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La iniciación (página 4)


Partes: 1, 2, 3, 4

El albañil, el masón, de la Edad Media, entra en una cofradía cuyo objetivo principal es construir un templo de piedra destinado a recibir la asamblea de los fieles. Construyéndolo, el iniciado aprende también a construir un templo espiritual que nunca estará acabado. En el interior de la Orden no hay disociación entre el espíritu y la mano, entre los «pensadores» y los «manuales»; el Maestro de Obras es el símbolo viviente de esta unidad. Para el masón, el universo es una gigantesca obra donde se encuentran todos los materiales indispensables para la construcción de la catedral. A él le toca saber utilizarlos y realizar la Obra más hermosa que ofrecerá a Dios y no a los hombres. «Todos los ritos de la masonería», «giran en torno a la idea de construcción. Si habéis comprendido eso, lo habéis comprendido todo». El masón, en efecto, no cree en el «buen salvaje»; a su juicio, el oficio es necesario para la culminación del alma, el trabajo es la mejor aproximación a lo divino. Pero no se trabaja de cualquier modo; para reconstruir al hombre edificando una iglesia, hay que estar iniciado y percibir el sentido de los símbolos. «Dios escribe derecho con renglones torcidos», dice un proverbio masónico que anuncia los descubrimientos de Einstein. Por eso la vida del masón es una espiral que se desarrolla hasta el infinito, una curva armoniosa que une el cielo y la tierra. El buen masón es el que tiene «el compás en el ojo», ese ojo de Luz que está siempre situado por encima del Venerable Maestro del lugar, en las logias actuales.

Según la francmasonería, tres obras deben realizarse aquí abajo: prolongar la Obra de Dios llevando a la existencia lo que antes no era; por ejemplo, hacer surgir una catedral de la nada. Luego, prolongar la obra de la naturaleza revelando a los hombres lo que estaba oculto; por ejemplo, traducir a símbolos las ideas íniciáticas vividas en el secreto de los templos. Finalmente, crear de acuerdo con las leyes de la Maestría, es decir, unir lo que estaba separado y separar lo que estaba mal unido. El Maestro de Obras es aquel que consigue realizar esas tres obras gracias a las enseñanzas de la francmasonería.

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El aprendiz de albañil usando mazo y cincel

Recordemos ese hermoso diálogo de constructores que evoca, perfectamente, el estado de ánimo de los masones o albañiles medievales (escrito por el compañero La Gaieté-de-Ville-bois):

«—Compañero en la torre,

¿de dónde vienes día tras día?»

«—Vengo de las profundas tinieblas

donde se debate nuestro viejo mundo, donde todo es frío, hostil y negro.»

«—Compañero en la torre,

¿qué ves tú día tras día?»

«—Veo las sublimes obras maestras

de grandes obreros anónimos,

los buenos compañeros de antaño,

quienes trabajaban con alegría y nos han abierto la Vía

porque poseían la Fe.»

«—Compañero de la torre,

¿qué haces día tras día-»

«—Tomo de la naturaleza entera

la innumerable y ruda materia,

y con mi corazón y mis manos,

sujetando la herramienta que canta y suena,

la transformo y la modelo

y trabajo para todos los humanos.»

Los "Masones aceptados" llegaron a ser cada vez más numerosos, pues la clase culta encontraba en la Fraternity of Freemasons, cuyos, miembros se llamaban entre sí "Hermanos", la realización de las ideas de fraternidad sentimental y sentimientos filantrópicos que eran los suyos, unida al atractivo de las ceremonias secretas, del simbolismo, de los signos de reconocimiento y del santo y seña. Además, todos los nobles, adversarios de Cromwell y de los Puritanos, así como los católicos, acosados por las autoridades protestantes, hallaban en las Logias un refugio seguro. La Masonería era entonces hostil al poder establecido, y deseaba el retorno de la dinastía de los Estuardo; por lo demás, fue protegida por el rey Carlos II, luego de la restauración (1660).

