Evangelios sinópticos
Los estudiosos están de acuerdo en que la principal fuente de información acerca de Jesús se encuentra en tres de los cuatro evangelios incluidos en el Nuevo Testamento, los llamados sinópticos: Mateo, Marcos y Lucas, cuya redacción se sitúa generalmente entre los años 70 y 100.
El punto de vista dominante en la crítica actual es que los evangelios no fueron escritos por testigos personales de la actividad de Jesús. Se cree que fueron escritos en griego por autores que no tenían conocimiento directo del Jesús histórico. Algunos autores, sin embargo, continúan manteniendo el punto de vista tradicional sobre esta cuestión, que los atribuye a personajes citados en el Nuevo Testamento
Aunque no es aceptada por la totalidad de los críticos, las afinidades entre estos evangelios suelen ser explicadas por la llamada teoría de las dos fuentes, propuesta ya en 1838 por Ch. Weisse, y que fue luego significativamente matizada por B. H. Streeter en 1924. Según esta teoría, el evangelio más antiguo es Marcos (y no Mateo, como se creía anteriormente). Tanto Lucas como Mateo son posteriores, y utilizaron como fuente Marcos, lo que explica el material común entre los tres sinópticos, denominado «de triple tradición». Pero, además, existió una segunda fuente, a la que se dio el nombre de Q, que contenía casi exclusivamente palabras de Jesús, lo cual explica el llamado material de doble tradición, que se encuentra en Mateo y Lucas, pero no en Marcos (Q es hoy considerado un documento independiente, del que incluso existen ediciones críticas).Por último, tanto Lucas como Mateo contienen material propio, que no se encuentra en ninguna de las dos fuentes hipotéticas.
El grado de fiabilidad que se concede a los evangelios depende de los estudiosos. La opinión más extendida es que son principalmente textos apologéticos, es decir, de propaganda religiosa, cuya intención principal es difundir una imagen de Jesús acorde con la fe de las primitivas comunidades cristianas, pero que contienen, en mayor o menor medida, datos acerca del Jesús histórico. Se ha demostrado que contienen varios errores históricos y geográficos, numerosas incongruencias narrativas y abundantes elementos sobrenaturales que son sin duda expresiones de fe y de los que se discute si tienen o no un origen histórico. Sin embargo, sitúan a Jesús en un marco histórico verosímil, en general acorde con lo conocido mediante fuentes no cristianas, y esbozan una trayectoria biográfica bastante coherente.
La corriente de investigación llamada «historia de las formas», cuyos máximos representantes fueron Rudolf Bultmann y Martin Dibelius, se orientó sobre todo a estudiar la «prehistoria» literaria de los evangelios. Estos autores determinaron que los evangelios (incluido Q, considerado como un «protoevangelio») son compilaciones de unidades literarias menores, denominadas perícopas, que pertenecen a géneros literarios diferentes (narraciones de milagros, diálogos didácticos, enseñanzas éticas, etc.). Estas perícopas tienen su origen último en la tradición oral sobre Jesús, pero solo algunas de ellas se refieren a dichos y hechos verdaderos del Jesús histórico. Más adelante, otra escuela, denominada «historia de la redacción» (o crítica de la redacción), destacó el hecho de que, a la hora de compilar y unificar narrativamente el material de que disponían, los autores de los evangelios respondían a motivaciones teológicas.
Para datar los evangelios sinópticos, un aspecto de particular importancia son las referencias a la destrucción del Templo de Jerusalén. Estudiando estas referencias, la mayoría de los autores coinciden en afirmar que los tres sinópticos, en su estado actual, son posteriores a la destrucción del templo (año 70), en tanto que Q es muy probablemente anterior.
Los autores de los evangelios responden a motivaciones teológicas concretas. En sus obras, intentan armonizar las tradiciones recibidas acerca del Jesús histórico con la fe de las comunidades a las que pertenecen.
Documento Q: la existencia de este protoevangelio, como se ha dicho antes, se ha inducido a partir de la investigación textual de las afinidades entre los sinópticos. En la actualidad, se ha avanzado mucho en la reconstrucción de este texto hipotético. Se considera que fue escrito en griego que contenía principalmente dichos de Jesús, y que fue redactado, probablemente en Galilea en un momento anterior a la guerra judía, probablemente entre los años 40 y 60. En cuanto a su contenido, se han encontrado importantes paralelos entre Q y un evangelio apócrifo de difícil datación, el Evangelio de Tomás.
Evangelio de Marcos: fue escrito en griego, posiblemente en Siria, o tal vez en Roma, y se data generalmente en torno al año 70, por lo cual se trata del evangelio más antiguo que se conserva. Se considera básicamente una recopilación de materiales de tradición escrita y oral, entre los cuales destaca, por su unidad estructural, la narración de la Pasión, pero que incluyen también antologías de milagros, tradiciones apocalípticas (especialmente Mc 13) y disputas y diálogos escolares.
Evangelio de Mateo: fue escrito en griego, posiblemente en Siria, y es más tardío que Marcos, al que utiliza como fuente. Probablemente se redactó en los años 80 del siglo I. Combina como fuentes Q, Marcos, y otras, y su intención principal es destacar la figura de Jesús como plenitud de la Ley y los profetas del Antiguo Testamento, por lo cual utiliza abundantemente citas de las Escrituras judías.
Evangelio de Lucas: es la primera parte de una obra unitaria cuya segunda parte es el texto conocido como Hechos de los Apóstoles, dedicada a narrar los orígenes del cristianismo. Al igual que Mateo, utiliza como fuentes Q y Marcos.
Evangelio de Juan
Generalmente se considera que el Evangelio de Juan es más tardío que los sinópticos (suele datarse en torno al año 100) y que la información que ofrece acerca del Jesús histórico es menos fiable. Muestra una teología más desarrollada, ya que presenta a Jesús como un ser preexistente, sustancialmente unido a Dios, enviado por él para salvar al género humano. Sin embargo, parece que su autor utilizó fuentes antiguas, en algunos casos independientes de los sinópticos, por ejemplo, en lo relativo a la relación entre Jesús y Juan el Bautista, y al proceso y ejecución de Jesús. Relata pocos milagros de Jesús (solo siete), para los que posiblemente utilizó como fuente un hipotético Evangelio de los Signos. En este evangelio son muy numerosas las escenas de la vida de Jesús que no tienen un paralelo en los sinópticos (entre ellas, algunas de los más conocidas, como las bodas de Caná o la resurrección de Lázaro de Betania).
Evangelios apócrifos
Se denomina evangelios apócrifos a aquellos textos sobre hechos o dichos de Jesús no incluidos en el canon del Nuevo Testamento. Como señala Antonio Piñero, la mayor parte de los apócrifos no aportan información válida sobre el Jesús histórico, ya que se trata de textos bastante tardíos (posteriores a 150), y que utilizan como fuentes los evangelios canónicos.
Existen, sin embargo, algunas excepciones notables: el Evangelio de Pedro, el Papiro Egerton 2, los Papiros de Oxirrinco y, muy especialmente, el Evangelio de Tomás. Sobre la datación de estos textos no hay acuerdo entre los especialistas, pero la posición mayoritaria es que pueden contener información auténtica acerca de Jesús. Dado su carácter fragmentario, sin embargo, se han utilizado sobre todo para confirmar informaciones que también transmiten los evangelios canónicos.
Otros textos cristianos
Dichos atribuidos a Jesús en otros libros del Nuevo Testamento: estos dichos son denominados convencionalmente agrapha, es decir "no escritos". Dejando aparte las cartas de Pablo, ya mencionadas, se encuentran dichos atribuidos a Jesús en Hechos de los Apóstoles (Hch 20, 35); en la Epístola de Santiago y en la Primera Epístola de Pedro.
Referencias de otros escritores cristianos de los siglos II y III, entre las que destacan la primera y segunda Epístolas de Clemente; las cartas de Ignacio de Antioquía; y un texto perdido, atribuido a Papías, titulado Exposición de las palabras del Señor, que supuestamente recogía tradiciones orales sobre Jesús, y del que se conocen solo fragmentos por citas de autores posteriores, como Ireneo de Lyon y Eusebio de Cesarea.
La historicidad de estas referencias es considerada en general bastante dudosa.
Fuentes no cristianas
Apenas hay menciones de Jesús en fuentes no cristianas de los siglos I y II. Ningún historiador se ocupó por extenso de su historia: solo existen alusiones de pasada, algunas de ellas ambiguas y una (el «testimonio flaviano») de la que se sospecha que se trata de una falsificación posterior.
Estas fuentes pueden dividirse en:
Fuentes judías
Dos menciones en una obra del historiador judío Flavio Josefo, Antigüedades judías.
El primer pasaje de la citada obra que menciona a Jesús es conocido con el nombre de «testimonio flaviano». Se encuentra en Antigüedades judías, 18, 63. Fue objeto de interpolaciones posteriores por copistas cristianos, y se discute incluso si en su versión original aludía a Jesús.
