- Introducción
- La obra biológica
- El tratado Sobre las partes de los animales
- El tratado Sobre el movimiento de los animales
- El tratado Sobre la locomoción de los animales
- El pensamiento de Aristóteles y la obra biológica
- Advertencias sobre la presente edición
- Selección bibliográfica relativa a la obra biológica de Aristóteles
- Otras referencias bibliográficas
- De Partibus Animalium
- De Motu Animalium
- De Incessu Animalium
- Índice de animales
- Índice de partes
- Índice de nombres propios
- Anexos
Introducción
Aristóteles (384-322)
El último año de la vida de Aristóteles transcurrió en la isla de Eubea. Allí, en la ciudad de Calcis, disponía de una casa heredada de su madre. La isla aparece en el Egeo, recostada sobre la fachada oriental de la península helénica, como formando el complemento de la recortada línea costera. En algunos puntos Eubea dista de la península apenas un brazo de mar. Para Aristóteles, la casa materna no estaba poblada de recuerdos infantiles; no lo estuvo ni siquiera para su madre. Probablemente los abuelos maternos de Aristóteles, griegos de origen Jonio, habrían abandonado estas tierras de Eubea ya antes del nacimiento de su madre para establecerse como colonos en la península de Calcidia, que pende sobre el mismo mar Egeo, pero desde el norte. Aristóteles nació en la ciudad de Estagira (hoy Stavro), situada en la costa noroccidental de Calcidia. En Eubea, buscaba Aristóteles, en las horas que de algún modo sabía finales, un lugar de asilo, una plaza segura en la que olvidar la violencia ateniense y poner en orden sus recuerdos y sus últimas voluntades.
Desde Calcis de Eubea escribió a su amigo Antípatro (gobernador por entonces de Grecia y Macedonia en nombre del gran Alejandro) que "respecto a los honores que me fueron concedidos en Delfos, y de los que acabo de ser privado, no puedo decir que me importen mucho, pero tampoco que no me importen nada". Aristóteles, hombre ponderado, siempre amante de la prudencia y del sentido común, había sido, en efecto, honrado con una placa en Delfos, en agradecimiento a su minucioso trabajo sobre la historia de los Juegos Píticos. También había recibido de Atenas el reconocimiento a su labor como educador. Pero en el último año, con las noticias de la muerte de Alejandro en Babilonia, todo se había tornado difícil y hostil. Las placas de reconocimiento ubicadas en Delfos y Atenas habían sido removidas y Aristóteles sentía el peligro próximo. La acusación de impiedad sería -fue- el primer paso y, más tarde, la suerte de Sócrates parecía esperarle.
Como de costumbre entre los griegos, la fácil acusación de impiedad no era sino la cara visible de otros motivos más hondos para el odio. Aristóteles era amigo de la corte de Macedonia, lo había sido abiertamente a lo largo de su vida, se carteaba con Antípatro y con el propio Filipo, padre de Alejandro, de cuya educación, como es bien sabido, se había encargado durante dos años. Esta relación venía de lejos, pues ya el padre de Aristóteles, de nombre Nicómaco y también hijo de colonos procedentes probablemente de la isla de Andros, había sido médico en la corte Macedonia, con el rey Amintas III. En Atenas, por otra parte, existía un fuerte partido nacionalista y xenófobo, liderado por el gran orador y reputado demagogo Demóstenes. Los nacionalistas atenienses nunca vieron con buenos ojos la ampliación de la unidad de los griegos bajo el liderazgo de la corte de Macedonia y siempre consideraron a Aristóteles un meteko tan sospechoso como bien relacionado. En los momentos álgidos de Filipo y Alejandro, sus buenas relaciones con éstos le habían garantizado la seguridad en Atenas, pero los rumores sobre la muerte de Alejandro comenzaban a arreciar por el verano del 323. Además, el propio Aristóteles se había distanciado ya de Alejandro por los nuevos modos orientalizantes adquiridos por éste y por el cruel trato que había dispensado a Calístenes (pariente de Aristóteles que había servido a Alejandro como cronista de hazañas bélicas). En el Otoño de ese mismo año Aristóteles consideró que debía ponerse a salvo él mismo y buscar un lugar seguro para los suyos.
