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Fundamentos axiológicos de la libertad de expresión


Partes: 1, 2

  1. Resumen
  2. Introducción
  3. El concepto de libertad
  4. Las primeras manifestaciones y defensas del libre pensamiento
  5. El Renacimiento y el libre pensamiento
  6. El giro de la Edad Moderna y la libertad
  7. La libertad de pensamiento como presupuesto ontológico del cogito ergo sum
  8. La libertad en Hobbes y Spinoza
  9. John Locke y la doctrina de la "tolerancia"
  10. La Ilustración: libertad y razón
  11. La doctrina kantiana de la libertad
  12. Bibliografía

Resumen

En este trabajo nos proponemos mostrar las bases filosóficas del libre pensamiento y la libertad de expresión. Para ello nos centramos en las principales doctrinas que fueron desarrollando estas ideas, y que influyeron decisivamente en las sociedades y en el ánimo de los legisladores para ser incorporadas en los ordenamientos jurídicos modernos.

Palabras clave: libertad, libre pensamiento, libertad de expresión, derechos humanos.

AXIOLOGICAL FOUNDATIONS OF FREE SPEACH

Abstract

In this paper we try to show the philosophical bases of free expression and speach. For this purpose we take into account the principal doctrines which developed these ideas that decisively influenced societies and legislators so much that they were incorporated into modern legal orders.

Key words: freedom, freedom of expression, human rights.

Introducción

En el presente trabajo examinamos los principales argumentos que demuestran los fundamentos de la libertad de expresión como derecho natural inalienable, y por tanto, las razones por las cuales ninguna autoridad está facultada para restringirlo o exterminarlo, ya que tradicionalmente, incluso antes de ser reconocido y recogido en las legislaciones, este derecho ha sido considerado como un derecho innato, esto es, como un atributo propio de la naturaleza humana1.

Ciertamente, el problema de la libertad de expresión no es nuevo, aunque es en los últimos tiempos que el debate acerca de este derecho ha cobrado mayor fuerza, en la medida en que la tecnología ha posibilitado el más amplio desarrollo de las comunicaciones masivas, por una parte, y por el otro lado, en el hecho de que muchos gobiernos sienten una honda incomodidad ante el libre ejercicio de este derecho por parte de los medios comunicacionales y la ciudadanía en general. Pues, aunque actualmente la libertad de expresión está consagrada en la mayoría de las Constituciones del mundo civilizado, son muchos los gobiernos que se valen de medidas explíci- tas o subrepticias para reducir al mínimo dicha libertad. Explícitas, mediante la inflada tipificación de delitos relacionados con ella. Y subrepticias, mediante la imposición de multas, confiscación de equipos, etc. En este sentido, hoy día es fácil darse cuenta de los métodos arbitrarios de que disponen los gobernantes para hacer inoperantes las normas de protección a las libertades, pues aunque no emiten órdenes expresas de apresar pensadores, quemar sus escritos y disponer de sus vidas, no obstante, recurren a una metodología indirecta, disimulada: se manipula al Poder Judicial para lograr persecuciones y sanciones penales bajo la excusa de infracciones tributarias o de cualquier índole, o se chantajea y se extorsiona a empresarios y autoridades para dejar sin empleo ni oportunidades laborales a quienes manifiestan ideas contrarias a los intereses del gobierno; incluso, para tales fines, se llega al extremoso expediente de «usar» a los propios ciudadanos en contra de su prójimo, de modo que dichas violaciones queden disfrazadas y sean vistas como meros «pleitos callejeros» por «asuntos personales».

El concepto de libertad

El punto de partida de una investigación sobre libre pensamiento y libertad de expresión necesariamente debe ser el examen del concepto mismo de libertad y su opuesto: la necesidad. En efecto, la expresa tematización del concepto de "necesidad" es de muy larga data, se encuentra ya en el Libro XII de la Metafísica de Aristóteles: «Necesario, en efecto, tiene las acepciones siguientes: primero, lo que se hace a la fuerza, por ser contra el impulso natural; segundo, aquello sin lo cual algo no se puede hacer bien; tercero, lo que no puede ser de otro modo, sino que es absolutamente» (Ë, 1072 b, 10)2. Este último y tercer significado es el más privilegiado a lo largo de la historia y el que más se ajusta a nuestros propósitos. Se enuncia también como «aquello que es como es y no puede ser de otro modo». En la tradición filosófica se han distinguido a su vez tres tipos de necesidad: necesidad lógica, necesidad física y necesidad moral. Hay necesidad lógica en la conclusión de un silogismo, por ejemplo; necesidad física, en la ley de gravitación universal; necesidad moral, en la existencia de leyes para la convivencia humana. La negación de lo necesario es la imposibilidad: es imposible un Estado sin ley. Lo contrario de lo necesario es lo contingente, es decir, lo que puede ser de un modo u otro: es contingente que el Derecho sea escrito o consuetudinario, por ejemplo.