El segundo pasaje tiene mayores visos de verosimilitud, ya que está estrechamente relacionado con el contexto de la obra y parece improbable que se trate de una interpolación. Se encuentra en Antigüedades judías, 20, 200, y se refiere a la lapidación de Santiago, que el texto identifica como hermano de Jesús, un personaje que es identificado del mismo modo en algunos textos de Pablo de Tarso. Tampoco hay consenso acerca de este pasaje, pero la mayor parte de los autores lo considera auténtico.
Menciones en el tratado Sanhedrin del Talmud babilónico: no está claro si estos pasajes se refieren a Jesús de Nazaret. En Sanh., 43 a. se dice que Yeshu fue colgado «la víspera de Pascua», por haber practicado la hechicería y por incitar a Israel a la apostasía. Se menciona incluso el nombre de cinco de sus discípulos: Matthai, Nakai, Nezer, Buni y Todah. La mayor parte de los estudiosos data esta referencia en fecha muy tardía, y no la considera una fuente de información independiente.
Fuentes romanas
Brevísimas menciones en sendas obras de Plinio el Joven (62-113), Tácito (61-117) y Suetonio (f. 160). Son más bien referencias a la actividad de los cristianos:
A comienzos del siglo II, Plinio el Joven, en una carta al emperador Trajano, menciona que los cristianos «le cantan himnos a Cristo (casi Dios, según dicen)» (Epístolas 10:96).
Hacia 116 ó 117, el historiador Tácito, hablando de las persecuciones de Nerón, comenta que los cristianos toman su nombre «de un tal Cristo, que en época de Tiberio fue ajusticiado por Poncio Pilato» (Anales, 15:44:2-3).
Suetonio, hacia 120, menciona a los cristianos y en otro pasaje de la misma obra, hablando del emperador Claudio, dice que a «los judíos, instigados por Chrestus, los expulsó de Roma por sus hábitos escandalosos» (De Vita Caesarum. Divus Claudius, 25). El nombre Chrestus ha sido interpretado como una lectura deficiente de Christus; sin embargo, no puede excluirse que el pasaje haga referencia a un agitador judío en la Roma de los años 50.
Existe otro texto que, aunque es bastante dudoso, podría ser una referencia a Jesús de Nazaret: se trata de una carta, conservada en siríaco, escrita por un tal Mara Bar-Serapion, en la que se habla de un «rey sabio» condenado a muerte por los judíos. No hay acuerdo sobre si esta carta data del siglo I, II o III de nuestra era, y tampoco está claro si es o no una referencia a Jesús de Nazaret.
La escasez de fuentes no cristianas indica sin duda que la actividad de Jesús no llamó la atención en su época, a pesar de que, según las fuentes cristianas, su predicación congregó a multitudes. Estas fuentes no aportan absolutamente nada nuevo al conocimiento de Jesús como personaje histórico, y únicamente han sido aducidas para demostrar su existencia.
Metodología
La investigación histórica de las fuentes cristianas sobre Jesús de Nazaret exige la aplicación de métodos críticos que permitan discernir las tradiciones que se remontan al Jesús histórico de aquellas que constituyen adiciones posteriores, correspondientes a las primitivas comunidades cristianas.
La iniciativa en esta búsqueda partió de investigadores cristianos. Durante la segunda mitad del siglo XIX, su aportación principal se centró en la historia literaria de los evangelios.
Los principales criterios sobre los que existe consenso a la hora de interpretar las fuentes cristianas son, según Antonio Piñero, los siguientes:
Criterio de desemejanza o disimilitud: según este criterio, pueden darse por ciertos aquellos hechos o dichos atribuidos a Jesús en las fuentes que sean contrarios a concepciones o intereses propios del judaísmo anterior a Jesús o del cristianismo posterior a él. Contra este criterio, se han formulado objeciones, ya que, al desvincular a Jesús del judaísmo del siglo I, se corre el peligro de privarle del contexto necesario para entender varios aspectos fundamentales de su actividad.
Criterio de dificultad: pueden considerarse también auténticos aquellos hechos o dichos atribuidos a Jesús que resulten incómodos para los intereses teológicos del cristianismo.
Criterio de atestiguación múltiple: pueden considerarse auténticos aquellos hechos o dichos de Jesús de los que pueda afirmarse que proceden de diferentes estratos de la tradición. A este respecto, suelen considerarse que, al menos parcialmente, aportan fuentes independientes entre sí Q, Marcos, el material propio de Lucas, el material propio de Mateo, el Evangelio de Juan, ciertos evangelios apócrifos (muy especialmente, en relación con los dichos, el Evangelio de Tomás, pero también otros como el Evangelio de Pedro o el Evangelio Egerton), y otros. Este criterio se refiere también a la atestiguación de un mismo dicho o hecho en formas o géneros literarios diferentes.
Criterio de coherencia o consistencia: pueden darse también por ciertos aquellos dichos o hechos que son coherentes con lo que los criterios anteriores han permitido establecer como auténtico.
Criterio de plausibilidad histórica: según este criterio, puede considerarse histórico aquello que sea plausible en el contexto del judaísmo del siglo I, así como aquello que pueda contribuir a explicar ciertos aspectos del influjo de Jesús en los primeros cristianos. Como resalta Piñero, este criterio contradice al de desemejanza, enunciado en primer lugar.
No todos los autores, sin embargo, interpretan del mismo modo estos criterios, e incluso hay quienes niegan la validez de algunos de ellos.
Contexto
Marco histórico
El pueblo judío, sin estado propio desde la destrucción del Primer Templo en 587 a. C., en tiempos de Nabucodonosor II, había pasado varias décadas sometido, sucesivamente, a babilonios, persas, la dinastía ptolemaica de Egipto y el Imperio seléucida, sin que se produjeran conflictos de gravedad. En el siglo II a. C., sin embargo, el monarca seléucida Antíoco IV Epífanes, decidido a imponer la helenización del territorio, profanó el Templo (el Segundo Templo, reconstruido en época persa), lo que desencadenó una rebelión, acaudillada por una familia sacerdotal, los Macabeos, que tendría como consecuencia el establecimiento de un nuevo estado judío independiente, que duraría hasta el año 63 a. C.
En este año, el general romano Pompeyo intervino en la guerra civil que enfrentaba a dos hermanos de la dinastía asmonea, Hircano II y Aristóbulo II. Con esta intervención dio comienzo el dominio romano en Palestina. Dicho dominio, sin embargo, no se ejerció siempre de forma directa, sino mediante la creación de uno o varios estados clientes, que pagaban tributo a Roma y estaban obligados a aceptar sus directrices. El propio Hircano II fue mantenido por Pompeyo al frente del país, aunque no como rey, sino como etnarca. Posteriormente, tras un intento de recuperar el trono del hijo de Aristóbulo II, Antígono, quien fue apoyado por los partos, el hombre de confianza de Roma fue Herodes, quien no pertenecía a la familia de los asmoneos, sino que era hijo de Antípatro, un general de Hircano II de origen idumeo.
Tras su victoria sobre los partos y los seguidores de Antígono, Herodes fue nombrado rey de Judea por Roma en 37 a. C. Su reinado, durante el cual, según opinión mayoritaria, tuvo lugar el nacimiento de Jesús de Nazaret, fue un período relativamente próspero.
A la muerte de Herodes, en 4 a. C., su reino se dividió entre tres de sus hijos: Arquelao fue designado etnarca de Judea, Samaria e Idumea; a Antipas (llamado Herodes Antipas en el Nuevo Testamento) le correspondieron los territorios de Galilea y Perea, que gobernó con el título de tetrarca; por último, Filipo heredó, también como tetrarca, las regiones más remotas: Batanea, Gaulanítide, Traconítide y Auranítide.
Estos nuevos gobernantes correrían diversa suerte. Mientras que Antipas se mantuvo en el poder durante cuarenta y tres años, hasta 39, Arquelao, debido al descontento de sus súbditos, fue depuesto en 6 d. C. por Roma, que pasó a controlar directamente los territorios de Judea, Samaría e Idumea.
En el período en que Jesús desarrolló su actividad, por lo tanto, su territorio de origen, Galilea, formaba parte del reino de Antipas, responsable de la ejecución de Juan el Bautista, y al que una tradición tardía, que solo se encuentra en el Evangelio de Lucas, hace jugar un papel secundario en el juicio de Jesús. Judea, en cambio, era administrada directamente por un funcionario romano, perteneciente al orden ecuestre, que llevó primero el título de prefecto (hasta el año 41) y luego (desde 44) el de procurador. En el período de la actividad de Jesús, el prefecto romano era Poncio Pilato.
El prefecto no residía en Jerusalén, sino en Cesarea Marítima, ciudad de la costa mediterránea que había sido fundada por Herodes el Grande, aunque se desplazaba a Jerusalén en algunas ocasiones (por ejemplo, con motivo de la fiesta de Pésaj o Pascua, como se relata en los evangelios, ya que era en estas fiestas, que congregaban a miles de judíos, cuando solían producirse tumultos). Contaba con unos efectivos militares relativamente reducidos (unos 3.000 hombres), y su autoridad estaba supeditada a la del legado de Siria. En tiempos de Jesús, el prefecto tenía el derecho exclusivo de dictar sentencias de muerte (ius gladii).
