Comienza señalando Vallenilla Lanz, que la llamada Guerra de Independencia que se dio en Venezuela, como en el resto de la América Latina no fue tal, sino una Guerra Civil. La explicación resulta muy sencilla cuando se hace una comparación numérica. Al respecto, dice Vallenilla que:
"¿Cómo podría explicarse la prolongación de aquella guerra, la más encarnizada de Hispanoamérica, si nuestros próceres hubieran tenido que combatir únicamente contra los quince mil soldados que vinieron de España durante todo el curso de la guerra?".
Por eso, no para Vallenilla de hacer comparaciones cuando relata que después de la derrota sufrida por el español realista Monteverde en Maturín en el año 1813, sucumbiendo la poca tropa española que quedaba en Venezuela, desde ahí en adelante, apenas llegaron 1.500 hombres desde España para continuar la guerra. La inmensa mayoría de la población era venezolana para ese entonces. De un total de ochocientas mil personas que vivían en Venezuela, 120.000 eran de raza indígena pura; 62.000 esclavos negros; 200.000 criollos blancos; 406.000 pardos y, apenas, blancos europeos y canarios. Era imposible, que tan insignificante cantidad europea, pudiera de algún modo, enfrentarse a la población local.
Luego, la guerra se produce, porque una significativa parte de los blancos criollos eran partidarios de la referida independencia. Pero otra no menos importante, estaba a favor de los derechos de Fernando VII. La inmensa mayoría de los pardos y de las otras razas, estaban en contra del proceso emancipador. Por eso, Vallenilla indica lo siguiente:
"Hasta 1815, la inmensa mayoría del pueblo de Venezuela fue realista o goda, es decir, enemiga de los patriotas".
Haciendo referencia al historiador Restrepo, recuerda Vallenilla lo siguiente:
"A fines del año 13 ─dice más adelante─ ningún patriota podía habitar en los campos ni andar sólo por los caminos. Era necesario vivir en las ciudades y lugares populosos o marchar reunidos en cuerpos armados".
El mismo Libertador Simón Bolívar se quejaba amargamente de esta situación, y al ganar la batalla de Araure, en un manifiesto que hace desde San Carlos, dice lo siguiente:
"La buena causa ha triunfado de la maldad: la justicia, la libertad y la paz empiezan a colmaros con sus dones… Tenemos que lamentar, entre tanto; un mal harto sensible: el de que nuestros compatriotas se hayan prestado a ser el instrumento odioso de los malvados españoles. Dispuestos a tratarlos con indulgencia a pesar de sus crímenes, se obstinan no obstante en sus delitos, y los unos entregados al robo han establecidos en los desiertos su residencia, y los otros huyen por los montes, prefiriendo esta suerte desesperada a volver al seno de sus hermanos, y a acogerse a la protección del Gobierno que trabaja por su bien. Mis sentimientos de humanidad no han podido contemplar sin compasión el estado deplorable a que os habéis reducido vosotros, americanos, demasiado fáciles en alistaros bajo las banderas de los asesinos de vuestros conciudadanos".
Estas expresiones de Bolívar, hechas en el año de 1813 cuando realizaba su gloriosa campaña, fueron más dramáticas, en 1814 cuando por esta falta de solidaridad de sus compatriotas venezolanos, comienzan las derrotas y ve caer la República. En ese momento, afirma el Libertador:
"Vuestros hermanos y no los españoles han desgarrado vuestro seno, derramado vuestra sangre, incendiado vuestros hogares y os han condenado a la expatriación. Vuestros clamores deben dirigirse contra esos ciegos esclavos que pretenden legaros a las cadenas que ellos mismos arrastran. Un corto número de sucesos por parte de nuestros contrarios ha desplomado el edificio de nuestra gloria, estando la masa de los pueblos descarriada por el fanatismo religioso y seducida por el incentivo de la anarquía".
