El impacto carcelario, por Dr. Josep Garcia-Borés Espí
Enviado por Ing.Licdo. Yunior Andrés Castillo S.
- Introducción
- Los efectos de la cárcel
- Una relectura psicosocial
- A modo de conclusión
- Referencias bibliográficas
La reeducación de los sentenciados a pena privativa de libertad no sólo cuenta con múltiples dificultades que hacen cuestionar su viabilidad sino, también, con algunas controversias sobre la razón de ser de tal objetivo establecido constitucionalmente. En efecto, de una parte, el discurso doctrinal que legitima la actual legislación, presupone la posibilidad y el deber de llevar a cabo la reeducación, entendida como proceso de resocialización de los penados, por lo que, en consecuencia, se organiza institucionalmente para ello. De otra parte, el discurso crítico, no sólo niega la posibilidad de realizar tal misión, sino que objeta que la vida en prisión, por sí misma, conforma a los sujetos en el sentido inverso al que se propone la ley, es decir, que los desadapta para la vida en libertad.
Se defienden, pues, dos posturas que difieren absolutamente entre sí, describiendo fenomenologías distintas que, sin embargo, tienen en común una cuestión fundamental: la acción transformadora de la pena privativa de libertad sobre los sujetos internados. Acción, eso sí, de signo opuesto. La discusión, el debate, se ha desarrollado generalmente dentro de cada ámbito displinario y, normalmente, hegemonizado por alguna orientación y focalizado en un sólo nivel. De ello es especialmente representativa la Psicología, la cual se ha mantenido, en general, sumida en debates meramente técnicos, a lo sumo respecto al paradigma psicológico adecuado por sus posibilidades técnicas. Ello hace que la Psicología, mantenida en ese plano técnico, esté, implícitamente, aceptando tanto la finalidad reeducadora y sus implicaciones, como reconociendo la cárcel como ámbito para la reeducación y reinserción social (Garcia-Borés, 1993a).
El texto que se desarrolla a continuación se centra en el tema de los efectos negativos del encarcelamiento, uno de los principales argumentos contra la cárcel utilizado por el discurso crítico, que es minimizado por los partidarios de la intervención penitenciaria, creyentes de la rehabilitación por medio de la pena privativa de libertad. En una primera parte, el texto se adentra en los estudios clásicos sobre los efectos de la cárcel terminando con los trabajos más recientes al respecto. En la segunda parte, se efectúa una relectura de dichos efectos en clave psicosocial, por medio de los conceptos de socialización, desocialización y resocialización. Así, el punto de partida de este planteamiento es que, con independencia de las funciones que tenga atribuidas la pena privativa de libertad y de las políticas penitenciarias que se desarrollen en la cárcel, la propia situación de encarcelamiento comporta un conjunto de importantes repercusiones sobre los presos, en clara sintonía con las objecciones del discurso crítico.
Con todo, tanto el tipo de efectos descritos como la gravedad que se les atribuye, varían sustancialmente en los múltiples estudios realizados al respecto. En parte, por tratarse de contextos carcelarios diferentes, pero también por el uso de metodologías dispares de los distintos trabajos. Lógicamente, es importante asumir, asimismo, que este impacto variará en función de múltiples circunstancias, como puedan ser las características personales del interno, su nivel de adaptación a las condiciones carcelarias, el tiempo de condena, la ubicación y régimen a que esté sometido, el mantenimiento de las relaciones con el exterior, etc., que hacen que cada caso sea idiosincrásico, impidiendo que pueda hacerse un planteamiento generalista sobre tales efectos del encarcelamiento. Consecuentemente, el trabajo consiste en describir efectos habituales derivados de la estancia en prisión para, de este modo, acercarse mínimamente a la comprensión de la presión que supone vivir encerrado en una institución penitenciaria, tratando a su vez de mostrar la obvia desadaptación social que el encarcelamiento produce.
La prisionización. La aportación de Clemmer.
Uno de los planteamientos que ha tenido mejor acogida entre los estudiosos del tema es el desarrollado por Clemmer, quien concentró el análisis de los efectos del internamiento en el proceso de prisionización (Clemmer, 1958), que definió como la asimilación de la denominada subcultura carcelaria. Tradicionalmente se ha hablado de esta subcultura carcelaria como un fenómeno patente en el interior de la cárcel. Este uso común del término subcultura hace referencia a un subsistema cultural dentro de un sistema cultural más amplio: el desarrollado en la sociedad civil. Dicho subsistema participa en buena medida de esta cultura circundante pero, a su vez, se diferencia o desvía suficientemente de ella conformando un conglomerado cultural distinguible. En este caso concreto, se refiere a la subcultura que se da entre los internos en instituciones penitenciarias, dentro del contexto cultural más amplio de la sociedad en la que éstas se encuentren.