El rito de bienvenida, se ha conservado, poco más o menos, en la masonería actual. Cuando el masón itinerante se presenta en las puertas de una logia, pregunta: «¿Trabajan masones en este lugar?», golpeando por tres veces la puerta. En el interior del lugar cerrado cesa cualquier actividad, y uno de los masones presentes abre la puerta tras haberse apoderado de un cincel. Intercambia una contraseña con el recién llegado y le hace cierto número de preguntas rituales cuyas respuestas deben ser aprendidas de memoria. Este

«catecismo» de los francmasones sigue practicándose y constituye, incluso, la

parte esencial de la enseñanza impartida al aprendiz francmasón contemporáneo. Si el hermano visitante responde correctamente a las

preguntas, el tejero (es decir, el masón encargado del interrogatorio) se da con él un apretón de manos. Al entrar en la logia, el visitante declara: «Saludos al Venerable Masón». «Que Dios bendiga al Venerable Masón», responde el Maestro del lugar. «El Venerable Masón de mi logia os manda saludos», prosigue el visitante. Ocupa entonces su lugar en las «columnas», es decir, las hileras de asientos donde se instalan los masones, y toma parte en la ceremonia. La iniciación comprendía las pruebas de la tierra, el agua, el aire y el fuego cuya

presencia hemos comentado en varias cofradías de la antigüedad; la iniciación al grado de Maestro descansaba sobre el mito del arquitecto asesinado. Entre los símbolos caros a los francmasones, hay que citar primero los laberintos que son verdaderas rúbricas iniciáticas. Fueron destruidos, en su mayoría, a partir del siglo XVII; los que subsisten están muy a menudo ocultos por sillas que impiden sentir el inmenso impulso de las bóvedas. En el centro de los laberintos figuraba, por lo general, el rostro de uno o varios maestros de obras que encarnaban el alma de la cofradía masónica que había construido la iglesia. La escalera de caracol, que puede verse en numerosas torres de catedrales, fue un importante símbolo de la masonería medieval; aludía a la necesidad de evolucionar en torno a un eje central, de seguir las volutas de la existencia humana sin perder nunca de vista una referencia sagrada. A lo largo de esas escaleras o en los pilares, se encuentran marcas de constructores y signos lapidarios que son, unas veces, firmas de escultores, otras, restos geométricos que ofrecen claves de proporciones. Esas marcas existían ya en la más alta antigüedad; en las paredes del templo egipcio de Medinet-Habu, que data de la XVIII Dinastía, se ve la estrella de cinco puntas, la cruz de San Andrés, un armonioso trazado de un plano de templo, un cuadrado largo (es decir, un rectángulo de 1 por 2 que es, hoy todavía, el símbolo de la logia masónica). Los albañiles de la Edad Media poseían tres «joyas» inmutables que definían la naturaleza de los tres grados de la iniciación. La piedra bruta era la primera

«joya», reservada a los aprendices; la segunda era la piedra cúbica de punta,

reservada a los compañeros; la tercera, la tabla de trazo, reservada a los maestros. En la francmasonería contemporánea, la piedra en bruto sigue siendo el símbolo de los aprendices; pocas veces se emplea la piedra cúbica con punta y la tabla de trazo, desgraciadamente, se olvidó con el paso de los años.

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La iniciación del aprendiz.

La gran «reserva» simbólica de la masonería medieval es, esencialmente, el repertorio iconográfico de los capiteles esculpidos. Allí encontramos el pelícano,

el fénix y el águila de dos cabezas que se honran en los altos grados masónicos; todas las actitudes rituales del escultor iniciado se representan en la piedra o en la madera, todos los objetos sagrados de los albañiles son visibles en las iglesias y las catedrales, todos sus secretos espirituales y técnicos son accesibles aún gracias al lenguaje del símbolo.

El término de «símbolo», que sin duda es el mejor camino para comprender la mentalidad medieval, nos da ocasión para abordar un tema delicado: las relaciones de la francmasonería medieval con otra gran sociedad iniciática de aquel tiempo, la orden caballeresca de los templarios. La epopeya de las catedrales se debió a la acción conjunta de la Iglesia, los templarios y los francmasones.

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Cuatro sellos masónicos de compañerismo Siglo XVII

Sin embargo, después de la Segunda Revolución (1688) y el triunfo de Guillermo de Orange, se produjo un movimiento para hacer de la francmasonería una institución filantrópica, leal al soberano reinante. Los artesanos de esa operación fueron sobre todo dos pastores protestantes: Anderson y Desaguliers, este último de origen francés.

El 24 de junio de 1717, cuatro Logias de la capital inglesa fundaron una Gran Logia, encargada de unificar los reglamentos de la Masonería. Los nobles y los burgueses se hicieron recibir en cantidad, y poco a poco los simples artesanos desaparecieron de las asambleas, donde se hallaban desorientados: la francmasonería ya no era una corporación de maestros de obras, sino un Cuerpo puramente "especulativo".

