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El conquistador silencioso. Una historia ambientada en tiempo real de algo que nunca sucedió (página 3)

Enviado por Javier Molina


Partes: 1, 2, 3, 4

Continuaron su camino en medio de la selva cuando Martín Alonso divisó a lo lejos algo que parecía ser un castillo. ¿Un castillo en medio de la selva?-Preguntó-. Si, lo levantaron los holandeses-Respondió el ermitaño-; Allí vive el rey Wilhem I-Argumentó-. ¿Rey Wilhem I?-Preguntó asombrado Martín Alonso-. Sí, de hecho yo era parte de su ejército-Argumentó el ermitaño-. ¿Cuál es su nombre?-Preguntó Martín Alonso-. Mi nombre es Johann-Respondió éste-. ¿Por qué desertó de su ejército?-Preguntó Alonso-. No deserté-Respondió Johann-, ellos me expulsaron al descubrir que yo ayudaba a los portugueses-Afirmó-. Busquemos rápido las plantas medicinales y regresemos-Pidió Martín Alonso-.

Ya estamos cerca del lugar que le nombré-Dijo Johann-. ¿A quién pertenece ese lugar al que nos lleva?-Preguntó Martín Alonso-. Pertenece a un chamán indígena-Respondió Johann-. Pero para llegar necesitamos pasarle de cerca al castillo del rey-Dijo-. Per no tenemos soldados en este momento-Dijo Martín Alonso-. Tranquilo, yo se como engañar a los guardias del monarca-Dijo Johann en tono tranquilizador-. Yo creo que lo mejor es que nos devolvamos-Insistió Martín Alonso-. ¿Quiere dejar a sus amigos morir?-Preguntó Johann-. Iremos, pero que sea rápido-Respondió Martín Alonso-.

Ya estaban por entrar en la zona de peligro cuando los interceptaron tres guardias holandeses. ¿Hacia donde van?-Preguntó uno de los centinelas-. Vamos a buscar unos soldados holandeses-Respondió Johann-; Necesitamos ir rápido-Insistió-. Pueden pasar libremente-Corearon todos los guardias a la vez-. Se alejaron rápidamente para perderse entre los árboles y prosiguieron con su búsqueda desesperada de medicina natural que los compañeros enfermos de Martín Alonso necesitaban urgentemente. No quiero imaginarme como estarán mis compañeros-Dijo Alonso-. ¿Qué les sucedió?-Preguntó Johann-. Enfermaron con fiebres, y ya han muerto varios-Respondió Alonso-. Apresurémonos-Insistió Johann-.

¿Desde cuando es rey Wilhem I?-Preguntó Martín Alonso-. No lo se-Respondió Johann-. Mis amigos portugueses ya se han enfrentado a las tropas de un tal WilhemWolf-Dijo Martín Alonso-. ¡Es el!-Exclamó Johann-. Parece que al comandante Gabriel Da Oliveira no lo matará la enfermedad, sino el saber que el antes coronel Wilhem Wolf es ahora rey-Pensó Martín Alonso-. En medio de preocupaciones, continuaron su camino hasta que al fin llegaron con el chamán que Johann había nombrado. Bienvenidos-Dijo el chamán con una reverencia-; ¿Desean algo?-Preguntó- Necesitamos plantas medicinales, todas las que tenga-Respondió Martín Alonso-. ¿No pensarán dejarme sin la única medicina que poseo?-Preguntó el chamán-. Lo que usted pueda dar-Respondió Martín Alonso-. Vengan conmigo-Dijo el hechicero-.

Estas son todas las plantas que puedo ofrecer-Dijo el viejo chamán-. ¿Solamente eucalipto y manzanilla?-Preguntó Martín Alonso-. ¿Qué enfermedad padece?-Preguntó el hechicero-. Mis amigos enfermaron con fiebre-Respondió Alonso-. Pídales a sus amigos que se laven varias veces en el río, que beban te de estas plantas y en poco tiempo se curarán-Recomendó el otro-. Agradecemos mucho su ayuda-Dijo Martín Alonso besándole los pies al chamán-. Se despidieron y emprendieron el retorno que ésta vez no sería fácil; Ya anochecía y el peligro de ser asaltados por bandidos aumentaba más y más. Espero no sea demasiado tarde para esto-dijo Martín Alonso-. ¿Demasiado tarde para qué?-Preguntó Johann-. Para evadir los guardias reales holandeses y para salvar a mis amigos-Respondió Alonso-.

En medio del camino Surgió una idea de la mente de Johann; Una idea que, aunque pondría en peligro la vida de Martín Alonso, sería totalmente efectiva. Me parece que uno de nosotros debe infiltrarse en el palacio de Wilhem I-Dijo-. ¿Pero quién?-Preguntó Martín Alonso-. Si yo lo hago, me matarán-Respondió Johann-. Creo que usted sería la persona indicada para esa hazaña-Dijo-. ¿Qué le sucederá a mis amigos?-Preguntó Martín Alonso-. Yo me encargaré de asistirlos-Respondió Johann-. Pero ellos zarparán hacia África-Recordó Martín Alonso-. Yo les acompañaré, aunque se que explicarles mi identidad no será fácil-Dijo Johann-. Por ahora lleguemos con los demás y expliquemos el plan-Recomendó Martín Alonso-.

Cuando llegaron a la zona del palacio real holandés la situación no estuvo muy a favor de Alonso ni de Johann, quien aún siendo holandés inducía desconfianza entre los guardias reales. ¿Y sus soldados?-Preguntó uno de los guardianes-. Desistieron en venir con nosotros-Respondió Martín Alonso-. Por ahora pueden circular en libertad-Dijo el guardia-. No creo que mis demás compañeros acepten el plan que usted ha elaborado-Dijo Martín Alonso-. Por ahora debemos preocuparnos de la salud de los suyos-Dijo Johann-; El plan se les explicará una vez se recuperen-Afirmó-. Caminaron con las plantas que habían conseguido hasta que llegaron al campamento donde, todo iba de mal en peor.

¡Gracias a Dios que han llegado!-Dijo Gabriel Da Oliveira-. Tenemos estas plantas medicinales, de las cuales beberán te-. Necesitamos que se bañen en el río-Dijo uno de los curanderos-. Por ahora no; Eso se dará en la mañana-Dijo Martín Alonso-. Por ahora necesitamos algo de madera para hacer una fogata y agua para preparar te-Dijo-. Necesito ayuda de algunos soldados sanos-Pidió-. Ellos deben cuidar a sus amigos-Dijo Johann-. Nosotros iremos-Dijo uno de los curanderos-. Debemos actuar rápido-Dijo Martín Alonso-. Yo creo que será mejor esperar el sol de la mañana para prepararles el te a sus soldados enfermos-Recomendó Johann-.

Por ahora debemos descansar-Dijo Martín Alonso-. Yo permaneceré despierto para vigilarles-Dijo Johann-; El resto de la noche no fue muy placentero para los enfermos, quienes no dormían bien a causa de las altas temperaturas generadas por la fiebre. ¿Cuándo amanecerá?-Gimió un soldado portugués-; Lo mismo pensaba un soldado español, quien no resistió más y sucumbió ante la enfermedad. Los demás enfermos deseaban impacientemente el inicio del día siguiente para comenzar a tratar un enfermedad que para ellos era desconocida; Y jamás sabrían que padecían en ese momento

Parte XI

A la mañana siguiente, despertaron todos los soldados quienes, sin tener tiempo de comer algo entraron al río con la esperanza de que la temperatura corporal se les pudiese estabilizar. Espero que con este baño pueda mejorar la salud de sus soldados enfermos-Dijo Johann, quien después de estas palabras se internó en la selva junto a varios curanderos a buscar madera y agua-. Espere, antes de que empiecen su búsqueda déjenme ver si hay algún utensilio donde se pueda preparar te-Dijo Martín Alonso quien entró en uno de los barcos y, sin desacomodar las provisiones y demás objetos de sus soldados pudo encontrar una vasija de arcilla-. Esperamos que el fuego no dañe su tan preciada vasija-Dijo Johann-. Mientras tanto, los soldados enfermos continuaban en medio de las aguas del río intentando bajar la fiebre que les agobiaba desde hacía días.

Varios soldados acompañados por Johann y algunos curanderos comenzaron a buscar madera, piedras para intentar hacer fuego y agua limpia para prepararles te a los enfermos. Es un alivio que usted y los curanderos hayan llegado con todas estas plantas medicinales-Dijo un soldado portugués-. A propósito, ¿Cuál es su nombre?-Preguntó-. Mi nombre es Johann-Respondió éste-. ¿De dónde viene?-Preguntó el soldado-. Soy holandés-Respondió Johann-. ¡Nosotros somos enemigos de ustedes!-Exclamó el soldado portugués quien alzó inmediatamente su mosquete-; Lo mismo hicieron los demás soldados que andaban con ellos-. Tranquilos, yo no les haré daño-Dijo Johann -; Conozco información sobre uno de sus enemigos-Dijo-.

Comenzaron a recolectar madera y piedras cuando un soldado portugués se le acercó a Johann. ¿Sobre cual de nuestros enemigos conoce usted?-Preguntó un soldado portugués-. Ese enemigo es WilhemWolf-Respondió Johann-; Aunque ya no es el militar que ustedes bien conocieron-Dijo-. ¿Entonces qué es?-Preguntó el soldado-. Me apena decir esto, pero Wilhem Wolf ha conquistado todo este territorio en el que estamos y ahora es rey-Respondió Johann-. Abandonó el soldado a Johann y, llegó hasta un árbol donde se detuvo a pensar. Esto matará al comandante Da Oliveira-Se dijo a sí mismo-.

Ya tenemos suficiente madera y piedras para preparar nuestra fogata -Dijo Martín Alonso-. Por ahora con eso bastará-Dijo-. Ahora falta el agua-Dijo un soldado-. El agua la encontraremos en el mismo río; La herviremos y con ella prepararemos te-Dijo Alonso-. Por ahora regresemos al campamento-Dijo-. Comenzaron el retorno cuando de repente algo extraño sucedió en medio del camino. Se escuchó un disparo que alarmó a todos, pero no se conoció quien ejecutó la acción. ¿Qué fue eso?-Preguntó Martín Alonso-. Mejor apresurémonos-Sugirió Johann-. El autor del disparo fue un holandés pero, nunca se supo con certeza. ¡Usted lo envió!-Dijo enardecido un soldado portugués-. Yo deserté del ejército-Dijo Johann-. He venido a ayudarles-Argumentó-.

