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Hechicería e Imaginario Social (página 2)

Enviado por skylan_mont


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La Naturaleza femenina

La cultura occidental que nos llegó con la colonización de los territorios americanos por parte de los europeos, contiene en sí una escala de valores determinada por los roles omnipresentes de lo femenino y lo masculino y su oposición constante. Con este esquema de oposición básico, se arma toda una amplia gama de nociones morales que poco a poco irán penetrando en las culturas nativas, no sin antes causar un choque violento entre la visión radicalmente distinta del mundo de unas y otras.

Los españoles venían de un mundo que estaba marcado por la creencia en las supersticiones y en la magia, que colmaba el imaginario popular, pero que era a la vez combatido de maneras muy particulares por la religión imperante, incluso luego de que esta se viera fragmentada entre católicos y protestantes a lo largo y ancho de Europa.

En pleno siglo XVI nos encontramos frente al fenómeno de la brujería, que tenía como principal sustento la creencia en la existencia real del demonio y de mujeres, especialmente, que eran atraídas por este ser infernal para acrecentar sus filas de seguidores y así lograr una supremacía frente a Dios en este mundo. Y eran precisamente mujeres, pues eran ellas las que preferentemente tenían la potencialidad y la naturaleza para caer en las tentaciones demoníacas, por su cercanía con el mundo natural y salvaje y su tendencia a dejarse llevar por los placeres de la carne, que era una de las cosas que ofrecía este culto a Satán. "Siempre se había considerado que las mujeres tenían relación con este extraordinario mundo de hechizos, encantamientos y espíritus. Los europeos creían que la magia existía para quienes sabían convocarla y siguieron apelando a quienes pretendían este conocimiento heterodoxo de acceso a lo sobrenatural. (…) En las historias tradicionales de las antiguas culturas y en los cuentos que circulaban en el siglo XIX aparecían mujeres con estor poderes. (…) También persistió otro aspecto de las viejas creencias y tradiciones.

En los pueblos de toda Europa se suponía que esta fuerza sobrenatural maligna estaba al alcance de todas las mujeres, la invocaran o no. De algún modo el don de su capacidad reproductora las hacía potencialmente peligrosas." Sin embargo, desde los primeros tiempos los hombres de la Iglesia negaban la posibilidad de estas fuerzas sobrenaturales, e intentaban demostrar que eran simples engaños, ya que no eran ellas las poseedoras de poderes, sino que en verdad el mal residía en Satán, el diablo, mas no se le debía temer, pues Jesús con su muerte había roto su poder. No obstante, ya en el siglo de la Reforma, dado el clima de confusión y crisis, tanto los dirigentes protestantes como católicos, comenzaron a pensar que esta batalla no había terminado, y el miedo ante esta amenaza se concentró en la búsqueda de herejías y más aún, de as manifestaciones palpables de la presencia del demonio, a través de sus evidentes servidoras, las mujeres, las brujas. La magia de hechiceras, en otra época desacreditada por los hombres de la Iglesia, se volvía real y más poderosa, acompañada de la más antigua mitología misógina. El diablo estaba libre en el mundo, y estas hechiceras habían hecho un pacto con él y se habían convertido en sus agentes.

Con esta mentalidad y dentro de este clima cultural llegan lo europeos a América, viendo en este nuevo mundo desconocido y extraño, un lugar especialmente propicio para la presencia del mal, y percibiendo su relación con lo natural y sobrenatural, con lo femenino y lo mágico, dentro de su marco de interpretación, chocante con lo que posiblemente concebían los diversos pueblos a los que sometieron. Durante la colonia, la sociedad chilena mestiza, pero gobernada por peninsulares, tuvo que rearticular sus escalas de valores y creencias de acuerdo a la moral cristiana de sus gobernantes, y la visión de lo masculino como principio ordenador y racional, y lo femenino como lo misterioso, inferior e irracional. La visión mapuche, por ejemplo, distaba mucho de las categorías sexuales y genéricas de los europeos, y difícilmente se logró un sincretismo o una erradicación de la religión y creencias mágicas mapuches en Chile durante la colonia.

Los mapuches tienen ideologías de género híbrido, donde lo femenino no tiende a la subordinación, al estilo occidental. Un ejemplo claro, dentro del tema que se está tratando, es la posición del machi dentro de la sociedad mapuche. Los españoles que tuvieron contacto con los llamados machi weye, de género dual para los mapuches, creyeron ver en ellos un signo claro de travestismo u homosexualidad, lo que lo reducía a un rango inferior, dentro de la oposición antagónica masculino /femenino, donde el papel social de la mujer o de todo el mundo femenino es subordinado al masculino y representa necesariamente debilidad. Los machi representaban los poderes tanto femeninos como masculinos, y conjugaban en sí el poder político, guerrero, medicinal y adivinatorio; y como poseedores de estas potencias mágicas eran, además de otros elementos como sus vestidos rituales, eran calificados de afeminados, ya que perfectamente compartían actividades que eran calificadas de femeninas por los españoles (recoger hierbas, tejer, usar joyas, tener sexo con hombres).

La diferencia de percepción de las relaciones de género y sexualidad entre españoles y mapuches hacía imposible concebir para los primeros la existencia de un hombre que ostentara poder y a la vez fuese afeminado. Para los últimos la feminización no representaba una debilidad, sino la materialización de la potencialidad espiritual del machi.

La instauración de la moral contrarreformista en América vino de la mano con el establecimiento del Tribunal de la Santa Inquisición en Lima, y su actuación indirecta en Chile. Los actos que los indígenas tomaban por normales y cotidianos, como la adivinación o los ritos de la fertilidad, asociados a seres duales, donde lo femenino no era subordinado y donde la hechicería no era condenada, pasaron a ser objeto de persecución, más aún cuando esta hechicería se tornaba en contra de las fuerzas españolas fronterizas o amenazaba al orden moral dentro de la sociedad colonial.

