Descargar

El conquistador silencioso. Una historia ambientada en tiempo real de algo que nunca sucedió (página 2)

Enviado por Javier Molina


Partes: 1, 2, 3, 4

Lamentablemente no podremos continuar aquí, mi país tiene una colonia del otro lado de la selva y debemos irnos-Dijo Gabriel Da Oliveira en apuros-. Yo los acompañaré en su viaje-Dijo Imuk quien conocía más que nadie la espesa selva- y se dispuso a iniciar la larga marcha junto al ejercito de Da Oliveira y el holandés Wolf-. Será mejor que lleguen pronto a algún pueblo o ciudad-Dijo Imuk calmadamente estremeciéndose por el incontenible frío-.

Abandonó Imuk a Da Oliveira y Wolf en medio de una torrencial lluvia, y estos dos se dispusieron junto al ejército del primero a reanudar la marcha en busca de un nuevo asentamiento donde resguardarse. Fue entonces cuando al amanecer del día siguiente llegaron a un poblado que apenas estaba habitado por 500 personas y que era propiedad de Portugal. Al fin encontramos un lugar para estar seguros-Dijo Gabriel Da Oliveira exhalando un suspiro de alegría-.

Habiendo llegado, fueron recibidos por el gobernante de aquellos territorios. Sean bienvenidos-Dijo éste-. ¿Cuál es su nombre?-Preguntó Gabriel Da Oliveira-. Mi nombre es Fernando Serra Traeré toda la comida y el agua que usted y sus hombres puedan comer y beber-Dijo- Todos pudieron saciar su hambre y sed menos Wilhem Wolf quien prefirió conversar con el recién conocido.

¿Cuál es su nombre?-Preguntó Serra con la mano en el mentón-. Mi nombre es Wilhem, Wilhem Wolf-Contestó este temeroso-. Vengo a estas tierras para establecer una colonia en nombre de Holanda. Claro que no poseo ningún tipo de ejercito y necesito algunos aliados que tal vez encontraré aquí-Afirmó Wolf-. Serra se quedó mirando fijamente el rostro del holandés y, se retiró de aquel lugar hacia su residencia.

En ese momento Gabriel Da Olivera, quien se hallaba descansando de su largo viaje despertó y encontró a su compatriota Fernando Serra algo pensativo. ¿Qué te sucede?-Preguntó Da Oliveira con la voz cansada-. Ese amigo tuyo, el holandés dice que quiere colonizar por aquí pero tú y yo sabemos que nosotros no se lo permitiremos. Ni siquiera otro país-Dijo Serra-. Debo irme a escribir una carta a los españoles-Dijo Gabriel Da Oliveira con voz temerosa y con un tintero la mano-. ¿Cuándo regresará?-Preguntó Serra-. Cuando encuentre a quien busco nos volveremos a ver-Respondió el otro-

Aquella misma mañana partió en medio de dudas y preocupaciones y se encontró en medio de la selva con quien menos esperaba: Wilhem Wolf. ¿A dónde vas?-Preguntó muy serio Wolf-. A resolver asuntos pendientes-Contestó Da Oliveira quien parecía disgustado-. No tardó mucho tiempo hasta que Da Oliveira llegó al mismo poblado donde todo había empezado; Para después no volver a aquel lugar por mucho tiempo

En ese momento se estaba realizando una ceremonia religiosa en la cual iban a sacrificar a alguien que iba a servir de ayuda. Todo estaba preparado para el sacrificio pero resonaron los gritos de Gabriel Da Oliveira. ¡No, déjenlo en libertad! ¡No le hagan daño!-Exclamó este varias veces hasta que al fin lo escucharon y, desataron a su víctima quien corrió hacia Da Oliveira-. Necesito hablar con su jefe-Suplicó Da Oliveira a quien parecía ser el líder del acto sacrificial-. Venga, es por aquí- Dijo este último-.

¿Cómo te llamas?-Preguntó Da Oliveira-. Mi nombre es Constantino. Yo era hijo de un español que ya falleció hace muchísimo tiempo y que al momento de mi nacimiento me dejó a cargo de Imuk el gran jefe de estas tierras-Dijo-. ¿Y el nombre del sacerdote?-Preguntó el portugués-. Mi nombre es Alfredo Zúñiga-Respondió éste-. ¿Qué necesita hacer aquí?-Preguntó Constantino-. Necesito hablar con el jefe y escribir una carta-Respondió Da Oliveira-

Cuando llegaron al lugar, fueron recibidos por Imuk quien parecía no haber dormido desde la noche anterior. ¿Que quieren?-Preguntó-. Necesitamos escribir una carta-Respondió Zúñiga-. ¿Sabe donde está el holandés Wolf?-Preguntó el portugués-. No recuerdo a ningún Holandés, pero si lo recuerdo a usted señor Da Oliveira-Respondió Imuk- En ese momento, Gabriel Da Oliveira sacó de su bolsillo el frasco de tinta y la pluma que había llevado consigo durante toda su travesía y comenzó a escribir con una hoja de papel que le había regalado el mismo Zúñiga. La carta decía así:

Al comandante Juan Olavarría

"Escribo para alertar sobre la presencia en territorios de España y Portugal de un militar holandés llamado Wilhem Wolf quien quiere establecer territorios en nombre de su país. Aliste sus ejércitos que tal vez podamos estar preparándonos para enfrentar la mayor amenaza que pudiéramos experimentar en nuestras vidas".

Gabriel Da Oliveira.

Parte II

Aquella noche Da Oliveira, Zúñiga el sacerdote y el indígena Constantino se dispusieron a embarcar con rumbo a territorios españoles. ¿Hacia dónde iremos?-Preguntó Da Oliveira-. Iremos hacia la colonia de Nueva Granada-Respondió el capitán de la embarcación en donde iban todos, un hombre de apellido Fernández. Por todo el resto de la noche el comandante Da Oliveira no pudo conciliar el sueño pensando en los males que traerían las conquistas de Wilhem Wolf.

Cuando por fin llegaron a su destino, todos ellos se dispusieron a buscar al comandante Juan Olavarría, a quien no tardaron en encontrar en medio del bullicio del comercio. ¡Comandante Olavarría!-Exclamó Gabriel Da Oliveira impacientemente hasta que logró ser escuchado-. ¿Quién llama?-Preguntó éste quien se hallaba algo apresurado-. Da Oliveira corrió hasta donde estaba Olavarría y le entregó su carta que este último miró fijamente durante varios minutos.

¿Cuál es el contenido de ésta carta?-Preguntó Olavaria-. Solo léala detenidamente-Respondió Da Oliveira-. Pero ¿Qué hace aquí?-Preguntó Olavarría nuevamente-. Escúcheme, la persona que no pudimos conocer antes de zarpar de España es un militar holandés que desea apoderarse de territorios españoles y portugueses-Dijo Gabriel Da Oliveira-. Iremos a mi casa y hablaremos mejor de esto-Replicó Olavarría quien se hallaba en ese momento comprando algo de comida en el mercado-.

En ese mismo momento Da Oliveira, el padre Zúñiga, y Constantino se dispusieron a caminar con rumbo a la casa del comandante Olavarría con quien conversarían durante toda la noche. Cuando llegaron se dispusieron a desempacar sus cosas en lo que sería su emplazamiento por los próximos días; El emplazamiento de todos, menos de Gabriel Da Oliveira quien partiría hacia territorios portugueses en África; Un viaje por el cual el no dormiría.

A la mañana siguiente, todos despertaron menos Gabriel Da Oliveira quien permaneció despierto toda la noche. ¿Sucede algo?-Preguntó el padre Alfredo Zúñiga haciendo la señal de la cruz-. Queridos amigos, lamentablemente debo partir hacia otros territorios en busca de más aliados para así concretar nuestro objetivo-Afirmó Da Oliveira pausadamente-. ¿Hacia donde irás? -Preguntó Constantino-. Iré hacia África-Contestó Da Oliveira-. ¡Que bien, traerá esclavos!-Exclamó enseguida Juan Olavarría-. No traeré esclavos, solamente aliados Portugueses-Contestó Da Oliveira-

En ese mismo momento, se encaminó Da Oliveira hacia la costa donde lo esperaba todo su ejército, y se embarcaron con rumbo a África donde encontrarían más y más aliados. Pero a Da Oliveira le impacientaba saber donde estaba Wilhem Wolf, y no lo sabría hasta llegar a África, para después confirmar sus temores en Asia

Luego de varias semanas y un intenso y largo viaje llegaron Gabriel Da Oliveira y su pequeño gran ejército a África, específicamente lo que hoy es Angola. Todo era desconocido para Da Oliveira, quien recordó a su aliado Fernando Serra quien se hallaba en América esperando su regreso. En ese mismo momento fue recibido por otro militar Portugués y un médico Alemán quienes lo guiaron a Da Oliveira y su ejército a la comunidad indígena Bantú.

¿Cuál es su nombre?-Preguntó Da Oliveira al militar Portugués-. Mi nombre es Gaspar Da Silva-Dijo- .¿Y el suyo cual es?-Preguntó este-. Mi nombre es Gabriel Da Oliveira y también soy Portugués-Respondió éste con voz cansada por el largo viaje-. ¿Cual es su nombre?-Preguntó Da Oliveira al médico Alemán-. Mi nombre es Friedrich-Respondió este jadeando-.

En ese momento llegaron todos a las márgenes de un río donde tomaron un bote que los llevó a un pequeño reino Bantú que estaba en su otra margen. He venido a estas tierras desde América con un solo propósito: Buscar a Wilhem Wolf -Dijo Gabriel Da Oliveira mientras la canoa donde se hallaba junto a sus dos amigos llegaba a la orilla-. Yo conocí a ese tal Wolf-Dijo Friedrich algo exaltado-. Estuvo por aquí y quiso proclamarse gobernante de la tribu a la que vamos, pero el ejército portugués lo expulsó junto con el suyo-Afirmó-. Fue el quien estuvo conmigo en América y también quiso ser gobernante-Dijo Da Oliveira-. ¿Me puede decir hacia donde fue?-Preguntó impacientemente-. Está en otro territorio de su país pero dijo que pronto regresaría para reintentar apropiarse de esta tribu-Respondió Friederich-. ¿Cuál es ese territorio?-Preguntó Da Oliveira-. Él está en Asia-Afirmó Friedrich-. Claro, hacia el sur en la isla de Sumatra-Recordó-.

