Pero el gran recurso para ser libre frente al medio y no dejarse influenciar o condicionar por él, requiere de una personalidad fuerte y una gran armonía interior. Estos aspectos se vuelven cada vez más importantes en civilizaciones como las nuestras, donde la propaganda y la publicidad actúan científicamente sobre el inconsciente, donde la prensa, la radio, la televisión, y la sociedad en sí, pueden ser orquestados para condicionarlo, quitándoles sutilmente una libertad que parece dispensarse generosamente. Por lo que, hay que digerir lo que nos es dicho y hecho, para madurar pensando, y poder crear una jerarquía de valores que presidirá la vida.
En contraste con estas ideas, existe otra rama ideológica, según la cual se dice haber descubierto algo peor que la dominación del hombre: la ausencia de dicha dominación, por la cual el conjunto de los seres humanos sea considerado superfluo y que cada uno de los que integra ese conjunto tiemble ante la perspectiva de no seguir siendo dominable. Nadie tiene la audacia para reconocerlo, ni visualizarlo ni menos aún, mencionar dicha conclusión. Porque nadie intentaría enfrentarse a la amenaza oculta, nadie se opone ni intenta revertir la corriente, menos aún denunciar el credo que ordena esas virtualidades siniestras. Nadie sugiere intentar una administración lúcida que ofrecería quizás un lugar a cada uno pero dentro de un juego evidentemente distinto. Pero esto jamás es enunciado, pero sería irreverente ponerlo en tela de juicio. La duda está implícita en la fe, pero si alguien se arriesgara a delatar este sistema, al instante la misma sociedad lo callaría con los dogmas de la misma hegemonía en la que todos estamos atrapados. Inmediatamente le obligarían a respetar las leyes misteriosas y normas que nos son impuestas.
Es decir, que coexisten estas dos tendencia que más que superponerse, se complementan, y compatibilizan en un mismo seno sin ninguna dominar sobre la otra, como en una armonía que fluye. Por lo que las personas pueden verse influenciadas por una tendencia, por la otra, o por las dos, y en ambos casos el hombre se somete y deja que su indiferencia prime sobre su voluntad.
La razón por la cual elegí este tema entre varios otros, fue porque considero que el hombre por sí sólo nada puede lograr, ni aprender, ni desear. Y, por uno u otro camino, por el aprendizaje desde temprana edad, o por el sometimiento por miedo a ser diferente, el individuo llega a comportarse como uno más dentro de la masa que representa la sociedad. Por lo que, en ambos casos se presenta un grado de indiferencia, que en menor o mayor escala trae aparejado el mismo riesgo. Porque permite todas las acciones, las desviaciones más funestas y sórdidas. Y todos somos testigos de esto, y de que la indiferencia general es una victoria mayor que la adhesión parcial, aunque fuese de magnitud considerable.
Para demostrar la tesis planteada, voy a utilizar diversos cuentos entre los que figuran varios de Bestiario de Julio Cortázar. Esta obra reúne cuentos como Casa tomada, Circe o Carta a una señorita en París, en los cuales hay una peculiaridad que se repite, y es que hay muy poco personajes, los cuales están poco descritos. Generalmente, se narra un hecho único "vertical", con una introducción, un nudo y un desenlace. La temática de estos cuentos es producto de la materia de los sueños, por lo tanto muchos de ellos son fantásticos. Al igual que en Carta a una señorita en París, en este cuento nuevamente el comienzo es verosímil pero en el momento en el que el personaje siente que va a vomitar un conejo, nos damos cuenta del tipo de cuento que es. Esa súbita introducción del elemento fantástico en un cuento que hasta aquel momento no lo es (ya que resulta creíble y realista) es otra de las características de estos cuentos de Julio Cortázar.
