Descargar

La Sacrosanctum Concilum del Vaticano II (página 2)


Partes: 1, 2

El concilio prefirió hacer arrancar su teología de la liturgia del concepto de "mysterion", como celebración de los misterios cristianos. Se relaciona así la liturgia con los acontecimientos de la historia de salvación, y más en concreto del misterio pascual. Se pone el acento en la dimensión catabática, por la cual la liturgia es fundamentalmente una acción divina, la donación de una gracia, que hace posible el que posteriormente podamos nosotros dar culto en espíritu y verdad.

La liturgia es así una acción del Dios trinitario por la que el Padre envía a su Hijo al mundo, por la que el Hijo nos redime con su pasión y muerte, y por la que Padre e Hijo envían sobre nosotros el Espíritu Santo. La liturgia es "la obra de nuestra redención" (SC 2); estuvo preparada por las "maravillas que Dios obró en el pueblo de la Antigua Alianza", y sobre todo por la obra de la "redención humana y perfecta glorificación de Dios" que realizó Cristo "principalmente por el misterio pascual. Por este misterio, con su muerte destruyó nuestra muerte y con su resurrección restauró nuestra vida" (SC 5). Esta relación con el misterio pascual se repite al hablar de la Eucaristía (SC 47) y al hablar de los sacramentos, donde se dice que éstos "reciben su poder del misterio pascual de la pasión, muerte y resurrección de Cristo" (SC 61).

Los apóstoles fueron enviados "no sólo a proclamar la obra de la salvación, sino a realizarla mediante el sacrificio y los sacramentos en torno a los cuales gira toda la vida litúrgica" (SC 6). La liturgia es "el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo"; obra de Cristo sacerdote"; sus signos sensibles "realizan la santificación del hombre" (SC 7).

A partir de esta dimensión catabática, contempla también el concilio el movimiento anabático, la glorificación de Dios, pero como un segundo momento en la acción litúrgica. La liturgia es a la vez "la obra de la redención humana y de la perfecta glorificación de Dios" (SC 5); "una obra tan grande por la que Dios es perfectamente glorificado y los hombres santificados" (SC 7). En la liturgia se obtiene con la máxima eficacia "aquella santificación de los hombres y aquella glorificación de Dios a la cual las demás obras de la Iglesia tienden como a su fin" (SC 10). El doble movimiento queda recogido en la afirmación de que los sacramentos primeramente "realizan la santificación del hombre, y así el Cuerpo místico de Jesucristo, es decir, la Cabeza y los miembros, ejerce el culto público íntegro" (SC 7).

4.- La múltiple presencia de Cristo en la liturgia. Frente a una teología unilateralmente centrada en la presencia real de Cristo en las especies eucarísticas, el Vaticano II fijará su atención en esas otras múltiples presencias de Cristo sacerdote "sobre todo durante la acción litúrgica". Presencia en la persona del ministro, en las especies eucarísticas, en la fuerza de los sacramentos, en su palabra, en los himnos y cánticos… (SC 7).

5.- La liturgia, obra de la Iglesia. La liturgia es también obra de la Iglesia como Esposa y como Cuerpo de Cristo. "Cristo asocia siempre consigo a su amadísima esposa, que invoca a su Señor y por él tributa culto al Padre eterno" (SC 7). No es que Cristo se haya dado a una Iglesia previamente hecha y acabada. Es precisamente la donación pascual de Cristo la que santifica a los hombres transformándolos en Iglesia y en Iglesia orante. "La liturgia edifica día a día a los que están dentro para que sean templo santo en el Señor y morada de Dios en el Espíritu" (SC 2).

En teoría podemos distinguir dos momentos ideales. En el primero Cristo se da a sí mismo a los que creen en él para que se conviertan en su Cuerpo y les entrega el evangelio, el Padre nuestro, la presencia real de su vida en el signo del vino y del pan. Ahora la Iglesia convertida en cuerpo de Cristo y en Iglesia orante, puede asociarse a Cristo en la glorificación que éste tributa al Padre. La Iglesia es "sacramento admirable" que nace del costado de Cristo dormido en la cruz" (SC 5). La Iglesia hace la Eucaristía y la Eucaristía hace la Iglesia. No hay liturgia sin Iglesia como no hay Iglesia sin liturgia.