En ese momento, desembarcaron y fueron recibidos por el rey de la tribu, un hombre con cara de bebé y enorme tamaño. ¿Cuál es su nombre?-Preguntó Gabriel Da Oliveira-. Mi nombre es Julius, Julius N`Bah-Respondió este mientras soplaba unas hojas de coca que utilizaba como estimulante-. En ese momento, se instalaron cada uno en una choza donde pasaron los próximos días, y donde Gabriel, el portugués intentaría encontrar soldados africanos para llevarlos a América. Pero eso se vería interrumpido por un hecho inesperado.

Necesito hablar con Julius-Dijo Da Oliveira a Friedrich, el Alemán-. ¿Sabe usted donde está?-Preguntó éste muy pausadamente-. Está en el río pescando-Respondió Friedrich con voz cansada-. En ese momento, salió Gabriel Da Oliveira de su choza en medio de dudas sobre si aceptaría Julius N"Bah su propuesta de ir con él hacia América o no. Muy productiva ha sido la pesca ¿O no?-Preguntó Da Oliveira con una pequeña risa en la cara-.Escucha Julius-Dijo Da Oliveira-, necesito hacerte una propuesta-Finalizó éste quien se lavó la cara con agua del río en ese mismo instante-. ¿Deseas ir conmigo y mi ejército hacia América?-Preguntó en tono de súplica-. N"Bah pensó por un momento , abandonó la pesca e invitó a Gabriel Da Oliveira a entrar en su choza, que estaba nada más y nada menos que al lado de la suya.

En ese momento ofreció Julius N"Bah a su invitado una especie de bebida fermentada que no gustó a este.¿Que clase de bebida es ésta?-Preguntó Gabriel Da Oliveira con la cara arrugada-. Es una mezcla de maíz y caña fermentados-Respondió N"Bah quien, en su caso si disfrutaba de la bebida-. Pero ni siquiera el mal sabor en la boca de Gabriel Da Oliveira pudo evitar que éste reanudara la conversación anterior

Necesito confirmar nuestro viaje a América-Dijo éste mirando fijamente a los ojos de N"Bah-. Claro que iré-Afirmó éste último-, pero con la condición de no ser esclavizado en ninguna mina o hacienda-Recalcó Julius N"Bah alterado-. Tranquilo, no serás esclavizado en ninguno de estos trabajos forzados-afirmó Da Oliveira-. Solamente necesitaré de tu alianza a mi ejército para buscar a Wilhem Wolf de quien te hablaré más adelante-Argumentó Gabriel Da Oliveira-. Por ahora debes descansar, porque en solo tres días partiremos-Aseveró éste último quien abandonó la choza en ese mismo momento-.

La noche fue larga para Gabriel Da Oliveira quien comenzaba a sentir ansiedad por el viaje que se aproximaba, pero para Julius N"Bah la historia era otra. Éste, pensando que sería esclavizado en América optó por el suicidio, lo cual sería una noticia triste para Da Oliveira quien deseaba tenerlo en las filas de su ejército y deseaba hablarle de Wilhem Wolf; Pero esto no lo lograría pues, no sabía que algo le había sucedido al rey de la tribu.

La mañana siguiente todos despertaron con una gran tristeza.

¿Qué sucede?-Preguntó Da Oliveira quien acababa de despertarse-. Julius falleció-Respondió Gaspar Da Silva con lágrimas en los ojos-. Da Oliveira también se echó a llorar mientras pasaba la multitud de nativos que despedían a su gran jefe. ¡Yo estuve con el la noche anterior!-Exclamó éste-. ¿Por qué estuviste con el?-Preguntó Da Silva -. Me reuní con el anoche y le propuse que viajáramos a América-Respondió Da Oliveira -. Yo podría servirle en su viaje-Dijo Da Silva-, y junto con mi ejército ayudarle a buscar a ese tal Wilhem. ¡Le agradecería si me ayuda en ésta!-Exclamó Da Oliveira con cara de emoción-. Siempre y cuando me diera a cambio algo de oro-Dijo Da Silva provocando a Da Oliveira-. Yo tengo entendido que tanto América como África poseen innumerables riquezas, pero por el mejor oro para usted yo viajaría hasta Asia- Argumentó Da Oliveira-. Entonces creo que nuestro viaje a América se retrasará-Dijo Da Silva-.

Otro nuevo viaje, esta vez a tierras verdaderamente desconocidas les esperaba a ambos. Mientras tanto, Da Oliveira se volvió a hundir en sus pensamientos y volvió a recordarse de su viejo amigo Fernando Serra por el que no tardó en derramar unas lágrimas; Cosa que sucedía casi siempre cada vez que le recordaba.

Parte III

Esa misma noche, se dispusieron a recoger sus provisiones y sin llevar soldados Africanos, como Da Oliveira había prometido a sus amigos Españoles en América; Pero éste viaje no sería de regreso al continente donde todo empezó, sería rumbo a un continente que era totalmente desconocido para Gabriel Da Oliveira como para Gaspar Da Silva . Ya está todo preparado-Dijo Gaspar Da Silva-. Yo creo que primero deberíamos ir a América-Dijo Gabriel Da Oliveira a su compatriota Da Silva mientras cargaban las últimas provisiones en el barco-. El oro que encontraremos le servirá para pagar la alianza entre su ejército y el mío, así como abastecer a sus amigos en América-Dijo Gaspar Da Silva-.

En medio del viaje Gabriel Da Oliveira no pudo dejar de pensar en sus amigos que se encontraban en América en especial a Alexandre Serra, mientras que Gaspar Da silva permanecía en la cubierta del barco mirando la inmensidad del mar hasta que decidió acompañar a su amigo Da Oliveira . ¿Sucede algo?-Preguntó Da Silva-. Después de éste viaje a Asia yo necesito ir a América-Dijo éste con voz llorosa-. Manténgase tranquilo que solo será para buscar oro-Dijo Da Silva-. Iba a ser este viaje solo para buscar oro, pero nunca se imaginarían ninguno de los dos que conocerían más acerca de un personaje que Gabriel Da Oliveira no había visto en mucho tiempo.

Varias semanas después, desembarcaron en la isla de Sumatra. Mohammed, un aborigen que practicaba el hinduismo los llevó a ambos a su pequeña tribu donde recibieron ayuda de unos cuantos nativos y emprendieron la búsqueda de oro. ¿A qué han venido a nuestro territorio?-Preguntó Mohammed- Venimos a buscar algo de oro y nada más-Respondió Gabriel Da Oliveira-. En mi aldea hay mucho-Dijo Mohammed-, y lo conseguimos para los Holandeses-Afirmó-. De hecho un tal Wilhem Wolf estuvo por aquí con su ejercito y varios aliados entre ellos un tal Josef Dirk -Dijo Mohammed-. ¿Puedes decirme donde está Wilhem Wolf?-Preguntó Gabriel Da Oliveira impacientemente-. Ayer partió de aquí hacia ese continente de América-Respondió Mohammed-. ¿No venían por oro?-Preguntó este último-. ¡Tendremos que regresar a América!-Exclamó algo exaltado Gabriel Da Oliveira-. ! No podemos seguir más aquí y deberemos esperar si quermos conseguir oro!-Gritó éste último-.

En ese momento, abandonaron estos dos a Mohammed y agradeciéndole su ayuda embarcaron de nuevo, ésta vez hacia el continente donde todo había empezado, y el continente donde encontrarían más y más aliados para su ejército. Lo que sería una búsqueda de oro y otros metales, luego pasó a ser la búsqueda de un peligroso conquistador que deseaba apoderarse de todo territorio. Como en otros viajes, Gabriel Da Oliveira no pudo conciliar el sueño y se sumergió en dudas y malos pensamientos.

En ese momento una visión le sobresaltó a éste último. ¿Qué sucede?-Preguntó Gaspar Da Silva-. Tuve una espantosa visión-Dijo Gabriel Da Oliveira-. ¡Vi a todos nuestros aliados en América hechos prisioneros y sus territorios habían sido arrebatados por los holandeses!-Exclamó éste-. Querido amigo, fue solamente una visión producto de su mente-Dijo Da Silva-. ¿No cree que debería tranquilizarse un poco?-Preguntó-. Si, usted está en lo cierto. Fue solo una visión de algo que nunca sucederá-Dijo pausadamente Gabriel Da Oliveira-. Era esa visión algo de lo que Gabriel Da Oliveira no se equivocó; Algo que en realidad les sucedía a sus amigos, algo por lo que se tomó la libertad de ir a buscar oro al continente de Asia olvidándose casi por completo de América; Y era ese un error que costaría muy caro.

No podía dejar de pensar en esa visión cuando al fin, venciendo todos los pronósticos arribaron de nuevo a América, esta vez en lo que era el Río de la Plata, hoy Argentina. Se internaron pues, Da Oliveira y Da Silva en la selva donde no tardaron en encontrarse con un contingente Español. ¿Quiénes son ustedes?-Preguntó Gaspar Da Silva pensando que iban a matarlos-. Tranquilos amigos míos, mi nombre es Martín, Martín Alonso-Respondió este con semejante vozarrón-. Necesitamos que nos guíe en medio de ésta selva-Dijo Gaspar Da Silva-. Y, ¿de dónde vienen?-Preguntó Alonso como queriendo inquirir las mentes de los dos-. Nosotros provenimos de Portugal-Dijo Gabriel Da Oliveira-, claro que estábamos en territorios diferentes. Mi amigo estaba en África y yo siempre había estado aquí en América pero había viajado a el continente que mencioné antes buscando aliados-Respondió Gabriel Da Oliveira con el rostro sudoroso-.

Siguieron españoles y portugueses su marcha en medio de la espesa selva cuando, de repente el líder de los españoles hizo una pregunta ¿Por qué busca aliados en un continente tan lejano? ¿Por qué no los busca aquí?-Preguntó Alonso-. Tengo aliados aquí en América, pero necesito más-. Respondió Gabriel Da Oliveira-. Necesitamos encontrar a un militar Holandés que quiere hacerse gobernante de todas éstas tierras-Afirmó éste último-. Yo puedo ayudarlos en su búsqueda-Dijo Martín Alonso-. Apreciamos mucho su ayuda pero debemos trasladarnos a un poblado que es propiedad de Portugal y donde está uno de mis aliados-Argumentó Gabriel Da Oliveira-.

