estas maravillas con que nos suele obsequiar con cierta frecuencia la naturaleza.

Para seguir la tradición española, Antonio se había traído de España un porrón. Este es un recipiente de vidrio propio de las zonas rurales de Cataluña, este popular envase, muy utilizado por la gente del campo, tiene una peculiar forma que le confiere una serie de características de gran utilidad. Es un recipiente, de forma esférica achatada por sus polos, para contener líquidos, generalmente vino. En la parte superior dispone de un cuello cilíndrico de aproximadamente unos 20 cms. de alto con una boca de acceso en su parte más extrema superior, esta es utilizada para introducir el líquido, estando su parte inferior unida a la esfera. Formando un ángulo de unos 25 grados, se halla otro cuello, este en forma cónica, con la base en la esfera ,la parte más aguda contiene un diminuto agujero por donde sale el líquido que contiene la esfera cuando el porrón es inclinado.

Antonio llenó el porrón con vino tinto español, que el día anterior había adquirido en una bodega cercana a su casa, a la vez que sumergían al mismo en el riachuelo para que se refrescara su contenido, teniendo mucho cuidado en que el agua no se introdujera en su interior.

La muchachada correteando, se fue alejando del lugar donde estaban sus padres, hasta el punto que dejaron de oír sus voces. Llegaron hasta el linde de un campo sembrado cerrado por una cerca de alambre espinoso.

Ramoncito propuso saltar la cerca, Cusita también, Antonio el más sensato y reflexivo apuntó no saltar la cerca y regresar donde estaban sus padres. Tonete apoyó la idea de su primo Antonio. Ramoncito sin encomendarse a nadie pasó a través de dos de los alambres paralelos secundado por su prima Cusita. Ambos, una vez dentro, corretearon por encima del sembrado y cogían de vez en cuanto alguno de los frutos para comer. Antonio y Tonete aguardaban desde el otro lado de la cerca.

Todo transcurría satisfactoriamente cuando de repente, se oyeron unas voces de ¡¡ATAJA!! , ¡¡ATAJA!!, que partían del fondo de la plantación. Era el campesino propietario del campo cultivado, que sumamente irritado, al ver que le pisoteaban toda su futura cosecha, indignado y machete en mano echó a correr el busca de los invasores.

Fue tal el susto que Ramón y Cusita les causaron los gritos del iracundo campesino, que echaron a correr cual alma se lleva el diablo, en dirección a la cerca. Cusita al ser menudita y sujetándose firmemente sus faldas, pasó entre los alambres con facilidad, pero Ramón, debido a su atolondramiento al inclinar su tronco para pasar entre los espinosos cables, uno de los espinos se le enganchó en el dorso de su camisa y buena parte de la espalda de esta se quedó colgando en la alambrada.

Toda la muchachada corría alocadamente en dirección al merendero, que distaba del cercado, a algo más de un kilómetro, Cusita al intentar cruzar un pequeño riachuelo, tropezó y se cayó de bruces a un barrizal, se puede imaginar el lector en que estado quedaría su delicioso vestido. Ramoncito se paró para ayudarla a levantarse y seguir corriendo, Tonete y Antonio corrían también delante de ellos a tal velocidad que parecía que no se les separaban sus talones de las posaderas.

Las voces del campesino cada vez sonaban más lejos hasta difuminarse totalmente.

Pocos metros antes de llegar donde estaban sus padres, la pandilla se paró resoplando y sin aliento debajo de un frondoso árbol, que proyectaba una espesa y refrescante sombra. Tenían las ropas chorreando de sudor. Cusita mientras recuperaba el aliento trataba de limpiar las manchas de barro de su vestido, Ramoncito por el azoramiento, todavía no se había dado cuenta de que su camisa no tenía la pieza de la espalda y de un gran arañazo sangrante medio coagulado que tenía en ella, Antonio y su primo Tonete sudorosos y fatigados estaban más "enteros" que los otros dos.

Antonio que se apercibió de la herida de las espalda de su primo Ramón, exclamó; -¡¡ anda menuda herida tienes en la espalda primo!!-. Cusita partió un trocito de su almidonada enagua para intentar limpiar la herida de su primo Ramoncito , este ahora ya comenzaba a escocerle el "siete" de su piel, pero en su mente le asaltaba una idea pesarosa: ¿qué dirían sus padres en cuanto le vieran? Sin camisa y herido. Aguardaron un ratito para sosegarse.

Allá en el merendero, los dos matrimonios charlaban animadamente de los sucesos acaecidos durante la semana, en el entretanto el "Tío Enrique" les preparaba las ensaladas y el famoso jamón "cosinao".

El fiel Agapito, que se hallaba sentado bajo la sombra de un grupito de palmeras saboreando una fresca cerveza, de repente se acordó de la muchachada y de lo que estaban tardando en dejarse ver. Tanta tranquilidad le tenía intrigado, no era posible estando Ramocito y Cusita juntos.

Se levantó perezosamente y dejando la botella de su cerveza refrescándose en el agua del riachuelo, se adentró entre la maleza del bosque. A los pocos pasos oyó murmullo de voces atenuadas por el airecillo que corría, varió el rumbo que llevaba y se dirigió hacia donde procedían los murmullos. A medida que se acercaba a ellos fue distinguiendo las voces que lo formaban, evidentemente no pertenecían a los chiquillos a quien el buscaba. Al doblar un recodo del sendero que seguía, pudo divisar a dos individuos de dudosa catadura con indumentaria de guajiros, que hablaban en voz bastante queda.

Esta actitud sumamente sospechosa que Agapito observaba en ambos individuos, hizo que se les acercara sigilosamente para intentar oír lo que ambos decían. Se aproximó lo suficiente sin ser oído y poder entender la conversación que se llevaban.

El más fornido, tocado con un sombrero de paja, en bastante mal estado, le decía al otro, de menor envergadura, por lo que Agapito dedujo que quizás fuera este segundo, hijo del primero, – tú da la vuelta por allá abajo para ver si los asustas y corren en la dirección en que yo voy a situarme – ¡¡ asústales mucho!!, echarán a correr en la dirección que nos interesa y si logro pillar a uno de estos mocosos lo encerraremos por un buen rato dentro del bohío a obscuras y les exigiremos a sus padres que nos paguen todos los desperfectos causados -.

Al oír esto, el bueno de Agapito interpretó inmediatamente que aquellos sujetos trataban de secuestrar a uno de "sus" niños. Permaneció en silencio hasta que ambos guajiros se separaron y, este siguió al mayor de ellos a una prudencial distancia para no ser visto. En el entretanto le seguía, tuvo la suerte de hallar por el camino una rama seca de una palmera, a la que le quitó las pocas hojas que le quedaban, con lo cual le quedó un garrote en forma casi de un bate de base ball.