Los reglamentos o Constituciones, redactados por Anderson, fueron publicados en 1723. Esa Carta relataba en su primera parte la historia fabulosa de la Masonry desde la creación del mundo; la segunda daba los estatutos, análogos a los de las antiguas corporaciones de constructores, pero que abrían la Sociedad a cuantos practicaban "la religión sobre la cual todos los hombres están de acuerdo", instaban a los "Masones" a cultivar "el amor fraternal que es el fundamento y la piedra maestra, así como el cimiento y la gloria de esa antigua Hermandad". El ritual sólo conservaba los tres grados "operativos" (Aprendiz, Compañero y Maestro). Las Constituciones de Anderson fueron pronto la Carta de la mayoría de las Logias, que propagaron una doctrina sobre todo humanitaria, deísta y espiritualista, abierta a todos los cristianos, fuesen cuales fueren sus confesiones, y leal respeto del poder establecido.

En cuanto a los grados superiores, dejados oficialmente a un lado, los conservaron en ciertas Logias los partidarios de los Estuardo; sobreviviendo a esos fines políticos después de la derrota definitiva de los "Jacobitas", los Altos Grados habían de reaparecer después con todo su simbolismo esotérico y, a pesar de las resistencias, consiguieron, con el nombre de Francmasonería escocesa, ocupar su lugar en el sistema definitivo.

La Francmasonería en Francia Siglo XVIII y el desarrollo del sistema de los Altos Grados.

La Francmasonería fue introducida en Francia alrededor de 1730, y pronto alcanzó gran desarrollo; se constituyeron numerosas Logias, que pidieron la investidura a la Gran Logia de Londres. Todo estaba de parte del movimiento: la "anglomanía" de la época, que hacía admirar cuanto llegaba del otro lado de la Mancha; el atractivo del misterio; el humanitarismo. La Masonería tuvo numerosos adeptos entre la aristocracia, y también en la burguesía, cuyas aspiraciones a la igualdad halagaba: por lo demás, la Francmasonería declaró nobles a todos los masones sin distinción, y concedió a todos sus miembros el permiso de ceñir en la Logia la espada de parada.

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Pero la Masonería francesa había de atravesar muy pronto por una grave crisis. No se trataba tanto de un peligro "exterior" (la desconfianza de la autoridad pública, hostil a todas las agrupaciones clandestinas, la condena de la Orden por el papa Clemente XII, en 1738, no impidieron que la Masonería progresara; por lo demás, el Parlamento se negó a registrar la Bula Papal, y la justicia real pronto renunció a perseguir a los francmasones) cuanto de una crisis interior: en efecto, aun cuando el número de adeptos era cada vez mayor, a muchos solo les interesaban los banquetes con que las Logias clausuraban sus "tenidas", y los masones sinceros deseaban una reforma de la Orden. El discurso del caballero Michel de Ramsay orientó a la Masonería por un nuevo derrotero. Ramsay, nacido en 1686 en Ayr (Escocia), luego de sus estudios en la Universidad de Edimburgo, emprendió grandes viajes por el continente. Visitó Holanda, donde se relacionó con el místico Poiret, y después Francia; en Cambrai se hizo amigo de Fénelon, quien, en 1709 consiguió convertirlo al catolicismo. De regreso a Gran Bretaña, Ramsay obtuvo en 1730 el Doctorado de la Universidad de Oxford, y luego de haber intentado en vano penetrar en la Gran Logia inglesa para introducir en ella sus proyectos de reforma, decidió volver a Francia para encontrarse con los masones de ese país. Ahí pronunció, en 1736, un discurso que había de acarrear indirectamente la proliferación de los Altos Grados. A decir verdad,

ese discurso exaltaba, sobre todo, los fines filantrópicos de la Organización. (Se definía la Masonería: "un establecimiento cuyo único fin es la reunión de los espíritus y de los corazones para hacerlos mejores, y formar en la sucesión de los tiempos una nación espiritual en la que, sin derogar los diversos deberes que exige la diferencia de los Estados, se creará un pueblo nuevo que, participando de varias naturalezas, las cimentará todas en cierto modo, por los lazos de la virtud y de la ciencia"). Pero, en la segunda parte, Ramsay desarrolló una leyenda que hacía llegar la Orden a los Cruzados; éste fue el punto que obtuvo la mayor repercusión, de modo que Ramsay (que murió en 1743, en Saint-Germain, luego de editar las obras póstumas de Fénelon), "quizá considerado como el padre espiritual de los Altos Grados, aunque él no concibiera ningún grado superior a los tres grados simbólicos (Aprendiz, Compañero, Maestro) de la Masonería azul".