Esta previa consideración de la necesidad nos hace más expedita la vía hacia la elucidación de la libertad, tema controversial sobre el cual aún no se ha dicho ni tampoco pretendemos decir la última palabra. No vamos a discutir aquí dicha controversia; nuestro punto de partida es el natural y universal convencimiento de que la voluntad humana es libre. Así pues, la libertad, en un primer significado, se refiere a la independencia respecto de la causalidad natural, en este sentido negativo (in-dependencia) se refirió Kant a ella y la llamó libertad trascendental, de la cual la libertad de la voluntad humana es sólo un capítulo. Ahora bien, la libertad en sentido positivo, entendida como posibilidad de autodeterminación, acción o elección, se da en el mundo de lo contingente. Dentro de este contexto se habla de libertad privada o personal, libertad natural, libertad pública, libertad política, libertad social, libertad de acción, libertad moral, libertad religiosa, libertad de expresión, etc. Pero estas libertades son solamente posibles en la medida en que se admita la libertad de la voluntad y con ello la posibilidad del libre pensamiento. Ahora bien, que la voluntad es libre es un criterio o convicción universal que se prueba fácticamente con la existencia de los ordenamientos jurídicos mismos, pues si no, ¿qué sentido habría de tener el imponer normas de conducta a seres ontológicamente imposibilitados de acatarlas? Sería como ordenarle a una golondrina que no vuele, o a un río que vierta sus aguas al revés.

Las primeras manifestaciones y defensas del libre pensamiento

Cuando nace la filosofía griega, su objeto de reflexión —hasta donde sabemos— no estuvo centrado en el ente humano, sino en el cosmos, en el mundo de la naturaleza física, buscando un principio común y uniforme que permitiera explicarla por vías diferentes a las ofrecidas hasta entonces por el mito. Parece extraño que las primeras preocupaciones del filósofo antiguo —los milesios, por ejemplo— no fuese la realidad social y política, que es la más cercana al sujeto y la que mejor representa la problemática más inmediata de su vida. Es más tarde, especialmente con los pitagóricos y Heráclito, que comienza a vislumbrarse lo referente a la vida social e individual, a la justicia y la ley.

Se piensa en los pitagóricos como los primeros en interesarse en el tema ético y las relaciones humanas. A pesar de no haber suficientes datos sobre su doctrina, se puede esbozar una primera

"teoría de la libertad" en el pensamiento numérico de los pitagóricos: el número es la esencia de las cosas, constituyendo un cosmos ordenado y teleológico. Este orden comprende, naturalmente, la actividad social del hombre, cuya conducta se legitimaría en el respeto armónico y aritmético del campo de acción del otro en función de un orden natural superior a la voluntad humana y regido por leyes matemáticas. Para los pitagóricos la libertad era proporcionada y no ilimitada, ya que como dice W. Jaeger al referirse a ellos: «En todas partes aparece la conciencia de que existe en la acción práctica del hombre una norma de lo proporcionado, que no puede ser transgredida con impunidad»3. Su pensamiento político y religioso les costó a los pitagóricos muchas persecuciones y muertes. Otro presocrático de interés en la doctrina de la libertad es Heráclito, ya que sus especulaciones no se reducen al problema de la naturaleza, sino que también se refiere a la justicia y la guerra. Todo fluye, la ley del cambio rige al mundo. La libertad, entonces, ya tendrá un límite: la imposibilidad de permanecer; no es posible escoger la permanencia. Sólo se es libre en el cambio, y a propósito de la variabilidad del ser. El Logos, es una ley única, universal, de ella brota la idea de medida y proporcionalidad de los actos humanos, que se traduce en una noción de libertad. Heráclito coloca la razón por encima del sentido común y las divinidades.

La Grecia de los presocráticos fue dando paso a una sociedad mucho más compleja. El surgimien- to del "periodo antropológico" constituye una nueva época para la discusión filosófica, donde temas como la justicia, la verdad, la posibilidad del conocimiento, la virtud y la libertad son centrales. Este periodo estuvo marcado por los sofistas y Sócrates. Muchos autores concuerdan en que la sofistica fue una exigencia de la evolución democrática en Atenas y otras ciudades, a la que hay que estudiar con especial cautela, pues no puede negarse la originalidad y talento del pensamiento sofista ni el impulso que le dieron a la filosofía4. Y, aunque provocó la crítica de casi todos los filósofos posteriores, tuvo repercusión en todas las manifestaciones del pensamiento que aún persisten en la actualidad. Protágoras presupone la libertad del hombre, a quien le atribuye el poder de decidir su percepción de la verdad, del bien y de la sociedad. Fue acusado de blasfemia, y tuvo que huir de Atenas, por sus ideas publicadas en su obra Sobre la naturaleza — libro que, se dice, fue quemado—, donde intentaba probar que por medio de la razón es imposible conocer a los dioses, atacando así las bases del orden establecido.

