El conquistador silencioso. Una historia ambientada en tiempo real de algo que nunca sucedió (página 4)
Enviado por Javier Molina
Mientras el barco se dirigía hacia ese extraño resplandor, las mentes de Gabriel Da Oliveira y Martín Alonso se llenaban de dudas. ¿Ha visitado alguna vez el lugar hacia el que nos dirigimos?-Preguntó Gabriel Da Oliveira-. La verdad no-Respondió Hernán-. Lleguemos para ver de qué y quienes se trata-Dijo-. El barco siguió su rumbo hasta que, se detuvieron para desembarcar y poder ver con mayor precisión lo que había en aquel lugar. Sin duda era un faro el que destellaba aquella luz y de cuyo interior salió su dueño. Bienvenidos-Dijo-. ¿Puedo ayudarles en algo?-Preguntó-. Queremos saber donde estamos-Respondió Martín Alonso-. Estamos en las islas Azores-Respondió el otro-; Por cierto, mi nombre es Diego-Dijo-. ¿Y los suyos?-Preguntó-. Mi nombre es Gabriel Da Oliveira-Respondió éste-. Mi nombre es Martín Alonso-Respondió el otro-. Mi nombre es Hernán-Respondió el último de todos-.
Martín, Gabriel y Hernán quedaron mirando fijamente el faro durante varios minutos, hasta que decidieron marcharse de allí. Si desean, puedo darles alojamiento en mi casa-Dijo Diego-. Íbamos hacia España a buscar soldados, pero nos encontramos con ésta isla-Dijo Da Oliveira-. Yo podría ayudarles con eso-Dijo Diego-. Necesitamos descansar-Dijo Martín Alonso-. ¿Quién cuidará de nuestro barco?-Preguntó-. Iré a hablar con la tripulación-Dijo Hernán-. Los tripulantes no habían bajado del barco por temor a que aquello fuera una emboscada de los holandeses, pero su capitán les hizo bajar. ¿Ahora en donde estamos?-Preguntó uno de ellos-. Estamos en las islas Azores-Respondió Hernán-. Necesito que cuiden, solo por esta noche, nuestro barco-Pidió-. ¿Y ustedes hacia dónde irán?-Preguntó otro-. El dueño del faro que nos guió hasta aquí nos hospedará en su casa y nos ayudará encontrar los soldados que necesitamos-Respondió Hernán-. Confío en que harán un buen trabajo, pero iré a hablar con los otros para avisar que me quedaré con ustedes-Dijo-
Hernán volvió hacia donde estaban sus dos compañeros a avisarles que pernoctaría en el barco junto a los miembros de la tripulación, y se volvió con aquellos. Mientras tanto, Gabriel Da Oliveira y martín Alonso quedaron junto a Diego y emprendieron la caminata hacia la casa de éste. ¿Para qué necesitan soldados?-Preguntó Diego-. Para combatir a los holandeses-Respondió Martín Alonso-. Tenemos a nuestros soldados en América, pero necesitamos refuerzos-Dijo Gabriel Da Oliveira-. Descansarán en mi hogar y, por la mañana buscaremos soldados-Explicó Diego-. ¿Hay algún cuartel en ésta isla?-Preguntó Martín Alonso-. No hay ninguno, pero a diario llegan militares procedentes de Portugal-Respondió Diego-. Cuando llegaron a su destino, no tuvieron tiempo de hacer más nada, sino descansar. ¿Desean comer algo?-Preguntó Diego-. Por ahora no-Respondieron Da Oliveira y Alonso con voz cansada-.
Mientras Diego arreglaba cada uno de los avíos que poseía y barría el suelo, despertó Martín Alonso. ¿Por qué no duerme?-Preguntó Diego-. Creo que deberíamos iniciar nuestra búsqueda ahora mismo-Respondió Alonso-. A éstas horas tan altas de la noche nadie está despierto-Replicó Diego-. Tiene razón-Dijo Alonso, quien volvió a dormir-. Espere-Interrumpió Diego-. ¿Por qué combaten a los holandeses?-Preguntó-. Eso lo hablaremos mañana-Respondió Martín Alonso-. Diego abandonó inmediatamente sus labores y también se fue a dormir. Pero la pregunta que le había formulado a Martín Alonso nunca tendría su respuesta.
A la mañana siguiente, apenas despertaron, salieron a buscar soldados. ¿Por dónde es?-Preguntó Martín Alonso-. Debemos llegar a un puerto que está cerca-Respondió Diego-. Apresurémonos-Pidió Gabriel Da Oliveira-. Cuando llegaron al puerto, encontraron varios barcos de los cuales bajaban centenares de soldados. Aquí es-Dijo Diego señalando el lugar de emplazamiento de los barcos-. Hablaremos con el capitán de alguna de esas embarcaciones-Dijo-. Vengan por aquí-pidió-. Era muy difícil que se escucharan entre sí, pues era muy grande el bullicio generado por los militares recién llegados. No será fácil-Dijo Diego-. ¿Qué no podemos entrar en uno de esos barcos?-Preguntó Martín Alonso-. No podemos hacer eso-Respondió Diego-. ¿Cuál es la razón de que no podamos entrar?-Preguntó impacientemente Gabriel Da Oliveira-. Creerán que somos bandidos-Respondió Diego-.
Tuvieron que aguardar por mucho tiempo hasta que, salió el capitán de una de las embarcaciones. ¡Veamos cuanto ofrece aquel!-Exclamó Diego-. Corrieron rápidamente hasta que el mismo capitán les detuvo. ¿Por qué tanta prisa amigos míos?-Preguntó éste-. Necesitamos soldados-Suplicó Diego-. ¿Podemos por lo menos saber su nombre?-Preguntó Martín Alonso-. Me llamo Eduardo-Respondió éste -. ¿Cuáles son sus nombres y de dónde proceden? -Preguntó-. Me llamo Gabriel Da Oliveira y soy portugués-Respondió éste-. Mi nombre es Martín Alonso y soy español-Respondió el otro-. Mi nombre es Diego y soy de estas tierras-Respondió el último-. ¿Nos podrá dar soldados?-Preguntó Gabriel Da Oliveira, quien casi toma del cuello a Eduardo-. Vengan conmigo-Pidió Eduardo, quien les hizo señas a los otros para que apresuraran el paso-.
Los soldados de Eduardo estaban enfilados cerca de su barco y eran bastante numerosos; Eran estos todos los que se necesitaba para el multiétnico ejército de Da Oliveira y Alonso. ¿Están seguros de que estos son los indicados?-Preguntó Eduardo-. Primero diga si desea o no que le demos algo tangible como pago-Respondió Da Oliveira-. Amigo mío, yo no pido nada en pago; Solo con saber que estos soldados harán su trabajo bien hecho junto a ustedes, doy por hecho el trato-Dijo Eduardo estrechando la mano de Da Oliveira-. ¿Entonces significa que ya podemos embarcarnos a América?-Preguntó Martín Alonso-. Efectivamente y, si lo desean, pueden hacerlo ahora mismo-Respondió Eduardo-. Tomaron a sus nuevos soldados y, se encaminaron hacia su barco en el otro extremo de la isla donde esperarían unos días más para partir. Ahora sí podemos iniciar la ofensiva contra los holandeses-Dijo Gabriel Da Oliveira, quien mostraba una sonrisa en su rostro-.
En América, los soldados de Johann habían permanecido siempre en su mismo lugar de emplazamiento desde que se adueñaron de un campamento holandés. ¿Qué les parece si vamos en busca de más enemigos?-Preguntó un soldado portugués-. Debemos quedarnos aquí hasta que regresen nuestros compañeros-Respondió Johann-. Iré a buscar algo de comer-Dijo Johann-. Nosotros iremos también-Dijeron cinco soldados portugueses, entre los cuales estaba Gaspar Da Silva-. Si notan algo sospechoso solo griten-Explicó Johann-. Mientras tanto, éste último partió a buscar comida junto a sus acompañantes y, no tardaría mucho tiempo en escuchar gritos de auxilio de quienes aún permanecían en el campamento. Ya se disponía a cargar su arma para cazar cuando, una serie de gritos rompieron con el silencio. ¡Ayuda! ¡Nos atacan!-Exclamaban despavoridos todos aquellos, mientras se enzarzaban en otra batalla contra sus enemigos-. Los que se encontraban a puto de cazar, abandonaron sus labores para socorrer a sus compañeros. ¿Ahora quienes serán?-Preguntó un soldado español-. Son los holandeses otra vez-Respondió Johann-. ¡Apresúrense!-Ordenó-. Aunque todos fueron sorprendidos súbitamente, con la ayuda de su líder lograron ganar terreno. ¿Desde dónde vendrán estos soldados?-Se preguntó a sí mismo un portugués-. Cuando parecía que habían triunfado en aquel enfrentamiento, aparecieron más y más holandeses.