Las fuerzas militares enviadas por España, ellas por sí mismas, eran totalmente ineficaces para restaurar el orden colonial y doblegar a las autóctonas independentistas. Por ello, Vallenilla observa lo siguiente:
"La lucha entre los patriotas y los españoles enviados expresamente de la Península a sostener la guerra, no llena sino unas pocas páginas de nuestra historia. Los ejércitos de Morillo no podían de ningún modo enfrentarse, en un territorio y un clima como los nuestros, a aquellas montoneras heroicas, a aquellos formidables llaneros que atravesaban a nado ríos caudalosos cuando los europeos habían menester puentes. Estos pedían los alimentos a que estaban habituados y las asistencias todas de los ejércitos regulares, cuando los venezolanos comían carne sin sal, andaban desnudos y se curaban las heridas con cocuiza".
Por ello, no era de extrañar (según Vallenilla), que cuatro años después de haber llegado a costas venezolanas el ejército español de Morillo, el mismo estuviera reducido a menos de su tercera parte. El relato que nos trae Vallenilla de Morillo es trágico y espantoso cuando este último dice:
"La infantería europea que vino conmigo a Apure se ha disminuido en muy pocos días de marcha a una tercera parte, por las calenturas y las llagas, quedando el resto débil y sin fuerzas para continuar la fatiga en algún tiempo, no tanto por el sufrimiento de los ardores del sol y de marchar constantemente por barrizales y agua hasta la cintura, como por la falta de alimento que nunca ha sido más que carne, con falta de sal muchas veces, y siempre con la de toda clase de recursos…mientras que en los llaneros el equipaje no les estorba, porque todos están en cueros, y las subsistencias no les dan cuidados porque viven sanos y robustos con la carne; hacen movimientos rápidos y felices que no pueden evitarse por más esfuerzos que en las marchas hagan nuestros soldados. Los llaneros se arrojan a caballo desde la barranca del río, con la silla en la cabeza y la lanza en la boca, y pasan dos o tres mil caballos en un cuarto de hora como si pasasen por un ancho puente, sin temor de ahogarse ni perder el armamento ni la ropa…".
Esto por supuesto, grafica como el ejército español no hubiera podido sobrevivir por mucho tiempo en las regiones venezolanas, si no hubiera encontrado una enorme parte de la población que lo apoyara. El motivo era que la independencia estaba motorizada por una clase blanca propietaria de grandes fincas en Venezuela que no habían podido convencer a la mayoría de los venezolanos de la razón de la emancipación, que según Juan Germán Roscio en 1820 señala Vallenilla lo siguiente:
"A este paso llegaremos menos tarde al término que aspiramos, porque la España nos ha hecho la guerra con hombres criollos, con dinero criollo, con provisiones criollas, con frailes y clérigos criollos y con casi todo lo criollo; y mientras pueda continuarla del mismo modo y a nuestra costa, no hay que esperar de ella paz con reconocimiento de nuestra independencia". Esto lleva a exclamar a Vallenilla lo siguiente: "Por eso afirmamos, que ocultar el carácter de guerra civil que tuvo la revolución, no sólo en Venezuela, sino en toda Hispanoamérica, es no sólo amenguar la talla de los Libertadores, sino establecer soluciones de continuidad en nuestra evolución social y política, dejando sin explicación posible los hechos más trascendentales de nuestra historia".
La declaración de independencia y el proceso que le sucedió produjo tanto en el lado patriota como en el realista, la proclamación de los derechos del hombre que eliminaba las desigualdades de los individuos cualquiera que fuera el color de su piel, credo o ideología. Inclusive, los españoles fueron más allá que los propios venezolanos, al ofrecer la libertad total de los esclavos y la confiscación de las tierras de los patriotas, para ser repartidas entre las clases de menores recursos.
