Resumen
La identidad como construcción cultural ha sido ampliamente abordada por los científicos sociales, ubicándose en una larga y respetable travesía epistemológica; desde la noción de identidad como expresión de pertenencia a una nación o cultura, -recreada por la Antropología, con el reconocimiento de la diversidad cultural y la identidad étnica- hasta la noción de identidad como expresión de la conciencia de mismidad. Entre ambas posiciones extremas se impone una postura intermedia, aunque ubicada en los enfoques microsociales, relacionada con la comprensión de identidades diversas en las que puede ser categorizado un mismo individuo; estas últimas miradas a la identidad, han sido desarrolladas por la Psicología y en menor medida por la Sociología. Para el presente estudio concedemos mayor significación a los enfoques microsociales pues facilitan la comprensión de la identidad como proceso activo de construcción del posicionamiento social y recreación del universo simbólico en individuos y grupos sociales, desde sus dinámicas relacionales. Desde este punto de vista reconocemos la postura sociológica en la comprensión microsocial de la identidad.
Palabras clave:
Identidad, cultura, posición social, estructura social, socialización, acción social, diversidad, grupos sociales.
La noción de identidad, igual que la de cultura, ha sido ampliamente abordada en el campo de las Ciencias Sociales, lo que demuestra que la reflexión en torno al tema de identidad no es nueva, sino que se inscribe en una respetable tradición construida desde las aportaciones realizadas por la Antropología, la Sociología y la Psicología Social.
La mirada antropológica sobre la identidad tiene su fuente en el reconocimiento de la diversidad cultural; en consecuencia muchos teóricos esgrimen el etnocentrismo como recurso para la impermeabilidad y supervivencia de las culturas. Una de las pretensiones fundamentales de la Antropología, desde los tiempos de Tylor, ha sido el de la descripción y comprensión de los modos y estilos de vida en las sociedades, especialmente aquellas consideradas diferentes de la cultura occidental. Con estos propósitos se desarrollan varias teorías que intentan explicar la existencia de la diversidad cultural, desde la concepción de la unidad nacional, hasta la unidad grupal y comunitaria, a partir de sus estados evolutivos, lenguajes, prácticas sociales, parentesco, estructura social, formas de organización social, entre otras.
Lo común en la variedad de enfoques antropológicos para el estudio de las culturas ha sido el interés por las particularidades que las hace únicas y diferentes. La distinción en los enfoques antropológicos sobre la identidad ha sido la recreación de los conceptos de grupo étnico e identidad étnica, los que no han atravesado el largo camino de su consolidación como conceptos sin francas contradicciones epistémicas entre los principales autores que la abordan.
Uno de los autores más significativos en el tema es sin dudas Frederick Barth (1978), quien al formular un concepto de grupo étnico, lo concibe más como tipo de organización social que como unidad cultural, mostrando que la identidad étnica no puede ser reducida a las formas culturales y sociales, pues las diferentes formas de organización social denotan diferentes formas de expresión de la identidad. De esta manera los grupos étnicos son portadores de identidad étnica, cuya delimitación está asociada a autocategorización (autoatribución) y a la heterocategorización (atribución por los otros).
En torno a la relación que existe entre los conceptos de identidad y grupo, tal y como apunta Fredrik Barth, se destaca el carácter particularmente simbólico de la misma, condicionado por la interacción de los grupos y la sociedad en general, con aspectos específicos la cultura, en función de las diferencias en la participación, los intereses y las identificaciones de los mismos en los procesos sociales y culturales; "…la identidad se erige en símbolos del pueblo que la comparte, y no necesariamente con toda la cultura. Por tanto, la identidad existe por identificación con un sistema de valores y creencias determinadas, que se hallan insertos en una cultura pero que no deben, necesariamente, ser compartidos por todos los miembros de la misma" (Fredrik Barth, 1978: 80).
No obstante esta tradición epistémica de los estudios antropológicos, en las sociedades contemporáneas se dificulta la demostración de las diferencias culturales. En tiempos de globalización cultural, con la avalancha de tecnologías que facilitan el intercambio cultural, las particularidades se hacen cada vez más difusas, sin negar su existencia. "Podríamos estar ante un mundo en el que, sencillamente ya no existan cazadores de cabezas, matrilinealistas o gente que predice el tiempo a partir de las entrañas de un cerdo. Sin dudas la diferencia permanecerá – los franceses nunca comerá n mantequilla salada- pero aquellos buenos tiempos de canibalismo y de la quema de viudas se fueron para siempre " (Clifford Geertz.1996:68).