Aquella batalla continuó por mucho más tiempo del que muchos imaginaban. Pero por tantos que fueran los adversarios, el ejército de Johann logró doblegar a los holandeses y, cuando ya todo parecía inclinarse a favor de aquella unión interétnica, los otros huyeron hacia su campamento. ¡Vamos por ellos!-Gritó un soldado africano-. Todo aquello fue una cadena: Primero los portugueses guiados por el líder; Luego los españoles; Finalmente los africanos. Los holandeses no deseaban proseguir la lucha pero los portugueses, que fueron quienes primero llegaron al campamento, les obligaron a agotar sus fuerzas. ¡Retirada!-Gritó un holandés-. Pero Johann y sus soldados deseaban más. Combatieron contra los holandeses hasta que, agotados, los últimos enemigos que quedaban en el campo de batalla se retiraron. ¡Victoria!-Gritaron alegremente soldados españoles, portugueses y africanos-.
¿Qué desea que hagamos ahora-Preguntó un español-. Quedarnos aquí y esperar el regreso de nuestros compañeros-Respondió Johann-. Yo propongo que vayamos en busca de nuevos enemigos-Dijo un portugués-. Volvamos a nuestro campamento principal-Ordenó Johann-. Yo podría quedarme aquí vigilando-Dijo Gaspar Da Silva-. No podemos dejarlo solo-Replicó Johann-. Todos volvieron a su emplazamiento principal y surgió la pregunta de un soldado africano. ¿No es peligroso que los holandeses vuelvan y reconquisten esto?-Preguntó aquel-. Los holandeses pueden volver cuando quieran a su campamento. Cuando nuestros compañeros estén de regreso, tal vez traerán más soldados que nos servirán para reconquistar todo esto-Dijo Johann, quien los reunió a todos para regresar-.
Parte XX
En las Azores todo estaba listo para partir. Mientras los soldados recién adquiridos embarcaban, Gabriel Da Oliveira y Martín Alonso se despedían de Diego y Eduardo. Muchísimas gracias a los dos por su ayuda-Dijo Martín Alonso-. Un gusto haberles conocido-Dijeron Diego y Eduardo-. Antes que se marchen quisiera hacer una pregunta que, cuando llegaron, le hice a usted señor Alonso-Recordó Diego-. ¿Cuál es la razón por la que combaten a los holandeses?-Preguntó-. Los holandeses han querido apoderarse de nuestros territorios-Respondió Alonso-. ¿Desea acompañarnos?-Preguntó Gabriel Da Oliveira-. No, solo es por curiosidad-Respondió Diego-. Nuestro capitán nos espera-Recordó Martín Alonso-. Se alejaron hacia la costa para embarcar y zarpar hacia el punto cero de ésta historia.
¿Todo listo?-Preguntó Hernán-. Ya podemos irnos-Respondió Martín Alonso-. El barco se puso en marcha y, mientras se alejaba de la isla, Martín alonso y Gabriel Da Oliveira podían ver a Diego y Eduardo despidiéndose de ellos. Antes de reencontrarnos con nuestros compañeros en Sudamérica, primero iremos hacia Centroamérica-Dijo Gabriel Da Oliveira-. Se lo comunicaré a Hernán-Dijo Martín Alonso-. Adentro del barco, los miembros de la tripulación daban la bienvenida a los nuevos soldados. Mientras, Martín Alonso se dirigía hacia el capitán. ¿Hacia dónde iremos?-Preguntó-. Volveremos a América del Sur-Respondió Hernán-. Primero debemos ir a Centroamérica, pues debemos buscar a un compañero de armas-Explicó Martín Alonso-. Recuerde que no debemos dejar solos a sus soldados-Dijo Hernán-. Solo será para lo que le expliqué-Dijo el otro-. Por cierto, necesito se sumerjan en el mar-Pidió Hernán-. ¿Para qué?-Preguntó Martín Alonso-. Se nos está agotando nuestro alimento-Respondió Hernán-.
Martín Alonso abandonó al capitán y le comunicó sobre su pedido a Gabriel Da Oliveira. Uno de nosotros debe lanzarse al mar-Dijo-. Necesitaremos la ayuda de toda la tripulación si queremos encontrar bastantes peces para alimentarlos a todos-Replicó el otro-. Iré a decirlo al capitán-Afirmó Alonso-. Ésta vez iré yo-Dijo Da Oliveira-. Cuando éste fue a encontrarse con el capitán, los tripulantes de aquella embarcación estaban más que furiosos. ¡Tenemos hambre!-Gritaron-. Al principio fue difícil calmarlos a todos, pero luego apareció Hernán. ¡Silencio!-Ordenó-. Capitán, necesitaremos la ayuda de todos si queremos conseguir suficientes peces-Argumentó Da Oliveira-. Si llegamos a otra isla, allí pescaremos todo lo necesario-Explicó Hernán-.
Todos calmaron sus ánimos, pero hubo alguien que estuvo disconforme con la decisión del capitán. ¿Cómo vamos a hacer eso?-Preguntó indignado Da Oliveira-. No podemos exponer las vidas de todos-Respondió Hernán-. Pero tampoco podemos retrasarnos más-Replicó el otro-. ¿Prefiere morir de hambre?-Preguntó Hernán-. Que sea solamente para pescar-Exigió Da Oliveira-. Hernán volvió a sus funciones, mientras Da Oliveira volvió, enfadado, a la cubierta del barco. ¿Ahora qué ha sucedido?-Preguntó Martín Alonso-. Tendremos que llegar a otra isla si queremos encontrar comida-Respondió Da Oliveira-. Si muere algún soldado de hambre, Hernán será el responsable-Dijo-. Ya se que haremos-Dijo Martín Alonso-. ¿Ahora qué?-Preguntó Gabriel Da Oliveira-. Si la isla a la que llegamos está cerca de Centroamérica, le pediremos a Hernán que le deje buscar alguien que le transporte hasta allí-Respondió Martín Alonso-. ¡Qué buena idea!-Exclamó Da Oliveira emocionado-. Iré a descansar-Dijo-. ¿Viene?-Preguntó-. Me quedaré aquí-Respondió Martín Alonso-. Ya se hacía de noche, y de repente Alonso vio un barco a lo lejos que, se dirigía hacia donde se encontraba el suyo.
Se podían ver algunas personas en la cubierta del barco desconocido; Personas a las que Martín Alonso hizo señas. El otro barco se acercó solo un poco, y una de las personas que llevaba, saltó hasta dar en donde estaba Martín Alonso. ¿Hacia dónde se dirigen?-Preguntó el desconocido-. Nos dirigimos hacia Centroamérica-Respondió Martín Alonso-. ¿Su barco se dirige hacia el mismo destino?-Preguntó Alonso-. Efectivamente-Respondió el otro-. Nosotros haremos una escala en cualquier isla para pescar, pero uno de mis amigos necesita ir rápidamente hacia Centroamérica-explicó Martín Alonso-. Por cierto, mi nombre es Agustín-Dijo el otro-. Venga por aquí-Pidió Martín Alonso-. Éste y el recién aparecido Agustín fueron a hablar con Hernán
Necesitamos hablar con usted-Dijo Martín Alonso a Hernán-. ¿No será para detenernos en alguna otra parte?-Preguntó Hernán-. Escúcheme, él podría ayudarnos en la continuación de nuestro viaje-. Me llamo Agustín-Dijo éste estrechando la mano de Hernán-. ¿Por qué dice que usted podría ayudarnos?-Preguntó Hernán-. El barco en el que voy se dirige hacia Centroamérica-Respondió Agustín-. Ya que ustedes harán escala en una isla, él y su tripulación podrán conducir a Gabriel-Dijo Martín Alonso-. ¿Entonces por qué no le avisa de esto?-Preguntó Hernán-. Eso haré-Respondió Martín Alonso-. Éste corrió hacia el lugar donde descansaba su amigo y, despertándole, le dio la noticia. ¿Acaso quiere matarme?-Preguntó Da Oliveira sobresaltado-. Ya tenemos a alguien que le conducirá hasta donde usted quiere ir-Respondió Alonso-.
Rápidamente y con un Gabriel Da Oliveira aún cansado, llegaron hasta donde le estaban Hernán y, quien sería su nuevo compañero, Agustín. ¿Quién de ustedes dice que me guiará hacia mi destino?-Preguntó Gabriel Da Oliveira-. Seré yo-respondió Agustín-. Pero, ni siquiera se su nombre-Dijo Da Oliveira confundido-. Perdón si he sido descortés. Mi nombre es Agustín-Dijo el otro-. ¿Usted se dirige hacia el mismo lugar que yo?-Preguntó Da Oliveira-. Para eso estoy aquí, para llevarle hasta Centroamérica-Respondió Agustín-. Mi barco está paralelo a éste y, cuando lleguen a la isla donde harán escala, usted podrá continuar su viaje en él-Explicó-. Pero usted debe volver a su barco-Dijo Da Oliveira-. No, yo permaneceré aquí-Replicó Agustín-. No creo que Hernán le deje estar aquí-Dijo el otro-. Yo mismo le solicitaré el permiso-Afirmó Agustín-.