Continuaron caminando soldados portugueses y españoles junto a alguien que creían enemigo. ¿Lo expulsaron del ejercito holandés o usted mismo lo abandonó?-Preguntó un soldado portugués-. Ellos me expulsaron pero, yo deseaba abandonarlo desde un principio-Respondió Johann-; No me agradaba la forma de ser de Wilhem Wolf-Dijo-. ¿Por qué no nos había dicho que él se había convertido en monarca?-Preguntó el soldado-. Después de huir del ejército, no volví a saber más acerca de el-. No quisiera decirle esto al comandante Gabriel Da Oliveira, pero tendré que decírselo-Argumentó-. Mejor será esperar que los demás se recuperen para dar tan mala noticia-Recomendó Johann-.

Cuando al fin lograron llegar al campamento, el panorama era ahora mucho más agradable; La mayoría de los enfermos estaba empezando a recuperarse. Se ven mucho mejor-Dijo Johann-. Comenzaremos a prepararles te para que beban-Dijo Martín Alonso-; Mientras Alonso preparaba la madera, Johann encontró algunas ramas de árboles y con las piedras que habían encontrado empezó a generar fuego. Necesitamos una vasija donde hervir agua-Pidió Martín Alonso-. Un soldado español entró en uno de los barcos y, trajo la vasija de arcilla que habían encontrado antes de que los primeros partieran. Buscaron agua del río y empezaron a hervirla para luego introducir las hojas de eucalipto.

Mientras tanto, Martín Alonso llamó a Gabriel Da Oliveira. Necesito hablar con usted-Pidió-. Hace unos días, mientras buscábamos esas plantas medicinales, yo divisé un castillo en medio de la selva-Dijo-. ¿Un castillo?-Preguntó Da Oliveira-. Allí vive Wilhem Wolf o, mejor dicho, el rey Wilhem I-Respondió Martín Alonso-; Todos estos territorios fueron conquistados por el, y ahora es quien gobierna-Dijo-. Tenemos un plan para expulsarlo, pero eso lo explicará mejor uno de los ex soldados del ahora rey-Argumentó-. Da Oliveira prefirió guardar toda su rabia para después, mientras se recuperaba de la enfermedad que también le había atacado. Por ahora recupérese de sus males-Dijo Martín Alonso-.

Bebieron los soldados de aquel te que, en cuestión de horas, les devolvió la estabilidad a su salud y el ánimo de continuar con su viaje. Esperaremos al día de mañana para explicar el plan-Dijo Johann-. ¿Podría explicarme detenidamente el plan?-Preguntó Martín Alonso-. El plan es que uno de sus soldados o usted o Da Oliveira finjan ser holandeses; Entrarán en el palacio del monarca Wilhem I y, le preguntarán cómo consiguió todo esto pero, pidan al rey que les ubique en los primeros pisos-Explicó Johann-.

Durante toda la tarde, los soldados ahora recuperados se pasaron arreglando sus provisiones para la continuidad de su viaje que se había visto interrumpido por sus quebrantos de salud. Mientras arreglaban todo, como si el viaje apenas comenzara, Gabriel Da Oliveira los llamó a todos para una importante reunión; Acudieron todos llenos de dudas ¿Se pospondría el viaje hacia África? ¿Deberían permanecer en la selva? Se muy bien que muchos quieren estar lejos de esta selva, ero ha resurgido una antigua amenaza para la paz de nuestros territorios y es necesario que dos de ustedes permanezcan aquí-Dijo Gabriel Da Oliveira-. Fue entonces cuando salió a relucir la figura de Johann, quien era para la mayoría de los soldados un enemigo. Se muy bien que muchos de ustedes no me conocen; Pero yo si conozco información sobre su más temible enemigo-Dijo Johann-. ¿Cuál es el plan?-Preguntó un soldado español-. Hace algunos días, mientras se debatían entre la vida y la muerte, el comandante Martín Alonso y yo divisamos un alcázar holandés; No querrán saber esto, pero Wilhem Wolf, contra quien ustedes han mantenido un sangriento enfrentamiento, ha conquistado todos estos territorios sobre los cuales estamos y, ahora es quien gobierna: El rey Wilhem I-Dijo-.

La reunión prosiguió entre arengas e insultos en contra de Johann. ¡Es mentira!-Gritaban soldados portugueses a coro-; Usted nos dirige a una tragedia-Corearon-. Señores, Johann no hará daño a nadie; Pueden estar tranquilos con que el desertó de su ejército-Dijo Gabriel Da Oliveira-. Ahora necesito dos soldados dispuestos a asumir ésta responsabilidad-Pidió Johann-. Ninguno de los soldados accedió a colaborarle, con lo cual solamente Martín alonso y Gabriel Da Oliveira asumieron tan arriesgado reto. ¿Cómo entraremos al palacio real con nuestros nombres?-Preguntó Martín Alonso-. Descubrirán que no somos holandeses y nos matarán-Dijo Gabriel Da Oliveira-.

La solución será cambiarles el nombre-Dijo Johann-. ¿Y nuestras vestiduras? ¿No descubrirán que somos extranjeros por las vestiduras?-Preguntó Martín Alonso-. No será necesario cambiarles sus uniformes militares-Respondió Johann-. Ahora bien, ¿Tienen idea de qué nombres usarán durante su contacto con el enemigo?-Preguntó-. Después de tanto pensar, decidieron cambiar sus nombres. Ahora Gabriel Da Oliveira se llamaba Albert, mientras que Martín Alonso llevaba por nombre Peter. Muy bien, ahora cumplan con su misión-Dijo Johann-. ¿Pero quién se encargará de nuestro ejército?-Preguntó Martín Alonso-. Yo me encargaré de guiarlos hasta el continente africano, pero antes, me encargaré de guiarlos a ustedes hasta el palacio de Wilhem I-Respondió Johann-

Antes de partir a encontrarse cara a cara con el enemigo, tanto Da Oliveira como Alonso se despidieron de sus soldados. Estimados soldados-Dijo Gabriel Da Oliveira-; Se que esto parecerá extraño para muchos de ustedes, pero el comandante Martín Alonso y yo debemos partir en una arriesgada misión. ¿Quién nos comandará en sus ausencias?-Preguntó un soldado africano, cuyo bando había guardado silencio durante varios días-. Johann será quien los guíe al continente africano-Respondió Gabriel Da Oliveira-. Después de estas palabras, se retiraron Da Oliveira y Alonso quienes serían guiados por Johann hasta el palacio donde habitaba su más temible enemigo.

Parte XII

Si no regresamos vivos de ésta, dígales a nuestros soldados que ambos los apreciamos mucho-Dijo Martín Alonso-. Deben mantenerse tranquilos, y no actuar en forma sospechosa. Si los descubren los matarán-Dijo Johann-. Comenzaron a caminar entre la selva para llegar a su destino. Después de regresar de África, yo iré hasta donde ustedes estén y recibiré una carta que ustedes mismos escribirán. Pero si el rey me ve, díganle que yo soy su comandante-Dijo Johann-. Después de esto, elaboraremos un plan para destronarle y devolveremos la paz a esta región.

En medio del camino, les apareció un aviso de que ye estaban entrando en territorio conquistado. Un batallón holandés les interceptó. ¿Hacia dónde van?-Preguntó el comandante de aquel ejército-. Iremos hacia el palacio del rey Wilhem I-Respondió Martín alonso, o mejor dicho, Peter-. Yo les guiaré-Dijo el militar-. ¿Cuál es su nombre?-Preguntó Johann-. Mi nombre es Josef Dirk-Respondió el comandante holandés-. Fui compañero de armas del rey Wilhem I. ¿Cuáles son sus nombres?-Preguntó-. Mi nombre es Johann y los de ellos son Albert y Peter-Respondió el primero, sin dejar que los otros dos hablaran-.

Yo creo haber visto a dos personas que, se me hacen idénticas a ustedes-Dijo Josef Dirk, mirando fijamente a los ojos de Albert y Peter-. Recuerdo que junto a Wilhem, capturamos en la cordillera de los Andes a un tal Gabriel Da Oliveira. Estas palabras produjeron un sudor frío en el rostro de Peter; Mientras, a la mente de Albert se producían visiones de varios recuerdos en los que habían luchado contra quienes les acompañaban, pero trataba de no evocar aquellas experiencias.

Siguieron el trayecto, en medio de la noche, hasta que llegaron a la residencia del monarca. Nos volveremos a ver amigos míos-Dijo Johann-. Espero sepa dirigir al ejército que, a partir de hoy queda en sus manos-Dijo Gabriel Da Oliveira, o, mejor dicho, Albert-. Se muy bien que harán un buen trabajo-Dijo Johann-. Ya saben la petición que deben hacerle al rey. Así será-Dijo Albert-. Por ahora vengan con nosotros-Dijo Josef Dirk-. Apenas Johann pudo ver como sus amigos se alejaban, y un portón se abría para luego cerrarse y dar entrada a los dos nuevos inquilinos de la residencia del monarca enemigo: Wilhem I.

Johann se alejó rápidamente de aquel lugar y se dispuso a volver al campamento con quienes eran, a partir de ese momento, sus soldados. Mientras tanto, ya dentro del palacio real, se escuchó la voz de Wilhem I. ¿Quién entra en mi palacio sin anunciarse?-Preguntó en voz alta-. Quédense aquí-Dijo Josef Dirk a los recién llegados-; Subió éste las escaleras, hasta llegar al penúltimo piso de aquél recinto donde estaba su majestad Wilhem I. Su majestad, acaban de llegar dos soldados de nuestro ejército-Dijo haciendo una especie de reverencia-. Dígales que pasen-Ordenó el rey Wilhem-. Dirk abandonó al monarca para bajar de nuevo las escaleras y traer ante el rey a sus supuestos soldados. Mientras tanto, Albert y Peter se embelesaban con las decoraciones que el lugar tenía consigo: El suelo cubierto de mármol, Águilas imperiales hechas en oro puro, y todos los lujos que pudieran encontrarse en cada rincón. Albert estaba impaciente por saber cómo se había conseguido todo aquello; Y también cómo había conquistado Wilhem Wolf todo ese territorio, para luego convertirse en rey.