Los argumentos de Clifford Geertz nos sitúan en la comprensión de una diversidad cultural existente, pero cada vez más difusa, cuya complejidad entraña mayores retos en la delimitación de las unidades culturales para los actuales investigadores; también nos ubica en una mirada crítica hacia la valoración dicotómica del etnocentrismo.
Por una parte "el peligro" del etnocentrismo radica en la tendencia a la exclusión de grupos sociales y comunidades con sistemas de valores y prácticas sociales "diferentes". En función de la intolerancia, o la indiferencia hacia formas culturales distintas, en la historia de la humanidad se registran hechos de represión, invasión y destrucción de los valores que sostienen una cultura, o a la sociedad que la practica, distinguida por sus particularidades con respecto a la pretendida cultura occidental homogénea, impuesta desde los centros de poder.
Por otra parte el valor del etnocentrismo, en opinión de Geertz, radica en la garantía de la diversidad misma. La permanencia etnocéntrica de la diferencia constituye, desde este punto de vista, la base para la resistencia cultural frente a las tendencias homogeneizantes de la globalización; " tal libertad llevaría a un mundo, cuyas culturas fervorosamente partidarias unas de otras, solo aspirarían a glorificarse mutuamente en tal confusión, que cada una de ellas perdería todo el atractivo que pudiera tener para las demá s, así como su propia razón de ser ( ) no solo es una ilusión que la humanidad pueda librarse por completo del etnocentrismo, o incluso deba preocuparse de hacerlo, sino que no sería nada bueno si así se hiciera" (Clifford Geertz.1996:68).
Si aplicamos este discurso, desde un enfoque micro social, a las dinámicas comunitarias y grupales, comprenderíamos entonces que, a este nivel, las diferencias son mucho más difusas pero al mismo tiempo las delimitaciones de los grupos sociales y comunidades se logran a partir de estas "delgadas" y sutiles diferencias.
En el caso cubano por la imperceptibilidad de los límites que demarcan las unidades culturales a escala micro social algunos investigadores tienden a confundir diferencias culturales con diferencias sociales, si tomamos como referencia las pretendidas diferencias culturales entre lo urbano y lo rural, las diferencias entre lo que se considera centro o periferia urbana, incluso las diferencias culturales entre regiones del país.
Cabría cuestionar la existencia en este contexto de grupos y comunidades culturales, y si su clasificación no obedece a un espíritu etnocentrista desde las instituciones con voluntades manifiestas de preservación de las tradiciones culturales de grupos y comunidades, cuando los límites visibles que contribuyen a una definición de éstos como unidades culturales pueden ser socioestructurales y socioeconómicas. No obstante reconocemos que la tradición contribuye a la configuración de formas específicas predominantes del comportamiento y de los modos de pensar de los diversos grupos sociales.
Estos modos de hacer y de pensar, ejecutados sobre la base de valores, criterios y puntos de vista codificados; entendidos, evaluados y asumidos por los grupos, no solo constituyen una vía validada para la reafirmación, en el presente y el futuro, del sistema simbólico portado por las generaciones en los niveles macro y micro sociales, sino que se induce desde un sentido creativo, reconfigurativo, en la medida que permite la adaptación a un entorno sociocultural nuevo, diferente o cambiante, ello permite la distinción y la reafirmación de los grupos sociales como tal.
Al comprender la identidad cultural desde los enfoques contrapuestos, macro y microsociales, podemos comprender que el elemento común, en ambos niveles de análisis, es el movimiento, el cambio del sistema simbólico que sustenta la identidad. Puede ser observable en el nivel macro que esta dinámica se manifiesta con mayor lentitud al estar influenciada por los hechos históricos, económicos y políticos.
En el contexto microsocial la identidad en movimiento se torna mucho más visible, al estar en relación con las dinámicas cotidianas de los individuos y grupos sociales implicados, los que se desplazan a partir de las migraciones o desde la propia movilidad social, de grupos ocupacionales, de estratos sociales, de los cambios en las representaciones sociales de género y de las generaciones, las que incorporan nuevas significaciones a las relaciones sociales acorde al momento histórico concreto.