A la mañana siguiente, lo primero que hizo Agustín fue dirigirse hacia Hernán. Necesito permanecer aquí-Suplicó-. ¿No será por mucho tiempo?-Preguntó Hernán-. Solo hasta que lleguen a cualquier otro lugar-Respondió Agustín-, luego continuaré con mi viaje-Dijo-. Si es solo hasta que lleguemos a cualquier destino, dejaré que esté con nosotros-Dijo Hernán, aprobando la estadía del otro en el barco-. Hernán volvió a sus funciones, mientras que agustín subió a la cubierta del barco a acompañar a Martín Alonso y Gabriel Da Oliveira. El capitán acaba de concederme el permiso de quedarme-Dijo Agustín con una sonrisa en la cara-. ¿Para qué necesita ir a Centroamérica?-Preguntó-. Buscaré a un viejo compañero de armas-Respondió Gabriel Da Oliveira-. Como vi los soldados, pensé que era para establecer colonias-Dijo Agustín-. Más bien luchamos contra la usurpación de nuestros territorios-Explicó Da Oliveira-. ¿Qué país intenta arrebatarles territorios?-Preguntó Agustín-. Holanda-Respondió Da Oliveira-.
El viaje de regreso continuaba pero, en Sudamérica las cosas parecían marchar a favor del ejército multiétnico. Ya es hora de que emprendamos otra campaña-Dijo Johann-. ¿Acabaremos con otro campamento?-Preguntó un soldado portugués-. Ésta vez, entraremos a los poblados-Respondió Johann-. ¿Cómo lo haremos si no tenemos la ayuda de nadie?-Preguntó un español-. Yo haré creer que ustedes son holandeses-Respondió Johann-. Apenas aparezca algún soldado holandés, le pediremos que nos lleve hacia algún lugar donde hallan civiles para reclutar-Prosiguió-. Pero no será fácil reclutar a los súbditos de un rey-Dijo Gaspar Da Silva-. Se que no será fácil, pero intentaremos reclutar a algunos-Afirmó Johann-.
Parte XXI
¿Cuándo cree que empezaremos a reclutar?-Preguntó un africano-. Apenas aparezca un enemigo-Respondió Johann-. Mientras esperaban la aparición de alguien que pudiera ayudarles en su empresa, Johann salió junto a cinco portugueses a cazar algunos animales para comer. Cargaron sus armas y, disparo tras otro, alcanzaron a matar lo suficiente para alimentar a toda la tropa. Creo que vendrían bien algunas frutas-Dijo Gaspar Da Silva-. Ustedes lleven el resultado de nuestra caza a los demás compañeros que, nosotros iremos por frutas-Ordenó Johann a la cuadrilla portuguesa-. Mientras tanto Johann y Da Silva se subieron a varios árboles en busca de fruta. Necesitamos buscar fruta suficiente para todos-Dijo Gaspar Da Silva-. No olvide que está anocheciendo-Recordó Johann-. Prosiguieron en su labor recolectora hasta que, decidieron regresar.
Cuando todos se saciaron, no hicieron más que esperar a alguien que les transportase al interior de aquel reino del cual era gobernante su más temible enemigo. Si no aparece nadie, nosotros mismos iremos a reclutar civiles-Dijo un español-. Solo es cuestión de esperar-Replicó Johann-. Iré a vigilar-Dijo-. Mientras éste fue a vigilar, los otros cayeron presas del sueño. Ésta vez nadie ayudó a Johann en la tarea de vigilar pero, fue solamente porque por primera vez sabían que sus propios enemigos les guiarían hacia un importante paso en su campaña de reconquista de aquellos territorios. Fue entonces cuando apareció lo que todos esperaban: Un enemigo que les pudiera guiar hasta donde ellos querían ir. Johann le hizo señas al otro, quien las atendió.
No obstante, antes de atenderle, Johann despertó a sus soldados dormidos. He encontrado a nuestro guía-Dijo emocionado-. Una vez estaban todos despiertos, fueron a pedir ayuda a quien sería por corto tiempo un aliado. ¿Qué desean amigos míos?-Preguntó el recién aparecido-. Necesitamos que nos lleve a alguna ciudad o pueblo-Pidió un portugués-. ¿Ustedes son holandeses?-Preguntó el otro-. Todos estos soldados que usted ve aquí son holandeses, excepto por varios africanos que cargan nuestras armas-Respondió Johann-. Supongo que usted también es holandés y que sirve al rey Wilhem I-Dijo-. Exacto-Respondió el otro-. ¿Necesitan que los guíe al interior de nuestro reino?-Preguntó-. Le agradeceríamos mucho que sea nuestro guía, pues acabamos de llegar de Holanda-Respondió Johann-. Vengan conmigo-Pidió el otro-.
Era media noche y fue entonces cuando empezaron su viaje hacia su próxima victoria. ¿Por qué quieren recorrer el resto de nuestro reino?-Preguntó el guía-. Hemos visto solo campamentos donde hay algunos soldados de nuestro país, pero queremos ver las ciudades y pueblos-Respondió Johann-. Además necesitamos la ayuda de varios civiles para construir una base militar-Prosiguió-. ¿Por qué de aquí y no de Holanda?-Preguntó el otro-. Porque la construcción de nuestra base no debe retrasarse-Respondió Johann-. ¿Cuánto falta para llegar?-Preguntó un soldado portugués o, mejor dicho, holandés-. Nos queda mucho camino por recorrer-Respondió el guía-; Pero si lo desean, pueden continuar solos-Dijo-. ¿Cómo sabremos que estamos cerca?-Preguntó Johann-. Si ven un letrero con el nombre del rey, estarán llegando a uno de nuestros territorios-Respondió el otro-. No tenemos antorchas ni algo que de luz-Dijo un soldado africano-. Podríamos detenernos y hacer antorchas con ramas y hojas de árboles-Propuso Johann-.
Al amanecer, cuando ya pudieron ver la luz del sol, los soldados de Johann decidieron que era mejor continuar sin su guía y le abandonaron. ¿Hacia dónde van?-Preguntó el otro-. Continuaremos solos-Respondió Johann-. Mientras se alejaban, Johann cargó su arma y, estuvo a punto de disparar contra su ex guía. Pero después la devolvió a su lugar. Ya sabemos cómo encontrar algún poblado cerca-Dijo Johann-. Solo basta encontrar un letrero donde esté escrito el nombre del rey-Prosigió-. Continuaron su trayecto cuando, a lo lejos, Johann divisó unas cuantas casas. Debe ser por allá-Dijo-. ¡Rápido!-Ordenó-. ¿Debemos cargar nuestras armas?-Preguntó un soldado portugués-. Aún no-Respondió Johann-. Aquellos soldados continuaron su apresurada caminata hasta que, Johann les ordenó detenerse.
Lo que habían encontrado era lo que esperaban: Un letrero que tenía inscrito el nombre del rey Wilhem I. ¡Carguen sus armas!-Ordenó Johann a sus hombres-. En aquel momento no había gente fuera por lo que, Johann pidió a sus soldados que subieran a los árboles mientras él llamaba a cada puerta de cada casa para no obtener respuesta de nadie. ¿Qué sucederá?-Se preguntó a sí mismo-. Después de tanto esperar, él también decidió esconderse y esperar hasta que todos salieran de sus casas. Tuvieron que aguardar mucho tiempo hasta que, los residentes de aquella ciudad tan extraña fueron despertando uno a uno. Solamente había que esperar que cada uno de éstos comenzara con sus labores cotidianas y Johann y sus hombres saldrían de donde se escondían.
El primero en salir de su escondite fue Johann quien hizo señas a los soldados para que bajaran de los árboles. Cuidadosamente, todos aquellos salieron hacia las grandes masas de gente. No disparen-Ordenó Johann a los otros-. ¿Qué necesitamos hacer ahora?-Preguntó Gaspar Da Silva-. Encontrar un cuartel repleto de militares adversarios-Respondió el otro-. Tratando de actuar como civiles comunes y corrientes, Johann y los demás hombres armados lograron mezclarse entre toda la gente. Vayamos a comprar algo al mercado-Ordenó Johann a los suyos-. ¿Qué sucederá si ven nuestras armas?-Preguntó un africano-. Diremos que somos enviados de su rey-Respondió Johann-. Pero muchos tendremos que escondernos-Dijo un español-. Es una buena idea-Afirmó Johann asintiendo su cabeza-. Muchos de aquellos soldados se escondieron entre los árboles mientras solo diez acompañaron a su líder.