La acusación de impiedad, al margen de los motivos auténticos, se basó en un poema escrito años atrás por Aristóteles, en el que, según sus detractores, divinizaba a Hermias, quien había sido tirano de Atarneo, en los Dardanelos, y amigo muy querido de Aristóteles. Éste había pasado varios años, parece que felices y fructífieros, en la ciudad de Assos, próxima a Atarneo. El motivo de su desplazamiento a esta zona también estuvo relacionado con sus desavenecias con los nacionalistas atenienses y coincidió, como se puede presumir, con otro momento de tensión entre Pella, la capital de Macedonia, y Atenas. Filipo había emprendido una campaña contra las ciudades de Calcidia, y había asaltado alguna de ellas, por entonces aliadas de Atenas. Incluso la ciudad de Estagira, lugar de nacimiento de Aristóteles, había sido arrasada por las tropas de Filipo. Así pues, por el año 348 la tensión entre las dos capitales hacía muy difícil la situación de Aristóteles en Atenas. A ello se suma la muerte de Platón (en el 348 ó 347) quien dejó la Academia en manos de su sobrino Espeusipo, con el que Aristóteles tenía discrepancias intelectuales. Decidió entonces aceptar la invitación de Hermias y trasladarse a Assos. La salida de Atenas, centro cultural de la época, fue forzada, pero durante el exilio halló Aristóteles buenos amigos, como Hermias, discípulos ávidos de aprender, como Teofrasto y una esposa, Pythia, sobrina o hija adoptiva de Hermias, con la que parece que fue feliz y de la que tuvo una hija también llamada Pythia. Desde Assos se desplazó durante algún tiempo a Mitilene, en la isla de Lesbos, tierra natal de Teofrasto. Durante su estancia de cinco años en Assos y Mitilene, Aristóteles dio con el tiempo y la distancia que a veces se requieren para la reflexión y para la observación cuidadosa de la naturaleza.
Tras este período, Aristóteles fue llamado a la capital de Macedonia, Pella, para cuidar de la educación de Alejandro y también para informar a Filipo sobre la posibilidad de utilizar Atarneo como cabeza de puente en una proyectada campaña contra los persas. Por supuesto, los persas no tardaron en sopechar alguna alianza entre Filipo y Hermias. Capturaron a éste y le sometieron a tortura hasta la muerte. Los planes de Filipo se vieron frustrados y Aristóteles sufrió con dureza la pérdida de quien era para él un amigo. Ahora, ya al final de sus días, debía parecerle extraño a Aristóteles que el poema compuesto con ocasión de la muerte del amigo, tantos años atrás, tan conocido y notorio, fuese rescatado como ficticia piedra de escándalo y base de acusación.
La acusación contra quien fue maestro de Alejandro se formulaba precisamente cuando éste se suponía muerto. La función de Aristóteles como preceptor de Alejandro ocupó dos años de sus vidas, entre el 342 y el 340. Al final de dicha época contaba Alejandro dieciseis años. En ese momento se hizo cargo por primera vez de la regencia de Macedonia, en ausencia de Filipo. Aristóteles aún temía no estar seguro en Atenas, por lo que no regresó directamente, sino que acudió con su familia y algunos discípulos a su ciudad natal de Estagira, ya reconstruida por los macedonios en parte gracias a la mediación del propio Aristóteles.
No sabemos qué sentía Aristóteles en su último retiro de Eubea, no nos consta que añorase la actividad y la vida cultural de Atenas, pero, ciertamente, eso fue lo que ocurrió tras su primera salida de esta ciudad. Así pues, allá por el 335, desde su tierra natal de Estagira, volvió al centro intelectual que, tiempo atrás, durante su juventud, entre los diecisiete y los treinta y siete años, había frecuentado. Desde el punto de vista de vista político no podía ser mejor hora, Alejandro se había hecho ya con las riendas de lo que comenzaba a ser un gran imperio, acababa de derrotar a los tebanos y desde Atenas, quienes, como Demóstenes, habían azuzado el conflicto, rendían en ese momento honores al vencedor.
Era el tiempo, pues, de volver a Atenas. La primera vez que Aristóteles pisó esta ciudad contaba tan sólo dicisiete años (aunque corren noticias inciertas de un viaje anterior). Llegaba con el bagaje intelectual de quien ha crecido en una familia asclepíada. El propio padre de Aristóteles había sido un prestigioso médico y en la familia materna también había profesionales de la medicina. En esos tiempos, los saberes de la profesión médica se transmitían de padres a hijos. Es pues más que probable que la inclinación de Aristóteles hacia los estudios naturalistas se hubiese desarrollado ya antes de su primer viaje a Atenas, de la mano de su padre. Pero Aristóteles también traía a Atenas su curiosidad, su amor al saber y las expectativas generadas en su alma por la lectura de alguna obra de Platón, probablemente el Fedón. En la época de su primer viaje a Atenas habían muerto ya los padres de Aristóteles y éste vivía bajo la tutela de su hermana mayor y el esposo de la misma, a los que profesó siempre cariño y agradecimiento. Es problable que llegase a tener noticia de la obra de Platón a través de su tutor.
Cuando regresa a Atenas, tras su época de viajes por Assos, Mitilene, Pella y Estagira, lo hace no ya como un muchacho desconocido, sino como un intelectual prestigioso, con una obra ya importante, con discípulos brillantes, con reconocidas conexiones con el hombre más poderoso del momento y, en consecuencia, sin ninguna necesidad de integrarse de nuevo en la Academia fundada por Platón.
Cuando llegó por primera vez a Atenas para estudiar en la Academia, Platón se encontraba en Sicilia, en uno de sus frustrantes viajes a la isla. La Academia estaba regida, en su ausencia, por el gran astrónomo Eudoxo. El contacto con intelectuales de primera línea, como Eudoxo y el propio Platón, resultaba sin duda atractivo para el joven Aristóteles. Pero al arribar a Atenas por segunda vez, ya en su madurez, la Academia se hallaba regida por Jenócrates, a quien Aristóteles podía considerar de menor talla intelectual que él mismo.