El rey quiere verlos-Dijo Josef Dirk-. Mientras subían cada uno de los escalones, Albert recordaba viejos enfrentamientos contra quien ahora era rey. ¿Cómo lograron todo esto?-Preguntó-. ¿Qué cosa?-Respondió Josef Dirk-. Todas sus conquistas y este palacio-Respondió Albert-. Su majestad es quien mejor sabe de ello-Dijo Josef Dirk-. Esta respuesta impacientó más y más a Albert quien estuvo a punto de tomar del cuello a Dirk, pero decidió no hacerlo. Subieron aún más escaleras, hasta que llegaron al encuentro del enemigo; Pero su recibimiento fue mejor de los que Albert y Peter esperaban.

A la llegada de estos, todo fue alegría y jolgorio. Los guardianes reales entonaban alabanzas para los recién llegados. Mientras, un grupo de sirvientes traía asientos cómodos para los invitados, y les ofrecía toda clase de manjares. Luego de todo aquello, su majestad Wilhem I se levantó de su trono y, arrodillándose ante sus invitados ordenó a sus sirvientes y guardianes a que permanecieran un tiempo fuera de aquel recinto. Sean bienvenidos a mi palacio-Dijo Wilhem I-. ¿Qué los trae por aquí?-Preguntó. Somos del ejército holandés-Dijo Albert-. ¿Y sus nombres?-Preguntó el rey-. Mi nombre es Albert-Dijo éste-. Mi nombre es Peter-Dijo el otro tartamudeando- La reunión prosiguió durante toda la tarde, hasta que Albert formuló una pregunta que estremeció al monarca.

¿Cómo consiguieron todo esto?-Preguntó Albert-. ¿Qué cosa?-Preguntó Wilhem I-. Todas sus conquistas y, saltar desde militar hasta el cargo de rey-Respondió Albert-. Primero tuvimos que enfrentar a españoles y portugueses-Respondió Wilhem I-; Luego combatimos la hostilidad de los indígenas, después de traer desde holanda a algunos colonos, empezamos a construir todo esto que sus ojos ven y verán. ¿Es cierto que en la cordillera de los andes su ejército secuestró a Gabriel Da Oliveira?-Preguntó Albert-. ¡Yo lo capturé pero luego, el y sus soldados incendiaron mi campamento y escaparon!-Exclamó Wilhem I agitando el puño-. Después no volví a saber más de ellos y aproveché su ausencia para apropiarme de sus territorios-Dijo-. ¿Nos podría dar un recorrido por su reino?-Preguntó Peter-. Por ahora solamente les mostraré sus habitaciones-Dijo Wilhem I-.

Qué sea en los primeros pisos-Pidió Albert-. ¿Cuál es la razón de su pedido?-Preguntó Wilhem I-. Un compañero de armas nuestro vendrá a vernos en pocas semanas-Dijo Albert-. Trataré de encontrar una habitación adecuada para ustedes-Dijo Wilhem I-. Mientras daban vueltas y vueltas en busca de un lugar en el palacio, un guardia real se apareció en el camino. Su majestad, dos desconocidos están mirando hacia nuestro palacio-Dijo el guardia-. Que Josef Dirk les ahuyente-Ordenó Wilhem I-. Por ahora bajaré a ver cual es el motivo de todo este alborozo-Dijo-. Yo les buscaré una habitación-Dijo el guardia real-. Vengan conmigo-Pidió-. Mientras tanto, Wilhem I bajó apresuradamente las escaleras para lograr constatar que se trataba de dos soldados: Uno portugués y otro español. Fue entonces cuando Josef Dirck accionó su mosquete y disparó. El disparo había dispersado a los dos intrusos, pero lo que ni el rey ni el mismo se imaginaban era que sus nuevos inquilinos procedían de dichos bandos. ¿Qué acaba de suceder?-Preguntó Wilhem I molesto-. Dos soldados enemigos pasaron de cerca de nuestro palacio-Respondió Josef Dirk-. Algo me dice que nuestros visitantes no son holandeses-Dijo-. Por ahora eliminemos esos malos pensamientos-dijo Wilhem I-.

Mientras tanto Albert y Peter, custodiados por un guardián real, continuaban buscando habitación en el suntuoso palacio. Cuando por fin encontraron la habitación que querían Albert hizo un pedido un poco extraño. ¿Tiene una pluma, un tintero y una hoja de papel?-Preguntó-. Les concederemos todo lo que pidan; Por ahora esta será su casa, y si necesitan algo solamente pídanlo-Dijo el guardián-. Cuando todo volvió a la normalidad y el rey Wilhem volvió a su trono, se presentó el mismo guardia que había conducido a Albert y Peter hacia su habitación. Ahora que se le ofrece-Preguntó Wilhem I-. Sus dos invitados necesitan hojas de papel, una pluma y un tintero-dijo el guardia-. ¿Para qué necesitarán tantas cosas?-Preguntó Wilhem I-. Sol déselas-Respondió el otro-

Esa noche, Peter salió de su habitación solamente para dar un vistazo. Pero Josef Dirk, quien permanecía despierto, le sorprendió. ¿Sucede algo?-Preguntó éste-. Solo doy un vistazo-Respondió Albert-. ¿Eres holandés en verdad?-Preguntó Josef Dirck-. Si soy holandés-Respondió Albert-. Necesito que el día de mañana el rey nos de a mi amigo Peter y a mí un recorrido por todo su reino-Insistió Albert-. Por ahora regresaré a dormir-dijo-; Y necesitamos, mi amigo y yo, una pluma, una hoja de papel y un tintero-Recordó-.

Parte XIII

Cuando Albert volvió a su habitación, Josef Dirk subió rápidamente las escaleras y, interrumpiendo el sueño de su majestad Wilhem I. ¡Esos dos me traen muy malos presentimientos!-Exclamó-. ¿Cómo se atreve a despertarme así?-Preguntó Wilhem I-. Debo decir algo-Dijo Josef-. ¿Ahora qué sucede?-Preguntó el rey molesto-. Nuestros invitados necesitan una pluma, una hoja de papel y un tintero-Respondió el otro-. ¿Merecía la pena despertarme por ello?-Preguntó Wilhem I-. Vuelva a sus funciones-Ordenó brúscamente-. Es un monstruo-Pensó Josef Dirk mientras bajaba las escaleras-

Mientras Albert y Peter continuaban a la espera del regreso de sus amigos, para estos la historia era otra muy diferente. Ya habían llegado a África, pero habían sido recibidos por un grupo de aborígenes enfurecidos quienes con sus cerbatanas causaron heridas a todos los soldados del por ahora comandante Johann. Necesitamos llegar a un poblado indígena-Dijo un soldado portugués-. Por ahora debemos atravesar esta selva-Dijo Johann-. Así lo harían, guiados por los nativos que militaban en su ejército, quienes conocían el lugar.

Vengan por aquí-Pidió Okoro, el comandante del bando africano-. Espero que aquí podamos encontrar gente como la que buscamos-Dijo un soldado español-. Claro que encontraremos buenos aliados-Dijo Johann-. ¿Después de esto qué haremos?-Preguntó Okoro-. Después de esto, volveremos a América y atacaremos a los holandeses-Respondió Johann-. Por ahora encontremos algún lugar donde resguardarnos-Recomendó-. Siguieron su camino en medio de la selva, donde experimentaron toda serie de contratiempos. Unas veces aparecían más aborígenes furiosos quienes no toleraban esa presencia invasora en su territorio.

Continuaron caminando hasta que llegaron a una comunidad indígena Fulani, donde fueron recibidos por una serie de hombres con caras pintadas quienes luego de una pequeña reverencia de bienvenida para los visitantes les llevaron hasta un árbol y, les señalaron la choza del jefe tribal. Traten de no sobresaltarle, pues se enfurece fácilmente-Dijo un nativo-. Estaremos aquí mientras podamos encontrar a alguien que nos ayude a buscar aliados-Dijo Johann-. ¿Qué pensarán nuestros compañeros si morimos aquí?-Preguntó Okoro-. No es momento para ser dramático Okoro-Dijo Johann-.

Iremos a hablar con el jefe de la tribu-Dijeron Okoro y dos soldados españoles-. Recuerden que debemos buscar lo más rápido posible, pues nuestros compañeros Gabriel y Martín no deben estar mucho tiempo con el enemigo-Dijo Johann-. Nadie les descubrirá a ellos dos-Dijo Okoro-. Estaban por entrar a la choza del jefe cuando de repente resonó un disparo que asustó a todos. ¿Qué fue eso?-Preguntó un soldado español-. Tranquilos, debe ser un esclavista-Dijo Johann-. Debe estar buscando gente como nosotros-Dijo un soldado africano-. Terminaremos de hablar con el jefe y nos iremos de esta tribu con o sin aliados-Dijo un soldado español-. No podemos irnos tan rápidamente-Dijo Johann-. ¿Qué no ve que hay traficantes de esclavos por aquí?-Preguntó enardecido un soldado africano-. En toda África los hay-Respondió Johann-. Tiene razón; Nuestro fallecido comandante, del cual usted tomó su nombre, provenía de ésta tribu-Dijo un soldado nativo quien volteó la mirada hacia los ojos de Okoro-. Entremos a hablar con el jefe-Dijo Okoro, quien era acompañado por tres soldados españoles-.

Entraron a la choza que, era extremadamente grande y que era invadida por un extraño sonido que se parecía a un repique de tambores; Un sonido que causaba cierto temor a los españoles que andaban con Okoro. ¿Qué sonido tan extraño es ese?-Se preguntaron los españoles-. Siéntense todos-Pidió el jefe de aquella comunidad-. ¿A qué han venido?-Preguntó-. El primero y el único que habló fue Okoro, mientras los dos soldados españoles permanecían escuchando atentamente. Mi nombre es Okoro-Dijo éste estrechando la mano del jefe tribal-; Necesitamos nos deje ver su ejército-Suplicó-. ¿Mi ejército?-Preguntó el dirigente-; Amigo mío, yo solamente soy el jefe de esta tribu-Afirmó-; El comandante de nuestras tropas está en la selva cazando; Tal vez cuando regrese, podría hablar con el para que les muestre todos nuestros soldados-Dijo-. Por cierto, mi nombre es Yusuf; Perdón si he sido descortés-Dijo arrodillándose y besándole los pies a Okoro y los soldados españoles-.

