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Literatura del Futuro. Kuraiem y su Nouvelle -El Hombre del Traje a Cuadros de Diez Colores…-

Enviado por Marta Goddio


Partes: 1, 2, 3

  1. La huida
  2. Papirillo y Mister Black
  3. El Mirador
  4. Eristos y Papirillo
  5. El fuego del olvido
  6. Los próceres
  7. La orden
  8. Cuadros del agasajo
  9. Solista y Los Retenedores
  10. Los Retenedores
  11. Boliche El Arca
  12. La Fuente musical de la Plaza Congreso
  13. La Loma de Babel
  14. Entre cuatro paredes
  15. La Revolución Santa
  16. Prólogos y comentarios a la primera y segunda edición de la novela "El Hombre del Traje a Cuadros…"
  17. Biografía
  18. Bibliografía / fuentes de consulta

Literatura del Futuro: Kuraiem y su Nouvelle "El Hombre del Traje a Cuadros…"

edu.red

"Lo que sigue lo he visto con mis ojos"

Kuraiem

Si existe un rasgo singular que define la personalidad de Carlos Kuraiem – inalterable en el desarrollo de su obra, desde sus inicios con la música desde 1976 en adelante- es su fidelidad a la libertad. Su alejamiento deliberado de toda pugna mezquina que pretenda arrebatarle a su existencia el valor de la fe y la autoestima para avanzar, solitario, performático, universal, sosteniendo su tono y su Voz.

Kuraiem es un resplandor de la Historia que ciega a los hipócritas, desgranando los enclenques castillos profanados por los ídolos de barro, soplando las cenizas de los mitos entre las estatuas y las piedras, sin dejar más huella que la sombra de sus pasos. Kuraiem es el Poeta ante quien la palabra se quema si no es verdadera.

Ese espíritu impregna las páginas de su Nouvelle El hombre de Traje a Cuadros de Diez Colores que Llegó en la Carroza de los Días Patrios, considerada un ejemplo de puesta en abismo (La Mise en abyme) por la Lic. Susana Lamaison, al compararla con la figura procedente de la pintura: "relato interno" "duplicación interior" "composición, construcción o estructura en abismo", y así dar cuenta del impacto de este texto que sin caer es usados laberintos, incita a volver sobre sus páginas. "se lee con facilidad pero, en algún momento se tiene la necesidad de volver a las primeras páginas para intentar una nueva decodificación."

Leí por primera vez la novela de Kuraiem, en voz alta algunos tramos, grabando y escuchando otros. Sintiendo en carne propia el culatazo de La orden, el desamparo ante Los próceres que ya no miran a la gente, palpando en la voz la ironía del terror y dejándolo escrito desde su primer enunciado "…acosado por los guardias de seguridad, pude salvarme escurriéndome entre sus piernas, haciendo muecas con mi rostro y mis manos, tratando de afirmar su idea de mi locura." Pero la lectura no es la misma, cuando llega el libro a las manos, y los próceres -José de San Martín, Manuel Belgrano y Domingo Faustino Sarmiento-, discuten en una franja de la bandera. (1) Tiene otro peso, otro dolor que obliga a sostener la mirada en la obra donde se acentúa cada línea escrita por el autor. "Los próceres, hermosísimas conjeturas con un fondo trágico, alegoría o sumatoria de metáforas que podrían nutrir al mejor de los poemas." El relato es una crítica a los discursos actuales cada vez que se dice Patria, Revolución, Estado, Libertad, Cultura, Nación, Bandera, Independencia, América Latina, Dictadura, Democracia.

"Esta obra nos muestra en acción al narrador tratando de dominar su problemática; lo enfoca en plena lucha de expresión, mientras elige, ordena, distribuye sus materiales y se apega a su idea, durante el forcejeo de la invención." Abordarla es una experiencia fecunda en sus derivaciones: épica, lírica y dramática, una Novela Imposible, picaresca e intelectual, entretenida en ella misma, en el realismo (mágico) histórico de su rica vida interior y en la vigencia de su crítica implacable.

Su originalidad trasciende los géneros por el estilo del autor que aporta caminos insólitos dentro de la narrativa."Lo serio anda bajo lo burlesco y el realismo se esconde e insinúa en la inmediatez de todo, en la ausencia de futuro expreso a quien nadie alude, por quien nadie se inquieta sino hacia el final." Las críticas y comentarios recopilados desde sus primeras ediciones la enlazan con novelas clásicas de la literatura universal y la acercan a la Novela de Protesta, o Novela Histórica, que "juega entre lo denunciante de El Matadero, de Echeverría y lo bufonesco del teatro absurdo." En su "Fin (Por ahora)", se aproxima a la contranovela o antinovela, "enriquecida por un excelente manejo del léxico y por una hábil capacidad perifrástica que sustituye la metáfora tradicional." La ruptura que provoca en el lenguaje el ingenio de un poeta como Kuraiem, la separa de toda taxonomía.

La dictadura de marzo del 76, salpica con su sangre El Hombre del Traje a Cuadros de Diez Colores que llegó en la Carroza de los Días Patrios, y encausa su relato: "-… conocí a varios que cuando miraban para abajo a sus pies veían a los que habían matado y no sabían cuando eran reales y cuando no-. Afirma un represor al otro y en sus confesiones se escuchan los ecos de Manuel Scorza y su Batalla de los vivos y los muertos. En la novela de Kuraiem está ese grito trágico que lloran los muertos de Juan Rulfo."