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A partir de 1740 se asistió al desarrollo de esos Altos Grados, que se sobrepusieron a los tres grados operativos. Fue la Masonería escocesa la que había de trasformar completamente el carácter de la Orden, haciéndola volver al esoterismo y al ocultismo. Hasta la víspera de la Revolución se asistió a la institución incesante de nuevos grados, de títulos simbólicos, reproduciendo más o menos fielmente las jerarquías de los Rosa-cruces. Se vio una especie de generación espontánea y caótica de los grados, coincidiendo con una verdadera invasión por las doctrinas esotéricas, traídas por vías misteriosas. Se pusieron a investigar el sentido oculto de los emblemas y de los ritos, a desarrollar el tema de la Palabra perdida, asimilada a veces al Nombre secreto de la Divinidad (que da al alma la idea de lo Infinito, fuente de toda existencia). El cristianismo esotérico de los Rosa- cruces, que algunos iniciados habían conservado, tomó posesión del ritual, multiplicando en él los símbolos herméticos: el águila, el pelícano, el fénix, etc.

Todos esos grados, por muy diversos que sean, se resumen, como lo observa R. Le Forestier, en dos tipos principales: los "Grados de venganza", que desarrollan el mito de Hiram, haciendo vivir al iniciado la venganza cumplida con los asesinos, y los "Grados caballerescos", inspirados en la leyenda relatada por Ramsay y que hacía llegar a la Masonería hasta las órdenes de Caballería.

De ahí un número extraordinario de nuevos grados, notables por sus títulos pomposos (Caballero del Templo; Gran Arquitecto de la Torre de Babel, etc.), su puesta en escena suntuosa y sus pruebas terroríficas o místicas. Mientras algunos trataban de poner orden en ese caos, organizando Ritos (o Sistemas) masónicos, tales como el Rito Escocés Antiguo y Aceptado (1762), otros se orientaban hacia el iluminismo, instituyendo rituales especiales y creando sus propias jerarquías, tales como Wuillermoz, Cagliostro, Zinnendorf, Martínez de Pasqually (el maestro de Louís-Claude de Saint-Martin, llamado "el Filósofo desconocido").

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Iniciación del Maestro. Evolución de la Masonería.

Nadie piensa en negar el gran éxito masónico de los años 1788-1789, la creación

de la Constitución americana. El masón Georges Washington, iniciado en 1752,

se convierte en presidente de los Estados Unidos de América el 30 de abril de

1789 y nunca olvidará su deuda con los hermanos franceses. Éstos no viven un período eufórico, muy al contrario, tras la declaración de Mirabeau, que desea, sencillamente, exterminar la francmasonería a la que considera una sociedad

«mala». Para el, no es más que una hipócrita emanación de los jesuítas. En

vísperas de la Revolución, el número de masones tal vez sea de cincuenta mil. Ciertamente, predican la fraternidad, y el aristócrata trata de «hermano mío» al gran burgués; pero ese carácter «democrático» es muy restringido y en nada favorece un cambio social. Este hay que buscarlo en los muy numerosos clubes políticos que se crean a un ritmo acelerado, en las «academias» y las

«sociedades literarias» que son, de hecho, grupúsculos revolucionarios muy activos que preparan la muerte del Antiguo Régimen.

Tras la toma de la Bastilla, el 17 de julio de 1789, Luis XVI va al ayuntamiento. Cuando llega al pie de la gran escalinata, los oficiales de la guardia nacional, que son casi todos francmasones, desenvainan su espada. Luis XVI reacciona retrocediendo, teme ser asesinado. De hecho, los oficiales forman una bóveda de acero con sus armas y el marqués de Nesles le dice al rey: «Sire, no temáis nada.» Luis XVI pasa bajo aquella bóveda, símbolo reservado a los más altos dignatarios masónicos, y entra en el Ayuntamiento.

Un noble, el señor de Saint-Janvier, es interrogado por un revolucionario.