"Toda celebración litúrgica es obra de Cristo sacerdote y de su Cuerpo que es la Iglesia". "La eficacia de esta acción no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia" (SC 7). "No agota toda la actividad de la Iglesia" (SC 9), pero es "la cumbre a la cual tiende toda la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza" (SC 10).

6.- La liturgia, epifanía de la Iglesia

Muy interesante también es el modo como la Sacrosanctum Concilium considera la liturgia como epifanía de la Iglesia. "La liturgia… contribuye a que los fieles manifiesten a los demás el misterio de Cristo y la naturaleza auténtica de la Iglesia" (SC 2). A esta afirmación general sigue un párrafo muy denso en que se sintetiza esta naturaleza de la Iglesia tal como se expresa en la liturgia: Es a la vez, humana y divina, visible e invisible, en acción y en contemplación, presente en el mundo y peregrina. Más adelante dice que las acciones litúrgicas "pertenecen a todo el cuerpo de la Iglesia, influyen en él y lo manifiestan" (SC 26).

Es interesante observar como a distintas eclesiologías corresponden distintas teologías de la liturgia. Una eclesiología deficiente no podrá dar razón cumplida del valor de la liturgia. Hay una interrelación entre forma de celebrar y eclesiología subyacente, porque siempre se relacionan el ser y el obrar. Por eso también las distintas concepciones de la liturgia acaban configurando distintas eclesiologías.

En una eclesiología de "sociedad perfecta", las celebraciones son actos ceremoniales oficiales, centrados en el maestro de ceremonias. En cambio, en una Iglesia concebida como un grupo de amigos que comparten unos mismos gustos e ideales, no se requiere un presidente, sino todo lo más un "animador" que mantenga el ritmo. En la concepción de la Iglesia como movimiento de militantes, se valora la celebración únicamente como instrumento para el compromiso y no se sabe qué hacer con la sacramentalidad y la acción de gracias.

Por eso es importante visualizar que el grupo actual de los celebrantes no se representa a sí mismo, sino a toda la Santa Iglesia que se hace presente en ellos. Si no se tiene esto muy en cuenta, el interés de los grupos acaba relegando a un segundo plano el misterio de Cristo, y la comunidad se convierte en un "nosotros fáctico" con lo que deja de ser "el cuerpo de Cristo".

El sínodo del 85 dejará claro que la asamblea celebrante es la Iglesia misterio y comunión, cuerpo de Cristo y templo del Espíritu. La Iglesia celebra los misterios de Cristo, no nuestras obras; celebra la comunión que nos une, no nuestras simpatías o filias; celebra el acontecimiento de Cristo y no nuestra fe personal, ni los acontecimientos de nuestra historia. Con esto no se aleja la liturgia de los hombres, sino que sitúa nuestra vida y nuestra fe en su contexto auténtico, en la comunión con el misterio pascual.

Es muy importante al respecto un artículo de Y. Congar, "La "ecclesia" o comunidad cristiana, sujeto integral de la acción litúrgica", en AA.VV:, La liturgia después del Vaticano II, Madrid 1969, 279-346. Cita a san Cipriano, Epist 5,2, que decía que el presbítero no debía celebrar nunca solo.

Como ya dijimos, la SC no llega todavía a afirmar explícitamente la idea del sacerdocio de los fieles que encontramos más tarde en la Lumen Gentium (10). Esta enseñanza sobre el sacerdocio de los fieles se repite en el capítulo IV sobre los laicos (LG 36), y en la Apostolicam Actuositatem, que afirma que el sacerdocio común es el fundamento del apostolado de los laicos: "Los cristianos seglares obtienen el derecho y la obligación del apostolado por su unión con Cristo Cabeza. Ya que insertos en el bautismo en el Cuerpo Místico de Cristo, robustecidos por la Confirmación en la fortaleza del Espíritu Santo, son destinados al apostolado por el mismo Señor. Son consagrados como sacerdocio real y gente santa (Cf. 1 P 2,4-10) para ofrecer hostias espirituales por medio de todas sus obras, y para dar testimonio de Cristo en todas las partes del mundo". Y "la caridad que es el alma de todo apostolado, se comunica y mantiene con los sacramentos, sobre todo con la Eucaristía" (AA 3).