Feminidad y Masculinidad en el Chile Mapuche

Las prácticas mágicas mapuches y sus nociones de femenino /masculino distaban mucho de lo que se conoce como cultura occidental, o más bien, los conceptos y la moral adjudicada a estos aspectos sociales eran distintos. La noción del mundo para los mapuche era mágica. Lo sobrenatural y las potencias superiores actuaban en todo orden de cosas, en especial las más importantes, como era la guerra o la fertilidad de la tierra. Invocar a los espíritus para el beneficio de la comunidad era un acto ritual complejo y benigno, así como la acción lo un machi o una machi en la consecución de un exorcismo o una sanación, por medio de hierbas y espíritus.

Dentro de estas practicas, como hemos visto, la noción de una brecha entre lo femenino y masculino no es necesaria, ya que la dualidad genérica del machi le otorgan su poder especial. En la posesión de ambos espectros de la realidad humana radica el sentido de espiritualidad y poder, de influencia y magia.

Cuando los españoles cruzaron el Bío-Bío, ingresando al territorio mapuche, se encontraron con la resistencia de guerreros hábiles, incapaces de conquistar, hasta que en 1643, los españoles firmaron un tratado mediante el cual reconocían la soberanía de la nación mapuche al sur del Bío-Bío. Los mapuches resultaban difíciles de conquistar, pues estaban repartidos en grupos independientes, y donde el poder de un cacique era local, por ende la victoria sobre uno no la garantizaba sobre otro. Los mapuches adoptaron elementos españoles en su guerra, como el caballo, que les otorgaron mayor poder.

Por ejemplo, en el ámbito de lo mágico, los machi weye utilizaban espíritus de caballos como cabalgaduras espirituales para viajar a otros mundos y acabar con las almas enemigas. Mas, no dejaron de lado sus creencias, sino que las fueron fortaleciendo y modificando a medida que la influencia española cristiana lo iba requiriendo, sin embargo, el poder e influencia de los machi no decayó durante la colonia.

"Los machi weye eran hijos de caciques importantes y se iniciaban en el chamanismo a través de sueños y estados de trance. Aprendían a utilizar remedios herbarios y sus facultades mentales en especialidades que incluían la cirugía y el arte de acomodar huesos (gutaru), la curación con hierbas y las invocaciones a los espíritus (ampivoe), la localización de aquellos que causaban enfermedades a través de la brujería (ramtuvoe), autopsias (cupuvoe), adivinación (pelonten), obstetricia, y de aquellos que hacían brujerías mediante el uso de dardos mágicos o envenenamiento (kalku)."

Entre los mapuches, el kalku era una fuerza desintegradora en oposición al lugar del o la machi, quien era chamán propiciador de las fuerzas que recrean la sociedad, y correspondió a una práctica distinta de esta última y la de otros especialistas "médicos", aunque su frontera es difusa, tanto para españoles, como para los mismos mapuches.

Una de las preocupaciones del machi, y que se hace explícita en las oraciones de la iniciación, es no hacer caer sobre él o ella la sospecha de la brujería. "El kalku es una entidad material e imaginaria a la vez, porque está siempre presente en el pensamiento de la comunidad, más allá de su existencia como una persona en particular. (…) En la existencia de la brujería apreciamos a cabalidad el paralelo y el sincretismo, esta se encarga en seres humanos específicos, aunque no siempre identificados, que apoyan y propician a las fuerzas que quieren perjudicar al hombre, y que deberían ser destruidos. De este modo, la figura del kalku, plenamente existente en la cosmovisión mapuche y a veces homologado a la machi por los españoles, converge con los miedos religiosos que se articulan en el cristianismo, dando por resultado la madeja de elementos culturales posibles de apreciar en los juicios coloniales por delito de hechicería."

Esta asociación un tanto confusa entre el machi o la machi y la bruja, dio pie para una idea bastante difundida entre los españoles de la colonia, al estar presente la noción de las categorías españolas de género, donde la masculinidad por lo general se asociaba a la guerra y el afeminamiento o lo femenino, muy a menudo, con la brujería, dos elementos conjugados en el machi, y por otra parte la incomprensión del significado simbólico y social de la acción chamánica, de raigambre tradicional.

Lo autóctono y lo foráneo

Las prácticas hechiceriles existían en América y en Chile desde hacía miles de años y a través de todo el continente. Las artes adivinatorias y chamánicas se concentran en la capacidad de percibir un mundo más allá de este y de utilizar esas fuerzas distintas en la consecución de fines materiales. Todas las prácticas posibles en este sentido, fueron realizadas tanto dentro de los límites del Imperio Inca como en los territorios Mapuche. Invocaciones de espíritus y dioses, conjuros, utilización de amuletos, piedras, hierbas, partes de animales, sangre, pócimas, plantas psicoactivas inhaladas o en infusión, lectura de las vísceras, de la mano, etc. Por esta razón la hechicería como tal, no es un fenómeno traído por los europeos, sí lo fue la concepción que éstos tenían ante tales prácticas, ya que de manera similar, en Europa las prácticas mágicas eran así mismo extendidas, aunque no aceptadas por la religión oficial y el poder secular.

Sin embargo, las prácticas indígenas eran en cierta manera distintas a las europeas, y al producirse el encuentro, varios elementos, tanto de la religión cristiana como de las propias supersticiones tradicionales españolas, arraigaron en los ritos y prácticas mágicas indígenas. Por mencionar algunos casos, en los registros de la Inquisición de Lima, se observan elementos de quiromancia y adivinación por suertes o sortilegios, utilizando dados, naipes, y coca, como elemento central.

Además se utilizaban otros objetos para descubrir cosas ocultas o adivinar echando suertes, como tabaco, velas, habas, maíz blanco y negro, hierbas varias, alguna moneda, tijeras, cedazo, entre otras cosas. Normalmente estos sortilegios se acompañaban de invocaciones al demonio y a divinidades y personajes aborígenes. Como es el caso de la vecina del Callao Bárbula de Aguirre que testificó el año 1700 por hacer sortilegios con coca al tiempo que llamaba a la Coya y a la Paya, y en otra ocasión se le acusaba de mencionar a Dios, a San Pedro y San Pablo y la Santísima Trinidad.