Apenas compremos algo, pediremos que nos lleven a algún cuartel-Dijo Johann-. ¿Qué haremos luego?-Preguntó un portugués-. Una vez lleguemos nuestro destino, permaneceremos en el mismo lugar de nuestros adversarios hasta la noche cuando les expulsemos-Respondió Johann-. Veo una venta de frutas-Dijo Gaspar Da Silva-. Cuando llegaron se dieron cuenta de que no tenían para pagar, así que, solo se quedaron viendo como la fruta se vendía entre los demás habitantes. ¿Desean algo?-Preguntó la vendedora-. Necesitamos saber si hay algún cuartel-Respondió Johann-. Somos enviados del rey-Dijo-. ¿Lo he visto antes?-Preguntó la mujer-. ¡Ni siquiera se su nombre para reconocerla!-Replicó Johann-. Y no queremos saber eso-Murmuró un portugués-. Solo queremos saber si hay algún cuartel cerca-Insistió un español-. Aquella mujer estaba tan ocupada en sus labores que, no pudo dar respuesta a las inquietudes de ninguno de los soldados.
Sin la mayoría de sus compañeros, continuaron caminando en medio del bullicio de la gente. Necesitaban ayuda rápido, pues no estarían por mucho tiempo en el mismo lugar. Necesitamos llegar a un cuartel antes de la noche-Dijo Johann-. ¿Qué sucederá si no lo logramos?-Preguntó Gaspar Da Silva-. Nosotros mismos comenzaremos con el reclutamiento de civiles-Respondió el otro-. Visitaron a varias personas más y, obtuvieron respuestas negativas. Vamos con nuestros compañeros y empecemos nuestros planes solos-Dijo Da Silva-. Cuando se reunieron con todos los demás, pusieron en marcha su reconquista. Pero Johann dio una orden de último momento a los africanos que andaban con ellos. Ustedes quédense escondidos en medio de los árboles-Ordenó-. ¿Después qué haremos?-Preguntó uno de ellos-. Cuando todo acabe o todos huyan, ustedes bajarán y se reunirán con nosotros para ayudarnos a hacer ésta ciudad nuestra-Respondió Johann-.
Soldados españoles y portugueses cargaron sus armas y, yendo más allá de donde estaban inicialmente, lograron encontrar lo que querían. Creo que vi un cuartel-Dijo un portugués-. Vayamos a ver-Dijo Gaspar Da Silva-. Silenciosamente, los demás le siguieron y, lograron ver que aquello era nada más y nada menos que un grupo de militares reunidos en su emplazamiento. ¡Carguen!-Ordenó Johann-. ¿Quién da el primer disparo?-Preguntó un español-. Por ahora no se hará nada de eso-Respondió el líder-. Primero debemos cuidar que no hayan civiles cerca-Prosiguió-. ¡Pero ellos son nuestro objetivo!-Exclamó un portugués-. Creo que es mejor tomarnos la ciudad que reclutar personas y marcharnos-Argumentó Johann-. Esperen aquí-Pidió Gaspar da Silva-. Pasaron varios minutos hasta que éste regresó con el anuncio de que no había nadie cerca. Pero prefirió quedarse en el lugar en el que estaba, mientras, sus compañeros proseguían con el asalto.
Parte XXII
Los soldados de su ejército aguardaban pacientemente mientras su líder golpeaba la puerta del cuartel donde se hallaban sus enemigos. Como no obtenía respuesta, decidió volver junto a los suyos. Fue entonces cuando de aquel edificio salieron varios de sus ocupantes. ¡Disparen!-Ordenó Johann-. En un principio nadie siguió dicha orden, pero Johann subió hasta un árbol y, disparó contra un adversario al que hirió. Seguidamente, hizo señas a sus hombres para que, ahora sí, disparasen contra sus enemigos. ¡Ataquen!-Ordenó-. A continuación los enemigos empezaron a retirarse pero los españoles les siguieron; seguidamente los portugueses y Johann más atrás. Se veía que los enemigos no tenían ánimos de combatir así que, todos se devolvieron hacia su nueva conquista.
No entiendo por qué no reaccionaron ante nuestra presencia-Dijo Johann confundido-. A lo mejor buscarán refuerzos-Repuso un español-. Volvieron al cuartel desocupado y, junto a Da silva se apropiaron de todo cuanto había allí. Desde aquí podemos dirigir otros ataques-Dijo un portugués-. No debemos subestimar a nuestros enemigos-Replicó Johann-. Alguien debe quedarse aquí mientras traemos de vuelta a nuestros compañeros africanos-Ordenó-. Es mejor que los portugueses permanezcan aquí, mientras vamos junto a usted-Dijo un español-. Solo españoles acompañaron ésta vez a su líder, mientras los portugueses permanecieron en el cuartel junto a Gaspar Da Silva. Mientras volvían al lugar donde habían terminado una búsqueda fallida, los soldados africanos salieron uno a uno de sus escondrijos. ¿Qué sucedió?-Preguntó uno de ellos-. Tomamos un cuartel-Respondió Johann-.
En el cuartel, los portugueses recibían la visita de sus enemigos quienes, ahora sí, combatieron; Aunque ésta vez contaban con más soldados. Los españoles y africanos, que estaban cerca, escucharon todo y acudieron en ayuda de sus compañeros. ¡Rápido!-Ordenó Johann-. Cuando llegaron encontraron al ejército enemigo con una ligera ventaja sobre el pequeño contingente portugués pero, con los soldados restantes y a pesar de contar con menos hombres que sus adversarios, lograron ganar aquella batalla. Ésta vez no lograron acabar con todos sus contrincantes como en otras ocasiones pero, aquella victoria significaba que ya casi habían reconquistado aquel territorio. Ahora debemos acabar con cualquier base militar enemiga-Dijo Gaspar Da Silva-. Por ahora serán los españoles quienes quedarán a cargo de todo esto-Dijo Johann-. ¿Qué harán ustedes?-Preguntó uno de ellos-. Nosotros iremos a decir una mentira-Respondió Johann-.
Nadie entendía el propósito que perseguía Johann así que, no hicieron más que preguntarle. ¿Cual mentira?-Preguntó Gaspar Da Silva-. Les haremos creer que los portugueses están invadiendo su territorio-Respondió Johann-. ¿Y después?-Preguntó el otro-. Haremos creer a toda la gente que su rey ha ordenado la ejecución de muchos soldados de su mismo ejército y luego, nos tomaremos la ciudad fácilmente-Prosiguió Johann-. Aunque extraña, aquella propuesta gustó a todos pero muchos dudaban de cómo iban a hacer que todos los habitantes de aquel territorio supieran lo que Johann quería decir. ¿Cómo hará para decirle esto a tanta gente?-Preguntó un africano-. Todos diremos lo mismo a diferentes personas y, éstas a su vez correrán la voz a quienes nosotros no alcancemos-Respondió Johann-. Ahora, con las dudas disipadas, todos regresaron con las grandes masas de civiles quienes aún se hallaban en medio de sus labores. Debemos hacer esto rápidamente pues, ya se está haciendo tarde-Dijo-.
Mientras todo esto ocurría, al palacio real llegaban noticias que a su rey no gustarían para nada. ¡Su majestad, hay problemas!-Dijo uno de los sirvientes del rey-. ¿Ahora qué sucede?-Preguntó Wilhem I-. Nuestro reino está siendo atacado por unos desconocidos-Respondió el otro-. Enviaremos soldados para repelerlos-Dijo el monarca-. ¡Ya se tomaron un cuartel!-Exclamó el súbdito-. ¿Usted vio todo aquello?-Preguntó Wilhem I-. No logré verlo pero, alguien me dijo lo que estaba sucediendo-Respondió el otro-. Enviaremos más de nuestros soldados para que logren expulsarlos-Dijo el rey-. Retorne a sus funciones-Ordenó-. Quedando completamente solo, Wilhem I llamó a sus guardias y, les ordenó que enviaran todos los refuerzos disponibles a todas las ciudades y territorios de su reino.
Más adentro de aquel territorio, los soldados del ejército multiétnico habían culminado con su plan. Ahora nos queda esperar-Dijo Johann-. Ya se está haciendo de noche así que, volvamos al cuartel-Prosiguió-. Con sus armas siempre en mano, todos los integrantes de aquel ejército se devolvieron a su base para descansar y esperar al día siguiente. Parecía que al fin cumplían con su objetivo por el cual ya había transcurrido un año. Ya nos encontramos en el año 1628. ¿Qué piensa hacer una vez termine todo este conflicto?-Preguntó un español a Johann-. Primero terminemos lo que estamos haciendo en éste continente-Respondió Johann-. ¿Dónde podrán estar Gabriel y Martín?-Preguntó Gaspar Da Silva-. Ellos regresarán pronto y, no dudo que lo hagan con más gente-Respondió el otro-.
Mientras en Sudamérica ya avanzaba la ofensiva del ejército multiétnico Gabriel Da Oliveira y su compañero de expedición, Agustín ya habían llegado a Centroamérica, específicamente en lo que hoy es Belice. Por su parte, Martín Alonso y Hernán habían desembarcado en la isla de Cuba solo para pescar y, luego continuar el viaje de regreso. Pero además de pescar, también se interesaron en algo de oro.