A veces se ha comentado que quizá Aristóteles se sintió desairado por no haber sido nombrado por Platón como su sucesor. Lejos de ello, no pudo ni siquiera haberlo esperado, ya que la gestión de la Academia llevaba aparejada la que sus bienes inmuebles en la cuidad de Atenas, en la que Aristóteles, un extranjero, se sabía sin derecho a ser titular de tal tipo de propiedades.
Además, el rumbo intelectual tomado por la Academia platónica, muy sesgado hacia la matemática, tampoco parecía atraer demasiado a Aristóteles, centrado en estudios naturalistas. En consecuencia, decidió establecer su propia escuela en Atenas. Lo hizo en los jardines públicos del santuario dedicado a Apolo Liceo, de donde toma nombre su escuela, también llamada peripetética, ya que el santuario contaba en su arquitectura con un perípato o paseo porticado.
En el ambiente intelectual del Liceo, Aristóteles debió sentirse a gusto entre sus nuevos discípulos y otros que ya se habían convertido en profesores y conducían la investigación en amplias zonas del saber, como por ejemplo Teofrasto, quien se encargó de modo más directo de los estudios botánicos. La dirección y orientación investigadora de un centro que ganaba prestigio, el cultivo de la ciencia y la reflexión filosófica, ambas de modo conjunto, fueron la ocupación principal de Aristótles durante su segunda estancia en Atenas que, como la primera, también se vio truncada por problemas de caracter político.
Ahora, en Calcis de Eubea, Aristóteles escribía a su amigo Antípatro con la conciencia de que acababa de dejar de nuevo el centro del mundo, con la sensación de encontrarse sólo y aislado, refugiado, como él mismo nos cuenta, en la poesía. Creyó Aristóteles que había llegado para él el momento de hacer testamento. A través de las cláusulas del mismo, que nos han sido transmitidas por Diógenes Laercio, apreciamos que la soledad de Aristóteles no era tan completa como él mismo parecía percibirla; atisbamos la presencia siempre cariñosa junto al pensador de la que fue su segunda mujer, Herpilis, apreciamos la cercanía sus hijos, Pythia, hija de Pythia, y Nicómaco, hijo de Herpilis, de su sobrino Nicanor, hijo de la hermana mayor de Aristóteles y del que éste se cuidó en ausencia de sus padres, adivinamos el trabajo fiel de Teofrasto en Atenas al frente ya del Liceo. Para todos ellos tiene Aristóteles en su testamento amorosas palabras de agradecimiento. Para los muertos el recuerdo: menciona a sus padres, Efestiada y Nicómaco, a los que fueron sus tutores, Arimneste y Proxeno, para los que pide la construcción de monumentos fúnebres, y a su primera mujer, Pythia, junto a la cual solicita ser enterrado. Hace también diversas observaciones sobre sus esclavos, entre ellas que ninguno de los hijos de los mismos sea vendido, que queden al servicio de su familia y que se les de la libertad cuando adultos.
Fue Aristóteles -parece- persona de talante bondadoso y amante de su familia, amigos y discípulos, como nos lo indican su testamento y algunas reflexiones con que nos topamos a los largo de su obra, como por ejemplo las páginas dedicadas a la amistad en sus escritos éticos, o el elogio a su maestro Platón de quien dijo que había sido hombre bueno y dichoso a quien los malvados no tienen ni siquiera el derecho de alabar. Con sus limitaciones, con sus incongruencias, con la perspectiva de su tiempo -hoy nos parece doloroso que en su obra no haya un pronunciamiento claro contra la esclavitud, pero sólo más tarde la idea de hermandad entre los hombres vendría a integrarse en el caudal cultural de occidente desde el cristianismo-, con todo, su obra constiye uno de los grandes frutos de la creatividad humana, del amor a la realidad y al saber. Y su persona, por lo que podemos vislumbrar a tal distancia, no desmerece en dignidad.
Este hombre, que Diógenes Laercio nos retrata con ojos pequeños, piernas delgadas y voz balbuciente, que vestía cuidadamente, llevaba la barba y el cabellos recortados, este hombre que moría en Eubea con el estómago dolido, dejaba tras de sí, además de una institución prestigiosa en pleno funcionamiento y la mejor biblioteca privada de la antigüedad, una obra intelectual que aún hoy, en muchos de sus extremos, permanece viva. Aristóteles fundó y dio forma para muchos siglos a la ciencia de la lógica, escribió sobre el lenguaje, nos legó tratados acerca de la retórica y la poética, sobre física y cosmología, en torno a la política y a la ética, escribió también sobre economía, meteorología o química y biología, reflexionó con enorme profundidad sobre el conocimiento humano y construyó una de las mejores explicaciones metafísicas de la realidad. Fue, en definitiva, el inventor de un buen número de disciplinas científicas y el fundador de gran parte de las filosóficas, en el caso de que para él esta distinción hubiese tenido algún sentido.