Así fue como siguieron su viaje hasta llegar a tan ansiado destino, donde los recibió un Fernando Serra muy envejecido y quien se hallaba con semblante bastante decaído. ¡Gabriel, Gabriel!-Exclamó Serra-. ¿Qué le ha sucedido a éste lugar?-Preguntó Gabriel Da Oliveira-. Esos holandeses nos atacaron y creo que establecieron una base militar cerca-Respondió Serra mientras mostraba el pueblo arrasado por los ataques Holandeses a Da Oliveira-. Necesito encontrar a mis amigos Españoles y volveré junto con ellos para formar un ejército-Afirmó éste último-.

En ese mismo instante se dispuso a empacar provisiones para ir a reencontrarse con un viejo conocido: Imuk, el jefe indígena Quechua. Yo creo que necesitará alguien que le acompañe-Dijo Fernando Serra-. Yo ya tengo mi ejército, pero si Gaspar desea acompañarme le agradecería mucho-Afirmó Gabriel Da Oliveira-. Y así fue como Ambos se dispusieron a enrumbarse a la comunidad indígena más cercana; Una comunidad que era ya muy conocida para Gabriel Da Oliveira, pero completamente desconocida para Gaspar Da Silva. ¿Qué lo motiva a usted a buscar aliados por todos el mundo?-Preguntó Gaspar Da Silva-. La razón por la que busco aliados por todo el mundo es porque hay un militar Holandés que quiere colonizar por estas tierras-Dijo Gabriel Da Oliveira-, y nosotros no lo permitiremos-Afirmó-. Ahora veo la razón por la cual no ha podido dormir los últimos días-Dijo Da Silva-.

Al llegar al poblado indígena, encontró Gabriel Da Oliveira todo cambiado. Iglesias en lugar de templos para los dioses indígenas; Casas de adobe en lugar de chozas, y como jefe no a Imuk sino a su viejo amigo Constantino. ¿Constantino?-Preguntó Gabriel Da Oliveira-. Si, soy yo ahora quien gobierna estas tierras-Respondió éste en voz alta-. ¿Qué sucedió con Imuk?-Preguntó Gabriel Da Oliveira-. Fue asesinado por los Holandeses-Respondió Constantino-. Y ¿Qué le sucedió al comandante Olavarría y a Zúñiga el sacerdote?-Preguntó Da Oliveira impacientemente-. Ellos estuvieron por aquí, pero huyeron a América Central custodiados por el ejército del primero de ellos-Respondió Constantino-

En ese momento se asentaron Da Silva y Da Oliveira en una vivienda donde pasarían los próximos días pero, de repente la naturaleza se estremeció. Un temblor de tierra destruyó todo; Gran parte del ejército Portugués pereció bajo los escombros; De los 1100 integrantes de dicho ejército, ahora restaban 600, pero milagrosamente Constantino que era el gobernante de dicho territorio sobrevivió. Lamento mucho las pérdidas que sufrieron-Dijo-. Yo debo partir a buscar a mis otros amigos-Argumentó Gabriel Da Oliveira-. Necesito que permanezca aquí con su ejército, los holandeses podrían atacarnos en cualquier momento-Suplicó Constantino, quien se hallaba en ese momento junto a varios integrantes de su guardia personal buscando sobrevivientes al terrible sismo-. ¡Debo irme!-Insistió Da Oliveira-

Despidiéndose una vez más de su amigo Constantino, Gabriel Da Oliveira se internó otra vez en la selva, pero ésta vez no se echaría al mar; Ésta vez caminaría a pie seco toda la costa occidental de América del Sur. No se imaginaba éste que después de encontrar a sus aliados encontraría a su peor enemigo contra quien sostendría una guerra a muerte. Mientras tanto, un amigo era secuestrado por las tropas Holandesas; Algo que ni Da Oliveira ni Da Silva sabrían hasta regresar de su viaje por Centroamérica.

Parte IV

Como en anteriores oportunidades, se dispusieron Gabriel Da Oliveira y Gaspar Da Silva a empacar sus provisiones para emprender la maratónica travesía en la que conocerían nuevos territorios y nuevos amigos que les acompañarían hasta el final. Pero antes de empezar, una extraña visión se apoderó de la mente de Gaspar Da Silva. ¡Vi algo, vi algo!-Exclamó Da Silva-. ¿Qué acaba de ver?-Preguntó Gabriel Da Oliveira-. Es algo así como una base militar, y no es de España ni de Portugal-Argumentó Da Silva-. Por ahora continuemos con nuestro viaje-Aseveró Gabriel Da Oliveira-, nos queda mucho camino hasta llegar a nuestro destino-Recalcó-.

Da Silva pasó toda la tarde pensando si serían ciertas sus visiones sobre esa base militar o no pero, para Da Oliveira el objetivo no era confirmar visiones sino llegar a América Central. La visión de Da Silva era cierta, más que cierta. No lo se, pero ya quiero que encontremos a esos españoles para volver a la búsqueda de nuestro enemigo holandés-Dijo Gaspar Da Silva-. Manténgase tranquilo, esa visión solamente fue un producto de su imaginación-Replicó Da Oliveira-. ¡No fue un producto de mi mente, fue tan real!-Exclamó Da Silva-. Ahora no soy yo el de las visiones, sino usted-Dijo Gabriel Da Oliveira-.

Cayó la noche y ambos se dispusieron a armar con algo de ramas de árboles, lo que sería su refugio por toda esa noche; Da Silva recordando la visión que había tenido la tarde anterior, estuvo muy vigilante esa noche ante cualquier presencia sospechosa que, aún no se hacía notar. ¿Qué tanto mira los árboles?-Preguntó Gabriel Da Oliveira, quien despertó a media noche-. Yo solamente estoy vigilando-Respondió Da Silva-; Esos holandeses podrían atacarnos en cualquier momento-Argumentó-. Yo creo que mejor me regreso a dormir-Dijo Da Oliveira-.

A la mañana siguiente despertó Da Oliveira, quien encontró a su compatriota Da Silva dormitando. ¡Gaspar! ¡Gaspar!-Exclamó Gabriel Da Oliveira-. En ese momento se levantó Da Silva del suelo y se dispuso junto a Da Oliveira a recoger las provisiones para continuar su travesía, que se parecía más al paso de los Andes que se daría siglos más tarde. Anoche mientras dormía tuve un sueño-Dijo Gabriel Da Oliveira-. ¿Qué clase de sueño?-Preguntó Gaspar Da Silva-. Fue casi igual a la visión que tuve cuando regresábamos de Asia-Respondió Da Oliveira-, pero más real y con situaciones que no vi en esa oportunidad-Afirmó éste último-. ¿Cuáles situaciones?-Preguntó Da Silva-. Nuestros aliados del pueblo al que fuimos eran secuestrados-Respondió Da Oliveira-, y todo era totalmente quemado y arrasado por tropas holandesas dirigidas por Wilhem Wolf-Afirmó-.

En medio de su travesía que ya avanzaba hacia la cordillera de los andes, se encontraron con otro aliado: Martín Alonso. Comandante Alonso-Dijo Gabriel Da Oliveira haciendo una reverencia-. ¿Hacia donde van?-Preguntó Alonso-. Vamos hacia América Central a buscar otros compañeros-Respondió Gaspar Da Silva-. Yo podría acompañarlos-Dijo Martín Alonso-. Nos queda mucho camino, pero si usted desea acompañarnos se lo agradeceríamos mucho-Dijo Gaspar Da Silva-. Ya habían abandonado la selva, cuando a todos los sorprendió una emboscada. En ese momento comenzó una de muchas batallas, y nada más y nada menos contra los holandeses que se habían enterado del largo viaje de Da Silva y Da Oliveira. !Sorpresa!-Gritó Wilhem Wolf-. Cuando acabó aquella escaramuza todos los soldados de Gabriel Da Oliveira, Gaspar Da Silva y Martín Alonso fueron hechos prisioneros por el ejército de Wilhem Wolf quien se dispuso a amarrar de las manos a sus respectivos comandantes. Pensaron que nunca los encontraría-Dijo Wolf con una risa malévola-.

Hechos prisioneros todos, emprendieron un viaje de regreso a la selva donde se reencontrarían con sus amigos, quienes también sufrieron el mismo flagelo; Eran estas las visiones que habían agobiado primero a Gabriel Da Oliveira, luego a Gaspar Da Silva y nuevamente al primero de estos dos. ¿Quién le habló sobre nosotros?-Preguntó Gabriel Da Oliveira quien se esforzaba por caminar-. Alguien que usted conoce-Respondió Wilhem Wolf con su espada empuñada en la mano en señal de intimidación-. Ese amigo suyo, Fernando me lo dijo todo-Argumentó éste último-. En ese momento Gabriel Da Oliveira se llenó de malos pensamientos; No podía creer que uno de sus más leales amigos cometiera tal falta en su contra.

Pero mientras tanto, Gaspar Da Silva pensaba como escapársele a Wolf; Un plan que funcionaría efectivamente y que le permitiría a este rescatar a varios de sus amigos prisioneros. Wilhem Wolf había descuidado por varios minutos a sus cautivos, y ese descuido fue suficiente para que Gaspar Da Silva comunicara a Gabriel Da Oliveira su plan para escapar de su cautiverio. ¡Gabriel! ¡Gabriel!-dijo éste en voz baja-. Éste se hallaba sin ánimos de hablar, pero aún así pudo atender los llamados de Da Silva; Necesito escuches con atención mi plan-Dijo Da Silva-, ésta misma noche escaparemos-Afirmó-.

¿Qué propone que hagamos?-Preguntó Da Oliveira-. Esperaremos a que Wolf y sus hombres estén totalmente dormidos-Dijo Da Silva-, luego encenderemos fuego a todos los árboles que están alrededor-Afirmó-. ¡La extinción del fuego le mantendrá tan ocupado que no se dará cuenta de nuestra fuga!-Exclamó lleno de alegría Gabriel Da Oliveira-. Debemos permanecer en silencio-Recalcó Da Silva-. En ese momento regresó Wilhem Wolf, quien en gesto benévolo les ofreció algo de agua que había encontrado en un río que se encontraba cerca. Aquí tienen-Dijo y se dispuso a arreglar lo que sería su refugio durante la noche-.