El otro sujeto localizó pronto a la muchachada descansando de la carrera que habían echado en la huída, reponían fuerzas, gritando como un energúmeno corrió en dirección donde estos se hallaban a la vez que gritaba¡¡Ataja, Ataja!!, estos se levantaron en un santiamén y echaron a corren en la dirección que su perseguidor pretendía.

Agapito, al igual que el guajiro que estaba agazapado, oyó el griterío de los peques corriendo despavoridos en la dirección donde ellos se hallaban y antes de que estos llegaran allí y les diera el gran susto, decidió intervenir. Salió de su escondrijo, que estaba a poco más de un metro de distancia y, agarrando por el cuello de la camisa al campesino, tiró de el, dejándole tendido en el suelo, este vio al fornido fámulo, con el brazo derecho levantado luciendo una especie de maza muy pesada que apuntaba a su cabeza. Agapito le gritó al que estaba en el suelo, ¡¡ huye ahora que estás a tiempo o te aplasto la cabeza, canalla !!. Este, sin preguntar a que se debía la amenaza, huyó como alma que se lleva el diablo, alejándose a toda velocidad del lugar.

Los muchachos acababan de llegar en tropel, asustados y sudorosos, al lugar donde estaba Agapito y su "maza", el guajiro que perseguía a los muchachos al verle y no tener a su compañero a la vista, pensó que algo iba mal y siguió corriendo pero esta vez en dirección opuesta a la prevista.

Antonio, nervioso y azorado le contó todo lo ocurrido al bueno de Agapito, este les tranquilizó y cogiendo de la mano a alguno de ellos, les llevó hacia el lugar donde se hallaban sus padres.

En el entretanto allá en el merendero del tío Enrique, una bandeja con una gruesa pierna de jamón "cosinao", todavía humeante, acababa de ser puesta sobre la mesa que ocupaban los Batista. Agapito dijo a los niños; dejad que yo hable con vuestros padres y les explique lo ocurrido.

-Miren Don, Manuel, Don Antonio, los niños han tenido un susto muy grande, unos desarrapados lugareños les han asaltado con ánimo de secuestrar a alguno de ellos y pedirles dinero a Udes. a cambio. – ¡¡Hay Dios!! Exclamó Francisca, la esposa de Antonio, ¿qué les ha ocurrido a nuestros hijos?!!,- dijo corriendo a reunirse con ellos junto a Alicia para abrazarles. Manuel y Antonio se levantaron de sus asientos y con cara de gran indignación le solicitaron a su criado que les informara con más detalles de lo acaecido, Agapito les contó todo lo visto y oído con todo detalle.

-Bien, todo pasó y a Dios gracias no tenemos que lamentar ningún grave suceso-, dijo Antonio, pensando en voz alta, esto les va a servir a los muchachos como lección. ¡¡Comámos!! Añadió Manuel.

Sin más, todos se sentaron alrededor de la mesa, desplegaron sus servilletas colocando alguna de ellas sobre el pecho de las dos pequeñas, Rita y Angelita, para que no mancharan sus lindos vestidos , Alicia inició el ritual acto de partir y repartir los tajos que sacaba de la aromática pierna de jamón, que lucía un preciosos color tostado en su exterior y rosado claro en su parte interna.

La comida discurrió con gran placidez y armonía , el frescor del vino de Rioja invitaba a empuñar el porrón con bastante frecuencia y echar una trago largo. En la sobremesa, Manuel sacó su purera del bolsillo de su saco que contenía cinco hermosos cigarros Punch de vitola Corona, invitó a su hermano Antonio, este eligió de entre ellos uno cuyo color de la capa era sumamente uniforme y tomándolo con el pulgar e índice de su mano diestra, lo hizo girar en los dos sentidos junto a su oído para poder apreciar la presión con que había sido "torcido" y el grado de humedad del mismo. El cigarro elegido por Antonio había resistido la primera prueba a la que fue sometido, ahora debía enfrentarse con el ritual del encendido; Antonio sacó de uno de los bolsillitos de su blanco chaleco, una diminuta guillotina especialmente fabricada para practicar el corte en la cabeza de cigarros, a este instrumento se le llama guillotina, por el gran parecido con el ingenio mecánico que se utilizaba en Francia para ajusticiar a criminales y políticos contrarios a la Revolución y, que fue bautizado con el mismo nombre de su inventor. Antonio asió el cigarro con su mano izquierda y con la otra, que sostenía la diminuta máquina de corte, seccionó las tres cuartas partes de la cabeza del cigarro, en su diámetro. Este corte debía practicarse de un modo seco y firme, para no estropear esta parte del cigarro, de ese modo cuando fuese encendido, el tiraje sería el adecuado. Para prenderle utilizó la funda cedro que envolvía al mismo, por que de hacerlo con una cerilla corría el peligro que el azufre que contiene la misma comunicara un sabor desagradable al cigarro.

Una vez prendido el cigarro, lo separó de sus labios y observó el color gris acerado de la ceniza que producía y mirando a su hermano Manuel le manifestó; – gran cigarro Manuel, gran cigarro – . Antonio era un hombre no demasiado alto, medía alrededor de 1,68 m. de altura, pero tenía una fuerte complexión física, Francisca su esposa era ligeramente más alta que él, poseía una esbelta figura acompañada de unas finas facciones en su rostro que comunicó a sus hijos, todo lo frágil que era su cuñada Alicia, Francisca la ganaba en salud y ánimo.

Manuel pidió café, ese exquisito café que Cuba produce, el Tío Enrique ya lo tenía dispuesto, conocía las costumbres familiares, les sirvió el mismo en unas tazas bastante rústicas, pero calentito, a dos de las tazas Manuel le echó un buen chorrito de ron, un "carajillo" como se le llamaba en su tierra, Cataluña, a esa combinación. La palabra carajillo, según la leyenda, proviene de cuando se efectuó la primera combinación, quien la probó exclamó ¡¡carájo que bueno está!!, claro está que en su tierra natal, se hacía con brandy en lugar de ron.

La tarde fue cayendo silenciosa y suavemente, se acercaba la hora del regreso, alguno de los muchachos bostezaba por el cansancio de todos los sucesos acaecidos durante la jornada, uno de estos bellos atardeceres tan frecuentes en el Caribe.

Era la hora del retorno, ambos vehículos se desplazaban perezosamente por el camino de regreso, la chiquillada ya no cantaba alborozada como hicieron durante el viaje de ida, ahora algunos, como Paquita y Rita dormitaban con sus cabezas apoyadas en el regazo de sus mamás, el resto se iba empapando del paradisíaco paisaje que se le ofrecía a sus ojos. Manuel, mientras manejaba su automóvil, saboreaba todavía la parte final de su aromático cigarro, ese aroma tan especial, suave y único ,que solo puede ofrecer un cigarro elaborado con selecto tabaco cubano.

