La muerte de sus contemporáneos sirvió de aviso a Bernardo de su próximo fin. El primero en morir fue Suger en1152, sobre quien el Abad escribió a Eugenio III: Si hay algún vaso precioso adornando el palacio del Rey de Reyes, es el alma del venerable Suger. Thibaud, Conde de Champagne; Conrado, emperador de Alemania, y su hijo Enrique, murieron ese mismo año. Desde el comienzo del año 1153, Bernardo sintió aproximarse su muerte. El fallecimiento del Papa Eugenio le dio el golpe fatal al apartarle del que consideraba su mejor amigo y consolador.
Fruto aún de las severas restricciones monásticas que él mismo se había autoimpuesto al principio de su vida monacal, en 1153 Bernardo sufrió una grave enfermedad estomacal y digestiva y por ello no podía retener la comida y las piernas se le hinchaban. Ello le ocasionó una gran debilidad y, finalmente falleció el 20 de agosto del 1153 a la edad de 63 años, de los cuales 40 habían transcurrido dentro de la vida monacal.
ANEXO
Dada la importancia de los siguientes temas y personajes incluidos en este trabajo sobre Bernardo de Claraval, a continuación se detalla la información sobre cada uno de ellos para así facilitar la comprensión del tema principal, así como una pequeña descripción de algunas palabras que consideramos significantes dentro de este trabajo.
LOS CATAROS
El catarismo es la doctrina de los cátaros o albigenses, un movimiento religioso de carácter gnóstico que se propagó por Europa Occidental a mediados del siglo X, logrando asentarse hacia el siglo XIII en tierras del Mediodía francés, especialmente el Languedoc, donde contaba con la protección de algunos señores feudales vasallos de la corona de Aragón.
El catarismo afirmaba una dualidad creadora (Dios y Satanás) y predicaba la salvación mediante el ascetismo y el estricto rechazo del mundo material, percibido por los cátaros como obra demoníaca.
En respuesta, la Iglesia Católica consideró sus doctrinas heréticas. Tras una tentativa misionera, y frente a su creciente influencia y extensión, la Iglesia terminó por invocar el apoyo de la corona de Francia, para lograr su erradicación a partir de 1209 mediante la Cruzada albigense. A finales del siglo XIII el movimiento, debilitado, entró en la clandestinidad y se extinguió poco a poco.
Etimología y origen: El nombre cátaro viene probablemente del griego kazarós, que significa puros. Los cátaros fueron denominados también albigenses. Este nombre se origina a finales del siglo XII, y es usado por el cronista Geoffroy du Breuil of Vigeois en 1181. El nombre se refiere a la ciudad occitana de Albi (la antigua Álbiga). Esta denominación no parece muy exacta, puesto que el centro de la cultura cátara estaba en Tolosa (Toulouse) y en los distritos vecinos. También era llamada la secta de los tejedores por el hecho de ser los tejedores y vendedores de tejidos sus principales difusores en Europa occidental.
El catarismo llegó a Europa occidental desde Europa oriental a través de las rutas comerciales, de la mano de herejías maniqueas (religión universalista fundada por el sabio persa Mani o Manes, quien se creyó el último de los profetas ) desalojadas por Bizancio. Es difícil formarse una idea exacta de sus doctrinas, ya que existen pocos textos cátaros. Los pocos que aún existen (Rituel cathare de Lyon y Nouveau Testament en provençal) contienen escasa información acerca de sus creencias y prácticas.
Los primeros cátaros propiamente dichos aparecieron en Lemosín entre 1012 y 1020. Algunos fueron descubiertos y ejecutados en la ciudad languedociana de Toulouse en 1022. La creciente comunidad fue condenada en los sínodos de Charroux (Vienne) (1028) y Tolosa (1056). Se enviaron predicadores para combatir la propaganda cátara a principios del siglo XII. Sin embargo, los cátaros ganaron influencia en Occitania debido a la protección dispensada por Guillermo, duque de Aquitania, y por una proporción significativa de la nobleza occitana.
Creencias: La herejía cátara tenía sus raíces religiosas en formas estrictas del gnosticismo y el maniqueísmo. En consecuencia, su teología era dualista radical, basada en la creencia de que el universo estaba compuesto por dos mundos en absoluto conflicto, uno espiritual creado por Dios y otro material forjado por Satán.
Los cátaros creían que el mundo físico había sido creado por Satán, a semejanza de los gnósticos que hablaban del Demiurgo. Sin embargo, los gnósticos del siglo I no identificaban al Demiurgo con el Diablo, probablemente porque el concepto del Diablo no era popular en aquella época, en tanto que se fue haciendo más y más popular durante la Edad Media.
Según la comprensión cátara, el Reino de Dios no es de este mundo. Dios creó cielos y almas. El Diablo creó el mundo material, las guerras y la Iglesia Católica. Ésta, con su realidad terrena y la difusión de la fe en la Encarnación de Cristo, era según los cátaros una herramienta de corrupción.
Para los cátaros, los hombres son una realidad transitoria, una ?vestidura? de la simiente angélica. Afirmaban que el pecado se produjo en el cielo y que se ha perpetuado en la carne. La doctrina católica tradicional, en cambio, considera que aquél vino dado por la carne y contagia en el presente al hombre interior, al espíritu, que estaría en un estado de caída como consecuencia del pecado original. Para los católicos, la fe en Dios redime, mientras que para los cátaros exigía un conocimiento (gnosis) del estado anterior del espíritu para purgar su existencia mundana. No existía para el catarismo aceptación de la materia, considerada un sofisma tenebroso que obstaculizaba la salvación.