¿Dónde está mi ejército?-Preguntó Gabriel Da Oliveira-. Están por aquí-Respondió Wolf quien en ese momento desató a Gabriel Da Oliveira-. ¿Yo también puedo ir con él?-. Suplicó Gaspar Da Silva-. No, usted se quedará aquí-Respondió el otro-. Mientras tanto, Da Oliveira era conducido al lugar donde habían sido trasladados sus soldados; Allí materializó el plan de escape y lo puso en marcha apenas su adversario le abandonó. Se dispuso pues a buscar junto a sus soldados algo de madera y piedras para encender el fuego. Comandante, ya tenemos toda la madera necesaria-Dijo un soldado de nombre Ulises. Excelente-Dijo Gabriel Da Oliveira-. Ahora si podremos escapar-.Dijo Gabriel Da Oliveira riéndose-. No debemos subestimar a los holandeses-Dijo el otro-. Ya verán todos que mi plan funcionará-Replicó Da Oliveira-. En ese momento, se encaminaron estos dos con rumbo al campamento donde estaba Gaspar Da Silva y comenzaron a ejecutar lo que se había planeado.

Volviendo a su lugar de cautiverio, fue recibido Da Oliveira por un Wilhem Wolf bastante cansado. ¿Por qué tardó tanto?-Preguntó Wilhem lanzando un bostezo al aire-. Estaba con mis soldados y aprovechamos para beber un poco de agua-; Ya se hacía de noche cuando Da Oliveira solicitó a Wolf permiso para ir aparentemente a buscar algo de fruta para comer. Vaya busque toda la fruta que quiera-Dijo Wolf-, pero regrese rápido-Ordenó-. Se dispuso Da Oliveira a buscar algunas frutas en medio de la selva, y también buscaría algo más. Cuando regresó de su búsqueda, pudo comer tranquilamente junto a sus soldados y su amigo Gaspar, quien aunque no tenía ánimo para comer pudo probar solo un pequeño bocado.

A media noche, Gaspar Da Silva dio la orden para comenzar el escape mientras que varios soldados de Gabriel Da Oliveira se dispusieron a hacer fuego con las piedras y la madera que habían encontrado tiempo atrás. Ni el más mínimo ruido despertó a Wilhem Wolf ni a ninguno de sus soldados. Cuando lograron por fin hacer algo de fuego, hicieron montones con las hojas caídas de los árboles y dejaron caer sobre ellos los trozos de madera encendidos. En ese momento pasó por allí un fuerte viento que propagó rápidamente las llamas y, en menos tiempo del que esperaban ya se había producido un gran incendio. Mientras tanto los soldados de Gabriel Da Oliveira emprendieron la huída para encontrar a su Martín Alonso y escapar de la selva.

En ese momento a Josef Dirk lo despertó un penetrante olor a humo que encendió las alarmas entre los demás soldados del campamento. ¡Señor Wolf! ¡SeñorWolf! ¡Despierte!-Exclamó desesperado-. También despertó Wilhem Wolf quien no tuvo tiempo de salvar sus provisiones que serían consumidas por el fuego. ¿Qué es todo éste incendio? ¿Dónde están nuestros prisioneros?-Preguntó Wolf a gritos-. Señor, el incendio lo provocaron los prisioneros quienes al parecer escaparon-Respondió Josef Dirk con las manos trémulas-

Mientras Wilhem Wolf y Josef Dirk luchaban junto a sus soldados por apagar el voraz incendio, Gabriel Da Oliveira y Gaspar Da Silva rescataron a su amigo Martín Alonso escaparon y se internaron de nuevo en la selva y emprendieron otro viaje para reencontrarse con viejos y nuevos amigos. Luego de esto, al fin pudieron viajar hacia América Central, pero antes de esto en medio de la selva encontrarían una sorpresa; Una sorpresa muy desagradable y que le costaría la vida a alguien que Da Oliveira apreciaba mucho. Mientras tanto, Martín Alonso marchó junto con su ejército hacia el río Amazonas, donde permanecería por largo tiempo.

Parte V

¿Cómo nos pudo suceder esto?-Preguntó Wilhem Wolf estremecido-. Señor, el incendio fue obra de los portugueses que teníamos como cautivos-Respondió su aliado- Adonde sea que hayan escapado, los encontraremos-Dijo Wilhem Wolf muy disgustado-. Necesitamos reorganizarnos si queremos encontrarlos-Afirmó Josef Dirk-. Volviendo con Gabriel Da Oliveira y Gaspar Da silva, para estos la historia era diferente. Habían hecho una escala en su viaje, y era en la comunidad indígena de su viejo amigo Constantino; Comunidad que ya lucía bastante recuperada del desastre.

Cuando llegaron Gaspar Da Silva y Gabriel Da Oliveira a reencontrarse con su viejo amigo Constantino, éste les recibió para darles una terrible noticia; Qué bueno que han regresado-Dijo Constantino-. Pero, ¿Por qué no completaron su viaje?-Preguntó-. El ejército de Wilhem Wolf nos emboscó cuando nos adentrábamos en la cordillera de los andes-Respondió Gaspar Da Silva-. Tengo para ustedes una mala noticia-Dijo Constantino-. ¿Ahora que sucedió?-Preguntó Gabriel Da Oliveira-. El mismo día en que ustedes partieron, los holandeses atacaron los territorios portugueses y asesinaron a uno de sus amigos-. ¿A cual?-Preguntó Gaspar Da Silva-. Fernando Serra-Respondió Constantino-.

En ese momento, Gabriel Da Oliveira con lágrimas en los ojos pidió a Gaspar Da Silva que fuera a ver si era verdad lo que les había dicho Constantino. Necesito que vaya a ver la situación que se vive del otro lado de ésta selva, donde están los territorios portugueses-Suplicó Da Oliveira-. Pero necesitaré de algunos de sus soldados-Dijo Gaspar Da Silva-. Le daré 20 soldados-Dijo Gabriel Da Oliveira-. Y así, con 20 soldados custodiándolo partió Gaspar Da Silva solo para dar un vistazo, o eso pensaban todos; Mientras tanto, Gabriel Da Oliveira permaneció junto a Constantino y, después de varios minutos, se dispuso a buscar algunas frutas en medio de la selva para saciar su hambre.

Mientras regresaba de su búsqueda se le apareció un esclavo negro en el camino. ¿Quién eres?-Preguntó Da Oliveira algo asustado-. Mi nombre es Okoro-Respondió éste-. Vengo de Guinea-Afirmó-. ¿Hacia donde ibas?-Preguntó Da Oliveira-. Estoy buscando algo de leña para el campamento que está cerca-Dijo Okoro-. ¿A cual país pertenece ese campamento?-Preguntó Da Oliveira-. Pertenece a Holanda-Respondió Okoro-. ¿Me puedes conducir hasta allá?-Preguntó Da Oliveira -. No podría-Respondió Okoro-, ese campamento está fuertemente custodiado por un ejército que sobrepasa en número al que posees -Argumentó-. Regresaremos al pueblo donde, por los momentos, yo habito-Dijo Da Oliveira algo preocupado-. Pero yo debo recoger leña para los holandeses-Dijo Okoro-. Ve, déjales toda la leña que ellos quieran y ven a media noche-Pidió Da Oliveira-.

Mientras tanto, Gabriel Da Oliveira terminaba de regresar a su destino pero para Gaspar Da Silva la historia era muy diferente. Éste se había escondido entre los árboles a echar un vistazo del pueblo que, al parecer ya no era de Portugal, pero los holandeses lo descubrieron, lo capturaron y le hicieron prisionero de nuevo. ¿Hacia dónde ibas?-Preguntó Josef Dirk, quien era el nuevo gobernante de esos territorios-. Yo iba a buscar algo de frutas-Respondió Gaspar Da Silva quien era ahorcado fuertemente-. ¡Mentira!-Exclamó enardecido Josef Dirk-. Yo maté a tu amigo Fernando Serra y ahora su pueblo también es de Holanda-Dijo algo ufano-. En ese momento, Gaspar Da Silva fue recluido en un lugar muy oscuro y en el que, al parecer, no había nada donde pudiera descansar; Solo un tronco de madera le serviría para recostar su cabeza en la noche y por los próximos días.

Mientras tanto, Gabriel Da Oliveira ya se encontraba sano y salvo junto a su amigo Constantino con quien se dispuso a conversar mientras convertían todos los vegetales que había encontrado Da Oliveira en un sabroso guisado, mientras que las frutas las comerían después. Me encontré con un esclavo negro, que me pudo confirmar lo que usted nos decía a mí y a Gaspar-Dijo Gabriel Da Oliveira-. Necesitamos repeler a esos holandeses-Dijo Constantino-. ¿Dónde podrá estar Gaspar?-Preguntó Da Oliveira-; Tranquilo, el debe estar por llegar-Dijo Constantino-. Pero Gaspar Da Silva nunca llegó a reencontrarse con Gabriel Da Oliveira ni con Constantino; Y no se sabría nada más de el por mucho tiempo.

A media noche, tal y como se había planeado Okoro, el esclavo negro, fue recibido por Gabriel Da Oliveira quien estaba sentado bajo un árbol en ese momento; Aquí estoy-Dijo Okoro arrodillándose-. Necesito me ayudes con un problema que debo resolver-Dijo Gabriel Da Oliveira-. ¿Qué tipo de problema?-Preguntó Okoro-. Necesito partir hacia África-Dijo Da Oliveira-, y puesto que eres un nativo me podrías servir de guía-Afirmó-. Lo siento, pero mis amos holandeses no me permitirían viajar-Argumentó Okoro- y mucho menos con un portugués o un español-Dijo algo asustado-. No importa, idearemos un plan de escape-Dijo muy tranquilamente Gabriel Da Oliveira-. Por ahora debo regresar-Dijo Okoro, quien le dejó su machete y su navaja a Da Oliveira-.