En estos casos, vemos como actúa la unión de elementos extranjeros y autóctonos en los actos mágicos realizados en Perú durante la colonia. También era muy común, y en el mayor de los casos a las acusadas se les daba estos cargos, practicar hechizos amorosos, y en casi todos ellos se utilizaban más o menos los mismos objetos y elementos, destacándose la coca por su constante presencia, junto con diversas hierbas, agua bendita, velas, plumas de aves, granos de maíz piedra de altar o ara consagrada, oro, plata, tabaco, ámbar, polvo de huesos humanos, secreciones de hombre y de mujer, alfileres, aguardiente y chicha. Junto con la utilización de elementos, estaba la pronunciación de invocaciones, que sin lugar a dudas deja entrever una adopción y reelaboración de la hechicería por parte de los mestizos e indígenas a partir de elementos que a la larga se tornaron propios. De numerosos conjuros y oraciones se ignoran los textos debido a que en las relaciones de las causas en el Tribunal peruano, no siempre se transcribían. Se sabe que existieron conjuros a San Silvestre, San Nicolás, San Cebrián. Sin embargo sí se han encontrado algunas de las tantas invocaciones de que era objeto Santa Marta, sin duda la figura clave en toda ceremonia de hechicería que tuviese un fin amoroso.

Existen muchos elementos que son provenientes de las tradiciones indígenas, mas hay otros que se pierde su origen. De la revisión de las fuentes como las crónicas más antiguas, donde las prácticas hechiceriles estarían menos influenciadas por los españoles, queda claro que casi todos los elementos autóctonos que utilizan los hechiceros procesados por la Inquisición eran objetos que tenían un papel importante en los ritos y ceremonias religiosas de los indios.

Ciertamente en los casos registrados en Chile, se puede ver el mismo tipo de adopción de elementos, y una progresiva cristianización de la hechicería, donde los símbolos mágicos mapuches, pasan a fundirse con el sentido cristiano, apareciendo el demonio como personificación del mal, opuesto a Dios, y la utilización de objetos físicos utilizados también por los españoles en sus prácticas supersticiosas. Sin embargo, cuando los casos provienen de zonas de menor influencia española, el simbolismo y los implementos de la magia contienen diferenciación mayor con las ideas españolas. Incluso hay casos en los que los acusados no saben hablar español y no conciben completamente la idea de la hechicería como delito en sí. Como es el caso de la Machi Guenteray (1693), donde uno de los acusados de juntarse en una cueva a hacer conjuros y pócimas para asesinar a unos caciques amigos de españoles, es Juan Pichunante, natural de Calbuco, campesino. Le preguntan, en la declaración, "¿Acaso no sabes que siendo cristiano es una maldad abominable juntarse con los brujos y tratar esas cosas?", Juan responde: "No, no lo sabía. Antes, para ser hombre grande se tenía que hacer eso, era costumbre."

De esta manera vemos que el sincretismo en el plano religioso y los elementos físicos y morales de ambas líneas de prácticas mágico /religiosas, no se conjugan de un modo uniforme, inmediato y simple. El proceso de adaptación mutua está lleno de resistencias, encuentros que no se complementan en su sentido profundo, o reemplazo de nombres u objetos para lograr los mismos fines, fines que dentro de la hechicería americana, van más allá del entendimiento europeo. La magia en América puede tener similar apariencia con la Europea arcaica, mas, para el momento de la conquista, los valores y la mentalidad europea estaba sufriendo profundos cambios que arraigaron en su modo de ver el mundo y las diversas maneras de enfrentarse ante lo desconocido lo mágico y lo espiritual.

La Hechicería como delito en América

América es un lugar perfecto para la existencia de hechicería. Los aspectos que se conjugan para el aparecimiento de casos en los tribunales son evidentes. Las culturas americanas, pese a sus diferencias étnicas y socioeconómicas, poseían un común denominador, que era su religiosidad. No todos tenían los mismos dioses, ni adoraban con la misma intensidad a las fuerzas de la naturaleza, sin embargo, todos poseían un respeto hacia lo misterioso del mundo, y junto a esto, idead claras de cómo se podía llegar a conocer y bien utilizar las potencialidades de ese otro mundo sobrenatural. Las prácticas hechiceriles se confunden, bajo la óptica del español, con las prácticas religiosas, relegando estas a meras manifestaciones demoníacas. La comprensión de la idiosincrasia de cada una de las culturas prehispánicas fue mínima, y las interpretaciones eurocentristas fueron mayoría.

Los europeos de la época, más que nunca, tenían nociones bien delimitadas y opuestas entre las ideas de mal y bien, cielo y tierra, humano y divino, pecado y salvación. La moral cristiana era una estructura de comportamiento tremendamente "puritano", aunque en la práctica no hubiesen sido tales. Sin embargo, las instituciones reales debían velar por el cumplimiento de estas normas de buen convivir, basadas en el sentido común del cristiano, donde la naturaleza en sí representaba una amenaza a la naturaleza espiritual /racional del ser humano, y sobre todo del hombre. Una mentalidad masculina, donde todo lo perteneciente al ámbito de la masculinidad eran los principios básicos de la dignidad humana.

El delito de hechicería fue recurrente en América, pues pese a que la conciencia europea estaba asomándose a la visión laica y científica /racional del universo, aún persistía en ellos la idea de la naturaleza, y con ella, de la mujer, como poseedoras de conocimientos ocultos y extraños poderes inexplicables, pero bajo ningún punto de vista abarcados por el Dios bueno, claro y creador. Por otra parte, las prácticas hechiceriles, en especial relacionadas con los encuentros románticos, eran tremendamente comunes, más aún en una sociedad donde el rol social de la mujer era silenciado por las autoridades poderosas, dándoles a las mujeres escasas posibilidades de un desarrollo como personas, y dejándolas bajo la tutela constante de un hombre. En este sentido, toda mujer que se alejaba del rol de madre /esposa, y que se le viera frecuentando amistad con indígenas, o que fuera de plano una mujer mestiza o indígena que no se adaptara como correspondía a su nuevo rol social, podía ser sospechosa del delito de hechicería y eventualmente de brujería.