Otra característica en común que poseen algunos de los cuentos de Bestiario es que en ellos aparecen animales (de ahí el nombre del libro). En Carta a una señorita en París es el caso del conejo, pero indudablemente es mucho más que un simple animal; ya que puede estar relacionado con la enfermedad que Cortázar padecía en ese tiempo; si no personifica al sufrimiento mismo, entonces encarna alguno de sus síntomas. Entonces, él explica que el cuento se basa en una enfermedad personal. Ya que se ha establecido que el acto de vomitar conejos está asociado a la producción de escritura ("el conejo recién nacido es como un poema en sus primeros minutos", según Cortázar en su cuento Bestiario), y si el acto de escribir funciona como una cura o catarsis (el mismo autor se cura de síntomas neuróticos al escribir Circe o Carta…), entonces el vomitar conejos puede representar algún tipo de tratamiento contra alguna enfermedad. Esta enfermedad no tiene por qué ser física, puede ser una enfermedad de la modernidad, en la cual los conejos actúan como cura. El comportamiento de estos animales pretende liberar al protagonista de este trastorno, pero se ve que él no acepta la forma de cura que su propio cuerpo propone: la resiste, y finalmente termina muriendo.
Ya desde el principio de la obra nos damos cuenta de que el personaje está en cierto conflicto: "yo no quería venirme a vivir a su departamento…", pero en las páginas siguientes revela que había ido a la casa para descansar. Los síntomas de su conflicto, de su crisis, de su enfermedad moderna serían entonces: el cambio constante (cuando expresa que ha cerrado muchas maletas en su vida, y se ha pasado horas haciendo equipajes); la presión de su trabajo y todo lo que hacía en su tiempo libre (leer historia argentina por ejemplo), y a su vez, la mudanza ("esta mudanza me alteró por dentro") a un ambiente ajeno, propiedad de una persona ausente y lejana (no sólo lejana físicamente, sino lejana en el sentido de que ella –Andrée – era de una clase social más alta, refinada y de cierto modo, inalcanzable). Asimismo, todas las cosas y objetos de la casa que él no puede tocar lo oprimen de alguna forma: "Y yo no puedo acercar los dedos a un libro… destapar la caja de música, sin que un sentimiento de ultraje y desafío me pase por los ojos como un bando de gorriones". El personaje no puede hacerlo, pero los conejos sí.
El conflicto interno que tiene el personaje le provoca una reacción corporal, que es la de vomitar el primer conejo en el ascensor para poder subir e instalarse en el departamento; según él, este acto es "un anuncio de lo que sería mi vida en su casa" (por la casa de Andrée). Recordemos que él expresa en el comienzo del cuento que no quería ir a vivir al departamento, y de ese modo, los conejos parecen una especie de vacuna contra el orden que tanto molesta al personaje dentro del departamento. Se van multiplicando cada vez más para "atacar" al orden que resultaba nocivo para el personaje: juegan entre los objetos que él no puede tocar y que pertenecen a esa clase más alta que resulta inaccesible para él mismo (el cuadro de Miguel de Unamuno, los libros del anaquel -que son roídos por los conejos-, etc). Se puede decir entonces que los conejos quiebran o alteran el orden del departamento y del mundo; también corrompen el tiempo, cambiando el día por la noche. Crean un nuevo mundo, su mundo interior, bajo la luz del "triple sol" de la lámpara que también roen. Juegan y hasta destruyen los objetos que marcan la cultura (libros, etc.), por lo cual el protagonista no tiene ni siquiera tiempo para ocuparse de sus cosas, ya que debe arreglar lo que los animales han dejado roto, como por ejemplo la lámpara con el vientre lleno de mariposas y caballeros antiguos cuyo trizado debe recomponer con el cemento especial comprado en la casa inglesa. En conclusión, el personaje se termina integrando a la vida de los conejos (inconscientemente, o no): se queda con ellos, se adapta a sus horarios, los alimenta de trébol, los cuida y vigila. El personaje, quien anteriormente se siente molesto por el orden, luego termina por imponer un ritmo en su vida: "las costumbres son formas concretas de ritmo, son la cuota de ritmo que nos ayuda a vivir". O sea, su vomitar de conejos en forma mensual puede significar el fin de su ritmo de vida urbana (el trabajo), y la aparición de otro ritmo, otro orden de vida. Todo esto, sumado al miedo que lo dominaba -les tiene miedo desde que vomita el primer conejo: "En seguida tuve miedo (¿ o era extrañeza? No, miedo de la misma extrañeza, acaso)…"-, hace que el tratamiento de los conejos no funcione y el conflicto interno del personaje se acreciente. Finalmente se tira del balcón…
Siendo esto una clara demostración del sufrimiento que se le presenta al tener que coexistir con elementos tan distantes de su forma de vida, como explica ella que "me duele ingresar en un orden cerrado, construido ya hasta en las más finas mallas del aire", estando todas sus acciones dominadas por ese miedo que viene de muy adentro, tal vez de la conciencia, según la cual nos resignamos desde chicos, a que uno es de determinada clase o jerarquía social, y al ser obligado a permanecer un tiempo limitado rodeado de todo aquello que se ve como imposible de lograr, por lo cual teme más que nada no alterar "el orden minucioso que una mujer instaura en su liviana residencia". Además, él ni siquiera puede confiarle nada a nadie, se siente totalmente inadaptado por lo que le pasa, y admite a su persona que "casi no me atrevo a decirles que no, invento prolongadas e ineficaces historias de mala salud, de traducciones atrasadas, de evasión". Sumándose todo esa situación a la anterior, y se enfatiza la brecha que lo distancia a él, del resto de la sociedad, que es "más normal" y con mejor poder adquisitivo que él.