Los cátaros también creían en la reencarnación. Las almas se reencarnarían hasta que fuesen capaces de un autoconocimiento que les llevaría a la visión de la divinidad y así poder escapar del mundo material y elevarse al paraíso inmaterial. La forma de escapar del ciclo era vivir una vida ascética, sin ser corrompido por el mundo. Aquellos que seguían estas normas eran conocidos como Perfectos. Los Perfectos se consideraban herederos de los apóstoles, con facultades para anular los pecados y los vínculos de las personas con el mundo material.
Normalmente la ceremonia de eliminación de los pecados, llamada consolamentum, se llevaba a cabo en personas a punto de morir. Después de recibirlo, el creyente era alentado para dejar de comer a fin de acelerar la muerte y evitar la "contaminación" del mundo (la endura, suicidio ritual por inanición).
Negaban el bautismo por la implicación del agua, elemento material y por tanto impuro, y por ser una institución de Juan Bautista y no de Cristo. También se oponían radicalmente al matrimonio con fines de procreación, ya que consideraban un error traer un alma pura al mundo material y aprisionarla en un cuerpo. Rechazaban comer alimentos procedentes de la generación, como los huevos, la carne y la leche (sí el pescado, ya que entonces era considerado un "fruto" espontáneo del mar).
Siguiendo estos preceptos, los cátaros practicaban una vida de férreo ascetismo, estricta castidad y vegetarianismo. Interpretaban la virginidad como la abstención de todo aquello capaz de ?terrenalizar? el elemento espiritual.
Otra creencia cátara opuesta a la doctrina católica era su afirmación de que Jesús no se encarnó, sino que fue una aparición que se manifestó para mostrar el camino a Dios. Creían que no era posible que un Dios bueno se hubiese encarnado en forma material, ya que todos los objetos materiales estaban contaminados por el pecado. Esta creencia específica se denominaba docetismo. Más aún, creían que el dios Yahvé descrito en el Antiguo Testamento era realmente el Diablo, ya que había creado el mundo y debido también a sus cualidades («celoso», «vengativo», «de sangre») y a sus actividades como «Dios de la Guerra». Los cátaros negaban por ello la veracidad del Antiguo Testamento.
El consolamentum era el único sacramento de la fe cátara, con excepción de una suerte de Eucaristía simbólica, sin transubstanciación (si Cristo era una entidad exclusivamente espiritual, no encarnada, el pan no podía convertirse en el cuerpo de Cristo).
Los cátaros también consideraban que los juramentos eran un pecado, puesto que ligaban a las personas con el mundo material.
Supresión de la doctrina cátara: En 1147, el papa Eugenio III envió un legado a los distritos afectados para detener el progreso de los cátaros. Los escasos y aislados éxitos de Bernardo de Claraval no pudieron ocultar los pobres resultados de la misión ni el poder de la comunidad cátara en la Occitania de la época. Las misiones del cardenal Pedro Crisógono a Tolosa en 1178, y de Enrique, cardenal-obispo de Albano, en 1180-1181, obtuvieron éxitos momentáneos. La expedición armada de Enrique de Albano, que tomó la fortaleza de Lavaur, no extinguió el movimiento.
Las persistentes decisiones de los concilios contra los cátaros en este periodo —en particular, las del Concilio de Tours (1163) y del Tercer Concilio de Letrán (1179)— apenas tuvieron mayor efecto. Cuando Inocencio III llegó al poder en 1198, resolvió suprimir el movimiento cátaro con la definición sobre la fe del IV Concilio de Letrán.
Esfuerzos pacíficos para combatir la doctrina cátara: A raíz de este hecho, la posibilidad cada vez más real de que Inocencio III decidiese resolver el problema cátaro mediante una cruzada provocó un cambio muy importante en la política occitana: la alianza de los condes de Tolosa con la Casa de Aragón. Así, si Raimundo V (1148-1194) y Alfonso II de Aragón (1162-1196) habían sido siempre rivales, en 1200 se concertó el matrimonio entre Ramón VI de Tolosa (1194-1222) y Eleonor de Aragón, hermana de Pedro II el Católico, quien, en 1204, acabaría ampliando los dominios de la Corona de Aragón con el Languedoc al casarse con María, la única heredera de Guillermo VIII de Montpellier.
Al principio, el Papa Inocencio III probó con la conversión pacífica, enviando legados a las zonas afectadas. Los legados tenían plenos poderes para excomulgar, pronunciar interdictos e incluso destituir a los prelados locales. Sin embargo, éstos no tuvieron que lidiar únicamente con los cátaros y con los nobles que los protegían, sino también con los obispos de la zona, que rechazaban la autoridad extraordinaria que el Papa había conferido a los legados. Hasta tal punto que, en 1204, Inocencio III suspendió la autoridad de los obispos en Occitania. Sin embargo, no obtuvieron resultados, incluso después de haber participado en el coloquio entre sacerdotes católicos y predicadores cátaros, presidido en Béziers en 1204, por el rey aragonés Pedro el Católico.
El monje cisterciense Pedro de Castelnau, un legado papal conocido por excomulgar sin contemplaciones a los nobles que protegían a los cátaros, llegó a la cima excomulgando al conde de Tolosa, Raimundo VI (1207) como cómplice de la herejía. El legado fue asesinado cerca de la abadía de Saint Gilles, donde se había reunido con Raimundo VI, el 14 de enero de 1208, por un escudero de Raimundo de Tolosa. El escudero afirmó que no actuaba por orden de su señor, pero este hecho poco creíble, fue el detonante que comenzó la cruzada contra los albigenses.
