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Postmodernidad: El retorno de Dios…

Enviado por aldafar


    1. Introducción
    2. Marco Teórico
    3. Contextualización
    4. Conclusiones
    5. Bibliografía

    Propósito

    El propósito de nuestro trabajo será el de una aproximación al tema de la postmodernidad. Tema complejo dado que entran dentro muchas variables, variables filosóficas, culturales, artísticas y religiosas. También vuelve complejo nuestro trabajo el hecho de que la postmodernidad es en materia de filosofía lo que podríamos llamar lo más contemporáneo de lo contemporáneo. Es el "hoy" filosófico, continuamente están apareciendo libros, artículos de revista, artículos de internet, que hacen que el material a disposición sea prácticamente inabarcable.

    Pretendemos no quedarnos solo en la exposición del tema sino formular también los desafíos filosóficos, teológicos y pastorales que la postmodernidad trae consigo.

    Introducción

    Nuestro trabajo consta de tres grandes partes:

    • Una primera parte o marco teórico, en donde pretendemos exponer los rasgos generales de la postmodernidad en lo que tiene que ver con sus antecedentes históricos, su pensamiento filosófico, sus características en lo relacionado con lo cultural y artístico y finalmente en lo relacionado a lo religioso que propiamente el objetivo de nuestro trabajo.
    • Una segunda parte o contextualización, en donde analizaremos el tema de la religión en la era de la postmodernidad, la crítica postmoderna a la religión, la postmodernidad ante el Dios cristiano, la religiosidad en la era postmoderna y la "New Age".
    • Finalmente una tercera y última parte o conclusión, en donde pretendemos reflexionar sobre lo expuesto así como señalar lo que en nuestra opinión son los grandes desafíos pastorales que la postmodernidad nos impone.

    Marco Teórico

    Antecedentes

    Desde los años veinte existe un creciente malestar contra la modernidad. Se trata de un malestar antiguo. El romanticismo, aquél vasto movimiento que predominó en Europa durante la primera mitad del S XIX, puede considerarse como la primera reacción antimoderna. Lo que pasa es que en éste caso se trató de una reacción nostálgica. Querían volver atrás a la edad media.

    Después del romanticismo ha habido otros muchos brotes inconformistas frente a la modernidad. Cerca de nosotros conviene recordar a los "hippies" y su "Flower power"; y sobre todo la espectacular revuelta del mayo francés de 1968.

    El nacimiento de la postmodernidad

    Al comenzar el estudio de la postmodernidad, la primera tentación es la de buscar una definición que la caracterice, pero la postmodernidad no es susceptible de una definición clara ni de una teoría acabada que la explique. La postmodernidad es ante todo, un nuevo estilo de vida. Podemos hablar de que hay una "postmodernidad de la calle" y de que hay también una "postmodernidad de los intelectuales" (Lyotard, Vattimo, Baudrillard, Lipovestky, Derrida, etc.). Pero éstos filósofos no son otra cosa que notarios que levantan acta de lo que pasa en la calle.

    No podemos fechar exactamente el nacimiento de la postmodernidad, pero como dato curioso podemos citar a Charles Jencks (arquitecto norteamericano) que afirma que la postmodernidad nació el 15 de julio de 1972 exactamente a las 3:32 de la tarde, cuando dinamitaron en Saint Louis (Missouri EE.UU) varias manzanas que habían sido construidas en los años cincuenta sometidas a los estándares modernos de zonificación, colosalismo y uniformidad, porque se vieron obligados a reconocer que la máquina moderna para vivir – tal como la definió Le Corbusier – había resultado inhabitable. La postmodernidad surge a partir del momento en que la humanidad empezó a tener conciencia de que ya no era válido el proyecto moderno. No podemos entender bien la postmodernidad si no percibimos que está toda ella hecha de desencanto.

    Adiós a la idea de progreso

    La modernidad fue el tiempo de las grandes utopías sociales: los ilustrados creyeron en una próxima victoria sobre la ignorancia y la servidumbre por medio de la ciencia; los capitalistas confiaban en alcanzar la felicidad gracias a la racionalización de las estructuras de la sociedad y el incremento de la producción; los marxistas esperaban la emancipación del proletariado a través de la lucha de clases… Las discusiones sobre el "como" podrían ser interminables, pero la convicción compartida por todos era que "se puede".