De la ficción a la realidad, -en la cosmovisión de Kuraiem, lo real es el arte-, se suceden las situaciones donde el autor desliza líneas autobiográficas, recorre estilos narrativos, lo clásico: la división por capítulos, el teatro, el grotesco, la poesía, lo fantástico, el relato breve, un humor amargo, la fábula surrealista de los personajes y sus tragedias que no se dejan atrapar por los tópicos de análisis convencionales. "Tiene la originalidad de darnos un conjunto novelesco organizado según las leyes de la lógica cuando éste está más allá de las fronteras de la misma…" Abarcadora del mundo, son esos los lugares propicios para reflexionar en el valor de esta obra que nos empuja a considerar desde la literacidad el ocaso de las instituciones, las exaltaciones febriles de patriotismo exacerbado, los rencores incurables.

Todo ocurre cerca del Poder, en un paisaje totalmente conocido: El puerto, las Barrancas, las lomas, el río, la Casa Rosada, la Plaza de Congreso, la Catedral, las manzanas del Buenos Aires fundacional. Todo se precipita en esas pocas cuadras, sugeridas en su desenlace, La Revolución Santa. Esta autonomía permite leer otra versión de la misma historia, narrada con otro argot, más porteño. Sin embargo lo local se vuelve fantástico, simbólico, imprimiéndole a la obra un carácter universal. Es la anti-descripción de la geografía y sus personajes extraídos de la commedia dell´arte, que aparecen siempre en primer plano y desde sus intervenciones, acciones y discursos, definen austeramente los espacios, los climax, las intrigas paralelas, los centros de interés. "El sorprendente relato que nos ofrece Kuraiem, fragmentado, convulso, silogístico, dividido en cuatro partes, cada una de los cuales es una alegoría, no solamente sobre el poder, sino relacionados con hechos que de ninguna manera podemos decir que nos son ajenos."

El título "desafiantemente extenso para la memoria, nos remite a un tiempo de títulos largos o dobles, que coincide con otro rasgo del romanticismo de nuestros proscriptos", invita a jugar con las hipótesis, los supuestos, la imaginación lectora, la interpretación lúdica de las diversas posibilidades de su contenido, en un diálogo que no puede prescindir de incluir al autor, su biografía personal, la edad al momento de escribirla, con poco más de veinte años, el contexto social, político, histórico, las circunstancias y las condiciones en la que fue escrita que le adicionan otros valores insoslayables; el testimonio de vida frente a la adversidad y la tragedia: un accidente sufrido a los quince años cuando una picadora de carne le tritura los dedos de su mano derecha, siendo diestro. En esa prolongada etapa de rehabilitación, impedido de escribir lo que su pensamiento labraba, la necesidad incontrolable de decir, la ansiedad por la llegada de los compañeros, que con ese amor incondicional de los amigos se disponían a tomar nota a la velocidad de la imaginación de Carlos, que volaba discurriendo en el cuarto y armando El hombre del traje a cuadros de diez colores que llegó en la carroza de los días patrios, la novela contada a sus amigos. Ellos le ayudaron a registrarla en los primeros cuadernos borradores cada tarde a la salida de sus trabajos, Juan, el apacible Juan, el carpintero amigo de los poetas y Daniel, operario en una fábrica, el filósofo que se subió con el músico a dialogar en el escenario del teatro Estrellas. La lealtad y la justicia de la dedicatoria. (2)

Entre cuatro paredes

el escritor organiza la orgía

más sorprendente de todos los tiempos.

En ese contexto nace el escritor, y resume la historia del hombre, con todo el fuego de su juventud. De la historia de tres legendarias canciones libertarias: Subieron, Un hombre que y Tres palabras (3), el autor fue tejiendo su argumento, con lo que tenía: ese puñado de letras, sus vivencias cotidianas, la inocencia, la rebeldía, un talento innato para la oratoria y la dosis de locura necesaria. "La idea y la forma de la idea se funden aquí en un abrazo ético y estético, regalando a la posteridad lectora un panorama simbólico de la realidad social argentina de una época oscura."(4)