CAPÍTULO IVº

En el Puerto y en la Ópera

El puerto de La Habana es uno de los más importantes del Caribe por el gran tonelaje de mercancías que en el se manejan. Es la cabeza de puente de la mayoría de las rutas que unen el Nuevo y el Viejo Continente, compite con su gran rival en Miami.

Un enorme barco de la marina de guerra de los Estados Unidos, atracado en uno de los muelles del puerto, mantiene un constante trajín de sus marineros. Unos están prestando servicios a bordo, otros disfrutan de permisos de 24 horas y se van relevando con los que libran del servicio. Los que tienen la oportunidad de bajar a tierra, todo su anhelo es entrar en una taberna y beber el famoso ron cubano.

No tienen límite en la bebida, en su país está vigente la Ley Seca, anti-alcohol, esta se respeta a bordo de cualquier navío gubernamental, pero la marinería aprovecha la liberalidad de las autoridades cubanas para poder ingerir toda clase de bebidas que tengan un alto contenido alcohólico. Alguno de ellos ingiere tal cantidad que acaban en un delirium tremens, este estado habitualmente finaliza con un desenlace fatal para el individuo.

Uno de los periódicos de La Habana, en sus ecos de sociedad, informaba de la llegada del famoso cantante de ópera Hipólito Lázaro (Barcelona 1.887-1974), de nacionalidad española, nacido en el popular barrio barcelonés de San Andrés del Palomar, el mismo del que son oriundos Manuel y Antonio.

Hipólito Lázaro, había cubierto una larga temporada de ópera en Nueva York, donde representó en el Metropólitan Opera House, "I Puritani", en dos sesiones diarias durante más de dos meses. Los Puritanos, era una ópera de muy difícil ejecución debido a que debía ser cantada en tono muy alto. Pocos cantantes eran capaces de cantarla más de una vez, exigía unos pulmones de acero y Lázaro los poseía. Aprovechó la gran debilidad que los neoyorkinos tenían por esta ópera y que muy pocas veces podían ver representada, hizo una pequeña fortuna en aquella temporada especial que les dedicó.

A su regreso a España, efectuó una escala de varios días en La Habana, para representar allí La Traviatta, de G.Verdi, y Marina del maestro Arrieta, esta última muy estimada por la colonia catalana que vivía en la Isla. El día de la representación el teatro de la ópera estaba completamente abarrotado de paisanos y cuando Lázaro se arrancó con el…"Costas las de Levante, playas las de Lloret, dichosos son los ojos que os vuelven a ver…" el ferviente público explotó en tan grandísima ovación que interrumpió la representación por mas de diez minutos. Lo nunca visto en La Habana, ni tan siquiera cuando cantó Enrico Caruso.

Manuel, gran amante del bel canto, no pudo resistirse a presenciar la representación de Marina. Con su esposa Alicia ocuparon asientos en las primeras filas de la platea y, ya en la obertura se les asomaron las primeras lágrimas en sus ojos. Finalizada la representación Manuel y Alicia se dirigieron al camerino del insigne

cantante y paisano. Manuel y Antonio conocían a Hipólito desde la época escolar, ambos eran del mismo barrio barcelonés, y buenos amigos.

Haciéndose paso entre los admiradores del tenor, llamó a la puerta del camerino con los nudillos, al momento se abrió la puerta y apareció en el dintel de la misma el ayudante y secretario del cantante. -¿Qué desean los señores? les preguntó. Manuel vestía un elegante traje de smoking blanco de seda natural con corbata de lazo así mismo blanco, Alicia un finísimo traje largo ,de color marfil, con un generoso escote de los llamados "palabra de honor" , cubría sus delicados hombros con un elegante mantón de Manila que guardaba celosamente para las grandes ocasiones.

– Deseamos ver al Sr. Lázaro, dígale que están aquí los Sres. Batista. -, aguarden Vdes. un momento por favor, voy a ver si es posible -. A los pocos segundos apareció la robusta figura del cantante envuelto en un llamativo batín de seda y, con los brazos abiertos luciendo una amplia sonrisa que mostraba toda su dentadura. Era este de una talla media, de fuerte complexión y con una cabeza unida al tronco por un fornido cuello. La madre naturaleza le había dotado de una potente voz y gran resistencia física. Contaba Manuel a sus amigos, cuando de Lázaro se trataba, que en una ocasión Hipólito hizo una apuesta con varios de los clientes del café Versalles donde acudían toda las tardes después del trabajo, de que este era capaz de cantar una canción totalmente estirado en el suelo con una persona sentada sobre su abdomen. Las apuestas subieron hasta 10-1. Ni que dudar que cantó la canción sin temblarle la voz ni un ápice. El arriero, como le llamaban en su barrio, por que esta fue su profesión antes de dedicarse al canto profesional, era capaz de esto y mucho más. Era un hombre con voluntad de hierro y un corazón que no cabía en su pecho.

Entrad, entrad y acomodaros, dijo después de abrazar a Manuel y besar la mano con cariño a Alicia. Cuéntame Manuel, ¿qué es de tu vida?, ya veo que te casaste con una bella y elegante damita. No sabía que estabas en Cuba. – Vivo en La Habana desde 1912 – respondió Manuel.

Aaaaah, cuanto tiempo pasó querido amigo, echo la cuenta rápidamente y quizás hayan pasado unos 10 años desde la última vez que nos vimos en Barcelona, dijo el cantante. -Si, respondió Manuel, efectivamente la última vez tu cantabas Rigoletto, de G.Verdi, en el teatro Odeón de San Andrés, nuestro barrio-.

Y dime Manuel, ¿cómo fue que viniste a parar a La Habana?. ¿Cómo te va?.

Verás amigo Lázaro, me casé con Alicia en 1911 en la parroquia de San Andrés, nuestro barrio , un año después tuvimos a nuestro hijo mayor, Ramón. Debes acordarte de mi hermano mayor, Antonio, el fumador de caliqueños, como tú le llamabas – Ah si, dijo Hipólito, le recuerdo perfectamente -. Pues este se vino a Cuba mucho antes que yo, por allá 1904 , se estableció en La Habana , tomó en matrimonio a una muchacha también catalana, hija del pueblo de Agramunt, Lérida, Francisca Albá Espinet, se llama. Fue él quien me reclamó para que dejara Barcelona y me viniera a trabajar en sociedad con él. Tenemos una empresa constructora y hasta hoy no nos podemos quejar. Antonio tiene cuatro hijos y nosotros tenemos tres-.

-¿Cuántos días vas a estar en La Habana Hipólito? – Cuatro, respondió este -.