    Pero a lo largo de los últimos cincuenta años, todas estas esperanzas se han manifestado inconsistentes. Es verdad que la ciencia ha beneficiado notablemente la vida de las personas, pero también ha hecho posible desde el holocausto judío hasta las tragedias de Hiroshima y Nagasaki; el marxismo en vez de traer el paraíso comunista, dio origen a la masacre de Tian an men; las sociedades capitalistas avanzadas han alcanzado un alto nivel de vida, pero están a su vez corroídas por dentro por el gusano del tedio y del sin sentido… En resumen, para toda una generación, el mundo, de pronto, se ha venido abajo.

    Los postmodernos tienen la experiencia de un mundo duro que no aceptan, pero no tienen esperanza de poder cambiarlo. Y, ante la falta de posibles alternativas, una melancolía suave y desencantada recorre los espíritus.

    Para Vattimo, momento del nacimiento de la postmodernidad en filosofía es con la idea nietzcheana del eterno retorno de lo igual, el fin de la idea de la superación característica de la modernidad: " Si la modernidad se define como la época de la superación, de la novedad que envejece y es sustituida por una novedad más nueva, en un movimiento incesante que desalienta toda creatividad al mismo tiempo que la exige y la impone como única forma de vida… si ello es así no se podrá salir de la modernidad pensando en superarla. El recurrir a fuerzas eternizantes indica ésta exigencia de encontrar un camino diferente. Nietzsche ve con mucha claridad, que la superación es una categoría típicamente moderna y que por lo tanto, no puede determinar una salida de la modernidad"

    Los postmodernos consideran a la idea de progreso un espejismo, y no se consideran a sí mismos llamados a superar. Hablan de postmodernidad simplemente porque su tiempo ha aparecido después de la modernidad.

    El fin de la historia.

    Los filósofos postmodernos afirman que la historia ha sido un invento de los historiadores y ésta sólo existe en los libros de texto. En realidad hay tan sólo acontecimientos sin ninguna conexión entre sí. El mundo está constituido por una multitud de átomos-individuos que estamos juntos por casualidad. No tenemos ningún proyecto. Simplemente nos cruzamos unos con otros, o incluso nos atropellamos unos a otros.

    Los postmodernos afirman que los historiadores han tenido poca memoria y han recordado pocos acontecimientos. Si hubieran recordado todos, se habría visto que no existe otra cosa que un caos de biografías individuales. La gran historia se disuelve en muchas historias microscópicas. Tantas como individuos.

    Los modernos, creyendo posible construir un futuro mejor, sacrificaron el presente al futuro y, como no hay futuro, se quedaron sin presente y sin futuro. Los postmodernos, convencidos de que no hay posibilidad de cambiar la sociedad, han decidido disfrutar del presente con una actitud hedonista que recuerda el carpe diem.

    Hedonismo y "resurrección de la carne".

    La postmodernidad es el tiempo del "yo" del intimismo. En las librerías de "best sellers" abundan los libros de técnicas sexuales, los libros sobre la "meditación trascendental", las guías de cuidados para el cuerpo, los remedios para la crisis de la vida adulta, la psicoterapia al alcance de todos, el control mental, el Rei Ki, etc. Y todo esto se explica porque a raíz de la pérdida de confianza en los proyectos de transformación de la sociedad, sólo cabe concentrar todas las fuerzas en la realización personal, y aparece una neurasténica preocupación por la salud que se manifiesta en la obsesión por la terapia personal o de grupo, los ejercicios corporales y masajes, el sauna, la dietética macrobiótica y las vitaminofilias, la bioenergética, etc.

    Los hombres modernos gustaron identificarse con Prometeo, que, desafiando la ira de Zeus, trajo a la tierra el fuego del cielo, desencadenando el progreso de la humanidad. En 1942, Camus sugirió que el símbolo idóneo no era tanto Prometeo como Sísifo, que fue condenado por los dioses a hacer rodar sin cesar una roca hasta la cumbre de una montaña, desde donde volvía a caer siempre por su propio peso. Ahora llegaron los postmodernos y dicen "¡dejemos la roca abajo y disfrutemos de la vida!". Los postmodernos, olvidándose de la sociedad, concentran todos sus esfuerzos en la realización personal. Hoy es posible vivir sin ideales, Lo que importa es conseguir los ingresos adecuados, conservarse joven, cuidar la salud… Con mucha razón los estudiosos de estos fenómenos han hecho notar que el símbolo de la postmodernidad ya no es Prometeo ni Sísisfo, sino Narciso, el que enamorado de sí mismo, carece de ojos para el mundo exterior.

    La vida sin imperativo categórico.

    La postmodernidad significa también la muerte de la ética. Eliminada la historia, ya no hay deudas con un pasado arquetípico ni tampoco obligaciones con un futuro utópico. Cuando queda tan sólo el presente, sin raíces ni proyectos, cada uno puede hacer lo que quiera. Ahora la estética sustituye a la ética. Como dice Joaquín Sabina, "al deseo los frenos le sientan fatal. ¿Que voy a hacerle yo, si me gusta el güisqui sin soda, el sexo sin boda, las penas con pan…?"

