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Perspectivas ética, sociología y filosofía


Partes: 1, 2, 3, 4

  1. Algunas consideraciones éticas y teológicas
  2. Superlongevidad sin superpoblación
  3. Emanciparse de la muerte
  4. La fantasía contraproducente
  5. Conciencia del tiempo en una vida muy larga
  6. Confesiones de una inmortalista proselitista
  7. Algunos problemas con el inmortalismo
  8. Una introducción a la moralidad inmortalista
  9. ¿Debemos temer a la muerte? Argumentos epicúreos y modernos
  10. Recursos
  11. Bibliografía

Podríamos terminar aquí. Ya se ha narrado la historia científica, los expertos han hecho sus predicciones y las opciones ya están sobre la mesa. Pero la misión del Immortality Institute es abarcar más. Han surgido muchas preguntas tales como qué significa ser humano, qué significa ser mortal sobre la sociedad del futuro, y los sueños que perfilamos hoy. En esta sección encontraremos a los que apoyan con entusiasmo la búsqueda de la inmortalidad y a los que son realmente escépticos.

Pero esta sección no trata sólo de agravios morales y de derechos (humanos). También se nos pide que consideremos más profundamente las cuestiones filosóficas relativas al tiempo, la identidad y nuestro punto de vista sobre la muerte y la vida.

Empezamos con el ensayo de Brad F. Mellon, "Algunas consideraciones éticas y teológicas". Los editores confiesan que las recientes declaraciones del presidente del Council on Bioethics de Estados Unidos sorprendieron muy positivamente al encontrar un análisis tan comedido y minucioso de la relación entre cristiandad y la conquista científica de la muerte. En la conclusión, Mellon nos despide con al menos dos preguntas: Por qué deberíamos temer a la muerte y por qué deberíamos invertir más recursos.

La última pregunta se parafrasea a menudo como un asunto Maltusiano en lo que respecta a la limitación de los recursos porque seguramente ya existe demasiada gente. El filósofo inmortalista y fundador del movimiento transhumanista extropiano, Max More, sostiene que la "Superlongevidad sin superpoblación" es totalmente factible.

Otra objeción instintiva a la conquista científica de la muerte es afirmar que morir es, después de todo, algo natural. El empresario y activista Mike Treder se afianza en la discusión sobre "Emanciparse de la muerte". Para él, la muerte es un mal que debemos erradicar, y el deseo de inmortalidad está lejos de ser algo artificial como creen muchos de nuestros colaboradores científicos.

Eric S. Rabkin, profesor de Lengua Inglesa, analiza la forma en que se ha representado la lucha por la inmortalidad en la literatura. En una investigación intuitiva aunque cabal, llega a la conclusión de que el deseo de inmortalidad es "La fantasía contraproducente". Al contrario de lo que hace el autor anterior, que aboga por la expansión de la conciencia combinando seres digitales para convertirnos en "superhombres", Rabkin advierte sobre "¿Quién elegiría una eternidad tan castrada?"

Podemos ver que existe otra dimensión en las discusiones sobre expectativa de vida: la identidad y su concepción. El Dr. Manfred Clynes nos ofrece una desafiante discusión sobre "La conciencia del tiempo en una vida muy larga". Si el tiempo que experimentamos es más importante que el tiempo que vivimos, ¿cómo podría alterar nuestra identidad si tuviéramos una conciencia del tiempo diferente?

Tras este tipo de discusiones, muchos lectores se alegrarán, sin duda, de encontrar un ensayo con "identidad", aunque no se pueda considerar "castrada" de ninguna manera: Shannon Vyff, madre de tres niños, defensora de la inmortalidad en la vida real. Se aplica restricciones calóricas en la dieta y ha contratado servicios criónicos. En su tiempo libre aboga por la investigación de la extensión de la vida. En sus "Confesiones de una inmortalista proselitista" nos habla de su vida, pensamientos y experiencias.

Pero, ¿debería alguien como Shannon Vyff llamarse a sí misma "inmortalista"? El mismo Ben Best, presidente del Cryonics Institute y firme defensor de la conquista de la muerte, cree que hay "Algunos problemas con el inmortalismo". Después de todo, la inmortalidad es un periodo de tiempo inconcebiblemente grande. ¿Deberían centrarse sólo en extender la expectativa de vida todos los que desean la conquista de la muerte?

"Al contrario" responde Marc Geddes. En su "Introducción a la moralidad inmortalista" desarrolla un argumento desde la filosofía moral, fundamentando la teoría moral en la percepción humana de la muerte y del deseo de inmortalidad. Geddes incluso se permite desacreditar la creencia común de que nuestra mortalidad es lo que hace que merezca la pena vivir.

Esto nos lleva al último ensayo de esta sección, el cual nos devuelve a la primera cuestión propuesta por el capellán Mellon: a pesar de todo lo dicho al respecto de la inmortalidad científica, ¿por qué "Deberíamos temer a la muerte"? El escritor australiano Russell Blackford analiza argumentos epicúreos y modernos sobre el tema. Su cita "No deberíamos consolarnos con falsas esperanzas sobre las supuestas ventajas de ser mortal" sirve de conclusión a este segundo capítulo.