«¿Cómo te llamas?», le pregunta. «De…» «Ya no hay De.» «Saint (santo)…» «Ya

no hay santos.» «Janvier (enero)…» «Ya no hay Enero.» Y el revolucionario escribe en los papeles oficiales: «Ciudadano Nivoso». Estas dos anécdotas, alejadas en el tiempo, revelan el profundo malestar que sintió el cuerpo masónico durante toda la Revolución. Los nobles que dirigen la masonería se ven superados por los acontecimientos, los monárquicos sinceros no aceptan la decadencia de la monarquía. En 1789 se produce una violenta ruptura entre el Gran Maestro, el duque de Orleáns y el administrador general, Montmorency- Luxembourg. El primero espera recoger, por fin, el resultado de sus intrigas aprovechándose de la inevitable caída del rey; el segundo, por el contrario, jura a Luis XVI que la nobleza le será fiel y le entregará su vida si el soberano lo exige. Luis XVI no comprende o finge no comprender; deliberadamente, rechaza el apoyo de la masonería aristocrática. Los masones se dividen en dos partidos y la fraternidad no es ya más que una palabra vana; los nobles esperan conservar sus privilegios, los burgueses obedecen a Orleáns, cuya popularidad va creciendo. El Gran Oriente, que no tiene línea política definida alguna, recuerda a sus miembros que las discusiones de orden político están prohibidas en las logias y que es preferible no mantener ningún contacto con los clubes revolucionarios. Orleáns no desea un cambio social profundo sino, simplemente, su propio ascenso al poder. Cuando la tormenta revolucionaria estalla, la mayoría de las logias se ven obligadas a cesar en sus trabajos. Los agitadores profesionales transforman algunas de ellas en clubes políticos en los que participan los hermanos partidarios de la nueva doctrina. El Gran Oriente, cuyo déficit financiero es considerable, es incapaz de hacer frente a una situación tan extrema y se menciona esta desengañada declaración de un hermano: «La mayor parte de nuestros miembros sólo eran masones por darse tono».

La evolución ulterior de la Masonería, particularmente de la Masonería francesa, ha sido relatada muchas veces: en 1773 se creó el Gran Oriente,

que reunió a la mayoría de las Logias de primer grado, mientras que los Altos Grados, la Masonería llamada escocesa, había de unificarse solamente en tiempos de Napoleón en un Supremo Consejo, que reconocía los tres primeros grados y daba una Carta definitiva para los grados superiores, debida al conde de Grasse-Tilly.

La Revolución francesa fue primeramente favorable a la Masonería, de la que copió la famosa divisa "Libertad, Igualdad, Fraternidad"; pero la Convención envió al cadalso a numerosos Hermanos.

Los antiguos constructores no erigían edificios por su placer sino para celebrar la Obra que, no está sometida al tiempo ni al espacio. Siempre que los ritos masónicos sean una de las vías hacia esa obra oculta en el corazón de nuestro espíritu, merecen nuestro respeto y nuestra atención.

M:.M:. Herbert Oré Belsuzarri.

¿QUE TOMO LA MASONERIA DE LOS OTROS RITOS INICIATICOS?

Debo advertir que lo que aquí se expone es nuestro entender y si existe otras opiniones expreso mi respeto por ellas.

De las sociedades iniciáticas las más antiguas se remontan al Egipto, pero existieron otras antecesoras en el continente austral lemuria y el continente atlante. Asi la creación de núcleos urbanos y la parición de la escritura como método de comunicación destacó sobre las demás culturas de su época a la Civilización Sumeria que se ubicó entre los ríos Tigres y Eufrates, el actual sur de Irack, esta es la zona también conocida como Mesopotamia (entre dos ríos), y era una Civilización de varias ciudades estado, toda ciudad tenía un Zigurat (pirámide escalonada para observar los astros y era el hogar del Dios de la ciudad), un Templo y asentamientos agrícolas. Los sumerios fueron sometidos por Babilonia.

La influencia de los sumerios no solo fue la escritura sino que también queda reflejada en la Biblia aspectos culturales sumerios como la existencia del Edén, el Diluvio Universal, la Torre de Babel y la confusión de las lenguas. El poder civil estaba en manos del príncipe que no fueron divinizados (no eran hijos de dios), pero era el juez supremo y jefe militar de su territorio, su palacio era un centro económico y administrativo, a su vez la administración lo dirigía un ministro designado por el príncipe, que organizaba y distribuía los impuestos, controlaba los almacenes y a los escribas (Los únicos que sabían escribir).

En Babilonia los candidatos a la iniciación en los misterios eran primeramente bautizados, cuya consecuencia prometida era la regeneración y el perdón de todos sus perjurios.

Morir para renacer, esa es la lección que enseña el mito de Osiris del antiguo Egipto, La leyenda se escenificaba en los santuarios, en ceremonias secretas, durante las cuales los miembros de la jerarquía sacerdotal eran actores en una serie de espectáculos simbólicos, destinados a dar al iniciado la sensación de que moría y luego renacía a una nueva existencia.

En el culto de Isis estaría el origen del culto cristiano de la Virgen, pues la diosa egipcia era el símbolo de la Naturaleza, siempre fecundada, pero siempre virgen.