Sócrates enfrentó el escepticismo sofista dedicando su vida a hacerles comprender que el camino de la sabiduría empieza con el reconocimiento de la propia ignorancia, la cual es la causa del mal. La finalidad ética del individuo consistía en alcanzar su propia perfección procurando realizar el bien, puesto que el mayor de los males es cometer una injusticia. La libertad de opinión es tal cuando se fundamenta en pruebas racionales y no exclusivamente por el hecho de que sea mantenida por un gran número de personas, pues Sócrates despreciaba el principio de que la voluntad de la mayoría tuviera razón y fuerza de ley, porque «la mayoría es una fuerza como las armas: una dominación». Para Sócrates la libertad de expresión y de pensamiento es primordial, como puede verse en la Apología. En esta obra platónica se defiende el derecho a la búsqueda de la verdad: «… Si me dijéseis: Sócrates, en nada estimamos la actuación de Anito y te declaramos absuelto, pero es a condición de que ceses de filosofar y de hacer tus indagaciones acostumbradas, y si reincides, y llega a descubrirse, tú morirás. Si me diéseis libertad bajo estas condiciones, os respondería sin dudar: atenienses, os respeto y os amo, pero obedeceré a Dios antes que a vosotros y, mientras yo viva, no cesaré de filosofar…»5. No es que Sócrates colocara por encima de la vida la libertad de pensar, sino que, la libertad es parte y condición de la vida misma. Este diálogo platónico narra la primera y más firme defensa de la libertad de pensamiento. Sócrates también insiste en el valor de la libre discusión y de la crítica, ya que solamente con ellas avanzan los pueblos: «…muerto yo, atenienses, no encontraréis fácilmente otro ciudadano que el Dios conceda a esta cuidad como a un corcel noble y generoso, pero entorpecido por su misma grandeza, y que tiene necesidad de espuela que lo excite y despierte. Se me figura que soy yo el que Dios ha escogido para excitaros, para punzaros, para predicarles todos los días sin abandonarlos un solo instante. Bajo mi palabra, atenienses, difícil será que encontréis otro hombre que llene esta misión como yo; si queréis creerme, me salvareis la vida»6. Sócrates convoca a obrar según la virtud propia de cada uno —la sinceridad en el caso de los oradores, la justicia en el de los jueces—, y no conforme a los movimientos caprichosos que en el interior del hombre susciten la adulación, la antipatía o el miedo. Con el pensamiento socrático quedó sembrada en Atenas una semilla de la que nacieron robustos árboles en todo el mundo que heredó la vida académica de los griegos7.

En Platón, su idea de libertad varió de la República a Las Leyes; en ésta última es más realizable. En la Republica, la libertad individual debe estar subordinada al Estado. Entendía la libertad en el plano individual de la contemplación, como un fenómeno interno del individuo y no absolutamente en relación con los demás, ya que dicha relación tiende más bien a limitar la libertad; se puede ser "dueño de sí mismo" aún en la condición de esclavo o de oprimido en la sociedad. Christian Bay detecta el fundamento platónico del concepto idealista de libertad, cuando habla de la «realización del yo» como el fin más importante de la vida humana8. Son injustas las acusaciones hechas a Platón de reaccionar contra la libertad de expresión. Sus opiniones sobre el tema se basaban en la moderación que debe prevalecer para la adecuación de las partes al todo.

Según Aristóteles, todo tiende a un fin naturalmente, el hombre también, pero a diferencia de los objetos y procesos naturales, el hombre puede actuar con voluntad. La libertad tiene dos momentos: a) La libertad de la voluntad, en la cual el sujeto no actúa con ignorancia o coacción; es el ejercicio de la voluntad completa, y b) El libre albedrío, que es la libertad de elección, la posibilidad de elegir entre dos o más opciones. Estas dos formas de libertad no son independientes, no hay libertad de voluntad si no hay libre albedrío y viceversa. Violentar la libertad es violentar el bien. Para Aristóteles, el hombre tiende al fin que es el bien. Sólo hay dos formas para no actuar según el bien: primero que no se conozca; segundo, que alguna fuerza coaccione y no permita actuar según el fin. El respeto a la libertad es el respeto al bien de la comunidad. Aristóteles cree que la libertad sólo es posible gracias a la ley, que ordena las relaciones sociales y estimula el cumplimiento de los fines del hombre. También Aristóteles fue victima de los enemigos del pensamiento libre, y tuvo que huir, porque quería impedir que los atenienses pecaran por segunda vez contra la filosofía.