Algunas consideraciones éticas y teológicas

Dr. Brad F. Mellon

El Immortality Institute (de ahora en adelante "Institute") tiene como objetivo lograr la inmortalidad física con la misión declarada de superar la muerte involuntaria [1]. Este ensayo expondrá algunas de las consideraciones éticas y teológicas que, bajo mi punto de vista, necesitamos aclarar y comprender para llevar a cabo un proyecto tan ambicioso como este. A la hora de explorar los asuntos éticos, me basaré en los clásicos principios de Georgetown de la bioética moderna, concretamente la autonomía, la beneficencia, la no-maleficencia y la justicia. También tendré en cuenta formulaciones más especializadas como la de los cuatro intereses de la Commonwealth de Pennsylvania (preservar la vida, prevenir el suicidio, proteger a terceras partes y mantener la integridad de los cuidados sanitarios). Las consideraciones teológicas para este estudio están tomadas de la tradición judeo-cristiana, incluyendo las Escrituras Hebreas y Cristianas y las reflexiones teológicas hechas por estudiosos destacados. Por último, necesitamos tener en cuenta la observación de Delkeskamp-Hayes de que la ética puede ser vista como un ingrediente esencial de la teología [2]. El resultado es que las implicaciones éticas a menudo se incluyen en consideraciones teológicas, y ambas deben aplicarse en conjunto, no por separado.

ASPECTOS POSITIVOS

El concepto de inmortalidad física humana tiene mucho que agradecer a los principios éticos y teológicos. Primero, porque hay gran cantidad de alusiones en las Escrituras que promueven y apoyan la vida, incluyendo la vida eterna. Según el Eclesiastés 3:11, por ejemplo, Dios ha otorgado inmortalidad en nuestro corazón (aunque no seamos capaces de comprenderlo). La sabiduría de los Proverbios 12:28 nos muestra la senda gloriosa que nos conduce a la vida eterna. En el Génesis 9:1-6, la santidad de la vida humana es parte integral del acuerdo entre Dios y Noé, donde se conecta el carácter sagrado de la vida con nuestra creación a Imago Dei (imagen de Dios).

Otro pasaje de las Escrituras Hebreas, el Salmo 139:13-16 ofrece una bella descripción poética de la vida como actividad creadora de Dios:

Tú creaste mis entrañas, me plasmaste en el seno de mi madre te doy gracias porque fui formado de manera tan admirable. ¡Qué maravillosas son tus obras! Tú conocías hasta el fondo de mi alma y nada de mi ser se te ocultaba, cuando yo era formado en lo secreto, cuando era tejido en lo profundo de la tierra. Tus ojos ya veían mis acciones, todas ellas estaban

en tu Libro; mis días estaban escritos y señalados, antes que uno solo de ellos existiera.

Otras Escrituras que apoyan el compromiso del Institute en lo concerniente a la extensión radical de la vida, incluyen el Salmo 116, donde el autor agradece a Dios que le librara de la muerte y le permitiera vivir un poco más.

Asimismo, las Escrituras Cristianas están llenas de alusiones al mantenimiento de la vida. Por ejemplo, Jesucristo afirma rotundamente que la vida humana es más valiosa que los recursos necesarios para mantenerla (Mateo 6:25). Las reflexiones del Papa Juan Pablo II en su encíclica, El evangelio de la vida, vienen a decir lo mismo y han de ser tomadas en consideración:

El Evangelio de la vida está en el centro del mensaje de Jesús. Acogido con amor cada día por la Iglesia, es anunciado con intrépida fidelidad como buena noticia a los hombres de todas las épocas y culturas. …Presentando el núcleo central de su misión redentora, Jesús dice: "Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia" (Juan 10:10). Se refiere a aquella vida "nueva" y "eterna", que consiste en la comunión con el Padre, a la que todo hombre está llamado gratuitamente en el Hijo por obra del Espíritu Santificador. Pero es precisamente en esa "vida" donde encuentran pleno significado todos los aspectos y momentos de la vida del hombre [3].

Continúa diciendo que el mismo Dios ha dado un "valor inestimable" a nuestra vida temporal en la tierra. La vida es una "realidad sagrada" que se nos ha confiado, y el resultado es la responsabilidad de preservar nuestra propia vida y la de otros.

La ambiciosa misión del Institute de erradicar lo que sus miembros ven como la "plaga" de la muerte involuntaria, puede concordar con, al menos, dos de los intereses de la Commonwealth de Pennsylvania. En un intento aparente de asegurar que se harán todos los esfuerzos necesarios para prevenir la muerte prematura, la Commonwealth hace hincapié en la preservación de la vida y la protección a terceras partes. "Terceras partes" son aquellos que dependen económicamente de sus padres, de otros familiares o de tutores. No resulta difícil imaginar cómo estos esfuerzos por preservar y ampliar la vida física pueden beneficiar a estas personas.