Otro cuento es "Casa tomada" en el cual que se puede encontrar cierta relación entre la etapa peronista y el lema del cuento, pero Cortázar lo rechaza y explica de esta manera el origen del cuento: "Fue resultado de una pesadilla. Yo soñé ese cuento. Sólo que no estaban los hermanos. Había una sola persona que era yo. Algo que no se podía identificar me desplazaba poco a poco a lo largo de las habitaciones de una casa, hasta la calle". En él, se relata la vida de dos hermanos, peculiar pareja adánica, que son expulsados de su pequeño y cerrado "paraíso" y arrojados a la vida, a un mundo desconocido. Significativamente lo único que consiguen "salvar" de la casa es un reloj, que les recuerda obsesivamente su temporalidad, su condición de mortales.
Desde los comienzos del cuento nos damos cuenta de lo rutinario que es la vida de esta pareja de hermanos, cuando aseguran "hacíamos la limpieza por la mañana, levantándonos a las siete, y a eso de las once yo le dejaba a Irene las últimas habitaciones por repasar y me iba a la cocina". Además de asegurar que "almorzábamos a medio día, siempre puntuales, ya no quedaba nada por hacer fuera de unos pocos platos sucios".
Aparte de la rutina que es el eje que rige sus vidas, la casa por sí sola presenta una fuerza importante por sí sola, ya que tiene su propia historia, ya que por allí pasaron sus bisabuelos, padres y toda su infancia, guardando recuerdos muy importantes para la familia. Pero ellos desde el comienzo tienen mentalizado la aproximación de un final a dicha historia, un cierre, cuando hablando de sus matrimonios frustrados dicen que "su simple y silencioso matrimonio de hermanos, era necesaria clausura de la genealogía asentada por los bisabuelos en nuestra casa".
En este caso particular, ellos no se ven influidos, o no permiten formar parte de la amalgama de intereses negativos que presenta la sociedad, y por el contrario, se cierran, ensimismándose en los que los rodea, intentando lograr una especie de "oasis" social, siendo su casa un paraíso. Cada uno tenía sus tareas asignadas y la llevaban a cabo sin ningún disgusto. Logrando entre los dos un equilibrio que ningún factor externo podría alterar. Ellos en todo momento intentan ayudarse, apoyarse y sostenerse en cualquier situación, hasta en aquellas críticas. Por ejemplo, Irene pasaba "el resto del día, tejiendo en el sofá de su dormitorio" y su hermano iba los sábados "al centro a comprarle lana", teniendo ella siempre fe en su gusto con los colores. A él, le gustaba leer, pero "desde 1939 no llegaba nada valioso a la Argentina".