¿Sabe el nombre de la persona a la que busca?-Preguntó Agustín-. Su nombre es Juan Olavarría-Respondió Da Oliveira-. Debemos buscarlo pero, el problema es que al momento de partir no me dijo en que región estaría-Prosiguió-. Él es militar así que debemos preguntarle a cualquier autoridad sobre su paradero-Recordó-. ¿Alguien más le acompaña?-Preguntó Agustín-. Un sacerdote cuyo nombre ya no recuerdo-Respondió Da Oliveira-. Esto será más difícil de lo que creí-Dijo el otro-.
Deberíamos preguntarle a los civiles, tal vez alguien lo conoce-Propuso-. Esperamos que entre tanta gente haya por lo menos alguien que lo conozca-Dijo Da Oliveira-. Así, comenzaron buscar a Olavarría a quien da Oliveira no había visto desde aquel fugaz encuentro en la colonia española de Nueva Granada. A cada persona que les pasaba por su lado, Da Oliveira preguntaba sobre Olavarría para obtener respuestas negativas, o simplemente, ninguna respuesta. Vamos hacia aquel centro de intercambio de esclavos-Recomendó Agustín-. Yo no creo que esté allí-Replicó Da Oliveira-. ¡Venga!-Insistió el otro-. Ambos corrieron hacia aquella subasta de esclavos y, preguntaron por el mismo Olavarría; La respuesta fue positiva. El capitán Olavarría ya saldrá de su barco-Dijo el líder de la subasta-. Da Oliveira y Agustín prefirieron salir de aquella aglomeración de negros encadenados para aguardar a la salida de su compañero.
Cuando todos aquello esclavos encontraron un dueño, salió a relucir Olavarría. ¡Es él!-Exclamó Gabriel Da Oliveira-. Esperemos a que venga hacia nosotros-Replicó Agsutín-. Da Oliveira hizo caso omiso a la recomendación de su compañero y, corrió hasta donde estaba quien había buscado durante tanto tiempo. Señor Juan Olavarría-Dijo Da Oliveira estrechando la mano de éste-. No creo haberlo visto antes-Replicó éste-. Yo recuerdo nuestro fugaz encuentro en Nueva Granada-Dijo el otro-. Olavarría quedó en silencio por un momento y, después de tanto pensar, recordó a la persona que en ese momento le hablaba. ¿Da Oliveira ?-Preguntó Olavarría-. Si, y soy quien hoy pide que venga conmigo a Sudamérica-Respondió Gabriel Da Oliveira-.
Pero, ¿Para qué desea que vaya a Sudamérica?-Preguntó Olavarría confundido-. La razón es el holandés del que le hablé aquella vez-Respondió Da Oliveira-. Wilhem Wolf-Dijo Olavarría-. ¡Ahora es rey!-Exclamó Da Oliveira-. Es urgente su presencia y la de sus soldados-Insistió Da Oliveira-. ¿Podría aguardarse hasta el día de mañana para traerle a todos mis soldados?-Preguntó Olavarría-. No puedo retrasarme más-Respondió Gabriel Da Oliveira-. Solo dígame donde están sus milicianos-Insistió-. Mis soldados pertenecen ahora a las autoridades coloniales-Replicó Olavarría-. Solo será para expulsar a los holandeses-Insistió el otro-. Solo déjeme consultar con ellos y, luego le comunicaré si desean ir hacia Sudamérica o no-Pidió el otro-. Da Oliveira volvió junto a su compañero de barco y, le comunicó que deberían esperar hasta el otro día.
¿Dónde pasaremos la noche?-Preguntó Agustín-. No tengo ánimos de pedir alojamiento a nadie-Respondió Da Oliveira-. No tuvieron más remedio que dormir dentro del barco donde viajaban. Da Oliveira pensaba en los días posteriores a la terminación de aquel conflicto con los holandeses. No se como pude olvidarme de todos mis compañeros en Sudamérica e irme a buscar oro hacia tierras asiáticas-Se dijo a sí mismo-. Agustín, quien había caído en sueño profundo, escuchó todo aquello y despertó. ¿Qué sucede?-Preguntó somnoliento-. No sucede nada amigo mío, vuelva a dormir-. Todos los recuerdos de aquellas travesías por continentes lejanos volvían a la mente de Gabriel pero, ahora sí, después de todas aquellas largas separaciones volvía junto a sus amigos para cumplir su objetivo
Parte XXIII
En la isla de Cuba, Martín Alonso y Hernán se preparaban para regresar con sus amigos en las selvas sudamericanas, ahora sí, con bastantes provisiones y algo de oro para lo que les restaba de viaje. Ahora sí nos alimentaremos-Dijo Hernán-. Espero que con esto los miembros de la tripulación no se amotinen-Dijo Martín Alonso-. Ambos se despidieron de los colonos y los esclavos negros que les habían ayudado y, zarparon hacia Sudamérica para reencontrarse con sus compañeros de combate y, junto a las nuevas incorporaciones, continuar en la lucha contra los holandeses. ¿Ya no haremos más escalas por el momento?-Preguntó Martín Alonso-. Por ahora solo deseo llegar a nuestro destino-Respondió Hernán-.
¿Qué espera hacer una vez estemos en Sudamérica?-Preguntó Hernán-. Derrotar a los holandeses-Respondió Martín Alonso-. Era de noche y, mientras toda la tripulación y los soldados se preparaban para descansar, Hernán y Martín charlaban sobre lo que planeaban hacer una vez acabada aquella confrontación. Continuaron conversando acerca de lo mismo hasta que, decidieron abandonar el tema y Martín Alonso se fue a descansar. Hernán siguió en sus funciones durante todo el resto de la noche. Solo fue hasta el amanecer del día siguiente cuando, uno de los tripulantes, que también tenía experiencia como capitán, tomó el mando de la embarcación. Por su parte, martín alonso despertaba de sus horas de sueño reparador.
En los días posteriores, éste les explicó a sus nuevos milicianos la misión que tenían y les habló sobre el enemigo al que enfrentaban. Aquel viaje, que todavía no llegaba a su fin, resultó una sesión de adiestramiento para los nuevos integrantes del ejército multiétnico. ¿Cómo se llama el enemigo al que enfrentaremos?-Preguntó uno de aquellos-. Su nombre se los diré apenas lleguemos a nuestro destino-Respondió Martín Alonso-. Por ahora confórmense con saber que, nuestro enemigo es rey y que ha usurpado territorios de España y Portugal-Prosiguió-. Estas palabras enfurecieron a todos aquellos hombres armados quienes ya deseaban desembarcar para combatir a sus adversarios. El solo hecho de saber que algunos territorios de su país estaban en manos de otros les enardeció.
En Centroamérica, Gabriel Da Oliveira y su compañero Agustín esperaban impacientemente la respuesta de Juan Olavarría. Espero que hayan aceptado ayudarnos-Murmuró Da Oliveira-. Buenas y malas noticias-Dijo Olavarría-. Las buenas son que, mis soldados si aceptaron acompañarle, y las malas son que, son muy pocos los que se sumarán a su empresa-Prosiguió-. La cantidad no importa-Replicó Da Oliveira-. Lo que cuenta es su ayuda-Prosiguió-. Pero aún les correspondía aguardar a que todos aquellos refuerzos estuvieran presentes. Lamentablemente, yo no podré continuar junto a ustedes-Se lamentó Olavarría-. ¿No había dicho que estaría presente?-Preguntó Gabriel Da Oliveira confundido-. Ahora formo parte del ejército local-Respondió Olavarría-. Debo quedarme aquí para defender la colonia y, parece que me darán un alto cargo dentro del gobierno colonial-Remató-.
Para el ejército multiétnico, llegaba el momento de tomar la ciudad en la que habían estado por mucho tiempo. Con la ayuda de algunos civiles que se habían creído la mentira prosiguió su plan pero, tanto los soldados de dicho ejército como quienes se habían sumado al ataque, deberían enfrentar la amenaza de las fuerzas enviadas por el rey. Ahora necesito que entren en sus casas y, si vienen las tropas del rey, salgan a combatir-Ordenó Johann a los civiles-. Mientras tanto, mis soldados y yo nos esconderemos entre los árboles y matorrales como siempre hemos hecho-Explicó-. Rápidamente, cada civil armado asumió sus posiciones dentro de sus hogares mientras, Johann y los suyos se escondían entre árboles y arbustos.
Durante mucho tiempo el silencio reinó en toda la ciudad hasta que, se escucharon unos pasos. Por varios minutos, todos permanecieron en silencio esperando a que quienes se acercaban fueran visibles. ¿Cargamos nuestras armas?-Preguntó un portugués-. Johann hizo señas con el dedo negativamente y todos se mantuvieron tranquilos. Momentos después, se pudo ver un ejército que, nada más y nada menos, llegaba para custodiar la ciudad y protegerla ante cualquier ataque enemigo. Silenciosamente, los miembros de aquel contingente comenzaron a ver entre las casas y, al ver que no encontraban a nadie decidieron golpear puertas. Ante el primer golpe, Johann accionó su arma y, seguido de los suyos, disparó. También salieron los nativos sublevados.