La mañana siguiente, uno de los soldados que habrían de acompañar a Gaspar Da Silva a echar un vistazo a los holandeses llegó y despertando a todos dio una noticia que sería, si se puede decir, desgarradora; ¡Comandante Da Oliveira!-Exclamó desconsolado el soldado, cuyo nombre era Roberto-. ¿Qué le sucedió a Da Silva?-Preguntó Gabriel Da Oliveira, quien acababa de despertar-. Lo secuestraron los holandeses-Dijo el soldado Roberto, cuyos ojos no cesaban de derramar lágrimas-. ¿Dónde están los otros soldados que envié?-Preguntó Gabriel Da Oliveira-. Ya vienen en camino-Respondió Roberto-. Nuestro amigo Gaspar tendrá que esperar por su rescate, porque tendremos que viajar de nuevo-Argumentó Gabriel Da Oliveira-. ¿Hacia donde iremos ésta vez?-Preguntó Roberto-. Nuestro destino será África-Respondió Da Oliveira-, pero tranquilo que ésta vez contaremos con un guía-Afirmó-

Cuando llegaron todos los soldados que habían acompañado a Gaspar Da Silva, el ambiente era muy confuso. Muchos soldados se preguntaban si el guía de su próximo viaje era una persona confiable o no; También se preguntaban cómo estaba su amigo Gaspar Da Silva. En ese momento convocó Gabriel Da Oliveira a todos sus soldados a una reunión en la que era su vivienda temporal. Se que muchos están algo atemorizados por este nuevo viaje-Dijo Da Oliveira-, y también se que desconfían de nuestro guía-Argumentó-. Necesitamos saber quien será nuestro guía en esta nueva expedición-Dijo un soldado-. Será un esclavo africano-Respondió Gabriel Da Oliveira-. Pero él es un esclavo-Replicó otro-. Pero, al ser nativo, podrá guiarnos fácilmente a cualquier tribu-Explicó Gabriel Da Oliveira-. Todos los soldados estuvieron de acuerdo y se preparaban para el nuevo viaje, que tenía el mismo objetivo: Buscar más aliados para el multiétnico ejército que cada vez contaba con más y más soldados; Todos ellos de países y regiones diferentes.

Pero antes de partir de nuevo hacia África, todos tenían un asunto pendiente: Rescatar a su amigo Gaspar Da Silva de su secuestro holandés; Y ese objetivo no se lograría sin derramar algo de sangre; Mucha sangre. Necesitamos un buen ejército si queremos garantizar el éxito del rescate-Dijo Gabriel Da Oliveira-. Yo conozco a alguien que nos podría ayudar a encontrar más soldados-Aseveró-; En ese momento, concluida la reunion, salieron todos los soldados hacia su cuartel que habían construido con ayuda de los indígenas, mientras que Gabriel Da Oliveira decidió quedarse en su vivienda.

No sería hasta la tarde cuando apareció Okoro, el esclavo negro, quien tocó la puerta de la casa donde se hallaba Gabriel Da Oliveira; ¿Ya está todo preparado para el viaje?-Preguntó-. Ya tenemos todo para la expedición-Respondió Gabriel Da Oliveira-, pero necesito que me ayudes a conseguir algunos soldados-Dijo-. ¿Más soldados?-Preguntó Okoro-. Son para rescatar a un amigo-Respondió Gabriel Da Oliveira-. Yo tengo unos amigos que podrían ayudar-Dijo Okoro-, pero ellos no son militares como usted-Resaltó-. No importa, ustedes los africanos pueden hacer temer a cualquiera con una navaja o un machete en sus manos-Afirmó Gabriel Da Oliveira-. Debemos esperar hasta media noche para rescatar a nuestros futuros soldados y escapar-Dijo Okoro-.

Parte VI

Aquella noche, Gabriel Da Oliveira alistó todas sus provisiones y a todos sus soldados para ese nuevo viaje del cual no regresarían muchos; Un viaje que nunca olvidaría jamás y del cual no se llevaría buenos recuerdos. Constantino-Llamó Da Oliveira varias veces-. He escuchado que de nuevo partirás-Dijo el otro-. Partiré hacia África, pero no quiere decir que me olvidaré de ustedes como la vez anterior-Afirmó Gabriel Da Oliveira, quien abrazó en ese mismo instante a Constantino-. Todo eso era una mentira.

Cuando se hizo la media noche, todo estaba preparado para ir al rescate de Gaspar Da Silva; Pero faltaba alguien fundamental para llevar a cabo dicho rescate: Okoro el africano, quien había hecho la promesa de dotar de soldados el ejército de Gabriel Da Oliveira. ¿Dónde podrá estar Okoro?-Preguntaba Da Oliveira en susurro-. ¿Qué tanto haces parado allí?-Preguntó Constantino-. Estoy esperando a otros de mis soldados-Respondió Gabriel Da Oliveira-. Si quieres te daré varios de los soldados de mi ejército-Dijo Constantino-. Gracias, pero tendré que rechazar tu oferta-Replicó Da Oliveira-; Esos soldados deben proteger éste lugar de cualquier ataque enemigo-Afirmó-.

Fue entonces cuando se presentó Okoro, quien no se hallaba solo. Su pequeño ejército estaba conformado por decenas de hombres con las caras pintadas y armados con machetes y antorchas encendidas; ¿Dónde andaba?-Preguntó Gabriel Da Oliveira-. Me costó conseguir más soldados-Respondió Okoro-. ¿Tardó tanto por eso?-Preguntó Da Oliveira algo disgustado-. No solo eso-Respondió Okoro-; Un soldado holandés logró encontrarme en medio de la selva y me preguntó hacia donde iba-Dijo-. Debemos partir-Dijo Da Oliveira-.

En ese momento, partieron al rescate de Gaspar Da Silva. Todo parecía ir bien, pero a lo largo del camino no estuvieron solos. ¡Esos holandeses andan por ahí como hormigas!-Dijo Gabriel Da Oliveira-. Algo parece indicar que estamos cerca de nuestro objetivo-Dijo Okoro-. Fue entonces cuando salió al paso un mini ejército que, parecía ser holandés, y con el que sostuvieron una escaramuza que duró varios minutos; Una batalla de la cual salieron victoriosos los ejércitos de Gabriel Da Oliveira y Okoro; Y a pesar de las bajas sufridas en el combate, pudieron continuar su travesía hasta llegar a su objetivo, que era el campamento donde se hallaba secuestrado su amigo Da Silva.

Cuando por fin pudieron acercarse, no fue de su agrado lo que encontraron. Tuvieron que esconderse entre los arbustos para que los fuertes soldados holandeses no los lograran divisar; Un verdadero problema para Gabriel Da Oliveira y sus soldados pero no para Okoro y los suyos, cuyas pieles negras encajaban perfectamente con el color oscuro de las hierbas. ¡Silencio!-Exclamó en voz baja Okoro a sus soldados quienes murmuraban en todo momento. Lo mismo hizo Gabriel Da Oliveira con sus soldados, quienes si se mostraban más tranquilos. En ese momento, dio la orden para atacar.

¡Ataquen!-Gritó-. Todavía no es el momento preciso para atacar-Dijo Okoro-. Fue entonces cuando, después de esperar pacientemente que el ambiente se calmara, salieron al ataque; Primero los soldados de Okoro, seguidos por los hombres de Da Oliveira. Lo primero que hicieron los soldados de Okoro fue lanzar sus antorchas encendidas a las casas de sus enemigos; Luego, en señal de intimidación, los soldados de Gabriel Da Oliveira, dispararon una a una las balas de sus mosquetes; Cuando salieron todos los soldados holandeses, se produjo otro enfrentamiento mucho más sangriento.

Josef Dirk también salió a combatir, tomó su mosquete y se sumó a la escaramuza; Pero, mientras todo esto se resolvía entre disparos, Okoro, el africano, corrió hacia donde se hallaba recluido Gaspar Da Silva y con la ayuda de varios de sus soldados logró irrumpir en el calabozo. ¿Quien es usted?-Preguntó atemorizado Da Silva-. Luego le explicaré quien soy-Respondió Okoro-, pero por ahora venga con nosotros-Pidió-. Da Silva creyó que se trataba de su traslado hacia otro lugar; Pero ésta acción comandada por africanos y portugueses era su tan ansiada libertad.

Cuando finalizó aquella escena tan sangrienta, el panorama no era nada alentador para ninguno de los dos bandos: Muchísimos soldados muertos tanto del lado portugues como del holandés; Mientras todo se desenvolvía entre llantos y alaridos para los holandeses, soldados portugueses y africanos custodiaban a Gaspar Da Silva hacia un lugar más seguro. Sabría que vendría a rescatarme-Dijo Da Silva-. ¿Hacia donde vamos?-Preguntó-. Debemos partir hacia África-Respondió Gabriel Da Oliveira-. Fue entonces cuando empezó a soplar un viento muy fuerte; Mientras, Da Silva, Da Oliveira y Okoro corrieron a refugiarse en una cueva que había allí cerca.

Todos pensaban que se encontraban solos; Pero no fue así. ¿Quiénes son?-Preguntó un viejo chaman-. Somos portugueses-Contestó Gaspar Da Silva-. Ya he recibido a españoles, holandeses e ingleses-Dijo el chamán-, pero creo que ya tengo bastante con los portugueses-Dijo-. ¿Cuál es su nombre?-Preguntó Gaspar Da Silva-. Mi nombre es Guyok-Respondió éste-. ¿Y sus nombres?-Preguntó-. Mi nombre es Gabriel Da Oliveira; Mi nombre es Gaspar Da Silva; Mi nombre es Okoro-Respondieron todos a coro-.

Fue entonces cuando salieron de la cueva donde se encontraban, y despidiéndose todos de Guyok el chamán, continuaron su travesía en medio de la selva. ¿Hacia dónde van?-Preguntó el chamán-. Sin responder nada, los otros continuaron su marcha hasta el río Amazonas; Y del río Amazonas, junto a Martín Alonso y sus demás aliados españoles, navegarían hasta encontrarse con el océano atlántico, para después seguir hasta África. ¿No íbamos hacia África?-Preguntó Gaspar Da Silva-. Necesitamos navegar por el río Amazonas para salir al atlántico-Respondió Gabriel Da Oliveira-; Luego, si lo logramos, llegaremos a África-Dijo-. Así continuaron en medio de la selva, hasta que la noche les obligó a acampar.

Habiendo organizado su refugio, se dispusieron entonces a buscar que comer; Gabriel Da Oliveira había encontrado algo de madera, mientras que Okoro y sus soldados fueron a pescar a un río que había por allí cerca; Por su parte, Gaspar Da Silva encontró algunas piedras con las que harían fuego. Necesito me ayude a encender la fogata-Dijo Gaspar Da Silva-. Necesito más piedras para hacer fuego-Dijo Gabriel Da Oliveira-. Éstas son todas las que pude encontrar-Dijo un soldado portugués-. Mientras tanto, Okoro regresaba de la pesca; El pescado alcanzó para saciar a todos los soldados, sobre todo para Gaspar Da Silva, quien no había ingerido nada durante su cautiverio.