La atención recae sobre la realidad profunda de la Iglesia, que es la vida divina que Cristo comunica a su pueblo. Todos los elementos institucionales, todo lo jurídico y disciplinar debe subordinarse a esta realidad invisible y misteriosa de la Iglesia. La institucionalización existe sólo como un medio y un servicio (LG 8). Por eso el concilio en lugar de hablar de la liturgia como algo que realizan los ministros, se refiere a ella como una actividad del pueblo santo de Dios reunido y organizado (SC 26), lo cual implica una referencia primaria a la comunidad. Este enfoque litúrgico corresponde a la concepción de la Iglesia como Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo y Sacramento universal de la Redención. Con esto se da carpetazo a la concepción jurídico-institucional de la Iglesia.

De ahí surge la conciencia de que las acciones litúrgicas no son privadas sino que tienen un carácter comunitario (SC 26), por lo cual hay que preferir la celebración comunitaria a la celebración "individual y quasi privada (SC 27). Este es uno de los motivos en la restauración de la concelebración, que expresa la unidad del sacerdocio (SC 57).

En este mismo espíritu el concilio ha querido resaltar la liturgia diocesana en torno al obispo sobre todo en la iglesia catedral (SC 41), y la vida litúrgica parroquial, sobre todo en la celebración de la Misa dominical (SC 42). De esta manera se prefieren las celebraciones que expresan mejor la unidad de toda la Iglesia que las celebraciones particulares de pequeños grupos.

7.- La importancia capital dada a la asamblea

Quizás el cambio más espectacular del concilio es la importancia dada a la asamblea como sujeto agente de la celebración. No es el sacerdote quien celebra, sino toda la asamblea. Al sacerdote hay que llamarle más presidente que celebrante. Esta visión de la liturgia se corresponde con la eclesiología de la Lumen Gentium que arranca no de la jerarquía de la Iglesia, sino del misterio de la Iglesia y del Pueblo de Dios. El sacerdote que preside no está fuera de la asamblea ni encima de ella, sino que es uno de sus miembros.

La liturgia prevaticana recordaba un teatro, en el que no hay interacción entre los personajes del escenario y el público. La interacción se da sólo entre los distintos personajes del escenario, pero no con los espectadores. El presbiterio era el escenario y el lugar de la asamblea el auditorio. Se hablaba de "oír Misa". El diseño arquitectónico del templo correspondía a este modelo. En cambio el Concilio dirá claramente que los cristianos no deben asistir a este misterio de fe "como extraños y mudos espectadores" (SC 48).

Hay que devolver al cuerpo de la Iglesia lo que siempre había sido patrimonio suyo; la asamblea debe recuperar el protagonismo que había perdido a causa de un clericalismo abusivo. La Sacrosanctum Concilium prefiere la celebración comunitaria, con asistencia y participación de los fieles, a la individual y privada (SC 27). Lo mismo sucede en la Liturgia de las Horas (SC 99, 100). El pueblo cristiano debe participar en los ritos por medio de "una celebración plena, activa y comunitaria" (SC 21), con la "plena y activa participación de todo el pueblo" (SC 14). Esta participación del pueblo cristiano es "su derecho y su obligación" (SC 14). "Las acciones litúrgicas no son acciones privadas, sino celebraciones de la Iglesia, que es "sacramento de unidad", pueblo santo congregado y ordenado bajo la dirección de los obispos. Por eso pertenecen a todo el cuerpo de la Iglesia" (SC 26).

Repetidas veces el Concilio exhorta a la participación de todos los fieles: "consciente, activa y fructuosa" (SC 11), "plena, consciente y activa" (SC 14); consciente, piadosa y activa (SC 48).

La Sacrosanctum Concilium fundamenta la participación de los fieles en la liturgia diciendo que lo hacen "en virtud del bautismo", y cita 1 Pe 2,9 que habla del linaje escogido, sacerdocio real, nación santa y pueblo adquirido (SC 14). Al hablar de la Eucaristía dice que los fieles "aprendan a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la hostia inmaculada no sólo por manos del sacerdote, sino juntamente con él" (SC 48).