Pero como ellos auguraron acerca de un final, a pesar de que lo más probable es que no lo hicieran pensando en que sucedería de la manera tan inesperada en la que se lleva a cabo, se empieza a desentramar la historia en la mitad del cuento, cuando una noche él va a poner al fuego la pavita del mate, cuando él asegura que escucho "algo en el comedor o la biblioteca. El sonido venía impreciso y sordo, como un volcarse de silla sobre la alfombra o un ahogado susurro de conversación. También lo oí, al mismo tiempo o un segundo después, en el fondo del pasillo que traía desde aquellas piezas hasta la puerta". Es allí cuando poco a poco los hermanos van siendo relegados y despojados de las cosas que siempre han tenido, y que tanto necesitaban para llevar una vida normal. Aunque dicen que "los primeros días nos pareció penoso porque ambos habíamos dejado en la parte tomada muchas cosas que queríamos" como los libros de literatura francesa y la pipa de enebro de él, y algunas carpetas, un par de pantuflas y hasta una botella de Hesperidina de muchos años Irene, le encontraron ciertas ventajas. De esta manera, "la limpieza se simplificó tanto que aún levantándose tardísimo, a las nueve y media por ejemplo, no daban las once y ya estábamos de brazos cruzados", Irene siguió "contenta porque le quedaba más tiempo para tejer", y su hermano "andaba un poco perdido a causa de los libros", pero por no afligir a Irene se puso a revisar la colección de estampillas de su padre. Y fue así como fue transcurriendo el tiempo, entre puntos de tejer y estampillas, sin nada más para pensar, y conscientes de los beneficios de "vivir sin pensar". Es como que en todo momento, y por cualquier medio para su felicidad buscan olvidarse de lo que pasó, de que una parte de su casa ha sido tomada, y cuando usaban la cocina y el baño que quedaban tocando la parte tomada, se ponían a "hablar en voz más alta o Irene cantaba canciones de cuna".
Todo siguió así hasta que una noche, mientras Irene tejía, su hermano iba hasta la cocina a servirse un vaso de agua, cuando oye un ruido en la cocina. Instintivamente, se suceden varios acontecimientos a la vez: se da cuenta que tomaron la otra parte de la casa, frena súbitamente, y de esta manera le transmite la idea a su hermana, quien va a su lado sin decir palabra. Rápidamente él agarra a Irene y corren hasta la puerta cancel, sin volverse hacia atrás. Es ahí, cuando se dan cuenta que no tuvieron tiempo de agarrar nada en el camino, que quedaron afuera sin nada, sólo "con lo puesto" y el reloj pulsera. Él abraza a Irene y salen a la calle, cerrando la puerta para que ningún "pobre diablo se le ocurriera robar y se metiera en la casa, a esa hora y con la casa tomada".
Es decir, en mi opinión en este cuento se percibe como las personas se va dejando estar y llega un momento en el cual sólo viven para cumplir un horario, como si la vida fuese simplemente eso, hacer tareas para que el tiempo pase, pero no necesariamente con tareas útiles, sino con rellenos. Y de esa manera la vida se les va pasando, mientras ellos viven en su paraíso, sin nada que los moleste, pero poco a poco, se van involucrando factores que intentan quitarles parte de su espacio sagrado, pero estos hermanos nuevamente vuelven a cerrar puertas, y no existe ninguna conexión con ningún elemento que no sea cotidiano a ellos. Y se sienten salvados, que han podido escapar a esa masa, ya que su mentalidad esta hermetizada, y le impide ver aquello que está afuera de su círculo diario. Lo mismo pasa la segunda vez, pero en ese momento sin pensarlo quedan afuera de su terreno paradisíaco, y deben enfrentarse a su condición de mortales, según el cual es imposible que puedan pasar toda su vida sin convivir con otras personas, y al nombrar el reloj, se enfatiza este hecho, y deben enfrentar sus miedos y adversidades.