Desde muy joven Kuraiem supo del poder físico de las palabras. Se apropió de ese conocimiento desde infinidad de lecturas de autores de todos los tiempos y gracias a su particular sensibilidad para mirar el mundo, ahondaron y afirmaron su visión, la capacidad de proyectarse en la obra para seguir el rastro a las remotas ondulaciones del impulso sin soltar las guías de su pensamiento y su coherencia en el transcurso del tiempo. En la voz de Eristos, Carlos Kuraiem – a quien las raíces le crecieron para adentro, que conoció la lucha existencial y que se salva a través del canto y la palabra -, traza también su propia historia: "…fui un dios asesinado por sus burlas y sus piedras." Es un protagonista cargando sus tribulaciones. "Como Holderlin en su Hiperión, el personaje al comenzar se ve afrontando una partida, un exilio, un viaje iniciático." De él sólo se sabe que pudo salvarse de la muerte recurriendo al ardid de su locura, llevando la utopía a las alturas de un Mirador abandonado, donde se pone a escribir entrando y saliendo de su refugio. Atraviesa la ciudad desolada donde todo amenaza, reprime, mata. Lo único que se mueve son los horribles aparatos que vigilan. Es el país de Solista, sitiado, el de Kuraiem, su No por la Fuerza y su ideología desnuda, el Rey de Ningún Lugar, perfilado en una original caricatura (5). Las lomas, el Mirador – donde la ronda todavía gira y hasta a veces, es posible la risa-, el espacio geográfico en el que aparece Eristos "el historiador y poeta, el que decía ser «una loma atravesada de mariposas", el Carretero, el Viejo Luchador y Solista; es el territorio más significativo, el de los primeros años del autor. "Los problemas pasaban por el barrio" –señala Kuraiem. De esa cosmogonía provienen los personajes "que visten el cuerpo de esta obra notable tejida con este estilo tan poco frecuentado en nuestro medio", y que articulan las secuencias de la novela, con pasajes donde también se desprenden los primeros poemas escritos por el autor: Entre cuatro paredes (después incluido en la novela), Empujados, de Fundación de la vereda, Las Luces del Arca marean y El Monte Dorrego, de El Canto del Gallo Rojo y Llevo un trabajador en cada bolsillo y El poeta salió a pelear la realidad, de Presagios de Guerra 2 de abril de 1982, tres libros escritos en los mismos años que El hombre del Traje a Cuadros de Diez Colores. La obra "no simula la época que refiere ni los personajes que invoca y utiliza como abrigo estético el primero de los sistemas utilizados en literatura: el humor, la suspicacia, la ridiculización del drama, como ya lo fundara Aristófanes en la vieja Siracusa, aunque desde otra vereda ideológica, en la comedia burlesca de alusión."

A la manera de la novela romántica por excelencia, hacia finales del 97 "El Hombre de Traje a Cuadros…" sale a la calle como folletín, en tiradas periódicas de 3000 ejemplares, acompañada de ilustraciones "fuertes, impactantes, acordes con el texto", en las páginas tabloides del Suplemento Literario El Ángel, (6) hasta completar doce entregas, a principios del 2000. La novela se anunciaba así: "Ágil, con un tratamiento bien expresionista y un toque permanente de humor. Particular novela en forma de folletín. La picaresca se anuda y desanuda número a número. El humor es su ingrediente inapelable. Personajes simpáticos y movedizos, que no aceptan la realidad social tal cual está. "Soy una cuerda más de mi guitarra", dice Solista. Y eso es lo que sostiene una esperanza."

En la historia de "Solista" se describe al músico que desde el 77 al 79 al solo acompañamiento de su guitarra-, desafió al miedo cantando su tema Subieron Legendary song libertarian, compuesto en marzo del 76. (7) En ese capítulo de la novela se parodia el momento en que fue detenido e interrogado por los militares (8), pero ahora es Black (9) quien lo entrega a juicio y a Los Retenedores. En el forcejeo entre Solista y Papirillo por quedarse con el instrumento se reproduce la escena real en que otro cura (10) rompe la primera guitarra de Kuraiem (11). "La reacción del poder es borrar la historia, prohibir sus nombres, que ni los carteles queden como recuerdo. Igual que el emperador chino que describía Borges, Paparillo busca con desesperación el silencio. "

Todo coincide con la galería de hechos ante la cual el autor se ubica jugando con las imágenes de los personajes a los que les insufla su espíritu crítico, solitario, rebelde, irónico, su poesía, su filosofía y su persona, alejada de toda estrategia de victimización, del estacazo efectista, para captar el interés (del lector) de los otros. "…el texto tiene la crueldad «inocente» de algunas páginas de Celine y, en su recorrido Poético, difícil de conciliar con la dureza y rusticidad de los diálogos aflora el recuerdo de la prosa atrevida de Marcel Schwob."

En los macizos Cuadros del Agasajo la imaginería se torna inagotable en sucesos y ocurrencias, sustentadas en la aguda picardía de los nombres y en sus discursos prácticos, cínicos, racionales hasta el delirio, exposición de un desvergonzado y pragmático poder: Mr. Black -el oscuro estandarte del capital en transición, expresa su decadencia, su vulgaridad, su ostentación, sus banquetes donde los bufones serviles ríen y comen de su mano-; Monseñor Papirillo que busca con desesperación el silencio-; General Plenipotente, que nos lleva a los sureños orgullosos y obstinados de la Guerra de Secesión de los EEUU; Oligarzo, Despotín, que aluden al poder, a la regla, a los preceptos; Alto, Mediano y Bajo insinúan posiciones en el escalafón económico y cada uno es tratado según su altura; el Consejero, El Comerciante (12) y otros muchos de menor relevancia que visten el cuerpo de esta obra notable tejida con este estilo tan poco frecuentado en nuestro medio. La Casa Negra, que -no es menos siniestra que lo que en distintas oportunidades ha sido nuestra Casa Rosada, que ya desde sus orígenes lució una pintura teñida de sangre-, es concebida como el conventillo de las primeras décadas del Siglo XX. También hay frecuentaciones al "balcón" y uniformes y jerarquías, y novatos y veteranos, los golpes, las luchas de ascensos, la "leña", el aniquilamiento…que es lo mismo que el "exterminio". Todo concuerda con la fragmentación social y política del país, otro recurso que utiliza el autor jugando con las décadas, traspolándolas, mostrándo finísimas capas ligadas por idénticas ambiciones y desgracias.