Sin embargo, Judea gozaba de un cierto nivel de autogobierno. En especial, Jerusalén estaba gobernada por la autoridad del sumo sacerdote, y su consejo o Sanedrín. Las competencias exactas del Sanedrín son objeto de controversia, aunque en general se admite que, salvo en casos muy excepcionales, no tenían la potestad de juzgar delitos capitales.
El carácter particular de Galilea
Aunque separada de Judea por la historia, Galilea era en el siglo I una región de religión judía. Tenía, sin embargo, algunos rasgos diferenciales, como una menor importancia del Templo, y una menor presencia de sectas religiosas como los saduceos y los fariseos. Estaba muy expuesta a las influencias helenísticas y presentaba grandes contrastes entre el medio rural y el medio urbano.
Al este de Galilea se encontraban las diez ciudades de la Decápolis, situadas todas ellas al otro lado del río Jordán, a excepción de una, Escitópolis (llamada también Bet Shean). Al noroeste, Galilea limitaba con la región sirofenicia, con ciudades como Tiro, Sidón y Aco/Tolemaida. Al sudoeste se situaba la ciudad de Cesarea Marítima, lugar de residencia del prefecto (luego procurador) romano. Por último, al sur se encontraba otra importante ciudad, Sebaste, así llamada en honor al emperador Augusto.
En pleno corazón de Galilea se encontraban también dos importantes ciudades: Séforis, muy cercana (5 ó 6 km) a la localidad de donde era originario Jesús, Nazaret; y Tiberíades, construida por Antipas y cuyo nombre era un homenaje al emperador Tiberio. Tiberíades era la capital de la monarquía de Antipas, y estaba muy próxima a Cafarnaún, ciudad que fue con probabilidad el centro principal de la actividad de Jesús.
Es importante destacar que las ciudades eran focos de influencia de la cultura helenística. En ellas residían las élites, en tanto que en el medio rural habitaba un campesinado empobrecido, del que procedía con toda probabilidad Jesús. Las ciudades eran en general favorables a Roma, como se demostró con ocasión de la Primera Guerra Judía.
En las fuentes cristianas no se menciona que Jesús visitase ninguna de las ciudades de Galilea ni de su entorno. Sin embargo, dada la proximidad de Tiberíades a los principales lugares mencionados en los evangelios, es difícil pensar que Jesús se sustrajo por completo a la influencia helenística.
El medio campesino, del que procedía Jesús, veía con hostilidad las ciudades. Los campesinos de Galilea soportaban importantes cargas impositivas, tanto del poder político (la monarquía de Antipas), como del religioso (el Templo de Jerusalén), y su situación económica debió de ser bastante difícil.
Galilea fue la región judía más conflictiva durante el siglo I, y los principales movimientos revolucionarios antirromanos, desde la muerte de Herodes el Grande en 4 a. C. hasta la destrucción de Jerusalén en el año 70, se iniciaron en esta región. La lucha contra el Imperio romano fue, según Geza Vermes, «una actividad galilea general en el primer siglo d. C.»
El judaísmo en los tiempos de Jesús
En tiempos de Jesús, al igual que en la actualidad, el judaísmo era una religión monoteísta, basada en la creencia de un único Dios. Los judíos creían que Dios había elegido a su pueblo, Israel, y había establecido con él una alianza a través de Abraham y Moisés, principalmente. Los actos fundamentales de dicha alianza eran, para los judíos, la vocación de Abraham, el éxodo, y la promulgación de la ley en el Sinaí. La fidelidad de los judíos a esta alianza se manifestaba, además de en su adoración a su único Dios, en la rigurosidad con que seguían los mandamientos y preceptos de la Torá, o la llamada Ley mosaica; ésta regulaba todos los aspectos de la vida de los judíos, como la obligación de circuncidar a los hijos varones, la prohibición de trabajar en sábado, y otras ciertas reglas alimentarias (por ejemplo, la de no comer carne de cerdo) y de purificación.
En el siglo I, el centro del culto a Dios era el Templo de Jerusalén. Era necesario acudir a éste tres veces al año (durante las llamadas fiestas de peregrinación), para realizar diversos sacrificios y entregar ofrendas. El culto del Templo era administrado por los sacerdotes y levitas, cuyo número era muy elevado, los que desempeñaban los llamados oficios sagrados durante las fiestas, tales como custodiar y limpiar el Templo, preparar los animales y la leña para los sacrificios, y cantar salmos durante las celebraciones públicas.Los sacerdotes y levitas se mantenían con los tributos de los campesinos, obligatorios para todos los judíos.
Pero el Templo no era el único lugar en que se rendía culto a Dios: en época de Jesús existía también la costumbre de reunirse cada sábado en las sinagogas. Mientras que el culto en el Templo estaba dominado por los sacerdotes, la costumbre de reunirse en las sinagogas fue promoviendo la religiosidad de los laicos. Además, en las sinagogas no se llevaban a cabo sacrificios a diferencia del Templo, sino que tan solo se leían y comentaban los textos sagrados.
En la época de Jesús, existían sectas divergentes dentro del judaísmo. El autor que más información proporciona sobre este tema es Flavio Josefo. Este distingue entre tres sectas principales: la saducea, la esenia y la farisea. Esta última era bastante respetada por el pueblo y estaba constituida principalmente por laicos. Creían en la inmortalidad del alma y eran conocidos por el rigor con que interpretaban la ley, considerando a la tradición como fuente de ésta. En cuanto a los saduceos, gran número de ellos formaba parte de la casta sacerdotal, pero en oposición a los fariseos, rechazaban la idea de que la tradición era fuente de ley y negaban también la inmortalidad del alma. Por último, el grupo de los esenios es considerado por la inmensa mayoría de los investigadores como el autor de los denominados Manuscritos del Mar Muerto. Constituían una especie de monacato, cuyos seguidores eran estrictos cumplidores de la ley, aunque diferían de los otros grupos religiosos en su interpretación de ésta.
Otro aspecto de suma importancia en el judaísmo del siglo I es su concepción apocalíptica: la creencia en una intervención futura de Yahvé, que restauraría el poder de Israel y tras la que reinarían la paz y armonía universales. Esta idea adquirió gran fuerza en la época en que el pueblo judío fue sometido por la ocupación romana (aunque está ya presente en varios de los libros proféticos de la Tanaj, especialmente en el Libro de Isaías), y se relaciona estrechamente con la creencia en la llegada de un Mesías. Además, es muy mencionada en la llamada literatura intertestamentaria: libros apócrifos generalmente atribuidos a patriarcas u otras figuras destacadas de la Biblia hebrea.
El hombre
Jesús de Nazaret nació con bastante probabilidad en torno al año 4 a. C., aunque la fecha no puede determinarse con seguridad. Según la opinión hoy mayoritaria entre los estudiosos su lugar de nacimiento fue la aldea galilea de Nazaret, aunque pudo haber nacido también en Belén, en Judea, cerca de Jerusalén. Es probable que sus padres se llamaran José y María, y que tuviera varios hermanos y hermanas. No hay constancia de que estuviera casado; probablemente era célibe, aunque tampoco hay ninguna fuente que lo afirme. Cuando tenía aproximadamente treinta años, se hizo seguidor de un predicador conocido como Juan el Bautista y, cuando éste fue capturado por orden del tetrarca de Galilea, Antipas (o tal vez antes), formó su propio grupo de seguidores. Como predicador itinerante, recorrió varias localidades de Galilea, anunciando una inminente transformación que denominaba Reino de Dios. Predicaba en arameo, aunque es muy probable que conociese también el hebreo, lengua litúrgica del judaísmo, tanto en sinagogas como en casas privadas y al aire libre. Entre sus seguidores había varias mujeres.
Desarrolló su predicación durante un tiempo imposible de concretar, pero que en cualquier caso no excedió de tres años, y muy probablemente fue bastante inferior. Durante su predicación, alcanzó fama en la región como curador y exorcista. Según su punto de vista, su actividad como taumaturgo anunciaba también el Reino de Dios. Fue acusado de borracho y comilón, amigo de publicanos y prostitutas (Mt 11,19), y de exorcizar con el poder del príncipe de los demonios (Mt, 12, 22-30). Sus familiares lo tuvieron por enajenado (Mc 3,21). Las muchedumbres le inspiraban compasión (Mt 14, 14) y la única vez que habló de su personalidad se autodefinió como manso y humilde de corazón (Mt, 11-29) pero rechazó ser llamado bueno, porque solo Dios es bueno (Mc 10,18). La presencia viva de Jesús generaba en sus discípulos una alegría liberadora: « ¿acaso pueden los compañeros del novio ayunar mientras el novio está con ellos? Mientras que tienen con ellos al esposo no pueden ayunar» (Mc 2, 19).
Con motivo de la fiesta de la Pascua, acudió con un grupo de seguidores suyos a Jerusalén. Probablemente por algo que hizo o dijo en relación con el Templo de Jerusalén, aunque no pueden excluirse otros motivos, fue detenido por orden de las autoridades religiosas judías de la ciudad, quienes lo entregaron al prefecto romano, Poncio Pilato, acusado de sedición. Como tal, fue ejecutado, posiblemente en torno al año 30, por orden de las autoridades romanas de Judea. A su muerte, sus seguidores se dispersaron, pero poco después vivieron colectivamente una experiencia que les llevó a creer que había resucitado y que regresaría en un plazo breve para establecer el Reino de Dios que había predicado en vida.