La tierra, virgen en su origen, fue fecundada por los rayos del sol, y es gracias a este hecho que pudo dar vida a todo lo que existe, la Naturaleza y la Humanidad, y sin caer en un politeísmo primitivo, los antiguos hicieron de la Diosa-Tierra, la representación simbólica del gran principio femenino de todas las cosas, y el Sol, el principio masculino por excelencia.

En todas las religiones en las que se venera a una Diosa-Tierra, siempre aparece indisolublemente asociado el culto solar. Tanto entre los egipcios, como en el

caso de los incas, los griegos o los celtas, no hay Diosa-Tierra sin Dios-Sol, su complemento indispensable.

Los iniciados egipcios se daban un apretón de manos para identificarse, los masones han conservado el símbolo, así como el uso de los catecismos en el que se alterna preguntas y respuestas rituales, esta costumbre también lo practicaron los Pitagóricos quienes lo heredaron de los egipcios.

De los Griegos, la mitología dionisíaca fuese más tarde incorporada al Cristianismo, pues hay mucho paralelismo entre la leyenda de Dioniso y Jesús: se decía de ambos que nacieron de una mujer mortal engendrado por un dios, que volvieron de entre los muertos, y que transformaron el agua en vino.

Los griegos de la comunidad eleusina iniciaban a sus elegidos, tras tres investigaciones al candidato, y luego lo presentaban en reunión de iniciados para ser interrogado sobre su opinión e intención. ¿Qué se exigía del candidato? Primero una conducta moral irreprochable (El criminal es rechazado inmediatamente). El iniciado juraba no revelar nada de lo que se le enseñe y finalmente le pedían que abandone su fortuna y bienes materiales. Estas tres condiciones subsisten en la actual masonería?.

De los Pitagóricos se heredó que los hermanos son ?otro uno mismo? y se practicaba a menudo, especialmente en los combates, cuando los pitagóricos pertenecientes a ejércitos enemigos deponían las armas luego de haber hecho el signo ritual que les permitía identificarse. Para su iniciación el postulante iba desnudo. Al finalizar el ritual le entregaban una toga blanca, signo de la rectitud y de la irradiación del bien que penetraba en su alma, hoy los masones en forma similar al iniciado ofrecen un delantal blanco.

En las escuelas establecida por Pitágoras, como comunidad filosófico-educativa, en Crotona, en la Italia meridional (llamada entonces Magna Grecia), a los discípulos se les sometía primeramente a un largo período de noviciado que puede parangonarse con el grado de Aprendiz Masón, se les admitía como oyentes, observando un silencio absoluto, y otras prácticas de purificación que los preparaban para el estado sucesivo de iluminación, en el cual se les permitía hablar, que tiene analogía con el grado de Compañero Masón, mientras el estado de perfección se relaciona evidentemente con el grado de Maestro Masón.

Muchos movimientos e instituciones sociales fueron inspirados por las enseñanzas del Maestro Pitágoras, que no dejó nada como obra suya directa, en cuanto consideraba sus enseñanzas como vida y prefería, como él mismo decía, grabarlas (otro término característicamente masónico) en la mente y en la vida de sus discípulos, más bien que confiarlas como letra muerta al papel.

Hay que hacer un lugar aparte a la religión de Mitra, de origen iranio, llevado al Imperio Romano por los legionarios. Esta religión del dios solar fue la mayor

rival del cristianismo antes del triunfo definitivo de éste. El culto se celebraba en santuarios subterráneos, la mayoría de las veces grutas. Los iniciados, disponían de signos secretos de reconocimiento, formaban una jerarquía de siete grados: Buitre (corax); Oculto (cryptius); Soldado (miles); León (leo); Persa (perses); Correo del Sol (heliodromus); Padre (pater). Las pruebas a que se sometía al postulante eran conocidas por su severidad. Las mujeres no podían ser iniciadas.

Parece ser que el rito principal de la religión mitraica era un banquete ritual, que pudo tener ciertas similitudes con la eucaristía del cristianismo. Los alimentos ofrecidos en el banquete eran pan y agua, pero los hallazgos arqueológicos apuntan a que se trataba de pan y vino, como en el rito cristiano. Esta ceremonia se celebraba en la parte central del mitreo, en la que dos banquetas paralelas ofrecían espacio suficiente para que los fieles pudieran tenderse, según la costumbre romana, para participar del banquete. Los Cuervos (Corax) desempeñaban la función de servidores en las comidas sagradas en similitud a los aprendices masones.