Existían todavía, muchos resabios de la herencia colonial dentro de la sociedad venezolana como aquel que creaba el colegio de abogados que dice:
"Instituimos y mandamos ─dice la Real Cédula que crea el Colegio de Abogados de Caracas─ que para ser recibido cualquier abogado en nuestro Colegio, haya de ser de buena vida y costumbres, apto para desempeñar su oficio, hijo legítimo o natural (?), de padres conocidos, y no bastardo ni espúreo, que así los pretendientes como sus padres y abuelos paternos y maternos hayan sido cristianos viejos, limpios de toda mala raza de negros, mulatos u otras semejantes, y sin nota alguna de moros, judíos ni recién convertidos a nuestra Santa Fe Católica, ni otra que irrogue infamia, y que faltando algunas de estas circunstancias, no sea admitido…"
Más adelante escribe Vallenilla:
"Este colegio fue instituido en 1792, dieciocho años antes de la Revolución, y sus estatutos fueron redactados por los abogados criollos y aprobados por el Rey".
Entre los redactores de estos estatutos, aparecían personas cuyas memorias hoy son muy reconocidas como las de Miguel José Sanz, Francisco Espejo, José Antonio Arzola y Bartolomé Ascanio. La participación mayoritaria de plebeyos y gentes de color dentro del partido godo o realista estaba originada según Vallenilla, por la participación inconsciente de los empleados españoles que trabajaban en la evolución democrática a través de la igualación de las castas. Así lo concluye cuando dice:
"De manera que en todo el proceso justificativo de la Revolución no debe verse sino la pugna de los nobles contra las autoridades españolas, la lucha de los propietarios territoriales contra el monopolio comercial".
Mientras la colonización se hizo inicialmente con razas definidas como la blanca europea, la india y la negra, era fácil determinar el origen étnico de las personas que vivían dentro del territorio colonial. Pero una vez, que comienza a producirse el proceso de mezcla entre blancos e indias (con hijos mestizos), blancos y negras (con hijos mulatos o pardos); y a su vez, blancos y mestizas (con hijos castizos), y mulatos cuarterones, quinterones, etc., va siendo cada vez más difícil diferenciar a estos blancos lavados, blancos de orilla, en fin, blancos criollos con europeos que muchas veces, su piel tampoco es muy blanca, y posiblemente, sea producto de un mestizaje cercano o lejano con moros, sefardíes, o cualquiera otra raza de las tantas, que durante siglos han transitado el continente europeo ─incluyendo los mongoles─. Esto lleva a Vallenilla a señalar:
"Refiriéndose a las inquisiciones de limpieza de sangre, dice con toda propiedad el doctor Gil Fortoul, que: el color más o menos claro u oscuro de la piel, apenas podía servir de criterio a las indagaciones de origen, porque muchos peninsulares, mezclados de sangre arábiga, eran más prietos que los mismos mestizos".
La insurrección popular que se produce a raíz de la Declaración de Independencia, tiene para Vallenilla como elemento fundamental la Revolución Francesa, en sus teóricos y en sus agitadores. Así lo observa cuando dice:
"Es en el nombre de la Enciclopedia, en nombre de la filosofía racionalista, en nombre del optimismo humanitario de condorcet y de Rousseau, como los revolucionarios de 1810 y los constituyentes de 1811, surgidos en su totalidad de las altas clases sociales, decretan la igualdad política y civil de todos los hombres libres".
Y aquí es donde Vallenilla Lanz se coloca en la acera de enfrente de sus propios hermanos masones, y hace causa común a los criterios positivistas más enmarcados en procesos históricos y evolutivos, que en teorías idealistas. Como sabemos, la Revolución Francesa es un paradigma del ideal masónico. Su lema "libertad, igualdad y fraternidad" ha sido exaltado durante muchos años por la masonería universal. Y la legión de miembros suyos que participó a favor de la causa revolucionaria francesa también así lo fue. El hecho es que Vallenilla entiende esto como un error al aplicarlo al caso venezolano, y así lo señala al referir:
"En este sentido, nuestra revolución fue también un error de psicología. Considerando el hombre natural como un ser esencialmente razonable y bueno, depravado accidentalmente por una organización social defectuosa, creyeron, como los precursores y los teóricos de la Revolución Francesa, que bastaba una simple declaración de derechos para que aquellos mismos a quienes el bárbaro sistema colonial tenía condenados al abyecto estado de semi-hombres o semi-bestias se transformaran con increíble rapidez en un pueblo noble y virtuoso, consciente de su misión y árbitro de sus derechos.