Nombre
Jesús es la forma latinizada del griego ??s??? (Iesoús), con el que es mencionado en el Nuevo Testamento, escrito en griego. El nombre deriva del hebreo Ieshú, forma abreviada de Ieshúa, la variante más extendida del nombre Yehoshúa, que significa "Yahveh salva", y que designa a Josué, un conocido personaje del Antiguo Testamento, lugarteniente y sucesor de Moisés.
Se sabe que era un nombre frecuente en la época, ya que en la obra de Flavio Josefo son mencionados unos veinte personajes de igual denominación. La forma de este nombre en arameo ?el idioma de la Judea del siglo I? es la que con toda probabilidad usó Jesús: Ieshuá (?????, Yešûa?).
En Marcos y Lucas, Jesús es llamado Iesous ho Nazarenos (??s??? ? ?a?a?????); en Mateo, Juan y a veces en Lucas se utiliza la forma Iesous ho Nazoraios (??s??? ? ?a???a???), que aparece también en Hechos de los Apóstoles. La interpretación de estos epítetos depende de los autores: para la mayoría, ambos hacen referencia a su localidad de origen, Nazaret; otros, interpretan el epíteto nazoraios ("nazoreo") como compuesto de las palabras hebreas neser ("retoño") y semah ("germen"); según esta interpretación, el epíteto tendría un carácter mesiánico; otros, en cambio, lo interpretan como Nazareo (separado para Yahveh) Num 6.
Títulos de Jesús
A lo largo del Nuevo Testamento se pueden encontrar diversos títulos de Jesús:
Abogado (I Jo 2:1).
Admirable (Is. 9:16).
Alfa (Ap 1:8; Ap 21:6).
Altísimo (Lc 6:35).
Amado (Ct 1:14; Ct 2:3; Ct 4:16; Ct 5:2; Ct 6:3; Ef 1:6; Mt 3:17; Is 5:1).
Ángel de la Alianza (Mt 3:1. Anjo de Deus Ex 14:19; Ex 23:23; Dn 6:22; Gn 22:15).
Ángel del Señor (Mt 1:20; Jz 6:11; Jz 13:3).
Árbol de Vida (Ap 2:7; Ap 22:2; Pr 3:18).
Autor de la Salvación (Hb 5:9).
Autor de la Vida (At 3:15).
Bendito (Mc 23:39; Mc 21:9; Lc 1:68; Lc 19:38; II Co 1:3).
Cabeza de la Iglesia (Ef 5:23).
Cabeza del Cuerpo (Col 1:18).
Camino (Jo 14:6; Is 30:21).
Consejero (Is. 9:6).
Consolador (Jo 14:26; Jo 15:26; Jo 16:7).
Consumador (Hb 12:2).
Cordero (I Co 5:7; Ap 5:12; Ap 6:1; Ap 6:12).
Cordero de Dios (Jo 1:29; Jo 1:36).
Cordero Pascual (Jo 1:29; Jo 1:36).
Cristo (Mt 2:4; Mt 16:16; Mt 24:23; Mc 8:29; Lc 4:41; Jo 20:31; Lc 9:20; Lc 23:2).
Cristo de Dios (I Co 3:23).
Cristo Jesús (Rm 6:3; II Co 4:5; Ef 2:20).
Descendiente de Mujer (Gn 3:15).
Digno (Ap 4:11; Ap 5:12).
Dios con nosotros (Mt 1:23).
Dios Fuerte(Is.6:9
El que bautizaba con Espíritu Santo (Jo 1:33).
El que da testimonio de sí mismo (Jo 8:18).
El que ha de venir (Mt 11:3).
Elegido por Dios (Lc 9:35).
Emanuel (Mt 1:23; Is 7:14).
Estrella de la mañana (Ap 22:16).
Estrella del alba (II Pe 1:19).
Fiel Testimonio (Ap 1:5).
Fiel y Verdadero (Ap 19:11).
Gran Dios y Salvador (Tito 2.13).
Hijo (Mt 1:23; Lc 1:13; Mt 13:55; Mt 21:7).
Hijo Amado (Mc 12:6; Lc 20:13; Mc 1:11; Mt 3:17).
Hijo de David (Mt 21:9,15; Mt 20:30,31; Mt 12:23).
Hijo de Dios (Mt 5:9; Jo 20:31; Lc 1:35; Mc 1:1; Hb 6:6).
Hijo de Dios Bendito (Lc 1:32).
Hijo del Altísimo (Lc 1:32).
Hijo del Hombre (Mt 16:27; Hb 2:6; Ap 1:13; Lc 12:32,40; Mt 10:23; At7:56; Mt 16:13; Jo 8:28; Mt 9:6; Mt 13:37; Mt 17:9,22; Mc 8:32; Mc 9:12; Lc 6:22; Lc 9:56; Jo 3:13).
Hijo del Padre (II Jo 3).
Imagen del Dios invisible (Cl 1:15).
Jesús (Jo 20:31; Lc 1:31; Mt 1:21, 25; At 18:5; At 18:18).
Juez (Tg 5:9)
Justo (At 22:14; Sl 119:137; Sl 145:17; Is 45:21).
Legislador (Tg 4:12; Is 33:22).
León de Judá (Ap 5:5).
Libertador (Rm 11:26,27).
Luz (Jo 12:46; Jo 8:12; Sl 27:1; Is 60:20; Mq 7:8).
Mediador (I Tm 2:5; Hb 9:15; Hb 12:24).
Mesías (Jo 1:41; Jo 4:25; Dn 9:25).
Misterio y Esperanza del ser humano (Cl 1:27).
Nazareno (Mt 2:23; Lc 24:19).
Novio (Mt 25:1; Mc 2:19; Is 62:5).
Obispo de nuestras almas (I Pe 2:25).
Omega (Ap 1:8; Ap 21:6).
Padre Eterno (Is. 9:6).
Pan Vivo (Jo 6:51).
Pastor (Jo 10:11; Hb 13:20; I Pe 5:4; Sl 23:1; Sl 80:1).
Piedra Angular (Ef 2:20; At 4:11; I Pe 2:6).
Piedra Espiritual (I Co 10:4).
Piedra que los edificadores desecharon (I Pe 2:7).
Plenitud de la Divinidad (Cl 2:9).
Primicia (I Co 15:20).
Primicias de los que duermen (I Co 15:20).
Primogénito (Ap 1:5; Mq 6:7; Rm 8:29;
Príncipe (At 5:31; At 3:15; Is 55:4; Dn 8:25).
Príncipe de Paz (Is. 9:6).
Puerta (Jo 10:9).
Raíz de David (Ap 5:5).
Redentor (Is 59:20).
Rey (Lc 19:38; Jo 12:15; Jo 19:14; Sl 5:2; Sl 44:4; Sl 47:7; Is 33:22; Is 43:15; Ap 17:14; Zc 14:9).
Rey de (Israel Jo 12:13).
Rey de las Naciones (Ap 15:3; Jr 10:7).
Rey de los Judíos (Lc 23:38; Jo 18:33).
Rey de Reyes (Lc 23:38; Jo19:19; Ap 19:16; I Tm 6:15).
Salvador (Lc 2:11; II Pe 3:18. Sol Sl 84:11;
Santo (Ap 4:8).
Señor (I Co 15:5-7; II Co 4:5; Fl 2:11; Cl 2:6).
Señor de Señores (Ap 19:16; I Tm 6:15).
Soberano (Ap 6:10).
Sumo Sacerdote (Hb 4:14).
Todopoderoso (Ap 1:8; Ap 4:8; Ap 15:3; Ap 21:22).
Ungido de Dios (I Sm 24:10).
Verbo (Jo 1:1; Jo 1:14; I Jo 1:1; Ap 19:3).
Verdad (Jo 8:32; Jo 14:6).
Verdadero (Ap 19:11; Jo 15:5; Jo 15:1).
Vida (Jo 14:6).
Lugar y fecha de nacimiento
Jesús nació probablemente en Nazaret, en Galilea, ya que en la mayoría de las fuentes se le llama «Jesús de Nazaret», y en la antigüedad solía expresarse de esta forma el lugar de nacimiento. Sin embargo, dos evangelios (Lucas y Mateo), los únicos que entre los evangelios canónicos hacen referencia a la infancia de Jesús, relatan su nacimiento en Belén, en Judea. Aunque este lugar de nacimiento es el comúnmente aceptado por la tradición cristiana, los investigadores actuales han puesto de relieve que los relatos de Mateo y Lucas están elaborados con temas de la tradición davídica, contienen varios elementos históricamente poco fiables, se contradicen entre sí, y muestran una clara intención de demostrar que Jesús era el Mesías, que, según Miq 5,2, debía nacer en Belén. Son muchos los críticos actuales que consideran que la historia del nacimiento de Jesús en Belén es una adición posterior de los autores de estos evangelios y no se corresponde con la realidad histórica.