La importancia de abordar a este autor reside en su tremenda capacidad para llegar a satirizar la pesadilla, en la poesía derramada en la tragedia: "Causé la enemistad entre Papirillo y Black, provoqué el incendio -prendí fuego- a La Casa Rosada, lloré a mi padre ese marzo con el Viejo Luchador, preparé la trama donde el Consejero es emplumado, lo vi a Mister Black morir a dos pasos de mi escritorio y a Papirillo desconocido, cuando tomó el poder tocado por mi pluma, le ayudé a Eristos a empujar la cabeza del malvado de la torre del Mirador, tararié las primeras estrofas de un himno libertario…" Kuraiem (13)

Carlos Kuraiem "juglar que escribe poesía y canta baladas que melancolían el dolor" desarticuló el espanto con El Hombre del Traje a Cuadros de Diez Colores que Llegó en la Carroza de los Días Patrios, contrastando con el modelo que enmarcó a la literatura latinoamericana de las décadas anteriores. Agita con vigor las aguas de la Literatura y su realidad, los mitos, los cánones, las consagraciones y los anatemas, y desde el juego de contradicciones y comparaciones, deja expuesta la Patria, los ciudadanos, las instituciones (que no cobijan), las dictaduras actuales. "Carlos Kuraiem dice mucho más de lo que está escrito en este texto, puede aplicarse aquí lo que dijo Borges, hay un solo libro del que éste sería un dignísimo componente."

Sumergirnos en la lectura de "El Hombre de Traje a Cuadros…" es una oportunidad de bucear en esas profundidades a las que nos hemos desacostumbrado, en parte, por el sistemático cretinismo operado desde los organismos de poder y de control. Emanciparnos de Ellos, desafiando a los "guardias de seguridad" de la cultura y sus referentes impuestos en el transcurso de la Historia; sacudir sus uniformes de prácticas enquistadas para poner a prueba la libertad que se proclama, deshacer el fundamentalismo, abriendo seriamente los espacios de debate. Para que el pensamiento aflore con la palabra necesaria señalando a los tiranos, religiosos, solistas, comerciantes, poetas, empresarios, locos, el bajo, el mediano, el alto, el despotismo, la egolatría criminal, la complicidad infame, los grupos de poder, la ambición descarnada, el quiebre de las alianzas, el servilismo, la conspiración de los poderoso, (la Patria, otra vez), la demagógica arriada del pueblo, todos presentes en esa extraña confluencia que lleva a la viscosa construcción del ciudadano de estos días, que sigue saliendo al mundo, a la calle, sólo cuando ve peligrar sus aparentes seguridades y que no dudaría en pasar el mando al más audaz.

Es la presencia inquietante, la cadencia y la voz de Carlos Kuraiem, -un escritor que ha producido y publicado al ritmo del fragor de las circunstancias que relata-, que busca y encuentra la poesía en cada frase de esta novela. Otros lucharon contra las ideologías que apartaban al hombre de su esencia, Kuraiem las disuelve en el tono que asume cada vez que se expresa.

"El final, es un majestuoso pandemonio al mejor estilo ardiente de Max Frisch en Los incendiarios. Una obra imperdible por su ingenio, única en su registro y en su denuncia."

Trabajo de investigación y notas

Prof. Marta Goddio

edu.red

Carlos Kuraiem

El Hombre del Traje a Cuadros de Diez Colores

que Llegó en la Carroza de los Días Patrios

Nouvelle

La huida

… acosado por los guardias de seguridad, pude salvarme escurriéndome entre sus piernas, haciendo muecas con mi rostro y mis manos, tratando de afirmar su idea de mi locura.

Esquivando los culatazos mortales de sus armas, me alejé por las lomas que habían sido mi hogar, corrí con mis papeles debajo del brazo hasta cuando creí que nadie podría encontrar mi rastro y me detuve buscando un lugar tranquilo donde curar las ampollas de mis pies y poder proseguir mis trabajos.

Del Mirador abandonado hice mi refugio; sólo me movía de allí para procurarme alimentos, a veces me enroscaba en un rincón permaneciendo quieto durante horas, temiendo ser descubierto por los guardias de seguridad que sobrevolaban la torre en sus horribles aparatos…

Papirillo y Mister Black

El Monseñor Papirillo se aproximó a Mister Black, enredándose los pies con la sotana.

-¡Excelencia! Mi pueblo y yo le damos la bienvenida.

La pesada figura de Black se inclinó frente al ministro, tomándole las manos y besándoselas mientras corrigió:

-¿Tu pueblo? Mí pueblo.

El ministro le retiró sus manos con sutileza y reiteró:

-Mí pueblo.

El excelentísimo se alzó y agregó:

-Nuestro pueblo.

Papirillo, con sus dos brazos en un interminable clavado al cielo, exclamó:

-¡Oh, Negro!