A la madrugada siguiente, habiendo comido las sobras de pescado de la noche anterior, partieron de nuevo en la continuación de su viaje hacia el río Amazonas; Pero dicha continuación estaría plagada de muchos contratiempos. Necesitamos encontrar una comunidad indígena donde resguardarnos-Dijo Gaspar Da Silva-. Cuando lleguemos a nuestro destino, tal vez encontremos algunos indígenas-Dijo Gabriel Da Oliveira-. De pronto, otro ejército les salió al paso; Ésta vez no eran holandeses ni españoles. Eran indígenas.

Bajen sus armas-Ordenó Gabriel Da Oliveira a sus soldados-. Era evidente que Da Oliveira no tenía ánimos de una confrontación con los indígenas. Venimos en paz-Dijo Da Oliveira haciendo una reverencia-. ¿Quién es usted?-Preguntó el jefe indígena, quien no cesaba de apuntar con su cerbatana-. Mi nombre es Gabriel Da Oliveira-Respondió éste-. Necesitamos alguien que nos lleve hasta el río Amazonas-Dijo Gaspar Da Silva-. ¿Cuál es su nombre?-Preguntó Okoro-. Mi nombre es Pakán-Respondió el jefe indígena-. Necesitamos su ayuda-Suplicó Gaspar Da Silva-. Les prestaré toda la ayuda que deseen-Dijo Pakán-, pero se ve que no tienen donde quedarse- Pensó-. Vengan conmigo a mi tribu-Pidió-.

Parte VII

Se dispusieron Da Oliveira, Da Silva y Okoro junto a sus respectivos soldados a encaminarse con rumbo a una nueva comunidad indígena; ¿A qué grupo indígena pertenece?-Preguntó Gaspar Da Silva-. Somos Kamayuras-Respondió Pakán-. Estamos por llegar-Dijo-. Mientras tanto, el cielo se nublaba para lo que sería un torrencial aguacero. ¿Ha observado presencia europea por aquí además de nosotros?-Preguntó Gabriel Da Oliveira-. No me he encontrado más que con españoles y portugueses-Respondió Pakán-. ¿Ha visto algún holandés por aquí?-Preguntó Gabriel Da Oliveira-. Me pareció ver holandeses, pero no se si haya sido una visión-Respondió Pakán-.

Cuando llegaron, fueron recibidos con una serie de ofrendas, bailes y todo cuanto a ellos les hiciera sentir como en casa. Sean bienvenidos a mi tribu-Dijo Pakán, quien era el jefe-. Durante todo el día, la tribu fue escenario de banquetes, sacrificios y ceremonias religiosas; Todo ello en honor a los recién llegados. En medio de toda esa algazara, sobrevino una visión a la mente de Gaspar Da Silva. ¡Gabriel! ¡Okoro!-Exclamó varias veces Da Silva-. ¿Qué sucede ahora?-Preguntó Gabriel Da Oliveira-. ¡Otra visión!-Exclamó Da Silva-. Era esta otra de las visiones de Da Silva que, no aseguraban más que contratiempos y encuentros inesperados con sus enemigos.

Aquella noche, Gaspar Da Silva decidió dormir debajo de un árbol, para vigilar ante cualquier presencia enemiga; Y no sería el único vigilante, pues Okoro le hizo compañía durante poco tiempo. Si esos holandeses nos atacan, les daremos combate-Dijo Gaspar Da Silva mordiéndose los labios-. Yo creo que ya estás perdiendo la razón-Dijo Okoro-; Te volverás loco-Argumentó-. En ese momento, Da Silva decidió abandonar su guardia y retornar a su choza, desde donde continuaría vigilando.

Fue entonces cuando logró divisar un ejército y salió sobresaltado a despertar a Gabriel Da Oliveira y a Okoro. ¡Despierten!-Gritó varias veces-. Cuando por fin lograron despertar, organizaron todos sus soldados y salieron a combatir; O eso creían todos. ¡No disparen! ¡No disparen!-Exclamó el comandante de dicho ejército-. Soy Martín Alonso-Dijo-. Soldados, bajen sus armas-Ordenó Gabriel Da Oliveira-. ¿Qué hace aquí?-Preguntó-. Voy hacia el río Amazonas-Respondió Martín Alonso-. ¿Podría acompañarnos?-Preguntó Da Oliveira-. ¿También van hacia el río Amazonas?-Preguntó Alonso-. Si-Respondió Gaspar Da Silva-.

Partiremos en la mañana-Dijo Gabriel Da Oliveira-. Podríamos irnos ya-Sugirió Martín Alonso-. No quisiera irme sin despedirme del jefe de ésta tribu-Dijo Da Oliveira-, pues el ha sido muy generoso con nosotros-Afirmó-. Si así lo desean, acamparemos por aquí cerca y nos veremos en la mañana-Dijo Martín Alonso-. Recordemos que una vez lleguemos al río Amazonas, navegaremos hasta dar en el océano atlántico y, de allí en adelante, no nos detendremos a nada-Dijo Da Silva-

Al amanecer despertaron todos muy pensativos y llenos de dudas acerca de su nuevo viaje. Sin tener tiempo para otra cosa que no fuera preparar sus provisiones, se despidió Gabriel Da Oliveira de Pakán, el jefe indígena. Espera, toma estos soldados- Dijo-. Eran unos 30 soldados indígenas, además de los ejércitos que Da Oliveira, Alonso y Okoro poseían, quienes les custodiarían en su viaje rumbo al río Amazonas. Muchas gracias por la ofrenda-Dijo Da Oliveira-. Por ahora debemos irnos, pero pronto regresaremos-Afirmó-; Pero hubo una decisión de último momento; Alguien decidió quedarse en la tribu. He decidido quedarme aquí-Dijo Gaspar Da Silva-; Acompañaré a Pakán, y le ayudaré a defender a su comunidad de ataques enemigos-Argumentó-; Es una lástima que no pueda continuar junto a ustedes-Dijo Da Silva quien le entregó su mosquete a Okoro-.

Entonces partieron Gabriel Da Oliveira, Martín Alonso y Okoro hacia el río Amazonas y, despidiéndose de sus amigos, se perdieron entre una maraña de árboles para no regresar por largo tiempo. Extrañaré mucho éste lugar-Dijo Da Oliveira-. Mientras tanto, Okoro les hizo señas a todos para que aceleraran su paso. Además de Guinea, ¿Qué otro lugar en África visitaremos?-Preguntó Martín Alonso-. Intentaremos ir, si es posible, hasta el Congo-Respondió Gabriel Da Oliveira-. Pero de repente, una serie de movimientos que no se dejaban ver entre la espesa niebla, hizo activar sus armas a los soldados de Da Oliveira y desenfundar sus filosos machetes y navajas a los de Okoro.

¿Qué fue eso?-Preguntó Okoro-. No fue nada-Respondió Da Oliveira-, pero que nuestros soldados continúen con sus armas en alto-Sugrió-. Debemos permanecer alerta; Esos holandeses podrían estar en cualquier parte-Dijo Martín Alonso-. Ya comienzo a pensar en el comandante Juan Olavarría y el sacerdote Zúñiga-Dijo Gabriel Da Oliveira-. ¿No tuvieron tiempo de ver a sus amigos en América Central?-Preguntó Martín Alonso-. Esa es una larga y triste historia que no quiero recordar-Respondió Da Oliveira-. Pero, ¿Qué les sucedió a usted y a Da Silva?-Preguntó Alonso-. Nos adentrábamos en la cordillera de los Andes, cuando nos secuestraron los holandeses-Respondió Da Oliveira-

¿Ya estamos por llegar?-Preguntó Okoro-. Lamentablemente no-Respondió un soldado indígena-. Yo creo que tendremos que acampar esta noche-Dijo Martín Alonso-. Establezcamos nuestro refugio aquí-Recomendó Gabriel Da Oliveira-. Todos empezaron a buscar madera, frutas y leña; Mientras uno armaba el refugio, otro encendía la fogata; Y así fue como por fin terminaron de establecerse, para disponerse a descansar. Iremos a cazar-Dijo Okoro-. Aprovechando toda la tarde y parte de la noche, cazaron cuantos animales pudieron encontrar y regresaron al campamento donde todos estaban muy hambrientos.

Necesitamos descansar muy bien ésta noche-Dijo Martín Alonso-; Mañana continuaremos nuestro viaje-Argumentó-. Esperamos que no sucedan contratiempos-Dijo Gabriel Da Oliveira-. En ese momento, se descargó una fuerte lluvia sobre la selva y todos entraron a su pequeño refugio, donde todo el espacio era muy pequeño; Mientras, los soldados de todos ellos durmieron bajo los árboles, sin ninguna protección y con el agua de lluvia cayendo sobre sus rostros; Así pasaron toda la noche hasta el amanecer, cuando cesó la lluvia. Cuando todos despertaron, solamente pudieron probar algunas frutas del día anterior y que, milagrosamente se habían conservado, para después continuar su travesía que ya llegaba a su fin.

En plena selva, sufrieron una emboscada nada más y nada menos que de los holandeses; Y así empezaron de nuevo, como si fueran animales luchando por territorio, a resolver sus diferencias con el único diálogo que existía para ellos: Las armas. ¡Muerte a los holandeses!-Gritó Martín Alonso-, mientras varios soldados africanos, quienes contaban solamente con machetes y navajas sucumbían bajo las mortíferas balas adversarias; Era evidente que tanto africanos como portugueses enfrentaban serios problemas menos el ejército español que si estaba bien parado en el campo de batalla. ¡Retirada!-Ordenó Gabriel Da Oliveira a sus soldados-. Lo mismo ordenó Martín Alonso a los suyos, mientras que Okoro continuaba disparando todas las balas de su mosquete junto a los suyos hasta que se agotaron las municiones y también emprendió la retirada.

Fuimos derrotados esta vez-Dijo Gabriel Da Oliveira-. Esos holandeses no las pagarán-Sentenció-. Por ahora, confiemos en estos indígenas que nos acompañan, y lleguemos al río Amazonas-Dijo Martín Alonso-. Ya estamos por llegar-Dijo uno de los indígenas-. De aquí en adelante no debemos detenernos a descansar-Dijo Gabriel Da Oliveira-, pues debemos llegar a África lo antes posible-Afirmó-. Siguieron su camino cuando un indicio de que ya habían llegado a su destino apareció en el camino; Pero no era lo que esperaban.