El Papa convocó al rey Felipe II de Francia para dirigir una cruzada contra los cátaros, pero esa primera convocatoria fue desestimada por el monarca francés, al que le urgía más el conflicto con el rey inglés Juan Sin Tierra. Entonces Pedro el Católico, que se acababa de casar, acudió a Roma en donde Inocencio III le coronó solemnemente y, de esta manera, el rey de la Corona de Aragón se convertía en vasallo de la Santa Sede, con la cual se comprometía a pagar un tributo. Con este gesto, Pedro el Católico pretendía proteger sus dominios del ataque de una posible cruzada. Por su parte, el Santo Padre, receloso de la actitud del rey aragonés hacia los príncipes occitanos sospechosos de tolerar la herejía (e incluso de practicarla), no quiso delegar nunca la dirección de la cruzada a Pedro el Católico. Posteriormente, el rey aragonés y su hermano Alfonso II de Provenza tomaron medidas contra los cátaros provenzales.
La cruzada contra la herejía: En 1207, al mismo tiempo que Inocencio III renovaba las llamadas a la cruzada contra los herejes, dirigidas ahora no sólo al rey de Francia, sino también al duque de Borgoña y a los condes de Nevers, Bar y Dreux, entre otros, el legado papal Pedro de Castelnau dictó sentencia de excomunión contra Raimundo VI, ya que el conde de Tolosa no había aceptado las condiciones de paz propuestas por el legado, en el que se obligaba a los barones occitanos no admitir judíos en la administración de sus dominios, a devolver los bienes expoliados a la Iglesia y, sobre todo, a perseguir a los herejes. A raíz de la excomunión, Raimundo VI tuvo una entrevista con el monje Pedro de Castelnau en Sant Geli en enero de 1208, muy tempestuosa y conflictiva, de la que no salió ningún acuerdo.
Ante lo inútil de los esfuerzos diplomáticos el Papa decretó que toda la tierra poseída por los cátaros podía ser confiscada a voluntad y que todo aquel que combatiera durante cuarenta días contra los "herejes", sería liberado de sus pecados. La cruzada logró la adhesión de prácticamente toda la nobleza del norte de Francia. Por tanto, no es sorprendente que los nobles del norte viajaran en tropel al sur a luchar. Inocencio encomendó la dirección de la cruzada al rey Felipe II Augusto de Francia, el cual, aunque declina participar, sí permite a sus vasallos unirse a la expedición.
La llegada de los cruzados va a producir una situación de guerra civil en Occitania. Por un lado, debido a sus contenciosos con su sobrino, Ramón Roger Trencavel —vizconde de Albí, Béziers y Carcasona—,
Raimundo VI de Tolosa dirige el ejército cruzado hacia los dominios del de Trencavel, junto con otros señores occitanos, tales como el conde de Valentines, el de Auvernia, el vizconde de Anduze y los obispos de Burdeos, Bazas, Cahors y Agen. Por otro lado, en Tolosa se produce un fuerte conflicto social creado por el obispo Folquet para luchar contra los usureros y los herejes y el obispo consigue la adhesión de los sectores populares, enfrentados con los ricos, muchos de los cuales eran cátaros.
La batalla de Béziers, que, según el cronista de la época Guillermo de Tudela, obedecía a un plan preconcebido de los cruzados para exterminar a los habitantes de las bastidas o villas fortificadas que se les resistieran, indujo al resto de las ciudades a rendirse sin combatir, excepto Carcasona, la cual, asediada, tendrá que rendirse por falta de agua. Aquí, sin embargo, los cruzados, tal como lo habían negociado los cruzados con el rey Pedro el Católico, señor feudal de Ramón Roger Trencavel, no eliminaron a la población, sino que simplemente les obligaron a abandonar la ciudad. En Carcasona muere Ramón Roger Trencavel. Sus dominios son otorgados por el legado papal al noble francés Simón de Montfort, el cual entre 1210 y 1211 conquista los bastiones cátaros de Bram, Minerva, Termes, Cabaret y Lavaur (este último con la ayuda de la compañía del obispo Folquet de Tolosa). A partir de entonces se comienza a actuar contra los cátaros, condenándoles a morir en la hoguera.
La batalla de Muret: La batalla de Beziers y el expolio de los Trencavel por Simón de Montfort van a avivar entre los poderes occitanos un sentimiento de rechazo hacia la cruzada. Así, en 1209, poco después de la caída de Carcasona, Raimundo VI y los cónsules de Tolosa van a negarse a entregarle a Arnaldo Amalric los cátaros refugiados en la ciudad. Como consecuencia, el legado pronuncia una segunda sentencia de excomunión contra Raimundo VI y lanza un interdicto contra la ciudad de Tolosa.
Para conjurar la amenaza que la cruzada anticátara comportaba contra todos los poderes occitanos, Raimundo VI, después de haberse entrevistado con otros monarcas cristianos –el emperador del Sacro
Imperio Otón IV, los reyes Felipe II Augusto de Francia y Pedro el Católico de Aragón- intenta obtener de Inocencio III unas condiciones de reconciliación más favorables. El papa accede a resolver el problema religioso y político del catarismo en un concilio occitano. Sin embargo, en las reuniones conciliares de Saint Gilles (julio de 1210) y Montpellier (febrero de 1211), el conde de Tolosa rechaza la reconciliación cuando el legado Arnaldo Amalric le pide condiciones tales como la expulsión de los caballeros de la ciudad, y su partida a Tierra Santa.
Después del concilio de Montpellier, y con el apoyo de todos los poderes occitanos –príncipes, señores de castillos o comunas urbanas amenazadas por la cruzada-, Raimundo VI vuelve a Tolosa y expulsa al obispo Folquet. Acto seguido, Simón de Montfort comienza el asedio de Tolosa en junio de 1211, pero tiene que retirarse ante la resistencia de la ciudad.