Después de Aristóteles la filosofía se dividió en varias escuelas. La epicúrea tiene un espacio en la historia de la defensa del libre pensamiento, por su capacidad de influir en los pensadores de la época sobre la necesidad de investigar y expresar las ideas. La estoica, si bien no define teóricamente el libre pensamiento, en cambio sí lo defiende con la práctica. Se oponía en muchos sentidos a los epicúreos, pero coincidían en su lucha por la libertad del hombre, y propagaron un ideal ético fundado en la razón. Proclamaban los derechos de los individuos frente a la autoridad pública, y se dice que ejercían las libertades —como los Cínicos— hasta la extravagancia.

En líneas generales, hubo en la Grecia antigua un importante sentimiento de lucha por la libertad de pensamiento, que imperó en ciertos espacios conquistados: las plazas, las escuelas y el teatro, que eran los medios de comunicación masivos. Sin embargo, la Grecia antigua fue desarrollando mecanismos de información y comunicación que le permitió convertirse en la cuna del pensamien- to occidental. Las violaciones al libre pensamiento, en la época, fueron graves pero excepcionales.

En Roma hubo también importantes pensadores, entre ellos, Marco Antonio Cicerón, quien hace una breve consideración acerca del problema de la libertad, bajo la influencia del estoicismo. Ursino Vitoria9 escribe sobre la doctrina de Cicerón a favor de la libertad del hombre, sustrayéndolo del determinismo y el destino.

Más adelante, San Agustín cree que la raíz metafísica de la libertad es divina. Distingue entre libre albedrío y libertad: el primero es la posibilidad de elección y la segunda es la realización del bien como beatitud. El libre albedrío tiende, sin la gracia de Dios, a inclinarse por la elección del mal, pero el hombre es realmente libre si usa su libre albedrío para el bien. San Agustín distingue entre libertad psicológica o libre albedrío, entendido como la posibilidad de elegir, y la libertad moral que es la libertad para evitar el mal y practicar el bien. Puesto que el mal no es otra cosa que la privación del bien, el hombre debe usar el libre albedrío para escoger el bien superior y no el inferior. San Agustín también es recordado por defender la persecución contra quienes disentían de la Iglesia, apoyándose en escritos de la Biblia donde Jesús, en una de sus parábolas, ordena:

«obligadlos a entrar»10.

En la Edad Media, la ciencia y su progreso permaneció eclipsada por dogmas y prejuicios de variada índole, no obstante, se fortalece la filosofía moral. Santo Tomás es uno de sus más destacados expositores. Concibe la libertad como un carácter de la voluntad. La libertad está iluminada por el entendimiento, y, a su vez, al entendimiento puede controlarlo la voluntad, pudiendo detenerlo en la consideración del bien o del mal. El acto de voluntad es racional y libre. Franco Ameiro resume lo concerniente a la libertad en Santo Tomás, así: 1. La libertad se conquista en el ámbito de lo concreto, toma en cuenta todas las características de racionalidad y animalidad del hombre. 2. La libertad no es sinónima de espontaneidad, ya que, supone la racionalidad. 3. Poder hacer el mal no pertenece a la esencia de la libertad, sino que es más bien, una imperfección suya, como el error lo es del entendimiento, y esto, porque la libertad es una propiedad de la voluntad, que por naturaleza apetece al bien11. Según Santo Tomás, por su principio espiritual, el hombre tiene derecho a la fama y al honor, a la verdad y al perfeccionamiento de su inteligencia, a la libertad de pensamiento y de expresión, condicionadas solamente por los límites que les imponen los derechos de los demás, pues el pensamiento y la voluntad son el santuario más recóndito sobre el cual ningún otro hombre ni ninguna autoridad humana tienen potestad para intervenir12.

El Renacimiento y el libre pensamiento

Lo más importante de esta época tiene que ver, precisamente, con la libertad de pensamiento, y es la reaparición del espíritu crítico; reaparición que significó una actitud diferente del hombre frente a la realidad, dando paso a nuevas expresiones artísticas y grandes innovaciones en las ciencias y en las distintas áreas del saber. Este periodo dio a luz a la imprenta y con ella se abren las puertas hacia una nueva etapa de la libertad de expresión. Resaltan algunos defensores de la libertad de conciencia, entre ellos: Tomás Moro, Francisco de Vitoria, Michael de Montaigne. Tomás Moro defendió el humanismo y el retorno a las fuentes griegas del conocimiento. En su obra Utopía, bajo el influjo platónico —pero distanciándose notablemente de la Republica de Platón—, describe un Estado ideal en el cual introduce la idea de comunidad de bienes extendida a toda la sociedad, y la idea de igualdad general entre los hombres y las mujeres. Asimismo, se manifiesta a favor de la "tolerancia" y el rechazo a las persecuciones por razones de creencias, y elimina las castas o clases sociales, con lo cual —en opinión de algunos autores— introduce los postulados del socialismo, sirviendo así las bases a una de las ideologías que, en su aplicación práctica, ha violado más cruelmente las libertades humanas. Francisco de Vitoria fue considerado el padre del humanismo contemporáneo, por sus ideas de avanzada y la forma como enfrentó la conquista del territorio americano, discutiendo con firmeza el problema político y moral de la colonización. Vitoria cree, con Santo Tomás, que la conversión al cristianismo no puede ser coactiva, sino a través de la persuasión. Por su parte, Michael Montaigne creía que era innecesaria la persecución, pues nadie puede estar seguro de tener la razón y, por ello, hay que abstenerse de perseguir a otro por creer tenerla.