Tras la muerte de Aristóteles las tornas cambiaron de tal manera que Antípatro, su albacea testamentario y amigo, volvió a ocupar Atenas. Demóstenes acabó suicidándose. Las placas en honor de Aristóteles fueron repuestas. Incluso el nuevo gobernador de Atenas fue un miembro del Liceo. Y, como sabemos, bajo la influencia intelectual de esta escuela ateniense y de su fundador comenzó a cultivarse la ciencia en la ciudad egipcia de Alejandría.
Los tratados que a continuación se presentan forman parte de la obra biológica de Aristóteles. Es común afirmar -y responde a la verdad- que conservamos más líneas de Aristóteles sobre los vivientes que sobre ningún otro tópico. Quizá, como en ningún otro terreno, observamos en ellas la curiosidad por el conocimiento de la naturaleza, la pasión por comprender los seres vivos y la atención continua y trabajosa a su estudio. La dedicación de Aristóteles al estudio de los vivientes no fue cuestión sólo de una época más o menos prolongada de su vida. No hace falta más que constatar la enorme extensión de los datos que proporciona, la profundidad reflexiva con que los trata y el aprecio que muestra hacia los vivientes para percatarse de que su estudio fue para el autor una pasión continua. Cierto que en ocasiones pudo dedicar más tiempo a la observación, como parece que hizo en su etapa de Assos y Mitilene, pero la reflexión sobre los seres vivos, las lecturas acerca de los mismos, las conversaciones con expertos, con pescadores y criadores, médicos y veterinarios, parecen haber ocupado un lugar importante a lo largo de su vida. Además, podemos suponer que de la mano de su padre también cultivó el estudio y observación de los seres vivos, y, por otro lado, en el seno del Liceo se prestaba atención preferente a este tipo de estudios, tanto por parte de Aristóteles como de Teofrasto. De manera que la atribución del interés por los vivientes a una etapa limitada de la vida de Aristóteles no deja de ser una simplificación en gran medida procedente de la llamada lectura genética -realmente habría que decir cronológica- de su obra.
Creemos, por tanto, que la mejor manera de entender la obra de Aristóteles y la génesis de la misma es precisamente bajo la metáfora de la ontogénesis del ser vivo. Su obra es un cuerpo vivo: Aristóteles leía, conversaba y leía, observaba, experimentaba -como establece Rom Harré- y leía, reflexionaba larga y hondamante, escribía, reflexionaba mientras escribía, volvía una y otra vez sobre el mismo problema, tomaba otra bifurcación y proseguía. La epigénesis de su obra va avanzando por diferenciación. Cada vez que trata un problema, sin anular completamente sus ideas anteriores sobre el mismo, las matiza, las especifica, las acerca más a la realidad de las cosas. La obra de Aristóteles, y en especial sus escritos biológicos, por lo que sabemos, estuvieron abiertos a sucesivas revisiones cada vez que eran utilizados en el Liceo.
Así pues, de la obra aristotélica conservada una parte importante por extensión y contenido está constituida por escritos biológicos. Tres de ellos son grandes tratados a los que solemos referirnos por el nombre latino (que figura entre paréntesis junto al griego): Sobre las partes de los animales (De Partibus Animalium, Peri z%¯wn mori¿wn), cuya traducción figura en el presente volumen, Historia de los animales (Historia Animalium, Peri ta z%½a i¨stori¯ai), Sobre la generación de los animales (De Generatione Animalium, Peri z%¯wn genh¯sewj). A éstos hay que añadir el tratado Sobre el alma (De Anima, Peri yuxhÍj) que puede ser tomado como puente entre la biología general, por un lado, y la metafísica y la ética por otro. Conservamos asimismo dos pequeñas monografías también traducidas en el presente volumen: Sobre la locomoción de los animales (De Incessu Animalium, Peri z%¯wn porei¿aj) y Sobre el movimiento de los animales (De Motu Animalium, Peri z%¯wn kinh¯sewj), importante como fundamento, junto con el De Anima y la obras éticas, de la teoría aristotélica de la acción. Como tendremos que referirnos a todos ellos con frecuencia, utilizaremos las abreviaturas: PA, HA, GA, DA, IA y MA respectivamente.
Algunas otras obras, de tema entre psicológico y biológico, aparecen agrupadas bajo el título común Parva Naturalia (Pequeños estudios naturales, que abreviaremos PN): Sobre la sensación y lo sensible, Sobre la memoria y el recuerdo, Sobre el sueño y la vigilia, Sobre los sueños, Sobre la adivinación por los sueños, Sobre la vida larga y breve, Sobre la vida y la muerte, Sobre la juventud y vejez y Sobre la respiración.
Todos estos tratados menores, tanto los agrupados en Parva Naturalia como las monografías sobre la locomoción y sobre el movimiento de los animales, por su asunto y fecha estimada, están vinculados o bien al DA o bien a PA.
Se ha perdido una recopilación de leyendas y tradiciones sobre los animales fabulosos, un tratado sobre las plantas, una colección de descripciones sobre animales nunca publicada y un conjunto de dibujos anatómicos a los que con frecuencia se refiere Aristóteles en sus tratados zoológicos[1]
Aristóteles dejó sin escribir, como meros proyectos anunciados, un tratado sobre la nutrición[2]y otro sobre la salud y la enfermedad.