Mister Black, representando al perfecto ideal de un déspota, con su sonrisa falsa y demagógica, su traje a cuadros de diez colores, su cabeza desierta de pelos como de buenas intenciones, bajo de estatura como de conciencia; sujetando en su mano derecha el bastón de mando que era su símbolo de ególatra, se internó en la Casa Negra, seguido por el Consejero, de galera y frac, los guardias de seguridad, los ciudadanos notables y el Monseñor Papirillo que los va bendiciendo…

El Mirador

Las lomas y yo somos una misma cosa; si hasta a veces creo que mis pies son lomas que caminan solos y me ganan el alma en silencio; y pensar que hay gente que pasa sobre ellas levantando una gran polvareda sin ni siquiera darse cuenta que ha pisado la vida; esa vida que es como salir a buscar no sé qué y llegar a un punto en que todo está lejos de las manos -como caminar por el medio de una calle-. El mundo camina por el medio de una calle y no se da cuenta.

Mis lomas son hombres que no se niegan, de espaldas anchas, de muchas gauchadas, de palabras de ayuda y manos grandes que dicen: «Somos gente de compartir la estrella y el silencio».

Ellos hicieron estas esquinas donde uno nunca está solo del todo y estas veredas que ondulan bajo las sombras de los árboles y esas sillas de las lomas que soportan traseros a las puertas de sus casas y una pared siempre cerca para apoyar una mano abierta.

Yo soy todas las lomas.

Yo soy de los que caminan fijando los ojos en un punto de la tierra, pensando en los que ya no caminan a mi lado. ¡Ay lomita querida, la más blanca, arbolito de cien años, casita llena de luces, cancel abierto a los recuerdos! Una mañana fui a buscarte y no estabas más. Dejé de caminar sus caminos y se volvieron extrañas como esa gente a la que uno hace tiempo que no ve pero algo tira a buscarlas. Lo que me rodea me mira, lo sé, y por lo bajo, yo ya lo he estado mirando un rato largo.

Ellos también me llamaron loco, me negaron el cielo y crecí raíces para adentro -raíces de acá y de ninguna otra parte- y al fin fui un dios asesinado por sus burlas y sus piedras. Eran buenos haciéndome mala cara hasta que me negaron el saludo.

Así, al caminar por esta orilla metiendo en mi bolsa caracoles, mi hambre tiene puntas como las estrellas que están por todas partes brillando, mi hambre sufre y llora a escondidas hasta ver solo suspensiones de hojas, de hombres de sueños de ríos, de miradores, de su pelo amarillo jilguero.

¡Pobre loco!

Muchas veces me he dicho lo mismo en este cuaderno que no terminaré nunca, lleno de renglones torcidos que me desvían llevándome a escribir en los márgenes.

Eristos y Papirillo

Papirillo parado sobre una piedra alta le gritaba al río como desafiándolo a salir de su cauce:

-Por qué te escuché. Acabar con los males de esta tierra es un trabajo ingrato y además ya es tarde… ¿A quién culpar? ¿A quién perdonar?

Dejando mi bolsa de caracoles me acerqué al cura.

-¿Qué te sucede, religioso? ¿Qué mal te hizo el río?

El religioso me observó desde la piedra haciéndome sentir pequeño con la distancia que había entre los dos.

-¿Qué querés loco, saber la verdad para después anotarla en ese cuaderno que escondés debajo del brazo? ¡Fuera! ¡Volvé al Mirador!

Me gruñó.

Resistí su mirada y le dije:

-¡Teólogo! ¿Qué verdad?

-Todos mis sueños han quedado sepultados en el gran océano. Mis padres… una mujer… mi juventud… ¿Un cura tiene juventud o nacemos ya viejos para el mundo…?

Me quedé contemplándolo, mis pies se hundían en la arena húmeda, la barba me goteaba como si estuviese derramando lágrimas…

El cura prosiguió:

-Una voz interior me dijo: «Tu futuro está en el cielo, Papirillo». Yo elevé mi vista sin comprender y solo vi nubes, pájaros y estrellas, pero no vi mi futuro; entonces pensé que el cielo debía estar en otra parte y así fue como me embarqué hacia esta tierra, trayendo los conocimientos que la voz interior me había revelado desde arriba.

Yo seguí abriendo la llaga:

-¿Y ella? -le dije mirándolo a él que a su vez miraba el cielo.

-Ah… Ella era todas las mujeres, pero… ¿qué puede saber un loco de eso? Un loco solo ama su locura…

Suspiró bajando los brazos acobardado.

Me apoyé en la piedra y acerqué mi rostro a la sotana del cura inflada por el viento como una bolsa.

-¡Maldito! ¡Te tragaste mi vida…!

Le gritó al río y se estiró queriendo atrapar con sus manos la gran ola que se acercaba, resbalando en el intento y terminando cubierto por el agua.

Yo me salvé haciéndome a un lado.

Papirillo temblaba desnudo a la orilla del río, como un enemigo apaciguado, esperando que el sol secara su sotana tendida sobre la piedra.