Desde este planteamiento general, las investigaciones reflejan fundamentalmente aquellas pautas internas o modos de pensar (concepciones, creencias) y valores que, en mayor o menor medida, van a estar sustentando las actitudes y los comportamientos[1]En cuanto a las pautas externas[2]o modos comportamentales, las investigaciones sólo acostumbran a reflejar aquéllas con un claro carácter normativo, en lo que se denomina código del recluso, dejando de lado los usos y las costumbres, en los que se incluye también el argot, que están raramente descritos, a no ser como meras ilustraciones[3]
La prisionización, la adopción de la subcultura carcelaria, comporta, según el mismo Clemer, la aceptación del rol de preso (socialmente desvalorizado), la acumulación de información sobre el funcionamiento de la cárcel, la modificación de los modos de comer, vestir, dormir y trabajar, el uso del argot carcelario, el reconocimiento de no estar en deuda con la institución por satisfacer sus necesidades básicas, y el deseo de un buen trabajo en el establecimiento. Con todo, considera que lo que trasciende en el proceso de prisionización son los efectos transformadores de la personalidad del interno que harán muy difícil una adaptación posterior a la comunidad libre, justamente porque la adopción de esa subcultura carcelaria supone una pérdida de elementos culturales propios de la sociedad libre. Opinión compartida por Wheeler (1961, 1971) quien, en consonancia con Clemmer, considera que la socialización que ejerce la sociedad de los internos sobre cada preso en particular, se opone a la rehabilitación prevista por el sistema legal.
Uno de los principales aspectos abordados sobre este fenómeno se refiere al origen y mantenimiento de esta subcultura carcelaria, en el que se han aportado distintas interpretaciones. En principio se impuso un punto de vista funcionalista, bajo la denominación de modelo de privación, ya expuesto por Sykes (1958). En síntesis, esta interpretación sugiere que la subcultura carcelaria surge y se mantiene para contrarrestar las privaciones de la vida en prisión: la propia privación de libertad, la de contacto con el exterior, la de propiedades, la de relaciones heterosexuales, de tal modo que resulta necesario adquirir un nuevo marco de referencia que pueda dar sentido a tales condiciones de vida.
Frente a este modelo funcionalista, Irwin y Cressey (1962), quienes compararon poblaciones de personas libres de similares características sociales a los reclusos, encontraron que no habían diferencias significativas en cuanto a valores y expectativas de comportamiento, lo que apunta a lo que se denomina modelo de importación: la subcultura carcelaria se corresponde con las subculturas de procedencia de los reclusos. Ello supone que dicha subcultura exterior, internalizada por los delincuentes en su socialización anterior al internamiento, es importada al interior de la cárcel. Esta interpretación, pues, supone una equiparación entre una subcultura delincuencial y una subcultura carcelaria. Por su parte Clemmer (1958), desde una óptica causal, consideró que el origen y mantenimiento de la cultura carcelaria reside en las características del sujeto recluso, tanto por su antiguo ambiente y carrera criminal, como por su contacto con otros presos y vida de los mismos, dando así una interpretación que englobaría a las dos anteriores.
En consonancia con el modelo de privación, y a partir de las aportaciones de Cohen sobre la incidencia del medio circundante en el que se da el fenómeno de la subcultura carcelaria, Kaufmann considera necesaria esta diferenciación de referentes culturales respecto a los de la sociedad libre, puesto que los valores y expectativas de ésta son incompatibles con las condiciones propias de la privación de libertad (cfr. Kaufmann, 1979:55-56). Leído en términos de prisionización, Caballero (1986) recoge asimismo las aportaciones de Kasembaum, Ward y Winner, quienes vinculan dicho proceso a un restablecimiento del estatus degradado por los sufrimientos materiales, sociales y psicológicos propios del encarcelamiento, así como las de La Flante y de Glaser y Stratton, en la misma dirección.
Como condiciones favorables para una baja prisionización, Clemer considera las siguientes: una condena corta, una personalidad estable en base a una socialización positiva, el mantenimiento de relaciones exteriores positivas, la no integración con grupos primarios o semi-primarios, el rechazo a las concepciones y normas de los internos y la aceptación de colaborar con los funcionarios, la distancia con respecto a liderazgos y a la subcultura carcelaria, y la abstinencia de prácticas propias de la misma.
Sobre el grado que puede alcanzar la prisionización se han establecido diversas teorías. Según Clemer, el proceso sigue una relación lineal y progresiva con el tiempo de estancia en prisión, mientras que Wheeler (1961), encontró que la prisionización era más alta hacia la mitad del encarcelamiento y menor al inicio y al final del mismo. Encontró, también, que la prisionización varía conjuntamente con la integración en la vida informal y que cuanto mayor es esta integración, menor es la conformidad con las normas formales de la institución. Por otra parte, Thomas, Peterson y Zingraff (1978), después de haber realizado diversas investigaciones para estudiar la relación entre estructura organizacional y prisionización, concluyen que tanto las variables internas a la prisión, como las externas a la misma, junto con la variable expectativas post-prisión, afectaban simultáneamente el grado de prisionización, ampliando de este modo los factores facilitadores de este proceso establecidos por Clemmer.