No hay referencias a Nazaret en fuentes escritas, fuera del Nuevo Testamento, antes del siglo IV. Sin embargo, excavaciones arqueológicas han documentado asentamientos en la localidad desde 2000 a. C., y confirman que estaba habitada en el siglo I.
La fecha de nacimiento de Jesús no puede ser calculada con precisión, aunque la mayoría de los estudiosos coinciden en situarla en torno al año 4 a. C. Las fuentes cristianas no ofrecen una cronología absoluta de los acontecimientos de la vida de Jesús, con una sola salvedad: Lc 3,1 fija el comienzo de la actividad de Juan el Bautista en «el año quince del reinado de Tiberio», que posiblemente pueda interpretarse como equivalente a uno de estos años: 27, 28 o 29. Un poco más adelante (Lc 3,23), indica que Jesús contaba aproximadamente 30 años al comienzo de su predicación. Los relatos de la infancia de Mateo y Lucas, aunque muy cuestionables por otras razones, coinciden en situar el nacimiento de Jesús en época de Herodes el Grande, que murió en el 4 a. C. Lucas, sin embargo, añade un dato incongruente con el anterior, cuando indica que el viaje de María y José a Belén tuvo lugar siendo Quirinio gobernador de Siria, es decir, después del año 6.
Convencionalmente, se adoptó como la fecha de nacimiento de Jesús la calculada en el siglo VI por Dionisio el Exiguo, basada en cálculos erróneos y que hoy sirve de inicio de la llamada era cristiana; también convencionalmente, en el siglo IV comenzó a celebrarse su nacimiento el 25 de diciembre.
Orígenes familiares
Sobre la familia de Jesús, todos los evangelios están de acuerdo en el nombre de su madre, María y de su padre, José, si bien dos de los evangelios (Mateo y Lucas) contienen relatos, diferentes entre sí, acerca de la concepción milagrosa de Jesús por obra del Espíritu Santo. Según estos relatos, José no habría sido su padre verdadero, sino solo su padre legal, por ser el esposo de María. La mayoría de los investigadores[103] creen que estos relatos son bastante tardíos: no se mencionan en los evangelios de Marcos y de Juan, y existen indicios que permiten sospechar que en tiempo de Jesús éste era conocido como «hijo de José».
Los hermanos de Jesús son mencionados en varias ocasiones en los evangelios y en otros libros del Nuevo Testamento (sobre este tema, véase el artículo Hermanos de Jesús). En Mc 6:3 se mencionan los nombres de los cuatro hermanos varones de Jesús: Jacob (Santiago), José, Judas y Simeón o Simón, y se indica también la existencia de dos hermanas.
Son numerosas las fuentes que indican la ascendencia davídica de Jesús, a través de José (a pesar de que, como antes se ha dicho, algunos evangelios afirman explícitamente que José no fue el padre biológico de Jesús). Varios pasajes del Nuevo Testamento muestran que era llamado «hijo de David», y que la idea de su origen davídico estaba muy extendida en los primeros años del cristianismo aunque él nunca se refirió a sí mismo como tal. Los críticos no están de acuerdo, sin embargo, en que esta ascendencia davídica sea un dato cierto, dado que puede tratarse de una adición de los evangelistas para demostrar la condición mesiánica de Jesús. Las genealogías de Jesús que aparecen en Mateo y Lucas (Mt 1:1-16 y Lc 3:23-31) son diferentes entre sí, aunque ambas vinculan a José, padre legal de Jesús, con la estirpe de David.
Otros datos: religión, lengua, profesión
La actividad de Jesús se inscribió en el marco de la religiosidad judía. De las fuentes se infiere que en general cumplió los preceptos de la Ley mosaica (aunque en ocasiones discrepara de la interpretación que de ella hacían algunos grupos religiosos), y que participó de creencias comunes en el judaísmo del siglo I (como la existencia de demonios o la resurrección de los muertos).
Los investigadores están de acuerdo en que la lengua materna de Jesús fue el arameo. Aunque los evangelios están escritos en griego, contienen frecuentes expresiones en arameo, la mayor parte de ellas atribuidas a Jesús. Además, el arameo era la lengua habitual de los judíos de Galilea. Seguramente el arameo hablado en Galilea era una variante dialectal reconocible, como lo atestigua el hecho de que Pedro sea reconocido por su acento en Jerusalén (véase Mt 26, 73).
No puede aclararse si Jesús hablaba o no griego. En general se cree que conocía el hebreo, que en la época era solo una lengua religiosa y de cultura, y que sabía leer, ya que en una ocasión se le presenta leyendo el Libro de Isaías (escrito en hebreo) en una sinagoga.
Parece ser que tanto Jesús como su padre, José, ejercieron la profesión de carpinteros. En cualquier caso, hay bastante consenso en cuanto a que procedía de un medio campesino. En su predicación hizo también constantes referencias a las labores agrícolas, y apenas parece interesado por el medio urbano (no hay constancia de que en su predicación visitara nunca las principales ciudades de Galilea, a pesar de que la importante ciudad de Séforis se hallaba a corta distancia de Nazaret).
Su actividad
No se conoce con certeza cuánto tiempo duró la vida pública de Jesús. Los evangelios sinópticos mencionan una sola fiesta de Pascua celebrada por él con sus discípulos en Jerusalén, durante la cual fue detenido y crucificado. Eso parece sugerir que su vida pública duró solamente un año. En el Evangelio de Juan, por el contrario,[114] se mencionan tres fiestas de Pascua, las tres celebradas por Jesús en Jerusalén, lo que hace suponer que el ministerio de Jesús se prolongó durante dos o tres años. En todos los evangelios solo hay una indicación precisa de fecha, la que se ofrece en Lucas (Lc 3:1-2), indicando que la actividad de Juan el Bautista se inició el año 15 del mandato de Tiberio, lo que puede coincidir, según diferentes cálculos, con los años 27, 28 ó incluso 29 de nuestra era, aunque la mayoría de los autores se inclina por el año 28.
La vida pública de Jesús se inicia, según todos los evangelios, con su bautismo por Juan el Bautista en el río Jordán. Es probable que Jesús iniciase su actividad como seguidor del Bautista.
Seguido de un grupo de fieles, de entre los cuales escogió a sus más allegados, los doce apóstoles o enviados, recorrió en su actividad toda Galilea (especialmente el área en torno a Cafarnaún) y las regiones aledañas de Fenicia, la Decápolis y el territorio de la tetrarquía de Herodes Filipo.
Según las fuentes cristianas, su predicación transmitía un mensaje de esperanza especialmente dirigido a los marginados y pecadores (Lc 15). Posiblemente llegó a congregar a grandes multitudes (se habla, por ejemplo, de cinco mil personas en referencia a la multiplicación de los panes y los peces). Se trasladó a Jerusalén para celebrar allí la Pascua con sus discípulos, y entró triunfalmente en la ciudad.
Relación con Juan el Bautista
En los cuatro evangelios canónicos, el comienzo de la vida pública de Jesús lo marca su bautismo por Juan en el Jordán. Juan el Bautista es un personaje relativamente bien conocido gracias a la información que de él proporciona Flavio Josefo, quien afirma que era «un hombre de bien que incitaba a los judíos […] a ser justos los unos con los otros y píos hacia Dios, y a ir juntos al bautismo» (Antigüedades judías, 18, 116-119) y relata que Herodes Antipas lo ejecutó por miedo a que provocase una revuelta. El mensaje de Juan, tal y como es reflejado por las fuentes, parece bastante semejante al de Jesús; según Mateo, en su predicación hacía referencia al Reino de los Cielos e insistía en la necesidad de un pronto arrepentimiento. El hecho de que Jesús se sometiese al rito bautismal sugiere que probablemente formase inicialmente parte de la comunidad religiosa del Bautista.
En los evangelios, Juan se considera a sí mismo un precursor, declarando que no es digno de desatar la correa de las sandalias de Jesús y que éste sustituirá su bautismo de agua por el bautismo «en el Espíritu Santo». Por su parte, Jesús habla con gran respeto de Juan, afirmando que «entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor», si bien añade que «el más pequeño en el Reino de los Cielos es mayor que él». En el Evangelio de Juan se sugiere que entre los discípulos de Jesús y del Bautista llegó a haber cierta rivalidad, pero se deja claro que Juan aceptó siempre su subordinación a Jesús.
Debe tenerse en cuenta que los evangelios fueron escritos por seguidores de Jesús, con la finalidad de conseguir nuevos conversos. Si, como parece, Juan el Bautista fue un personaje relativamente conocido y respetado en su tiempo (como parece demostrarlo el hecho de que Flavio Josefo se refiera a él por extenso), es bastante explicable que los evangelistas lo presenten admitiendo públicamente la superioridad de Jesús.