En el cuento "Circe" se puede percibir más claramente cómo la sociedad ejerce presión para enaltecer o degradar a una persona, que en este caso la que sufre dicha discriminación es Delia Mañara, una joven chica neurasténica de Buenos Aires de los años 20, con un problema psicológico: tenía sucesiones de estados nerviosos con síntomas como la tristeza, el cansancio, el temor, y la emotividad. Los rumores de la gente del barrio se basan fundamentalmente en la autoría o no de Delia de la muerte de sus dos novios, que impregna la trama con un tinte de ambigüedad que deja en un estado de incertidumbre y vacilación constante, "la gente pone tanta inteligencia en esas cosas, y cómo de tantos nudos agregándose nace al final el trozo –Mario vería a veces el tapiz, con asco, con terror". Se puede hablar de una frágil trampa donde sucumben los hombres bajo el poder absorvente y envolvente de la lunática Delia, como por ejemplo Rolo que "se fracturó el cráneo", después Héctor que "se tiró en Puerto Nuevo un domingo de madrugada ". La atracción que ejerce Delia hacia Mario prepara el desenlace fatal de la historia: "(…) simplemente prolongado este amor tranquilo hasta que ella no viese mas una tercera muerte andando a su lado, otro novio, el que sigue para morir". Nos damos cuenta que esta histroia es como un tejido de mentiras como los típicos chismes de los vecinos, y se presenta como un bosquejo de una memoria vacilante y dubitativa donde la identidad está siempre marcada por la identificación, por ejemplo cuando se asegura: "Yo no me acuerdo del mal de Delia, pero era fina y rubia, demasiado lenta en sus gestos" o "Yo me acuerdo mal de Mario, pero dicen que hacía linda pareja con Delia ".
El texto de Cortázar nos lleva a percibir, a través del título, una identificación entre una de las raras hechiceras que figuran en la mitología griega y, sin lugar a dudas, la más célebre de todas, Circe, dotada de poderes extraordinarios, capaz, entre otras cosas, de hacer descender del cielo las estrellas, sobresalía en la preparación de brebajes, filtros, venenos propios a transformara los seres humanos en animales. En la isla de Eea, no consigue sin embargo hacer compartir a Ulíses la suerte de algunos de sus compañeros, metamorfoseados en cerdos. El héroe, siguiendo los consejos de hermes, había neutralizado los efectos del brebaje que le ofrecía Circe donde había mezclado porciones de hierba llama Moly. Así, preservado de los encantos de la hechicera, pudo forzarla a restituir a los navegadores que le seguían a su primitiva forma humana. La Circe de Cortázar, "la diosa de los bellos rizos" (Odisea), de cabellera serpentina, petrifica a sus novios. Delia ofrece la imagen de una mujer sensual que se deja "devorar vagamente por Mario"; la estrategia de Delia es hacer funcionar el poder del deseo, de la seducción, como cebo. Es de esta manera como Mario ingresa en el juego de catar y probar los chocolates y licores que prepara Delia, y siente una mezcla de placer y repulsión: "Su mejor receta eran unos bombones a la naranja rellenos de licor, con una aguja perforó uno (…) para mostrarle cómo se los manipulaba. (…) El bombón como una menuda laucha entre los dedos de Delia, una cosa diminuta pero viva que la aguja laceraba, Mario sintió un raro malestar, una dulzura de abominable repugnancia". Es por esto, que se puede considerar a Mario como la víctima, ya que es el que se propone romper con los dogmas del grupo social que lo rodea para poder investigar esa invasión, porque no trata de nombrar esa fuerza oculta que lo ataca, que él tampoco puede descifrar hasta que ya es muy tarde y tiene que tomar alguna medida drástica, para cortar con todo de una vez. Y es así que cuando Mario degusta el bombón listo, que tanto trabajo le había costado a Delia producir, se lo tira a la cara, al ver que "en la masa blanquecina de la cucaracha, el cuerpo desnudo de su revestimiento coriáceo y alrededor, mezclados con la menta y el mazapán, los trocitos de patas y alas, el polvillo del caparacho triturado".
De esta manera, se da a entender que todo lo logrado durante el tiempo que los jóvenes estuvieron juntos es desechado, y Delia vuelve a su antigua condición de soltera que acarrea la muerte de sus dos novios anteriores. Y su familia también acarrea con ese pesar, esperando que alguien pudiese alguna vez lidiar con ella.