La Hechicera como fenómeno social

Como hemos visto hasta aquí, la hechicería en América es un constructo producido a partir de las escalas de valores y la aplicación de leyes europeas en América, a través de los tribunales de justicia y los tribunales eclesiásticos. Como fenómeno u objeto de persecución, es e aparición post-españoles. En este sentido, podríamos decir que todo lo que se contrapuso con la idea patriarcal y masculina de la religión y las leyes españolas, fue motivo de persecución. La religión cristiana no daba espacio para nada legítimo dentro del ámbito de lo espiritual, que no fuera parte de los propios ritos religiosos cristianos. El papel de la mujer en esta estructura se vio en desmedro de la figura honorable del hombre, padre de familia o guerrero.

Las virtudes masculinas eran la máxima expresión de la humanidad, y el enfrentarse a cualquier otra escala de valores significó dejar como subordinado todo lo que no adhería a esta concepción moralista masculina. Así vemos aparecer el factor femenino, la hechicería, la brujería, aunque nos olvidamos de las estadísticas y los casos, donde se nos deja en claro, que, pese a la mayoría de mujeres hechiceras, los había hombres, que cumplían otro tipo de papeles, ya que no era posible identificarlos con los hombres ni tampoco como una mujer. Es el caso de los machi. Su poder y su injerencia dentro de una sociedad era amplio e irrebatible, más fueron vistos por los españoles como aberrantes y deformados. La brujería cumple un rol social esencial, ya sea de equilibrio o de desequilibrio; depende de la perspectivas con que se mire.

Modos de actuar de la Inquisición en América

En el territorio americano el Santo Oficio se estableció en 1569 y sus tribunales sólo funcionaron en México y Lima. Su objetivo era mantener la fe católica persiguiendo a los que se consideraba herejes (judíos. luteranos, blasfemos, hechiceros, invocadores del demonio, astrólogos, alquimistas, lectores o poseedores de libros prohibidos). No obstante, los inquisidores apostólicos no podían proceder contra los indígenas, cuyo castigo se reservó a los eclesiásticos ordinarios. En Chile, las actividades del Santo Oficio fueron ignoradas más que en otros lugares, además que el Tribunal no funcionó en nuestro país y sólo actuaban comisarios que, con la ayuda de notarios, familiares y alguaciles, recibían las denuncias y realizaban las primeras indagaciones. Luego el caso era remitido a Lima, donde se analizaba, fallaba y aplicaban penas. La pena mayor era la quema en el quemadero que "estaba en Lima en las vecindades de la plaza de Ancho, y los reos eran entregados a la justicia ordinaria a la puerta de la Iglesia de los Desamparados, inmediatamente después de pasar el puente que une los dos barrios de la ciudad." Otras penas, por delitos menores, eran la "vergüenza pública; los azotes, de los que no se escapaban las mujeres, que los recibían por las calles, desnudas de la cintura hacia arriba, montadas en bestia de albarda y a voz de pregonero; las prohibiciones de usar seda, subir a caballo"; cárcel perpetua; el destierro de las Indias; el pago de una elevada multa; junto con la abjuración de levi o de vehementi (dependiendo del grado de sospecha de los delitos imputados).

Para hacer que los reos confesasen, se usaba el tormento, aunque hubiese un solo testigo que lo estuviera acusando. "Los preliminares de la diligencia de tortura se reducían a amonestar al paciente, a medida que se le iba desnudando, para que dijese la verdad."

En lo tocante a los procesos contra mujeres entablados en Chile, podemos decir que ellos se vincularon en especial a la blasfemia y hechicería. Muchas veces estos casos de hechicería no llegaban a considerarse de la gravedad de la herejía, por no creerse plenamente en un pacto con el demonio o intenciones contra de la Iglesia, sino que más bien eran "embustes y embelecos de mujeres para sacar dinero y no inducen a sospecha de herejía, ni pacto con el demonio".

Tipología de casos rastreados en el Tribunal de Lima

Según el texto de Millar, en el tribunal de Lima ha sido posible contabilizar el procesamiento de 209 reos por el delito de hechicería a lo largo de toda la historia del tribunal. En 178 de ellos se cuenta con algún tipo de información, que puede ir solamente desde el nombre hasta la edad, lugar de nacimiento, residencia, origen social, nivel de instrucción, oficio o grado de conocimiento de doctrina católica. Hay un elemento relevante en el estudio de estos casos, y que se rastrea en el hecho de que en América la gran mayoría de los encausados por hechicería son personas residentes en ciudades y pueblos. "De este hecho puede deducirse que la hechicería americana no indígena era un fenómeno eminentemente urbano, a diferencia de Europa, en donde ese tipo de prácticas, al igual que la brujería, estarían vinculadas más bien al mundo rural, en la medida que allí pervivían con más fuerza las tradiciones paganas." Tal vez se debe al hecho de que la colonización española fue eminentemente urbana, y era en ese ámbito donde se reunían los imaginarios y prácticas tanto autóctonas como europeas, y por otra parte, estas actividades eran más fácilmente rastreadas por los tribunales y eclesiásticos que se concentraban en las ciudades.