    Freud afirmó "En el proceso de maduración, el yo averigua que es indispensable renunciar a la satisfacción inmediata, diferir la adquisición de placer, soportar determinados dolores y renunciar, en general, a ciertas fuentes de placer (…) El paso del principio del placer al principio de la realidad constituye uno de los programas más importantes del desarrollo del yo." En la Postmodernidad es el ello el llamado a mandar. Desaparece toda barrera; todo es indiferente y, por lo tanto, nada está prohibido. Para los postmodernos ¡vive feliz! es el único imperativo categórico.

    Siento luego existo.

    En la postmodernidad el homo sapiens ha sido sustituido por el homo sentimentalis. El homo sentimentalis no es simplemente el hombre que siente, sino el hombre que valora el sentimiento por encima de la razón. Milan Kundera, exponente de la postmodernidad en literatura, escribe: "Pienso, luego existo es el comentario de un intelectual que subestima el dolor de muelas. Siento, luego existo es una verdad que posee una validez mucho más general." A la tiranía de la razón ha sucedido ahora una explosión de la sensibilidad y de la subjetividad. En algunos círculos, el ataque contra la razón y la objetividad ha alcanzado dimensiones de cruzada, y algunos jóvenes hacen suya la afirmación de Nietzsche: "Todos los pensamientos son malos pensamientos… El hombre no debe pensar."

    Imperio de lo "débil", de lo "light".

    Los postmodernos niegan los grandes discursos de la modernidad sin refutarlos, porque emprender el trabajo de refutarlos supondría que siguen tomando en serio la razón. En la postmodernidad no queda más remedio que acostumbrarse a vivir en la desfundamentación del pensamiento; únicamente hay lugar para un pensamiento débil y fragmentario: "Yo, aquí, ahora, digo esto." La postmodernidad es la desvalorización de las grandes cosmovisiones. Lyotard sostiene que la postmodernidad es el fin de los metarrelatos.

    Nihilismo.

    Los postmodernos prefieren vivir en la desfundamentación de pensamiento. No sólo consideran que las convicciones firmes que dieron seguridad y razones para vivir a las generaciones pasadas han desaparecido para siempre, sino que aceptan el hecho sin ningún sentido de tragedia. Lipovestky afirma: "Dios ha muerto, las grandes finalidades se apagan, pero a nadie le importa un bledo: ésta es la alegre novedad."

    Las grandes cosmovisiones son, según los postmodernos, potencialmente totalitarias. Todo aquél que se siente depositario de una gran idea trata de ganar para ella a los demás y, cuando éstos se resisten, recurrirá fácilmente al terror. En cambio quién se sabe portador de un pensamiento débil será necesariamente tolerante para con quienes piensan de forma distinta.

    El individuo fragmentado.

    El individuo postmoderno, al rechazar la disciplina de la razón y dejarse guiar preferentemente por el sentimiento, obedece a lógicas múltiples y contradictorias entre sí. En lugar de un yo integrado, lo que aparece es la pluralidad dionisíaca de personajes. De hecho, se ha llegado a hacer un elogio de la esquizofrenia.

    Todo lo que en la modernidad convivía en tensión y conflicto convive ahora sin dramas, furor ni pasión. Cada cual compone "a la carta" los elementos de su existencia tomando unas ideas de acá y otras de allá, sin preocuparse demasiado por la mayor o menor coherencia del conjunto. Estamos de vuelta del racionalismo, y ahora manda el sentimiento.

    El individuo postmoderno, sometido a una avalancha de informaciones y estímulos difíciles de estructurar, hace de la necesidad virtud y opta por un vagabundeo incierto de unas ideas a otras. El postmoderno no se aferra a nada, no tiene certezas absolutas, nada le sorprende, y sus opiniones son susceptibles de modificaciones rápidas. Pasa de una cosa a la otra con la misma facilidad con que cambia de detergente.

    También en las relaciones personales el postmoderno renuncia a los compromisos profundos. La meta es ser independiente afectivamente, no sentirse vulnerable. El medio para conseguirlo es lo que ha sido llamado el "sexo frío" (cool sex), orientado al placer breve y puntual, sin ambiciones de establecer relaciones excluyentes ni duraderas.