8.- Asamblea y ministerios

Esta participación comunitaria requiere que cada actor represente toda la parte que le corresponde y sólo aquella (SC 28), cosa que vale para todos los ministros (SC 29). Hay que promover la participación del pueblo con respuestas, aclamaciones y cantos (SC 30), y esta participación debe quedar recogida en las rúbricas (SC 31). También hay que potenciar el canto de toda la asamblea (SC 114). Se prohíbe la acepción de personas o de condiciones en las ceremonias o en las solemnidades exteriores, fuera de la distinción que deriva de la función litúrgica, subrayando con ello la fraternidad de todos los participantes (SC 32).

Esta eclesiología de comunión acaba influyendo hasta en los más mínimos detalles de la reforma litúrgica. Influye mucho en la arquitectura de las iglesias postconciliares, donde el presbiterio ya sólo está elevado sobre la asamblea el mínimo para que sus acciones puedan ser vistas por todos. Se han eliminado las rejas, los comulgatorios. El centro de la Iglesia es el altar y no el sagrario, que ha quedado ahora desplazado a una capilla lateral. La disposición de la nave ya no es rectilínea, tipo tranvía, sino semicircular, de modo que los fieles se vean mejor unos a otros y se sientan más parte los unos de los otros. Se han eliminado los altares laterales adosados a las naves. Ha desaparecido el coro situado en la parte trasera de la iglesia. El ministerio del canto no puede situarse fuera de la asamblea, sino como parte de ella.

Dentro del ministerio se distingue el ministerio de la presidencia. La constitución sitúa este ministerio como una presencia especial de Cristo (SC 7). El fundamento del ministerio presidencial, o ministerio sacerdotal, es el don del Espíritu Santo transmitido por la imposición de manos. No es la comunidad concreta la depositaria de unos poderes espirituales que transmitiría al presidente. En el servicio de presidir se manifiesta la naturaleza dialógica de la liturgia, en diálogo intereclesial entre Cristo-cabeza y su cuerpo. El sacerdote preside "in persona Christi" (SC 33). Su presidencia es a la vez funcional, dando unidad y coordinando todos los ministerios, y también mística, visibilizando a Cristo como cabeza de la Iglesia, a Cristo servidor de sus hermanos, presente y actuante en medio de ellos. Preside también in nomine Ecclesiae, representando a la asamblea. Representa la iniciativa divina, la convocación de Dios en Cristo.

Pero junto a este ministerio de la presidencia, el Vaticano II potencia otros ministerios ordenados y laicales (SC 29), y establece que cada uno debe hacer "todo y sólo aquello que le corresponde por la naturaleza de la acción y las normas litúrgicas" (SC 28).

9.- La Palabra

A primera vista, el gran cambio introducido por el concilio es la potenciación de la palabra en la liturgia. La introducción de la lengua vernácula insiste en la inteligibilidad de la palabra, más que en fórmulas esotéricas en lenguas sagradas ininteligibles para el pueblo.

La introducción de las lenguas vernáculas en el texto de la constitución fue muy tímida (SC 36) y quedó muy pronto desbordado y superado por los acontecimientos (SC 36). La constitución mantiene como norma general que "se conservará el uso de la lengua latina en los ritos latinos, salvo derecho particular". El latín se sigue considerando como la norma, y la lengua vernácula, la excepción. Muy pronto la situación se invirtió totalmente en la práctica.

Una vez que la palabra se podía ya entender, su uso comenzó a dilatarse. La liturgia de la palabra tiene ahora su ubicación en todos los sacramentos, y no sólo en la Eucaristía (SC 35,1). La homilía se "recomienda encarecidamente" en todas las celebraciones, y se hace obligatoria en las Misas de los domingos. "Nunca se omita, si no es por causa grave" (SC 52; cf. 35,2).

La palabra en la liturgia pasó a ser por antonomasia la Palabra de Dios contenida en la Sagrada Escritura. El concilio dio una extrema importancia a todos los textos bíblicos utilizados en la liturgia: lecturas, salmos, cánticos… (SC 24).