Como estrategia, Johann decidió que los suyos permanecieran donde estaban mientras los civiles armados combatían contra su propia gente. Los adversarios estaban muy confundidos acerca de quienes disparaban desde los árboles y arbustos pero, siguieron combatiendo contra quienes si podían ver. Muchos militares afines al rey Wilhem I cayeron bajo las balas de quienes aún se hallaban escondidos. Los enfrentamientos se prolongaron por toda la tarde pues, aún seguían llegando nuevos contingentes enemigos. Cuando se dieron cuenta de que ya no había más nadie a quien combatir, quienes estaban escondidos salieron y, sin darse cuenta, ya se habían apoderado de aquella ciudad.
Cuando el combate finalizó, los civiles que habían combatido y quienes construyeron un muro de contención al frente de la entrada de aquel poblado. También quemaron el anuncio que contenía el nombre del rey. Ahora debemos procurar defender éste territorio si no queremos que recaiga en manos enemigas-dijo Johann a los soldados y civiles victoriosos-. ¿Ahora quién será nuestro dirigente?-Preguntó uno de los civiles combatientes-. Debemos esperar a conquistar todo lo que está en manos enemigas-Respondió Johann-. Pero todo esto debe pertenecer a alguien-Dijo otro sublevado-. Antes que ustedes llegaran, todo lo que ahora es parte de ésta monarquía pertenecía a España y Portugal-Argumentó Johann-. Por ahora debemos dedicarnos a transformar todo esto-Prosiguió-.
Había triunfado la primera etapa de aquella reconquista pero, aún quedaba más por hacer. De eso se encargarían otros miembros de aquel ejército multiétnico. Durante los días posteriores a aquella conquista los holandeses atacaron nuevamente queriendo retomar el control de aquel territorio pero, fueron repelidos. También aquella ciudad conquistada sufrió una transformación. Algunos habitantes cambiaron sus nombres y, se elaboró una placa donde estaban inscritas las siguientes palabras: "Ciudad reconquistada: Propiedad de españoles, portugueses y africanos". Incluso algunos habitantes optaron por aprender los idiomas de quienes consideraban sus nuevos líderes. También demolieron el cuartel de sus antiguos enemigos y levantaron uno nuevo para el ejército conquistador.
El hecho de haber recuperado un territorio no significó que ya había una paz duradera en aquella región pues, seguían llegando fuerzas adversarias con intenciones de retomarse aquel territorio. ¿Cuándo llegarán Gabriel y Martín?-Se preguntó Gaspar Da Silva-. Mientras tanto, la noticia de la conquista llegaba a oídos del rey quien no cesaba de enviar militares para después fallar en sus intentos de recuperar lo perdido. ¡Estos territorios jamás volverán a ser de Holanda ni de ningún otro país!-Gritó Johann-. Mientras tanto, todos sus soldados aguardaban ansiosos el regreso de sus compañeros. ¡Vienen tropas del rey!-Gritó Gaspar Da Silva-. Quienes se encontraban construyendo el nuevo cuartel, abandonaron sus labores y, tomando las armas de nuevo, ayudaron a los milicianos de las tropas multiétnicas a combatir a los intrusos.
¿Qué no nos dejarán en paz?-Preguntó un portugués-. Los holandeses seguirán luchando por recuperar éste territorio y no descansarán hasta lograrlo-Respondió Johann-. ¿Por qué no atacamos el palacio?-Preguntó Gaspar Da Silva-. Eso lo haremos cuando regresen nuestros compañeros-Respondió el otro-. Desde la noche de ese día, cada bando se turnó para cuidar la cuidad y, los primeros en ejecutar dicha labor fueron los portugueses. Mientras unos cuidaban la entrada al territorio, otros velaban por la protección de sus habitantes. Espero que así podamos estar protegidos-Dijo Da Silva-. Si somos expulsados, al menos contaremos con la ayuda de nuestros compañeros hoy ausentes para volver a retomar el control-Aseveró Johann-.
Parte XXIV
Las piezas restantes de éste juego se acercaban de nuevo al tablero. Martín Alonso ya había avistado tierras sudamericanas y, se preparaba para entrar en el río Amazonas. Espero que nuestros compañeros no se rindan-Dijo Martín Alonso-. Mientras tanto, Gabriel Da Oliveira ya se hallaba en medio de océano con rumbo al mismo destino. Ahora sí podrían devolver la paz y estabilidad a los territorios donde se hallaban sus compañeros de armas quienes también combatían por la misma causa y, ya se habían anotado una victoria en ese vitral donde aún faltaba más.
A lo largo de su viaje Martín Alonso divisó algunas bases militares sospechosas pero, no pidió a su capitán detenerse. Aún no es el momento de atacar-Pensó-. Durante las etapas restantes de su viaje de retorno, permaneció en la cubierta del barco muy vigilante ante cualquier presencia enemiga. Todos los días y todas las noches, vigilaba constantemente sin descanso alguno y, rara vez veía bases militares que, dada su continuidad a lo largo del territorio, hizo que una mañana Alonso pidiera a su capitán detener el barco. Bajó rápidamente hacia donde se hallaba Hernán y le pidió detener la embarcación.
Ya he visto muchas bases militares-Dijo Martín Alonso intranquilo-. ¿Desea que detenga el barco?-Preguntó Hernán-. Se lo agradecería-Respondió Alonso-. Siguiendo las peticiones de su compañero de expedición, Hernán encalló en la margen derecha del río y, ordenó a los soldados que se hallaban en el barco salir. También bajó Martín Alonso quien les guió hasta el campamento desconocido. Los soldados se detuvieron solo por un momento mientras Alonso entró dentro del campamento y preguntó a sus ocupantes acerca de su procedencia. La respuesta fue la que todos esperaban y, los militares atacaron. Yo sabía que eran holandeses-Gritó Alonso-. Al ver que se hallaban sin posibilidades de ganar, los holandeses huyeron y dejaron todo a merced de los soldados portugueses.
Todo aquel campamento fue destruido y sus provisiones pasaron al barco capitaneado por Hernán. ¿Qué haremos con los otros que vi a lo largo del trayecto?-Preguntó Martín Alonso-. De esos se encargarán Da Oliveira y quienes él traiga consigo-Respondió Hernán-. Dejaremos nuestro barco aquí para continuar a pie-Dijo Hernán-. Pero podrían atacarlo y robar las provisiones que tenemos-Replicó Alonso-. Entonces subiré y traeré varias de ellas-Afirmó el otro-. Hernán subió al barco y, con la ayuda de los miembros de su tripulación, bajó algunos recursos que todos llevarían consigo durante todo el trayecto. Espero que no suceda ningún contratiempo con el barco-Dijo Hernán-. Mientras más avanzaban más adversarios encontraban para darles combate y vencerlos.
Se notaba el cansancio en los rostros de todos pero, aún así, siguieron su rumbo. Donde veamos otro campamento atacaremos y luego nos retiraremos-Dijo Martín Alonso-. ¿No es mejor que acabemos con todos ellos?-Preguntó Hernán-. Tiene razón-Respondió Alonso-. ¿Qué piensa hacer una vez acabe todo esto?-Preguntó Hernán-. Primero quiero terminar lo que estoy haciendo en éste continente-Respondió el otro-. Las bases militares holandesas estaban regadas a lo largo de todo el territorio selvático y al ver otra de ellas, todos se detuvieron a cargar sus armas y, al dirigirse hacia el campamento enemigo, sus ocupantes huyeron sin no dieron combate. ¡Tras ellos!-Ordenó Martín Alonso-. No, ellos huirán hacia las ciudades y, tal vez en una de ellas están nuestros demás compañeros-Replicó Hernán-. Devolvieron sus armas a su lugar pensando que todo aquello era muy extraño.
Aquel episodio protagonizado por un grupo de adversarios no sería el único, puesto que, en cada campamento al que llegaban, todos sus ocupantes huían sin enfrentarse a nadie. ¿Hacia dónde irán?-Preguntó Martín Alonso-. No lo sabemos-Respondió Hernán-. Así siguieron el rumbo de campamento en campamento, con más adversarios huyendo y con muchas dudas sobre aquellas huidas. Algo extraño sucede por aquí-Dijo Martín Alonso-. Sea lo que sea que suceda, debemos llegar rápido con los otros-Dijo Hernán-. Creo que veo unas casas por allá-Dijo Martín Alonso señalando con la mano-. Estas palabras fueron seguidas por la misma maniobra de siempre: Todos cargaron sus armas para emprender una nueva campaña de reconquista parecida a la de sus compañeros que habían triunfado más al interior.