Cuando salieron de la choza, no hicieron más que dar malas noticias; Y como era de esperarse, solamente habló Okoro. ¿Y bien?-Preguntó Johann-. El jefe dijo que el comandante del ejército de esta tribu está cazando-Respondió Okoro-. ¿Cuánto tendremos que esperar?-Preguntó un soldado portugués-. No me dijo-Respondió Okoro-. ¿Cómo no le va a decir cuanto tendremos que esperar para que su comandante regrese?-Preguntó enardecido el soldado-. Otra vez a esperar como siempre-dijo un soldado español-. ¡Yo solamente hago lo que puedo!-Gritó Okoro-. Pues creo que podrá morir, como le sucedió al que lo precedió a usted-Dijo el mismo soldado, esta vez apuntando con su arma a la cara de Okoro-. Señores, no es tiempo para diferencias-Dijo Johann separando a los dos confrontados-; Ya está anocheciendo; Iré a hablar con los nativos para ver si tienen chozas disponibles-Dijo-.

Mientras Johann hablaba con los nativos, como en el inicio del viaje, todo se tornaba tenso entre los soldados que el mismo comandaba; pero ésta vez no fueron solo los del bando africano quienes se ensañaron contra su comandante, sino todos los demás bandos: españoles y portugueses. Mientras tanto, el diálogo de Johann con los nativos no era muy productivo. Necesito chozas para mis soldados-Suplicó-. Todas nuestras chozas están habitadas por familias enteras-Dijeron los nativos-; Pídalo al jefe-Replicaron-. Yusuf, el jefe, había escuchado todo aquel bullicio y salió inmediatamente de su choza a calmar los ánimos. ¡Silencio todos!-Ordenó-. Daremos chozas a nuestros visitantes; Se muy bien que muchos tendrán que compartir sus casas, Todos los nativos aceptaron la propuesta de su líder.

Cuando el ambiente hostil se calmó y Johann pudo volver con los suyos, regresó el que parecía ser comandante del ejército de los Fulani. ¿Es él?-Preguntó un soldado portugués-. Espero que sea el comandante-Dijo Okoro-. Okoro corrió hasta donde estaba el militar mientras los soldados españoles y portugueses, aún amotinados, aguardaban cerca de la choza del jefe. ¿Es usted el dirigente de su ejército?-Preguntó Okoro-. Efectivamente-Respondió el otro-; Mi nombre es Ahmed-Dijo-. Necesitamos nos muestre su ejército-Pidió Okoro-. Eso lo hablaremos con Yusuf, el jefe-Argumentó Ahmed-. Iré a la residencia de Yusuf y regresaré para que dialoguemos-Dijo Okoro-. Mientras tanto, los soldados españoles y portugueses se impacientaban más y le hacían señas para que regresara; Los soldados africanos, en cambio, actuaban con más calma.

Habiendo regresado junto a sus demás compañeros de armas, estos estaban más que furiosos por cuanto Johann intentaba calmarlos. ¿Y ahora qué? ¿Tendremos que esperar más tiempo?-Preguntaron varios soldados portugueses-. Okoro no respondió dichas preguntas y entró rápidamente en la choza de Yusuf, el jefe. Señor, el comandante de su ejército quiere hablar con usted-Dijo Okoro-. Yusuf se levantó de donde se hallaba sentado y, acompañado de Okoro, fue a ver al comandante de su ejército. Iré con ellos-Dijo Johann-. ¡Que sea rápido!-Exclamó un soldado español-. Esa noche ningún soldado dormiría por causa de los frecuentes diálogos con el jefe de los Fulani y el comandante de su ejército.

Comenzaron, pues, las largas negociaciones entre todos aquellos. ¿Cuál es la razón por la que quiere dar un vistazo a nuestro ejército?-Preguntó Yusuf a Johann-. No nos conocemos; Mi nombre es Johann-Dijo éste estrechando la mano del jefe-; La razón por la que vengo a estas tierras es que necesito varios de sus soldados para llevarlos a América-Argumentó-. ¿Ustedes son esclavistas?-Preguntó Ahmed, el comandante-. Escúcheme, no buscamos soldados africanos con la intención de esclavizarlos; Solamente queremos que militen en nuestro ejército-Respondió Johann-. Necesitamos comprobar que no tomarán a nuestros soldados como esclavos en sus colonias-Dijo Ahmed mirando fijamente a los ojos de todos-. Venga con nosotros-Pidió Johann-. Ningún soldado africano de nuestro ejército tiene cadenas por alguna parte de su cuerpo-Dijo-. Espero sea cierto lo que dicen; De lo contrario, no daremos soldados-Dijo Ahmed-.

Cuando volvieron con los demás soldados, Ahmed logró comprobar que era cierto todo lo que Johann había dicho. Allí están todos los soldados nativos que tenemos con nosotros-Dijo Johann señalando con la mano donde estaban todos aquellos- Por lo visto ustedes no son esclavistas; Creo que si podrá darse lo que desean-Dijo Ahmed-. Eso lo hablaremos el día de mañana; Ellos y sus amigos deben descansar-Dijo Yusuf-. Mi choza es lo bastante grande como para darles cabida-Dijo Ahmed-. Solamente para ellos; Yo dormiré debajo de un árbol-Dijo Johann-.

Parte XIV

Todos los soldados españoles, portugueses y algunos africanos marcharon junto a Ahmed rumbo a lo que sería su lugar de descanso. Mientras tanto Johann, Okoro y solo unos pocos de los soldados de éste último decidieron quedarse a dormir en la choza de Yusuf. Gracias a Ahmed, nuestros soldados están felices; Si el no hubiera aparecido, tal vez Okoro habría sido asesinado-Dijo Johann-. ¿De dónde vienen ustedes?-Preguntó Yusuf mientras cortaba la carne de los animales que Ahmed había cazado-. Yo vengo de Holanda-Respondió Johann-. ¿Y usted?-Volvió a preguntar Yusuf mirando a Okoro-. A mi me capturaron los portugueses aquí, y me llevaron a América como esclavo; Claro que antes de mi había otro con mi nombre, pero se suicidó mientras navegábamos por el río Amazonas-Respondió Okoro-. Prefirieron no alargar su conversación y, después de comer algo, todos se durmieron.

A media noche, una serie de disparos los despertaron a todos. ¿Qué sucede?-Preguntó Johann mientras se levantaba sobresaltado-; La misma pregunta hizo Yusuf. Cuando salieron de la choza, lo que encontraron fue un grupo de esclavistas franceses. ¿Qué quieren?-Preguntó Johann-. Déjenme presentarme amigos míos; Mi nombre es Pierre-Respondió éste-. ¿A qué ha venido?-Preguntó Yusuf-. Lo queremos a usted-Respondió Pierre bruscamente-. No pueden llevarme a mi, yo soy el jefe de ésta tribu-Dijo Yusuf-. ¿Hacia dónde lo llevarán?-Preguntó Johann-. Lo llevaremos hacia la colonia de Haití-Respondió Pierre-. Yo puedo negarme a ir con ustedes-Dijo Yusuf en tono desafiante-. Y nosotros podemos quemar esta choza y toda su tribu-Dijo Pierre-. Soldados, ¡Quemen esa choza!-Ordenó-. ¡Espere!-Suplicó Yusuf-. ¿Qué no ve que hay gente dentro?-Preguntó Johann enfurecido-. No me interesa-Replicó Pierre-.

Mientras la choza se consumía en llamas, los traficantes de esclavos franceses cortaron con sus navajas la vestimenta de Yusuf y lo ataron de las manos para llevárselo. Pero antes de partir junto a sus amos, el ahora esclavo, hizo una petición a Johann: Le suplico que a partir de este momento se encargue de mi tribu-Pidió Yusuf con lágrimas en los ojos-. Yo no puedo hacerme cargo de estas tierras, soy holandés y si tomo su cargo los nativos me matarán-Dijo Johann-. Entonces háblele de mi ausencia a Ahmed. Él será mi sucesor al frente de la tribu, Pero dígale que yo me suicidé. ¡Camine!-Gritaron los traficantes franceses a Yusuf-. Mientras aquellos esclavistas se perdían en medio de la selva junto a su nuevo cautivo, brotó un sobreviviente del incendio que consumía la choza donde antes dormían.

¿Qué sucedió?-Preguntó Okoro-. ¿Qué sucedió con Yusuf?-Volvió a preguntar-. Johann se echó a llorar en la tierra, pero Okoro lo levantó bruscamente. Se lo llevaron por mi culpa-Dijo Johann con los ojos llenos de lágrimas-. Tranquilo, ya solucionaremos esto-Dijo Okoro-. Ahora usted o el comandante Ahmed deben hacerse cargo de ésta tribu-Argumentó Johann-. Debemos ir a hablar con Ahmed-Dijo Okoro-. Por ahora no; No quiero que piensen que yo fui el que vendió a Yusuf -Dijo Johann-. Ellos lo entenderán cuando les mostremos esto-Dijo Okoro-.

A la mañana siguiente todos despertaron sintiendo un olor a humo; Un olor que no provenía de ningún ritual. ¿De donde provendrá ese olor?-Preguntó Ahmed-. Algo malo sucedió anoche-Dijo un soldado español-. No podemos decir que algo malo sucedió hasta comprobarlo-Dijo Ahmed-. Apresurémonos-Ordenó-. Cuando llegaron, encontraron a Johann y Okoro al pie de escombros chamuscados revueltos con restos humanos. ¿Qué sucedió aquí?-Preguntó Ahmed-. ¡Digan que sucedió!-Gritó-. Todo esto fue provocado por el holandés-Dijo un soldado portugués-. Esas palabras no hicieron sino enardecer a todos los bandos del ejército que comandaba Johann; Todos deseaban asesinarle en ese momento. ¿Por qué hizo esto?-Preguntó Ahmed-. Este incidente no lo provocamos nosotros; Fueron esclavistas franceses-Respondió Johann-.