Más actualmente, se han realizado diversos estudios específicos sobre el fenómeno de la prisionización. Entre los efectos más destacables de dicho proceso, Pérez y Redondo (1991) recogen lo siguiente: un aumento del grado de dependencia, debido al amplio control conductual, así como un desplazamiento del locus de control hacia el polo externo; una devaluación de la propia imagen y disminución de la autoestima; el aumento de los niveles de dogmatismo y autoritarismo, que se traduciría en su mayor adhesión a valores carcelarios; el aumento del nivel de ansiedad; y los efectos en la conducta posterior en términos de tendencia a la reincidencia. A partir de todo ello realizan una investigación con dos objetivos: indagar la prisionización en sujetos españoles y estudiar la relación existente entre tiempo de estancia y reincidencia. (cfr. Pérez y Redondo, 1991:54-ss). De las conclusiones de estos autores de orientación conductista se desprende que "para la muestra española estudiada, no puede atribuirse al ingreso en una prisión (sin distinción de prisiones), con carácter general y determinante, la producción de los efectos estándares definidos como prisionización" (ob.cit.:56), y en cuanto a la reincidencia, que no está en relación con el tiempo pasado en prisión ni con la intensidad de la carrera delictiva, pero sí con las variables de personalidad (excepto la "autoestima") y con la conducta penitenciaria.
Tal y como sugiere entre otros García (1988), además de las variables individuales y de mantenimiento del contacto con el exterior, descritas ya en los primeros trabajos, posteriormente se ha comprobado que también influyen en el grado de prisionización toda una serie de variables intrainstitucionales. Entre ellas el clima social, la estructura física de la cárcel, número y clase de internos, actitudes de los funcionarios, actividades de tratamiento, etc.[4], considerando que la situación óptima de tales circunstancias minimiza el efecto de prisionización. Es importante advertir a este respecto que ya el mismo Clemmer insistió en que "la prisionización no es en modo alguno un indicador de la orientación criminal futura" (Kaufmann, citando a Clemmer, ob.cit.:124). Kaufmann incluso observa que puede considerarse que el preso que se adapte a la subcultura carcelaria, de hecho muestra una mejor capacidad de adaptación que aquel interno que no se prisionice y, por lo tanto, el primero presenta mejores aptitudes para readaptarse posteriormente a la vida en libertad. De todos modos, la relación entre prisionización y reincidencia ha sido descrita por diversos autores. Incluso con independencia de ello, diversas investigaciones confirman el factor criminógeno de la cárcel (cfr. Bergalli, 1980:280).
La disolución de la subcultura carcelaria.
Que la cárcel constituye un subsistema social específico con unas características muy concretas y diferenciadas de la vida en libertad, no parece suscitar muchas dudas. En cambio sí resulta controvertida la existencia en la actualidad de una subcultura especificamente carcelaria desarrollada entre los presos y caracterizadora de ese subsistema social. En este sentido, es necesario considerar que las personas precisan un marco de interpretación de la realidad que consiga explicarla suficientemente. Un marco de interpretación, cuyos distintos componentes (concepciones, creencias, valores, código moral, sistema actitudinal, pautas de comportamiento) son tendentes, además, a mantener una mínima consistencia interna (Garcia-Borés y Serrano, 1992). Esto indica la necesidad de disponer de un conglomerado cultural diferenciado, propio de la vida carcelaria. La evidente peculiaridad de la condición de encarcelamiento, radicalmente diferenciada de la vida en libertad, debe conducir al desarrollo de un marco explicativo de esta "otra" realidad, que se corresponda y dé sentido a la existencia bajo esas condiciones, como indicaron Sykes y también Kaufmann. Con más razón que en otras circunstancias pues los internos permanecen constantemente dentro del sistema. Los largos períodos de estancia, la desconexión con el mundo exterior, el radical cambio en el modus vivendi, de la calidad de vida, deben conllevar una necesaria transformación de valores, de concepciones, de expectativas, etc., que posibiliten ese mínimo equilibrio psicológico.