Predicación
Del estudio de las fuentes (sobre todo los sinópticos) se infiere que Jesús predicó de forma itinerante en la zona norte de Palestina y, preferentemente, en las aldeas que bordeaban el lago de Genesaret. Sus seguidores fueron principalmente de extracción campesina, y le acompañaron también varias mujeres, lo cual resulta inusual en el contexto de los movimientos religiosos del judaísmo. Escogió a doce apóstoles o enviados, posiblemente en representación de las doce tribus de Israel. Ni los nombres de los apóstoles ni los relatos de cómo se unieron a Jesús coinciden en todos los evangelios, pero todos concuerdan en la cifra de doce.
La crítica es prácticamente unánime en considerar que el núcleo de la predicación de Jesús era el anuncio del Reino de Dios. Sin embargo, existen importantes discrepancias a la hora de interpretar qué significa esta expresión en el contexto de la predicación de Jesús. El «Reino de Dios» se anuncia como algo inminente; en este sentido, la predicación de Jesús se inserta en el contexto de la literatura apocalíptica del judaísmo, en la que existe la esperanza de una próxima intervención de Dios en los asuntos humanos. Para entrar en el Reino de Dios que Jesús profetiza es necesaria una transformación interior (metanoia) que alcanza todos los ámbitos de la existencia humana; así, quien no se hace como un niño no entrará en el Reino (Mt 18, 1-5) y el perdón es condición para un culto eficaz (Mt, 5, 21-26).
Jesús describió el Reino de Dios utilizando parábolas (véase más arriba), en muchas de las cuales aparece un contraste entre un inicio pequeño e insignificante y un final espléndido (Mt 13,31-34), un padre generoso y unos invitados al banquete ocupados y desagradecidos (Mt 22, 1-14), un rey compasivo y un siervo sin piedad (Mt 18, 21-35), un viñador confiado y unos arrendatarios infieles (Lc 20, 9-19), un sembrador despreocupado y distintos tipos de tierra (Mc 4,1-9).
Hay bastante consenso entre los especialistas en cuanto a que la predicación de Jesús iba dirigida en exclusiva al pueblo de Israel. Según Mateo, así lo dijo: «No soy enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de Israel» (Mt 15:24). Se admite, sin embargo, que algunos gentiles podrían participar de este mensaje. Según los evangelios, sanó a algunos gentiles, como el criado del centurión de Cafarnaún o la hija de la mujer sirofenicia, conmovido por la fe que demostraron.
No hay unanimidad entre los estudiosos con respecto a si Jesús se consideró a sí mismo como el Mesías de Israel, como afirman los evangelios canónicos, o si su identificación como tal pertenece a la teología de las primeras comunidades cristianas. En los sinópticos, y especialmente en el Evangelio de Marcos, Jesús admite implícitamente que es el Mesías, pero pide en numerosas ocasiones a sus discípulos que no lo divulguen («secreto mesiánico»).
Se considera generalmente un dato histórico que Jesús se designó a sí mismo como «Hijo del Hombre», aunque no está claro si se trata de un título escatológico, como parece desprenderse de su empleo en el Libro de Daniel y otros textos intertestamentarios, o si es un mero circunloquio semítico para hacer referencia a la primera persona del singular.
En líneas generales, la predicación de Jesús se mantuvo en el marco del judaísmo de su época. En algunos aspectos, sin embargo, entró en conflicto con la interpretación que de la ley judía hacían otros grupos religiosos (fundamentalmente saduceos y fariseos), sobre todo en dos aspectos: la observancia del sábado y la pureza ritual. Existen discrepancias sobre cómo interpretar estos conflictos: como una controversia ética (prioridad del bien del hombre sobre la letra del precepto, de lo interior sobre lo exterior), como una controversia de autoridad (Jesús tiene un poder recibido de lo alto y lo ejerce) o como una controversia escatológica (se inaugura un nuevo tiempo).
En la predicación de Jesús, tienen una gran importancia sus enseñanzas éticas. El centro de la ética de Jesús era el amor al prójimo, al desvalido de quien no se puede recibir contraprestación (Lc 14,13) y, muy especialmente, el amor al enemigo (única manera de distinguirse de los paganos que aman a los que les aman a ellos) (Mt 5,44-48, Lc 6,27-38). Para algunos autores, la ética que Jesús predicaba tiene un carácter provisional, y se orienta sobre todo a la época de preparación del Reino de Dios. Por ese motivo también, la ética de Jesús enfatiza la renuncia a los bienes materiales. En todo caso, las fuentes coinciden en que no se puede servir a Dios y a las riquezas (Mt 6,24).
Jesús y las mujeres
Son muchos los especialistas que han llamado la atención acerca de la coincidencia en las fuentes sobre la especial consideración que Jesús parece haber tenido hacia las mujeres de diversa condición, en especial las marginadas, enfermas y pecadoras públicas. Algo, en cierta medida, novedoso para un rabí de la época. Los ejemplos son múltiples: así la encorvada a la que se acerca y cura en sábado llamándola hija de Abraham, título exclusivamente masculino (Lc 13,11); la que sufría una patología femenina extrema que la hacía impura y excluida y que alcanza a tocarle sin que Jesús pueda evitar curarla (Mc 5,25-34); la extranjera pagana, único personaje en los evangelios canónicos que le convence en una discusión, apelando a su corazón con una parábola (Mt 15,28); la viuda a la que Jesús se acerca por propia iniciativa, conmovido (Lc 7,13); la prostituta que le unge, con escándalo de los presentes, y a la que le son perdonados los pecados porque «ha amado mucho» (Lc 7, 37-47); la viuda pobre a la que Jesús ensalza por su generosidad (Mc 12, 41-44); Marta y María, las amigas que le acogen en su casa (Lc 10, 38-42); etc.
Las fuentes sinópticas coinciden también en que entre los discípulos itinerantes de Jesús se encontraban mujeres (María Magdalena, Juana, Salomé…), algo no muy común en una sociedad patriarcal. E incluso afirman que permanecieron al pie de la cruz cuando todos habían huido (Mc 15,40-41). Resulta también paradójico que se reconozca como primeros testigos de la resurrección a mujeres, cuyo testimonio apenas tenía validez en aquel contexto social (Mc 16, 11).
Por otro lado, en sus diatribas contra los escribas y fariseos, Jesús les reprocha que devoren los bienes de las viudas con pretextos religiosos (Lc 20, 18), y a los príncipes de los sacerdotes y a los ancianos del pueblo les llega a asegurar que las prostitutas les precederán en el Reino de Dios (Mt 21, 31).
Por su parte, en el Evangelio de Juan, destacan algunos personajes femeninos: la enemiga étnica de vida licenciosa que es interlocutora del discurso del «agua viva» y de la «adoración en espíritu y en verdad», que acaba evangelizando a sus convecinos samaritanos; Marta de Betania, protagonista de un diálogo fundamental sobre la «resurrección y la vida»; y la mujer adúltera a la que Jesús salva de morir lapidada conforme a la Ley de Moisés. Incluso la crítica histórica y exegética más exigente reconoce que, más allá del carácter enigmático de estos relatos, se esconde un trasfondo histórico en donde el predicador judío, Jesús de Nazaret, otorgó una consideración llamativa a las mujeres de su tiempo.
Milagros
Tanto las fuentes sinópticas como el Evangelio de Juan presentan a Jesús como hacedor de milagros. También destaca esta faceta de su actividad el Testimonio Flaviano, donde se indica que «llevó a cabo hechos sorprendentes» (Antigüedades judías, XVIII, 63), aunque no puede asegurarse que no se trate de una interpolación cristiana posterior.
En líneas generales, la investigación actual no concede credibilidad histórica a los hechos maravillosos de Jesús que tienen que ver con alteraciones de las leyes de la Naturaleza, que se consideran proyección de la fe de los primeros cristianos y, como tales, requieren una interpretación simbólica, no literal. En gran medida los relatos de milagros pueden tener un origen helenístico: Rudolf Bultmann encontró paralelos entre los relatos de los milagros de Jesús y otros similares de la tradición helenística, lo que le llevó a concluir que «parece probable que los relatos taumatúrgicos tienen generalmente un origen helenístico».
No obstante, se acepta en general que Jesús fue considerado por sus contemporáneos como capaz de curar ciertas enfermedades y de exorcizar demonios, lo que puede interpretarse a la luz de las creencias populares en la Palestina del siglo I. Los sinópticos, y especialmente el Evangelio de Marcos, ofrecen numerosos testimonios de este tipo de actividad, y no parece probable que se trate de adiciones posteriores. Estos testimonios coinciden además con los de las fuentes talmúdicas, donde se relata que Jesús fue ejecutado como hechicero. Algunos investigadores, como el estadounidense Morton Smith, han llegado a considerar este tipo de prácticas como las más importantes en el magisterio de Jesús, hasta el punto de identificarlo como un mago helenístico, similar a otros, aproximadamente contemporáneos, como Apolonio de Tiana.
Muerte
La mayoría de las fuentes que hacen referencia a la muerte de Jesús concuerdan en que murió crucificado por orden del entonces prefecto romano en Judea, Poncio Pilato.
Que la orden de la ejecución de Jesús partió de la autoridad romana lo confirma lo que se sabe acerca de los procedimientos jurídicos en las provincias del Imperio romano. Las sentencias capitales eran competencia exclusiva del funcionario romano, que tenía el llamado ius gladii ("derecho de espada").Solo los romanos, además, utilizaban la crucifixión como método de ejecución.