    Los "tics" del lenguaje dicen mucho al respecto de la Postmodernidad. Al encontrarse dos amigos de mentalidad moderna, se preguntaban con naturalidad: "¿Qué es lo que hacés?" (en la modernidad se daba por supuesto que siempre había que estar haciendo algo). Para la cultura postmoderna esa pregunta sería un insulto. No se trata de hacer, sino de estar. La pregunta hoy sería: "¿En que estás?", con el signo de transitoriedad que en castellano tiene el verbo estar. Canta Joaquín Sabina: "Cada noche un rollo nuevo. Ayer el yoga, el tarot, la meditación. Hoy el alcohol y la droga. Mañana el aerobic y la reencarnación".

    Tolerancia e indiferencia.

    Con la pérdida de confianza en la razón, se ha perdido también toda esperanza de alcanzar cualquier consenso social. Hoy cabe todo y todo tiene su público, incluso las mayores extravagancias culturales. Alguien ha afirmado de manera jocosa: "Hace no sé cuántos años dijo no sé quién que cualquier cosa despojada de su utilidad es arte. Esto significa que si ves un retrete colgado en el techo, no intentes la meada parabólica, antes bien hay que consultar el catálogo."

    Los hombres modernos creían todavía que la libre confrontación de opiniones conduciría antes o después a un acuerdo en torno a la verdad y la justicia. Los postmodernos ni creen alcanzar ese grado de integración social ni tampoco lo desean en absoluto. Como afirmaba Nietzsche: "Mi juicio es mi juicio (…) y otro no tiene derecho a él. Hay que desterrar el mal gusto de querer compartir el parecer de muchos. Un `bien´ ya no es un bien en boca del prójimo. No puede haber, por lo tanto, un `bien comúm´. Esa expresión encierra una contradicción en sí misma".

    Parece que entre nosotros desde hace un tiempo ha empezado a darse un nuevo modo de ser más ecléctico y liberal, que huye de las opiniones "fuertes", por considerarlas de mal gusto desde el punto de vista estático.

    El retorno de los brujos.

    Si el racionalismo de la modernidad socavó las creencias religiosas, no podemos sorprendernos de que la reacción postmoderna haya traído consigo un retorno de lo religioso.

    En cuestiones de religión la modernidad se negó a creer lo que era digno de credibilidad, la Postmodernidad no pone reparos en tragarse lo increíble. Podemos ver en la religiosidad postmoderna la "venganza de lo reprimido" de la que habló Freud: la modernidad inhibió la sed de Dios, que es un constitutivo del ser humano, y ahora brota en estado "salvaje". Quizás sea también expresión de una sociedad peligrosamente frustrada que se está volviendo cada vez más receptiva a soluciones mesiánicas y fanáticas. Y desde

    luego, no podemos descartar en ello una crítica implícita a una religión cristiana que en los últimos años había adquirido rasgos moralistas e intelectuales.

    El retorno de Dios.

    Pero en la Postmodernidad no sólo retornan los brujos; también retorna Dios. Es lógico que, al entrar en crisis la razón del racionalismo, queden de nuevo abiertas las vías de acceso a la fe que la modernidad clausuró. Como decía Pascal: "el corazón tiene sus razones que la razón no conoce".

    Sin embargo, en la Postmodernidad Dios no puede ser demasiado exigente. Debe contentarse con lo que se ha llamado "la religión light".

    Dado que el postmoderno obedece a lógicas múltiples, frecuentemente prepara él mismo su "cóctel religioso" con unas gotas de islamismo, una pizca de judaísmo, algunas migajas de cristianismo, un dedo de nirvana; todas las conminaciones son posibles, añadiendo para ser un poco más ecuménico, una cucharadita de marxismo o un paganismo a gusto del consumidor. Teniendo presente el rechazo postmoderno a la fundamentación, no debe sorprendernos que al individuo no le preocupe en lo absoluto la falta de coherencia del conjunto.

    Contextualización

    Rasgos de la crítica postmoderna a la religión.

    El pensamiento postmoderno, en cuanto declara el fin de todo proyecto y normativa histórica totalizante, no solo es un enemigo frontal de la modernidad, sino también de cualquier otro donde aparezca la pretensión de sentido global y de orientación general de la vida.

    La postmodernidad es una forma de ateísmo nihilista que no pretende reapropiarse nada, y por eso mismo representa el rechazo máximo de Dios y la religión.

    La postmodernidad recoge la bandera nihilista izada por Nietzche y declara ya el momento de tomar en serio la muerte cultural, conceptual, de Dios. No se trata de un ateísmo cualquiera o de la irreligiosidad sin más, sino de la desaparición de Dios y su rastro.