En Venezuela, el problema no era declarar los derechos iguales de los ciudadanos, ya que tanto españoles como patriotas lo hacían simultáneamente. El problema realmente radicaba en quien los otorgaba. La inmensa mayoría de los llaneros venezolanos, que siguieron al realista Boves en contra de los patriotas; una vez muerto éste en los campos de batalla, acompañaron al patriota Páez en contra de los realistas.
Eran gente (parda o mulata) que seguían órdenes de comandantes catires (rubios), pero no de terratenientes, y en este caso, los españoles no tenían el poder territorial y económico que tenían los patriotas. La mayoría de las veces, eran funcionarios de segundo orden, que venían huyendo de su pobreza personal en España. Al llegar a este territorio americano, sufrían también de las burlas y desaires de los poderosos criollos venezolanos; a tal punto, que éstos les prohibían o desaconsejaban a sus hijas el matrimonio con europeos.
Por ello, comenzaron pronto a tener simpatías con mestizos, mulatos y otros grupos étnicos. La causa patriota adelantada por los mantuanos era vista por la mayoría como una revolución ajena, y por ello, no caía extraña la frase que nos recuerda Vallenilla:
"Blanco, propietario y patriota, era todo uno para los soldados de Boves y de Yánez; blanco, propietario y godo continuó llamándose para los mismos beduinos todo el que tenía algo de perder".
Por eso, la tesis del gendarme necesario de Vallenilla Lanz, para corregir y emprender en todos los países y en todos los tiempos, la conquista para la razón humana, de aquellas porciones de terreno, en las que antes imperaban los instintos absolutamente. Por ello, define a este gendarme de la siguiente manera:
"el gendarme electivo o hereditario de ojo avizor, existe siempre, como una necesidad fatal "el gendarme inspira el temor y que por el temor mantiene la paz", es evidente que en casi todas estas naciones de Hispanoamérica, condenadas por causas complejas a una vida turbulenta, el Caudillo ha constituido la única fuerza de conservación social, realizándose aún el fenómeno que los hombres de ciencia señalan en las primeras etapas de integración de las sociedades: los jefes no se eligen sino se imponen. ** La elección y la herencia, aún en la forma irregular en que comienzan, constituyen un proceso posterior".
El presente escrito de Vallenilla Lanz, corresponde a una publicación hecha en 1930 debido a la conmemoración del Centenario de la muerte de El Libertador Simón Bolívar. En él, se comienza con un análisis del innumerable número de constituciones que ha tenido la nación venezolana en los últimos cien años, después de la muerte de Bolívar.
Esto ha producido, un sin fin de cambios de la geografía política, de las tradiciones locales, sin ningún efecto racional o estable. Considera que la influencia metafísica que trata de explicar, como por arte de magia, la tendencia del espíritu humano de buscar en vaguedades teológicas, en influencias extranaturales o en la voluntad libre del hombre, las causas esenciales de todo fenómeno social; la han apartado ─en su época─, de realizar una importante labor científica ─positivista─, para explicar con exactitud, la correspondiente evolución histórica.
Durante generaciones ─continúa Vallenilla haciendo referencia a L. Gumplovicz─, se ha desconocido que: "todo fenómeno social, político o económico, tiene su razón de ser en una o en varias causas sociales; que como en los dominios físicos e intelectual, existe una relación de igualdad y de proporcionalidad entre la causa y el efecto, y que por engañosas que puedan ser las apariencias, un hecho individual no producirá jamás un hecho social; el acto de un individuo no creará por sí solo un estado social".