Una de las líneas de reforma fue "preparar la mesa de la palabra de Dios con más abundancia" y para ello, "abrir con mayor amplitud los tesoros de la Biblia (SC 51). También la Dei Verbum compara la Palabra de Dios con la Eucaristía, en un contexto litúrgico y subraya cómo "la Iglesia ha venerado siempre las Sagradas Escrituras al igual que el mismo Cuerpo del Señor, no dejando de tomar de la mesa y de distribuir a los fieles el pan de vida, tanto de la palabra de Dios como del Cuerpo de Cristo, sobre todo en la Sagrada Liturgia (DV 21).

Exhorta también a los sacerdotes que presiden la Eucaristía a que "se sumerjan en las Escrituras con asidua lectura y con estudio diligente, para que ninguno de ellos resulte "predicador vacío y superfluo de la palabra de Dios que no la escucha en su interior", puesto que debe comunicar a los fieles que se le han confiado, sobre todo en la Sagrada Liturgia, las inmensas riquezas de la palabra divina (DV 25). La reforma litúrgica ha hecho realidad la afirmación del Deuteronomio: "Tienes la palabra cerca de ti" (Dt 30,14; Rm 10,8).

El concilio ha insistido en la unidad profunda que hay entre palabra y rito. "Las dos partes de que costa la Misa, a saber, Liturgia de la palabra y Eucaristía, están tan íntimamente unidas que constituyen un solo acto de culto" (SC 56).

Por eso la liturgia de la Palabra no es una simple preparación al sacramento, sino que es una celebración en sí misma que interpela, juzga y anima a la comunidad celebrante. La palabra era ya una realidad previa al sacramento. Se proclamó en la evangelización y en la catequización. Tiene ya por sí misma una dimensión salvífica. No sólo anuncia la salvación, sino que la hace presente. La palabra celebrada en el contexto sacramental es la actualización y síntesis de esa palabra proclamada en muchos contextos diversos presacramentales. Los sacramentos celebran una salvación y una gracia que ya ha llegado inicialmente por la predicación de la palabra, que ha tenido lugar en una etapa presacramental de evangelización, y que culmina en la proclamación misma que es ya parte integrante del rito sacramental..

La liturgia de la palabra es ya liturgia, y no una catequesis, ni una mesa redonda que precede a la liturgia (SC 35,2). La Escritura no se lee, se proclama como un acontecimiento, acompañada de gestos, cantos y oraciones. La belleza de un evangelio bien cantado con una música adecuada es sobrecogedora. Sería absurdo revestirse sólo en el ofertorio, después de la liturgia de la palabra, como si fuera sólo entonces cuando comenzara la etapa ritual de la Eucaristía. La Palabra es proclamación litúrgica. Está viva cuando resuena en la boca, no cuando es leída. La Palabra no se limita a instruir; convoca, pone a las personas en estado de comunicación y de diálogo, enseña, impera, convierte, transforma y configura.

La palabra lleva consigo una demanda de conversión. Para acoger la Palabra tengo que negar otras palabras que me habitan y que se resisten a aceptar la palabra que se me proclama. Esta negación de mí mismo que supone toda escucha receptiva, es ya un gesto sacrificial que pertenece a la entraña de la Eucaristía. La comunión con la palabra es ya una comunión eucarística.

10.- Inculturación y adaptación

Hay en la liturgia una polaridad que genera una tensión entre la fidelidad a la tradición y la fidelidad a la cultura propia de cada pueblo en el contexto histórico (SC 4; 37). Se suele usar la palabra "inculturación" en un sentido muy light, para todo tipo de subculturas o contraculturas. En un sentido estricto no cabe hablar de una cultura de los jóvenes, ni de una cultura del pueblo vasco. Las contraposiciones culturales se establecen entre modelos realmente diversos, entre sociedades primitivas y sociedades evolucionadas, entre la cultura occidental y la cultura del Extremo Oriente, o de África.

Así como en otros puntos, como el uso del latín, la Sacrosanctum Concilium se quedó muy corta y fue muy pronto desbordada por la realidad, en cambio en el tema de la inculturación, la SC fue muy lejos en sus buenas intenciones, pero luego en la recepción postconciliar se ha quedado en un nivel muy pobre de desarrollo.