Otro aspecto positivo de la misión del Institute es que puede servir como contrapeso a lo que muchos llamarían en la actualidad la "cultura de muerte" [4]. Peter Singer, por ejemplo, dice que los seres humanos no deberían destacar de otras formas de vida y explica que un animal, como un cerdo o un perro, podría tener una racionalidad superior a la de un niño con una discapacidad grave. Añade que sería mejor para ese niño ofrecerle un tratamiento que le facilitara la muerte. Singer afirma que este asunto se debería dejar en manos de los padres en última instancia, atendiendo a sus deseos para con ese niño. Según él, debemos respetar el deseo de morir de un humano racional y asegura que proporcionar una inyección letal puede en algunos casos (como por ejemplo en estados vegetativos permanentes) ser éticamente igual a retirar una sonda gástrica (y para él es preferible y más compasivo) [5].

Aún hay otras propuestas a favor de la eutanasia activa y el suicidio asistido para todos aquellos que sufren. Como por ejemplo Jack Kevorkian, quien sugiere que tales medidas deberían haberse tomado hace mucho tiempo en nuestra sociedad. Afirma que la cultura occidental ha establecido una serie de "leyes arbitrarias" contra la eutanasia y el suicidio asistido debido a la presión de las creencias religiosas [6].

A pesar de que los partidarios de la eutanasia y el suicidio asistido afirman que estas prácticas en teoría sirven para "actuar bien" (beneficencia), muchos críticos dicen que la aplicación de estas medidas puede conducirnos en una dirección muy diferente y tal vez peligrosa. Una editorial en Christianity Today, por ejemplo, analiza la legislación reciente en Holanda que aplica el derecho a morir a cualquier persona mayor de 16 años sin permiso paterno. Según el editor:

En Alemania, el recuerdo moral de la Aktion T4, la ley de eutanasia de Hitler, aún está vivo. Pero los holandeses parecen haber olvidado que el régimen de Hitler primero mejoró las tácticas de ejecución y luego probó las cámaras de gas con niños enfermos y adultos discapacitados entre 1939 y 1941, para después aplicar estas nuevas pericias técnicas a los judíos en Auschwitz y Treblinka [7].

Se puede ver porqué, en vista de los acontecimientos históricos, "la prevención del suicidio" se incluye en varias formulaciones éticas, y porqué Pennsylvania, por ejemplo, ha hecho de ello uno de sus cuatro intereses de Estado. Nos parece que el movimiento a favor del "derecho a morir" ha de ser dirigido en contra del movimiento de ampliar la vida radicalmente. Al menos nuestra intención es que el pronunciado énfasis del Institute por la vida sea útil para seguir la pista a cualquier movimiento que permita la muerte autónoma prematura, o en especial quitar la vida ilegalmente (no-maleficencia). Aunque la misión del Institute va dirigida a eliminar la muerte involuntaria, tomar posiciones respecto a la muerte voluntaria puede sernos útil para ofrecer una perspectiva más realista de la vida y de los asuntos relacionados con la muerte a los que se enfrenta la sociedad.

PREOCUPACIONES

Aunque hemos encontrado apoyo para la misión del Institute entre los principios teológicos y éticos derivados de nuestra tradición judeo-cristiana, surgen algunas preocupaciones.

En primer lugar, la realidad obvia de la muerte. Un proverbio americano sostiene que "la muerte y los impuestos" son las dos únicas verdades que podemos esperar. Las Escrituras Hebreas y Cristianas testifican de igual forma la realidad de la muerte. Si revisamos las Escrituras que promueven la vida (más abajo), encontraremos otras tantas que se refieran a la muerte. El testimonio de la inmortalidad del alma humana en el Eclesiastés 3:11 se suaviza con un pasaje posterior donde el autor describe el proceso de envejecimiento que nos conduce al fin de la vida (Eclesiastés 12:1-7). Poco después de la afirmación de la vida de Jesucristo en Juan 10:10 (ver más abajo), afirma claramente que existe vida eterna después de esta (Juan 14:1-4). El Papa Juan Pablo II afirma el significado profundo de la vida terrenal, que la vida humana excede del plano temporal ya que está estrechamente ligada a la de Dios [3]. Drane nos recuerda que, a pesar de que la vida es considerada "un regalo de Dios, una creación a imagen de Dios, un objeto de la divina providencia", desde una perspectiva cristiana, la muerte es también ordenada por Dios. Incluso el momento de la muerte y la forma en que morimos es parte del orden divino [8].

La muerte se representa en las Escrituras de forma tanto positiva como negativa, y como límite entre lo humano y lo Divino. La vívida descripción de la muerte que nos ofrece Clowney demuestra que es algo que no debemos tomarnos a la ligera:

La brevedad de la vida humana contrasta terriblemente con la eternidad de Dios… la sombra de la muerte planea sobre nosotros y nos eclipsa la luz del sol de hoy con la oscuridad del mañana [9].

La muerte nos recuerda que dependemos de Dios para existir (cf. Leyes 17:28), y según Barth constituye los límites entre Dios y la humanidad [10]. Aunque el autor del Salmo 116 comience dando gracias a Dios por extender su vida, más adelante declara que la muerte de los hombres de Dios puede ser muy "valiosa" desde el punto de vista del Señor.