Como también indicaban los estudios clásicos, ello no implica que ese conglomerado subcultural diferenciable haya de ser del todo ajeno a los elementos culturales internalizados antes del ingreso en prisión, sean o no los propios de una subcultura delictiva. Es comprensible además una cierta permeabilidad con la cultura circundante, especialmente en sus tendencias básicas. De no ser así, no se hablaría de subcultura sino de otra cultura. Tampoco puede esperarse que sea completamente homogéneo, puesto que tampoco lo es en la sociedad libre. Como en todo conglomerado sociocultural, habrá sujetos que se distancian de esos parámetros e incluso, que se constituyen en "sujetos desviados", en el sentido de desajustados a la norma predominante.
Pero si se atiende a expresiones actuales, tanto de internos como de operadores penitenciarios con larga trayectoria en las cárceles españolas (ver Garcia-Borés, 1993b), se refieren a esta subcultura carcelaria como un fenómeno vigente en tiempos de la cárcel franquista, presentando para la actualidad una devaluación de los valores, concepciones y actitudes propios de aquel entramado cultural. A esta nueva situación pueden haber contribuido distintas circunstancias. Una de ellas, resaltada por García (1987), es la proliferación de la drogadicción entre los presos, y no solamente por las consecuencias del consumo sino por las implicaciones que éste conlleva (el comercio interior, las deudas, las reyertas, la formación de bandas, etc.). Tales implicaciones comportan un quebrantamiento de la solidaridad entre los presos, uno de los valores fundamentales de aquella subcultura, diluyéndose de esta manera una identidad colectiva grupal que posibilitaría aquella solidaridad. A pesar de ello, un reciente estudio en el ámbito catalán, asegura que sigue existiendo para los internos una clara diferenciación entre un ellos y un nosotros (cfr. Elejabarrieta, Perera y Ruíz, 1991:204), aunque tal aspecto tampoco implica una unidad dentro de ese nosotros.
El propio contexto sociohistórico de aquella época anterior a la transición política española facilitaba una vivencia de injusticia social generalizada, una de cuyas expresiones eran los encarcelados. Esta circunstancia generaba, según los testimonios recogidos, la percepción de una causa común. Las propias condiciones infrahumanas de las prisiones de aquellos tiempos y el régimen militarizado que se aplicaba, fomentaban asimismo la ayuda mutua. Es reconocible, también, el efecto producido por un cambio demográfico en el interior de las cárceles. Por una parte, la desaparición de los presos políticos, que cumplían un rol de dirigentes ideológicos y normativos del sistema sociocultural de los presos y, por tanto, un papel de sustentadores de los valores y creencias de aquella subcultura carcelaria. Por otra, y en relación con lo anteriormente dicho, la aparición de la figura del "drogo-delincuente", construida a partir de la delimitación legal de la drogodependencia y de la alarma social aplicada a ella (De Leo, 1987), que se construyeron en los primeros tiempos democráticos y que ha acabado transformando la demografía penitenciaria.
Por último, la implantación del tratamiento penitenciario y su proceder estratégico. En efecto, el tratamiento otorga un amplio poder a los responsables penitenciarios, quienes tienen en sus manos el valor destacadamente más preciado en la privación de libertad: la libertad (Garcia-Borés, 1993b). El instrumento clave de este poder es la indeterminación del tiempo de condena (Manzanos, 1991) vehiculada por la tecnología tratamental. La estrategia punitivo/premial del tratamiento supone transformar el propio sistema de valores de los internos, potenciando el individualismo para la obtención de los beneficios particulares, debilitando la solidaridad entre los presos. La propia participación en actividades de tratamiento quebranta la radical oposición a la institución, uno de los pilares de aquella subcultura carcelaria. La regulación de la vida social de los internos está ahora fuertemente incidida por el tratamiento penitenciario.
Este conjunto de circunstancias pueden haber minado, en efecto, los estratos superiores de esa peculiar configuración cultural, es decir, lo que tenía de filosofía de vida, de particular modo de entender la vida desde el interior de la cárcel, de creencias y valores característicamente carcelarios. Pierde así fuerza el posicionamiento actitudinal anti-institucional y el código normativo de los reclusos. Así, pues, la subcultura carcelaria puede haber quedado reducida a sus estratos inferiores, a los usos y costumbres propios de la vida en privación de libertad, a la adquisición de los hábitos carcelarios ("paseo penitenciario", argot, dejadez, etc.). Posiblemente así se explique que ciertas investigaciones no encuentren una asunción de los valores de aquella subcultura carcelaria, porque ya no son los predominantes; ni se detecte el cumplimiento de un código del recluso, porque ya no es ése el código que regenta el funcionamiento entre los presos; y sí se aprecie, en cambio, la adquisición de esos hábitos típicamente carcelarios.