Para poder enfrentarse a Simón de Montfort, visto en Occitania como un ocupante extranjero, los poderes occitanos necesitaban un aliado poderoso y de ortodoxia católica indudable, para evitar que el de Montfort pudiera demandar la predicación de una nueva cruzada. Así pues, Raimundo VI, los cónsules de
Tolosa, el conde de Foix y el de Comenge se dirigieron al rey de Aragón, Pedro el Católico, vasallo de la Santa Sede tras su coronación en Roma en 1204 y uno de los artífices de la victoria cristiana contra los musulmanes en las Navas de Tolosa (julio de 1212). También, en 1198, Pedro el Católico había adoptado medidas contra los herejes de sus dominios.
En el conflicto político y religioso occitano, Pedro el Católico, nunca favorable ni tolerante con los cátaros, intervino para defender a sus vasallos amenazados por la rapiña de Simón de Montfort. El barón francés, incluso después de pactar el matrimonio de su hija Amicia con el hijo de Pedro el Católico, Jaime –el futuro Jaime I (1213-1276), continuó atacando a los vasallos occitanos del rey aragonés. Por su parte, Pedro el Católico buscaba medidas de reconciliación, y así, en 1211, ocupa el castillo de Foix con la promesa de cederlo a Simón de Montfort sólo si se demostraba que el conde no era hostil a la Iglesia.
A principios de 1213, Inocencio III, recibida la queja de Pedro el Católico contra Simón de Montfort por impedir la reconciliación, ordena a Arnaldo Amalric, entonces arzobispo de Narbona, negociar con Pedro el Católico e iniciar la pacificación del Languedoc. Sin embargo, en el sínodo de Lavaur, al cual acude el rey aragonés, Simón de Montfort rechaza la conciliación y se pronuncia por la deposición del conde de Tolosa, a pesar de la actitud de Raimundo VI, favorable a aceptar todas las condiciones de la Santa Sede. En respuesta a Simón, Pedro el Católico se declara protector de todos los barones occitanos amenazados y del municipio de Tolosa.
A pesar de todo, viendo que ese era el único medio seguro de erradicar la "herejía", el papa Inocencio III se pone de parte de Simón de Montfort, llegándose así a una situación de confrontación armada, resuelta en la batalla de Muret el 12 de septiembre de 1213, en la que el rey aragonés, defensor de Raimundo VI y de los poderes occitanos, es vencido y asesinado. Acto seguido, Simón de Montfort entra en Tolosa acompañado del nuevo legado papal, Pedro de Benevento, y de Luis, hijo de Felipe II Augusto de Francia. En noviembre de 1215, el Cuarto Concilio de Letrán reconocerá a Simón de Montfort como conde de Tolosa, desposeyendo a Raimundo VI, exiliado en Cataluña después de la batalla de Muret.
El 1216, en la corte de París, Simón de Montfort presta homenaje al rey Felipe II Augusto de Francia como duque de Narbona, conde de Tolosa y vizconde de Beziers y Carcasona. Fue, sin embargo, un dominio efímero. En 1217, estalla en Languedoc una revuelta dirigida por Raimundo el Joven —el futuro Ramón VII de Tolosa (1222-1249), que culmina en la muerte de Simón— en 1218 y en el retorno a Tolosa de Raimundo VI, padre de Raimundo el Joven.
El fin de la guerra: La guerra terminó definitivamente con el tratado de París (1229), por el cual el rey de Francia desposeyó a la Casa de Tolosa de la mayor parte de sus feudos y a la de Beziers (los Trencavel) de todos ellos. La independencia de los príncipes occitanos tocaba a su fin. Sin embargo, el catarismo no se extinguió.
La Inquisición se estableció en 1229 para extirpar totalmente la herejía. Operando en el sur de Tolosa, Albí, Carcasona y otras ciudades durante todo el siglo XIII y gran parte del XIV, tuvo éxito en la erradicación del movimiento. Desde mayo de 1243 hasta marzo de 1244, la ciudadela cátara de Montsegur fue asediada por las tropas del senescal de Carcasona y del arzobispo de Narbona.
El 16 de marzo de 1244 tuvo lugar un acto, en donde los líderes cátaros, así como más de doscientos seguidores, fueron arrojados a una enorme hoguera en el prat dels cremats (prado de los quemados) junto al pie del castillo. Más aún, el Papa (mediante el Concilio de Narbona en 1235 y la bula Ad extirpanda en 1252) decretó severos castigos contra todos los laicos sospechosos de simpatía con los cátaros.
Perseguidos por la Inquisición y abandonados por los nobles, los cátaros se hicieron más y más escasos, escondiéndose en los bosques y montañas, y reuniéndose sólo subrepticiamente. El pueblo hizo algunos intentos de liberarse del yugo francés y de la Inquisición, estallando en revueltas al principio del siglo XIV. Pero en este punto la secta estaba exhausta y no pudo encontrar nuevos adeptos. Tras 1330, los registros de la Inquisición apenas contienen procedimientos contra los cátaros.
Consideraciones: El movimiento cátaro no es aislado y se inserta en un conjunto de alternativas religiosas de la época, de las que fue la más exitosa. Dichos movimientos heréticos contradecían dogmas establecidos del catolicismo, por lo que la Iglesia se esforzó en vigilarlos, regularlos y/o perseguirlos. Más allá de los intereses implicados en la cruzada y de la obvia injusticia que ésta representó, la fe cátara fue especial objeto de persecución porque (oponiéndose frontalmente al catolicismo) predicaba un dualismo absoluto, un espíritu y una materia irreconciliabes, a diferencia de otras sectas gnósticas que eran más moderadas y que recibieron una tolerancia significativamente mayor por parte de la Iglesia.