La cultura como sistema simbólico complejo construye y define la identidad portada por los individuos y grupos que pertenecen a una sociedad determinada, moldea los comportamientos individuales y grupales en los ámbitos privados, públicos y sociales, a partir de la configuración y resignificación de códigos y normas sociales que tienen su espacio en el entramado de las relaciones sociales."Compartir una cultura presume cierta complejidad que únicamente los individuos socializados dentro de una misma cultura pueden comprender" (Guibernau.1995:111).
Partiendo de esta valoración podemos plantear que la identidad cultural solo es internalizada por los individuos en un complejo proceso de socialización. No basta el aprendizaje consciente o inducido de los componentes esenciales de una cultura – como el lenguaje – para ser considerado inserto en una cultura en particular, tanto por el propio individuo o por los grupos sociales que pretenden su integración, como por los portadores originarios de los códigos, normas y símbolos culturales en cuestión.
Insertarse en un contexto cultural determinado implica la comprensión e incorporación de la amplia gama de significados conferidos a los códigos, normas y expresiones diversas contenidas en las estructuras sociales, y que se exteriorizan fundamentalmente en el discurso cotidiano de los actores sociales que lo portan. Por ello en el proceso de construcción de la identidad con respecto a una forma cultural determinada no basta la voluntad de aprendizaje, es imprescindible la implicación dinámica de los sujetos en el proceso de socialización que la construye y la reproduce. Al respecto nos dice Guibernau: "Aprender una lengua extranjera ni mucho menos conlleva la integración del individuo en la cultura. La lengua es un instrumento necesario, pero solo después de un largo proceso los individuos adquieren la capacidad de comprender el significado implícito en las palabras, expresiones y ritos. Esta complicidad a la creación de una conciencia común y al desarrollo de lazos de solidaridad entre los miembros de un grupo determinado" (Guibernau.1995:111).
La identidad como construcción cultural que delimita los grupos sociales, comunidades y sociedades permite el posicionamiento social de los individuos que la comparten. Poseer identidad con una nación, con un sistema social o político, con un estrato o clase social determinada, permite el reconocimiento de la pertenencia y participación de los individuos en las complejas redes de relaciones sociales; de ahí su valor y función sociológica fundamental.
La consolidación del posicionamiento social de los individuos se logra a partir de lo que consideramos sean requisitos funcionales de la identidad cultural: por la internalización del sistema simbólico portado y expresado por las estructuras sociales; por el reconocimiento social de este posicionamiento, dentro de los límites fijados por las instituciones y los grupos sociales portadores; y por último, por su expresión solo dentro de los límites de las estructuras sociales que definen, organizan, reproducen y expresan los signos y símbolos culturales que les son inherentes.
El individuo en su dinámica relación con la sociedad busca constantemente -pues es una necesidad social- identificarse con los espacios o estructuras socializantes con las que interactúa en la vida cotidiana. Esta idea nos permite refutar la noción de la identidad cultural como hecho social homogéneo y estático, en cambio facilita la comprensión de la identidad desde la diversidad cultural y la heterogeneidad social. La cultura no es tan homogénea desde su dimensión macro social, ni siquiera cuando se emplea en la delimitación de lo nacional y lo étnico; aun en estos niveles se presenta como un proceso de reconstrucción permanente de pautas de pensamiento, emoción y conducta.
Las ideologías que sustentan la identidad cultural de una nación se reconfiguran en función del momento histórico y de la modificación del discurso de las clases sociales en el poder. Así, algunas pautas del discurso cultural dominante pasan a ser secundarias y otras minoritarias se convierten en hegemónicas; en segundo lugar porque en las sociedades modernas, y mucho más en las ciudades, se abren cada vez más los espacios de socialización e interacción social, por lo que los individuos interactúan en varios y diversos escenarios sociales, y en cada uno necesitan fijar sus posiciones sociales y reconfigurar su sentido de pertenencia, su identidad.
Desde las estructuras sociales se generan discursos que legitiman las funciones y el posicionamiento en el sistema social, que son asumidas por los individuos, regularmente por su difusión desde el liderazgo, construyendo su historia y sistema de normas.