    Hasta ahora, el ateísmo clásico que podía venir representado por Feuerbach, Marx y Freud, trataba de disputar a Dios un espacio, unos valores y una libertad que precisamente su afirmación parecía negárselos al hombre. El ateo negaba a Dios para afirmar un proyecto de hombre. La esencia alienada del hombre era reivindicada en el rechazo a Dios. A la centralidad excluyente de Dios le venía a sustituir la no menos excluyente de hombre. El ateísmo clásico representaba la reacción humanista frente a la concepción alienante de Dios y de la religión. Pero este ateísmo humanista estaba guiado por un proyecto: unos ideales de cultura y de sociedad donde el hombre fuera realmente el responsable de su construcción. Para ello el énfasis en la razón, sobre todo científica, y en la organización racional de la sociedad, y en la política como camino hacia una mayor libertad y emancipación del hombre y hacia una sociedad más justa, solidaria e igualitaria.

    El giro postmoderno significa el abandono y confrontación con este humanismo moderno. Para el pensamiento postmoderno "la muerte de Dios" representa a la vez, la liquidación del humanismo. Accedemos a través de la "muerte de Dios" al descubrimiento de la inexistencia de fundamento alguno donde asentar nada, llámese realidad, mundo, historia, razón, sentido…, o cualquiera de las grandes palabras que, a su vez, sostienen a otras no menos importantes, como libertad, justicia y verdad.

    Tres son, por tanto, los nuevos rasgos de este ateísmo postmoderno:

    a) No es un ateísmo de reaprobación. Frente al ateísmo clásico que buscaba en la eliminación de Dios la entronización del hombre, lo propio de la postmodernidad es no querer heredar nada con la "muerte de Dios". No se le arrebata al creyente nada para devolvérselo. No se trata de expropiaciones o restauraciones en nombre de un proyecto humano para el que la fe sería un obstáculo.

    b) No es un ateísmo humanista. No es la muerte de Dios para glorificar al hombre. No se sustituye a Dios por el hombre. No se busca elevar a este "pequeño dios" que es el hombre. Ni tampoco se busca defender los valores humanos sustraídos a nuestra cultura, a nuestra sociedad o a nuestro tiempo por alguna institución (Iglesia) o alguna clase (aristocrática o burguesa).

    c) El ateísmo postmoderno es un nihilismo positivo. Siguiendo a Nietzche, entienden que la "muerte de Dios" y la desvalorización de los valores supremos abren vertiginosas potencialidades. Sin Dios, se trata ahora de buscar sentido en la pérdida de sentido. Ver la existencia desfundamentada como "chance". Es el nihilismo como valor, como ocasión para elegir y dar valor a las cosas.

    Postmodernidad y el Dios cristiano

    La actitud postmoderna postula una y otra vez una apertura a la realidad, manantial de la vida y del ser, que juzga cerrado por el conceptualismo y la logificación moderna. Hay una defensa de la vida, de su inagotabilidad e inefabilidad, constreñida, atada, por los lazos del dominio estrecho de lo racional. Contra este encadenamiento desecador se alza la cruzada postmoderna antimetafísica y anti-fundamentadora. Pero en la mayoría de los escritos de los autores postmodernos, laten unas expectativas cuasi místicas ante la realidad vivida desde una apertura mental y vital no encajonada por los moldes mentales de la racionalidad funcional moderna.

    El primado de la experiencia.

    El absoluto es aquello de lo que no se puede hablar. Hay que gozarlo en el manantial de la vida.

    La filosofía de la mañana postmoderna apela al pensamiento tentativo, fragmentario y fruitivo. Parece decirnos, con su continua distancia frente a las pretensiones objetivadoras y controladoras del pensamiento predominante, que frente al problema de la realidad, de la vida y del hombre, más que pensar hay que experimentar.

    Se apunta claramente hacia la supremacía de la experiencia sobre la razón en las cuestiones relativas al sentido último y, en general, como actitud vital en todas las cuestiones. Esto se percibe en el modelo predominante en que se inscribe el pensamiento postmoderno: el cambio de paradigma que gira de la conciencia hacia el lenguaje (comunicación). El predominio, señalado reiteradamente por Lyotard, de lo performativo sobre lo denotativo, de los contextos de uso sobre los significados, señala esta preeminencia de la pragmática sobre la teoría.

    Considerada desde el punto de la credibilidad y la aceptación, la fe se juega también más en el terreno de la práctica y la experiencia que en el de la argumentación y el convencimiento racional. Este siempre tiene una función crítica, nada despreciable, de eliminador de obstáculos y facilitador de la audición del mensaje. Pero en último término, la fe se acepta por experiencia propia. Hay una especie de contagio o participación en la experiencia del otro, que me lleva a comprender y aceptar su propuesta de sentido.