Existen, sin embargo, discrepancias entre los investigadores a la hora de determinar algunas circunstancias de la ejecución. En primer lugar, en cuanto al delito del que fue acusado Jesús y por el cual fue condenado a la pena capital. En segundo lugar, en cuanto al grado de implicación de las autoridades judías de Jerusalén en el juicio y sentencia de Jesús.
Cronología
Ninguna de las fuentes ofrece una fecha exacta para la muerte de Jesús. Sin embargo, tanto las fuentes sinópticas como el Evangelio de Juan coinciden en que Jesús murió un viernes. Según los sinópticos, este viernes coincidió con el primer día de la fiesta de Pésaj (Pascua judía), que se celebraba el día 15 del mes hebreo de Nisán. El Evangelio de Juan, en cambio, indica que la muerte de Jesús ocurrió el día anterior a dicha fiesta (es decir, el 14 de Nisán), la tarde en la que en el Templo de Jerusalén se sacrificaban los corderos pascuales. Se ha indicado que la información dada por Juan puede estar motivada por su intención de identificar a Jesús como el verdadero Cordero de Dios, ya que su muerte, en el relato joánico, tiene lugar a la misma hora en que en el templo se sacrificaban los corderos para la fiesta de Pascua.
Todas las fuentes están de acuerdo en que la ejecución de Jesús tuvo lugar durante el mandato de Poncio Pilato (26-36). Si se acepta como cierta la información que aportan los sinópticos, la muerte de Jesús pudo haber ocurrido en el 27 ó el 34, ya que en estos dos años el 15 de Nisán cayó en viernes. Si se cree, en cambio, que la información más fidedigna es la aportada por el Evangelio de Juan, las fechas posibles son el 30 y el 33, años en los que el 14 de Nisán fue viernes.
Algunos autores han intentado armonizar los datos aportados por los sinópticos y por Juan, apelando al uso de dos calendarios diferentes (un calendario lunar oficial y otro solar, utilizado por los esenios). No hay indicios, sin embargo, de que Jesús siguiese otro calendario diferente del que regía las festividades oficiales.
Aunque la tradición cristiana considera generalmente que, en el momento de su muerte, Jesús tenía 33 años, es perfectamente posible que tuviera una edad superior, dado que, como se dijo más arriba, posiblemente nació antes del 4 a. C. (fecha de la muerte de Herodes el Grande). El número 33 con el tiempo ha acabado adquiriendo un sentido simbólico y ha sido empleado por organizaciones como la masonería, que divide su escalafón en 33 grados (siendo el 33 el grado superior).
Motivos de la ejecución de Jesús
Como se ha dicho antes, la inmensa mayoría de los investigadores coincide en que Jesús murió crucificado por orden de las autoridades romanas de Judea. Los ejecutados por crucifixión eran generalmente esclavos y sediciosos; por ello, hay un gran consenso en cuanto a que el delito por el que Jesús fue crucificado fue el de sedición contra las autoridades romanas. Un fuerte argumento en favor de esta hipótesis es la inscripción que, según los cuatro evangelios, se colocó en la cruz por orden de las autoridades romanas, en la que se llama a Jesús «rey de los judíos»; se sabe que era costumbre en la época dar a conocer mediante un rótulo la naturaleza del delito de los ejecutados. También se ha aducido en favor de esta hipótesis el relato del prendimiento de Jesús en el Evangelio de Juan (Jn 18, 3-12), que hace referencia a la intervención de soldados, tal vez romanos. Sin embargo, esta imagen de un Jesús sedicioso no se ajusta a la visión general que del personaje se nos da en los evangelios, ya que en ningún momento se nos presenta a Jesús en confrontación directa con las autoridades romanas.
Otra posibilidad es que la crucifixión de Jesús hubiese obedecido a la instigación de las autoridades judías de Jerusalén, quienes habrían presionado al gobernador romano para que ejecutase a Jesús. De hecho, esta posibilidad se ajusta perfectamente a lo relatado en los evangelios, según los cuales Jesús fue en primera instancia juzgado por el Sanedrín, y solo después conducido ante Pilato. Las razones entonces habría que buscarlas en la acusación de blasfemia hecha por el Sanedrín (Mc 14,63), tal vez en relación con la profecía de la destrucción del Templo. Esta hipótesis, sin embargo, también presenta problemas.
Se cree, en líneas generales, que existe una cierta tendencia en los evangelios a exculpar a Pilato de la responsabilidad de la muerte de Jesús, y a culpar, en cambio, a los judíos. Debe tenerse en cuenta que, en la época supuesta de la redacción de los evangelios, los primeros cristianos sufrieron con frecuencia persecuciones por parte de los judíos ortodoxos; por otra parte, para evitar despertar el recelo de las autoridades romanas en las primeras décadas del cristianismo, podría haber resultado conveniente soslayar que el fundador de la nueva religión había sido ejecutado por sedición. Hasta qué punto esto es así es objeto de debate, aunque en la actualidad hay bastante acuerdo en cuanto a que el relato del proceso de Jesús tal y como se narra en los evangelios no puede ser considerado plenamente fiel a los hechos.
Teorías minoritarias acerca del Jesús histórico
Jesús mítico
Algunos autores niegan de forma absoluta la validez histórica de las fuentes cristianas, y sostienen que la figura de Jesús es el resultado de una falsificación consciente por parte de los primeros cristianos. Según esta teoría, Jesús no fue un personaje histórico, sino una entidad mítica, producto del sincretismo entre las religiosidades helenística y judía. En la actualidad, los principales defensores de esta teoría en medios académicos son George Albert Wells, Earl Doherty, Alvar Ellegård, Timothy Freke y Peter Gandy.
Los principales argumentos que apoyan esta postura son:
En la literatura cristiana del siglo I, excluidos los evangelios, apenas hay referencias a la actividad de Jesús. Ninguno de estos textos registra sus enseñanzas, sus milagros ni el proceso que llevó a su ejecución. Earl Doherty llama a esto, de forma irónica, «una conspiración de silencio».
El hecho de que gran parte de los acontecimientos de la vida de Jesús narrados en los evangelios tengan claros paralelos en la Biblia judía, lo que ha llevado a pensar que los relatos evangélicos fueron modelados a semejanza de los del Antiguo Testamento.
La mayoría de los estudiosos consideran esta teoría bastante inverosímil. Según Antonio Piñero, desde la década de 1920 «no se considera científico negar la existencia histórica de Jesús debido a la cantidad de pruebas directas o indirectas de su existencia». Como argumentos que hacen más verosímil la existencia histórica de Jesús, Piñero cita: 1) la mención de Jesús en las obras de dos autores no cristianos considerados fiables (Tácito y Flavio Josefo); 2) el conjunto de textos cristianos transmitidos acerca de su figura, ya que «aunque los escritos cristianos se manifiesten como obras de seguidores de Jesús, negar la existencia histórica del personaje central de ellas presenta muchas más dificultades que admitirla»; 3) las alusiones en dichos textos a figuras históricas cuya existencia puede comprobarse con documentos no cristianos; 4) las reinterpretaciones y remodelaciones de la figura de Jesús realizadas por los autores de las fuentes cristianas, que no hubieran sido precisas si el personaje fuera una invención; y 5) el desarrollo del cristianismo, difícil de explicar sin la figura de Jesús.
Otras teorías minoritarias
Otra teoría es la que considera que Jesús fue principalmente un revolucionario mesiánico, que pretendía redimir a Israel e instalar un régimen teocrático (el Reino de Dios). Esta teoría relaciona a Jesús con el movimiento de los zelotes, y se basa principalmente en el dato, corroborado por fuentes no cristianas (Tácito, Flavio Josefo), de su ejecución en la cruz, suplicio reservado a los condenados por sedición. Según estos autores, aquello que en las fuentes contradice esta teoría sería el resultado de una reelaboración de la historia de Jesús por parte de sus seguidores, realizada tras su muerte. El principal defensor de esta teoría fue S. F. G. Brandon: Jesus and the zealots: a study of the political factor in primitive christianity (1967).
Otras teorías relacionan a Jesús con la secta de los esenios.
Algunos autores, como Burton Mack o John Dominic Crossan, piensan que Jesús fue principalmente un maestro ético, cuyas enseñanzas tienen grandes afinidades con la filosofía cínica.
Morton Smith, en su libro "Jesus the magician", identifica a Jesús como un mago.
Varios eruditos, notablemente Hyam Maccoby, creen que Barrabás es la versión griega del arameo Bar Abba ("hijo de padre"), supuestamente el sobrenombre del mismo Jesús. Según ello, al pedir a Pilato la liberación de Barrabás, el pueblo pedía la liberación de Jesús.