El giro de la Edad Moderna y la libertad

Preciso es comenzar por exponer brevemente en qué consistió ese «giro». Según Alberto Rosales13, en la Edad Moderna europea, inmediatamente después del Renacimiento, el hombre europeo no quiere dejar que su existencia esté librada a la suerte o a la providencia, representada en esa época por la Iglesia, sino hacerse cargo de su existencia para asegurarla y hacerla posible, pues esa existencia está condicionada por las carencias y limitaciones que tenemos en cuanto a seres vivientes, que la ponen en peligro y, por ello, hay asegurarla. Una de las causas de esto fue la reintroducción del pensamiento de Aristóteles después del siglo XIII, a través de los árabes. El estudio de Aristóteles en esa época origina la necesidad de conocer la Naturaleza, pero de conocerla con la intención de utilizar ese conocimiento para engrandecer el poder del hombre, y ejerciendo ese poder, asegurar su supervivencia. Esa intención de asegurar la existencia a través del saber requiere de una fundamentación especial, porque si el hombre quiere asegurar su poder a través del saber acerca del mundo, ese saber mismo tiene que ser asegurado. Pues hay un gran escollo contra el cual se topa el saber: el error, el cual consiste en tomar lo falso por verdadero. De tal manera que la verdad acerca del saber de la Naturaleza tiene que ser asegurada a través de una serie de procedimientos que garanticen que lo que se llama saber es verdadero y no falso. Así pues, surge la necesidad del hombre de asegurar la existencia. Para asegurar la existencia es necesario asegurar previamente el saber mismo. Y para asegurar el saber mismo es necesario asegurar la certeza, acopiando razones para ello.

El giro que da el hombre de la Edad Moderna es el afán de constituirse él mismo, con sus propias fuerzas finitas, en esa instancia que decide entre lo verdadero y lo falso. Trata de independizarse de instancias distintas de él y se convierte en una especie de tribunal que juzga acerca de lo verdadero y lo falso; cuando ocurre esto el hombre se transforma en sujeto. De tal manera que se establece una separación entre el sujeto por una lado y aquellos entes que no son sujetos y han de ser determinados por él. El Sujeto vendría a ser el alma humana, el hombre en tanto consciencia, facultad de saber, en tanto es capaz de establecer una diferencia de manera independiente, base de ella misma, la diferencia entre lo verdadero y lo falso, gracias a un patrón de medida que esa instancia se da a sí misma. De manera que el hombre se convierte en una especie de tribunal acerca de la verdad o falsedad. Pero ese tribunal no es arbitrario; tiene unas leyes según las cuales se lleva a cabo ese dis-cernimiento entre lo verdadero y lo falso. Esta capacidad de discernimiento se extiende a todos los campos: éticos, estéticos, políticos, jurídicos, etc. Esa sublevación de la razón frente a los poderes de la época —la tradición, la opinión, la Iglesia que administra la revelación— implica una lucha contra esos poderes, implica también una conciencia y un ejercicio de libertad, permitida ésta precariamente por algunos príncipes y Papas, pues durante gran parte de ese largo trayecto de la historia tuvo plena vigencia el «Santo Oficio».

A partir de la Edad moderna, el primer giro se da dentro del campo religioso mismo, y consistió en desplazar el centro de la relación hombre-Dios de la Iglesia al individuo. En cuanto al Derecho y al Estado, en las teorías de la Edad Media, la organización de la sociedad, las relaciones entre gobernantes y gobernados tienen una fuente última en la arquitectónica Divina. En cambio, con el giro de la Edad Moderna se relacionan inmediatamente el Estado y sus instituciones con el hombre, y se preguntó cómo es que el hombre ha llegado a tener tales instituciones, y empiezan a surgir interrogantes y teorías acerca del origen del Derecho y el Estado, del libre arbitrio, de la libertad, de la razón humana, etc. Muchos autores de la Edad Moderna contribuyeron a impulsar la idea de libertad y con ello la evolución de los derechos humanos, que posteriormente alcanzarían sus primeras concreciones políticas en la Constitución de Virginia (en 1776) y en la francesa Declaración universal de los derechos del hombre y del ciudadano de 1789.