    La religiosidad en la era postmoderna.

    Ya no movilizan la sensibilidad actual la transformación de la realidad y la superación de lo que se llamó "la paradoja cristiana": la esperanza de los creyentes piadosos que no tenía repercusión en la situación desesperanzada de la realidad socio-política y económica. Hoy, parece que la utopía cristiana no siente la necesidad de hacerse creíble históricamente si no es permaneciendo exclusivamente como religiosa.

    Estaríamos frente a una religiosidad que propone a sus fieles fines espirituales y religiosos. Un cambio radical que sitúa en el lado opuesto de las preguntas de las décadas de los 60, 70 y 80, que hacían del compromiso político el centro unificador de la vida de los creyentes.

    Hoy se solicita de la religión que colme el vacío dejado por el fracaso de la utopía moderna. La religión vendría a ser como uno de los lugares donde se resiste al proyecto de la modernidad. La crítica postmoderna encontraría en la religión uno de los vectores institucionales donde se cristaliza y se expresa para amplias mayorías no intelectuales el malestar de la modernidad. Se cuestionan no sólo los valores de la modernidad (la racionalización, el pragmatismo, la organización, la disciplina, etc.), sino el estilo de vida, los imperativos éticos e intelectuales que están en el trasfondo del desarrollo moderno occidental: el progreso, el desarrollo tecnológico y la expansión del consumo.

    Una de las características más llamativas de esta religiosidad postmoderna es lo que utilizando la expresión weberiana se ha definido como "las comunidades emocionales". Distintos grupos de inspiración cristiana que predominan hoy en la Iglesia como: carismáticos católicos, grupos rurales neomonásticos, comunidades neocatecumenales, círculos fundamentalistas, grupos de oración corporal, zen, círculos ecuménicos "libres", etc. Todos ellos presentan una serie de rasgos como los siguientes:

    a) Adhesión personal voluntaria a dichos grupos, que crea un fuerte lazo emocional entre sus miembros. Normalmente son grupos reunidos en torno a un personaje "carismático", a cuyo "rol" profético se apela con frecuencia.

    b) Relativa porosidad en sus fronteras: las comunidades emocionales son, por lo general, modos flexibles de asociación. Es decir, predomina una relación subjetiva y pragmática del compromiso con un grupo religioso y aun con la religión misma. Se subraya así el vínculo interpersonal y su libertad frente a las implicaciones sociales.

    c) Predominio de la experiencia espiritual de los participantes frente a las formulaciones dogmáticas u objetivas. El control de la ortodoxia lo ejercen los investidos de poder dentro del grupo.

    d) Localismo, en el sentido de que el horizonte y la legitimación de su existencia recaen sobre el propio grupo y sobre el portador del "carisma". Este rasgo hace a estos grupos pocos receptivos y bastante alérgicos a las normas establecidas desde fuera de ellos.

    Esta descripción de rasgos comunes es matizable en uno u otro aspecto cuando se aplica a un grupo determinado. Pero sirve para tratar de aprehender una sensibilidad de nuestro tiempo.

    Todos los autores reconocen que estas nuevas tendencias religiosas no son puro efecto de una reacción antimoderna. Estos movimientos mantienen rasgos típicamente modernos: así, por ejemplo la adaptación de los dogmas a las necesidades y gustos de los individuos (una especie de fe a la carta), es un utilitarismo religioso que se está extendiendo en muchos de estos grupos incluso dentro de la Iglesia Católica. Igualmente, la espiritualidad de estos grupos tampoco deja de tener incidencia en la vida personal de los individuos, tanto interior como exterior, puesto que ofrece desde ventajas socio-psicológicas hasta éxitos en otras actividades.

    Nos encontramos ante un fenómeno que, si bien presenta rasgos de rechazo del proyecto de la modernidad, no puede caracterizarse masivamente de anti-moderno, porque, a pesar de contener muchos rasgos críticos de la modernidad, también ofrece valores y resultados de la misma.

    El fenómeno sectario, la New Age, el neo-paganismo.

    Todo un trabajo de investigación merecerían cada uno de estos tres temas, pero por su importancia en la cultura de nuestro tiempo, por los desafíos filosóficos, teológicos y pastorales que implican y por que creemos que están íntimamente relacionados con la postmodernidad, los analizaremos brevemente.