Nadie podía creer lo que Johann decía. Su respuesta provocó que todos y cada uno de sus soldados alzaran sus armas y apuntaran hacia el. Antes sucumbir ante mis propios soldados, déjenme explicar lo sucedido-Suplicó Johann-. A media noche, llegaron unos soldados franceses a llevarse a Yusuf; En un primer momento él se les opuso, lo que provocó la reacción de los esclavistas quienes quemaron la choza donde dormíamos-Explicó-. ¿Y los demás soldados que estaban con usted?-Preguntó furioso un soldado portugués-. Lamentablemente murieron consumidos por el incendio-Respondió Johann-. ¿Ahora quien se hará cargo de nuestra tribu?-Preguntó Ahmed, tomando por el cuello a Johann-. Antes de partir, Yusuf me pidió que le propusiera a usted esa tarea-Respondió Johann-. Yo me niego a hacerme cargo de esta tribu, y no le suministraré soldados a su ejército-Dijo Ahmed-.

La discusión prosiguió durante toda la mañana sin dar resultados satisfactorios. ¿Hacia donde se llevaron a Yusuf?-Preguntó Ahmed-. Los franceses dijeron que lo llevarían hacia la colonia de Haití-Respondió Johann-. ¿Está seguro de que no quiere hacerse cargo de su tribu?-Preguntó Johann a Ahmed-. Yo solo comando el ejército, mas no me haré cargo de la tribu-Respondió Ahmed-. Espere un momento-Interrumpió Okoro súbitamente-. Yo seré quien tome las riendas de la tribu-Dijo-. Todos se asombraron con la decisión de Okoro; Pero esa decisión significaba un duro golpe para el ejército que dirigía provisionalmente Johann. Lo primero que haré como nuevo jefe de mi tribu, será expulsarlo a usted Ahmed-Sentenció-; Sin su presencia, mis compañeros de armas tendrán más soldados para su ejército-Explicó-.

Cuando llegó la tarde, todos los nativos habían recibido dichosamente la noticia de que Okoro sería su nuevo jefe, y lo primero que hicieron fue preparar una ceremonia para entronizarle. El único que no mostró agrado fue Ahmed, quien huyó a lo profundo de la selva. Desde ahora podrán regresar cuando deseen-Dijo Okoro a sus compañeros de armas, quienes se hincaron ante él en señal de agradecimiento-. Antes que regresen a América a rescatar a sus amigos, déjenme darles varios de mis soldados-Dijo Okoro-. Le agradezco mucho sus ofrendas, pero no debe quedarse sin hombres que protejan a todo su pueblo-Repuso Johann-. Solo vengan conmigo y escojan a quienes quieren llevarse-Dijo Okoro-.

Habiendo llegado al cuartel del ejército, Okoro presentó todos sus soldados a Johann. Estos son todos los disponibles-Dijo-. ¿No tiene piezas de artillería?-Preguntó Johann-. Amigo mío, yo militaba en su ejército y ahora soy jefe de ésta tribu; En consecuencia conozco muy poco sobre este ejército-Respondió Okoro-. Con 10 o 20 soldados bastará-Dijo Johann-. Pero aún no los ha visto bien-Repuso Okoro-. No tengo mucho tiempo. Debo regresar con mis amigos en América-Recordó Johann-. Luego de estas palabras, Johann señaló cuidadosamente los soldados que irían con él. ¡Excelente!-Exclamó lleno de alegría Johann-. Recuerde que puede regresar cuando desee-Dijo Okoro estrechando la mano del otro-.

Antes de partir junto a sus nuevos soldados, Johann les organizó como pudo. Aquellos veían con desconfianza su partida a América y creían que serían esclavizados. Espero que ustedes puedan ser útiles en una importante misión para la cual nos hemos preparado-Dijo-. Partieron a reencontrarse con los soldados españoles y portugueses para luego embarcar y regresar al continente Americano. Esos son todos nuestros nuevos soldados-Dijo Johann a sus demás soldados-. ¿Solo esos?-Preguntó un soldado portugués-. No es momento para disconformidades; Son todos los que amablemente nos dio Okoro-Respondió Johann-. ¿Qué sucederá con el?-Preguntó un soldado africano de los que siempre habían estado junto a portugueses y españoles al inicio de la expedición-. Ahora él debe ocuparse de su tribu; No volverá a acompañarnos en otras expediciones futuras pero, dijo que podríamos regresar cuando desearamos-Respondió Johann-.

Todo listo para partir-Dijo en voz alta Johann-. Ya desearemos no regresar a ésta tribu-Murmuraban los soldados españoles entre si-. Un soldado portugués que había oído aquellos murmullos se acercó a Johann para avisarle. Los soldados españoles han dicho que no desearían regresar-Dijo el soldado-. Enfurecido, Johann se acercó a los soldados españoles y les detuvo. ¡Está bien!-Exclamó-; Si así lo desean creo que daré de baja a varios de ustedes-Dijo furioso-. Usted no puede ejecutar esa acción; Usted solo está provisionalmente-Replicaron dos soldados españoles-. Tiene razón, pero si puedo llamar la atención en situaciones como ésta-Afirmó Johann-. Luego de la breve discusión, todos lograron embarcar para, al fin, zarpar.

Parte XV

Al alejarse de las costas africanas, sobrevino una visión en la mente de un soldado portugués. ¡Acabo de tener una visión espantosa!-Exclamó el soldado-. ¿Qué vio?-Preguntó Johann-. Vi a Martín y Gabriel dentro del ejército holandés-Respondió el soldado-. Ellos nunca nos abandonarían-Dijo Johann-. Mientras el portugués recordaba una y otra vez su visión, los demás se amotinaban por la falta de comida en el barco. Iré a ver qué les sucede-Dijo-.

Cuando logró llegar hacia donde estaban sus soldados, el ambiente no era muy agradable. ¡Usted no se preocupa por nosotros!-Exclamó enfurecido un soldado español-. Debemos matarlo-Propuso otro soldado, también español-. ¡Silencio!-Ordenó Johann-; Se muy bien que escasean los alimentos, pero trataremos de sobrevivir como podamos hasta pisar tierra-Dijo-. Usted solo piensa en si mismo-Corearon todos los soldados españoles-. En ese instante, Johann les abandonó. ¡Qué desagradecidos!-Exclamó en voz baja-.

Esa noche reinaba el silencio en todo el barco. Todos dormían plácidamente sin nada en sus estómagos. En ese momento, un soldado portugués se acercó a Johann. ¿Sucede algo?-Preguntó Johann-. El portugués duró varios segundos para responder. Hice una pregunta y espero respuesta-Dijo Johann-. Los soldados españoles quieren asesinarlo-Respondió el soldado portugués-. Esas son tonterías-Replicó el otro-. No señor, es verdad-Insistió el portugués-. Por ahora regrese a dormir-Pidió Johann-. Antes de irme debo hacerle una pregunta-Dijo el portugués-; ¿Qué piensa hacer una vez haya terminado de rescatar a Gabriel y Martín?-Preguntó-. Por ahora terminemos de llegar a nuestro destino-Respondió Johann bostezando-. El soldado portugués abandonó el lugar, quedando Johann solo de nuevo.

Cuando amaneció y aún dormían gran parte de los pasajeros de aquel barco, dos soldados españoles subieron a la cubierta e interceptaron a Johann. ¿Qué sucede?-Preguntó Johann-. Prepárese a morir-Respondió uno de los amotinados-. No se por que tantas diferencias entre nosotros-Dijo Johann-. Mejor será que abandonen sus propósitos de asesinarme, pues solo yo puedo rescatar a Gabriel y Martín con vida. Los dos soldados miraron por un momento a Johann y, apartándolo del camino se lanzaron al mar. ¡Desertores!-Gritó Johann-.

Los soldados portugueses habían oído el grito y despertaron asustados a ver lo que sucedía. Cuando llegaron, no encontraron nada excepto a Johann. ¿Qué sucedió?-Preguntó un portugués-. Dos soldados españoles amenazaron con asesinarme, pero se lanzaron al mar y escaparon-Respondió Johann-. Debo hablar con todos ellos cuando lleguemos a América-Dijo-. ¿Por qué no aprovecha éste momento?-Preguntó otro portugués-. Por ahora no-Respondió Johann-. Por favor regresen adentro-Pidió-. En ese momento, todos avistaron un barco que, aparentemente era holandés. Dicho barco pasó cerca al portugués y varios de sus tripulantes saltaron hasta el otro barco. ¿Qué quieren y quienes son?-Preguntó Johann-. Somos holandeses-Respondió uno de los intrusos-. ¿Cuál es su nombre?-Preguntó Johann-. Yo prefiero no decir mi nomnbre-Respondió el otro-. ¿Hacia dónde van?-Preguntó-. Nos dirigimos hacia América-Respondió Johann-. Los soldados portugueses, como casi siempre, oyeron la conversación y acudieron con sus armas en ayuda de su comandante.

Alzando sus armas y apuntando hacia sus inesperados visitantes exigieron que se retiraran. ¡Retírense!-Gritó un portugués-. En ese momento llegaron los soldados españoles y empezó una breve escaramuza en la que se escucharon solo unos cuantos disparos. Aquello era increíble; Uno a uno fueron sucumbiendo los infiltrados hasta que, implorando piedad, el líder de aquel mini ejército se rindió. Éste fue amarrado al mástil del barco e interrogado. ¿Qué hace aquí?-Preguntó un soldado español-. Yo se información sobre su más temible enemigo-Respondió el otro atemorizado-. Desátenlo-Ordenó Johann-.

Mientras tanto, volviendo a América con Martín Alonso y Gabriel Da Oliveira, ellos continuaban esperando lo que necesitaban del rey Wilhem I. Necesitamos la hoja de papel, el tintero y la pluma-Pidió Da Oliveira, o mejor dicho Albert-. ¿Qué necesidad tienen de eso?-Preguntó Wilhem I-. Nosotros lo necesitamos-Insistió Albert-. Y necesitamos que nos de un recorrido por su reino-pidió-. Eso no podrá darse-Replicó Wilhem I nervioso-. ¿Por qué no podrá cumplirnos esa petición si lo prometió hace mucho tiempo?-Preguntó Peter-. Por ahora vuelvan a sus habitaciones-Pidió Wilhem I-. Antes de marcharse, recibieron de su majestad lo que tanto habían pedido: La pluma, la hoja de papel y el tintero.