Esta explicación metafísica* del hecho ocurrido espontáneamente y no como un proceso evolutivo, aparece en Vallenilla disfrazado, más como un discurso especulativo y demagógico, que como una resultante, de un proceso sistemático. La consigna utilizada por la metafísica para Vallenilla siempre es la misma, la de hablar de un pueblo embrutecido, esclavizado, fanatizado y ultrajado por el despotismo colonial en el cual brotan los llamados "héroes de la libertad" y "defensores del derecho"; los cuales se encuentran sojuzgados por criollos indolentes, educados en "las abstracciones de la teología y en las disquisiciones del peripato". Y por supuesto ─según Vallenilla─, viene un final feliz gracias a estos "justicieros" o "paladines de la justicia".** Así lo señala cuando dice:
"La libertad, empero alma de lo bueno, de lo bello y de lo grande, diosa de las naciones, brilló por fin sobre la patria nuestra; y en ese día, ¡cuánta luz no brotó de aquellas tinieblas, cuántos héroes no salieron de aquella generación de esclavos!".
Y con este mismo fantástico criterio, se cree ─según Vallenilla─, que del mismo modo que los hombres, surgieron también las instituciones del régimen despótico de la Colonia, pasando sin ningún tipo de evolución a la República democrática-federativa. Estos conceptos "metafísicos" que prevalecieron en la primera Constitución de Venezuela en 1811, al igual que en la totalidad de las naciones hispanoamericanas, eran implantes traídos de los filósofos europeos del Siglo XVIII como "Moldes de fabricar pueblos".
A pesar de que los revolucionarios franceses que inspiraron a los próceres americanos habían luchado en contra de la dogmática medieval; sin embargo, todavía no se habían percatado del método positivista, ya que en la América hispana, es conocido, a pocos años antes de 1840. Y aún pasando un siglo, se lamenta Vallenilla de este desconocimiento patente y patético del positivismo en Hispanoamérica cuando señala:
"Por desgracia son muy contados, no sólo entre nosotros sino en casi toda Hispanoamérica, los escritores que hayan realizado trabajos de esa naturaleza; y si en otros ramos de la literatura y de la ciencia pueden señalarse progresos de bastante entidad, en lo que se refiere a las ciencias sociales y políticas, los prejuicios han sido más poderosos que los conocimientos adquiridos; y por esa razón los hechos más claros y evidentes a la luz de la observación científica, se juzgan con el viejo criterio racionalista, que "como un precipitado químico", se ha quedado fuertemente adherido a las paredes del espíritu".
Por ello, considera Vallenilla que sus "abuelos" * de hace un siglo, fueron burlados una vez más por la realidad, al pensar que con la implantación de las teorías liberales, republicanas y democráticas, conseguirían el engrandecimiento de sus respectivas nacionalidades. De tal manera, tomando las ideas de H. Taine, piensa que: "la forma social y política a que un pueblo puede llegar y hacerla permanente, no depende de su voluntad, sino que está determinada por su carácter y su pasado. Es preciso que esa forma se amolde hasta en sus menores rasgos a los rasgos vivientes sobre a lo que se aplica: de otro modo se quebrará y caerá hecha pedazos, ha de ser estudiándonos a nosotros mismos, y cuanto con mayor precisión sepamos lo que somos, con tanta más seguridad distinguiremos lo que nos conviene".
Considera Vallenilla, que cien años de vida independiente y de demoliciones revolucionarias que ha tenido Hispanoamérica no ha acabado todavía con la obra material de la Colonia, que se manifiesta a través, de los instintos políticos del pueblo venezolano. Así lo manifiesta cuando anota:
"No abrigamos una sola preocupación, no obedecemos a un solo móvil inconsciente, no existe en el espíritu de las masas populares un solo sentimiento, ni una sola inclinación, ni un solo instinto, en política, en religión, en todas las múltiples manifestaciones de la vida social, que no tenga su causa determinante en aquellos tres siglos de coloniaje, que prepararon el advenimiento de la nacionalidad venezolana por una evolución lógica y necesaria en todo organismo social".