El fuego del olvido

El Carpintero de Carreta, arrobado, contempla el tiempo que no pasa; son horas que lo marcan dentro por cada minuto de soledad. Su reloj de música una tarde se detuvo en un duelo que enfrentó cara a cara a sus agujas, oxidadas de tanto sumar horas y callar quién sabe qué memorias en su silencio. En un catre hundido por largos cansancios fuma su cigarrillo negro; sus ojos quedan clavados como señales en el mapa que traza el techo.

A nadie espera, por eso está tan solo. Un perro callejero se tiende a su lado como si el hombre fuera su seguro de vida. En la mesa hay un plato con sobras, una botella de vino y un pan derrumbándose a migajas sobre la confusión de pisadas que hombre y animal imprimieron en el piso del establo.

Este hombre es el recuerdo y no gasta palabras cuando habla. Tiene manos cubiertas de tallos y un delantal de cuero que lo obliga a encorvar el cuello como si cargara un palo atravesado sobre los hombros. Espía la vida de los que pasan escapando a su pasado, cuando se detienen a reprocharle que él es el intruso que invade al hombre en el momento menos esperado del día, el Carpintero responde: -Todos huimos en una carreta construida por nosotros mismos y buscando desprendernos la carne de los huesos arrastramos nuestra cobardía. Todos necesitamos una carreta que nos ayude a fugarnos de alguna realidad. Hasta un tirano necesita fugarse ¡cuanto más un simple ciudadano! Sin un árbol donde sombrear sus recuerdos, sin una huella donde hundir su realidad, sin un cruce donde dudar y detenerse teniendo el poder de elegir, caminamos sin un reloj de flores que en sus horas de vida nos enseña un paisaje; soy una memoria semejante a la de las lomas: guardo los recuerdos de todos por eso me quedo en el paso anterior a pesar que avanzo con los demás. Encuentro en el pasado lo que Eristos en su locura, solo que a él nadie lo juzga porque no tiene memoria quien perdió la cordura. Todos nos necesitamos y algún día en el fuego del olvido morirá para siempre el último Carpintero de Carreta.

Los próceres

Parecen reales los hombres que hablan sentados alrededor de una mesa. ¿Qué manos los tramó? En sus labios inmóviles aún resuenan los ecos de sus voces muertas. ¿Qué se dicen? Puedo adivinarlo; hablan del pasado. ¿De qué otra cosa pueden hablar las estatuas? Uno se ha quedado señalando con su dedo en alto un cóndor que sobrevuela las altas montañas; otro mira en su mano un vaso que no bebe y sus ojos buscan los colores de un cielo azul y blanco casi sin nubes; hosco, malhumorado otro, fruncidas las grandes cejas amonesta a los bárbaros urgiéndolos a no perder el tren del tiempo que se desliza a sus espaldas. No llegan a tocarse, aunque están muy cerca, solo existen unidos por la mesa sobre la que tienen estaqueados los codos. Muestran sus perfiles como esos gallitos de terraza que indican Norte o Sur y que el viento hace girar en molinete; pero a estos el viento ni los despeina. Ya no miran a la gente que pasa del otro lado de la ventana y la lluvia les ha oxidado los trajes sin bolsillos. No los necesitan aquí donde no hay nada que guardar más que una pose gastada. En sus vidas ha habido mujeres deformes que los han empujado hacia estas alturas donde si un pájaro se posara sobre ellos y comenzara a picotearles las cabezas no harían nada de tan acobardados que están… están solos, se quejan de su soledad, condenados en esta estructura de hierro. No pueden llorar, se volverán desconocidos de tanto mirarse y no decirse nada y, si alguna vez se tuvieron afecto hoy se puede vislumbrar el odio en sus caras que amagan con estrellarse. Nadie se acerca a su mesa y con motivo, tampoco podrán pagar la cuenta y levantarse, saludar y salir; descubren que no tienen donde ir y lo peor de todo, que no pueden irse.

La orden

El Veterano recibió la orden y se la pasó al Novato, que a su vez, la retuvo en su memoria ávido de poner en práctica lo que había aprendido en el curso de entrenamiento.

-¡Métanse adentro!

Ordenó el Veterano obligando a la gente a entrar por los huecos a culatazos de ametralladora sobre sus cabezas.

-¿No te dan lástima?

Dijo el Novato.

-¿Lástima? Ya te vas a acostumbrar.

-Se resisten, no los entiendo.

-Sos nuevo, por eso no los entendés, pero yo que lo hice toda mi existencia no soportaría estar lejos de ellos una semana. Esto es mi vida.

-No sé, los veo correr, suplicar, abrazarse a mis piernas y siento que podría estar mi familia en su lugar; cada vez que los golpeo es como si golpeara a uno de los míos.

-Cuando empecé, yo también sentía así y tenía remordimientos, pero como te digo, te acos-tumbrás o no servís para el trabajo y atrás tuyo están los que quieren tu puesto. ¡Lucha de ascensos es nuestra profesión! Hay que reunir muchos méritos para mantenerse en ella. Si uno quiere estar de este lado de la alcantarilla.

-¡Ahí quiere salir uno!

-¿Dónde? ¡Marcalo!

-Ahí… ¿Lo ves?

-Sí, lo tengo; le dicen «El Viejo Luchador», es el más jodido. No se entrega nunca y azuza a los demás. Pegale vos, que no se escape.

-No, no me animo, podría ser mi padre… ¡Ese pelo blanco!