Mario en un principio intenta luchar en contra de las apariencias y los chismes que mueven a la gente a hablar sin realmente saber de los temas que tocan, y es así como el se sumerge para no escuchar más aquella clase de comentario y cree que con su lucha algo se lograría, pero lo que nos e dio cuenta el es que su esfuerzo era en vano: un pez no puede nadar contra la corriente, y más si termina dándose cuenta que la causa por la cual luchaba, ya era una perdida. Y así es cómo él termina, odiando a lo que en un comienzo él llegó a defender.
Por último, "Ómnibus" será el último cuento a tratar y es aquí donde se puede percibir con claridad los métodos con los cuales la sociedad zarandea a su gusto a cada persona, sin darse cuenta que todo funciona como una cadena, en la cual cada eslabón forma una parte necesaria para que se produzca el siguiente encaje.
La historia comienza supuestamente, un sábado, es decir un día de descanso para la mayoría de la gente, por lo que en el ambiente se puede percibir el aire de relajamiento o festivo, por todos los planes que uno organiza para poder descansar y pasarla bien, al ser uno de los únicos días libres del trabajo, junto con el domingo, en los cuales uno se desliga de toda clase de horarios y obligaciones. Pero para Clara, es recién a las dos de la tarde, cuando puede salir a la calle para poder disfrutar un poco de su vida. Se viste coqueta, para la ocasión, ya que está "su amiga Ana esperándola para charlar, el té dulcísimo a las cinco y media, la radio y los chocolates". Justo ese día da la sensación que ella se ha despertado mirando al mundo con otros ojos, ya que al caminar va sintiendo cosas de las que nunca se había percatado, por ejemplo por sus poros va "saboreando un sol de noviembre", sus oídos captan "mientras esperaba el ómnibus 168 […] una batalla de gorriones sobre su cabeza", o cuando mira "la torre florentina de San Juan María Vianney le pareció más roja contra el cielo sin nubes, alto hasta el vértigo". Pero ella al estar tan bien y satisfecha no logra percibir que en su entorno no todo está funcionando del todo correctamente, más bien: todo lo contrario. Cuando sube al colectivo comienza a sentirlo, ya que el colectivero se niega a darle lo que ella le pide: un boleto "de quince", mientras la mira con "cara de pocos amigos". Es decir, que él la ve a ella como lejana a su realidad, por lo tanto a la realidad que acecha a todos los pasajeros, ya que todos ellos tienen como destino el cementerio de la Chacarita, mientras que Clara no; no tiene que ir a llorarle a nadie. Con ese boleto ella marca la gran diferencia con el resto, y desde ahí comienza todo ese grupo de gente a hacerle notar esa y muchas otras diferencias: la cuestión es que Clara está tan absorta en su mundo que tarda en percibir esas ondas negativas, ya que mientras sube se acuerda de un "verso de infancia" y se ríe para sus adentros.
Al sentarse encuentra vacío el único asiento diferente al resto, el que correspondía a "Puerta de Emergencia", marcando como premonitorio de lo que estaba a punto de suceder. Una salida en caso de que alguna catástrofe sucediera, si debiera librarse de algo que la acosara, y tras sentir "en la nuca una impresión desagradable", se va dando cuenta que es el centro de atención, pero siendo discriminada. Es ahí cuando para librarse de la situación que tanto la ahoga, comienza a examinar "la palanca de la puerta de emergencia y su inscripción […], considerando las letras una a una sin alcanzar a reunirlas en palabras". Ya en este momento está perdiendo toda esperanza, y con ella su felicidad que tenía en un comienzo, cuando asegura que le "costaba apartarse de un paisaje que el brillo duro del sol no alcanzaba a alegrar".
Para felicidad y tranquilidad de Clara, en la Paternal asciende un hombre quien sufre la misma suerte que ella: la discriminación al escuchar "de quince", otro que iba a Retiro en vez de al cementerio de Chacarita. "Hubo un momento, cuando el 168 empezaba su carrera […], en que todos los pasajeros estaban mirando al hombre y también a Clara, sólo que ya no la miraban directamente porque les interesaba más el recién llegado, pero era como si la incluyeran en su mirada, unieran a los dos en la misma observación", y poco a poco Clara comenzó a sentir "una oscura fraternidad sin razones" con este pasajero, a quien quería prevenir, poder acercarsele, para poder superar esa distancia que la separaba del grupo, de la masa, para poder ser una más y no la rara. Hasta llega a sentir compasión por él: "y el pobre con las manos vacías"; pudiendo percibirse que las personas hasta cuando sienten la discriminación en carne propia, intentan jactarse -aunque sea por un momento- para poder sentirse uno más del montón.