Vieron en la entrada de aquella ciudad un aviso que contenía el nombre del rey Wilhem I. Pero, ahora sí fueron recibidos por fuerzas leales al monarca. ¡Ataquen!-Ordenó Martín Alonso-. Los militares leales al rey eran muy abundantes pero muy desorganizados, lo que propició un contraataque de los soldados portugueses. La batalla terminó favorable a las armas portuguesas; Habían conquistado un nuevo territorio pero junto a los soldados holandeses que se retiraban también huyeron todos los civiles. Todo había quedado abandonado pero, algo había que hacer con todas las casas. ¿Qué haremos con todo esto?-Preguntó Hernán-. ¡Quememos todo esto!-Exclamó un soldado-. No, varios de ustedes deben habitar éstas casas-Replicó Martín Alonso-. ¿Y si los holandeses regresan a atacar?-Preguntó otro miliciano-. Los holandeses deben estar doblegados y desesperados por recuperar todo lo que han perdido-Respondió Alonso-, pero si regresan combátanlos como puedan-Ordenó-.
Cuando todos los nuevos ocupantes de aquella nueva reconquista entraron en sus nuevos hogares, quienes acompañaban a sus líderes siguieron junto a ellos el viaje de regreso. En su palacio, Wilhem I se dio cuenta que las tropas que le quedaban eran tan exiguas que, de nada servirían para proteger lo poco que le quedaba. ¿Por qué no capitula con españoles y portugueses?-Le preguntó uno de sus sirvientes-. ¡Jamás haré tratados de paz y amistad ni con españoles ni con portugueses!-Respondió alterado el monarca-. ¿Dónde están nuestros demás soldados?-Preguntó el otro-. Unos deben proteger el lugar donde estamos, los demás sufrieron heridas en los combates y deben recuperarse-Respondió Wilhem I-. Creo que deberemos rendirnos-Argumentó el servidor-. No quiero volver a escuchar otra palabra que tenga que ver con diálogo-Gritó Wilhem I-.
En la costa oriental de Sudamérica, dos más había llegado a la escena: Se trataba de Gabriel Da Oliveira el portugués, y Agustín. Estos dejarían su barco para, junto a los soldados cedidos por Juan Olavarría, reencontrarse junto a sus demás compañeros de armas. ¿Qué haremos después de reencontrarnos con los otros soldados?-Preguntó Agustín-. Atacaremos a los holandeses-Respondió Da Oliveira-. ¿Y luego?-Preguntó el otro-. Si salimos victoriosos, nos haremos cargo de estos territorios y, traeremos colonos de España y Portugal-Respondió Da Oliveira-. En medio de una fuerte lluvia, llegaron ante los restos de lo que era un campamento holandés destruido por sus compañeros de armas días atrás. Mire esto-Dijo Da Oliveira a su compañero-. ¿Quién hizo esto?-Preguntó Agustín confundido-. Esto indica que Martín Alonso y los militares que trajimos desde las Azores están cerca-Respondió Da Oliveira-.
Sabiendo que aquello era obra de sus compañeros, se apresuraron muy confiados de que aquellos se hallaban cerca. Sin prestar atención a nada, siguieron su camino en medio de la selva. Fue entonces cuando, divisaron una embarcación y se detuvieron frente a la misma. ¡Ésta debe ser la embarcación de Martín y Hernán!-Exclamó Gabriel da Oliveira-. Podemos tomarlo y continuar nuestro trayecto-Dijo Agustín-. Si lo tomamos perderemos de vista cualquier posición enemiga-Replicó Da Oliveira-, así que mejor continuamos a pie-Recomendó-. ¿Podremos descansar cuando anochezca?-Preguntó Agustín-. Lamentablemente nadie podrá descansar pues, debemos estar alertas ante cualquier presencia enemiga o de nuestros compañeros-Respondió Da Oliveira-. De repente, aparecieron militares holandeses. ¡Ataquen!-Ordenó Da Oliveira a los soldados-. Aunque los adversarios se hallaban dispuestos a combatir, se veían cansados.
La victoria fue para los españoles quienes esperaban más de quienes decidieron retirarse pero, al final los dejaron irse. Algo me dice que al soberano de éstas tierras ya se le están agotando sus fuerzas-Dijo Da Oliveira-. Más adelante le correspondería a Da Oliveira y sus soldados pisar la ciudad que había conquistado Martín Alonso. Sin descansar, siguieron su trayecto hasta que llegaron a territorio conquistado. ¿Qué ha sucedido aquí?-Preguntó Agustín-. Al parecer, ésta ciudad fue tomada por nuestros aliados-Respondió Gabriel Da Oliveira-. ¿Hay alguien por aquí?-Gritó-. No obtuvo respuesta por varios minutos hasta que, un soldado salió de una de las casas. ¿Martín Alonso estuvo aquí?-Preguntó-. Si estuvo en éste territorio pero nos dejó a cargo de todo esto-Respondió el portugués-. ¿Me puede decir hacia dónde partió?-Preguntó Da Oliveira-. El siguió su camino y dijo que se reencontraría con otros compañeros suyos-Respondió el miliciano-.
Parte XXV
Sin siquiera despedirse de sus compañeros de armas, Gabriel Da Oliveira partió hacia lo que sería su destino final y, su reencuentro con el resto del ejército multiétnico. ¿Podemos al menos descansar?-Preguntó con voz cansada Agustín-. Cuando lleguemos junto a Martín y el resto de los soldados, usted podrá descansar-Respondió Da Oliveira-. Ya habían pasado dos días sin descanso en medio de un viaje que parecía no tener fin y una confrontación que marchaba en contra de su adversario. ¿Ya ha pensado qué hacer con su vida después de abandonar América?-Preguntó Agustín-. Primero terminaremos lo que hacemos en éste continente y después cada uno de nosotros podrá ser feliz-Respondió Da Oliveira-
A lo largo del camino, fueron encontrando nuevos contrincantes a los que combatir y vencer. Mientras, en el palacio real Wilhem I recibía más malas noticias que, ponían en peligro su estabilidad en el trono. Su majestad, los portugueses se han tomado otra ciudad-Dijo un guardián-. ¡No puede ser!-Gritó Wilhem I-. Si lo desea puedo ir a hablar con los portugueses y españoles para que firmemos un armisticio-Propuso el otro-. Ya dije que no dialogaré con nadie-Replicó el monarca-. ¿Qué no ve cómo está nuestro ejército?-Preguntó el guardián-. ¡Retorne a sus funciones!-Ordenó el rey-. Éste no se imaginaba que sus adversarios estaban muy cerca de expulsarle y, cada vez agotaba más y más las fuerzas de su ejército.
Martín Alonso ya había sido recibido por su compañero de armas Johann y algunos civiles que se habían puesto del lado del ejército multiétnico. ¿Dónde andaban y por qué no lo escribieron en su carta?-Preguntó Johann-. Ese viaje hacia las islas Azores fue una decisión de último momento-Respondió Martín Alonso-. ¿Islas azores?-Preguntó el otro-. En un principio íbamos hacia España pero, desembarcamos en las Azores y allí recibimos los soldados que necesitamos-Respondió Alonso-. Pero, ¿Dónde están?-Preguntó Johann-. Están con Gabriel Da Oliveira-Respondió Alonso-. ¿Por qué no han huido los habitantes de ésta ciudad?-Preguntó-. Les hicimos creer que su rey era un
asesino y, se volvieron leales a nosotros-Respondió Johann-. Por cierto, ha regresado junto a nosotros alguien que quizá ustedes conocen-Afirmó-. De entre los soldados salió Gaspar Da Silva quien corrió hacia Martín Alonso y le besó los pies.
¿Se acuerda de mí?-Preguntó Da Silva-. Usted es quien decidió quedarse junto a los indígenas cuando partimos hacia África-Recordó Martín Alonso-. ¿Qué les sucedió a ellos?-Preguntó-. Todos ellos fueron asesinados por los holandeses-Respondió Da Silva-. ¿Qué les sucedió a los españoles que conocimos antes de partir hacia nuestro primer viaje hacia Centroamérica?-Preguntó Alonso-. Todos ellos tuvieron el mismo destino que los indígenas-Respondió Da Silva-; luego de eso, los holandeses unificaron un reino del cual, seguramente ustedes ya saben-Prosiguió-. Se aproximaba la tarde y los recién llegados decidieron dar, con la ayuda de sus compañeros, un recorrido por la ciudad conquistada. ¿Qué plan tiene para atacar a nuestros adversarios?-Preguntó Johann-. Atacaremos directamente el palacio del rey Wilhem I-Respondió Martín Alonso-. Yo sugiero que acampemos cerca del lugar-Interrumpió Gaspar Da Silva-. Pero primero debemos esperar a que Gabriel regrese-Interpuso Alonso-.