Lo primero que salta a la vista, por otra parte, en el estudio de los casos, es la presencia abrumadora de mujeres acusadas, ya que constituían un 75% del total de los encausados. La hechicería masculina, aunque minoritaria, presenta algunas características especiales. De los 178 reos con información, sólo 46 eran hombres, y de esos 46, se tiene información del origen étnico de 43, de los cuales 21 eran de ascendencia europea, ya sea peninsulares o criollos. El resto correspondía a mestizos, negros y mulatos, con mayor presencia de los primeros. Un alto porcentaje procedía de estratos intermedios, ya sea por el hecho de ser blancos o eclesiásticos, sin embargo la mayoría pertenecía a estratos bajos de la sociedad (artesanos, arrieros, esclavos). De las mujeres que practicaban la hechicería, eran en promedio, más jóvenes (37 años). Desde el punto de vista étnico, la ascendencia europea no era de número relevante, ya que las "blancas" eran minoritarias, llegando sólo a un tercio del total. Sólo se has detectado 10 mujeres españolas a lo largo de toda la historia del Tribunal de Lima, y coincidiendo con la primera etapa del Santo Oficio en América. Sin embargo su presencia es relevante, pues ayudaron a extender prácticas peninsulares, que luego fueron heredadas por la hechicería mestiza.

Sin embargo, EL 24% de las encausadas eran criollas, aunque también representa un número menor, ya que la gran mayoría de las acusadas eran mulatas, mestizas y negras, las primeras (a diferencia de los hombres) siendo mayoritarias, figurando con treinta y tres reos. Y aunque las mujeres de ascendencia blanca podrían haberse encontrado en un nivel sociocultural mayor, igualmente pertenecían a estratos, en general, bajos, por los oficios que desempeñaban que eran considerados viles (diferencia con los hombres blancos). Los oficios de estas mujeres son poco variables, y entre ellos están el de costurera, lavandera, prostituta, cocinera, hilandera y tejedora, vendedora de gallina y jabone, y un número significativo declara no tener oficio. Sólo 14 eran esclavas o libertas. La mayoría de las hechiceras eran casadas. En porcentaje le seguían las solteras y luego las viudas. Mas, estas proporciones no demuestran la verdadera situación de las mujeres. El estado de casadas era engañoso, pues la mayoría vivía separada de sus maridos. La gran mayoría de las hechiceras eran mujeres más bien solas, las que se les añadía una condición económica muy modesta.

Por otra parte, la cantidad de personas que recurrían a los servicios de las hechiceras era alta, por lo mismo es que la cantidad de testigos del delito de hechicería es en general el más alto de todos los delitos vistos por el Tribunal. La clientela, además de pertenecer en general, a estratos sociales bajos, estaba constituida casi exclusivamente por mujeres, predominantemente jóvenes que no vivían con sus padres, solteras amancebadas, o casadas con dificultades en su matrimonio. "En suma, parece claro que la hechicería practicada en estas tierras fue una actividad que interesó de manera predominante a las mujeres y quizás, por los antecedentes disponibles, de forma más acentuada que en Europa.

En las investigaciones efectuadas sobre las regiones de Toledo y Módena aparecen numerosos hombres involucrados como clientes o practicantes. Sin embargo, siempre la tendencia general, ya sea en Europa o América, apuntará a que la hechicería la ejerciten e interese primordialmente las mujeres."

Las mujeres recurrían a la hechicería en busca de solución a lo que podríamos denominar como "problemas sentimentales". De hecho, en todos los procesos, de manera sistemática, siempre figura en las denuncias contra la reo la realización de hechizos amorosos. Luego, a distancia y en orden decreciente, vienen las consultas para conocer el futuro, que en muchos casos también tiene una connotación amorosa y para que se efectúen maleficios en contra de alguna otra persona, donde, de igual manera, está presente el factor sentimental. Las consultas para sanarse de alguna enfermedad o para conseguir riquezas a través del juego o para descubrir tesoros no figuran (como es el caso de la hechicería masculina), pero sí se efectúan para que los hombres les de dinero y regalos.

La aplicación de la Inquisición en Chile

Según José Toribio Medina, "los pocos hombres a quienes no había alcanzado el general contagio del desenfreno de las costumbres y el abandono de los preceptos religiosos que dominaban en el virreinato del Perú poco después de la conquista, instaban porque se enviasen de una vez inquisidores que viniesen a remediar las cosas que se hacían en deservicio de Dios y de su honra". Para el atajo de esos males, los políticos de la época solicitaban del monarca dos remedios: una persona cristiana y prudente, para otorgarle todo el poder del virreinato, e inquisidores.

Luego de instaurada la Inquisición en América, al Tribunal que se mandó a fundar en Lima competía conocer de todas las causas de fe que se suscitaran en América del Sur, quedando comprendido, por consiguiente, todo el reino de Chile.

Sin embargo su fin moral y rectificador, los Inquisidores y delegados, actuaban no siempre de manera justa y regular, y tendieron en numerosas ocasiones a modificar penas o sacar provecho del poder que la Iglesia y el Rey les conferían.

Hubo numerosas quejas e intervención de la Corona para deponer malas personas, si embargo no por mediar estas disposiciones reales, cesaron los Inquisidores en sus abusivos manejos y exigencias, así mismo la insolencia y orgullo de los Inquisidores no deben, no obstante, parecer extraños, "amparados como se hallaban por la suprema autoridad del Papado y del Rey, en unos tiempos en que, después de Dios, nada más grande se conocía sobre la tierra." En vista de las atribuciones de que estaba investido, se puede saber hasta dónde llevaba el Tribunal su escrupulosidad en materia de delitos y denuncios, pero además hubo una época en que nadie podía salir de los puertos del Perú sin licencia especial del Santo Oficio, sus ministros debían hallarse presentes a la llegada de cada bajel para averiguar hasta las palabras que hubiesen pasado durante el viaje, no podía imprimirse ni una sola línea sin licencia, entre otras cosas que implicaba una vigilancia constante, sumado a la acción de las opiniones y acusaciones que los mismos ciudadanos se hacían unos a otros. Por esta razón, se comprende que nadie vivía seguro de sí mismo ni podía abrigar la menor confianza en los demás, ni siquiera en la familia.