Por eso, cree Vallenilla que aún persisten esos rasgos atávicos de las viejas teorías teológicas, metafísicas y racionalistas, que desconocen por completo las leyes fundamentales de la evolución y del determinismo sociológico, cuando asignan un imperio absoluto a la razón y al libre albedrío en la posibilidad de reformar la sociedad, según el método especulativo y deductivo; bautizando Von Savigny a esos filósofos de la Pura Razón y del Derecho Natural, como la escuela antihistórica. Se pensaba, que cada partido, cada revolución no abrigaba otro propósito que el de destruir para crear.
La tradición era totalmente desconocida, y los grandes hombres (incluyendo a Simón Bolívar), eran "enviados" o representantes de la Omnipotencia Divina, y no del medio y del momento, sometidos a las leyes de la evolución y del determinismo psicológico. Sin embargo, Vallenilla pareciera contradecirse poco más adelante con relación a Simón Bolívar cuando refiere:
"De la Gran Colombia si puede decirse, en cierto modo, que fue una creación del Libertador Simón Bolívar.
Pero aquel Estado militar constituido por las necesidades de la guerra, ¿llegó a ser jamás una verdadera nacionalidad?
Todo el poder deslumbrador y absorbente del caudillo, todas las glorias conquistadas por los ejércitos de la Gran República fuera de su territorio, fueron ineficaces para estrechar con los lazos de la unidad nacional a pueblos profundamente separados por la tradición y por la naturaleza".
Vallenilla piensa que la magna obra de Simón Bolívar, es decir, la independencia y la unificación de los pueblos hispanoamericanos, es producto de una "creación" de naturaleza artificial; y que por ser ajena al sentido histórico positivista, resulta, como en efecto ocurrió, impertinente en la historia. Pensamos al respecto, que ciertamente, la obra de Bolívar era extemporánea pero no impertinente, ya que su visión era la de un hombre adelantado a su tiempo.
Hoy a casi doscientos años de su muerte, Hispanoamérica se está preparando para dar ese gran paso que los contemporáneos de Bolívar, y ni siquiera los de Vallenilla, podían advertir. Claro está, que la consecuente disgregación de estas naciones para ese entonces (Venezuela, Nueva Granada y Cundinamarca), produjo el resultado anárquico que durante un siglo prevaleció hasta casi, la fecha misma, en que Vallenilla escribió este ensayo. Así al referirse al caso venezolano, como a las demás naciones libertadas por Bolívar, Vallenilla expresa lo siguiente:
"Y del mismo modo que no puede juzgarse la disolución de la Gran Colombia como la "obra de la deslealtad de Páez", ni "del odio de Miguel Peña", ni del maquiavelismo de Santander, ni como la consecuencia inmediata del asesinato jurídico del coronel venezolano Leonardo Infante perpetrado por el Vice-Presidente, la reconstitución de la República de Venezuela no debe verse sino como la sanción legal de un hecho preparado ya por el medio geográfico; consumado por la tradición y por la guerra, y consagrado en la Historia por las glorias continentales de sus hijos".
Y este espíritu disgregacionista ─en este caso segregacionista─, estaba también presente en la propia Nueva Granada (hoy Colombia), ya que a pesar de haberse privilegiado a Bogotá como la capital de la nueva República; sin embargo, la clase dirigente venezolana que había tenido una mayor participación por la guerra de Independencia, era a su vez, superior a la neogranadina en su formación intelectual. Así lo relata Vallenilla cuando indica que Morillo observó: "que la guerra de Independencia de Venezuela fue la que dio a todas las otras provincias Jefes y Oficiales, pues son más osados e instruidos que los de los demás países".
Pero referencias como ésta, de la superioridad en la que se encontraban los venezolanos con relación a su capacidad e inteligencia, en detrimento de los neogranadinos para ese entonces, no sólo la hallamos en boca de un general español; sino lo que es más grave, la tenemos más clara y explícita, de parte de un oficial neogranadino (colombiano) llamado Bonifacio Rodríguez, quien urgiendo al General Santander para que dividiera la Gran Colombia expresó lo siguiente: "conocen mis paisanos lo necesario que es la separación absoluta de los granadinos con los venezolanos en cuanto a gobierno, para vivir tranquilos y porque no pueden ver con indiferencia y frialdad que más de 80 (ochenta) generales que tiene Colombia, apenas se enumeran seis de los primeros (granadinos); que casi todos los coroneles son venezolanos, los empleados, venezolanos, los que se apropian la voz del pueblo y la opinión, venezolanos, los dueños de la prensa, venezolanos, y en fin, que nosotros somos el patrimonio de los venezolanos".