    Nuestro momento actual dista mucho de desconocer la fascinación por lo sagrado, que irrumpe por caminos que parecían ya poco transitados o reservados a los marginados de la religión. Quién se sorprende ya por ciertos programas de televisión, ciertos programas de radio, ciertos avisos en diarios y revistas en donde aparecen "ofertas religiosas" mezcladas con "ciencia": radiestesia, control mental, reiki, budismo, meditación trascendental, viajes astrales, Jesús cósmico, Iglesias Pentecostáles, grupos gnósticos, etc. Pero, ¿qué es lo que está ocurriendo? los intentos de explicación son varios.

    Se han dado explicaciones de tipo cultural por parte de espíritus crítico-sociales que hablan del predominio de una dimensión de la racionalidad vinculada a la ciencia, la técnica y la producción. Esta explicación, con variantes y matizaciones múltiples se puede aplicar fácilmente a la situación de la religión en la modernidad. Ha habido una auténtica represión cultural de las dimensiones que se abren a la profundidad de la realidad de las que vive la experiencia religiosa. Esta represión de lo sagrado, tenía que aflorar por algún sitio. Y, siguiendo la sugerencia psicoanalítica, aparece ahora en manifestaciones deformadas, aberrantes, de eso reprimido. He aquí una explicación cultural de la ola nebuloso-esotérica que nos invade.

    Un segundo tipo de explicación sería la crítico-religiosa, efectuada desde el interior mismo de nuestra tradición cristiana y que responde a la pregunta: ¿Por qué aparece este fervor religioso por la vía de lo esotérico, lo trivial o lo misticoide, y no por la vía de una revitalización cristiana?

    Hemos caído en el acartonamiento ritual, sacramental y catequético; hemos vaciado la religión de misterio con tanta moralización y tanta rutina. Los espíritus deseosos de encontrarse con Dios han encontrado ideologías progresistas o conservadoras, pero no experiencia interior; por eso se han marchado por otros caminos, a veces disparatados.

    Hay quién ha afirmado que esto es una bofetada del Espíritu Santo a las religiones tradicionales que no han sabido responder a las necesidades del hombre actual.

    La tercera explicación nos introduce de lleno en ese mundo de la "New Age" religiosa, o sensibilidad mística de nuestro tiempo. Nos hallaríamos ante el inicio de una nueva época (la de Acuario) que supone una sensibilidad diferente de la que ha predominado hasta hoy (era de Píscis), más belicosa, delimitativa, institucionalizada y racionalista.

    La nueva religiosidad postmoderna no es cristiana, pero tampoco es anti-cristiana, sino que supera al cristianismo recurriendo a otras denominaciones, y haciendo de ellas una verdadera "ensalada religiosa".

    Conclusiones

    Hemos señalado en éste trabajo que la postmodernidad es antes que nada un nuevo estilo de vida. Una nueva actitud ante la cual el hombre contemporáneo enfrenta la sociedad, la cultura, la religión, la propia vida personal (su salud, su cuerpo, el sexo, el consumo, etc.).

    En el terreno de lo filosófico, la postmodernidad hunde sus raíces en lo más profundo del proyecto moderno, y desde el fracaso de este, brota toda ella hecha de desencanto y nihilismo. Es comprensible si nos ponemos en la piel del hombre moderno, la idea de progreso, las ideologías que pretendían dar una explicación omnicomprenciba de la realidad, todo más tarde o más temprano se vino al suelo. Es inevitable ver a la razón moderna como la culpable de las guerras mundiales, de la contaminación, de los campos de concentración, de la amenaza atómica… La desconfianza en la razón, en los racionalismos son la consecuencia de todo esto.

    Frente a un mundo que por más de medio siglo vivió bajo la amenaza de la autodestrucción, la aparición del karpe diem como único imperativo categórico es explicable también.

    No creemos que el hombre pueda vivir en el vacío toda su vida, la pregunta por el sentido aparecerá irremediablemente, el sentido de la vida, el sentido del sufrimiento, la experiencia de una vida limitada, la propia muerte y la de los demás como signo de finitud, abrirá necesariamente a la búsqueda del sentido.

    Pensamos que el hombre postmoderno es también un hombre en búsqueda de respuestas que la propia postmodernidad no es capaz de dar. El llamado retorno de lo religioso es un síntoma de esa búsqueda. El catolicismo tradicional muy lleno de "modernidad" no ha sabido todavía dar respuestas a estas búsquedas. Y así vemos como cada día nuestro pueblo a no encontrar las respuestas en la Iglesia, las busca y cree encontrarlas fuera, en las sectas o los nuevos movimientos pseudo-religiosos.