La realidad histórica del catarismo se ha desvirtuado a menudo desde diferentes prismas ideológicos. Algunos, como la propia Iglesia, no supieron entender el descontento con el materialismo, los abusos y las contradicciones de las instituciones de la época que subyacía en el auge de estos fenómenos heréticos. Otros los han idealizado y los describen como "cristianos verdaderos" o "cristianos evolucionados", dotados de una visión más liberal del mundo, imagen que poco tiene que ver con los cátaros reales (una secta maniquea que abominaba por entero de la materia).
También se ha exagerado el papel de la mujer en el catarismo, ya que si bien es cierto que existía cierto igualitarismo, así como Perfectos y Perfectas, esto no se debía tanto a ideas avanzadas como a la creencia en que el sexo, expresión impura de la materia, no merecía consideración alguna
La visión, muy difundida, de una sociedad cátara languedociana pacífica y armoniosa en contraste con el resto de la sociedad feudal, dominada por nobles crueles y ambiciosos y una Iglesia embrutecida por intereses terrenales, también debe ser matizada. La sociedad civil cátara pudo ser relativamente permisiva (más por la indiferencia total hacia lo mundano de la religión cátara que por una mentalidad abierta en el sentido actual), pero los cátaros ejercieron formas propias de intolerancia y violencia religiosas, y las simpatías de la nobleza local por los herejes se debieron al interés más que a la convicción, como sucedía con los nobles del resto de Europa y el clero católico.
La literatura esotérica ha otorgado a los cátaros el papel de guardianes de supuestos secretos legendarios (como el Santo Grial) y los ha relacionado equívocamente con los Templarios y los Hospitalarios, contribuyendo aún más a la falsa imagen que a menudo se tiene hoy de este movimiento religioso.
ORIGENES
Orígenes es considerado uno de los Padres de la Iglesia católica y junto con San Agustín de Hipona y Santo Tomás de Aquino, uno de los tres pilares de la teología cristiana. Orígenes nació en el año 185 d.C. en Alejandría, Egipto, y falleció en el 254 en Tiro, Siria.
Hijo de Leónides y de Prudencia, ambos considerados santos por la Iglesia católica, fue discípulo de Clemente de Alejandría, destacado maestro de aquella ciudad, y de Ammonio Saccas, filósofo de la misma ciudad egipcia. Orígenes enseñó el cristianismo tanto a paganos como a cristianos y viajó a Palestina en el año 216 tras ser invitado a dar conferencias sobre las Escrituras, pues se caracterizaba por su gran erudición, llegando a ser un gran exégeta.
Nombrado profesor del catecumenado cristiano y director de la escuela teológica de Alejandría, disfrutó de un período de creatividad hasta su enfrentamiento con el obispo local, Demetrio, lo que lo llevó a exiliarse a Cesárea de Palestina. La causa de ese enfrentamiento, según sabemos por Eusebio Pamphili, obispo de Cesárea, fue la ordenación sacerdotal que Orígenes recibió en Cesárea sin conocimiento del Obispo Demetrio de Alejandría, por parte de los obispos Teoctisto de Cesárea y Alejandro de Jerusalén.
Debemos tener en cuenta que según las ideas de aquella época, Orígenes no podía recibir las órdenes por ser eunuco, ya que se autoemasculó en su juventud en un arrebato de ascesis y como protección de su celibato.
En el año 248 escribió ocho libros contra el filósofo griego Celso por su crítica contra el cristianismo, y en el año 250 fue encarcelado durante las persecuciones emprendidas por el emperador Decio contra el cristianismo. Fue sometido a tortura durante un año entero y falleció cuatro años después de su arresto como consecuencia del maltrato sufrido.
Las enseñanzas de Orígenes contienen muchas especulaciones sobre temas en que la Iglesia de su época no se había definido. Algunas de sus ideas especulativas, como la apocatástasis, en que según Orígenes en el fin de los tiempos tanto pecadores como no pecadores volverán a ser uno con Dios, fueron considerados erróneas a la luz del desarrollo posterior de la doctrina católica, que a su vez ha aceptado la validez del resto de sus enseñanzas.
LA ORDEN DEL TEMPLE
"Ciertos caballeros, amados por Dios y consagrados a su servicio, renunciaron al mundo y se consagraron a Cristo. Mediante votos solemnes pronunciados ante el Patriarca de Jerusalén, se comprometieron a defender a los peregrinos contra los grupos de bandoleros, a proteger los caminos y servir como caballería al soberano rey. Observaron la pobreza, la castidad y la obediencia según la regla de los canónigos regulares. Sus jefes eran dos hombres venerables, Hugo de Payns y Godofredo de Saint-Omer. Al principio no había más que nueve que tomasen tan santa decisión, y durante nueve años sirvieron en hábitos seculares y se vistieron con las limosnas que les daban los fieles." Cardenal Jacques de Vitry (1170/1240)
Año del señor de 1118. Los cruzados occidentales gobiernan Jerusalén bajo el mandato del Rey Balduino II. Es primavera y nueve caballeros, con Hugo de Payns a la cabeza, y a similitud de los ya existentes "Caballeros del Santo Sepulcro", fundan una nueva orden de caballería, con el beneplácito del rey de la ciudad. Han nacido los Templarios.
El primer Maestre Hugo de Payns, nació en un noble caserío cercano a Troyes hacia el año 1080. Con una sólida educación cristiana y un hábil manejo de las armas, sintió desde muy joven la misma vocación de monje que de soldado.
Se alistó en la Primera Cruzada antes de haber cumplido los veinte años, enrolado entre las tropas del conde Hugo de Vermandois, hermano de Felipe I, Rey de Francia. Es durante dicha cruzada de desbordante fe, cuanto el joven Hugo se da cuenta de que es posible aunar sus dos vocaciones con la creación de una nueva orden religioso-militar, la primera de estas características y destinada al servicio en Tierra Santa. En medio de aquel ejército cristiano, no tardó en encontrar otros ocho compañeros que participaran de su ideal y concepción de la vida.