-Mira-, dijo Manuel, -mañana si no te liga ningún compromiso, te vas a venir a comer una deliciosa "escudella" catalana que Alicia va a prepararte, la hace como los ángeles-. Era la primera vez que Manuel alababa un guiso de Alicia. -¿Cuánto tiempo llevas lejos de la patria Hipólito?,- más de tres años llevo rondando por los escenarios del mundo.

-Acepto querido Manuel, no puedes imaginarte la gran alegría que me has dado al venir a visitarme y ahora invitarme a una jornada con tu familia. Acepto encantado la invitación, dijo el cantante nuevamente trasluciendo gran satisfacción-.

Mira Hipólito, ahora nos vamos a marchar, tu debes atender a toda esta gente que te aguarda fuera y, mañana te paso a recoger por tu Hotel a eso de las 11 de la mañana, ¿te parece bien?.Por cierto,¿ en que hotel te hospedas? le preguntó este. En el Plaza. Espléndido, respondió este, allí estaré. La salida del camerino, estaba lleno de periodistas y admiradores del insigne cantante que aguardaban para verle, hasta el punto que Manuel y Alicia tuvieron que abrirse paso a través de ellos con ciertos apretujones.

El Hotel Plaza era una edificación soberbia, realizada en el año 1909, donde con anterioridad había vivido su propietario Don, Leopoldo Carvajal, Marqués de Pinar del Río y también fue sede del Diario de La Marina, se hallaba situado cerca de las antiguas murallas de las calles Zulueta y Neptuno. En la época hospedó a un sin fin de personalidades que visitaban La Habana.

Al regreso a su casa, se pasaron por la de su hermano Antonio. Les salió abrir la puerta la sirvienta que les invitó a pasar hacia donde estaban los dueños de la casa. Francisca dejo la labor de punto que estaba trabajando y se levantó de inmediato a saludar a sus cuñados, Antonio leía el periódico en el entretanto saboreaba un café y un Romeo y Julieta del tipo robusto.

¡¡Antonio, Francisca!! casi gritó Manuel, mañana tenemos a almorzar en nuestra casa a Hipólito Lázaro y como es natural os esperamos a todos para la comida. -¿No me digas? dijo Antonio. Acabo de leer en el periódico que está en La Habana. No sabía que habíais ido a verle-.

Si, no puedes imaginarte lo contento y feliz que ha estado al vernos. Ha cantado una Marina como nunca, esta es una de las óperas preferidas de su repertorio que más le place cantar. Le han interrumpido con aplausos en plena aria. Yo tenía los pelos de mis brazos erizados de emoción. Por un momento he imaginado esta bella población de nuestra sin par Costa Brava, Lloret de Mar, ese precioso pueblecito de pescadores a la vera del mar al que las olas besan suavemente la arena de su orilla y las embarcaciones reposando sobre la playa. Que delicioso y pintoresco es este paisaje de nuestra patria chica.

Bien no nos pongamos románticos ni tristes, dijo Manuel secamente. Antonio, Francisca, mañana os esperamos en casa a partir de las diez de la mañana. Alicia va a preparar una "escudella y carn d´olla", platos muy típicos y apreciados de nuestra tierra y que Hipólito va a deleitarse con ellos. Alicia va a encargar a la tocinería que le hagan unas "botifarras" con carne picada de cerdo y otras viandas apropiadas. Tu Antonio te encargo compres unas botellas de champagne catalán, a poder ser de la casa Codorniu, es una de las mejores, que nada tiene que envidiarle al mejor champagne francés. A buen seguro que en el Café de Luz, don Florentino tiene de esta marca, ah y compra también una botella de brandy de las bodegas jerezanas Domech. Descuida Manuel, me encargaré de ello, le respondió Antonio.

Al llegar a su casa, Alicia llamó a Agapito y le dio serias instrucciones para preparar todo lo que se precisaba para el día siguiente, Alicia era sumamente metódica y detallista. – Mira Agapito, mañana tenemos invitados y, uno de ellos es para nosotros muy especial. Se trata del cantante de ópera Don, Hipólito Lázaro -, el sirviente se quedó tan fresco, pues el pobre no sabía de que trataba la ópera, el sabía de boleros, guarachas, rumbas y otros bellos y cálidos sones caribeños, pero la ópera para el no tenía ningún significado. Encogiéndose de hombros se fue macilento a la cocina.

Niños, llamó Alicia a sus retoños, venid acá, acercaros los tres, -Mirad mañana tenemos a comer en casa a un invitado muy especial, vuestro comportamiento y el de vuestros primitos deberá ser impecable, ¿lo habéis entendido bien?. Si mamá, respondieron los tres a la vez. Ramoncito ¿tu lo has entendido bien?. Si mami te lo prometo-.

A la mañana siguiente, muy temprano, en Villa Drea había una actividad fuera de lo común. Agapito había acompañado, a primera hora, a su ama a la compra. En la charcutería ya les tenían preparado todo lo que con anterioridad había reservado por teléfono. A la vuelta a casa se había metido en la cocina a preparar afanosamente todos los manjares. En el entretanto Agapito preparaba una larga mesa en el jardín posterior de la casa, un comedor improvisado, bajo una frondosa pérgola que proyectaba una espesa y refrescante sombra sobre la mesa.

Manuel sacó su auto de la cochera y junto a su hijo mayor fue en busca de su amigo Hipólito. Alrededor de las 11 de la mañana estacionaban el auto en la puerta del Hotel Plaza, un elegante establecimiento hotelero inaugurado pocos años atrás.

En el hall del hotel ya se hallaba el cantante con las mangas de su camisa dobladas hasta más arriba de sus codos, por el calor que hacía en aquel soleado día de mayo, el saco lo tenía cogido de una mano. Al ver a su amigo Manuel apresuró el paso para ir a su encuentro, se enlazaron en un cariñoso y fraternal abrazo.

Poco más tarde llegaron al domicilio de Manuel, entre San Francisco y la 9ª. Antes se habían dado un pequeño paseo por la Ciudad de La Habana. Esta impresionó mucho al cantante, el trazado de sus calles, sus casas de un blanco níveo, la majestuosidad del Capitolio, santuario de donde se tomaban las decisiones de la Nación, el monumento a Martí, otro descendiente de catalanes. En el entretanto desfilaban por las preciosas calles de La Habana antigua, y llegando al Malecón que bordea la mayor parte de la bahía hasta llegar a la Avenida del Puerto, Hipólito le comentó a su amigo Manuel que lo que había visto de La Habana le recordaba muchísimo a la bella ciudad andaluza de Cádiz, también conocida como "La Tacita de Plata" a lo que le respondió Manuel: La Habana es como Cádiz pero con más negritos y Cádiz es como La Habana pero con más salero, echóse a reir Hipólito con gran estruendo ante el chiste de su amigo Manuel.