Estas Escrituras nos conducen al concepto bioético del fin de la vida, de una "buena muerte" (según el sentido original y literal de "eutanasia"). Los autores de un libro llamado Dying Well describen una buena muerte en términos ideales,

… acabar mis días a edad avanzada, sin dolores, rodeado de amigos y familiares, atendido por cuidadores sensibles, en paz con todos… en paz con Dios [11].

Por supuesto, hay muchas más dinámicas a tener en cuenta, como por ejemplo cuando la muerte llega de forma violenta a una persona joven. De todos modos, si es posible una "buena muerte", y si la vida eterna es entendida como la existencia más allá de esta, tenemos que enfrentarnos a la pregunta de qué valor puede derivarse de la extensión física de la vida y de los esfuerzos para eliminar la muerte.

Por último, tendremos en cuenta los comentarios y análisis de Daniel Callahan y James Drane que nos acercan al reto de conquistar la muerte [12]. Callahan nos indica que a pesar de que "la muerte es tratada como un mal en sí misma, sin rasgos de redención (excepto como recompensa del dolor)", y que esa guerra es tomada como imperativo, sin embargo es un concepto relativamente moderno (de tiempos de Descartes y Bacon). Añade que hay algunos problemas con esta guerra, como cuando un paciente terminal prolonga su sufrimiento acudiendo a un centro asistencial siendo ya tarde en el proceso de muerte. Los avances tecnológicos también pueden ser tan triviales como benditos, cuando asumimos que "siempre se podría haber hecho algo más" por los pacientes moribundos. También sugiere que demasiado a menudo, en estas situaciones, por desgracia el personal médico ignora los últimos deseos del paciente.

Callahan dice que "temer y resistirse a la muerte podría ser una respuesta perfectamente sensata excepto por el hecho de que no acierta a la hora de buscar el significado (las itálicas son mías) de la muerte". Asimismo, no encaja con la calidad de vida. Por ejemplo, Callahan no puede aceptar la idea de que ampliar la vida podría ofrecer una garantía de libertad absoluta respecto del aburrimiento y otros problemas asociados con el envejecimiento. Drane nos recuerda que hay otro problema asociado a la vejez, que es la depresión, y que prolongar la vida y batallar contra la enfermedad no ha resuelto el problema de la falta de sentido para los ancianos. Además, dice que ignorar la muerte en la ancianidad tiende a exacerbar los propios problemas. Incluso si fuéramos capaces de ignorar la muerte durante un tiempo, esta puede aparecer de forma repentina e inesperada [8].

Tanto Callahan como Drane están de acuerdo en que a pesar de los esfuerzos por evitar la muerte involuntaria, la muerte siempre tiene la última palabra. Esta conclusión está de acuerdo con la teología judeo-cristiana y la ética. Para Callahan, a pesar de las victorias en la guerra contra la muerte, la gente sigue muriendo. También los comentarios de Drane al respecto así lo indican:

Al margen de toda experiencia de envejecimiento se encuentra la creciente presión de la realidad de la muerte. Muchas de las actividades para jubilados en la cultura norteamericana se basan en distracciones e incluso negaciones de esta realidad. La muerte en Estados Unidos se trata a menudo como un tema tabú. Antes o después, la muerte y las preguntas acerca de cómo morimos han de ser tenidas en cuenta. El envejecimiento anticipa algo más, y ese algo más es la muerte. La muerte es una parte de la experiencia del envejecimiento que no podemos ignorar, sean cuales sean las peculiaridades culturales del periodo al que nos refiramos [8].

Junto a la realidad de la muerte se encuentran las preguntas dirigidas al modo en que podríamos eliminar la muerte teóricamente. Estas preguntas incluyen si la muerte es susceptible de ser conquistada ya que la hora de la muerte no es fija y llega a personas diferentes en momentos diferentes [12]. Otra sugerencia es ver la muerte como una serie de males potencialmente evitables que pueden ser conquistados por la ciencia eliminando un mal de cada vez [13]. En vista de las abrumadoras pruebas históricas que tienen en cuenta la realidad de la muerte, ninguna de esas teorías resulta convincente.

CONCLUSIÓN Y PROPUESTAS

El objetivo de eliminar la muerte involuntaria se apoya tanto en la teología judeo-cristiana como en los principios éticos que se basan en dicha teoría. Las Escrituras apoyan y promueven la vida, incluso la vida eterna, y ven la inmortalidad como una existencia que va más allá de la temporal, la terrenal. Las formulaciones éticas modernas que abogan por preservar la vida también reconocen la realidad de la muerte. La calidad de la vida, así como la búsqueda de un significado en una edad avanzada y los problemas de aburrimiento y depresión necesitan incluirse en la búsqueda de la conquista de la muerte y de la vida extendida radicalmente.

Callahan señalaba problemas con el hecho de ver la muerte como un "mal" y con el empleo de recursos y tecnología en la guerra contra la muerte. Uno de sus mayores problemas es saber cómo esta guerra provoca víctimas, especialmente entre enfermos terminales que prolongan su sufrimiento acudiendo demasiado tarde al centro asistencial. Drane dice que ignorar la muerte puede ser problemático para los ancianos que han de enfrentarse a ella de forma repentina e inesperada.