Desde su instalación, el Tribunal del Santo Oficio se hizo aborrecible para la población colonial, española o mestiza. Y sobre todo para los acusados por motivos muchas veces absurdos y rebuscados, los que pasaban meses e incluso años encerrados en las peores condiciones, sólo esperando un fallo para su caso, incluso cuando se contaba con un solo testigo.

Sin embargo, como se ha señalado antes, dentro de las instrucciones a los Inquisidores, y pese a sus abusos, no debían proceder contra los indios, por ser gente nueva en el conocimiento de las cosas de la fe cristiana, y si se hacía necesario proceder, debía hacerse con cautela y consideración. Sin embargo, "los indios dieron bastante que hacer a la Inquisición, por las supersticiones que infundían a la gente de baja esfera, haciéndoles creer en las maravillas que era capaz de producir en los hechizos la coca, cuyo uso desde aquel entonces, el Virrey Toledo había tratado de desarraigar".

A mediados del siglo XVIII, el año 1749, ocurrió en Chillán un caso en que se contravino a la excepción establecida a favor de los indios, que motivó no pocos problemas al protector general, a la Audiencia y al mismo Presidente. Se denominó "Brujos de Chillán" y se denunció, en efecto, a ciertas indias como hechiceras ante el cura del pueblo, don Simón Mandiola, el cual era vicario de dicha ciudad, quien haciendo caso de Inquisición (pues los casos debían estar a cargo de la Real Audiencia y no de la Iglesia), procedió a recibir las declaraciones de las indias, que le contaron con la mayor seriedad que se convertían en chonchones y se iban de noche volando hasta la casa de la persona a quien querían maleficar. El crédulo del cura, en castigo por la brujería, las hizo azotar y las repartió en seguida entre los vecinos del pueblo para que sirviesen como esclavas, y como protector del partido, Carlos Lagos reclamó, y Mandiola lo hizo arrestar.

Con el empleo de plantas psicoactivas, las supuestas brujas creían convertirse en los animales más variados y realizar conjuros y maleficios a través de sus poderes sobrenaturales. Estas costumbres eran comunes en los pueblos indígenas, pero el uso de estas plantas era vista por los Inquisidores como efecto de la presencia demoníaca. Sin embargo, el uso de plantas como la coca o el tabaco se extendió hacia parte de la población española y criolla, disminuyendo poco a poco el uso ritual que estas tenían, en muchas ocasiones.

A pesar de la dureza del Tribunal, muchos de los casos inquisitoriales chilenos no salieron de los límites del reino, por lo que los juicios y encarcelamientos no fueron siempre cumplidos, además muchos de estos casos no poseían la importancia de una pena tan dura. Por otra parte, por lo que respecta a los reos chilenos, la enorme distancia en que vivían y por ende, los considerables gastos que su traslación a Lima demandaba, siendo que en general se trataba de gente pobre, no habrían tenido con qué costear el viaje.

Algunos casos de hechicería en Chile colonial

Existen varios casos conocidos de juicios inquisitoriales por hechicería en Chile, tanto de indias como de mestizas, negras, mulatas e incluso españolas, aunque las menos, y en los inicios de la acción del Tribunal. En general eran mujeres, sin embargo, había cierta cantidad de hombres acusados, ya que no era menor, por ejemplo, la existencia de los machi dentro de la tradición mapuche, por lo que los hechiceros eran comunes en Chile colonial.

Doña Francisca de Escobedo y otras mujeres (se deduce españolas), fueron testificadas de hechizos y de haber tratado con indios de estas cosas, a fines del siglo XVI, proceso tramitado por el Comisario de Santiago. Juana de Soto, otra mujer no india, fue procesada por la misma época. Se decía que era mujer d un Pizarro, y que residía en los reinos de Chile, y se la acusaba por cosas de hechizos y supersticiones.

También durante la primera época encontramos dos casos a hombres, uno a Diego Mazo de Alderete, por cosas de quiromancia y otras tocantes a los jubileos e indulgencias y palabras mal sonantes como "bendito sea el diablo, algunas veces vale más servir al diablo que a Dios" y otras cosas. Del proceso resultaron también varios cargos contra Ambrosio Fernández Aceituno, Ruy González y un tal Navamuel. En 1585, Martín Ruiz de Gamboa, siendo gobernador del reino, fue denunciado de que hallándose en la frontera de los indios de guerra y teniendo preso a un cacique principal, había consentido que, estando este muy enfermo, se le trajese una machi para que lo curara, la cual, según testigos, lo hacía invocando a los demonios. Añaden, sin embargo, que Ruiz de Gamboa lo consintió por ser la vida de aquel cacique muy importante para la pacificación de la tierra.

María de Encío, natural de Bayona, en Galicia, mujer de Gonzalo de los Ríos, vecina de Santiago de Chile, fue presa con secuestro de bienes hacia 1579 por el Santo Oficio, testificada ante el Provisor de haber dicho que "si una mujer casada o doncella se sentía preñada y no de su marido, por encubrir su fama podía matar a la criatura en el vientre o tomar cosas con que la echase" y de haberse quedado con esa opinión aunque se la hubiera reprendido por haberla pronunciado.

Así mismo se le reprochó azotar indígenas y hacerlos trabajar, junto con esclavos negros, en su ingenio de azúcar en días de fiesta. Además se la inculpó de comer carne los días viernes y sábado y de ser casada dos veces, y que miraba las rayas de las manos, y creía en sueños y supersticiones y consultaba a las indias tenidas por hechiceras. Se encontró argumento al testificar personas que habían escuchado que María había dicho ciertas cosas supersticiosas, y además los inquisidores intentaron relacionarla con algún pacto con el diablo, cada vez que sabían que sus indias bailaban una suerte de danza diabólica y que ella dejaba con el pretexto de que si las detenía podían caer muertas, entre otros indicios de sospecha. María asumió ciertos cargos, dando las debidas explicaciones, dado que ella sólo en ocasiones se había inclinado por la ayuda de hechiceras. Fue condenada a que abjurase de levi en la sala de la audiencia, a pagar mil pesos y a algunas penitencias espirituales.