Se retiraron ambos a sus habitaciones con su pedido en mano. ¿Quién escribe la carta?-Preguntó Peter-. La escribiremos entre los dos-Respondió Johann-. No debemos permitir que nadie nos vea-Dijo el primero-. ¿Y cómo recorreremos el reino?-Preguntó Peter-. Eso debe esperar, después de todo nuestros soldados nos ayudarán en esa arriesgada tarea-Respondió Albert-. Luego de entrar a su habitación, comenzaron a escribir la carta que decía así:

A todos nuestros soldados:

"Sabemos muy bien que se sienten incómodos con alguien del cual desconfían, pero también sabemos muy bien que luego de salir de este palacio, podrá restaurarse la paz en estos territorios y cada uno de nosotros podrá hacer con sus vidas lo que mejor desee. Deseamos volverlos a ver y juntos terminar la búsqueda que ya habíamos comenzado y en la cual hemos recibido la ayuda de tantas personas, así como hemos enfrentado las rivalidades de otros muchos. Pero antes de que regresen a rescatarnos deseamos traer unos viejos conocidos: El comandante Juan Olavarría y el sacerdote Zúñiga quienes se encuentran en América Central".

Iré a devolverle sus cosas al rey-Dijo Peter-. Mientras tanto, Albert escondía la carta debajo de los almohadones de su lecho. Caminó Peter hasta la habitación de su alteza Wilhem I para ser recibido por cuatro guardias reales. ¿Sucede algo?-Preguntó Peter a los guardianes-. ¿Qué escribió?-Preguntaron los otros-. Solo fue una carta. Nada más-Respondió Peter-. Necesito ver al rey-Pidió-. El rey está durmiendo-Dijeron los custodios reales-. Déjenle esto a su majestad; Le agradecemos mucho-Dijo Peter, quien se despidió con una breve reverencia y volvió a su habitación-.

¿Qué sucedió?-Preguntó Albert-. El rey duerme-Respondió Peter-; Pero dejé en manos de sus guardianes el tintero y la pluma-Dijo-. No veo la hora de salir de aquí-Dijo en voz baja Albert-. ¿Cuándo regresarán nuestros soldados?-Se preguntó a si mismo Peter-. Solo debemos aguardar con paciencia-Repuso Albert-. Luego de esto, cayeron presas del cansancio y se durmieron. Fue entonces cuando Josef Dirk les llamó a la puerta. ¿Qué no ve que dormimos?-Preguntó Albert-. Necesito hablar con ustedes-Suplicó el otro-. Será mañana-Insistió Albert-. Josef Dirk se alejó mientras Albert volvía a dormir. ¡Qué fastidioso!-Exclamó-.

Todavía en medio del océano, Johann interrogaba a su cautivo. Dígame todo lo que sabe sobre nuestro enemigos-Exigió-. Solo se que Wilhem Wolf es rey-Repuso el otro-. Ya nosotros sabíamos eso-Dijo Johann quien dejó libre a su cautivo-. Éste se echó al mar y se sumergió, al tiempo que Johann tomó su arma y lanzó un disparo que por poco alcanza al otro. ¿Cuándo podremos vivir en paz?-Se preguntó a si mismo-. Mientras tanto una tormenta se aproximaba, por lo que Johann decidió bajar con sus demás soldados. Cuando llegó, los soldados españoles tenían cosas que decir. ¿Qué sucede?-Preguntó-. Debemos pedirle disculpas por nuestra actitud irreverente-Dijo uno-. ¿Lo que ustedes hicieron fue porque yo les incomodaba al principio?-Preguntó Johann-. A decir verdad si, de hecho planeábamos asesinarlo-Confesaron todos los españoles-. Por ahora olvidemos todo aquello que haya podido escindirnos-Dijo Johann-.

Luego de recibir disculpas de su jefe provisional, los españoles acallaron para que se escucharan voces africanas. Queremos decir algo-Intervino uno de aquellos-. ¿Ustedes también tienen algo que decir?-Preguntó Johann-. Cuando navegábamos en el Amazonas, nosotros asesinamos a nuestro comandante; Él no se suicidó-Dijo el africano con lágrimas en los ojos-. ¿Ustedes hicieron eso?-Preguntó un español-. Si, pero nunca lo confesamos al comandante Gabriel ni al comandante Martín-Respondieron a coro los africanos-. Yo propongo sacrifiquen a tres de nosotros como ofrenda-Dijo otro africano-. ¿Cómo vamos a hacer eso?-Preguntó estremecido Johann- Mejor no provoquemos más bajas-Dijo y les abandonó-. No voy a dejar mi promesa sin cumplir-Dijo el africano que hizo la propuesta-.

Parte XVI

A la madrugada siguiente, despertaron dos soldados africanos y, sin la presencia ni de Johann ni de algún otro soldado, cumplieron su promesa. Uno de ellos fue atado al mástil del barco, mientras otro tomaba un cuchillo y le propinaba una puñalada en el corazón. Ahora si debe estar feliz-Dijo el que dio la puñalada-. Desataron el cuerpo muerto del sacrificado y lo echaron al mar. Al oír la caída, Johann despertó. ¿Qué acaba de suceder?-Preguntó-. Él lo pidió-Respondió el que portaba el cuchillo en sus manos-. ¿Quién pidió qué?-Preguntó Johann confundido-. El soldado que hizo la propuesta de sacrificios como ofrenda al comandante que nosotros mismos asesinamos, pidió que le diera una puñalada en su corazón-Respondió el otro-.

Johann quedó por varios segundos mirando fijamente el cuchillo ensangrentado, y estalló. ¡Yo fui muy claro con ustedes!-Exclamó furioso-. Les dije que no queríamos que se produjeran más bajas-Recordó-. Pero él lo pidió-Replicó el del cuchillo-. No me interesa eso-Dijo Johann quien tomó el cuchillo y lo lanzó al mar-. Al mismo tiempo se hacía notar en el horizonte algo que les indicaba que ya estaban aproximándose a América. ¡Veo tierra!-Exclamó-. Iré a avisarles a los demás-Dijo-. Johann regresó y, le preguntaba al capitán del barco si las tierras a las que se aproximaban eran las del continente americano. ¿Ya estamos cerca?-Preguntó-. Si, ya casi llegamos a nuestro destino-Respondió el capitán, un sujeto de apellido Núñez-. Johann fue a avisarles a los soldados, y estos recibieron con mucho agrado la noticia de que, al fin, su largo viaje terminaba.

En el palacio real de Wilhem I la situación era muy diferente. Luego de despertar, Albert y Peter buscaron desesperadamente a Josef Dirk. Bajaron las escaleras y llegaron a la entrada del palacio y lo encontraron parado frente a la puerta. ¿Qué quería decirnos anoche?-Preguntó Albert-. Solo quería preguntarles para quien era esa carta que escribieron-Respondió Josef Dirk-. Debo ir a revisar algo-Interrumpió Peter-. ¡Espere, aún no termino!-Exclamó el otro-. Mientras subía las escaleras hacia su habitación, Peter se encontró con su majestad Wilhem I. ¿Por qué tanta prisa?-Preguntó el monarca-. Debo ir a mi habitación-Respondió Peter-. Yo podría acompañarle-Dijo Wilhem I-. ¿No tiene asuntos que atender?-Preguntó Peter-.

Mientras Peter se introducía en su habitación, en el primer piso de la residencia del monarca se desataba una discusión entre Albert y Josef Dirk. ¡Dígame qué escribieron en esa carta!-Exigió el primero-. Solo fue un saludo a nuestros amigos en Holanda-Respondió el segundo-. ¡Mentira!-Gritó Josef Dirk-. En ese momento, interrumpió Wilhem I quien lanzó gritos al aire con la esperanza de calmar a los enfrentados. ¡Silencio!-Ordenó el monarca-. Necesito que él me diga qué escribió en esa carta-Pidió Josef Dirk-. Y yo necesito pedir a su majestad que nos de un paseo por su reino-Exigió Albert-. ¿Por qué tanto alborozo?-Preguntó Wilhem I-. Quiero que Albert me diga qué ha escrito en su carta- exigió el primero de los dos confrontados-. ¡Solamente fue para mis amigos en Holanda!-Exclamó el segundo de ellos-. ¡Ya cálmense los dos!-Ordenó su majestad Wilhem I-.

Acabada la discusión, Albert volvió a la habitación donde se hallaba su amigo Peter. Al entrar, buscó la carta que se había escrito antes y la introdujo entre sus vestiduras. No podemos seguir mucho tiempo aquí-Dijo Albert-. Estos guardias se tornan cada vez más y más hostiles-Argumentó-. Necesitamos enviar ésta carta lo más rápido posible a nuestros soldados-Dijo-. Fue entonces cuando Wilhem I llamó a la puerta. Necesito hablar con los dos-Dijo el rey-. El rey puso a Albert y Peter ante su trono y les interrogó. ¿Por qué razón no revelan el contenido de su carta?-Preguntó-. Es información que nadie puede saber-Respondió Peter-. Entonces me temo que tendré que echarlos-Sentenció el monarca-. Antes de irnos, necesitamos que nos envíe a España-. Pidió Albert-. Buscaremos un barco que los pueda llevar a ese país que tanto odio-Dijo Wilhem I-.

Por la tarde, Albert fue a ver si ya se había conseguido quien les llevara a el y a Peter a España. ¿Ya se consiguió un barco para nosotros?-Preguntó-. Ya enviamos a un emisario-Respondió Wilhem I-. Mientras tanto regresaremos a nuestra habitación-Dijo-. Les avisaremos cuando tengamos noticias de su pedido-Dijo el rey-. Regresaron a la habitación donde, no hicieron más que esperar hasta la media noche. Una vez que estemos en España, buscaremos soldados e iremos hacia América Central a buscar a un viejo conocido-Dijo Albert-. ¿Qué sucederá con la carta que escribimos?-Preguntó Peter-. La dejaremos enganchada a las ramas de un árbol, pero antes hay que escribir nuestros nombres en ella-Respondió Albert-. Para eso, le pediré a su majestad Wilhem la pluma y el tintero-Dijo-.

Albert salió de la habitación para hacer su petición al rey. Su majestad-Llamó varias veces-. ¿Qué quiere?-Preguntó el monarca-. Necesitamos de nuevo la pluma y el tintero-Pidió Albert-. No entiendo para qué necesitan tanto esto-Dijo el monarca disgustado-. Ésta será la última vez que le pediremos cosas como ésta-Dijo Peter-. Tomen, váyanse-Pidió Wilhem I quien entregó el tintero y la pluma a Albert-. Estos últimos se dirigieron hacia su habitación y rápidamente inscribieron sus nombres en su carta; Sus nombres verdaderos. Volvieron con el rey y le devolvieron rápidamente el tintero. ¿No se les olvida mi pluma?-Preguntó Wilhem I-. Aquí tiene-Dijo Peter-.