Buena muestra de la presencia de tales hábitos, y en contraposición a los estudios relativizadores del impacto carcelario, es la relación descriptiva que realiza Pagés sobre la problemática con que llegan los internos al régimen abierto de una prisión catalana después de prolongadas estancias en régimen ordinario (ver Pagés, 1988:252-ss.): hábitos motores (forma de andar, etc.); dejadez en la presentación personal; pasividad en la búsqueda de soluciones a sus problemas y constante demanda de que la institución se haga cargo de sus necesidades; inactividad total en el tiempo libre (gran afición a la TV); somatización y alta demanda de servicios médicos; incapacidad para organizar y programar autónomamente su vida; organización de grupos de presión sobre otros internos; despreocupación del mantenimiento de las instalaciones y realización rutinaria de las tareas encomendadas; utilización en las entrevistas de un lenguaje preelaborado que no corresponde a las circunstancias concretas; utilización del argot característico de las prisiones; constantes demandas para salir del centro; constante afirmación de que ellos no necesitan tratamiento; búsqueda del beneficio inmediato; falta de perspectiva de futuro; etc. Pautas de comportamiento y actitudes que, como puede observarse, son evidentes manifestaciones del proceso de prisionización por el que han pasado los reclusos, tal y como lo expresa el citado autor.
La desculturación. Efectos de las instituciones totales según Goffman.
Paralelamente a los trabajos de Clemmer, Goffman realizó una excelente descripción de los efectos del encarcelamiento, vinculándolos a su concepción de institución total[5]En efecto, la cárcel como institución, entra dentro del ya clásico concepto establecido por Goffman. Denominación que deriva de la tendencia absorbente de tales instituciones, dados los obstáculos que se oponen a la interacción social de los internados con el exterior. Su descripción sobre estas instituciones puede esquematizarse en los siguientes puntos: a) Todos los aspectos de la vida se desarrollan en el mismo lugar y bajo la misma autoridad. b) Todas las actividades se desarrollan junto con otros. c) Todas las actividades están estrictamente programadas. d) Todas las necesidades y todos los aspectos de la vida de los internos están sometidos a un plan predeterminado (cfr. Goffman, 1970a:19-20). Estas condiciones de vida y la pérdida de contacto con el exterior, definen sustancialmente un régimen de vida artificial a que es sometido el recluso y que sustituye al entorno natural en el que hasta entonces se había desarrollado.
Las instituciones totales se caracterizan, además, por el uso de sistemas de mortificación y de privilegios. La mortificación, fundamentalmente mediante la separación del exterior y por medio de procesos de desfiguración y contaminación, produce cambios progresivos en las creencias que el sujeto internado tiene sobre sí mismo y sobre los otros significativos, actuando como una mutilación del yo (cfr. ob.cit.:26-ss). Una desorganización del yo que es, a su vez, complementada por la institución, al proporcionar un nuevo marco de referencia para la reorganización basado en un sistema de privilegios propio de las instituciones totales. Así, los castigos y privilegios son modos de organización inherentes a las instituciones totales que se articulan en un sistema de tareas internas. De este modo, "su consecuencia más general es conseguir la cooperación de personas que a menudo tienen motivos para no cooperar" (ob.cit.:61), idea que será posteriormente desarrollada por diversos autores (Bergalli, 1986; Pavarini, 1987; Garcia-Borés, 1993b) al presentar el tratamiento penitenciario como instrumento disciplinario. La caracterización que realiza Goffman puede resumirse con su afirmación de que las instituciones totales "son los invernaderos donde se transforma a las personas, cada una es un experimento natural sobre lo que puede hacérsele al yo" (ob.cit.:25).
Cuatro décadas después, las drásticas afirmaciones de Goffman son mantenidas por algunos autores y aliviadas por otros. La controversia no se refiere tanto a la descriptiva de los procesos como a los efectos sobre el recluso. En cualquier caso, el internamiento en una institución cerrada implica una fuerte transformación del estilo de vida del sujeto, una drástica limitación de su libertad de acción, una amplia regulación externa de su propia vida, y todo ello, en contra de su voluntad. Bergalli lo expresa del siguiente modo:
"el ingreso de un individuo en una institución penitenciaria se traduce en la deposición forzada de su propia determinación; en adelante, serán otras personas las que dispondrán de cada minuto de su vida. Los internos de tal tipo de establecimientos comienzan por sufrir un aislamiento psíquico y social de las personas de su relación; luego pierden la posibilidad de ejercer cualquier rol social. Finalmente todas las alternativas de satisfacer sus necesidades sociales, y materiales, como la movilidad psíquica y social, son reglamentadas y minimizadas" (Bergalli, 1980:276).