Antes de avanzar en el tema de la libertad vamos a detenernos en el concepto de tolerancia, concepto que es de vieja data en la tradición filosófica. Su uso más clarificado surge con ocasión de las guerras religiosas de los siglos XVI y XVII, en donde se intenta encontrar un punto de convivencia entre católicos y protestantes. En su acepción más originaria, la tolerancia se refiere a ese margen de libertad concedido a las sectas religiosas para posibilitar la eliminación de la violencia y procurar así la convivencia social. Posteriormente este término se usó profusamente en relación con el plano político y social —que, por cierto, no fue usado por Kant (el más genuino arquitecto de la libertad)—. No debemos, pues, entender «tolerancia» y «libertad» con significados equivalentes. La tolerancia vendría a ser más bien una especie de «pariente torpe» de la libertad, pues la tolerancia siempre se ha entendido como una "concesión" hacia algo que se considera "malo", o de algún modo "erróneo", implicando ello, de algún modo, el desconocimiento de la humana falibilidad. Mas como es un hecho cierto que la naturaleza humana es falible, pero con tendencia hacia la perfectibilidad, hemos de reivindicar para ella la libertad, que no es una concesión de nadie, ni del gobierno ni de las iglesias, sino un atributo inherente a la naturaleza humana, que iglesias y gobiernos y todos debemos respetar. Sería hoy un verdadero anacronismo invocar la "tolerancia" cuando de respeto a las libertades humanas se trata.

La libertad de pensamiento como presupuesto ontológico del cogito ergo sum

Descartes inicia la filosofía moderna con su nuevo estilo de la duda metódica que ha perdurado en los siglos. Pero, a diferencia de los escépticos, Descartes reconoce que su duda es prueba infalible de su pensamiento y que esto, a su vez, es prueba de su existencia: «pienso, luego existo» (cogito, ergo sum). La duda, punto de llegada del escepticismo, es para Descartes el punto de partida del filosofar. Esta es una tesis ya preanunciada por San Agustín. Muchos siglos antes que Descartes, puso San Agustín, en la certeza inmediata de los hechos de conciencia y del propio yo, el punto de partida de la filosofía. Ambos parten de la duda. Muchas cosas se pueden poner en duda, pero queda como cosa cierta que "yo soy un sujeto del dudar". Si el hecho de la duda es una cosa cierta, los hechos de conciencia que en la duda se manifiestan, la vida, el recuerdo, la comprensión, son algo absolutamente cierto14. Ahora bien, es exactamente la posibilidad de que el pensamiento sea ontológicamente libre lo que permite el dudar. El hecho de que el hombre posea libre albedrío es un dato primario en el sentido de que la conciencia del mismo es lógicamente anterior al cogito, ergo sum. «Porque es precisamente la libertad de pensamiento lo que me permite entregarme a la duda hiperbólica. Que poseemos dicha libertad es, realmente, evidente»15. Pero una cosa es la libertad ontológica del pensar y otra muy distinta la libertad de acción o de obrar —expresar el pensamiento por escrito o verbalmente—, que frecuentemente, a lo largo de la historia, se ha visto constreñida por quienes detentan el poder. Justamente por la misma época de las meditaciones cartesianas, Galileo fue condenado por el Santo Oficio. «Lo cual me sorprende tanto —escribió Descartes a Mersenne el 22 de julio de 1633— que estoy casi decidido a quemar todos mis papeles, o por lo menos a impedir que nadie los vea (…) Confieso que si el movimiento de la tierra es falso, todos los fundamentos de mi filosofía también lo son, porque con ellos se demuestra con toda evidencia, y está de tal manera vinculado a todas las partes de mi tratado, que no seria capaz de desligarlo sin que el resto quedara completamente deteriorado»16.

La libertad en Hobbes y Spinoza

Spinoza (1632), casi contemporáneo de Hobbes (1588), tiene una concepción diametralmente opuesta a éste en relación con la libertad de expresión, a pesar de que ambos parten de la misma idea absoluta de obediencia de los súbditos a la autoridad. Hobbes no es recordado precisamente por promover las libertades individuales. Su teoría política expuesta en El Leviatán parte de un hombre libre que, por desconfianza, competencia y deseos de gloria, así como por falta de un poder que lo atemorice, se ve en una hipotética «guerra de todos contra todos», de la cual únicamente puede salir a través de la razón que lo obliga a realizar un «pacto social». Según Hobbes, el derecho de naturaleza es la libertad ilimitada que cada uno tiene de usar su poder natural para su propia conservación; el uso de ese poder sin límites traería la guerra, por eso es necesario transferir ese poder al Estado. Corresponde al soberano la potestad de ordenar la voluntad de todos a través de la ley. Incluso puede el soberano determinar qué doctrinas deben ser ensañadas y cuáles no, pues sólo el soberano puede determinar lo que es justo o injusto. «Corresponde a aquél que detenta el poder soberano juzgar y establecer todas las opiniones y doctrinas, como algo necesario para el mantenimiento de la paz y para evitar las discordias y la guerra civil»17. Ha de controlar también las opiniones, porque de ellas dependerán las acciones del hombre; y el único patrón que ha de prevalecer para medir la veracidad de las doctrinas es el orden y la paz del Estado18. Hobbes cree que concierne al soberano dictar las pautas de las opiniones y creencias de los gobernados. Lo que no esté predeterminado en la ley es lo que constituye la libertad del sujeto: «La libertad puede ejercerse, por tanto, en aquellos casos en que el soberano haya omitido hacerlo, tales como comprar y vender, de contratar con terceras personas, de elegir su propio domicilio, su dieta, su medio de vida y criar a sus hijos como crea conveniente»19. Sin embargo, si la ley establece algunas pautas en la esfera de libertad mencionada son de cumplimiento superior, pues «la estupidez del vulgo y la elocuencia facilitan la subversión de los Estados»20. Hobbes mismo ha de haber justificado a Carlos II, quien lo hizo silenciar y exigió quemar sus escritos.