Aprovecharon la oportunidad de comprar el postre en el Café de Luz, Manuel presentó a su amigo Hipólito a Don, Florentino, este se quedó de una sola pieza cuando vio que el mundialmente famoso cantante de ópera estrechaba su mano. Les sirvió personalmente los dulces que Manuel le indicaba, al momento de pagar, el propietario del establecimiento no quiso de ningún modo cobrar el importe, a lo que Manuel se oponía, pero D.Florentino se resistía. Manuel al ver que no era posible que le cobrara, se le ocurrió una idea locuaz, y dijo – Don Florentino, ¿que le parece si nos honra Vd. y su Sra. esposa, viniendo a mi casa a merendar con todos nosotros?-

– Ah me parece una feliz idea, respondió este, ¿a que hora le parece Vd. que nos acerquemos? –

– Sobre las seis de la tarde sería muy oportuno.- Pues allí nos verán Vdes.. Hasta luego, tengan un buen día – les dijo acompañándoles hasta la puerta del automóvil.

Alicia con la ayuda de Agapito y su cuñada Francisca, prepararon una mesa que era un gozo de ver, la mejor cubertería , vajilla y cristalería de la casa estaban dispuestas sobre aquella larga mesa, adornada con un finísimo y níveo mantel de lino bordado, que aguardaba a unos doce comensales. La elegancia y el buen gusto de ambas damas quedaba patente en el modo que habían adornado la mesa.

Sentados todos los comensales alrededor de la mesa, proporcionaban una imagen realmente bella,familiar y entrañable. Manuel en una de las cabeceras, a su derecha su cuñada Francisca, al otro extremo Alicia, a la derecha de esta, Hipólito, y a su izquierda su cuñado Antonio. La muchachada se repartía a discreción por el resto de la mesa, a excepción de las pequeñas Angelita y Rita que estaban a la vera de sus madres respectivas.

El primer plato era "la escudella", una típica sopa catalana, elaborada con un sabrosísimo caldo, producto de la cocción de los distintos componentes utilizados; verduras, carnes de vacuno , porcino y gallina. Con este suculento caldo, previamente separado y colado de los anteriores ingredientes, se le añadía una pasta especial para ese tipo de sopa denominada "galets" que cocería a fuego lento durante unos 30 minutos.

Le sigue a este delicioso y alimenticio plato. El segundo, denominado "carn d´olla", este no es otra cosa que los ingredientes utilizados para hacer el caldo de la sopa, que ahora se sirven en una fuente para ser degustados, junto con la "pilota", que como dice la palabra tienen forma de una pelota de unos 4 centímetros de diámetro, esta se elabora partiendo de carne picada de cerdo, a la que le es añadido ajo picado, perejil y se amasa todo ello con un huevo batido y harina. Diez minutos de cocción con el caldo de la preparación de la sopa y, se servirá junto a los ingredientes del segundo plato.

Durante la ingestión de estos dos suculentos platos, los adultos habían dado buena cuenta de tres botellas de vino tinto de la comarca del Penedés, que Antonio había traído de su casa. Como es típico en Cataluña y, esta era una comida absolutamente catalana, bebieron el vino utilizando el porrón.

A medida que transcurría el ágape se animaba la conversación y el vino era un óptimo aliado para ello. Al postre, Agapito acercó a doña Alicia la bandeja de dulces que habían adquirido en el Café de Luz, de inmediato los pequeñuelos, que hasta el momento habían permanecido muy modositos y correctos escuchando la conversación de los mayores, comenzaron a pedir a gritos que les sirvieran los dulces. Alicia le pasó la bandeja a su cuñada Francisca para que esta sirviera a cada uno de los comensales y en especial a la chiquillería que aguardaba alborozada y relamiéndose.

¡¡Agapíto!! Llamó Manuel , este se acercó diligentemente diciendo con su voz cadenciosa, dígame Don Manué, – mira oye tráete una de las botella de champagne que has puesto a enfriar – , Agapito apareció a los pocos instantes con una de las botellas del delicioso champagne de la zona de Sant Sadurní, que degustaron acompañando los dulces.

La muchachada acabado el postre, se levantaron de la mesa, con el previo permiso de sus padres, y fueron a jugar por el jardín. La deliciosa Paquita llevaba alrededor de sus labios todavía crema de uno de los pasteles.

A eso de las seis de la tarde llegó Don Florentino acompañado de su esposa Camila, este llevaba bajo el brazo una caja de cigarros de la marca "Por Larrañaga" de elaboración muy limitada con la que obsequió al dueño de la casa y un ramo de preciosas y blancas gardenias a la esposa de este.

Manuel y Antonio saludaron a los esposos Menéndez y a su vez efectuaron las presentaciones entre Hipólito y Camila, Alicia y Francisca. Camila era una bella cubana hija de franceses, que poseía ese toque "chic" tan peculiar en las mujeres francesas combinado con la simpatía y alegría del pueblo cubano. Era alta y esbelta, de cintura muy fina, cabello rubio y largo que le caía por encima de sus hombros, ojos de un azul muy claro adornados de abundantes y largas pestañas que manejaba con femenina coquetería. Un ejemplar de mujer sumamente cautivadora. Unos 15 años menor que su marido.

Los reunidos se enzarzaron en apasionada conversación alrededor de sus orígenes, antepasados, en el entretanto sorbían un exquisito café acompañado por un brandy de la marca Fundador, los caballeros, y un anís sumamente dulzón para las damas, este era anís era destilado en Badalona, una población industrial y marinera muy próxima a Barcelona, de la prestigiosa marca "Anís del Mono".

Hacía calor, las damas se aliviaban del mismo con sus abanicos y los caballeros lo hacían prescindiendo de sus sacos. Atardecía y el sol tendía a desaparecer del decorado celeste, se acercaba al ocaso, una suave brisa que provenía de la bahía hacía que la estancia en el jardín se convirtiera en una gloria. De repente Camila, dirigiéndose a Hipólito le sugirió con una gracia exquisita, a la que ningún ser humano varón se hubiese podido negar, que cantara alguna canción.

Hipólito se alzó de su asiento y blandiendo en su mano derecha una fina copa que contenía el dorado y burbujeante champagne, se arrancó con el "Libbiamo", famoso brindis de la ópera Traviatta, del fecundo compositor italiano, Giuseppe Verdi. La potentísima voz del tenor Lázaro se oía hasta más allá de dos cuadras, a los pocos minutos se acumuló una gran cantidad de vecinos alrededor del jardín escuchando embelesados el repertorio que fue cantando el tenor. Este envalentonado por la inesperada y devota audiencia y, un poquito de la alegría que el champagne y el brandy le habían inspirado, siguió cantando varias canciones más. Para finalizar, por lo avanzado de la hora que ya era, les cantó a todos ellos una popular habanera que decía " Cuando…. salí de La Habana válgame Dios….." al finalizar, el improvisado público estalló en aplausos y vítores. Fue un acontecimiento muy importante, que durante tiempo se comentó en La Víbora.