Repercusiones históricas de Jesús de Nazaret
Es abismal la diferencia entre la mínima repercusión histórica que la predicación de Jesús alcanzó durante su vida y su influencia posterior en la historia universal. El movimiento religioso iniciado por Jesús, escindido del judaísmo, terminó convirtiéndose en una nueva religión, el cristianismo, que fue ganando adeptos por todo el ámbito del Mediterráneo durante los primeros siglos de nuestra era. A pesar de ser duramente criticada, e incluso perseguida, durante el siglo IV la religión cristiana llegó a ser la religión principal (oficialmente la única a partir del Edicto de Tesalónica) del Imperio romano. La Iglesia cristiana alcanzó un enorme poder, y mantuvo su estructura fuertemente jerarquizada después de las invasiones bárbaras que marcaron el final del Imperio romano de Occidente. En Oriente, continuó siendo la religión oficial del Imperio bizantino hasta el final de este estado, a mediados del siglo XV, si bien en gran parte de los antiguos territorios orientales del Imperio romano se vio desplazada, a partir del siglo VII, por el avance del islam.
El cristianismo se incorporó a la herencia cultural de Europa, hasta el punto de ser considerado en la actualidad por muchos uno de sus principales rasgos de identidad. Con la expansión de la cultura europea que comenzó en el siglo XV, esta religión se difundió por otros muchos lugares del mundo, especialmente por América, donde es hoy también la religión más importante. En la actualidad, la religión cristiana, en sus diferentes denominaciones, es la que cuenta con mayor número de seguidores en todo el mundo.
La historia de la Iglesia cristiana, tanto en Oriente como en Occidente, ha sido en gran medida la de la lucha entre diferentes concepciones del cristianismo, que desembocaron en varios cismas, con la consiguiente aparición de nuevas iglesias, por lo que en la actualidad no existe una sola, sino muy variadas confesiones cristianas. Todas estas variantes del cristianismo comparten, sin embargo, una visión de Jesús de Nazaret relativamente unitaria en lo esencial.
El cristianismo, y especialmente la figura de Jesús de Nazaret, ha ejercido hasta la actualidad una enorme influencia en todos los aspectos de la cultura de Europa y de América.
Jesús en el cristianismo
La figura de Jesús de Nazaret es el centro de todas las religiones denominadas cristianas, aunque existen diferentes interpretaciones acerca de su persona. En general, para los cristianos, Jesús de Nazaret es el protagonista de un acto único e intransferible, por el cual el hombre adquiere la posibilidad de elevarse por encima de su naturaleza caída y alcanzar la salvación. Dicho acto se consuma con la resurrección de Jesús de Nazaret. La resurrección es, por tanto, el hecho central del cristianismo y constituye su esperanza soteriológica. Como acto, es privativo de la divinidad e inasequible al hombre. De forma más precisa, la encarnación, la muerte y la resurrección compensan en tres actos sucesivos los tres obstáculos que separaban, según la doctrina cristiana, a Dios del hombre: la naturaleza, el pecado y la muerte. Por la encarnación del Verbo, la naturaleza divina se hace humana. Por la muerte de Cristo, se supera el pecado y por su resurrección, la muerte.
Históricamente, el núcleo de la doctrina cristiana quedó fijado en el Concilio de Nicea, con la formulación del Símbolo Niceno. Este concilio es reconocido por las principales denominaciones cristianas: católicos, ortodoxos y las diferentes iglesias protestantes. El texto del Credo Niceno en lo referente a Jesús es el siguiente:
Y en un Señor Jesucristo, el Hijo de Dios; engendrado como el Unigénito del Padre, es decir, de la substancia del Padre, Dios de Dios; luz de luz; Dios verdadero de Dios verdadero; engendrado, no hecho; consubstancial al Padre; mediante el cual todas las cosas fueron hechas, tanto las que están en los cielos como las que están en la tierra; quien para nosotros los humanos y para nuestra salvación descendió y se hizo carne, se hizo humano, y sufrió, y resucitó al tercer día, y vendrá a juzgar a los vivos y los muertos.
Existen, sin embargo, iglesias no trinitarias que no reconocen la existencia de una trinidad de personas en Dios: Unitarismo.
Jesús de Nazaret es también considerado la encarnación del Hijo, segunda persona o hipóstasis de la trinidad cristiana. Es Hijo por naturaleza y no por adopción, lo que quiere decir que su divinidad y su humanidad son inseparables. La relación entre la naturaleza divina y humana quedó fijada en el Concilio de Calcedonia en estos términos:
Siguiendo con unanimidad a los Santos Padres, nosotros enseñamos que se ha de confesar un solo y mismo Hijo, nuestro Señor Jesucristo, perfecto en su divinidad y perfecto en su humanidad, verdadero Dios y verdadero hombre con alma racional y cuerpo; consustancial con el Padre en cuanto a la divinidad, y consustancial con nosotros en cuanto a la humanidad; en todo semejante a nosotros menos en el pecado, nacido del Padre antes de todos los siglos según la divinidad, y en los últimos días, por nosotros y por nuestra salvación, nacido de María, la Virgen (madre) de Dios, según la humanidad: uno y el mismo Cristo Señor Hijo Unigénito en dos naturalezas bien distintas, inmutables, indivisibles, inseparables; la diferencia de naturalezas en ningún modo es suprimida por la unión, más bien se conservan las propiedades de cada naturaleza y concuerdan en una persona y en un sujeto. No (está) dividido ni partido en dos personas, sino que uno y el mismo es Hijo único, Dios, Verbo, Jesús Señor, como desde el principio los profetas y el mismo Jesucristo nos enseñó y transmitió el símbolo de los padres. Tras haber sido reguladas totalmente por nosotros estas cosas, con toda exactitud y armonía, este Santo Sínodo ecuménico definió que a nadie se permita proferir otra fe ni escribirla, ni adaptarla, ni pensarla o enseñarla a otros.
Denominaciones cristianas con discrepancias conciliares
Existen algunas religiones cristianas minoritarias que no comparten las definiciones dogmáticas del Concilio de Nicea, del Concilio de Éfeso y del Concilio de Calcedonia.
Nestorianismo: variante doctrinal inspirada en el pensamiento de Nestorio que cuenta con iglesias activas actualmente como la Iglesia Asiria de Oriente. El centro de su doctrina es el rechazo a considerar que el Dios Hijo pudo ser niño alguna vez. En consecuencia, separan la persona humana y la persona divina de Jesús. Fue rechazada por el Concilio de Éfeso.
Monofisismo: es la variante doctrinal que unifica en una las dos naturalezas de Jesús de Nazaret. Fue promovida por Eutiques y rechazada en el Concilio de Calcedonia. Las Antiguas iglesias orientales son denominaciones monofisitas, así como también las iglesias coptas.
Jesús en los nuevos movimientos religiosos de origen cristiano
Varios movimientos religiosos de impronta cristiana, generalmente protestante, surgidos a partir de la segunda mitad del siglo XIX, se apartan de las creencias de las religiones cristianas mayoritarias en lo referente a la trinidad divina, y a la naturaleza de Cristo y su misión. Se discute por ello si estos movimientos pueden considerarse propiamente cristianos.
La iglesia mormona (La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días) cree que Jesucristo ofrece la salvación en dos aspectos diferentes, de la muerte física y de la muerte espiritual. Los mormones también mantienen la creencia de que después de su resurrección Jesucristo visitó América y continuó allí su enseñanza.
Los Testigos de Jehová consideran a Jesús como el único ser creado por Dios directamente y no es un hombre ni el Dios todopoderoso, sino «una poderosa criatura espiritual» y un rey entronizado. Aunado a esto Jesús no es parte de una trinidad ni tampoco se resucitó a sí mismo sino Dios lo levantó a él. Los Testigos de Jehová afirman que Jesús no murió en una cruz sino en un madero y por ende no usan la cruz ni ningún otro símbolo. Otro punto característico es que Jesucristo se convirtió en Rey en el cielo en el año 1914 y el Arcángel Miguel es Jesucristo en su posición celestial.
Para la Ciencia Cristiana (Iglesia Científica de Cristo) de Mary Baker Eddy, Jesús el Cristo tiene una dualidad: uno es Jesús como hombre humano y la otra es Cristo como la idea divina. Jesús representó Cristo, es decir la verdadera idea de Dios. Este «Cristo-espíritu» gobernó al Jesús físico. Con la ascensión desapareció Jesús pero la identidad espiritual o Cristo «continúa existiendo en el orden eterno de la Ciencia Divina, redimiendo los pecados del mundo Jesús no es Dios sino el Hijo de Dios y uno con Dios en «calidad y no en cantidad». Dios no es un salvador corpóreo sino un Principio salvador. La salvación no se logra mediante el perdón sino una reforma y recurso de Espíritu.
Los adventistas del Séptimo Día hacen hincapié, como la mayoría de los grupos adventistas, en una escatología de signo milenarista que considera inminente la Parusía (segunda venida de Cristo), la cual se realizará de modo visible y tangible.
Otros movimientos se apartan bastante más de las creencias cristianas, ya que niegan de plano la divinidad de Jesús e incluso su misión salvadora.
Jesús en otras religiones
Jesús según el judaísmo
Ieshú y Yeshúa
El judaísmo, religión en cuyo marco se desarrolló la predicación de Jesús, rechaza la creencia de que Jesús es Dios, ya que resulta incompatible con su estricto monoteísmo. Igualmente rechaza su identificación con el Mesías o como profeta.
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