Mucho más adelante, ocurre que al comparar otra vez la Nueva Granada (Colombia) con Venezuela en relación a la revolución federalista, la cual estalló a un mismo tiempo en ambas naciones, Vallenilla señala que la misma culminó en una anarquía en las ciudades colombianas; mientras en Venezuela, la Federación fue caudillesca, individualista y hasta comunista. Igual ejemplo "mutatis mutandi" lo hace con Argentina al narrar:
"Bolívar creó su Patria dejando una tradición de unidad que cobró mayor fuerza cuando los venezolanos pasaron la frontera para ir a librar las batallas finales de la Independencia de América; al general San Martín, que poseyó en el más alto grado las dotes necesarias, le faltó desgraciadamente la ocasión y con la ocasión el poder y la autoridad para crear la suya".
Pero antes de llegar a esta conclusión, piensa Vallenilla que fue con la Federación que se desarrolló y se solidificó el proceso de disgregación en Venezuela. Se pensaba imitar con ello la Federación de los Estados Unidos, sin haber leído su Constitución y sin reflexionar que la misma, era la expresión más evidente de la herencia española, la cual se pretendía renunciar para crear una nueva República.
Estas ideas federativas eran contrarias al unionismo y centralismo proclamados por el Libertador Simón Bolívar, y era producto de conceptos oportunistas de Antonio Leocadio Guzmán quien había confesado: "no sé de donde han sacado que el pueblo de Venezuela le tenga amor a la Federación, cuando no sabe ni lo que esta palabra significa. Esta idea salió de mí y de otros que nos dijimos: supuesto que toda revolución necesita bandera, ya que la Convención de Valencia (en 1858) no quiso bautizar la constitución con el nombre de federal, invoquemos nosotros esa idea; porque si los contrarios hubieran dicho Federación, nosotros hubiéramos dicho Centralismo". Este federalismo que fue tan popular en casi todo el continente hispanoamericano, era para Vallenilla la manifestación más ejemplar de la disgregación colonial producida por la revolución.
En España se había llegado a tal extremo, que tomando la comparación de Víctor Cherbuliez alude Vallenilla lo siguiente: "no sólo cada provincia sino cada ciudadano si no se le contenía, terminaba por convertirse en una entidad federal". Por ello, continúa la descripción que refiere Cherbuliez cuando ejemplariza: ¿Qué es una revolución en Málaga? Un día de fiesta en que el pueblo se da el placer de expulsar a los aduaneros. ¿Qué es una revolución en Sevilla? Un día de embriaguez en que se suprime el papel sellado y la alcabala. Y esto mismo sucede en toda la península". Esta herencia española que veía en catalanes, gallegos, malagueños diferencias entre sí, fue la que se transfenomenalizó en América bajo el concepto de Federación, que significaba ─según Vallenilla─, separación, antagonismo, disgregación del cuerpo social. Bolívar es visto por Vallenilla, como el espíritu de la unidad y del centralismo que impuso el sistema de gobierno, el régimen efectivo, venezolano, bajo el cual se ha ido realizando la integración de la Patria.
Las tres décadas del gobierno centralista del General Juan Vicente Gómez, de quien Vallenilla fue su ministro, su defensor y uno de sus principales mentores, acabó con las innumerables guerra civiles que azotaron la Venezuela del Siglo XIX; y que como corolario, la habían colocado en el gobierno de Castro en la bancarrota total, viéndose humillada ante un bloqueo naval que le fue impuesto por las principales potencias europeas.