El astro rey hacía algunas horas que había abandonado el firmamento y su hermana luna, lucía plena de esplendor. Sobre las diez, Hipólito sugirió levantar la sesión, la velada había sido entrañable y alegre. Don Florentino se ofreció en acompañar hasta su hotel al cantante. Este aceptó con gusto.

La familia Batista en pleno acompañaron a sus distinguidos huéspedes hasta el automóvil de Don Florentino, que estaba estacionado en paralelo con el de Antonio, Hipólito sujetando delicadamente la mano y el antebrazo de Camila para ayudarla a subir al auto de su esposo, esta agradeció a Hipólito la galantería con una suave caída de sus largas y rubias pestañas y un casi imperceptible mohín de sus labios. Al cantante la sangre le circuló a gran velocidad por su enorme corpachón.

En cuanto a Lázaro se refiere, todavía hoy, el barrio barcelonés de Gracia, tiene una calle dedicada al insigne tenor que dice así : Calle del tenor Hipólito Lázaro.

CAPITULO Vº

La Quiebra

Manuel y Antonio eran unos buenos constructores , con los años, obtuvieron un cierto prestigio entre los profesionales de su sector en La Habana. Poseían una de las mejor adiestradas y especializadas plantillas de trabajadores . Esto, acompañado de una escrupulosa formalidad en el cumplimiento de los pactos profesionales con sus clientes, les dotó de una clientela adicta. Ambos hermanos, aunque muy distintos en carácter, se complementaban profesionalmente a la perfección.

Manuel, procuraba estar al día de las nuevas tendencias y materiales que la arquitectura iba aplicando y Antonio era el ejecutor de las mismas. En invierno del 1919, Manuel se desplazó a Nueva York para ver como se construían aquellos altísimos edificios, a los que llamaban "rascacielos" y, los materiales y técnicas que utilizaban. Aprendió la nueva técnica del hormigón armado y la construcción de edificios con estructura metálica. Estas enseñanzas las aplicó junto con su hermano Antonio en sus obras, por primera vez en La Habana. Toda una innovación. Este sistema permitía construir un edificio con menor espacio de tiempo y menor inversión en mano de obra, en definitiva un abaratamiento de costos constructivos y mayor rapidez de trabajo. Se acercaba el momento de prescindir la construcción a la vieja usanza de ladrillo sobre ladrillo. El Cemento y el acero se abrían paso en la nueva era de la arquitectura.

Los edificios crecían en altura y precisaban menor superficie de terreno, el sistema obligaba a desarrollar otras técnicas, si los edificios se alzaban a muchos metros del suelo, a sus ocupantes también había que subirles a sus nuevos hogares. Los elevadores eléctricos solventaron este inconveniente. La Habana fue uno de los primeros países latinoamericanos que adoptaron el elevador.

En el continente americano corrían malos vientos. En los Estados Unidos, motor económico mundial y consecuentemente de la economía cubana, estaban pasando una de las peores crisis económicas que habían conocido en su corta historia. Grandes y prestigiosas factorías cerraban, los obreros eran despedidos a miles, los sindicatos obreros llamaban a la rebelión agitando grandes masas humanas por todo el país. Fue en lo que vino en llamarse :"La gran depresión".

Este fenómeno socioeconómico también vino a afectar a Cuba en alguna medida, esta dependía en exceso del vecino Tío Sam, los tenían atrapados. La economía cubana, habitualmente sólida gracias a la gran producción de azúcar de caña, café, tabaco y níquel, se vino abajo arrastrando y arrasando todo tipo de economías, comenzando por la más básica, la mano de obra. Los obreros vagaban por las calles en busca de un posible trabajo que les diera los mínimos ingresos necesarios para subsistir él y los suyos.

La falta de contratos de venta del azúcar, hacía que este se acumulara en los almacenes obligando a los Ingenios a paralizar su actividad total, así mismo las zafras también se paralizaban pudriéndose las cosechas en la propia plantación, el precio mundial de este cayó en picado. La banca dejó de conceder créditos a los pequeños industriales preveyendo un alto índice de morosidad que se extendía como una gota de aceite sobre un papel.

La ruina de muchos empresarios y familias se hizo patente. Suicidios, estafas, fallidas y muertes estaban a la orden del día.

Los Batista no podían estar al margen del desastre económico cubano. El Royal Bank of Canadá ,banco con el que desde muchos años venían operando y guardando todo su dinero efectivo, no pudo resistir el envite y quebró. Todo el capital de ambas familias acumulados durante años, se esfumaron como humo al viento, en un instante pasaron de la opulencia a la pobreza más llana.

Antonio tuvo la fortuna más adversa, un pinchazo de un tenedor en su boca durante el almuerzo, se le infectó provocándole una gangrena que acabó con su vida. La repentina muerte de su hermano afectó grandemente a Manuel, por su mente pasaron un millón de escenas, en el entretanto caminaba cansinamente por los senderos del cementerio de Colón, acompañando al féretro de su querido hermano, era un día ventoso y con una fina lluvia que calaba hasta los huesos. El chirriar de las ruedas de la carreta que transportaba a Antonio a su última morada y el sentido llanto de su cuñada Paquita junto al de los pequeñuelos hizo reaccionar a Manuel. Se dijo para sus adentros; – soy todavía joven, tengo un nombre y un prestigio ganado en mi sector , mi hermano y yo estamos iniciando la construcción de un edificio de cinco plantas, que una vez terminado cobraré y reiniciaré la actividad, podré pagar a nuestros acreedores y habrá dinero para las dos familias -. Pensó , las penas con pan son menos…

Al día siguiente Manuel convocó en su oficina a todos sus acreedores habituales suministradores de materiales de construcción. Cuando les tuvo a todos allí, les habló de esta manera:.

-Amigos, son todos ustedes conocedores de la grave crisis que está atravesando nuestro país y consecuentemente todos nosotros, esto está siendo la ruina de muchas familias. Ustedes en su día depositaron su confianza en mi difunto hermano Antonio, que Dios tenga en Gloria, y en mi, vendiéndonos los materiales que precisábamos para nuestras construcciones a crédito y que a su vencimiento satisfacíamos siempre puntualmente. Mi hermano y yo, quiero hablarles con toda la sinceridad del mundo, no quiero llevarles a engaño, a través de los años les hemos pagado siempre escrupulosamente. Ahora me hallo en una situación verdaderamente difícil, estoy al borde de la quiebra, estoy finalizando la construcción de un importante edificio que, si ustedes me siguen concediendo su confianza acabaré la obra y podré pagarles todo cuanto me hayan suministrado -. Asintieron todos a la juiciosa propuesta de Manuel, los antecedentes de la sociedad eran irreprochables y, un mal momento lo podía atravesar cualquiera. Vieron en Manuel un hombre joven, emprendedor y capacitado, sabían que le faltaba el importante apoyo de su hermano, el habitual ejecutor y controlador de las obras, pero también era bien cierto de que si querían cobrar no tenían otra alternativa que correr este riesgo.