El planteamiento recurrente en muchos autores de que la identidad cultural es construida desde las dinámicas discursivas de las estructuras sociales pudiera constituir un punto de apoyo para el reconocimiento de un enfoque sociológico de identidad, el cual está implícito en autores como Montserrat Guibernau y Manuel Castells. "Es fá cil estar de acuerdo sobre el hecho de que, desde una perspectiva sociológica, todas las identidades son construidas…" (Castells 1998: 29).
Desde el enfoque macrosocial de la identidad cultural, presente fundamentalmente en las investigaciones antropológicas, se hace recurrente su correlato con la noción de identidad nacional o étnica. La referencia a la unidad cultural de un estado-nación, no debe ser confundida en modo alguno con el nacionalismo, cuyo discurso presupone la legitimación de la unidad política a partir de la unidad étnica, lo que invisibiliza, excluye o incluso reprime la diversidad cultural y la heterogeneidad social, sea desde el punto de vista religioso, político, de género, de prácticas culturales, de formas de asociación y organización social, de estratificación, entre otras.
En consecuencia podemos referirnos a identidades culturales diversas sin perder la mirada macro social: identidad política, referida al reconocimiento y participación de los grupos y los individuos dentro del sistema sociopolítico inherente al estado-nación –aunque en este sentido guarda relación con la noción de identidad nacional-; identidad territorial, referida al hecho de asumir y compartir los referentes culturales inherentes a un área residencial determinada, independiente de su tamaño, lo que puede ser tan abierto y dinámico como el propio concepto de comunidad (en este caso el elemento que permite su delimitación conceptual está asociado al sentido de pertenencia a una zona residencial delimitada por sus límites físicos y no simbólicos); identidad comunitaria, referida a los lazos culturales que cohesionan a los grupos sociales a partir de la memoria histórica o de prácticas culturales específicas, más allá de los límites físicos o territoriales.
En este sentido las nociones de identidad territorial y comunitaria poseen puntos de contacto con las nociones de identidad nacional, étnica, política e histórica. En este orden pueden ser valoradas otras formas macrosociales de manifestación de la identidad cultural, referidas al género, las generaciones, las historias locales y regionales, las clases o los estratos sociales, y las formas socioeconómicas y socioculturales que demarcan los límites entre lo rural y lo urbano. Para aproximarnos a la definición de la identidad como proceso de construcción simbólica partimos de la propuesta de Guibernau (1995:112), "la continuidad en el tiempo y la diferencia con respecto a los otros", quien considera estos dos principios como regularidades fundamentales, tanto en la comprensión como en su expresión práctica de la identidad.
Guibernau enfatiza en la identidad nacional como forma macrosocial de expresión de la identidad cultural, a partir de la concepción de la nación como entidad histórica, cuya continuidad depende en gran medida de su proyección futura desde la reproducción de la herencia cultural por generaciones. En este orden asumimos la opinión de que la reproducción de la memoria histórica como herencia cultural de una nación también está sujeta a cambios en relación con los procesos de reconfiguración de los valores y la ideología que la sustenta, incorporando nuevos referentes simbólicos y quedando otros en desuso por su descontextualización histórica, acorde a los cambios socioculturales, socioeconómicos y sociopolíticos.
Si bien el proceso de internalización de los componentes de una cultura, por parte de los individuos que en ella participan, y su consecuente derivación en identidad cultural de los grupos sociales, comunidades y naciones, sostiene como principio o propiedad inherente su extensión en el tiempo y la significación para el sujeto de las experiencias vividas; también ha de tenerse en cuenta que dicho proceso no ocurre sin cambios sustanciales en consecuencia a las nuevas experiencias vividas y las nuevas significaciones que los sujetos de las generaciones incorporadas le asignan a las relaciones sociales.
En consecuencia a estos argumentos anteriores proponemos la inclusión de un tercer criterio definitorio de la identidad cultural, el cual estaría referido a la reconfiguración, pues nos permite comprender el proceso en movimiento desde las dinámicas sociales, más allá de su cronificación. Este concepto indica el modo en que la identidad como construcción simbólica es asumida, internalizada y objetivada por los individuos y grupos sociales con la incorporación de nuevos referentes simbólicos, sea con la sucesión de las generaciones, la movilidad social, las migraciones o los cambios económicos, políticos e históricos.