Finalizado todo el recorrido, decidieron volver cada uno a sus casas para descansar. Todos excepto Martín y los suyos quienes se dijeron a la tarea de vigilar. Hasta altas horas de aquella noche todos aquellos eran la única guardia que tenía la ciudad y, esperaban impacientemente el regreso de Gabriel Da Oliveira y sus refuerzos. Sin más luz que la de las estrellas, apenas pudieron ver a un ave que pasó volando cerca de ellos; Toda clase de aves y otros animales, mas no vieron algún soldado holandés que les amenazara. Así siguieron hasta el amanecer cuando, con todos los demás despiertos, prepararon sus armas y materializaron su plan de Ataque.
¿No deberíamos esperar que estén todos?-Preguntó Gaspar Da Silva-. Antes de que Gabriel llegue, tal vez nos habrán atacado los holandeses-Respondió Martín Alonso-. Creo que deberíamos seguir las recomendaciones del señor Da Silva-Dijo Johann-. No fue sino hasta las horas de la tarde cuando, por fin, Gabriel Da Oliveira se reencontró con sus viejos compañeros de armas y, alguien que no había visto en muchísimo tiempo: Gaspar Da Silva, quien corrió y abrazó al recién llegado. Al mismo tiempo, los demás milicianos y otros aún no conocidos para Da Oliveira se inclinaron ante él. ¿Me esperaban?-Preguntó-. Sin usted no podríamos iniciar el final de éste largo conflicto-Respondió Johann-. ¿Dónde está Olavarría?-Preguntó Martín Alonso-. No pudo venir con nosotros-Respondió Da Oliveira-. Pero he traído varios de sus soldados que, junto con los que trajimos de las Azores servirán para atacar a nuestros adversarios-Prosiguió-.
Ahora sí, con todos los soldados juntos, partieron en su campaña. Mientras iban en el camino Gaspar Da Silva le explicaba a Da Oliveira que todos los indígenas que habían visto antes de partir a África habían sido asesinados. ¿Qué sucedió con los españoles que conocimos en el río Amazonas?-Preguntó Da Oliveira-. Todos sufrieron el mismo destino-Respondió Da Silva-. Mientras se dirigían hacia su objetivo, aparecieron varios soldados holandeses quienes atacaron el contingente multiétnico. Aquellos adversarios eran demasiados pero, a pesar de dicha superioridad, los multiétnicos triunfaron y siguieron su camino hacia el palacio real. ¿Hacia dónde nos dirigimos?-Preguntó Gaspar Da Silva-. Hacia nuestra victoria-Respondió Martín Alonso-. ¿Qué haremos en el palacio real?-Preguntó Gabriel da Oliveira-. Finalizaremos con el reinado de Wilhem I-Respondió Martín Alonso-.
A medida que se aproximaban, notaban la presencia de más y más militares holandeses. Entre pequeñas escaramuzas y bajas fueron venciendo sobre sus enemigos hasta que, consiguieron llegar al palacio real. Dentro de éste, Wilhem I enviaba a sus sirvientes a combatir a sus atacantes; Pero los leales al rey salieron derrotados. Las tropas multiétnicas rodeaban el palacio y, se hicieron sonar algunos disparos que inquietaron quienes estaban dentro de aquel recinto. De pronto un guardia abrió la puerta y, todos los soldados del ejército multiétnico entraron y, combatieron a todos los sirvientes y guardianes de Wilhem I. Entre disparos y gritos de victoria, fueron ocupando todo el palacio. ¡Éste es tu fin Wilhem I!-Gritó Gabriel Da Oliveira-. Todo lo que había en aquel edificio fue destruido y, sentado en su trono, el rey pensaba desesperado en qué hacer.
Los combates entre fuerzas leales al monarca y el ejército multiétnico prosiguieron hasta altas horas de la noche. ¿Dónde estará su majestad?-Preguntó Johann-. Sin escuchar respuesta alguna, varios soldados prosiguieron hacia la habitación de Wilhem I quien, al verlos, se lanzó por la ventana y huyó dejando su corona sobre su trono. ¡Victoria!-Gritó Johann-. En señal de celebración, todos los demás milicianos junto a sus respectivos líderes dispararon sus armas al aire hasta agotar sus municiones. Iré a ver hacia dónde fue el rey-Dijo Gabriel Da Oliveira-. Eso ya no importa-Dijo un soldado portugués-. Todo fue júbilo por el resto de esa noche pero, nadie sabía que sucedería con los colonos holandeses que aún quedaban en el territorio.
A la mañana siguiente, todos los soldados victoriosos abandonaron el antiguo palacio para ir hacia sus nuevas ciudades y, comenzar a devolverlas a sus dueños. En los días siguientes fueron huyendo los holandeses que quedaban y llegaron colonos de España y Portugal; También fueron liberados todos los prisioneros. Durante los meses siguientes, muchos se marchaban hacia sus países o hacia otras colonias en otros continentes. Debo marcharme-Dijo Gaspar Da Silva-. ¿Hacia dónde irá?-Preguntó Gabriel Da Oliveira-. Volveré a África-Respondió Da silva-. ¿Qué harán ustedes ahora que todo acabó?-Preguntó-. Yo me quedaré aquí para ayudar a las autoridades coloniales-. Yo volveré a España-Dijo Martín Alonso-. Yo iré hacia la isla de Curazao-Dijo Johann-. Fue un gusto haberles conocido amigos míos-Dijo Da Silva quien les abandonó en aquel momento-
Mientras en Sudamérica todo volvía a la normalidad, Wilhem I o, mejor dicho, Wilhem Wolf había huido a la isla de Bonaire. Allí planeaba establecer otro pequeño reino pero, después decidió desistir. Así lo hizo durante mucho tiempo hasta que, consiguió la ayuda de varios civiles de la isla con quienes formó un ejército y, empezó una nueva campaña de conquista. Pero en una pequeña batalla librada contra militares de la metrópoli holandesa, cayó derrotado y fue hecho prisionero. Ese era el final de un largo conflicto que, había comenzado con las ambiciones de un adelantado de la corona holandesa; El final de alguien que buscaba apoderarse de todo pero, al final no lo consiguió; El final de separaciones, reencuentros y desencuentros; El final de el conquistador silencioso.
Varios años después
Una mañana todos despiertan y van a sus labores del día. Entre los que despiertan están Gabriel Da Oliveira y Martín Alonso quienes se dirigen hacia el mercado a comprar algo de comida. De pronto alguien corre hacia Alonso y, le comunica que un esclavo negro estaba siendo azotado por sus amos. Cuando llegó a la mina donde éste estaba trabajando, pidió a los azotadores que dejaran libre a su esclavo. ¿Cómo se atreve a liberar a un esclavo?-Preguntó indignado uno de los administradores de la mina-. No pueden azotarlo de esa manera-Respondió Alonso-. ¡Pero él trabaja para nosotros!-Gritó el otro-. Formo parte de las autoridades coloniales y, se hará lo que nosotros ordenemos-Replicó Martín Alonso-. Los dueños de dicha mina dejaron de azotar a su esclavo y, lo dejaron proseguir con su trabajo.
Cuando salió, pudo ver un lote nuevo de esclavos que llegaban desde África. Entonces fue cuando pudo reencontrarse con su amigo Da Oliveira, quien llevaba algo de comida para satisfacerse a sí mismo. ¿Para qué le llamaban?-Preguntó éste-. Estaban azotando a un esclavo-Respondió Martín Alonso-. Pero ellos trabajan para sus dueños-Dijo Da Oliveira-. Pero no deben azotarlos de esa manera-Replicó el otro-. Finalizada la conversación, Martín alonso y Gabriel Da Oliveira volvieron a sus lados respectivos para regresar a sus labores junto a las respectivas autoridades españolas y portuguesas.
Después del conflicto con los holandeses dicho territorio había sido repartido entre españoles y portugueses; Claro que había una frontera entre ambos lados. Cuando Martín Alonso regresó a su puesto de trabajo, encontró a todos sus compañeros en una reunión. ¿Ahora para qué se han reunido todos?-Preguntó-. Para negociar el precio de nuevos esclavos. -Dijo el líder de la reunión-. Lo siento mucho, no formaré parte de esto-Respondió Martín Alonso-. Abandonó éste a sus compañeros de trabajo y, cruzó la frontera hacia el lado portugués. Allí también había reunión así que, decidió explorar. Antes de entrar al edificio donde se desarrollaba todo aquello, salio Gabriel Da Oliveira.
Mejor no entre allí-Recomendó Da Oliveira-. ¿Qué tema trataban allí?-Preguntó Martín Alonso-. Traer nuevos esclavos-Respondió el otro-. El mismo tema de la reunión del lado español-Respondió Alonso-. Pienso que en el futuro ésta gente se alzará; Pero no será contra un invasor de otro país, sino contra nuestros descendientes-Dijo Da Oliveira quien volvió a entrar al edificio para escuchar la reunión-. Martín Alonso volvió con sus compañeros de trabajo en el lado español y, prosiguió con sus labores dentro del gobierno colonial.
Autor:
Javier Andrés Molina Rodríguez
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