Manuel despidió a sus proveedores en la puerta de su oficina y, de inmediato se marchó a controlar el estado de la obra que había dejado paralizada en el entretanto arreglaba la situación económica y familiar.

El edificio que tenia en construcción, era un encargo de un paisano catalán, hijo de la población costera de Calella, era este el representante del coñac español de la conocida y reputada marca: Fundador Domeq para todo el Caribe, hombre acaudalado pero de oscuro pasado, nadie pudo averiguar jamás por qué tuvo que abandonar precipitadamente España.

El encargo de construcción que Manuel tenía, era verbal, con la condición de pago "llaves en mano", o sea obra totalmente finalizada.

Manuel con duros trabajos y un sin fin de noches sin poder conciliar el sueño, acabó a los pocos meses la construcción del edificio, este era de aspecto esbelto, con grandes ventanales al exterior, situado en una de las esquina de la Calle de Los Oficios con Santa Clara, en la Habana Vieja, no lejos de la Plaza de Armas y la Catedral. Sin duda era una de las obras emprendidas más importantes afrontadas por éste.

Al día siguiente, Manuel se personó en las oficinas de su cliente para efectuar la entrega de las llaves del edificio y cobrar.

Desearía ver al Sr.Soler, dijo Manuel a la secretaria de su cliente al entrar en la oficina de este. – Aguarde un instante Sr.Batista – respondió esta. Al poco, salió e invitó a pasar a Manuel.

-Buenos días, Sr.Soler – dijo Manuel al mismo tiempo que entraba en el bureau de aquel – .Este casi no respondió al cortés saludo , murmuró algo y permanecía cabizbajo, sin mirar a los ojos de su interlocutor. -Sr. Soler-, dijo Manuel, -el edificio que usted nos encargó que le construyéramos, lo hemos acabado en su totalidad, aquí vengo a efectuar la entrega de las llaves del mismo, tal y como usted y nuestra empresa acordamos y, naturalmente le traigo también la factura para que la haga efectiva-.

Tomando las llaves y depositándolas en un cajón de su mesa de trabajo, el Sr. Soler levantó ligeramente la cabeza y le soltó a Manuel en modo agrio y con voz quebrada: – No puedo pagarle, no me van las cosas como esperaba -, Manuel se quedó de una sola pieza, de repente le pasó por su mente como si de una estrella fugaz se tratase, su familia, la de su hermano, sus acreedores, a quienes había empeñado su palabra de honor de abonarles cuanto les debía.

Manuel se rehizo por un instante y le conminó a su cliente a que le pagara, añadió que el no era responsable de que sus negocios no funcionaran correctamente. A lo que Soler respondió de manera agresiva: – que en su casa nadie le daba lecciones de economía – Salga de mi oficina y no vuelva jamás, añadió -.

A Manuel se le nubló la mente, lo primero que se le ocurrió fue llamar a un abogado y entablar un pleito, estaba en su total derecho de cobrar un trabajo encargado y desarrollado en las calidades , tiempo y precio comprometido, en el entretanto caminaba sin rumbo fijo por las calles. Pensó que su actual economía no le permitiría sufragar los gastos de un abogado y procurador, para entablar un pleito que posiblemente ganaría, pero que podía durar meses, tal vez años.

En el entretanto deambulaba sin rumbo fijo por las calles de la ciudad, sus pensamientos entraron en la fase personal del amor propio herido. Se decía así mismo – Esto no es posible, nadie se ríe bonitamente de un Batista, este hombre no me arruina sin que yo no haga algo -. En el entretanto le hervía este último pensamiento en su mente, en su deambular cabizbajo, fue a pasar por delante del escaparate de una ferretería/armería.

Entró mecánicamente a ella, como si estuviera en un estado sonambulesco, no veía ni oía nada de lo que su alrededor transcurría.

El dependiente del otro lado del mostrador, tuvo que dirigirse a Manuel por segunda vez para que este le oyera,. ¿Qué desea que le sirva Señor?. -Ah si, disculpe respondió Manuel, como resucitando. – Desearía adquirir un revolver y munición para este. – ¿ Tiene Vd. preferencia por una marca y calibre determinado caballero? – , los ojos de Manuel centellearon de ira y sin contenerse respondió de un modo desabrido y con voz ronca: – Me basta con que dispare – .

El empleado le mostró varios revólveres de fabricación americana e inglesa. Eligió un Smith & Wesson de cañón corto. Pagó su importe y lo guardó en uno de los bolsillos interiores de su saco. Al salir una oleada roja cubrió sus ojos dirigiendo sus pasos a la oficina del hombre que le quería estafar, deseaba acabar con él cuanto antes, le dispararía en mitad del corazón, se decía, le daré su merecido. – Este no volverá a arruinar a ninguna otra familia -.

Al llegar a la puerta de la oficina de su cliente, empujó con fuerza la puerta para entrar. Estaba cerrada. Extrañado miró su reloj de bolsillo y se sorprendió al ver que eran más de las nueve de la noche. Era tal su tribulación que no había reparado en el tiempo transcurrido, ni en que comenzaba a anochecer. Sintió una gran frustración al ver que no podía llevar a cabo su cometido. Pensó, mañana daré cuenta de ese hijo de perra. Dio media vuelta y encaminó sus pasos hacia su casa, no quedaba demasiado lejos.

Entró en su casa en silencio, cabizbajo y con los brazos cruzados a su espalda. Alicia al verle entrar de aquella inusual guisa, temió que algo grave le hubiese sucedido, Manuel desde el trágico fallecimiento de su hermano mayor, Antonio, no era el mismo. Se había vuelto algo huraño y taciturno.

Alicia, al ver a su adorado marido en aquel inusual estado, se levantó de la butaquita que ocupaba como si de un resorte se tratara, de repente un mal presentimiento se apoderó de su corazón haciendo que este se encogiera. – Manuel esposo querido – dijo con toda la dulzura de la que era capaz, fue a abrazarle al mismo tiempo que hacía puntillas para alcanzar los labios de su marido y darle un beso.

Este se quedó de pié en mitad de la estancia, ausente de todo cuanto le rodeaba, ni tan siquiera notó cuando Alicia le abrazaba fuertemente y refugiaba su diminuta cabeza en su pecho. – Qué te ocurre Manel, en momentos importantes Alicia le llamaba por su nombre en catalán, Manel – . Te noto preocupado y ausente, siguió -..