-Dejame, hacete a un lado.

La ametralladora se elevó a la altura de su casco cayendo en culatazo sobre el bulto que intentaba asomarse hundiéndolo de nuevo en las cloacas.

El Novato siguió cada paso de la escena: el golpe, el grito desafinado y el desplome final de la víctima.

Después el Veterano encendiendo un cigarrillo, contó:

-Hay que tener mucho cuidado, una vez este me agarró por sorpresa y queriéndose escapar casi me arranca el pie de cuajo con el filo de una tapa, ¡zafé de milagro! -caminó un poco mostrándole como rengueaba-. Eso me enseñó a no acercarme demasiado ni a confiar en sus lágrimas… Hay que ser duros, al menos mientras estamos cumpliendo con nuestra obligación. Después uno llega a la casa, lo espera la mujer, los hijos… y en parte se te olvida.

-¿En parte?

-Sí, acá conocí a varios que cuando miraban para abajo a sus pies veían a los que habían matado y no sabían cuando eran reales y cuando no. Era como si el recuerdo los persiguiese a todos lados, ¿te imaginás?

-¿Un muerto persiguiéndome?

-Imposible, ¿verdad? Pero los que te digo vivían acosados en sus sueños a tal punto que al llegar acá no sabían donde estaban parados.

-¿Y qué les pasó?

-¿Quién sabe? Se entregan a las manos de los doctores de la mente, pero cuando ellos no pueden hacer nada, nadie puede. Son arrastrados por sus fantasmas hasta el aniquilamiento y por último, nada…

-¿Nada?

-Ni rastros de ellos…Vos ahora sos joven, tenés el uniforme limpio sin manchas, yo lo tuve una vez cuando me decidí por esta carrera. Los anuncios decían: «La patria lo necesita».

-¿Y te atrapó como a mí?

-Al principio uno se cuida el uniforme, los primeros rangos, las botas impecables, pero acá en las calles todo es distinto… uno se achancha, empieza a sentir odio, resentimiento, no se reconoce ni a sí mismo.

-¡Mirá, tengo sucias las manos!

-No es nada. Tomá, limpiate con este trapo. No te preocupes. ¡Ya vas a ver! Ellos no tienen la culpa y nosotros tampoco.

Cuadros del agasajo

En el salón de agasajos de la Casa Negra se encuentra Mister Black, vestido con elegante traje a cuadros de diez colores y llevando su bastón de mando apretado en la mano. En tanto uno de los sirvientes lo corre detrás sosteniéndole el espejo para que el que es «todo un representante del pueblo», se acomode en un último toque su fina corbata de seda.

Los agasajados son dos viejos amigos llamados Oligarzo y Despotín, que arribaron la noche anterior. Su comportamiento es extraño y por momentos se muestran temerosos e inquietos como si esperaran un golpe, nunca se quedan demasiado tiempo en un lugar y andan por la vida como nómadas, llegan y se van, como en un sueño que siempre termina en pesadilla.

En estos momentos caminan junto a Mister Black, que está en su apogeo y en honor a ellos reunió a toda una serie de personajes.

Black, convida a sus agasajados a servirse de su mesa.

-Amigos, siempre es útil y provechoso andar bien con los que tienen el capital y manejan las empresas.

Dice Black tomando la palabra. Oligarzo se extraña:

-Pero si vos querés, podés encargarte de las empresas y tener todo el capital.

Black confiesa, acercándose a los oídos de ambos.

-Amigos, yo quiero tener esclavos, no ser esclavo.

-¿Y esos dos de clase media y baja que invitaste? -señala Despotín.

-Solo para disimular. A mí solo me interesa la clase alta. Ya que hay diferencias aprovecho las mejores.

Responde ventilando las manos.

Despotín murmura.

-A nosotros nos gustaría gobernar algún pueblo.

-Si las cosas siguen así y no me defraudan, pienso nombrarlos gobernadores de alguna de mis provincias.

-Como diría Papirillo, ¡ese día colgamos la sotana!

Ríe Oligarzo, entendiendo que hablan los tres un mismo idioma.

Alto, Bajo y Mediano son los primeros en llegar. Estos dos últimos llenos de asombro gatillan miradas por todos lados tratando de retener los inalcanzables lujos que muestra el agasajo y mientras recorren el salón, Alto, dirigiéndose a ellos tose llamando su atención.

-¿Qué les parece mi traje nuevo? tela importada. ¿Ustedes tienen traje de tela importada?

Modela para ellos.

-No, el mío no es de tela importada, pero es un traje, no?

Dice Mediano, ajustándose las solapas frente a Bajo que encoge los hombros.

-¡No! ¿Con qué?

Alto hamaca su cabeza con pena y agrega.

-Y qué se le va a hacer, yo te comprendo, Bajo.

Éste lo enfrenta.

-¿Comprendés qué?

Alto sin perder su altura susurra.

-Hay diferencias…

Bajo se exalta.

-¿Diferencias? ¡Qué injusticia! Si al final cuando nos llega la hora tenemos que dejarlo todo y nos vamos igualitos.

Termina planchando sus dos manos en el aire.

-Pero vivirlo valió.

Sostiene Alto.