La herencia irlandesa celta está presente en el ánimo de los albañiles druidas. Recuerdan el hábito blanco del ritual de los druidas, sus maestros espirituales, los ritos iniciáticos donde el profano entra en una piel de animal muriendo para el «hombre viejo» y renaciendo para el «hombre nuevo». En las asambleas de constructores, se lleva un delantal. Si alguien interrumpe con la voz o el gesto al que tiene la palabra, un dignatario que se encarga de este oficio avanza hacia el mal albañil y le presenta su espada. Si se niega a callar, el dignatario le dirige dos nuevas advertencias. Finalmente, corta en dos su delantal. El miembro indigno es entonces expulsado de la comunidad; tendrá que rehacer con sus propias manos otro delantal antes de poder asistir de nuevo a las reuniones.

El Dios celta Lug, es el dios de la Luz señor de todas las artes. Se manifiesta en la persona del jefe del clan, poseedor del mazo. La iniciación se traduce, primero, en la práctica de un oficio y nadie es admitido en Tara, la Ciudad Santa de Irlanda, si no conoce un arte. En Tara, la sala de los banquetes rituales se denomina «morada de la cámara del medio»; recordemos que el consejo de maestros francmasones se denomina «cámara del medio».

De los Monjes Benedictinos se toma, el personaje del abad, ese Cristo hecho visible para la comunidad de los monjes, ese Maestro que se ocupa de cada Hermano y le proporciona los alimentos espirituales y materiales. El abad es el primer Maestro de Obras de la Edad Media, el modelo del Venerable de la masonería, pues considera la herramienta como una fuerza sagrada y convierte el trabajo en una plegaria. Los monjes de San Benito trabajan la materia, repiten cada día las acciones de los santos y unen la inteligencia de la mano a la intensidad de su fe.

De los masones operativos se toma al maestro albañil, ese inmenso personaje de la época medieval, que se encarga de dirigir la logia y de orientarla hacia la Luz. Es el sabio, sucesor del rey Salomón cuya cátedra ocupa; a cada nuevo iniciado, repite esta frase: «Quien quiera ser maestro puede serlo, siempre que sepa el oficio». Y el aprendiz sueña con igualar a Pedro de Montreuil, el Príncipe de los Albañiles, o al Maestro Geómetra Colin Tranchant que construyó Saint-Sernin de Toulouse.

El Maestro de Obras, tras años de aprendizaje y años de viaje, pasa dos años más en la cámara de los trazos donde se le revelan claves técnicas y simbólicas de la construcción. Ningún maestro de la Edad Media revelo el secreto, pero quedan las catedrales para comprender el ordenamiento y su significado. En la logia, el maestro se adosa al este, identificándose con la luz naciente que ilumina a los miembros de la cofradía.

Ante todos, el maestro aparece vestido con una larga túnica y tocado con un gorro ritual. Los guantes cubren sus manos, de acuerdo con una costumbre instaurada por Carlomagno. Sus emblemas son la escuadra, el compás, la plomada y la regla graduada; con su largo bastón, camina con paso sereno hacia la próxima obra. Un Maestro de Obras, en efecto, nunca termina de construir; a pesar de su gloria y de su prestigio, respeta una sorprendente regla de humildad: tras haber dirigido la construcción de un monumento, se coloca a las ordenes de otro Maestro para ayudarle en sus trabajos. Terminado este tiempo de obediencia, retoma la dirección de una nueva obra. El presidente de una logia masónica contemporánea se denomina «Venerable Maestro»; ese austero titulo es muy antiguo, puesto que era ya llevado por los abades del siglo VI. Las Logias, como se sabe, encontraron a menudo refugio en los monasterios cuyo abad era Maestro de Obras y recibía de sus hermanos el título de «Venerable hermano» o de «Venerable maestro».

Este detalle nos lleva al examen de la jerarquía masónica en la Edad Media. No olvidemos que el término «jerarquía» designaba primitivamente la arquitectura de los distintos coros de ángeles que la humanidad debía reproducir en la tierra. La estructura masónica comprendía tres «grados»: aprendiz, compañero constructor y Maestro de Obras. Al aprendiz le correspondía el trabajo de colocador de piedras, y al compañero constructor, el de tallador, valiéndose para ello de un mazo o un cincel. El Maestro, por su parte, terminaba las esculturas más difíciles o rectificaba la obra imperfecta. En las obras, el Maestro era ayudado por un «vocero» o «hablador» que transmitía a los compañeros las órdenes de aquél. Siendo su ayudante directo, da las piedras a los escultores cuyo trabajo vigila; el hablador abre la obra por la mañana, la cierra al anochecer tras haber comprobado que todo está como corresponde. Cuando desea dar una orden, da dos golpes en una tablilla colgada en la logia; si se oyen tres golpes, es que el Maestro en persona se dispone a hablar. Según otras fuentes, habría tres tablillas tras el vigilante: una de 36 pies, utilizada para nivelar; la segunda de 34, para achaflanar; la tercera de 31, para medir la tierra.