Tenemos, en contrapartida, muy pocos textos biológicos griegos anteriores a Aristóteles[3]Aún así, podemos mencionar algunos predecesores y fuentes de la biología aristotélica:
-Conocimientos populares obtenidos en la práctica de la pesca, caza, agricultura, cria de ganado; muchas veces conservados en obras de arte (decoración de ánforas, literatura homérica …).
-Medicina y farmacia popular griega cuyos orígenes hay que buscar en los conocimientos de los recolectores de raíces medicinales (r¸izoto¿moi) y vendedores de remedios (farmakopw¿lai).
-Primera historiografía jonia, con sus observaciones geográficas y etnográficas ligadas al comercio, colonización y primeros viajes de exploración. Cabe mencionar, en especial, a Demócrito (460-371) y Herodoto (485-425) o Ctesias (f. hacia el final del siglo V a.C.). El saber biológico obtenido durante estos los viajes se incorporaba a los periplos o descripciones de costas (por ejemplo, el cartaginés Hanón tras circunnavegar la costa occidental de Africa en el siglo VI a.C., relata su sorprendente encuentro con animales que, por la trazas, debían de ser gorilas).
-Los escritos de los filósofos presocráticos. Existe una auténtica biología presocrática, cargada de implicaciones filosóficas que esperan ser rescatadas del olvido, pero que Aristóteles conoció muy bien. Hay que destacar a Anaximandro de Mileto (n. c. 610/609), Jenófanes de Colofón (c. 570-480), Pitágoras (c. 540-490) y el pitagórico Alcmeón de Crotona (c. 500), Parménides (c. 540-480), Empédocles de Acragas (c. 495-435), Anaxágoras (500-428), Diógenes de Apolonia (c. 450) y el ya dicho Demócrito de Abdera.
-Los estudios clasificatorios que se llevaron a cabo en la Academia, bajo la dirección de Platón (427-347) y Espeusipo (siglo IV a. C.), muy criticados por el propio Aristóteles.
-La medicina científica griega, de modo destacado la escuela hipocrática (Hipócrates de Cos vivió del 460 al 375).
-Las doctrinas sobre la procreación y la herencia de varios de los presocráticos citados y de médicos como Pólibo (segunda mitad del S. V a. C.) o Hipón de Regio (S. V a. C.).
-Los escritos sobre cría y selección de caballos de Simón de Atenas (primera mitad del siglo V a. C.) o de Jenofonte (el discípulo de Sócrates, c. 430-355).
-Las obras sobre dietética de los médicos Diocles de Caristo (mediados del siglo IV a. C.) o Mnesiteo de Atenas (mediados del siglo IV a. C.), ambas bajo la preocupación clasificatoria de la escuela platónica.
-Literatura botánica especializada, de cuyos autores poco o nada sabemos salvo a través de la obra de Aristóteles o Teofrasto.
-La sabiduría popular griega sobre los caracteres de los animales, muchas veces expresada en fábulas como las de Esopo (siglo VI a. C.)[4].
Todos estos conocimientos llegaron a Aristóteles por las vías más diversas. Nos consta que era un gran lector y que poseía una nutrida biblioteca, sabemos que incluso en la Academia se le apodaba "el lector", parece que por su costumbre, inusitada en la época, de leer sin articular los sonidos, sólo mentalmente. Por otra parte, los conocimientos médicos seguramente pudo obtenerlos en el seno de su propia familia, pues era frecuente entre los griegos que la profesión médica se comunicase de padres a hijos. Además, Aristóteles conversaba con expertos, e interrogaba a marineros, cazadores o ganaderos. Pero estas vías indirectas de acceso a la naturaleza viva no fueron las únicas que exploró Aristóteles. Él mismo llevó a cabo numerosas observaciones e incluso podemos decir sin faltar a la exactidud que realizó algún experimento (lo cual, por cierto, no era una práctica extraña entre los científicos griegos, en contra de lo que tradicionalmente se viene afirmando[5]
Se tiende a pensar que no se encuentra en la obra biológica de Aristóteles experimentación en sentido estricto, pero sí observación. Parece claro que no realizó experimentos de modo sistemático y generalizado, pero podemos encontrar algún pasaje que responde a una concepción experimental. Por ejemplo, Rom Harré incluye entre en sus Grandes experimentos científicos el conocido texto de HA 561a 3 – 562a 20, en el que Aristóteles relata el desarrollo embriológico del pollo. En relación al mismo Rom Harré afirma lo siguiente:
¿Pero en qué sentido puede decirse que este estudio sea un experimento? […] En el uso controlado de la serie de huevos tenemos un ejemplo de técnica investigadora que presupone cierta interferencia y planificación[6]
Resulta un asunto controvertido el establecer en qué proporción son los datos resultado de la observación directa realizada por el mismo autor o sus colaboradores y en qué proporción se obtienen por vías indirectas, cuán indirectas son estas vías y si son o no sometidas a crítica. Podemos encontrar en la literatura todo tipo de opiniones, desde quien estima que la biología aristotélica reposa sobre una sólida base observacional[7]hasta quien hace de Aristóteles un "biólogo" especulativo y libresco. Aquí no podemos dirimir la cuestión, pero sí ofrecer una información plural de las diferentes posiciones. Lloyd (1966) cita como casos en contraste los estudios de Bourgey (1955) y Lewes (1864). Este último mantiene posiciones muy críticas respecto a la biología de Aristóteles:
Hemos visto -afirma Lewes- que el título de gran observador no puede serle reconocido con justicia. Lejos de merecer este rango, él no puede ocupar plaza alguna, ni grande ni pequeña entre los hombres especialmente distinguidos como observadores, en el sentido científico del término […] En la medida en que lo consideremos en su posición histórica, ninguna culpa seria puede justamente atribuírsele por no haber apreciado la importancia de la verificación[8]
Aún dentro de la reciente literatura en español podemos encontrar serias diferencias; por ejemplo Carlos García Gual (1992) nos habla de los "minuciosos datos" recogidos por Aristóteles,
hijo de médico, atento siempre a la justificación de los fenómenos, observador tan preciso como buen teórico, [que] combinaba las lecturas con la propia observación de los fenómenos.