Sean Bienvenidos-Dijo un marinero Español de nombre Luis Amézaga-. Se encontraban entonces en un territorio español. Necesitamos un buque para navegar desde aquí hasta África-Solicitó Gabriel Da Oliveira-. Podemos darles este barco que solamente los llevará por todo el río, pero cuando logren divisar el océano tendrán que continuar su viaje solos-Dijo Amézaga-. Escúcheme-Pidió Da Oliveira-; No tenemos tiempo para detenernos-Dijo-. Yo podría darles estos barcos para que completen su travesía hasta África-Argumentó Amézaga-; Pero deseo algo a cambio-Dijo. Lo que sea por llegar a África-Dijo Gabriel Da Oliveira-. Necesito oro, mucho oro-Dijo Amézaga-.

Parte VIII

Con la ayuda de soldados españoles, emprendieron pues su búsqueda de oro. Conozco una mina que se encuentra cerca-Dijo Luis Amézaga-; Con todo el oro que encontremos me pagarán los barcos-Aseveró-. Habían llegado a la mina y con la ayuda de algunos civiles se dispusieron a extraer todo el oro que pudieron; Así continuaron hasta que se ocultó el sol. Creo que este oro será suficiente para pagarme-Dijo Amézaga-. ¿Entonces ya podemos partir?-Preguntó Gabriel Da Oliveira-. Tendrán que permanecer aquí hasta el amanecer-Respondió Amézaga-; Hay muchos bandidos y piratas a lo largo del río-Dijo-.

Todos fueron testigos de otra larga noche en la selva; Y todos estaban ansiosos por su viaje a África. Necesitan descansar-Dijo Amézaga-; Mi campamento está al otro lado del río-Argumentó-. Le agradecemos mucho su hospitalidad-Dijo Okoro-. Pueden quedarse aquí y regresar cuando quieran-Dijo Luis Amézaga con una sonrisa en la cara-. Por ahora hay que descansar-Dijo Okoro-; A partir de mañana, nuestro viaje será largo-Dijo Gabriel Da Oliveira-.

A la mañana siguiente, Luis Amézaga le hizo una oferta a Gabriel Da Oliveira que el no podría rechazar; Y no sería el único en aceptarla. Necesito hablar con usted-Dijo Luis Amézaga-. Da Oliveira pensó que la cantidad de oro conseguida un día atrás era insuficiente para pagar los barcos y, en consecuencia los echarían del lugar. Amézaga cruzó el río y de la caserna que se encontraba allí salió una plétora de soldados; Todos ellos para el ejército multiétnico de Da Oliveira.

En ese momento, Da Oliveira también decidió cruzar el caudaloso río Amazonas Yo le ofrezco estos soldados para su custodia durante todo el viaje-Dijo Luis Amézaga-. Yo ya poseo un ejército bastante numeroso-Dijo Da Oliveira-, pero le agradecería su ofrecimiento-Afirmó-; Yo espero que la cantidad de oro no haya sido exigua para el pago del barco-Dijo-. Es más del que esperábamos-Dijo Amézaga-.

El señor Amézaga nos dio varios de sus soldados-Dijo Gabriel Da Oliveira-. ¿Más soldados?-Preguntó Okoro-. Serán más de estos; Pero debes mantenerte tranquilo si en algún momento desconfías de ellos-Respondió Da Oliveira-. Mientras tanto, Martín Alonso terminaba junto a sus hombres y algunos soldados portugueses de cargar las provisiones en una pequeña embarcación que serviría de transporte a el y sus soldados; Los soldados de Okoro y Gabriel Da Oliveira irían en otras embarcaciones que seguirían paralelamente a la suya.

Ya todo estaba preparado para enrumbarse hacia África. Todos partirían recordando a su amigo Gaspar Da Silva, quien permanecía junto a los indígenas Kamayura. Después de este viaje ¿Qué haremos?-Preguntó Okoro-. Después de África iremos hacia América Central, si logramos llegar con vida-Respondió Gabriel Da Oliveira-. ¿Qué haremos allí?-Preguntó Martín Alonso-. Buscaremos a unos viejos conocidos-Respondió Gabriel Da Oliveira-; Luego de esto iremos hacia Asia-Dijo-. Recuerde que no debemos olvidar a Da Silva ni a nuestros demás amigos-Dijo Martín Alonso-. Tranquilo, que solo será para buscar algo de oro y especias-Dijo Da Oliveira-; Pero, por ahora debemos ocuparnos de nuestro objetivo-Recalcó-.

Despidiéndose de su amigo, el señor Amézaga, embarcaron cada uno de los comandantes junto a sus soldados en barcos diferentes; Y zarparon en línea recta para adentrarse en el caudaloso río Amazonas. Esa sería la última expedición para muchos, pero ese día en que debían morir algunos soldados por causas naturales aún no llegaba y todos restaban importancia a lo que estaba por venir, menos el bando portugués ni su comandante Gabriel Da Oliveira quien se mantuvo muy meditabundo durante toda la travesía.

Al caer la noche, el barco que transportaba a Okoro y sus soldados fue interceptado por militares Ingleses. Pero no fue solamente este el que se detuvo; También se detuvieron las embarcaciones donde iban Gabriel Da Oliveira y Martín Alonso. ¿Qué quieren? ¿Quiénes son?-Preguntó Martín Alonso-. Somos Ingleses-Respondió el comandante de aquel ejército-; Mi nombre es Jack-Dijo-. ¿Y su apellido?-Preguntó Martín Alonso-. No tengo-Respondió Jack-. ¡Necesitamos que nos diga qué es lo que desean usted y sus soldados de nosotros!-Exclamó enardecido Gabriel Da Oliveira-. Queremos sus esclavos africanos-Respondió Jack-. Lo siento, pero ellos son parte de nuestro ejército, no esclavos-Dijo Martín Alonso-.

El viaje se vio retrasado debido a que Da Oliveira y Alonso iniciaron una discusión con el comandante Jack sobre el futuro de sus soldados africanos. Necesitamos que nos den esos soldados-Insistió Jack-. No podemos-Replicó Martín Alonso-; A menos que no quiera algo de oro y especias-Dijo en tono de provocación-. Me interesarían algunas piedras y metales-Dijo Jack con semejante brillo en sus ojos-. Yo daré tres de mis soldados-Dijo Okoro-. Entonces creo que con estos esclavos, el oro ya no hará falta-Dijo Jack-.

Embarcaron de nuevo para continuar su travesía, mientras Jack y su ejército se disponían a atar las manos de sus nuevos esclavos y se encaminaron hacia sus colonias. Pero en uno de los barcos la situación era tensa; Muchos soldados de Okoro no estuvieron de acuerdo con la decisión de su comandante. ¿Cómo pudo hacer eso?-Preguntó un soldado africano enardecido-; ¿Está loco?-Gritó-. Yo solamente lo hice porque no quería que se retrasara nuestro viaje-Respondió Okoro-.

Por el resto de esa noche todo se resolvió entre discusiones e insultos entre los soldados del ejército africano; Unos optaron por saltar del barco y echarse a nadar en el río para perderse entre la selva, y no regresar nunca más; Unos incluso planearon asesinar a Okoro, pero luego desistieron. ¡Comandante! ¡Comandante!-Exclamó un soldado portugués-. ¿Qué sucede?-Preguntó Gabriel Da Oliveira-. ¡Los soldados africanos están saltando de su barco!-Dijo el soldado-. Deben estar disconformes con la

decisión de Okoro quien entregó a varios de sus amigos a esos ingleses-Argumentó Da Oliveira-. ¡Pero sus ausencias nos harán mucho mal!-Gritó el soldado, sin que los otros se despertaran-. ¡Baje la voz!-Ordenó Da Oliveira-. Si los demás soldados no son de su importancia creo que mejor seguiré el ejemplo de nuestros amigos africanos-Dijo el soldado muy disgustado-; Y se lanzó aquel soldado al río para, al igual que muchos ex soldados africanos, no regresar nunca más.

A la mañana siguiente, con las provisiones a punto de agotarse se detuvieron todos los soldados de aquel ejército multiétnico a buscar algo de frutas y cazar algunos animales. ¿Qué sucedió a media noche?-Preguntó Gabriel Da Oliveira-. Varios de mis soldados desertaron-Respondió Okoro llorando-. Uno de mis soldados también hizo lo mismo-Dijo Da Oliveira exhalando un suspiro-; No quiero imaginarme cual será el destino de todos ellos-Dijo Okoro-. Tranquilo Okoro, por ahora ocupémonos de llegar a Guinea-Recomendó Gabriel Da Oliveira-.

Luego de saciar su hambre, embarcaron de nuevo para proseguir con su agenda expedicionaria. En medio de una fuerte tormenta continuaron navegando a lo largo del río, cuyos pequeños y grandes habitantes les servirían de sustento; Un sustento que tendría algo de desagradable y algo de mortífero. Pero mientras estos sucesos no llegaban, todos los comandantes de sus respectivos bandos permanecían muy pensativos, excepto en el bando africano donde no cesaba el clima de tensión ¡Muerte al comandante traidor!-Gritaba un soldado africano-.

Cuando llegó la tarde, varios soldados españoles y portugueses detuvieron la marcha para pescar lo que sería su alimento de todo el resto del día. Necesitamos conseguir objetos filosos-Dijo Martín Alonso-. Mis soldados conseguirán algo de ramas y lianas-Dijo Gabriel Da Oliveira-. Mientras tanto los soldados de Okoro, quienes estaban resentidos con su comandante, se dispusieron a buscar algo de madera para hacer una fogata donde cocinarían el pescado. Mientras todo esto ocurría los soldados que habían permanecido en los barcos charlaban con sus respectivos comandantes. No podemos permitir que una simple decisión escinda nuestro ejército-Dijo un soldado portugués-. La rebeldía de los soldados africanos pronto cesará-Dijo pausadamente Gabriel da Oliveira-

Era el cese de la rebeldía africana lo que todos esperaban, pero lo que vendría sería mucho peor; Una serie de deserciones e irreverencias plagarían el bando africano inclusive los soldados se enzarzaron en una carrera por asesinar a su comandante; Y otros seguirían sus ejemplos.