Spinoza, quien debía mucho de su filosofía política a Hobbes, propone una tesis de defensa de la libertad de expresión. Su Tratado teológico-político puede ser considerado una obra para la defensa del libre pensamiento, o como la ha calificado Lewis Samuel Fever: «Un manifiesto en pro de la libertad». El mismo Spinoza explica en él su intención de determinar la extensión y limites de la libertad de pensar en un Estado ordenado. El ideal de Spinoza era la vida de razón. Por eso creía que una sociedad de razón partía de la tolerancia religiosa. El Estado puede tener una religión oficial, y hasta vigilar que sea practicada por sus creyentes, pero debe haber tolerancia con quienes no profesan esa fe oficial. Su primer argumento a favor de la libertad de conciencia es político, ya que todo Estado busca orden, seguridad y paz, indistintamente de la forma interna de organización. Ese orden depende en gran medida de la libertad que prudentemente deba reconocer el Estado, y eso traía prosperidad. Como ejemplo ponía a Holanda, que respetaba la libertad de credo. A Spinoza le preocupaba la guerra civil tanto como a Hobbes, pero ambos proponían prevenciones diferentes. Hobbes, como vimos, veía como única salida el subordinar la doctrina y la religión al soberano; Spinoza, en cambio, veía en la tolerancia la solución. No cree Spinoza que la libertad de expresión se encuentre limitada por la paz pública. En el prefacio del Tratado teológico-político dice: «No solamente tal libertad puede ser concedida sin perjuicio para la paz publica, sino también que, sin tal libertad, no puede florecer la piedad ni asegurarse la paz pública»21. El fin de Spinoza es equilibrar la conservación de la paz pública con el ejercicio de la libertad, y no la subordinación de ésta a la paz de la comunidad. Es de suponer que Spinoza pensaba en un orden social organizado mediante leyes justas, por ello establece las siguientes bases para la libertad de pensamiento:

1. No se debe privar a los hombres de la libertad de decir lo que piensan.

2 .Esta libertad puede concederse a cada ciudadano, siempre que de ella no se aproveche para introducir alguna innovación en el Estado o para cometer alguna acción contraria a las leyes establecidas.

3. Cada cual puede gozar de esta misma libertad sin perturbar la tranquilidad del Estado y sin que de ello resulten inconvenientes cuya represión no sea fácil.

4. Cada cual puede disfrutar de la libertad sin atentar contra la piedad.

5. No sólo la libertad de expresión puede conciliarse con la tranquilidad del Estado, con la piedad y con los derechos de la autoridad, sino que es necesaria para la conservación del Estado22.

John Locke y la doctrina de la "tolerancia"

Locke (1632-1704) cree en la tolerancia religiosa y el libre pensamiento. La gran contribución de Locke consiste en su defensa de la razón contra las órdenes usurpadoras de la autoridad. La Carta sobre la tolerancia trata exactamente sobre la libertad religiosa, a la que hemos de entender como una consecuencia necesaria de la libertad de pensar. El problema de la tolerancia se le presenta a Locke como un problema político surgido naturalmente desde su particular propuesta de Estado como sociedad nacida de la voluntad de hombres libres, que pactan para conservar sus vidas, libertades y bienes. El propio Locke había precisado que su teoría de la tolerancia era la consecuencia lógica de su teoría sobre la naturaleza de la sociedad y del gobierno23. La libertad es natural al hombre y en relación con ella el Estado tiene deberes solamente de abstención, es decir, debe actuar únicamente para protegerla; jamás podría transgredir los derechos naturales, pues ello originaría la justa rebelión de los ciudadanos. La libertad, entonces, debe ser "tolerada", incluso en el error, pues también éste es inherente a la condición humana. Sin embargo, la libertad tiene límites de carácter moral, llega hasta donde, como consecuencia de su ejercicio, se produzca un daño en los derechos de otro individuo, o suponga un atentado contra la existencia misma del Estado. Su contemporáneo Pierre Bayle (1647) desarrolla la línea de Locke y defiende la libertad de pensamiento y de conciencia. Pierre Bayle escribe una importante obra sobre la defensa de la tolerancia llamada Comentario filosófico sobre estas palabras: Oblígalos a entrar (1686), pues para la época, incluso los mayores partidarios de la tolerancia se negaban a respetar las opiniones de los materialistas o ateos, por creerlas contrarias a la moralidad24.