Lo que en definitiva supone todo ello se refleja bien en las palabras de Foucault: "el aislamiento de los condenados garantiza que se pueda ejercer sobre ellos, con el máximo de intensidad, un poder que no será contrarrestado por ninguna otra influencia" (Foucault, 1986:240). Como puede apreciarse, estas descripciones encajan perfectamente en la denominación de institución total. Cabe tener en cuenta que dicha denominación y caracterización se refieren, fundamentalmente, a lo que hoy en día son el régimen cerrado y el ordinario. Lógicamente no se ajustan al régimen abierto, puesto que en él se restablece el contacto con el exterior (aunque en esta situación se encuentra la menor proporción de reclusos). A pesar de todo, también en este régimen abierto permanecen algunas de las características carcelarias, en especial las referidas a la programación de actividades, el amplio control de la vida del preso y la estrategia premio/castigo.
Desde estos planteamientos, Goffman expone un amplio conjunto de consecuencias que describen exhaustivamente el impacto de la cárcel sobre el sujeto internado (ver ob.cit.:26-ss.) y que se sintetizan a continuación:
a) Desculturación, que incapacita al sujeto a adaptarse posteriormente a la sociedad libre por la pérdida del sentido de la realidad "normal", debido a la pérdida de contacto con el mundo exterior a la prisión y a la violación de la autonomía del acto.
b) Mutilación del "yo", por las distintas condiciones de las instituciones totales: la separación del desempeño de los roles sociales; el despojo de pertenencias; la desfiguración de su imagen social habitual; la realización de indignidades físicas (cacheos, inspecciones rectales, etc); los actos verbales continuos de sumisión; la violación de la intimidad, tanto de los hechos de su vida, como por la observación constante; las relaciones sociales forzadas; la misma omnipresencia de otros; la exposición humillante ante familiares; la privación de relaciones heterosexuales; el aislamiento físico, afectivo y social.
c) Alta tensión psíquica, por el conjunto de condiciones antes descritas.
d) Creación de un estado de dependencia (de tipo infantil), con pérdida de la volición, autodeterminación y autonomía, debido a la exhaustiva programación de la existencia en el establecimiento, que tiene una fuerte incidencia negativa en la identidad del sujeto.
e) Sentimiento de tiempo perdido, malogrado, robado. Para superarlo, al faltarle al interno las válvulas de escape propias de la vida civil, puede desarrollar actividades de distracción, homosexualidad, fantasía, etc.
f) Producción de una actitud egoísta, de ensimismamiento, pues focaliza la atención en su especial existencia.
g) Estigmatización, como categorización social del atributo de ex-recluso con el consiguiente rechazo por parte de la sociedad[6]
Desde la misma perspectiva de la cárcel como institución total, Kaufmann también sintetiza las consecuencias más detectables: "falsa actitud de adaptación, dependencia en el establecimiento de los múltiples poderes y fuerzas, por medio de lo cual se pierde más y más la mismidad del interno, así como pérdida de la realidad y contacto hacia afuera. Que semejantes realidades corresponden a la ejecución cerrada debiera quedar fuera de discusión" (Ob. cit.:78). Por otra parte, puede apreciarse que los enfoques clásicos de Clemmer y de Goffman, a pesar de su distinta naturaleza, no son fenomenologías dispares sino combinables, tal como lo demuestra Baratta realizando un examen conjunto de ambos procesos como fenómenos inherentes al encarcelamiento:
"ante todo, el de la desculturización, esto es, la desadaptación a las condiciones que son necesarias para la vida en libertad (disminución de la fuerza volitiva, pérdida del sentido de autorresponsabilidad desde el punto de vista económico y social), la incapacidad para aprehender la realidad del mundo externo y la formación de una imagen ilusoria de él, el alejamiento progresivo de los valores y modelos de comportamiento propios de la sociedad exterior. El otro punto de vista, opuesto pero complementario, es el de la culturización o prisionización. En este caso se asumen las actitudes, los modelos de comportamiento y valores característicos de la subcultura carcelaria." (Baratta, 1986:194-195).
Con todo, uno de los factores más importantes, que median en la trascendencia que el internamiento tenga sobre el preso, es la forma de afrontar el encarcelamiento, la actitud que éste tome frente a la situación. El mismo Goffman propuso una distinción entre cuatro modos de adaptación a las condiciones de vida de las instituciones totales. Son los siguientes (ver Goffman, 1970a:70-74):
a) Regresión situacional, consistente en la evasión psicológica ante la situación.
b) Intransigencia, o enfrentamiento con la prisión, desafío y negación a colaborar con la institución.
c) Colonización o integración en el mundo de la prisión, pudiendo incluso realizar actos para evitar salir de ella.
d) Conversión, que supone que el interno acepta la institución y sus propósitos, convirtiéndose en recluso con el que la institución puede contar.