Según todo esto, el abajo firmante querría ofrecer algunas propuestas para que el Institute las considere: en primer lugar, la naturaleza ambiciosa de la misión sugiere una necesidad de mayor investigación en como debería eliminarse a la muerte. Se pueden formular y explorar nuevas teorías. En segundo lugar, la misión podría extenderse hasta incluir tanto la muerte voluntaria como la involuntaria, lo que sería compatible con las proscripciones éticas y teológicas en contra de la muerte prematura o ilícita, pasando por el suicidio, el suicidio asistido, la eutanasia, etc. En tercer lugar, ya que podría parecer que es más alcanzable el esfuerzo por extender radicalmente la vida que conquistar la muerte, ¿por qué no emplear la mayor parte del tiempo, energía y recursos a tal fin? Y en cuarto lugar, teniendo en cuenta la calidad de vida durante el proceso de envejecimiento, podríamos sugerir al Institute que busque la forma de mitigar o solucionar esos problemas.

Referencias

1) Immortality Institute 2003: Constitution & Bylaws,

http://imminst.org/about/constitution.php

2) Delkeskamp-Hayes, Corrina; "The Price of Being Conciliatory: Remarks about Mellon"s Model for Hospital Chaplaincy Work in Multi-Faith Settings" en: Christian Bioethics (2003, vol.9, no.1); pág. 71

3) Papa Juan Pablo II; "The Gospel of Life" en: Last Rights? Assisted Suicide and Euthanasia Debated (1998), Eerdmans; pág.223–

4) El Papa Juan Pablo II describe esto como un "nuevo clima cultural" caracterizado por los ataques contra la vida por la visión corrupta de los derechos individuales y la promulgación de leyes que se desvían de la ley constitucional basada en la asistencia de sistemas de cuidados. ((Ver nota final 4, pág.226.))

5) Singer, Peter, 1998, "Rethinking Life and Death: A New Ethical Approach" ((Ver nota final 4, pág.171–))

6) Kevorkian, Jack, 1998, "A Fail-Safe Model for Justifiable Medically Assisted Suicide", ((Ver nota final 4, pág.263–))

7) Editorial; "Death by Default" en Christianity Today (5 February 2001), pág. 26–

8) Drane, James F.; More Humane Medicine: A Liberal Catholic Bioethics (2003) Attenborough

9) Clowney, Edmund; "Jesus Christ and the Lostness of Man" en: Jesus Christ: Lord of the Universe, Hope of the World (1974), InterVarsity Press; pág. 53–

10) Barth, Karl; The Epistle to the Romans (1933; reimpresión de 1976, 6º edición), Oxford

11) Vaux, Kenneth L., & Vaux, Sara A.; Dying Well (1996) Abingdon

12) Callahan, Daniel; Is Research a Moral Obligation? (2003)

http://www.bioethics.gov/background/callahan_paper.html

13) Haseltine, William, en Fisher, Lawrence M.; "The Race to Cash in on the Genetic Code" en: The New York Times (29 agosto 1999), sección 3, pág. 1

Superlongevidad sin superpoblación

Dr. Max More

Los defensores de la superlongevidad (expectativa de vida extendida indefinidamente) han venido exponiendo durante décadas sus argumentos en favor de la posibilidad y el deseo de cambiar las condiciones de vida humana. Y durante todo ese tiempo, los que luchan por la superlongevidad han hecho uso de dos o tres argumentos implacables e inamovibles. La cuestión "¿qué haríamos con tanto tiempo?" es uno de ellos. El otro es afirmar que "¡la muerte es algo natural!", y la respuesta final y predecible es evocar el espectro de la superpoblación. A pesar de la fuerte tendencia a la baja en el crecimiento de la población desde que este asunto empezó a ganar importancia allá por los años 60 del siglo pasado, esta última idea se sigue manteniendo a modo de impedimento.

El bestseller de 1968, The Population Bomb [1] de Paul Ehrlich, prendió la mecha de una tendencia en la que los alarmistas ignoraron de forma rutinaria los datos y proyectos razonables con el único fin de asustar al público. Aquellos de nosotros que vemos la extensión indefinida de la expectativa de vida como objetivo principal encontramos, lógicamente, este comportamiento un tanto irritante. Si los miedos infundados nos vencen, vamos a obtener muy poco a partir de los programas de ejercicios, nutrición o suplementación. El miedo generalizado conduce a una legislación restrictiva –una legislación que en este caso puede ser mortal. Aunque el volumen de población ha descendido ligeramente, la idea sigue resonando y merece una respuesta. El objetivo de este ensayo es dirigir las implicancias esenciales, proporcionar hechos actuales y disipar los errores generados por la preocupación de la superpoblación.

PRIMERO, LOS VALORES

Tal y como mostraré, tenemos muy poco que temer al crecimiento de la población, tanto si extendemos la vida como si no. Sin embargo, para darle un enfoque ético, supondré por un momento que el crecimiento de la población es, o será, un serio problema. ¿Nos daría una razón de peso para estar en contra de la extensión de la expectativa de vida?