Los enfoques sociológicos sobre identidad no distan significativamente de los antropológicos. Los sociólogos que incursionan en el tema utilizan con frecuencia las nociones acuñadas por la antropología como el de identidad étnica, en sus asociaciones con el multiculturalismo y la diversidad cultural; no obstante la génesis de los enfoques sociológicos en el abordaje de los procesos de construcción y reproducción de las identidades puede encontrarse en su relación con las representaciones colectivas. La tesis que subyace en este sentido es que las colectividades construyen y atribuyen significados diversos a sus experiencias cotidianas, y ello ocurre desde el contexto de interacción y de las categorías sociales en las que se insertan los individuos y los grupos sociales.
Por ello consideramos a Emile Durkheim como precursor de los estudios sociológicos de identidad, en su dimensión macrosocial. La noción de representaciones colectivas de Durkheim refiere el conjunto de normas y valores de colectividades específicas, como la familia, la ocupación, el estado, las instituciones educativas y religiosas. Este concepto asociado al de hechos sociales inmateriales,- externos al individuo- denota la posición estructuralista de Durkheim al explicar la relación del individuo con la sociedad. Por tanto no sería pertinente su utilización para explicar, desde dimensiones microsociales, el proceso de construcción y expresión de significados de la vida cotidiana que sostienen los individuos y grupos sociales, y que son recreados desde sus prácticas discursivas.
Las representaciones colectivas, desde dimensiones macrosociales y estructurales trascienden al individuo, incluso desde esta posición se ignora al individuo. La limitación inherente al concepto radica en no reconocer el papel activo de la subjetividad en las particularidades contextuales de los procesos y estructuras sociales, aun cuando admita la relación entre conciencia colectiva1 y conciencia individual. Además del concepto de represtaciones colectivas, nos detenemos en otro concepto que, en nuestra opinión, ubican a Durkheim como precursor de los estudios sociológicos macrosociales de identidad, nos referimos a la noción de corrientes sociales, entendidas estas como el conjunto de significados que comparten intersubjetivamente los miembros de una colectividad -entiéndase su aplicación a las nociones de sociedad, comunidad y grupos sociales, además de su relación con la identidad como forma de expresión de la ideología- que en modo alguno puede ser abstraído del individuo, en tanto no puede existir fuera de la conciencia individual, si no es internalizada y externalizada por este el proceso de socialización.
La aplicación de las contribuciones de Durkheim a la conceptualización sociológica de la identidad, desde dimensiones macrosociales, puede ser comprendida en síntesis desde la noción de la identidad como conjunto de significados diversos que se derivan del sistema de normas y valores inherentes a las estructuras sociales heterogéneas.
Su aplicación a los enfoques microsociales es posible si se valorase como el conjunto de significados compartidos que los actores le confieren a los hechos y procesos sociales, desde la especificidad de las experiencias cotidianas de los grupos sociales e individuos y de los estratos sociales en los que interaccionan a saber: familia, grupos ocupacionales, grupos etáreos, género, áreas residenciales y comunidades.
No obstante las contribuciones iniciadas por Durkheim, la cuestión específica de las identidades ha sido preocupación de una sociología más cercana a los tiempos actuales, a partir de un creciente interés por explicar las dinámicas sociales de los grupos y sus clasificaciones o categorizaciones sociales. En este orden pueden ser relacionadas las investigaciones de Berger y Luckman, así como los trabajos de George Herbert Mead y Erving Goffman, quienes se relacionan entre los sociólogos contemporáneos que explican las dinámicas interrelaciones entre individuo y sociedad desde las nociones de las identidades como construcciones simbólicas, centrando la reflexión sociológica en los procesos de transformación de la identidad o las identidades en individuos, grupos y comunidades. En esta tendencia se destacan los aportes del sociólogo italiano Alessandro Pizzorno quien propone una noción de identidad en un sentido interactivo individuo-grupo. "… para poder determinar cuales son sus intereses y calcular costes y beneficios, el sujeto agente debe asegurarse de su identidad mediante la pertenencia a un colectivo unificador. De esta forma recibirá los criterios que le permitirá n definir sus intereses y dotar de sentido a su acción." (Pizzorno, 1986)2.