Según Goffman los internos pueden, y es lo más frecuente, variar de estrategia utilizada o combinar varias de éstas. Se trata pues, de opciones tendenciales. Asimismo, se refiere a mecanismos de adaptación secundaria, que consisten en acciones que sin ir dirigidas contra el personal, permiten a los reclusos hacerse con placeres prohibidos, o no prohibidos, mediante medios prohibidos. Se trataría, pues, de "hacer un juego astuto", una especie de combinación oportunista de ajustes secundarios, conversión, colonización y lealtad al grupo, que tiende a dar a cada interno el máximo de posibilidades de salir física y psíquicamente indemne (cfr. ob.cit.:73). Valverde (1991) comparte esta interpretación cuando se refiere a la lucha por la supervivencia, simplificando a dos los modos de adaptación frente a la institución: la sumisión o el enfrentamiento. En la misma línea, Manzanos Bilbao (1991) considera también que, en definitiva, hay dos opciones:
a) La sumisión, modo de integración normalizado o comportamiento adaptado a la disciplina penitenciaria, mediante el cual se obtienen premios, recompensas o beneficios. Ello "va unido a la escasez y desigualdad de oportunidades de acceso a ellos, y por tanto, a la necesidad de mantener posiciones privilegiadas para disponer de ellos. Por lo cual a la sumisión hay que añadir la competencia y la insolidaridad entre los presos…" (ob.cit.:229).
b) La eliminación, modo de integración divergente o comportamiento inadaptado a la disciplina. Esta eliminación pasa por "un proceso de acción coactiva progresiva e incisiva sobre él" (ob.cit.:230), lo que supone la no otorgación de beneficios, la aplicación de medidas de castigo, mayor número de actos de control, etc.
Si bien, ciertamente, los modos de adaptación pueden simplificarse a estas dos formas, es interesante resaltar que los cuatro tipos de Goffman enriquecen ostensiblemente el análisis, ya que parecen ajustarse perfectamente a cuatro posturas actuales. La regresión situacional refleja muy bien el recurso de la drogadicción y la extendida frase de "día volado, día menos de condena"; la intransigencia, que parece menos frecuente que en otros momentoso; la colonización, que incluiría el proceso de prisionización, de adopción de lo carcelario como modus vivendi propio; la conversión, como efecto aspirado por la institución, aunque interpretado por ésta como evolución favorable del interno.
Otros efectos descritos.
De entre otros estudios clásicos sobre las consecuencias del internamiento en prisión destacan los trabajos de Sykes (1958), quien encontró que el encarcelamiento producía un incremento de la ansiedad en los encarcelados, así como importantes problemas en torno a la propia imagen y autoestima, debido a que la condena efectiva de privación de libertad conlleva una condena moral, al presentar a la persona como alguien no aceptable moral y socialmente. También destaca una afectación sobre el yo por la privación material en una cultura como la occidental, o como lo describe Munné: "precisamente en sociedades de consumo en las que los objetos han sido ensalzados a la categoría de status symbols" (1988:233).
Otro área importante es la que ha intentado detectar efectos propiamente psicológicos, llegando los diferentes estudios a resultados contradictorios. En efecto, algunos autores se expresan con taxatividad al señalar que los "exámenes clínicos realizados mediante los clásicos test de personalidad han mostrado los efectos negativos del encarcelamiento sobre la psique de los condenados y la correlación de estos efectos con la duración de éste" (Baratta, ob.cit.:194); o Pinatel (1969a), al presentar como efectos psicológicos el desarrollo de ansiedad, depresión, hipocondría, ideas de suicidio, así como un empobrecimiento general de los repertorios de conducta. Sin embargo, son diversos los estudios que llegan a conclusiones contrapuestas sobre el deterioro cognitivo, las alteraciones de la percepción, la ansiedad y, en general, sobre un posible deterioro mental generalizado.
En su revisión del tema, García (1988) afirma que hay un amplio acuerdo sobre la alta frecuencia de depresión y tendencias al suicidio en los encarcelados (1988:147). El mismo autor recoge la aportación de Sluga, quien realizó una investigación psiquiátrica en 79 prisiones con internos con larga estancia en prisión, estableciendo como conclusión el síndrome funcional de separación, reversible y caracterizado por cambios regresivos en el modo de vida, mecanismos de defensa neuróticos, dificultad para el contacto social y considerable pérdida del sentido de la realidad, bordeando en ocasiones los estados prepsicóticos.
Tal vez uno de los estudios más completos sea la amplísima revisión sobre los efectos del encarcelamiento de Bukstell y Kilmann (1980), quienes llegan a diversas conclusiones. En cuanto a las variables de personalidad no existe acuerdo entre los resultados obtenidos por los distintos investigadores. Las pocas conclusiones comunes se pueden sintetizar del siguiente modo: el nivel de ansiedad es elevado en el ingreso en prisión, luego desciende y vuelve a subir hacia el final de la estancia en la misma; se produce una externalización progresiva del locus de control, dada la planificación y control exhaustivos del comportamiento por parte de la institución; el nivel de autoestima desciende en los reclusos primarios, mientras que mejora en los que han estado encarcelados en varias ocasiones; se detecta asimismo un incremento de la hostilidad. De los trabajos con el MMPI no pueden extraerse conclusiones uniformes, puesto que unos empeoran, otros no resultan afectados y otros incluso mejoran. Y, en cuanto a las funciones perceptivas y cognitivas, los resultados tampoco son concordantes, pero en general no puede asegurarse un deterioro en las funciones perceptivas y cognitivas debidas al internamiento (cfr. ob.cit.:470-ss.).