Históricamente los nueve fundadores de la Orden templaria fueron: Hugo de Payns, Geoffroy de Saint-Omer, Andre de Montbar, Archamband de Saint-Aigman, Payer de Muntidier, Godofredo Bisson, Gondemaro, Hugo Rigaud y Rolando. Uno de los primeros caballeros del Temple fue Jean d"Avallon, conocido como Juan de Jerusalén, quien escribió unas profecías que supuestamente deben cumplirse en el transcurso del siglo XXI, conocidas como Protocolo secreto de las profecías y cuyo texto íntegro se encuentra en este Anexo al trabajo sobre Bernardo de Claraval.
Es significativo señalar que el rey Balduino II de Jerusalén donó a los templarios la mezquita blanca de al-Aqsa como su cuartel general en Jerusalén, la cual se identificaba como parte del emplazamiento exacto del Templo de Salomón.
Esos primeros nueve caballeros no admitieron a nadie más en la recién creada Orden durante los primeros nueve años de su existencia. Algunas especulaciones relacionan esa decisión con una excavación que secretamente llevaban a cabo en los sótanos del Templo, tarea de la cual sólo unos pocos elegidos habrían tenido conocimiento, aún cuando históricamente no se ha podido confirmar nada al respecto.
Así pues, parece ser que durante los primeros nueve años, los Caballeros del Temple no hacen otra cosa que proteger a los peregrinos, sobre todo en el peligroso camino del puerto de Jaffa a las murallas de Jerusalén. Sin embargo, a pesar de su valor y abnegado servicio, no consta que participaran en las campañas de los reyes del nuevo reino cristiano desde el fin de la Primera Cruzada, lo que refuerza la hipótesis anteriormente citada y defendida por algunos historiadores, que les tendría ocupados durante largo tiempo. De todas formas, esto sería entrar en el terreno de la mera suposición.
En 1127, el Maestre Hugo de Payns, una vez obtenida la aprobación de los Templarios por el Patriarca de Jerusalén, preparó un viaje a Roma con el fin de obtener una definitiva aprobación pontificia, y que de ese modo el Temple se convirtiera en Orden militar de pleno derecho. Balduino II, regente de Jerusalén, escribió al entonces Abad de Claraval, Bernardo, para que favoreciese al primer Maestre de la Orden ante la Iglesia.
San Bernardo de Claraval, perteneciente a la Orden monacal del Císter, era a sus veinticinco años una personalidad espiritualmente arrolladora, activísimo trabajador, que funda numerosos monasterios, escribe a reyes, al Papa, obispos y monjes; redacta tratados de teología y está siempre en oración y batallando a los enemigos de la fe romana. Tenía además, dos pariente próximos entre los nueve fundadores del Temple (Hugo de Payns y Andrés de Montbard, que era su tío), por lo que parece probable que tuviese ya noticias de la fundación de la nueva agrupación de monjes-soldados. Así pues, como esta nueva Orden colmaba su propia idea de sacralización de la milicia, recibió con todo entusiasmo la carta del rey Balduino y se convirtió en el principal valedor del Temple.
Por el momento, los Templarios habían recibido de los canónigos del Santo Sepulcro la misma Regla de San Agustín que ellos profesaban, pero el abad de Claraval deseaba algo más próximo y original para sus nuevos protegidos. Lo primero que hizo fue gestionar a favor de su pariente Hugo de Payns y los cuatro templarios que le acompañaban, una acogida positiva y cordial por parte del Papa Honorio II, a quien los fundadores del Temple estaban a punto de visitar en Roma. De acuerdo con la propuesta de Bernardo, en la primavera de 1228 se celebró un concilio extraordinario en Troyes, con nutrida asistencia de prelados franceses y de territorios próximos: dos arzobispos, diez obispos, siete abades, dos escolásticos e infinidad de otros personajes eclesiásticos, todo ello bajo la presidencia de un legado papal, el cardenal Mateo de Albano.
El hábil Abad Bernardo, que de una manera u otra estaba vinculado a la mayoría de los asistentes, expuso los principios y primeros servicios de la Orden, y luego supo responder con prontitud a todas las preguntas que le fueron formuladas. El Concilio de Troyes, tras varias semanas de interrogatorios y deliberaciones, aprobó a la Orden del Temple con entusiasmo, como una especie de institucionalización de la Cruzada. De esta manera quedó establecida "oficialmente" la Orden del Temple. El concilio pidió a los nobles y a los príncipes que ayudasen a la nueva fundación y encargó a Bernardo de Claraval que redactase una Regla original para los Templarios.
La decisión de San Bernardo fue la de adaptar al Temple la dura Regla del Cister, con arreglo a la cual la Orden militar organizó su vida monacal. Los Templarios, en cuanto monjes en sentido pleno, debían pronunciar los votos de pobreza, castidad y obediencia, más un cuarto voto de contribuir a la conquista y conservación de Tierra Santa, para lo cual, si fuera necesario, darían gustosos la vida.
"Un Caballero de Cristo es un cruzado en todo momento, al hallarse entregado a una doble pelea: frente a las tentaciones de la carne y la sangre, a la vez que frente a las fuerzas espirituales del cielo. Avanza sin temor, no descuidando lo que pueda suceder a su derecha o a su izquierda, con el pecho cubierto por la cota de malla y el alma bien equipada con la fe. Al contar con estas dos protecciones, no teme a hombres ni a demonio alguno."
Bernardo de Claraval
Pero la historia nos ilustra el fracaso de la segunda cruzada. Los reyes europeos y los nobles no tardaron en encontrar chivos expiatorios para justificar la derrota de la cristiandad por los paganos. Los ideales eran San Bernardo y su querida ?Orden Templaria?. No faltó quien le infiriera a San Bernardo epítetos como embaucador, embustero y falso profeta.