El oficio de «hablador» es, en realidad, una muy estricta preparación para el cargo de Maestro de Obras.

Los rituales iniciáticos de los francmasones medievales son aún muy poco conocidos; se sabe que el nuevo iniciado prestaba un juramento y que se comprometía a guardar en secreto lo que viera y escuchara. Durante la ceremonia se le comunicaban los signos de reconocimiento que utilizaría en sus viajes. El Maestro resumía para el novicio la historia simbólica de la Orden y le explicaba el significado del oficio, insistiendo especialmente en los deberes del hombre iniciado. Todos los símbolos de los masones eran comentados: el delantal, las herramientas, las dos columnas, el arca de la alianza, etc. El momento más importante de la ceremonia era aquel en el que se creaba un masón: arrodillado ante el altar, el futuro masón ponía su mano derecha sobre el libro sagrado que sostenía un anciano; el maestro oficiante leía las obligaciones de los francmasones y anunciaba solemnemente el nacimiento de un nuevo hermano

El rito de bienvenida al hermano itinerante, se ha conservado, poco más o menos, en la masonería actual. Cuando el masón itinerante se presenta en las puertas de una logia, pregunta: ¿Trabajan masones en este lugar?, golpeando por tres veces la puerta. En el interior del lugar cerrado cesa cualquier actividad, y uno de los masones presentes abre la puerta tras haberse apoderado de un cincel. Intercambia una contraseña con el recién llegado y le hace cierto número de preguntas rituales cuyas respuestas deben ser aprendidas de memoria. Este catecismo de los francmasones sigue practicándose y constituye, incluso, la parte esencial de la enseñanza impartida al aprendiz francmasón contemporáneo. Si el hermano visitante responde correctamente a las preguntas, el tejero (es decir, el masón encargado del interrogatorio) se da con él un apretón de manos. Al entrar en la logia, el visitante declara: «Saludos al Venerable Masón». «Que Dios bendiga al Venerable Masón», responde el Maestro del lugar. «El Venerable Masón de mi logia os manda saludos», prosigue el visitante. Ocupa entonces su lugar en las

«columnas», es decir, las hileras de asientos donde se instalan los masones, y toma parte en la ceremonia.

En los Hashises musulmanes encontramos que la estructura y graduación de los assessinos era asombrosamente similar a la de la Orden del Templo (Templarios). Los grados de poder eran equivalentes, el Viejo de la Montaña se correspondía con el Gran Maestro, los Dais a los Grandes Priores, los Refik a los caballeros, los Fidavi a los escuderos y los Lassik a los simples hermanos sirvientes. Pero son la analogía de sus indumentarias la que hace evidente el parecido entre ambas Órdenes, ambos vestían capas blancas sobre las que portaban un distintivo rojo; la pretina los assessinos y la cruz los templarios. Ambas órdenes estaban relacionadas con la construcción, los edificios octogonales son patrimonio de ambas órdenes iniciáticas.

Los assessinos organizaron los Taouq, corporaciones de constructores que, después de una laboriosa iniciación, estaban capacitados para levantar templos y castillos con técnicas precisas y que se remontan, igual que el Templo de Salomón, al antiguo Egipto. En sus estatutos secretos se recoge; "Allá donde construyáis grandes edificios, practicad los signos de reconocimiento". Ello nos recuerda a los Templarios y sus sucesores los francmasones, que actúan del mismo modo.

Si los Templarios, aprendieron de los assessinos su organización piramidal, y sus reglas secretas de la construcción, no sería extraño que también de ellos aprendieran los conocimientos de la cábala, la gnosis y la alquimia, lo que les propició alcanzar su peculiar posición en la Europa medieval cristiana. El saber es poder, y el saber oculto otorga a quienes lo practican un aura de dioses o demonios. Gran parte del misterio que envuelve a assessinos y templarios, y más tarde a francmasones, radica en el conocimiento de ciertos saberes inaccesibles a los profanos.

 

 

Autor:

Herbert Oré Belsuzarri

Partes: 1, 2, 3, 4
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