La Ilustración: libertad y razón

La Ilustración o Siglo de las luces (o Iluminismo) es el periodo que se extiende aproximadamente desde los últimos decenios del siglo XVII a los últimos decenios del XVIII25. Es la etapa histórica de mayor predominio de la razón, y se cree que todas las bases de la sociedad pueden fundarse en principios racionales. En este periodo se notó un gran esfuerzo por lograr una plena libertad en el pensamiento; solo la razón humana —y no la tradición ni la autoridad— puede limitar la filosofía y las ciencias en cualquier ámbito del saber. Se colocan bajo la crítica las doctrinas de la Iglesia y de otras religiones y no se toleran las persecuciones por razones de conciencia. Los libre- pensadores se dan cuenta de la necesidad de la lucha por la libertad y específicamente del libre pensamiento. «La Ilustración —dice Kant— es la liberación del hombre de su culpable incapacidad.

La incapacidad significa la imposibilidad de servirse de su inteligencia sin la guía de otro. Esta incapacidad es culpable porque su causa no reside en la falta de inteligencia sino de decisión y valor para servirse por sí mismo de ella sin la tutela de otro. ¡Sapere aude! ¡Ten el valor de servirte de tu propia razón!: he aquí el lema de la ilustración»26. La Ilustración comprende tres aspectos intrínsecamente conectados: 1) La extensión de la crítica a toda creencia y conocimiento, sin excepción. 2) La búsqueda de un conocimiento que contenga la posibilidad de juzgarse a sí mismo.

3) El uso efectivo, en todos los campos, del conocimiento logrado de esta manera, con la finalidad de mejorar la vida humana individual o social. Este período se caracteriza fundamentalmente, pues, por la extensión de la crítica racional a todos los campos del saber, sin exceptuar la moral, la política y la religión. Pero, contrariamente al racionalismo cartesiano, se destacó la importancia de los sentimientos y las pasiones en la conducta del hombre. Y con ello la exaltación de la libertad y la búsqueda de nuevos fundamentos morales para la vida humana. Así, Montesquieu (1689) en el Espíritu de las leyes27 estima el fundamento de la libertad en la tripartición de los poderes que conforman a un Estado. Si estos poderes están subordinados a una misma voluntad, ya sea la de un individuo, una élite, o la del pueblo, toda libertad desaparece —entendiendo por libertad «el derecho de hacer todo lo que permiten las leyes» (XI, 3)—. Es preciso que cada uno de estos poderes esté limitado por una fuerza que lo contrarreste, pero ese contrapeso no lo ve en los gobernados, pues dice (en XI, 6) «el pueblo no es en modo alguno apto para discutir esos asuntos». Esa fuerza que se opone a la arbitrariedad de un poder público debe ser homogénea con él: debe ser otro poder público. El método de Montesquieu consistió en examinar las leyes positivas en sus relaciones mutuas, mostrando cómo, por su propia naturaleza, una determinada ley implica o excluye a otra. Hay, pues, entre las leyes positivas unas relaciones naturales determinadas no por el arbitrio de un individuo o de una asamblea, sino por la necesidad misma de las cosas.

Voltaire (1694) introdujo el Iluminismo en Francia. La filosofía se extiende a la realidad; la doctrina filosófica —banalizada y superficial— recobra sentido en la medida en que se vierte en la practica política. Las libertades políticas y el libre pensamiento (autónomo y guiado por la razón) son la causa de la filosofía política. Parafraseando a Copleston se puede decir que Voltaire era un férreo defensor de la libertad política que, con Locke, creía en una doctrina de los Derechos Humanos que debía ser respetada por el Estado. La libertad de pensamiento y de expresión son, por esencia, las libertades políticas. Su máxima preocupación era la libertad para los filósofos. Creía que la libertad era necesaria para el progreso científico y económico, y le repugnaba el despotismo tiránico.

Paradójicamente, Voltaire no era un demócrata, en el sentido de que se preocupara por el poder popular. Además, le resultaba difícil entender a quienes pensaban en forma diferente. Solía mofarse de las ideas de Rousseau acerca de la igualdad, y desconfiaba de los idealistas que creían que «el pueblo no se equivoca» y hacen recaer en él un verdadero sistema político adecuado. Contrariamen- te, pensaba que sólo una monarquía benévola —influenciada por los filósofos— garantizaba un régimen de libertades28. El Tratado sobre la tolerancia de Voltaire es la culminación de la idea. Allí plantea que la tolerancia y correlativamente la libertad tienen límites: no se puede tolerar lo que promueva la intolerancia.

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