Hay -matiza García Gual- un gran fondo libresco en sus anotaciones, como se ha hecho notar. Pero hay también una gran dosis de observación personal, unida a las noticias recogidas de muy varios observadores: pescadores, cazadores, viajeros, etc
Y justifica esta pluralidad de fuentes con el siguiente comentario:
el investigador de la zoología que, como Aristóteles, intenta abarcar un repertorio animal muy extenso […] debe surtirse de fuentes varias[9]
Jesús Mosterín en su estudio sobre Aristóteles de 1984, también apunta una opinión matizada:
Lejos de la gran ciudad, lejos de los continuos debates de la Akademia, Aristoteles viviría una serie de años tranquilos y felices en el campo, junto al mar, confrontado con la naturaleza. En esas circunstancias, su interés de naturalista reprimido resurgió de un modo explosivo. No se cansaba de observar cuantos animales había en aquella zona [Assos y Mitilene] y de reflexionar y tomar notas de sus observaciones, ayudado en ello por su nuevo discípulo Theófrastos. Acompañaba también e interrogaba a pescadores, marineros, cazadores, ganaderos, apuntando cuanto oía y veía[10]
Más adelante añade Mosterín que, ya de vuelta en Atenas, Aristóteles y Teofrasto, junto con sus discípulos, hacían disecciones, disecaban especímenes, dibujaban y tomaban notas. Hay pasajes a través de los cuales casi podemos vivir en directo una de aquellas sesiones de disección[11]y otros en los que se pondera el estudio inmediato de los animales, incluso de los más sencillos[12]
Pero Mosterín no deja de anotar también la afición lectora de Aristóteles:
leyó incansablemente cuanto caía en sus manos, tomando notas y recopilando todo tipo de colecciones, incluida una sobre animales legendarios[13]
Por otra parte, las noticias recibidas de boca de los entendidos no solían ser puestas en duda y algunas de las llegadas por la lectura son aceptadas sin más. Jesús Mosterín cita la afirmación de que los cocodrilos mueven, a diferencia del resto de los animales, la mandíbula superior[14]Esta supuesta observación está tomada de un texto de Herodoto y no fue sometida a comprobación; de haberlo sido -afirma Mosterín- Aristóteles hubiese podido ver que es falsa.
En resumen, a pesar de cierta dosis de credulidad poco crítica y de su afición a obtener datos de la lectura,
Aristóteles -apunta Jesús Mosterín- no siempre se contentaba con noticias de segunda mano. Siempre que la ocasión se presentaba, observaba por sí mismo los pájaros del bosque, los animales domésticos, los peces y los pulpos del mercado, etc. Es evidente que él mismo ha observado directamente la mayor parte de los animales de los que habla, y que incluso había realizado disecciones de muchos de ellos[15]
En contraposición, el empirismo aristotélico pierde terreno en la introducción que José Vara Donado (1990) antepone a su traducción de HA. Aquí las observaciones directas son las menos, las amables charlas con expertos se rebajan a consultas de obras que compendiaban esa información e incluso las lecturas se presumen, no de los textos originales, sino de antologías y resúmenes al uso:
Mucho más que a observaciones personales e incluso más que a informaciones de primera mano, Aristóteles es, en lo que a HA concierne, un enciclopedista deudor de viejas noticias y tradiciones que le llegan a él y que él toma sin someterlas a crítica y comprobación. […] Aristóteles no utilizó directamente las fuentes o autores a los que hace referencia sino otras fuentes intermedias entre los autores propios y él mismo[16]
La diferencia, como puede verse, es de grado, pero no por ello deja de ser importante. Es cierto, como indica Vara, que la observación del desarrollo embrionario del pollo aparece, antes que en Aristóteles[17]en el tratado hipocrático Sobre la naturaleza del niño, capítulo 29. Ahora bien, que las observaciones mencionadas se realizasen con antelación no demuestra que el propio Aristóteles no las repitiera. De hecho todo parece indicar que el autor hipocrático no realizó la observación del desarrollo del polluelo, meramente sugirió un ingenioso sistema para llevarla a cabo, sistema que, esta vez sí, fue efectivamente seguido por Aristóteles[18]El texto hipocrático reza como sigue:
Tómense veinte o más huevos, y pónganse a empollar con dos o más cluecas. Después, a partir del segundo día de incubación, hasta el último, el de la eclosión, se va retirando diariamente un huevo que se abre para examinarlo. Se encontrará que todo concuerda con lo que he dicho, hasta el extremo de que la naturaleza del ave debería ser comparada con la del hombre[19]
El largo texto de Aristóteles describe hasta el detalle el proceso experimental y relata con toda suerte de pormenores lo que llega a observar. Citaré una pequeña selección del pasaje referido a fin de que pueda captarse el tenor del mismo:
El primer indicio del embrión se tiene después de tres días y tres noches […] Aparece el corazón, semejante a una mota de sangre […] Desde él parten dos conductos venosos, que contienen sangre, y que tienden, siguiendo un curso sinuoso… […] El cuerpo queda diferenciado, siendo al principio blanquecino y muy pequeño […] los ojos están muy hinchados y sobresalen en gran medida […] cuando el polluelo tiene ya diez días todas sus partes son visiblemente distinguibles. La cabeza sigue siendo mayor que el resto de su cuerpo, y los ojos mayores que la cabeza, pero todavía carentes de visión. Si hacia este tiempo se le extraen los ojos, se encuentra que son mayores que habichuelas y negros; si se retira la capa de la cutícula, se encuentra en su interior un líquido blanco y frío, que reluce intensamente a la luz del sol; pero sigue sin haber sustancia dura ninguna…[20]
El ya citado Harré, sobre el experimento del polluelo, expresa su impresión en estos términos:
Al leer la descripción de Aristóteles, sin duda nos llamará la atención tanto la claridad de la descripción, reflejo del cuidado y atención con que fueron observadas las distintas etapas, como su evidente comprensión de los principios fisiológicos más importantes que intervienen, especialmente en lo diferenciado de los papeles de la yema y la clara[21]
No se puede perder de vista la enorme cantidad de datos cosechados, muchos de los cuales parecen haber sido obtenidos directamente o a través de lecturas y conversaciones de primera mano. Así, por ejemplo, en un análisis detallado y ponderado de la cuestión, como es el de Lloyd (1987), no dejan de aparecer aspectos que señalan el valor de las observaciones realizadas por Aristóteles: reconocimiento frecuente de la necesidad de más observaciones para dirimir un tema, dudas expresadas sobre informes que recibe, rechazo de alguno de ellos como claramente falso, rechazo en algunos aspectos de prejuicios de la época y refutación de algunas teorías mediante observaciones. Todos estos aspectos aparecen convenientemente ejemplificados en el texto de Lloyd[22]El propio Lloyd, en un estudio sobre la base empírica de los Parva Naturalia, afirma que
los tratados zoológicos muestran familiaridad con una gama considerable de especies animales; la exactitud de muchas de sus descripciones de partes externas e internas de los animales y de aspectos del comportamiento animal ha sido a menudo correctamente alabada, y en muchos casos su explicación refiere a, o presupone, un uso de la disección, ya sea llevada a cabo por el mismo Aristóteles o por sus colaboradores[23]
Podemos encontrar estudios detallados de la observación en la biología de Aristóteles, tanto en Manquat (1932) como en Bourgey (1955). Manquat asegura que Aristóteles
se entregó a investigaciones personales, y sin duda numerosas. Encontramos la huella en su Historia de los Animales, tanto por lo que dice como por lo que sobrentiende[24]
Por su parte, Bourgey, tras recorrer una serie de indicios concluye:
Espontáneamente nos vemos llevados a establecer un paralelo entre los trabajos seguidos en este dominio y la constitución de grandes colecciones (synagogaí) de hechos políticos y sociales […] Es verdaderamente el mismo espíritu de investigación minuciosa y precisa el que encontramos en todas partes[25]
No es éste el contexto propio para abordar una investigación exhaustiva sobre la cantidad y calidad de la observación en la biología de Aristóteles pero, del repaso que hemos hecho de la literatura pertinente, parece desprenderse que Aristóteles manejaba una enorme cantidad de datos empíricos que probablemente tomaba de la observación directa y de la observación mediada por alguno de sus discípulos, de la consulta directa a expertos y de la lectura de obras de todo tipo, entre las que se pudieron contar obras de expertos y también, por qué no, compendios de donde obtuvo referencias indirectas. Téngase además en cuenta que sólo la observación directa pudo posibilitar la elaboración de los dibujos anatómicos llevados a cabo por Aristóteles y a los que éste se refiere en numerosas ocasiones a lo largo de sus escritos biológicos. La reducción de toda la base empírica a lecturas de compendios al uso, en mi opinión, es tan improbable como la atribución de la recogida de datos a un supuesto contingente de expedicionarios puesto por Alejandro al servicio de su maestro[26]
Por lo que hace al propio contenido y estructura de los tratados, no ya a las fuentes de información, nos referiremos en breve a HA, GA y DA y reservaremos apartados especiales para los tratados aquí traducidos: PA, IA y MA
El más extenso de todos los tratados biológicos, Historia Animalium[27]es un escrito en diez libros de los cuales los seis primeros y gran parte del VIII son obra del propio Aristóteles. El libro VII, la parte final del libro VIII y el IX parecen de autoría diversa, pero integrados en el cuerpo general del tratado por el mismo Aristóteles y el libro X es un añadido tardío.