No, pero oponerse a la extensión de la vida humana, en último caso, aporta un matiz de implicancias éticas que se añade a los problemas ya existentes. Suponga que es usted un médico que trata a un niño enfermo de neumonía. ¿Rehusaría a tratarle porque mejoraría y podría sentirse lo suficientemente bien como para correr y jugar con los demás niños? Por el contrario, nuestra responsabilidad reside en esforzarnos por vivir mucho y de forma saludable, mientras que ayudamos a los demás a hacer lo mismo. Una vez que hemos empezado a trabajar en este objetivo primario, podremos emplear más energías en resolver otros retos. Una vida larga y vital en el ámbito individual se beneficia sin duda de un entorno social y físico saludable. El defensor de la superlongevidad querría ayudar a encontrar soluciones a cualquier problema de la población, pero la muerte no es una forma responsable o saludable de resolver nada.

Además, si tenemos en cuenta la idea de limitar la expectativa de vida como forma de controlar la población, ¿por qué no ser más proactivos? ¿Por qué no reducir drásticamente el acceso a los tratamientos médicos comunes? ¿Por qué no ejecutar a todos aquellos que alcancen la edad de 70 años? Una vez que el objetivo colectivo del crecimiento de la población se incorpora como una de las elecciones individuales primordiales, parece difícil no aceptar esta lógica.

¿LO QUE IMPORTA, NO ES CUÁNTO, SINO CÚANTOS?

Limitar el crecimiento de la población oponiéndonos a la extensión de la vida, no sólo suspende el examen ético, sino también el pragmático, y mantener la tasa de mortalidad alta no es un método eficaz para ralentizar el crecimiento. El crecimiento de la población depende más del número de hijos que tenga cada pareja que del tiempo que viva la gente. En términos matemáticos, una vida más larga no tiene efecto alguno en la tasa de crecimiento exponencial, sólo afecta a una constante de la ecuación. Esto significa que importa poco el tiempo que vivimos una vez que nos hemos reproducido. Comparemos dos sociedades: en el país A la gente vive una media de sólo 40 años y cada familia tiene 5 hijos. En el país B, la esperanza de vida es de 90 años, pero cada pareja sólo tiene 4 hijos. A pesar de la duración de la vida mucho mayor del país B, el crecimiento de la población será mucho más lento que en el país A, y a largo plazo, hay muy poca diferencia una vez que las parejas han tenido descendencia. La tasa de crecimiento de la población viene determinada por el número de hijos que tengamos, no por el período de tiempo que vivamos.

Incluso a corto plazo, el efecto en el alza de la población debido al descenso de la tasa de mortalidad se puede detener por un retraso a la hora de tener hijos. Muchas mujeres en los países desarrollados deciden tener hijos a los treinta y pocos años ya que los obstáculos para un embarazo satisfactorio aumentan a medida que envejecen. Tal y como hemos visto en las últimas décadas, ampliar el período fértil de las mujeres les permitiría posponer más su maternidad, hasta que hayan desarrollado sus carreras. Las parejas no sólo tendrán hijos más tarde, sino que seguramente estarán mejor posicionadas para cuidar de ellos, tanto económica como psicológicamente.

Casi con seguridad, las primeras tecnologías realmente eficaces para extender al máximo la expectativa de vida vendrán acompañadas de un coste significativo de desarrollo humano y aplicaciones. Como consecuencia, los efectos sobre la población se observarán antes en los países desarrollados. Esto nos conduce a otro error en la insinuación de que la longevidad extendida estimulará drásticamente el crecimiento de la población. El hecho es que la superlongevidad en los países desarrollados no tiene prácticamente ningún impacto, ni global, ni local. La ausencia de impacto global es una consecuencia debida al escaso y cada vez menor porcentaje de población de los países desarrollados en la población global. Y realmente no podemos esperar ningún aumento local de población ya que estos países están experimentando un crecimiento muy lento, nulo o incluso negativo:

La parte de la población global que suponen los países desarrollados ha caído del 32% en 1950 hasta el 20% actual y se prevé que llegue al 13% en 2050 [2]. Si nos fijamos sólo en Europa, veremos una reducción aún mayor: en 1950 Europa contaba con el 22% de la población global. En la actualidad esta cifra ha descendido hasta el 13% y se prevé que llegue al 7% en 2050 [3]. Para una mejor comprensión, hemos de tener en cuenta que la población de 749 millones de África es mayor que la de Europa con 729 millones, según los datos revelados por Naciones Unidas. El crecimiento de la población en Europa de tan solo un 0,03%, asegurará que se reduzca rápidamente en relación con África y otras áreas desarrolladas.

En la Europa del Este, la población está descendiendo al 0,2%. Entre hoy y el año 2050, la población de las regiones más desarrolladas no cambiará mucho. Las predicciones muestran que a mitad de siglo, las poblaciones de 39 países serán menores que en la actualidad. Por ejemplo, Japón y Alemania serán un 14% más pequeñas; Italia y Hungría serán un 25% menores; y Rusia, Georgia y Ucrania serán entre el 28 y el 40% más pequeñas [3].