Los reyes europeos estaban quebrados económicamente. Las cruzadas habían mermado el tesoro público y endeudado a los reyes. Paralelamente la Orden del Temple nadaba en riquezas. Los eruditos los suelen colocar como los fundadores de la banca moderna. Poseían tierras, edificios y un sinnúmero de propiedades. Muchos estudiosos del tema templario manifiestan también que habían acumulado muchos pergaminos antiguos de los tiempos bíblicos que afectaban las interpretaciones vaticanas sobre las Sagradas Escrituras.
El rey Felipe IV de Francia se encontraba en bancarrota, producto de los gastos excesivos que significó la aventura de las cruzadas, y sus principales acreedores eran los Templarios. El Papa Clemente V tenía razones personales para desconfiar de los Templarios ya que éstos se habían hecho demasiado poderosos económicamente y además tenían una gran influencia tanto religiosa como política en toda Europa.
El rey francés y el Papado se pusieron de acuerdo para destruir el poder de los Templarios. Como un solo cuerpo estratégico, el viernes 13 de octubre de 1307 el rey Felipe arresta a ciento cuarenta Templarios y a su líder Jacques de Molay. Los acusan de herejía, sodomía, adoración de ídolos, etc. Simultáneamente Clemente V les abre juicio por los mismos cargos. Los Templarios son quemados en la hoguera después de confesiones fraudulentas producto de las torturas por
parte de la Inquisición. A través de la bula Vox Clamatis el Papa abolió la Orden del Temple y acto seguido confiscaron todos los bienes y la mayoría fue trasladada a la Orden de los Hospitalarios de San Juan, que luego se llamaría Orden de Malta, adscrita a la influencia vaticana. Dicen algunos estudiosos que el golpe a los Templarios los tomó con cierto grado de precaución ya que pudieron salvar parte del tesoro templario, y lo trasladaron en dieciocho galeras desde Francia hacia Escocia y Portugal.
Paralelamente a estos acontecimientos, el propio Papa Clemente V escribió en 1,308 un pergamino secreto absolviendo a los templarios capturados, con quienes se había entrevistado personalmente estando éstos en prisión. El dicho documento el Papa confirmaba la inocencia de los Caballeros del Temple, pero debido a que por diferentes motivos el Papa estaba supeditado a los intereses y voluntad del rey francés Felipe IV el Hermoso, nunca proclamó públicamente la inocencia templaria.
Sin embargo dicho pergamino fue hallado en el año 2001 por la arqueóloga Bárbara Frale como consecuencia de unas investigaciones que estaba realizando en la ciudad francesa de Chinon, por lo cual el mencionado documento fue hecho público como el manuscrito de Chinon.
Consecuentemente la Orden del Temple sigue activa en muchos países y está considerada por la ONU como una ONG al servicio de los necesitados.
JUAN DE JERUSALEN / El Protocolo secreto de las Profecías
Juan de Jerusalén, cuyo nombre era Jean d"Avallon, nació cerca de Vezelay, Francia, el año 1042 y fue miembro de la Orden de los Caballeros del Temple. Escribió en el año 1118 un libro de profecías que tituló Protocolo secreto de las Profecías y falleció poco después, en 1119, a la edad de 77 años.
En un manuscrito anónimo descubierto en Zagorsk, cerca de Moscú, y que data del siglo XIV, califica a Juan de Jerusalén de prudente entre los prudentes, santo entre los santos y que sabía leer y escuchar el cielo. También señala que Juan solía retirarse frecuentemente al desierto para rezar y meditar, y que estaba en la frontera entre la Tierra y el cielo.
Estas profecías estuvieron ocultas durante muchos años, hasta que en el transcurso de la 2da Guerra Mundial, en 1941, fueron halladas por la S.S. en una sinagoga de Varsovia; luego de la caída de la Alemania nazi, desaparecieron nuevamente, hasta que fueron descubiertas en años recientes en los archivos secretos de la KG B soviética, según afirman algunos investigadores.
Las profecías parecen escritas específicamente para este fin de milenio, como si éste fuera el tiempo en que deben darse a conocer. Todas ellas comienzan con la frase: ?Cuando empiece el año mil que sigue al año mil…?; a pesar de su descarnada crudeza , son de una gran belleza poética, lo cual las hace diferentes a otros textos proféticos.
Juan de Jerusalén escribió hace casi mil años: Veo y conozco. Mis ojos descubren en el cielo lo que será, y atravieso el tiempo de un solo paso. Una mano me guía hacia lo que ni veis ni conocéis. Veo y conozco lo que será. Soy el escriba.
Cuando empiece el año mil que sigue al año mil…..
El hambre oprime el vientre de tantos hombres y el frío aterirá tantas manos, que estos querrán ver otro mundo. Y vendrán mercaderes de ilusiones que ofrecerán el veneno… Pero este destruirá los cuerpos y pudrirá las almas; y aquellos que hayan mezclado el veneno con su sangre serán como bestias salvajes caídas en una trampa, y matarán, y violarán, y despojarán, y robarán; y la vida será un Apocalipsis cotidiano.
Cuando empiece el año mil que sigue al año mil…..
El padre buscará el placer en su hija; el hombre en el hombre; el viejo en el niño impúber, y eso será a los ojos de todos… Pero la sangre se hará impura; el mal se extenderá de lecho en lecho, el cuerpo acogerá todas las podredumbres de la tierra , los rostros serán consumidos, los miembros descarnados… el amor será una peligrosa amenaza para aquellos que se conozcan solo por la carne.
Cuando empiece el año mil que sigue al año mil…..