-Para el que lo vivió -contesta Mediano y continúa-. Pero yo igual estoy conforme, tengo una casita… no soy tan Alto como usted, ni tan Bajo como algunos.

Alto les palmea los hombros y los consuela.

-No se amarguen, están privados de algunas cosas pero de otras no, ¡claro! no pueden comprar un traje como este que me hice hacer en mi último viaje a Europa… A propósito, ¿conocen Europa?

-¿Yo? que esperanza… -dijo Bajo, clavándose sus dos manos en pico sobre el pecho.

-No, tanto como Europa no, apenas para comer todos los días y salir por acá -justifica Mediano.

-Yo ni para eso, ¡y cómo trabajo! ¿Eh? -arguye Bajo y provoca una escena incómoda al subirse la camisa y mostrar su lomo quemado por el sol a Alto, que huye rojo de vergüenza frente a sus iguales y mira de reojo el cuadro, atinando a decir:

-Lo compadezco, lo compadezco… pero no todos podemos ser iguales.

Bajo, mientras se acomoda la camisa dentro del pantalón pregunta:

-¿Y por qué?

Ya restablecido Alto, dice:

-Es obvio, yo soy un señor, y usted… ejem…

Con un empujón que espanta a Alto, Bajo lo increpa:

-¿Qué me quiere insinuar? ¿Cree que porque no tengo su plata soy un parásito?

Mediano trata de separarlos.

-Siempre peleando ustedes dos, no discutan, no discutan más.

Bajo busca que Mediano lo escuche.

-¡Este se cree que es más que yo porque viajó a Europa!

Y volviendo sobre Alto, desafiante.

-Recuerde que el traje no hace al hombre; que usted viaje y yo no, no demuestra quién es más hombre de los dos!

Finaliza su discurso apabullando los oídos de Alto, que lo pantalla de su lado.

-¡Bueno! no es para tanto, tarde o temprano tiene que reconocerlo, mi hijo estudia en escuela privada y se prepara para vivir en el mundo de la gente altiva. No sé cómo estarán los suyos…

Mediano, mientras tiene sujeto a Bajo, cuenta:

-Mi hijo no estudia en escuela privada, pero yo lo mando a la estatal y con el tiempo podrá ocupar un lugar más arriba del que yo estoy y, quién le dice, hasta se codee con su hijo.

Sonríe tímidamente.

-¿Con mi hijo?

Se incomoda Alto, que mira las arañas del techo.

Bajo, ya calmado y sin poder eludir el turno, en tono de confesión expone:

-Que suerte tienen sus hijos, en cambio el mío trabaja para ayudarme con los gastos de la casa, ¡yo no puedo solo! -acaba su relato afligido.

-¡Y claro su sueldo no le alcanza! -se dijo Alto para si; agregando: -Dígame, Bajo, ¿qué haría si tuviera toda mi plata?

Tentado por la proposición, Bajo sueña:

-¿Si tuviera su plata…? Viajaría, me compraría trajes importados, mandaría a mis hijos a escuelas privadas, tendría empresas y obreros bajo mi mando…

Alto lo corta.

-En una palabra, usted haría lo mismo que hago yo. ¡Entonces para qué protesta!

Bajo que se acomoda el físico ahora trata de evadirse.

-Y… entienda, yo…

El diálogo se corta cuando los tres hombres llegan al otro extremo del salón, donde se encuentra Mister Black, Oligarzo y Despotín. El primero saluda a los invitados.

-¡Mi estimado Don Alto! ¡Cada día lo veo más arriba!

Apretándolo en un abrazo.

-Puedo y construyo.

Se sostiene Alto.

-¡Excelente! Y usted, ¡cómo se conserva Mediano!

Le da la mano a distancia.

-Me cuido, me cuido con lo que tengo -se da su lugar Mediano.

-¡Hay que invertir más! Tú no has cambiado en nada, Bajo.

Lo mira fugazmente.

-Es una lucha la vida, una lucha…

Se justifica Bajo.

-La eterna impotencia.

Dice Black a Oligarzo en el oído y, viendo que todos están donde deben, presenta a sus enigmáticos amigos y cada uno después toma un lugar en la fiesta.

Papirillo hace su entrada en el salón de agasajos y enseguida los concurrentes se lanzan sobre él como una jauría de chicos golosos sobre una bolsa de caramelos, formando un círculo para que endulce sus vidas con unas palabras.

Una mujer se adelanta a besarle las manos y a saludarlo.

-Buenas noches, ¡Padre Santísimo!.

Papirillo, al reconocerla, la reprende:

-A ti no te he visto últimamente por la iglesia

Ella se excusa.

-Es que estuve ocupada con la comisión de damas patriotas.

-¡Ay! Yo, Padre, un día de estos quiero confe-sarle mis pecaditos -exclama una cuaren-tona.

-No se avergüencen, ¡todos somos humanos! -responde el cura y tocando sus almas hace la señal de la cruz sobre sus cabezas inclinadas.

En un rincón del agasajo reunidos casi en secreto, Alto, Oligarzo y Despotín, echados en modernos sillones individuales, cada uno con una copa en la mano y los rostros en sombras comienzan un diálogo en el que el primero interroga.

Partes: 1, 2, 3
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