El Vaticano II propició el respeto a la diversidad y a los méritos y valores de los otros, y la preocupación por adaptarse a diferentes culturas (SC 37-40). Respeta debidamente las tradiciones de cada pueblo y la diversidad resultante (SC 37). La normativa de pluralismo se aplica a las Iglesias orientales, pero vale también para las diferencias que se puedan introducir en el mismo rito romano (SC 38), especialmente en las misiones (SC 40, 39, 119, 123). En el Decreto Ad Gentes (AG 9) se habla de una catequesis adaptada y una liturgia acomodada a la idiosincrasia de cada pueblo.

Para ello se conceden a los obispos poderes en el terreno litúrgico. "La reglamentación de la sagrada liturgia es de competencia exclusiva de la autoridad eclesiástica; ésta reside en la Sede apostólica, y en la medida que determine la ley, en el obispo. En virtud del poder concedido por el de derecho, la reglamentación de las cuestiones litúrgicas corresponde también, dentro de los límites establecidos, a las competentes asambleas territoriales de Obispos de distintas clases, legítimamente constituidos" (SC 22).

Reconoce el Vaticano II que en determinadas áreas hace falta una adaptación más profunda. Es sobre todo en SC 40, donde se propone un proyecto valiente e imaginativo, con las debidas reservas. Es precisamente éste el proyecto que, en gran parte, se ha quedado sin desarrollar en la etapa postconciliar. Especialmente en esta última década se han multiplicado los conflictos entre dicasterios romanos y conferencias episcopales, en lo que respecta a innovaciones litúrgicas, traducciones oficiales, etc. La curia romana parece estar tomando en estos últimos tiempos una interpretación muy restrictiva de estas orientaciones conciliares del n. 40 de la Sacrosanctum Concilium.

El hombre de hoy está muy marcado por tendencias de la mentalidad y la ideología contemporánea. El concilio quiere que el lenguaje ritual y verbal se adapte a esta cultura. Pretende crear un clima ritual que no resulte extraño al hombre de hoy. La Iglesia debe mantener una doble fidelidad. Fidelidad a la liturgia como don confiado a la Iglesia, y fidelidad al hombre de hoy. Eso llevará a discernir entre los elementos permanentes y los adventicios (SC 1). Comienza reconociendo el concilio que en la liturgia hay una parte inmutable, y otras partes sujetas a cambio (SC 21). Por eso se refiere a la conservación de la sana tradición y el progreso legítimo (SC 23). En este mismo número se dan los principios generales que deben regir esta atención simultánea a la sana tradición y al progreso: investigación concienzuda, experiencia, y decisión de no innovar por innovar, a menos que haya una utilidad verdadera y cierta de la Iglesia.

Estos principios han llevado a lo que se ha dado en llamar inculturación de la liturgia (SC 37-40). La Iglesia no pretende imponer una rígida uniformidad. Los libros litúrgicos normativos preverán una cierta flexibilidad, pero incluso en ciertos lugares puede haber adaptaciones más profundas que equivalgan a nuevos ritos.

Desde un pluralismo litúrgico es necesario adaptarse a razas, clases sociales, edades, pero hay el peligro de que estos grupos se vayan convirtiendo en sectas. Se requiere una doble fidelidad a la Iglesia y al propio grupo, lo cual provoca tensión y búsqueda de equilibrio entre espontaneidad y objetividad, creatividad y tradición, libertad y comunión eclesial.

11.- Reformas acerca de los sacramentos

1.- Hay una unión íntima de todos los sacramentos con la Eucaristía, en cuanto que todos ellos son actualizaciones del misterio pascual (SC 61), lo cual se traduce en la posibilidad de celebrarlos dentro del contexto de la Eucaristía (SC 66; 71; 78).

2.- Se pasa de una concepción validista, obsesionada por el ex opere operato, a una concepción en la que se supone la fe, y se fomenta la expresividad, de modo que los sacramentos preparan para recibir la misma gracia que se celebra en ellos. Se insiste en la necesidad de "comprender" lo que se está celebrando (SC 59). Un ejemplo de este cambio de enfoque lo encontramos en el nuevo Ritual del Bautismo de niños. Ya no prima la urgencia de bautizar a los niños como sea, sino que se da preferencia a la autenticidad litúrgica, a la preparación de los sacramentos y a la participación de los padres.