Albert y Peter no durmieron toda esa noche, pues esperaban la respuesta del rey acerca de su barco. ¿Cuánto tardará?-Preguntó impaciente Albert-. Solo hay que esperar; El rey dijo que nos avisaría pronto-Respondió Peter-. Fue entonces cuando recibieron el llamado que estaban esperando. El rey quiere verles-Dijo un guardia real golpeando la puerta de la habitación donde se hallaban los dos-. Vengan conmigo-Pidió-. Al entrar en el recinto donde se hallaba el rey, éste les hizo sentar. Hemos encontrado un barco disponible-Dijo-. ¿Cuándo partiremos?-Preguntó Albert-. Partirán mañana en la mañana-Respondió Wilhem I-. Regresen a su habitación-Pidió el monarca-.

Al momento de regresar a la habitación que había sido su hospedaje por tanto tiempo, Albert y Peter acogieron con una inmensa felicidad la noticia dada por su propio enemigo. ¡Al fin fuera de aquí!-Exclamó Peter-. Pero antes debemos despojarnos de estos nombres falsos-Dijo Albert-. Después de haber poseído por tanto tiempo esos nombres que les habían ayudado a pasar inadvertidos ante los ojos del rey, ambos retornaron a sus nombres reales. Todo volvía a ser como antes. Por ahora no debemos decir nuestros nombres verdaderos aquí-Dijo Albert-. Esperemos el día de mañana-Dijo Peter-. Así lo hicieron y se durmieron.

A la mañana siguiente, Wilhem I se acercó a la habitación donde se hallaban sus ahora enemigos y les despertó. Ya está listo su barco-Dijo el rey-. Antes, él mismo les obsequió a Albert y Peter unas piedras preciosas que había guardado todo el tiempo. Muchas gracias-Dijo Peter-. Luego, el rey ordenó a unos guardias reales que acompañaran hasta la salida a sus antiguos inquilinos. Mientras bajaban las escaleras un guardia hizo una pregunta que se quedó sin respuesta. ¿Por qué viajarán hacia España?-Preguntó-. No podemos revelar los motivos de nuestro viaje-Respondió Peter-. Por ahora llévenos hacia nuestro barco-Pidió Albert-.

Cuando se aproximaron a la salida del palacio, Josef Dirk se aproximó hacia los salientes para hacer la misma pregunta a la cual Albert y Peter dieron la misma respuesta. ¿Ustedes volverán de su viaje?-Preguntó uno de los guardias-. No lo sabemos-Respondió Albert-. ¿Por qué no responden?-Volvió a preguntar el primero-. No podemos revelar los motivos de nuestro viaje-Dijo Peter-. Por ahora lleguemos hacia el río donde nos espera el barco-Pidió Albert-. Luego de estas palabras no se volvió a escuchar ninguna otra pregunta ni respuesta; Solo se escucharon los pasos de la gente. Caminaron y caminaron, hasta que Albert pidió que todos se detuvieran. Voy a dejar algo-Dijo-. Se escondió entre los árboles y, en una de sus ramas dejó enganchada la carta que había escrito a sus soldados. Continuaron y continuaron su trayectoria que parecía no tener fin hasta que, llegaron al lugar donde acababa su falsa amistad con los holandeses.

Parte XVII

Nos volveremos a ver-Dijo Albert a los guardias reales holandes-. Los otros se quedaron mirando fijamente el barco y a sus dos pasajeros que se introducían dentro del mismo. Ahora ellos dos volvían a sus nombres reales, y para ello hicieron como si ese fuera el día que se encontraron en el río de la plata. Mi nombre es Gabriel Da Oliveira-Dijo éste estrechando la mano del otro-. Mi nombre es Martín Alonso-Dijo éste haciendo el mismo gesto al otro-. Y así, con sus verdaderos nombres recuperados, zarparon hacia la metrópoli dominante: España. Da Oliveira no pudo dejar de mirar a los guardias holandeses que, se hacían más y más pequeños mientras su embarcación se alejaba de la orilla.

¿Cree que nuestros soldados encontrarán la carta?-Preguntó Gabriel Da Oliveira a Martín Alonso-. No lo se, pero espero que la encuentren-Respondió el otro-. ¿Qué no piensan venir adentro?-Preguntó un tripulante de aquella embarcación-. Yo bajaré-Dijo Martín Alonso-. ¿Usted no vendrá?-Preguntó-. Yo me quedaré aquí-Respondió Gabriel da Oliveira-. Mientras Martín se introducía, Gabriel se quedó mirando hacia el río. ¿Qué les sucederá a nuestros soldados si no nos encuentran?-Se preguntó-. En ese momento comenzó a caer una fuerte lluvia y, en consecuencia él también se introdujo dentro del barco.

Cuando llegó al lugar donde estaba su compañero Martín Alonso, Gabriel Da Oliveira conoció al capitán del barco. Necesito hablar con el capitán del barco-Dijo-. El capitán no desea visitas en éste momento-Repuso un miembro de la tripulación-. Pero yo necesito hablar con él-Insistió Da Oliveira-. Está bien, venga conmigo-Dijo el otro-. Mientras se dirigían hacia donde se hallaba el capitán, el marinero comenzó a charlar con Da Oliveira. ¿Para qué necesita ir a España?-Preguntó-. Para buscar soldados-Respondió Da Oliveira-. Nosotros podemos ayudarles en eso-Dijo el otro-. ¿Cuál es su nombre?-Preguntó Da Oliveira-. Mi nombre es Gonzalo-Respondió éste-. ¿Y el suyo?-Preguntó-. Mi nombre es Gabriel Da Oliveira-Respondió el otro-. Por lo visto es portugués-Dijo Gonzalo-. Así es-Afirmó Da Oliveira-.

Habiendo llegado con el capitan, éste se presentó ante Da Oliveira. Se muy bien que no desea visitas en este momento-Dijo éste-. ¿Qué desea?-Preguntó el capitán-. Necesito hablar con usted-Respondió Da Oliveira-. Primero déjeme presentarme-Pidió el marinero-; Mi nombre es Hernán. ¿Hernán Cortés?-Preguntó Da Oliveira-. No, no Hernán cortés, simplemente llámeme Hernán-Respondió él-. Necesito que me ayude a conseguir soldados-Pidió Da Oliveira-. ¿Me ha dicho su nombre?-Dijo Hernán-. Me llamo Gabriel Da Oliveira y soy portugués-Respondió éste-. ¿Entonces por qué no busca soldados en Portugal?-Preguntó Hernán-. Escúcheme, yo busco soldados en España porque tengo amigos de ese país-Respondió Da Oliveira-. ¿Para qué soldados?-Preguntó Hernán-. Para combatir a los holandeses-Respondió Gabriel Da Oliveira-.

En horas de la tarde de aquel día, mientras todavía navegaban por el caudaloso río Amazonas, Hernán llamó a Gabriel Da Oliveira. Necesito hablar con usted-Pidió éste-. Iré en un momento-Dijo Da Oliveira-. En ese instante, bajó para encontrarse con el capitán del barco, con quien ya empezaba a trabar una amistad. ¿Qué quiere?-Preguntó-. Necesito que, en pago de mi ayuda, busquemos algo de oro-Respondió Hernán-. No podemos detenernos a nada-Insistió Da Oliveira-; Debemos llegar a España y buscar nuestros soldados rápidamente-Dijo-. ¿Cuál es su afán por combatir a los holandeses?-Preguntó Hernán-. Llevamos en América mucho tiempo y, ellos no han sido más que un obstáculo para la paz-Respondió Da Oliveira-. Es por eso que no podemos detenernos-Dijo-.

Por ahora no podemos hacer nada, más que legar a nuestro destino-Dijo Gabriel Da Oliveira-. Así será-Afirmó Hernán-. Pero, algo quiso decir que si se detendrían: Un grupo de contrabandistas alemanes interceptó su barco. ¿Qué sucede ahora?-Preguntó furioso Hernán-. Mejor bajemos a ver quienes son éstos-Dijo Gabriel Da Oliveira-. Bajaron a ver lo que sucedía, mientras que los alemanes les apuntaban con sus armas y navajas. ¿Qué quieren?-Preguntó Hernán-. Sabemos que llevan oro-Dijo el líder de los contrabandistas-. No llevamos nada de eso; Si desea revise el barco-Dijo Hernán-. Con gusto; Por cierto, mi nombre es Joseph-Dijo éste-. Mientras Gabriel Da Oliveira y Hernán esperaban fuera, dentro del barco aún estaban Martín Alonso y los demás miembros de la tripulación del capitán.

¡No hay nada!-Exclamó Joseph enfurecido-. Le dije que no tenemos ni oro, ni piedras preciosas-Recordó Hernán-. Creo que tendremos que llevarnos a uno de los miembros de su tripulación-Dijo Joseph-. ¿Cómo puede hacer eso?-Preguntó indignado Gabriel Da Oliveira-. Bueno, en vista de que no tendré oro, al menos tendré un esclavo-Respondió Joseph riéndose-. Volveré con mis hombres a su barco y me llevaré a uno de los suyos-Dijo-. Da Oliveira estuvo a punto de accionar su arma y propinarle un disparo al intruso pero sabía que si lo hacía, quienes andaban con quien quería matar, le matarían también. Joseph subió al barco y, accionando su arma se dispuso a buscar entre los marineros al más indicado para sí. ¡No por favor!-Exclamó el infortunado que, era nada más y nada menos que Gonzalo-. Adios-Dijo Joseph carcajeándose y tomando por el cuello a su prisionero-.

Ahora si no nos detendremos-Dijo Hernán-. ¿Qué sucedió?-Preguntó Martín Alonso-. Se llevaron a Gonzalo-Respondió Hernán-. ¿Quién o quienes?-Preguntó Alonso-. Unos alemanes-Respondió el otro-. Holandeses, ingleses, franceses y ahora alemanes-Dijo bruscamente Martín Alonso-. Aún nos falta mucho para llegar a España, muchas cosas por ver, y mucha gente por encontrar en el camino-Dijo Gabriel Da Oliveira-. Entraron de nuevo al barco para continuar navegando en un viaje que, al igual que otros, les había traído muchas sorpresas. Y es que, aún esperaban más.