Cuando los dos creen que lo peor ha pasado, y se han sentado juntos ya que quedaron solos en el ómnibus hasta la siguiente parada, que es la suya, perciben la resistencia que les opone el conductor que se niega a entender que no bajen en el cementerio, y el guarda, quien lo apoya incondicionalmente. El guarda estaba iracundo, no podía soportar aquella escena, varias veces tuvo que contener al conductor y a él mismo de acercarse a ellos, hubiera sido catastrófico. La violencia e ira se sentía "les llegaba como un silencio o un calor", y cuando se están aproximando a la parada en la cual deben descender, planean una estrategia para lograr escapar de las fauces de esos hombres-lobos, listos para atacar. Y al llegar saltan apenas abre la puerta perseguidos por el conductor que no puede soportarlo más, que es frenado por el guarda quien teme por lo que puede llegar a pasar.
Cuando ya están fuera del ómnibus, fuera de todo peligro, tiemblan "como de felicidad" y es él quien se acerca al florista y elige "dos ramos de pensamientos" y siguen andando "cada uno llevaba su ramo, cada uno iba con el suyo y estaba contento".
Por lo que se deduce que las personas por mucho que se resistan a copiar los patrones que la sociedad exige, necesitan marcar, inconscientemente tal vez, su dependencia hacia los influjos externos por los cuales se puede llegar a sentir tan despreciado y discriminado; y también, si tiene posibilidad, se enfrentará a otro que estaba en su mismo lugar para humillarlo. A pesar que nos cueste admitirlo, su hay algo peor que la dominación del hombre, y es la ausencia de dicha dominación, por la cual los seres humanos son considerados inútiles y cada uno de los que integra el conjunto de los privilegiados, tiembla ante la perspectiva de no seguir siendo dominable.
La civilización industrial y urbana modifican profundamente las relaciones entre los hombres. Cada vez más, la psicología nos hace prestar atención a la evolución del niño, cuyas necesidades de seguridad y de iniciativa se transforman de tiempo en tiempo. Mientras uno va creciendo intelectualmente, comienza a sorprenderse, extrañarse, es decir, va comenzando a entender qué es lo que pasa a su alrededor. Pero hasta eso, hasta poder tener una visión crítica de dichas actividades, ya está impregnado de esas costumbres, de esas prácticas sociales, y le es prácticamente imposible desligarse de esa cadena, que cada vez más lo tira hacia el centro, para convertirlo en un uno más del montón, de la masa.
En el primer cuento analizado, "Carta a una señorita en París" se percibe cómo uno está tan "domesticado" por la sociedad, cómo él sufrimiento al tener que ingresar a un círculo tan cerrado como es la casa de Andrée, con elementos tan distantes de su forma de vida, y todas sus acciones están dominadas por un miedo tan profundo que le altera la razón. Esa conciencia de la que uno habla, es el eco de todos los discursos con los cuales nos resignamos desde chicos, a que uno es de determinada clase o jerarquía social, y al ser obligado a permanecer un tiempo limitado rodeado de todo aquello que se ve como imposible de lograr. Además, él ni siquiera puede confiarle nada de lo que le pasa a nadie, se siente totalmente inadaptado por ello, y es por esto, que llega un momento en que decide quitarse la vida.
En el segundo cuento analizado, "casa tomada" se percibe esta tendencia, ya que sus personajes se encuentran cómodamente en su hogar, con todas sus expectativas satisfechas, sin esperar nada de la vida, sólo dejándola pasar, como si tuviesen alguna condición especial por la cual el tiempo no los afectase. Ellos aseguraban estar bien, cuando una parte de su casa ya había sido tomada, resistiéndose a lo inevitable, y para no darse cuenta de que todo lo bueno siempre tiene que acabar, poco a poco comenzaron a no pensar. Estaban seguros que se podía vivir sin pensar. Pero no resultó así, como les termina pasando a todos los que buscan quedar a un costado del cauce feroz del río, para evitar la tempestad, cuando menos lo previenen, son arrasados y terminan hasta peor de lo que hubiesen estado en un principio.