3.- Se instaura la iniciación de adultos y el catecumenado, con la celebración simultánea de los tres sacramentos de la iniciación, en su debido orden: bautismo-confirmación-eucaristía, y con los ritos previos correspondientes al tiempo del catecumenado (SC 64).

4.- Se flexibiliza el uso de la materia utilizada para el sacramento. En el caso del agua del bautismo, ya no es necesario que haya sido bendecida en la Vigilia pascual; el ministro puede bendecirla cada vez que se necesite (SC 70). En esta misma línea los rituales permiten también al presbítero bendecir el óleo de los catecúmenos y el óleo de los enfermos, que ya no tienen que ser necesariamente de los bendecidos por el obispo en la Misa crismal. Sólo el crisma debe ser bendecido únicamente por el obispo.

5.- Se introduce la liturgia de la palabra en todos los sacramentos, incluso cuando no son celebrados dentro de la Eucaristía (SC 35; 78). En todos ellos también queda recomendada la homilía como parte integrante de la liturgia de la palabra.

6.- Se producen importantes reformas en algunos de los sacramentos, que llegan a afectar a la materia y a la forma del sacramento. Esto supone reformar las cosas que parecían más sagradas e intocables.

En el caso de la confirmación, se desdobla la imposición de manos. Primeramente hay una imposición de ambas manos durante la cual se recita la oración pidiendo la efusión del Espíritu. Esta imposición no afecta a la validez del sacramento (RC 9). Más tarde se hace una crismación en la frente, con la señal de la cruz, que es el rito que da validez al sacramento. Igualmente cambió el nuevo Ritual la forma de la confirmación que es ahora: "N. Recibe por esta señal el don del Espíritu Santo".

En el caso de la unción de enfermos se cambia el nombre del sacramento que antes se llamaba "extremaunción" (SC 73). Se ha cambiado también el número de las unciones, que antes se aplicaban a todos los sentidos, y también las palabras de la forma. Además se introdujo un rito continuado en el que quedan articulados los tres sacramentos de los enfermos: confesión, unción y comunión en este orden (SC 74). Quizás el cambio más espectacular es la recomendación de que la unción se celebre en cualquier caso de enfermedad grave, y no sólo in articulo mortis.

En el caso de la Eucaristía, se añadió a la forma tradicional de consagración del pan: Hoc est enim corpus meum, las palabras bíblicas "quod pro vobis tradetur", y se sacó el "Mysterium fidei" de la forma de consagración del vino, para convertirla en una exclamación final que invita a la aclamación de la asamblea.

12) Historia sagrada vs. historia secular

Existe una bipolaridad entre la liturgia como celebración de la historia sagrada, de las intervenciones salvíficas de Dios en Israel y en Jesús, y la relación de la liturgia con la creación y con la historia profana.

Una vez que entendemos que el Espíritu de Dios está presente no sólo en la historia de su pueblo, sino en el mundo entero, nos preguntamos cómo celebrar esta presencia universal, y las acciones salvíficas concretas en la historia secular: la emancipación de los esclavos, la liberación de la mujer, la declaración de los derechos del hombre, el primero de mayo y los derechos de los trabajadores, el sufragio universal, la abolición del trabajo infantil.

No creemos que estos acontecimientos sean ajenos a una providencia divina y a una presencia del Espíritu en la historia de los hombres, aunque los grandes impulsores y mediadores de esta acción divina, no hayan sido ni sólo, ni principalmente los creyentes que actuaban movidos por su fe. Como solidarios con esta historia de la humanidad, más amplia que la historia de nuestra Iglesia, quisiéramos celebrar con todos los hombres estos acontecimientos, unirnos a su celebración.

No basta que los celebremos en nuestra liturgia eclesial, aunque esto sería ya un gran paso adelante, pero nos gustaría también participar en otras liturgias en que junto con otros hombres de nuestra sociedad pudiésemos celebrar simbólicamente estos grandes acontecimientos sociales, aunque en esa celebración no se explicite la dimensión religiosa que esos hechos tienen para nosotros.