Parte XVIII

Para los soldados que dirigía el holandés Johann comenzaba un viaje hacia el recinto donde se hallaba su más temido enemigo. Pero además de eso, iniciarían junto a los nativos traídos de Guinea y los soldados que siempre habían militado en su ejército una ofensiva contra sus enemigos. Lo primero que haremos será atacar el palacio-Dijo Johann-. ¿Y si resultamos derrotados?-Preguntó un soldado portugués-. No creo que los guardias reales sean muchos, pero hay que tener precaución con los holandeses y su rey-Respondió Johann-. Caminaban en medio de la selva cuando un soldado español se introdujo entre los árboles y encontró un papel enganchado en una rama. Miren ésto-Dijo el español-. ¡Es la carta que dejaron Gabriel y Martín!-Exclamó confundido-. Déjeme ver-Pidió Johann-.

Todos los demás soldados se acercaron a Johann, quien les leyó la carta en voz alta. Parece que tendremos que ir a América Central-Dijo-. ¿Alguien de ustedes conoce a Juan Olavarría?-Preguntó-. Nuestros líderes lo conocen a él y a un sacerdote de apellido Zúñiga-Respondió un portugués-. Antes de ir hacia Centroamérica, lanzaremos un primer ataque al palacio de Wilhem I-Afirmó Johann-. Apresurémonos, pues acamparemos cerca al enemigo-. ¿Dónde estarán Gabriel y Martín?-Preguntó un africano-. No lo se, pero volverán pronto-Respondió Johann-. De allí en adelante no se escucharon más voces; Solo los pasos de los soldados.

En medio de su caminata, algo impensable para todos ocurrió. Ésta vez no se trataba de una presencia enemiga, sino de una serpiente que mordió a un soldado español. ¡Ayuda!-Gritaron aterrados los españoles-. Johann se aproximó a ver la cara del herido que, mostraba dos marcas de colmillo en una de sus mejillas. ¿Moriré?-Preguntó el afectado-. Tal vez se infecte la herida, pero ya se que es lo que haremos-Respondió Johann-. ¿Ahora qué haremos?-Preguntó un portugués-. Lo que haremos está ajustado al plan de ataque-Respondió Johann-. Ustedes permanecerán ocultos entre los árboles y yo llegaré con nuestro compañero herido hacia los guardias del palacio-Dijo-. Luego les pediré que lleven ante los sirvientes del rey para que estos le curen la herida y le extraigan el veneno-Prosiguió-. ¡Excelente!-Dijeron alegremente los soldados españoles, portugueses y africanos alzando sus armas-.

Ya nos acercamos al palacio-Dijo Johann-.Ustedes deben estar lo más lejos posible-Ordenó a sus soldados-. Como por arte de magia, soldados portugueses, españoles y africanos se escondieron entre los árboles mientras Johann siguió junto al soldado de la herida hacia su destino. ¿No pasará mucho tiempo hasta que vuelvan?-Preguntó el herido-. Su herida mantendrá tan ocupados al rey y sus sirvientes que, nosotros aprovecharemos para atacar su reino-Respondió Johann-. Allí está el palacio de Wilhem I-Dijo-. ¿Cómo sabrán que queremos la ayuda de su rey?-Preguntó el español-. Yo me les arrodillaré-Respondió Johann-. Cuando se aproximaban a los guardias reales, Johann fingió estar asustado; Y cómo no habría de estarlo. ¡Necesitamos su ayuda!-Exclamó-. ¿Qué les sucedió?-Preguntó uno de los guardianes-. A mi amigo lo mordió una serpiente-Respondió Johann-. Necesitamos la ayuda del rey-Suplicó-. Se muy bien que sus sirvientes sabrán de cómo curar una herida como ésta-Dijo-. Llevémoslo ante su majestad-Dijeron los guardianes quienes tomaron al herido en brazos-. Johann esperó pacientemente a que los guardianes entraran en el palacio y fueran totalmente invisibles ante sus ojos. Luego de dicho suceso, hizo señas a los soldados para que salieran de donde se escondían. Ahora si se iniciará la ofensiva-Dijo Johann-. Donde encontremos una base militar holandesa, combatiremos-Dijo un soldado africano-. Siguieron caminando hasta que divisaron a lo lejos su primer objetivo.

Es un pequeño campamento-Dijo Johann-. Carguen sus armas-Ordenó-. Mientras todos cargaban, Johann se acercó al campamento y, sin hacer ningún ruido hizo señas con la mano a sus soldados para que atacaran; Al mismo tiempo, el también accionó su arma y propinó el primer disparo. Todos los que estaban en el campamento enemigo reaccionaron y salieron al ataque. Al principio el ejército multiétnico se vio doblegado por el holandés pero, luego reaccionó para ir eliminando uno a uno a todos los enemigos que estaban en el campamento. Ya se hacía de noche cuando, inesperadamente, los holandeses se retiraron y huyeron. Johann disparó pero ésta descarga solo alcanzó a uno de los dispersados y lo hizo morir.

Ahora éste campamento será nuestro-Dijo Johann-. Podremos transformar todo esto en una base militar-Dijo un soldado español-. Eso nos tomará mucho tiempo-Interrumpió Johann-. Hay que descansar-Dijo un portugués-. Yo vigilaré-Dijo Johann-. Nosotros acompañaremos-Dijeron diez españoles-. Los otros soldados quedaron totalmente dormidos mientras Johann y sus colaboradores permanecieron entre los árboles al tanto de cualquier presencia sospechosa. Así se fue toda la noche. No debemos quedarnos dormidos-Dijo Johann a sus acompañantes, quienes dormitaban-. Creo que vi algo-Dijo un soldado-. Saldré a ver-Dijo Johann-. Era un soldado que los compañeros de Johann conocían muy bien y que, por el momento, escapaba de los holandeses. ¡Por favor no me haga daño!-Suplicó éste-. ¿Quién es usted?-Preguntó Johann alzando su arma-. Primero lléveme a su campamento y le explicaré quien soy-Respondió el errante-.

Venga-Pidió Johann-. Mi nombre es Gaspar Da Silva-Dijo el otro-. ¿Dónde están Gabriel Da Oliveira y Martín Alonso?-Preguntó-. No lo se, pero ellos estuvieron en el palacio del rey Wilhem I mientras yo estaba junto a sus soldados en África-Respondió Johann-. ¿Qué le sucedió a usted?-Preguntó-. Antes de que ellos partieran en su expedición, yo decidí quedarme con los indígenas-Respondió Da Silva -. ¿Algo más?-Preguntó Johann-. Mucho tiempo después, los holandeses atacaron las comunidades indígenas, mataron a todos los jefes y a mí me llevaron prisionero. Mientras estuve en cautiverio, los holandeses avanzaron y siguieron atacando y conquistando, para luego unificar todos sus nuevos territorios en un reino-Respondió el otro-. Si desea puede quedarse vigilando con nosotros-Propuso Johann a Gaspar-. ¿Éste campamento es suyo?-Preguntó el otro-. Se lo arrebatamos a los holandeses-Respondió Johann-.

Necesito descansar-Dijo Gaspar Da Silva -. Creo que hay un espacio libre para usted-Dijo Johann-; Y así es-Afirmó señalándole al otro su lugar de descanso-. Aunque un poco apretado con los soldados portugueses, españoles y africanos, Da Silva pudo descansar después de estar varios días en la selva huyendo de sus enemigos. Mientras tanto Johann volvió a vigilar junto a los españoles que estaban con él. ¡No se duerman!-Ordenó a los otros-. Se notaba el cansancio en todos los soldados; Incluso Johann se encontraba agotado, aunque logró permanecer despierto durante todo el resto de la noche. Por el resto de esa noche, los nuevos ocupantes de aquel campamento pudieron disfrutar de una relativa tranquilidad; Al menos porque no hubo enemigos cerca.

Para Gabriel Da Oliveira y Martín Alonso ya se acercaba una nueva etapa de su viaje. Ya habían dejado atrás el río para entrar en el océano. ¿Cómo haremos para alimentarnos?-Preguntó Martín Alonso-. Creo que el capitán debe tener redes para pescar-Respondió Gabriel Da Oliveira-; Iré a preguntar-Dijo-. ¿Dónde estarán nuestros compañeros?-Se preguntó Martín Alonso-. Mientras se dirigía hacia el capitán, Da Oliveira se encontró con unos miembros de la tripulación a quienes preguntó sobre redes de pesca. La respuesta que estos dieron fue negativa. Tengo que encontrar una red-Dijo-. Cuando logró hablar con el capitán éste también le respondió negativamente. ¿Entonces con qué alimentará a su tripulación?-Preguntó-. Uno de ustedes debe sumergirse en el mar y encontrarnos algunos peces-Respondió Hernán-. Eso sería muy arriesgado-Dijo Da Oliveira-. ¿Acaso quiere morir de hambre?-Preguntó Hernán-. Lo haremos mañana en la tarde-Respondió Da Oliveira-.

Esa noche, nadie comió ni bebió nada; Ni siquiera el capitán Hernán. Mañana debemos sumergirnos en el mar a buscar peces-Dijo Gabriel da Oliveira a Martín Alonso-. ¿Cuándo lo haremos?-Preguntó el otro-. Será mañana en la tarde-Respondió el primero-. ¿Quiere venir adentro?-Preguntó Da Oliveira-. Me quedaré aquí-Respondió Alonso-. ¿Qué pensará el capitán si mañana, bajo el mar, nos mata algún predador?-Preguntó-. Eso no sucederá; sabemos que tendremos comida suficiente para alimentarnos nosotros y a todos nuestros compañeros-Respondió Da Oliveira-. Mejor voy a dormir-Dijo-. Fue entonces cuando Martín Alonso vio una luz y llamó a Gabriel Da Oliveira para que viera aquel extraño resplandor. ¿De dónde provendrá esa luz?-Preguntó-. Eso debe indicar que estamos cerca de nuestro destino-Respondió Da Oliveira-. Tenemos que avisarle al capitán-Dijo Martín Alonso-. Rápidamente bajaron y, dieron la noticia a Hernán quien cambió el rumbo del barco.

Parte XIX

Partes: 1, 2, 3, 4
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