En Estados Unidos, cuya población crece más deprisa que la europea, el tope se resumió en una presentación de S.J. Olshansky al President"s Council on Bioethics, quien "hizo algunos cálculos básicos para demostrar qué ocurriría si nos convirtiéramos en inmortales en la actualidad". El tope es que si alcanzamos la inmortalidad hoy en día, la tasa de crecimiento de la población será menor que la que se observó durante el "baby boom" que siguió a la Segunda Guerra Mundial [4].

Una fertilidad baja implica que las tendencias de la población en las regiones desarrolladas del mundo parezcan incluso más suaves si no fuera por la inmigración. Como se informa en las previsiones de población de las Naciones Unidas (Revision to the UN Population Division) del año 2000, "se espera que las regiones más desarrolladas sigan siendo receptoras de inmigrantes internacionales, con una media de 2 millones al año durante los próximos 50 años. Sin inmigración, la población de las regiones más desarrolladas habría empezado a descender en 2003 y no en 2025, y para el año 2050 sería 126 millones más baja que los 1.180 millones estimados en caso de que las supuestas pautas de migración se mantuvieran estables y continuas".

Con todo esto, los países lo suficientemente afortunados para desarrollar y disponer de soluciones radicales al envejecimiento y a la muerte no tendrían que preocuparse por la superpoblación. En un escenario ideal, los costes de los tratamientos para extender la vida disminuirían rápidamente, y consecuentemente, serían asequibles no sólo en las naciones más ricas. Por tanto, deberíamos estudiar más allá de las naciones desarrolladas y examinar las tendencias globales de la población por si se produjera una variación significativa.

ESTANCAMIENTO GLOBAL DE LA POBLACIÓN

Ya hemos visto que no hay razón alguna para dudar en prolongar la vida, incluso en el caso de que la población fuera a crecer más deprisa debido a un aumento en las tasas de fertilidad. Pero, ¿tiene tanto que temer el mundo a una explosión de población, con o sin una extensión de la vida? ¿Está creciendo la población de manera descontrolada? La moda pasajera de los libros populares prediciendo esto se inició en la década de 1960, tras el aumento en la población más rápido de la historia de la humanidad. Desde entonces, los países más pobres, por debajo de nosotros en el ciclo de desarrollo, también han experimentado una drástica reducción en el crecimiento de su población. Y esto es así a pesar de la relativa extensión de la vida, es decir, los años extra de vida proporcionados por las intervenciones médicas y nutricionales.

Desde una perspectiva global, los números revelan que la media de crecimiento anual alcanzó su punto álgido entre 1965 y 1970 con un porcentaje de crecimiento del 2,07%. Desde entonces, la tasa de aumento ha ido descendiendo, llegando al 1,2% anual de la actualidad. Esto significa un aumento de 77 millones de personas por año, según la población mundial estimada para mediados del año 2000 de 6.100 millones de personas [3].

Tan sólo seis países experimentan la mitad de este crecimiento: India con un 21%, China con un 12%, Pakistán con el 5%, Nigeria y Bangladesh con el 4% cada uno e Indonesia con el 3%. En China se ha reducido considerablemente el número de hijos por mujer en los últimos 50 años, de 6 a 1,8. Partiendo de la misma tasa de natalidad, en India ha bajado mucho menos, aunque casi reduciendo a la mitad la tasa de 3,23%. Si estas tendencias se mantienen hasta 2050, la población de India superará a la de China [5].

A pesar de la fecundidad de estos "productores de gente", el esquema global es alentador:

La tasa de fertilidad total del mundo cayó casi 2/5 entre 1950 y 1955 y 1990 y 1995, de 5 hijos por mujer a 3,1. La media de fertilidad en las regiones más desarrolladas descendió del 2,8 al 1,7, mientras que en los países menos desarrollados cayeron un 40%, llegando de 6,2 a 3,5 hijos por mujer [6].

Podemos esperar que el crecimiento de la población siga ralentizándose hasta que alcance una cifra estable. Pero, ¿cuál será esa cifra? Nadie lo sabe con certeza pero las predicciones de Naciones Unidas indican que la población puede llegar, como mínimo, hasta los 8.000 millones de personas, con una proyección media de 9.300 millones y un tope de 10.900 millones [2; 7]. Esta proyección media indica que la población global alcanzará su punto álgido hacia el año 2040 y luego empezará a disminuir.

La primera versión de este ensayo la escribí en 1996 y mientras lo revisaba me pareció interesante el hecho de que, hace menos de una década, las previsiones más altas estimaban 12.000 millones de personas o incluso más. Los demógrafos han seguido con su larga tradición de sobreestimar el crecimiento de la población. Parece que este efecto se ha reducido, pero tomando todas estas proyecciones con una sana dosis de escepticismo, especialmente las que implican un período mayor que una generación.

LAS FUERZAS DE LA DESACELERACIÓN DE LA POBLACIÓN

Entonces, ¿por qué deberíamos esperar que la gente en los países menos desarrollados, e incluso facilitándoles métodos contraceptivos, decidieran tener menos descendencia? Esto no es pura especulación basada en las tendencias recientes. Las condiciones económicas explican esta tendencia constante y dan sentido al hecho de que las naciones más pobres están empezando a evolucionar en su transición hacia un número más bajo de nacimientos.