Este esquema resulta una simplificación excesiva si no se advierte, en primer lugar, que existen fragmentos ajenos al autor interpolados aún en los libros primeros (por ejemplo, las descripciones minuciosas del camaleón y de los monos en el libro II capítulos 11 y 8 respectivamente) y material aristotélico en los últimos. En segundo lugar, hay que mencionar la falta de unanimidad con que se producen los especialistas, desde Düring que tiende a aceptar como aristotélicos sólo los libros I al VI y parte del VIII, hasta Balme que defiende la autoría aristotélica de todos menos el X[28]
En cuanto a la estructura de la obra, se constata la existencia de un claro plan unitario. El libro I contiene una introducción en la que se enuncia la intención de exponer las diferencias (es decir, las caracteres o rasgos) en cuanto a las partes (diferencias morfológicas), vida (fisiológicas), carácter (psicológicas) y acciones (etológicas) de los seres vivos.
El estudio morfológico atenderá primero a las partes no homeómeras, en los libros I y II, y después a las partes homeómeras en el libro III. Las partes no homeómeras son aquéllas cuyas partes no son formalmente iguales al todo, por ejemplo, las partes de la cabeza no son, a su vez, cabezas. Las homeómeras son aquéllas cuyas partes son formalmente iguales al todo; una parte de sangre es sangre y una parte de carne es carne (por supuesto, hasta cierto límite de finura en la división). La distinción mencionada coincide sensiblemente con la que se hace hoy entre órganos y miembros, por una parte, y tejidos, por otra.
Aristóteles comienza la exposición, tanto de las partes homeómeras como de las no homeómeras, por el caso del hombre y procede desde ahí a través de las diferentes clases de animales sanguíneos (entre los que incluye los que hoy llamamos mamíferos[29]reptiles, anfibios, aves, peces). A continuación aborda el estudio morfológico de los animales no sanguíneos o carentes de sangre roja, como cefalópodos (sepias, calamares…), crustáceos (langostas, gambas, cangrejos…), testáceos[30](mejillones, ostras y también erizos de mar…) e insectos (entre los que incluye también arácnidos). Todo ello ocupa la primera mitad del libro IV.
El orden adoptado se debe a que, según Aristóteles, el hombre es para nosotros el más conocido de todos los animales; de manera que, por analogía y comparación, puede ofrecernos la clave para el estudio del resto. La gran división aristotélica de los animales en sanguíneos y no sanguíneos equivale a la división, más familiar para nosotros, entre vertebrados e invertebrados.
La segunda mitad del libro IV atañe ya a cuestiones fisiológicas relacionadas con los sentidos y la voz de los animales.
El libro V da comienzo a un prolijo estudio de la generación de los animales que se prolonga en el libro VI. Pero esta vez empieza a recorrer la escala por el lado opuesto, desde los animales que supone que se reproducen sin necesidad de progenitores, como algunos insectos y testáceos, en un extremo, hasta los mamíferos o, en términos aristotélicos, cuadrúpedos vivíparos, en el otro. El libro VI, continuación del V también en cuanto al contenido, se interrumpe sin la acostumbrada recapitulación.
El libro VII, aunque de autoría dudosa, encaja perfectamente en la serie ya que contiene un estudio de la reproducción humana. Quizá haya sido tomado de un tratado hipocrático anterior e integrado en el conjunto de la obra por el mismo Aristóteles, aunque sobre este punto hay radicales discrepancias. Así, Balme estima que el libro VII contiene tesis incompatibles con doctrinas hipocráticas y que sólo está en deuda con GA.
El libro VIII atiende al estudio de la nutrición, con lo que se cierra la parte dedicada a la fisiología y se emprende la exposición de asuntos que tienen más que ver con el comportamiento y carácter. Esta investigación psicológica y etológica (e incluso vagamente ecológica) se continúa en el libro IX, de modo que ambos, VIII y IX, pueden ser vistos como parte integrante del plan original del tratado.
En vista de lo dicho, nadie podría sospechar la existencia de un décimo libro; menos aún su tema: las causas de la esterilidad en humanos. Pero esto es lo que hay. No es extraño, por tanto, que este libro X sea considerado como un añadido tardío.
Como enciclopedia, como colección de hechos, es un fracaso esta HA. Pero no lo es como tratado sobre las diferencias. Leído así, su estructura cobra sentido, deja de parecernos caótico y su intención puede ser captada: su objetivo es reunir, distinguir y describir las diferencias que requieren explicación así como investigar su dominio de aplicación, es decir, si son propias de alguno de los grandes géneros o específicas de un grupo menor.
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