El concepto federal contemporáneo, se entiende como un proceso de descentralización de los servicios públicos y de fortalecimiento de los poderes locales, que cimientan su autonomía y se confederan en un sentimiento de unión nacional, donde privan los intereses de la Patria por encima de los de sus propias regiones. No sólo eso, sino que también, se ha generado en estas latitudes casi un siglo después de este discurso de Vallenilla, la idea de una nación o comunidad de naciones hispanoamericanas tal como lo soñó el propio Bolívar en el Congreso de Angostura, con el espíritu confederativo que encuentra su símil en la Unión Europea, donde la democracia, la libertad y el interés común sean su sino.
Vallenilla Lanz tenía como experiencia más próxima la disgregación de su patria. Un gobierno autoritario como el que él apoyaba, había logrado la estabilidad de la misma como Estado Nacional evitando con ello, la desintegración ─al igual, que lo hizo posteriormente Franco en España, y quizás Pinochet en Chile─; y de ahí, que estas dictaduras de derecha, hayan tenido como resultado, más para bien que para mal, la resultante estabilidad que tienen estas modernas naciones. De lo contrario, quizás hoy otro más desgraciado hubiera sido el resultado de las disensiones sociales que con antelación eran víctimas. ¿Hasta donde tendría razón Vallenilla Lanz? Por lo que no resulta exagerada la apreciación de Sosa sobre la obra de Vallenilla Lanz cuando nos señala:
"Laureano Vallenilla se nos presenta, pues, como uno de los más preclaros integrantes del pensamiento positivista de Venezuela, fundamentalmente por su clara actitud científica frente al método, el modo de plantear y el tratamiento de los problemas que afronta en su estudio, por la introducción de categorías intelectuales positivas en sus trabajos y la crítica continua a la forma acientífica en que han sido tratados estos temas anteriormente. Además veremos que las fuentes de su pensamiento son connotados autores positivistas como Comte, Spencer, Taine, Le Bon, etc.".
Esta honda y angustiosa reflexión de Vallenilla Lanz sobre el pasado, presente y destino de su patria Venezuela, aunada a la rigurosa investigación histórica y el método científico positivista empleado; conjuga la importancia y seriedad del aporte histórico, jurídico, social, político y filosófico de su pensamiento.
Frases de Laureano Vallenilla Lanz.
"En el estado actual de las ciencias sociales toda afirmación que no se base en hechos positivos es inconducente y errónea. La política no puede tener otro fundamento que la evolución histórica de cada país, porque sencilla o complicada, estable o mudable, bárbara o civilizada, la sociedad tiene en sí misma su razón de ser".
"Durante una centuria, del mismo modo que todas las otras naciones hispanoamericanas, no hemos hecho otra cosa que evolucionar hacia la integración de los elementos que necesariamente debían formar la nacionalidad, tras una lucha incesante, fatalmente impuesta a todo organismo que tiende a constituirse, para dejar de ser una simple ficción oficial y convertirse en una entidad real y efectiva".
"Por eso vivimos durante cien años, destruyendo, demoliendo el pasado. "Romper con la tradición" fue el precepto sacramental de nuestras revoluciones desde la Independencia…Pero la herencia psicológica más fuerte, más poderosa, con mejores títulos al predominio social, ha resistido impasible a los ataques de los teóricos y a las demoliciones revolucionarias, demostrando que las sociedades como la Naturaleza, no marchan a saltos".
"Una sociedad política, cuando llega al extremo de que sus hombres sólo ejercitan los medios de la violencia, reconoce su incapacidad para gobernarse por la sola virtud de las leyes y no encontrará reposo sino al abrigo del despotismo, y no respetará otros gobiernos que aquellos que la hieran, y no tendrá más derechos que aquellos que le conceda la voluntad del sable que la domine".
"De las luchas entre españoles y criollos y de las de éstos entre sí, están llenos los anales de todas las ciudades coloniales de Hispanoamérica".
Miguel Cevedo
Página anterior | Volver al principio del trabajo | Página siguiente |