Partiendo de la propuesta de este autor, sostenemos que la autocategorización individual, el reconocimiento de la posición social de un individuo con respecto a las normas, solo es posible en el contexto de la autocategorización del colectivo al que se inserta, proceso que resulta, a la vez, heterocategorizante para el individuo.
Desde esta perspectiva las construcciones de las identidades en los individuos, los grupos y las instituciones, resulta un proceso activo de construcción y reconstrucción de significados, la configuración simbólica de lo social en el individuo depende de los marcadores que, para la conducta y la acción social, son fijados por los grupos y las instituciones, al tiempo que la consolidación de los identidades de los grupos e instituciones se logra a partir de los intereses y la acción de los individuos que en ella interactúan.
Acorde a la noción aportada por Pizzorno valoramos que el carácter social de los individuos, grupos e instituciones se define a partir de la identidad como construcción simbólica, de esta manera "lo simbólico" constituiría "definiendum" de "lo social", objetivado en las prácticas seriadas de los individuos y grupos sociales.
Las referencias al tema de la identidad desde enfoques sociológicos microsociales, guardan mayor relación con los establecidos por la psicología social que con los antropológicos. Esta particularidad radica en los aportes de la escuela de Chicago y en especial de George Herbert Mead, con el interaccionismo simbólico, cuyas contribuciones teóricas suelen enmarcarse más en el campo de la Psicología social que en el de la Sociología.
Entre los estudios de identidad propios de la Psicología han de destacarse los aportes de Erik Erikson, quien ha sido considerado por otros autores como pionero en la conceptualización de la identidad. Los aportes de Erikson, bien pueden ser ubicados en ambas dimensiones de análisis (macro-micro), pues dedica especial interés en demostrar la relación entre identidad e ideología (identidad psicosocial) y su derivación en una pluralidad de identificaciones, las que pueden ser agrupadas en tres niveles fundamentales: la personal o individual, denominada por Erikson como "somática"; la integración entre la experiencia personal y el comportamiento grupal y el social , referida a la participación de lo personal y lo grupal en un contexto histórico-geográfico determinado. En este sentido la identidad individual y las identidades diversas de los grupos sociales, poseen una determinante ideológica, en función de los valores en ellas implícitas.
Los enfoques psicológicos de identidad, centrados fundamentalmente en la explicación de los procesos de formación de la identidad individual, no escapan a la comprensión de su relación con la noción de identidades colectivas, en el sentido que ambas son socialmente construidas. Erik Erikson, como seguidor de las ideas de Freud, acuña la noción de identidad en las Ciencias Sociales, desde las posibilidades epistemológicas del psicoanálisis, partiendo de la explicación de este concepto desde la noción de crisis –por pérdida- de identidad en individuos que manifestaban malestar en torno a su posición en la vida social.
La alusión a personas que "sufren" por crisis de identidad, o por relativa "pérdida" de la misma, contribuye a perfilar la tesis de Erikson en torno a la necesidad humana del sentido de pertenencia y, en consecuencia, su importancia para la regulación del comportamiento. Desde este punto de vista la actuación cotidiana de los individuos se articula dinámicamente con las motivaciones, los intereses, los valores, las actitudes y los prejuicios; cuya continuidad, ruptura o modificación dependen en gran medida de las relaciones individuo-grupo e individuo-sociedad.
En la obra de Erikson prevalece la alusión a la conciencia de mismidad y la continuidad subjetiva del "yo", que supone un proceso de evaluación y cambio –de reconfiguración-, operado desde la propia percepción que el sujeto se forma de su pertenencia a un grupo determinado –o a varios- y a la sociedad. En este sentido el sujeto está en la búsqueda y construcción constante de las características que lo auto y hetrocategorizan; y que, como puntos de encuentro, lo enlazan a una tipología social y cultural determinada, de la cual se siente parte, o al menos pretende serlo. Así, el individuo satisface necesidades de arraigo y pertenencia a una estructura social particular, que también está en movimiento de pautas normativas, al tiempo que logra el equilibrio en cuanto a la percepción y el conocimiento de sí mismo.