Dejando de lado la controversia sobre las alteraciones estrictamente psicológicas y yendo al impacto psicosocial del internamiento, parece preciso resaltar un estudio experimental sobre los efectos en presos y funcionarios, realizado por Zimbardo y otros (1975). Se simuló una prisión, se seleccionaron estudiantes voluntarios de clase media y emocionalmente estables, y se reprodujo los procedimientos típicos de la entrada y estancia en la cárcel[7]Munné (1988) sintetiza los resultados de este impactante experimento:
A partir de las condiciones experimentales, en los sujetos presos surgió "un sentimiento de destino común y de desindividuación o anonimato. Y el tener que pedir permiso para llevar a cabo actividades cotidianas tales como ir al servicio, fumar o escribir una carta les creó una dependencia casi infantil. En cuanto a los guardianes, también quedaron en el anonimato gracias a que todos vistieron un uniforme igual, tenían un idéntico tratamiento y emplearon porras, silbatos, esposas y llaves de la prisión como símbolos de poder. A pesar de ser todos los sujetos personas estables emocionalmente, (…) se desarrolló una contagiosa patología emocional, que provocó rápida y fácilmente un comportamiento sádico entre ellos. Aparecieron alteraciones tempoespaciales. Los presos estaban preocupados de una manera obsesiva por la supervivencia inmediata. Esto alteró su valoración del tiempo-espacio. Constantemente se referían a temas relativos al presente vivido y a sucesos del interior del recinto carcelario. También los guardianes se mostraban preocupados, con obsesión, por el presente. Los guardianes sintieron además una necesidad progresiva de controlar a los presos, lo que provocó una escalada de poder el cual era ejercido cada vez de un modo más arbitrario. Paralelamente, emergió una dinámica particular entre el grupo de guardianes y el de los presos. Aquéllos cada vez se mostraban más agresivos y caían en un visible autoengrandecimiento y éstos eran más pasivos y se autohumillaban. Los primeros aumentaban su dominio y control mientras que los segundos se sumergían más en un estado depresivo con pérdida incluso de la esperanza". (Ob.cit.:236-237).
A pesar de las limitaciones propias de las situaciones experimentales, este estudio presenta una nueva confirmación sobre algunos de los efectos antes descritos, muestra la celeridad en la manifestación de los mismos y enfatiza la asunción de roles antagónicos entre presos y vigilantes que tiende a producirse en el contexto penitenciario.
Otras perspectivas son planteadas por los distintos autores. Se han estudiado también los efectos propios de las condiciones ambientales, especialmente en el tema del hacinamiento. Según Pol (1981), el hacinamiento fuerza al desarrollo de conductas adaptativas de matiz patológico, favoreciendo el incremento de conductas neuróticas. Directamente aplicado a prisiones, Cox, Paulus y McCain (1984) llegan a la conclusión de que de las condiciones de hacinamiento que en ellas se producen se deriva una mayor proporción de muertes, infracciones disciplinarias y comportamientos psicopatológicos, llegando Atlas (1984) a conclusiones muy similares después de su revisión de diversas investigaciones[8]
Más recientemente y en el ámbito estatal, algunos autores también se han dedicado al estudio de los efectos del encarcelamiento. En su exposición de los sufrimientos psicológicos del preso, Caballero (1986) destaca algunos de los ya mencionados, como el rechazo de la sociedad al aislarlo de la comunidad libre, las privaciones físicas y materiales, la privación de relaciones heterosexuales o el amplio control ejercido por los guardianes. Por otra parte, enfatiza el sufrimiento derivado de la obligatoriedad de vivir con otros presos. Dentro de la misma linea de trabajos descriptivos, Valverde (1991) se refiere a las consecuencias del internamiento desglosándolas en dos bloques. Por una parte, las consecuencias somáticas, destacando alteraciones de la visión, audición, gusto y olfato como problemas sensoriales. De otra parte, se refiere a las consecuencias psicosociales: adaptación al entorno anormal de la prisión; alteración de la sexualidad; ausencia de control sobre la propia vida; estado permanente de ansiedad; ausencia de expectativas de futuro; ausencia de responsabilización; pérdida de vinculaciones; alteraciones de la afectividad (sensación de desamparo y sobredemanda afectiva); y, anormalización del lenguaje[9]
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