Todos sabrán lo que ocurre en todos los lugares de la tierra. Se verá al niño cuyos huesos están marcados en la piel y al que tiene los ojos cubiertos de moscas y al que se da caza como a las ratas. Pero el hombre que lo vea volverá la cabeza, pues no se preocupará sino de sí mismo; dará un puñado de granos como limosna, mientras él dormirá sobre sacos llenos. Y lo que dé con una mano lo recogerá con la otra.
Cuando empiece el año mil que sigue al año mil…..
El hombre comerciará con todo; todas las cosas tendrán precio; el árbol, el agua y el animal. Nada más será realmente dado, y todo será vendido.
Cuando empiece el año mil que sigue al año mil…..
Los hombres ya no confiarán en la ley de Dios, sino que querrán guiar su vida como a una montura; querrán elegir a los hijos en el vientre de sus mujeres y matarán a aquellos que no deseen. Pero, ¿qué será de estos hombres que se creen Dios?
Cuando empiece el año mil que sigue al año mil…..
El hombre habrá cambiado la faz de la tierra; se proclamará el señor y el soberano de los bosques y las manadas. Habrá surcado el sol y el cielo y trazado caminos en los ríos y en los mares. Pero la tierra estará desnuda y será estéril. El aire quemará y el agua será fétida. La vida se marchitará porque el hombre agotará las riquezas del mundo.
Y el hombre estará solo como un lobo, en el odio a sí mismo. Los poderosos se apropiarán de las mejores tierras y las mujeres más bellas; los pobres y los débiles serán ganado, los poblados se convertirán en plazas fuertes; el miedo invadirá los corazones como un veneno.
Cuando empiece el año mil que sigue al año mil…..
Las enfermedades del agua, del cielo y de la tierra atacarán al hombre y le amenazarán; querrá hacer renacer lo que ha destruido y proteger su entorno; tendrá miedo de los días futuros. Pero será demasiado tarde; el desierto devorará la tierra y el agua será cada vez más profunda, y en algunos días se desbordará llevándose todo por delante como en un diluvio, y al día siguiente la tierra carecerá de ella y el aire consumirá los cuerpos de los más débiles.
Cuando empiece el año mil que sigue al año mil…..
La tierra temblará en muchos lugares y las ciudades se hundirán; todo lo que se haya construido sin escuchar a los sabios será amenazado y destruido; el lodo inundará los pueblos y el suelo se abrirá bajo los palacios. El hombre se obstinará porque el orgullo es su locura; no escuchará las advertencias repetidas de la tierra, pero el incendio destruirá las nuevas Romas y, entre los escombros acumulados, los pobres y los bárbaros, a pesar de las legiones, saquearán las riquezas abandonadas…
Cuando empiece el año mil que sigue al año mil…..
El sol quemará la tierra ; el aire ya no será el velo que protege del fuego, no será más que una cortina agujereada, y la luz ardiente consumirá las pieles y los ojos. El mar se alzará como agua enfurecida; las ciudades y las riberas quedarán inundadas y continentes enteros desaparecerán; los hombres se refugiarán en las alturas y, olvidando lo ocurrido, iniciarán la reconstrucción.
Llegados plenamente al año mil que sigue al año mil…..
El hombre conocerá un segundo nacimiento; el espíritu se apoderará de las gentes, que comulgarán en fraternidad; entonces se anunciará el fin de los tiempos bárbaros. Será el triunfo de un nuevo vigor de la fe; después de los días negros del inicio del año mil que viene después del año mil, empezarán los días felices; el hombre reencontrará el camino de los hombres y la Tierra será ordenada…
PERSONALIDAD HISTRIONICA
La personalidad histriónica está especialmente caracterizada por la afectividad. La persona marcada por esa tendencia suele ser bastante demandante de la atención y la aceptación por otras personas, utilizando normalmente para ello la seducción. Las personas con estas características generalmente tienen una buena capacidad de desenvolverse tanto social como laboralmente.
La persona histriónica desarrolla básicamente los siguientes rasgos:
Búsqueda constante de consuelo o aprobación.
Susceptibilidad desmedida antes las críticas o la desaprobación. Preocupación excesiva por su apariencia física.
Dramatismo excesivo con muestras de emociones exageradas.
Necesidad de ser el centro de atracción (egocentrismo).
Emociones rápidamente cambiantes que pueden parecer superficiales para otros. Tendencia a creer que las relaciones son más íntimas de lo que realmente son.
ESCOLASTICA
Doctrina o tendencia filosófica de la Edad Media iniciada por Santo Tomás de Aquino (1225-1274) que organiza filosóficamente los dogmas de la Iglesia Católica, tomando como base los libros de Aristóteles. Es una tendencia a pensar que las opiniones o las ideologías clásicas y tradicionales son las únicas válidas y ciertas.
EXEGESIS
La palabra exégesis proviene del término griego guiar hacia fuera y es un concepto que involucra una interpretación crítica y completa de un texto, especialmente si es religioso. El exégeta es una persona que practica esta ciencia, y la forma adjetiva es exegético.
Exégesis significa extraer el significado de un texto dado. Lo contrario de exégesis es la eiségesis, que significa insertar las interpretaciones personales en un texto dado. En general, la exégesis presupone un intento de ver el texto objetivamente, mientras que la eiségesis implica una visión más subjetiva.
La exégesis tradicional requiere lo siguiente:
Análisis de las palabras significativas en el texto.
Examen del contexto general, tanto histórico como cultural. Confirmación de los límites de un pasaje.
Examen del contexto dentro del texto.
Uno de los principales exégetas fue Orígenes, de quien se ha descrito su historia en este mismo
Anexo dentro del trabajo sobre Bernardo de Claraval.
Autor:
Agustin Fabra
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