    Ya se han empezado a levantar las voces en contra de la postmodernidad. Como se levantaron en su momento contra la modernidad. Pero, ¿no sería mejor aceptar el hecho en vez de enfrentarlo?, la postmodernidad está entre nosotros y el hombre postmoderno está buscando respuestas, está buscando a Dios; démoselo entonces. No ha sido la actitud de diálogo la predominante en la Iglesia en relación a la modernidad. Y muchos de los "dialogantes" fueron excluidos por considerarse que habían pactado con el enemigo y se habían "contaminado". Habrá que esperar hasta el Concilio Vaticano II para advertir un giro. El Vaticano II supone el reconocimiento del diálogo con la modernidad. Los enfrentamientos y conflictos daban paso al diálogo. La exclusión daba paso a la coexistencia. El diálogo mostraba que era posible colaborar juntos en la humanización.

    Pero casi al mismo tiempo que la Iglesia reconocía oficialmente concluido el tiempo del conflicto e inauguraba el del diálogo, un nuevo giro de la sensibilidad socio-cultural declaraba exhausto el proyecto de la modernidad.

    Da la sensación de que llegamos tarde. Es de esperar que no lleguemos tarde ahora, que hayamos aprehendido de la historia. Pero, ¿cómo dialogar con la postmodernidad? El cristianismo se encuentra mal equipado. Había adquirido estatuto dialogante con el proyecto de la modernidad cuando los vientos culturales soplaban ya en otra dirección. La respuesta no la tenemos, y esta es sin duda uno de los desafíos filosóficos, teológicos y pastorales que se nos presentan.

    Decíamos más arriba que el hombre postmoderno era el hombre de la búsqueda de un sentido, y que en esa búsqueda salía a buscar a Dios a veces por caminos aberrantes. El hombre busca a Dios, y es nuestro deber darlo a conocer (cfr. Evangelii Nuntiandi nº 21 ss). Éste ha sido el desafío de siempre, salvo que ahora adquiere ribetes bien distintos. ¿Qué Dios busca el hombre postmoderno? Sin duda que cada uno podrá dar su respuesta. Nosotros tenemos un único Dios para anunciar: el Dios de Jesucristo, el de un Dios que se "enloquece" de amor y no se guarda ni a su propio hijo por la vida de sus creaturas. Pero debemos ser creativos en el anuncio, eliminar la ideologización propia de la década del 60, la ritualización, los moralismos. La propuesta debe ser capaz de responder a la pregunta por el sentido en el lenguaje propio de la nueva sensibilidad postmoderna. Este es sin duda el mayor de los desafíos.

    Bibliografía

    1- Freud, Sigmund. "Lecciones introductorias al Psicoanálisis"

    Editorial Biblioteca Nueva, Madrid. 1960 3a

    2- González Carbajal. Luis. "Ideas y creencias del hombre actual"

    Editorial Sal Terrae, Santander. 1991

    3- Lipovestky, Gilles. "La era del vacío"

    Editorial Anagrama, Barcelona. 1988 3a

    4- Lyotard, J F. "La postmodernidad (explicada a los niños)"

    Editorial Anthropos, Barcelona. 1990

    5- Mardones, José M. "¿Adónde va la religión?"

    Editorial Sal Terrae, Santander. 1996

    6- Mardones, José M. "Postmodernidad y cristianismo"

    Editorial Sal Terrae, Santander. 1988

    7- Nietzche, Friederich. "El Anticristo" (obras completas t. 4)

    Editorial Prestigio, Bs. As. 1970

    8- Nietzche, F. "Más allá del bien y del mal, aforismo 43" (obras completas t. 3)

    Editorial Prestigio, Bs. As. 1970

    9- Pascal, Blaise. "Pensamientos" (obras completas)

    Editorial Alfaguara, Madrid. 1981

    10- Vattimo, Gianni. "El fin de la modernidad"

    Editorial Gedisa, Barcelona. 1990

    Otras fuentes

    11- Sabina, Joaquín. "Como decirte como cantarte" (Joaquín Sabina y viceversa)

    Ariola Eurodisc, Barcelona. 1986

    12- Sabina, Joaquín. "Güisqui sin soda" (Joaquín Sabina y viceversa)

    Ariola Eurodisc, Barcelona. 1986

    Autor: Álvaro Daniel Farías Díaz (33 años)

    E-mail:

    Estudiante de tercer año de la Licenciatura en Psicología de la Universidad Católica del Uruguay

    Miembro Asesor del Servicio de Estudio y Asesoramiento sobre Sectas y Nuevos Movimientos Religiosos del Uruguay (SEAS – Uruguay)

    Especializado en Sectas y Nuevos Movimientos Religiosos por la Fundación SPES Buenos Aires– Argentina.

    16 de junio de 2004 – Montevideo – Uruguay