La desaceleración en el crecimiento de la población parece ser resultado inevitable del aumento de las riquezas. Muy pronto, en las curvas de crecimiento de un país en vías de desarrollo, los niños pueden ser considerados "productores de bienes", como dirían los economistas. Los padres ponen a sus hijos a trabajar en sus granjas para producir alimento e ingresos. Se dedican muy pocos esfuerzos a cuidar de los niños, sin planes sanitarios, clases particulares, viajes a Disneylandia, juguetes de los X-Men o facturas de teléfono móvil descomunales. A medida que nos volvemos más ricos, los niños se van convirtiendo en "consumidores de bienes". Es decir, los vemos cada vez más como pequeñas personitas que han de divertirse y educarse, no como una carga que ayuda a mantener la unidad de la familia. Gastamos miles de dólares para que nuestros hijos estén sanos, para entretenerlos y educarlos. Preferimos menos hijos, no camadas, y esta preferencia parece estar respaldada por los cambios en los gustos que resultan de una educación cada vez mejor. Los ingresos, como contrapunto a la cara ecuación que supone tener más hijos, han inclinado la balanza en favor del hecho de tener menos hijos a medida que la población se vuelve más urbanizada. Es más caro tener hijos en la ciudad y produce menos ingresos que en el campo.

Pero la fertilidad desciende también por otra razón: a medida que los países más pobres se van enriqueciendo, la mortalidad infantil desciende como resultado de las mejoras en nutrición, sanidad y cuidados médicos. Incluso se puede producir un descenso en la mortalidad infantil sin que aumenten los ingresos. La gente en los países más pobres no es estúpida; también ellos planean la maternidad para reflejar las condiciones de cambio. Cuando las tasas de mortalidad infantil son altas, las investigaciones han demostrado que las familias tienen más hijos para asegurarse el tamaño de la familia. Tienen más hijos para compensar las muertes, y en ocasiones tienen hijos "adicionales" para anticiparse a futuras muertes. Estas familias reducen la tasa de fertilidad cuando se dan cuenta de que se necesitan menos nacimientos para alcanzar el tamaño de familia deseado. Y dado los incentivos para tener menos hijos según va creciendo la riqueza y la urbanización, la reducción de mortalidad lleva a las familias a reducir su tamaño.

La política económica proporciona ayudas a los nacimientos. Muchos de los que han censurado el crecimiento de la población han apoyado también estas políticas de incentivos de nacimientos. Es más, incentivan los nacimientos entre aquellos menos capaces de criar y educar correctamente a sus hijos. Si queremos alentar a la gente a tener más hijos, deberíamos hacer que fuera más económico tenerlos. Si queremos desanimarlos o al menos refrenar su aumento, lo que hay que hacer es dejar de subvencionarlo. Las subvenciones incluyen educación gratuita (pero gratuita para los padres, no para los contribuyentes), cuidados médicos gratuitos y prestaciones sociales adicionales para las mujeres por cada hijo. Si los padres han de afrontar personalmente los costes de tener hijos, en lugar de hacer que todos paguen por ello, lo que harán será tener el número justo de hijos que puedan mantener.

Aún más, si existiera un problema de población en algunos países, extender la expectativa de vida no empeoraría el problema más que el hecho de mejorar la seguridad de los automóviles, de los trabajadores, o de reducir el crimen. ¿Quién querría mantener esa amenaza de muerte para combatir el crecimiento de la población? Si queremos que la población crezca más despacio, debemos centrarnos en reducir los nacimientos, financiar programas de contracepción y planificación familiar en los países más pobres. Esto ayudará al desarrollo natural de las parejas a la hora de tener menos hijos. Las parejas serán capaces de tener menos hijos por propia elección, no por accidente. Y las mujeres, incluso se animarán a entrar en el mundo moderno, con la posibilidad de desarrollar vocaciones diferentes al mero aumento de la natalidad.

LA "SUPERPOBLACIÓN" NOS DISTRAE DE LOS VERDADEROS PROBLEMAS

Posteriores revisiones en el crecimiento de la población, estimaciones y proyectos de Naciones Unidas en cuanto a demografía global desde 1950, han reducido drásticamente la credibilidad de cualquier argumento basado en la superpoblación en contra de la extensión de la vida. Además, podemos entender mejor los problemas reales relacionados con la superpoblación en lugar de hablar de pobreza. La pobreza, a su vez, no es resultado de que exista mucha gente, sino, de otros muchos factores que incluyen el mal funcionamiento de los gobiernos, las guerras y la escasa seguridad de los derechos de la propiedad.

Tal y como señala Bjorn Lomborg, muchos de los países más densamente poblados están en Europa. La región con la mayor densidad de población, el sudeste asiático, tiene casi el mismo número de personas por metro cuadrado que el Reino Unido. Aunque India tiene una población mayor y en aumento, la densidad de población está por debajo de la de Holanda, Bélgica o Japón. Lomborg también señala que Ohio y Dinamarca tienen una densidad de población mayor que Indonesia [3].

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