Con respecto a "Circe", Mario intenta darle una oportunidad a Delia, quien acapara toda la atención en el barrio, por ser la chica que mató a sus dos novios. Él está decidido a no dejarse guiar por las apariencias, las habladurías, y demás, pero termina dándose cuenta al fin y al cabo, ninguna de las dos partes tenía razón ni merecía ser defendida, y todo el empeño que puso para revertir la situación, lo deja en el olvido, porque siente un desprecio total hacia todos. Y se aísla, mientras que en "ómnibus", después de que los personajes sufren por ser los distintos todo el tiempo, los que no encajan de ninguna manera con el resto, terminan por cuenta propia, o como una necesidad, parecerse a aquellos que les causaron tanto malestar y les hicieron pasar un muy mal rato.
Es decir, la conclusión a la que he llegado, es que no es mucho lo que se sabe sobre esa extraña tendencia humana a buscar el goce en la propia destrucción. Por ejemplo las actitudes recientemente mencionadas, o uno externo a los cuentos pero de la vida cotidiana, que es cómo el frenesí de las ciudades deja sentir los efectos de su paso también en el terreno del contacto personal y entre los hábitos poco felices que gobiernan el diálogo humano, el de hablar casi a los gritos con los amigos, es una costumbre que se ve a diario. Por lo que se impone el valor hegemónico de la cifra, la cantidad de personas que impongan la moda de llevar a cabo determinado ritual, para anular cualquier otro criterio orientado hacia la determinación de una verdad. Se trata de una opción funcional, ya que al no ser viable el acceso a la verdad, no queda más remedio que apelar a las convenciones. Y de esta manera, la sociedad entró hace varios siglos en un conteo prácticamente irreversible, en el cual nos vamos denigrando como personas, y va a ser hasta que nuestro desprecio por tener un nulo dominio sobre nosotros mismos sea tan grande, que no vamos a poder vivir sin esa sensación de tener alguien que nos guíe, porque careceremos de razonamientos para optar por nosotros mismo. No es posible que nos hayamos desvirtuado moralmente hasta el punto en que ni siquiera nos interese este aspecto, y ni siquiera nos demos cuenta lo mediocre que fuimos.
Lo que es realmente necesario, y "urgente se necesita es…
- Un ejército pacífico y unido que crea en el valor de las pequeñas cosas.
- Gente que construya la historia y no se deje arrastra por los acontecimientos.
- Más corazones desarmados, en un mundo lleno de guerras.
- Almas magnánimas en una sociedad interesada.
- Espíritus fuertes para un siglo de mediocridades.
- Más trabajadores y menos personas que critiquen negativamente.
- Más ciudadanos que digan: "voy a tratar de hacer algo", y menos que se contenten con: "es imposible".
- Un número mayor de audaces que se lancen al fondo del problema para resolverlo y un número menor de fatalistas acomodados en la omisión.
- Más amigos que se arremanguen con nosotros, y menos demoledores que apunten sólo defectos.
- Más gente que almacene esperanza, y menos frustrados que acarreen toneladas d desánimo.
- Más personalidades que perseveren y menos colegas que comienzan y nunca acaban.
- Más rostros sonrientes y menos frentes nubladas.
- Más compañeros bien asentados en la realidad y menos soñadores pendientes de las ilusiones pasajeras."
- "Bestiario" de Julio Cortázar;
- "Cómo educar a los niños en la libertad" de Colette Hovasse;
- "El horror económico" de Viviane Forreste;
- "El miedo a la libertad" de Erich Fromm;
- "La rebelión de las masas" Jose Ortega y Gasset;
- "Sentido y riesgo de la vida cotidiana" de Santiago Kovadloff;
- "El valor de las pequeñas cosas" de Roque Schneider;
- "La nueva ignorancia" de Santiago Kovadolff.
Trabajo realizado por
Vanesa Belotti
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