La mulata Juana de Castañeda, tenía 32 años y era natural de Valdivia, era hija de negro e india, y vivía en el Callao. Fue denunciada por otra mulata el año 1600, que la había visto en compañía de otras dos mujeres de rodillas y con dos velas encendidas delante de la imagen de Santa Marta. Cada vez que Juana conjuraba esa imagen sacaba a su marido de la cárcel. La mulata además agregó en su testimonio que la Escobedo le había ofrecido ára diciéndole que era buena para que los hombres con quien hubiese tenido relaciones deshonestas la quisieran bien. La mulata no negó los cargos. Fue sentenciada a abjurar de levi, a cien azotes y desterrada del puerto Callao dos años.

En el año 1693, en Concepción, las autoridades españolas realizaron una investigación en donde podemos apreciar la relación entre prácticas de brujería y resistencia étnica. Las razones de este juicio a la machi Guenteray y un grupo de caciques e indios de la región, están vinculadas a la muerte de algunos caciques aliados de los españoles y un posible alzamiento general de los mapuches. Esas muertes supuestamente habían sido causadas por las hechicerías de estos personajes, efectuadas desde hacía tiempo en cuevas de la región.

El Capitán tuvo noticias que los mapuches de Maquegua y Calbuco habían sostenido juntas secretas es estas, denominadas renis. Las penas a todos los acusados, todos culpables, fueron el destierro perpetuo, y a unos el trabajo forzado en obras de Su Majestad, y a otros se les rebajó la mitad sus sueldos y raciones, a pesar de la defensa del Capitán de Caballos Jerónimo Agustín de la Vega, quien aludía que para los indios era cosa común y buena las hechicerías y que aún no estaban enterados de la ley cristiana.

Los casos relatados anteriormente son una muestra escueta de la totalidad, que muchas veces no está debidamente consignada, o no ha sido estudiada por no representar una gran relevancia. En este sentido, es muy clarificador lo que podemos deducir de los estudios sobre los procesos en el Tribunal de Lima, estudiados por varios historiadores, entre ellos Medina y Millar, citados en el presente trabajo.

Ideas que subyacen en el imaginario social a la práctica de la hechicería

Hemos visto que ideas e imaginarios subyacen en las prácticas, por un lado, y en las creencias, por otro, de la hechicería y la brujería, tanto en la cultura europea como en las culturas americanas, en especial de Sudamérica, y como todo este bagaje cultural se conjuga para crear ideas morales y finalmente desencadenar la necesidad de la traslación desde Europa del Tribunal de la Inquisición, con todo su aparataje legalista y moralista amparado en la religión católica.

La hechicería se asocia con un segmento de la sociedad, llámese inferior, débil, salvaje, el cual tiende a la liberación de las ataduras "naturales" impuestas por las leyes humanas de conducta social y regla religiosa. La hechicería se asocia con lo misterioso, lo demoníaco, y con el engaño. Se asocia con la manera incorrecta de lograr ciertos propósitos, de lograr cosas que podría ser imposibles de lograr de otro modo. La hechicería se asocia con el conocimiento de la naturaleza salvaje, con los espíritus, que siempre son malignos para los españoles inquisidores.

La hechicería se asocia a lo femenino, al mundo oculto y lascivo, doblez, sensual y terrenal de las mujeres, que logran ponerse en contacto con estas fuerzas sobrenaturales y se contactan con una espiritualidad poco sublime, ya que no radica en Dios todopoderoso, sino en entidades que pululan por la tierra. Lo subordinado y lo femenino tienden a relacionarse en estas prácticas, y para el pensamiento "racional" español, sólo lo masculino es el poseedor de la gracia de una visión suprema del mundo, una visión asociada con Dios todopoderoso, con el rey, y con el padre de familia.

Una visión que tiene mucho de idealismo y otro tanto de tiranía, y aún más de mentira, pues bajo esa máscara de autoridad y verdad masculina, se oculta una realidad social compleja, que se puede evidenciar de manera palpable en la época colonial, donde convergen sistemas de creencias y escalas de valores extrañas entre sí, intentando convivir, intentando adaptarse, y por otro lado, a la par de tratar de imponer sus principios, los europeos ven en América el lugar de la realización de sus sueños, buenos y malos, y se encuentran con la capacidad y la autoridad de hacer lo que deseen en nombre de la Corona y Dios, pero sin duda, para ellos mismos. Quebrantar su sistema moral establece el principio para la culpa, sin embargo, subyace bajo esta idea, primero que nada, los intereses, de toda índole, de los acusadores y jueces. Las mujeres, se ven, en este sentido, sometidas necesariamente a este juego de poderes.

Las indias, pese a ser tratadas muchas veces como objetos, ignorantes y salvajes, gozaron mayormente de libertades por esa idea de que los nativos no conocían aún las enseñanzas cristianas. Por otra parte, en muchas culturas y pueblos americanos, las mujeres ya gozaban de un estatus distinto, como es el caso de los mapuche. Si embargo, en la sociedad europea, la mujer era una subordinada del hombre, siempre, salvo excepciones, donde mujeres se lograron enfrentar al mundo solas. Esta idea de la mujer subordinada recayó sobre los indígenas y se manifestó con fuerza en los idearios mestizos que se irían desarrollando.

La hechicería se convirtió, de un modo natural de lograr ciertos propósitos, en el mundo indígena, a una manera pecaminosa de intentar liberarse de las ataduras sociales impuestas por el nuevo orden. Por otra parte, el hecho de que en general se recurra a la hechicería por cuestiones sentimentales, demuestra una peculiaridad en América, no recurrente en Europa.

Se puede recurrir a la opinión de contemporáneos a estos juicios, los cuales aluden que la fuerza excepcional de la hechicería amorosa estaría vinculada al clima moral excepcionalmente permisivo que se daría en esta parte de América, como era el Virreinato peruano. Se decía que el concubinato practicado en todos los estratos sociales sería la forma más aceptada de relación entre parejas, sin que fuera considerada inmoral. Lima era presentada por algunos eclesiásticos como un abismo de corrupción encendido por el demonio de la carne.