Los peques de la casa estaban en un rincón de la sala, habían detenido la lectura de un libreto de aventuras juveniles que habían iniciado hacía breves momentos, eran testigos silenciosos de esta triste y preocupante escena, veían un padre en un inusual estado, el hombre autoritario y seguro de si mismo, había cambiado. Ramoncito intuyó que algo grave le sucedía y preocupaba a su padre, se levanto de su silla y acercándose lentamente a sus progenitores mientras su madre permanecía abrazada a Manuel.

Súbitamente Alicia se separó ligeramente de su marido y mirándole a los ojos le preguntó, ¿qué es este bulto que noto debajo de tu saco Manuel?, este seguía como ausente, sin reacción, Alicia se atrevió a meter la mano entre el pecho y el saco de su esposo hasta tener contacto con el bulto que exteriormente había observado, Manuel seguía sin reaccionar, Ramoncito se detuvo a muy poca distancia de sus papás, podía notar la jadeante respiración de su padre y el frío sudor que por su frente se deslizaba lentamente hasta el almidonado cuello de su camisa.

Alicia notó un objeto frío y duro, palpó el mismo y acto seguido lo asió por uno de sus salientes sacándolo del bolsillo dónde se hallaba. Al ver que se trataba de un arma casi se cae desmayada, pero se sobrepuso a ello, estos son los momentos en que surgen la fortaleza de carácter en un ser humano, las situaciones límite suelen enaltecer el carácter y la voluntad del más pacífico. Alicia dejó caer el arma al suelo, como si su solo contacto fuera contaminante del mal. El seco ruido del impacto del revolver con el embaldosado, hizo que Manuel despertara de su ensimismamiento, su primera reacción fue intentar recoger el revolver, pero Ramoncito ya lo había recogido, su viveza e intuición le decían que aquella arma y el estado de su padre, no significaban nada bueno, echó a correr hacia la calle con toda su alma con el arma asida por el cañón, hasta llegar a la boca de una alcantarilla, allí echó el revolver.

En la casa su padre intentaba correr detrás de su hijo Ramón, Alicia abrazada fuertemente a Manuel le impedía correr para que este le alcanzara, la furia y rabia que en aquellos momentos sentía Manuel, hacía que arrastrara a su esposa como si de un muñeco de trapo se tratara, al llegar al jardín vio a su hijo que regresaba, – ¡¡¡Ramón dame la pistola, le dijo gritando !!! -, Papá, la he echado a la alcantarilla, le respondió este -, un fuerte bofetón en la mejilla le impactó, su padre fuera de sí le abofeteó ante la impotencia que sentía. Alicia seguía abrazada a el, lloraba desconsoladamente, sus lágrimas sumisas a la ley de la gravedad, inundaban sus ojos rodando por sus mejillas, ¡¡¡Manuel no pegues a tu hijo !!! gritaba. Finalmente Manuel se deshizo del abrazo de su mujer y, furioso entró en la casa. Toñete y Rita, seguían sentados en sus sillas con el espanto reflejado en sus rostros y llorando ,sus mentes infantiles no alcanzaban a comprender el motivo por el que sus padres reaccionaban de un modo inusitado.

Ramoncito, entró hecho una furia en la casa y se tiró a agarrarse a una de las piernas de su padre, gritando al mismo tiempo – ¡¡¡ Papá, papá, no te enojes con nosotros, te queremos mucho, te queremos mucho!!!, al mismo tiempo que le besaba la pierna en la que estaba asido.

Manuel en su locura, vio a sus pequeños llorando atemorizados en un rincón de la estancia , a su Alicia con carita de desespero y su hijo mayor Ramón demostrándole una cariño y valentía inusuales en un muchacho de su edad. Esta imagen le ayudó a serenarse, sentándose en una de las butacas del salón, abrazó fuertemente, como si quisiera fundir su cuerpo con los suyos, a Alicia y Ramoncito, besándoles y disculpándose por lo sucedido, cogió a la asustada y pequeña Rita sentándola en su regazo y a Toñete, formaban todos juntos una enternecedora imagen familiar.

Alicia se apartó por unos momentos y le sirvió a su esposo un apetitoso café que recién acababa de hacer, este ya más sereno, contó a su familia todas las vicisitudes económicas que desde hacía algunos meses venía soportando y que les había ocultado.

Alicia ayudada por su hijo Ramón, convencieron a Manuel de vender todos los objetos de su propiedad, la casa donde vivían y la maquinaria que utilizaban para sus construcciones y regresar a la patria. – Manuel, decía Alicia, vamos a olvidar todo, regresemos a Barcelona y reharemos de nuevo nuestras vidas, con los años recordaremos nuestra estancia en La Habana como nuestros mejores años, con alegría y felicidad, nuestra mitad ya es cubana, no lo olvidaremos nunca, por años que pasen, lo tenemos en lo más hondo de nuestros corazones, hagámoslo por nuestros hijos y por nosotros-.

Al día siguiente y después de haber consultado con la almohada, Manuel se marchó a ver una agencia inmobiliaria, en la calle Chacón, para tratar de vender la casa, afortunadamente pudo venderla en el mismo día, con la condición de desalojarla en un mes. No fue una gran venta pero necesitaban aquel dinero para los pasajes de regreso.

Una vez cobrada la mitad del importe de su querida y preciosa casa, se dirigió al puerto, detuvo su automóvil en la puerta de la compañía SANTAMARÍA y CIA., consignataria de los vapores Pinillos, en la calle San Ignacio, número 18.

Adquirió cuatro pasajes que correspondían a los camarotes más económicos del vapor que salía hacia España a primeros del mes de Diciembre, o sea, seis días después de haberlos adquirido. Eran para Alicia y sus tres hijos. Manuel pensaba viajar algunos días más tarde, con el fin de disponer de más tiempo para poder vender el automóvil, la maquinaria y andamiajes de la constructora y cobrar finalmente el resto pendiente de la venta de su casa.

Alicia fue preparando las maletas que debían llevarse con todas las pertenencia y efectos personales. Ramoncito escondió entre la ropa una pelota y un guante de baseball, seguiría su afición a este juego allá en Barcelona, también guardó una guía telefónica de La Habana, no sabía bien por qué la guardaba, pero pensó que cuando la leyera, siempre le recordaría su querida Cuba.

Manuel fue a visitar a su cuñada Francisca Albá para comunicarle su decisión de regresar a España, deseaba convencerla para que regresara con ellos y sus hijitos. Francisca rechazó la idea de Manuel, dijo que ella pensaba quedarse a pesar de las circunstancias, que lucharía con todas sus fuerzas para sacar a sus hijos adelante. Y bien que lo hizo esta tenaz luchadora mujer leridana.

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