Por su corporeidad el hombre es ser-en-el-mundo y tiene una voluntad de cambiar las estructuras y romper el aislamiento eclesial. Desea sentirse solidario de todo cuanto de positivo acontece en la política, la economía, la cultura, el deporte. No quiere recluirse en la sacristía. Este deseo de solidaridad y comunicación con el mundo, se encuadra en una teología de la esperanza y de la liberación, en una teología política.

Se exige que no haya divorcio entre el culto y el mundo. Se le reprocha a la SC no haber dado expresión litúrgica a la novedad de las relaciones Iglesia-mundo expresada en la Gaudium et Spes. La liturgia expresa relaciones de cristiandad con el mundo que parecen más pensadas para asegurar el orden establecido que para promover una acción comprometida. Muchos lamentan que la Sacrosanctum Concilium se haya redactado antes de que la Gaudium et Spes madurara en el aula conciliar.

La Historia de salvación no puede concebirse al margen de la historia humana. Hay que descubrir la acción divina en los grandes acontecimientos liberadores de la historia de los hombres, revolución francesa, derechos del hombre, abolición de la esclavitud, igualdad de la mujer, ecumenismo, tolerancia y diálogo. Al mismo tiempo al proyectarse a la escatología, no se puede concebir lo escatológico simplemente como algo más allá de la historia, sino que también hay que hacer entrar en el horizonte escatológico las realizaciones parciales futuras de nuestras acciones presentes.

¿Nos separa la liturgia de los otros hombres? ¿Nos recluye en un espacio celebrativo que deja fuera los motivos de celebrar que tenemos con los demás? ¿Relega al mundo a una massa damnata de la cual nos salvamos como en una barca? ¿No hay presencia salvífica de Dios también en los quehaceres del mundo? ¿Celebramos la Constitución?

A veces se dice que las realidades políticas y sociales no se pueden celebrar religiosamente porque son ambiguas, o porque dividen a la comunidad litúrgica. Pero, ¿no hay también ambigüedad en las realidades religiosas y eclesiásticas? ¿No hay también ambigüedad en algunas canonizaciones? ¿Es que hay que excluir totalmente lo ambiguo del ámbito de la liturgia?

¿Me siento más próximo e identificado con el mundo secular en sus celebraciones de realidades seculares y sus liturgias, que de la asamblea litúrgica de la Iglesia que celebra salvaciones extramundanas? ¿Me expresan mejor los símbolos de la comunidad secular de izquierdas, sus cantos, sus banderas, sus pancartas, sus elementos tomados de la naturaleza? Recuerdo el entierro de Paco Rabal bajo el olivo. O los novios que quieren que se cante en su boda la canción "mi amor y cómplice en todo", o el "gracias la vida que me ha dado tanto", o el "Levántate y mira a la montaña".

Afirmamos hoy día la autonomía de las realidades temporales. Hay amplias áreas de la realidad que se han emancipado de la tutela religiosa y han dejado de subordinarse a valores religiosos. ¿Es posible una liturgia en una era secular, que deje fuera estas realidades tan importantes en la vida del hombre?

Hay que reconocer por otra parte que la secularización al liberarnos de unas categorías sacrales que eran más propias de religiones naturales o paganas o veterotestamentarias, nos ha abierto a una liturgia más evangélica. Las celebraciones deben ser menos extrañas al mundo secular en el que se vive. Tiene que haber menos distancia entre los modos de expresión litúrgicos y los familiares.

Cuando Dios se hizo hombre, el hombre es ahora la medida de todas las cosas (Barth). Por eso hay que abandonar el monofisismo litúrgico. Se nos pide un cambio en el lenguaje cultural sobre Dios- Tenemos que aprender a hablar de, un Dios más cercano, con nosotros, en la historia, en el mismo campo donde trabaja y se mueve el hombre. De este modo establecemos una conexión de la liturgia con la historia de los hombres de hoy, y la liturgia se convierte también en celebración de la vida, de la historia del hombre, de la acción callada del Espíritu en la marcha de la historia y de las instituciones humanas.

 

Autor:

Juan Manuel Martín-Moreno

Partes: 1, 2
 Página anterior Volver al principio del trabajoPágina siguiente