No negando que en la sociedad peruana se pudo dar durante el período colonial una liberalidad en materia de comportamientos sexuales, podría ser mejor no centrar el fenómeno de la hechicería en una explicación de ese tipo. Si nos detenemos en el análisis de lo que buscaba la clientela femenina en, encontraremos que reiteradamente se insiste más o menos en lo mismo. Ellas recurrían a las hechiceras para que el hombre con quien vivían no las abandonara, o regresara a su lado, y para que los hombres las quisieran y les dieran dinero o regalos. Las casadas iban con el ánimo de obtener mejor trato de sus maridos, y para evitar el abandono. ¿Eran estas razones sólo de índole sentimental o sexual, o bajo esta apariencia existe un problema social más profundo?

Hay dos elementos a considerar: el papel de la mujer en la sociedad colonial y las características de la estructura social americana. La documentación de manera uniforme muestra a la mujer como un sujeto inferior, pasivo, que en la práctica tendría una posibilidad de acción mínima. Todo parece indicar que la mujer independiente no tenia cabida dentro de la sociedad. "Una mujer independiente, soltera, viuda o separada, carecía de protección y quedaba expuesta a todo tipo de abusos producto del machismo imperante y de la violencia inherente a esa época y que impregnaba todos los aspectos de la vida". Además la estructura social de América era mucho más compleja que la peninsular, con la presencia de mestizos y castas. La pobreza y la coloración de la piel dejaba a grandes grupos en una situación de inferioridad, y en ellos abundan las mujeres solas y abandonadas. Y, por otra parte, estos mismos grupos eran mucho más propensos a caer en practicas hechiceriles, tal vez por la tendencia de que pareciera que en general, mientras más primaria y elemental es la concepción de mundo para ellos, más cerca están de las creencias mágicas.

La hechicería ejerce su oficio para ganar dinero, en el ámbito urbano, pues así se reconoce frente a los inquisidores. Son mujeres más bien jóvenes, analfabetas, miserables, normalmente sin protección masculina y que han encontrado en esas prácticas, que tiene gran demanda, un medio que les ayuda a subsistir. A su vez, la clientela esta integrada en su mayoría por mujeres de estratos bajos, que buscan desesperadamente a un hombre, y no necesariamente para satisfacer sus apetitos carnales, sino que para que les diera protección en ese mundo tan complejo, en el que estaban a merced de ser atropelladas y humilladas permanentemente, por encontrarse en los márgenes de las estructuras oficiales.

Conclusión

La idea de la bruja está tremendamente arraigada en nuestro imaginario sin pensarlo mucho, nos imaginamos a la bruja como una mujer fea, viviendo en una pocilga, intentando dañar lo más posible a otros mediante sus conjuros y pócimas. Nos acordamos de las escobas, de las danzas a la luz de la luna. A veces nos viene a la mente una bruja buena, una hechicera que vive en el bosque encantado, que tiene contacto con los buenos espíritus y augura y presagia a los hombres de su pueblos sobre los hechos venideros, y sana de enfermedades.

Otras veces nos figuramos a mujeres que nacen con poderes, y que creen ser normales y no lo son, pero que sin invocar a nadie, logran actuar sobre la naturaleza y realizar actos sobrenaturales. Existen muchas caras de la bruja o la hechicera.

La que hemos visto en el presente trabajo, la de los casos de la Inquisición, no es ni la vieja maligna, ni la diosa del bosque, ni la joven normal que tiene poderes sobrenaturales, es la mujer sola que se enfrenta a un mundo adverso, y que posee un conocimiento mágico del mundo heredado de sus antepasados que lo heredaron de las tradiciones ancestrales tanto europeas como indígenas. Son mujeres que no buscan nada más poderoso que desligarse de algún modo de las ataduras que le impone una sociedad machista y llena de peligros, y donde son ellas las que la sustentan como madres y como amantes. Son mujeres humildes y pobres, subordinadas por su precaria situación, que intentan ganar dinero y ganar seguridad a través del casi único medio que tiene a su alcance: invocar las fuerzas sobrenaturales, los espíritus, e intentar doblegar el destino que de seguro les espera.

Finalmente, la hechicera de las regiones de América, es heredera en ciertos aspectos de la cultura popular europea, y se vincula, además, a las tradiciones mágicas indígenas, respondiendo a importantes requerimientos que la sociedad colonial tenía sobre todo con las mujeres de los sectores más pobres. Podría sostenerse que la hechicera americana fue una mujer que solucionaba, o por lo menos consolaba, en las situaciones difíciles de las relaciones humanas, las cuales ni las instituciones ni medios tradicionales podían resolver.

Bibliografía

Anderson, Bonnie y Judith Zinsser, Historia de las mujeres: una Historia propia, V. 1, Editorial Crítica, Barcelona, 1991.

Bacigalupo, Ana Mariella, La Lucha por la Masculinidad del Machi: políticas coloniales de género, sexualidad y poder en el sur de Chile, Revista de Historia Indígena Nº 6, Departamento de Ciencias Históricas Universidad de Chile.

Medina, José Toribio, Historia del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición en Chile, Fondo Histórico y Bibliográfico J.T. Medina, Santiago de Chile, 1952.

Millar, René, Inquisición y Sociedad en el Virreinato peruano, Ediciones Universidad Católica de Chile, 1998.

Montecino, Sonia, Ritos de vida y muerte, Brujas y Hechiceras, Colección Mujeres en la Cultura Chilena, SERNAM, 1994.

Olivos Herreros, Carmen Gloria, Plantas psicoactivas de eficacia simbólica: indagaciones en la herbolaria mapuche, Chungará Revista de Antropología Chilena, Volumen especial, 2004, versión digital .

 

Montserrat Arre Marfull

Licenciatura en Historia

Universidad de Chile

Año 2006

 

Partes: 1, 2
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