Parte IX

Luego de satisfacer sus necesidades, cargaron el pescado sobrante y emprendieron de nuevo el viaje, que ésta vez sería sin escalas. Debemos asesinar al traidor-Dijo un soldado africano-. Siguiendo las órdenes del que ya era un insurrecto, prepararon todos los soldados africanos un plan para eliminar a su comandante; Claro que debieron esperar hasta media noche, cuando todos los soldados en los otros barcos estuviesen totalmente dormidos. Este será nuestro plan-Dijo uno de los rebeldes-; esperaremos a que el traidor de nuestro comandante esté totalmente dormido y luego uno de nosotros clavará su navaja en su pecho-Dijo agitando el puño-. Después de escucharse varias propuestas, todos los soldados rebeldes apoyaron el plan.

La situación en el bando africano se hacía cada vez más tensa, y ello preocupaba tanto a Gabriel Da Oliveira como a Martín Alonso. Cuando se hizo de noche, todos deseaban ya estar en su destino, pues era insoportable el olor de la sangre del resto del pescado que se había encontrado tiempo atrás, con lo cual era imposible que los soldados tuvieran ánimos para comer. ¿No podemos echar por la borda ésta podredumbre?-Preguntó indignado un soldado español-. ¡Esa podredumbre será su alimento y el de todos por el resto del viaje!-Gritó Martín Alonso quien tomó un pescado crudo el que, sin cocinar, consumió-. ¿Está loco?-Preguntó el soldado-; ¡Eso nos matará a todos!-Exclamó-

Cuando llegó la media noche, los ahora rebeldes africanos ejecutaron su plan; Uno de ellos permanecía vigilando en la cubierta del barco, mientras que los otros se dirigían hacia el lugar donde dormía plácidamente por última vez Okoro, el comandante traidor como ahora lo definían sus soldados rebeldes. Mientras el rebelde que vigilaba en la cubierta observó que no había movimiento en los demás barcos, los otros que permanecían adentro del barco se dispusieron, ahora si, a ejecutar su malvado plan. Muerte al traidor-Susurró un rebelde-. ¡Ahora!-Gritó otro-; ¡Claven el cuchillo! ¡Claven el cuchillo! ¡Claven el cuchillo!-Corearon todos los rebeldes-. Okoro no tuvo tiempo de despertar y, recibió una puñalada en el pecho que le hizo sucumbir de manera instantánea; Y cuando por fin lograron confirmar que había muerto, echaron su cuerpo al agua donde sería el alimento de las pirañas y otros animales.

A la mañana siguiente, un soldado español se aproximó a la cubierta de su barco a dar una mirada al imponente río, cuando notó que algo faltaba en el barco africano. En ese momento decidió volver con sus compañeros dentro del barco. Noto que Okoro no ha salido de su barco-Dijo el soldado-. Aún debe estar durmiendo, como todos sus soldados-Dijo Martín Alonso con voz cansada-. En ese momento, un soldado africano hizo señas para que los demás barcos se detuvieran. ¿Ahora que es los que sucede?-Pensó Gabriel Da Oliveira, quien acababa de despertarse -. Los soldados africanos nos hacen señas-Dijo un soldado portugués-.

Todos los barcos se detuvieron y, de su interior brotaron los comandantes de cada bando; Pero del bando africano no salió a relucir la figura de Okoro. ¿Qué sucedió ahora?-Preguntó Gabriel Da Oliveira-. ¡Okoro se suicidó!-Exclamó un soldado africano con lágrimas en los ojos-. No puede ser-Dijo Da Oliveira-; ¿Ahora quien nos guiará por África?-Preguntó enardecido-. Tranquilo, los soldados africanos que restan podrán servirnos de guías-Dijo Martín Alonso pausadamente-. ¿Ustedes están seguros de que Okoro se suicidó?-Preguntó Da Oliveira mirando fijamente a los ojos de los soldados africanos-. Nosotros no lo asesinamos-Dijo un soldado-; Era esto una gran mentira que no sería desmentida en mucho tiempo.

Ahora yo seré el comandante de todo mi bando-Dijo un soldado africano-. Tomaré el nombre de nuestro fallecido comandante-Argumentó-. Por ahora debemos continuar con nuestro trayecto-Dijo Gabriel Da Oliveira-. Y así, con las tensiones ya apaciguadas en el bando africano zarparon de nuevo para continuar su viaje que, ya parecía interminable. A medida que se adentraban más y más entre la selva, algo comenzó a marchar mal. Varios soldados portugueses empezaron a sentirse decaídos y enfermaron con fiebres; Lo mismo ocurrió del lado español, pero como el viaje era ya sin escalas nada podían hacer. En ese momento, Martín Alonso escribió una carta a Luis Amézaga, que decía así:

Estimado señor Amézaga:

"En medio de este viaje que parece no tener fin, le escribo para solicitarle su ayuda. Nuestros soldados están sucumbiendo ante una extraña enfermedad y, antes de que suframos más bajas solicitamos nos envíe lo más pronto posible curanderos. Es para nosotros un duro golpe el saber que nuestros tan preciados hombres sucumben por causas naturales en medio de un viaje muy importante para nosotros"

Llamó Martín Alonso a uno de sus soldados y le entregó la carta que sería enviada al señor Amézaga. Necesito envíe ésta carta-Pidió Martín Alonso-; Si no llega a su destino, moriremos muchos-Dijo-. En ese momento el barco pareció detenerse, y el valiente soldado español se lanzó al agua y se dispuso a regresar hacia el campamento del señor Luis Amézaga. El viaje se tornaba cada vez más y más mortífero, y las cosas parecían moverse en contra de todos.

Mientras aquel soldado español era el mensajero de todo el ejército, en el bando portugués ocurría una muerte. No puede ser que nos suceda esto-Dijo Gabriel Da Oliveira-. ¡Ayúdanos Dios mío!-Imploró-. Mientras tanto, los demás soldados que no habían caído por causa de la enfermedad, recogieron algunas frutas con cuyo jugo hidratarían a los enfermos. No tenemos tiempo de hacer fogatas; Si no nos apresuramos, moriremos muchos-Dijo Martín Alonso-. Mientras tanto, Gabriel Da Oliveira aprovechó la presencia de una roca gigante para arrodillarse y rezar por la salvación de sus soldados. No podemos seguir así-Dijo Gabriel Da Oliveira llorando-. Todo se solucionará y podremos ver nuestros sueños volverse realidad-Dijo en tono tranquilizador Martín Alonso-.

Mientras todo esto ocurría, el mensajero español designado por Martín Alonso continuaba su rumbo, y debería atravesar largas noches en medio de la soledad de la selva antes de llegar con su carta a su destino. La situación para los soldados portugueses y españoles era cada vez peor; Y no solo eran ellos quienes sufrían ese terrible flagelo. Varios soldados africanos enfermaron con los mismos síntomas, pero para ellos el destino no sería el mismo que sus otros compañeros de aquel ejército que cada vez más y más perdía soldados a causa de tensiones internas y enfermedades.

¿Cuándo llegará la ayuda?-Imploró un soldado español enfermo-. El alimento estaba a punto de agotarse, la enfermedad atacaba a más soldados y los comandantes de cada bando desconfiaban cada vez más y más de la ayuda que, todavía no llegaba. Pero lo peor estaba por venir; Otro soldado, esta vez portugués, enfermó pronto; pero era uno que nadie esperaba. Estoy empezando a sentirme mal-Dijo Gabriel Da Oliveira-. Mejor será que descanse-Recomendó Martín Alonso-.

Mientras tanto, Luis Amézaga había recibido la carta donde los demás soldados españoles, portugueses y africanos pedían desesperadamente ayuda para los enfermos; Había traslado su campamento y, por ende, se encontraba cerca de los barcos. ¡Señor Amézaga!-Exclamó desesperado el soldado español-. ¿Sucede algo?-Preguntó Luis Amézaga-. Mis compañeros están enfermos y necesitan de su ayuda-Respondió el soldado-; Lea ésta carta-Pidió-. En ese momento, Amézaga sin decir palabra alguna corrió rápidamente a buscar a sus curanderos y los llevó hacia donde impacientemente esperaba el soldado.

Es por aquí que están los demás-Dijo el soldado-. ¿Qué enfermedad padecen?-Preguntó Amézaga-. Varios soldados tienen fiebres altísimas, y ya han muerto dos-respondió el soldado-. No debemos perder más tiempo porque podrían morir más personas-Dijo Amézaga-. Apresurémonos-Pidió-. Nuestro ejército está escindido-Dijo el soldado-. Varios soldados desertaron, y el comandante del bando africano se suicidó-Argumentó-. Parece que ahora todos somos enemigos de todos-Dijo Amézaga-. Por ahora lleguemos hacia donde están los demás-Sugirió-. Rápido señor Amézaga-Suplicó el soldado-

Parte X

Ya se aproximaban al lugar, cuando oyeron unos alaridos que no parecían ser de un soldado moribundo. Eran los gritos de un bebé abandonado que rápidamente extasiaron al señor Amézaga. ¿Oye eso?-Preguntó Amézaga-. Sí-Respondió el soldado-; Veamos que es-Dijo-. Se apresuraron a socorrer al infante, que Amézaga tomó en brazos y llevó consigo. Yo debo devolverme a mi campamento-Dijo el señor Amézaga-; cuida mucho a este niño-Suplicó el otro-. Nos volveremos a ver-Dijo Amézaga-. Muy apresuradamente, aquel soldado español tan valiente había llegado junto a varios curanderos a socorrer a sus compañeros enfermos.

El panorama era desolador; De hecho ya había caído enfermo Okoro, el comandante del bando africano. Espero no haber llegado tan tarde-Dijo-. ¡Necesitamos ayuda!-Suplicó Gabriel Da Oliveira-. Iré con los curanderos a buscar algo de frutas y plantas medicinales-Dijo Martín Alonso-. Se internaron en la selva y se encontraron en medio del camino con un ermitaño. ¿Quién es usted?-Dijo Alonso alzando su mosquete en señal de intimidación-. ¡No me hagan daño!-Suplicó el anacoreta-. Yo les puedo ayudar en lo que quieran-Argumentó-. Necesitamos buscar algo de plantas medicinales-Dijo Martín Alonso-. Yo conozco a alguien que posee muchas de ellas-Argumentó el ermitaño-.

Partes: 1, 2, 3, 4
 Página anterior Volver al principio del trabajoPágina siguiente