El desarrollo posterior a Freud y Erikson de la perspectiva psicológica de la identidad, no trasciende la dimensión micro social de análisis; continúa con la reflexión en torno al "yo", "el sí mismo" –mismidad-, la existencia, la autoconciencia, la personalidad, el carácter, etc., lo que se avala en los registros de la percepción del "yo", como mecanismo de reconocimiento y autocategorización. No obstante la noción de identidad en los estudios psicológicos actuales incluyen la diversidad de identidades en relación a los espacios de socialización en los que pueda interactuar un individuo o un grupo social, de esta forma ocurre una conexión epistemológica ente los niveles micro y macro de análisis, resultando visible un enfoque de integración entre los mismos.
En este sentido subyace la proposición de que no existe una identidad grupal o comunitaria si las personas que integran esas estructuras no perciben de alguna manera la pertenencia a las mismas, desde su identidad personal, si no participan en la construcción o reconstrucción de esas identidades colectivas; al tiempo que las identidades personales son moldeadas por la pertenencia y participación de los sujetos en varias colectividades. A propósito plantea Erikson que "el término identidad expresa una relación mutua que conecta a la vez una persistente conciencia de mismidad y una persistente capacidad de compartir caracteres esenciales con otros."3
El proceso de socialización, mucho más abierto en las sociedades modernas, en las grandes y medianas urbes, ofrece un amplio espectro de categorías sociales en las que un mismo individuo puede ser incluido, las que a su vez constituyen identidades colectivas referentes a grupos, comunidades y estratos sociales; pero ello implica que la persona posea las características o condiciones sociales "apropiadas" para su inclusión en esos espacios de socialización e interacción. Sobre esta base el individuo, en función de consolidar una identidad particular en cada uno de los contextos de interacción, y sostener aun la conciencia de mismidad, se ve forzado a mantener en movimiento los referentes simbólicos que lo enlazan con estas estructuras, en un proceso de reconfiguración identitaria.
A modo de conclusión sostenemos que en las perspectivas epistemológicas, presentes en los estudios de identidad, persisten los enfoques contrapuestos macro y microsociales. En los enfoques macrosociales, desarrollados fundamentalmente por la tradición antropológica en los estudios de identidad se aprecia una determinación estructural de esta noción, a partir de construcciones histórico-culturales, a saber identidades culturales, nacionales regionales, identidades étnicas, sobre la base de construcciones tradicionales desde la memoria histórica, que imponen una categoría social o sentido de pertenencia a los individuos y las colectividades.
La noción de identidad étnica y su relación con la noción de grupos étnicos flexibilizan el enfoque macrosocial de identidad, al implicar el reconocimiento de la diversidad y el multiculturalismo como particularidades sociales de los grupos. En este sentido consideramos que los enfoques microsociales en los estudios de identidad, desarrollados en mayor medida desde la Sociología y la Psicología Social, facilitan la comprensión de los procesos de construcción y redefinición simbólica en los individuos y grupos sociales, y de sus dinámicas relacionales que pueden conducir a la reconstrucción o reconfiguración de la identidad.
Desde el punto de vista micro la identidad se puede comprender como un proceso activo de construcción de sentidos, de categorización social, en correspondencia con los diversos escenarios de interacción social en que se mueva el individuo; es decir, el sujeto está atravesado por varias identidades al mismo tiempo, identidades collage, (De la Torre.2001:137). Los individuos se reconocen dentro de los límites físicos o simbólicos de un grupo social solo si estas identidades son significativas para él, en correspondencia con las necesidades de integración y de reconocimiento social. Desde esta perspectiva de análisis es posible comprender la coexistencia de identidades diversas en un mismo contexto de interacción.
Desde este punto de mira nos acercamos al concepto de hibridación cultural aportado por Néstor García Canclíni para designar la pertenencia a múltiples identidades, mucho más en el amplio espectro de interacciones sociales y de socialización abierta en que se ubica un individuo en los tiempos actuales, lo que trasciende la noción de territorialidad de la identidad, aunque no siempre se presentan las identidades collage desde la noción de hibridación. El empleo del concepto de hibridación cultural resultan inoperante en el contexto cubano actual, pues aun cuando coexistan las diferencias culturales entre grupos y comunidades, estas solo resultan de la diversidad de significados asignados a las diferentes realidades sociales en las que se insertan los individuos y grupos; estas pueden ser observadas en las prácticas sociales de sus actores, más como referentes simbólicos diversos que como modos de vida o formas culturales particulares.
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