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La Economía mercantilista y la acumulación del capital


Partes: 1, 2

  1. El descubrimiento del Nuevo Mundo
  2. La expansión en ultramar y sus consecuencias en Europa
  3. La revolución de los precios
  4. El comercio, las rutas comerciales y la organización comercial
  5. Sobre la agricultura y la industria
  6. Bibliografía básica

Para los inicios del siglo XVI el crecimiento demográfico ya se había generalizado. A principios del siglo XVII, sin embargo, este fuerte crecimiento encontró los frenos habituales del hambre, la peste y la guerra, especialmente en la Guerra de los Treinta Años, que diezmó la población de Europa central. Estos límites ?aproximadamente, mediados del siglo XV y mediados del siglo XVII? marcan la segunda logística de Europa. Tras el período de recesión registrado desde finales del siglo XIII y principios del XV, en Europa se desarrollan dos tendencias contrapuestas. La una que subraya las características feudales, la otra que profundiza las transformaciones que darán paso el nuevo régimen de producción.

En este período la diferencia más clara eran los horizontes geográficos, enormemente expandidos. El período de crecimiento demográfico se correspondió casi con exactitud con la gran época de explotaciones y descubrimientos marítimos que tuvo como consecuencia el establecimiento de todas las rutas marítimas entre Europa y Asia, y, lo que sería aún más decisivo para la historia mundial, la conquista del hemisferio occidental a cargo de los europeos y su asentamiento en él. Estos acontecimientos proporcionaron a Europa un gran aumento de las fuentes de recursos, reales y potenciales, y provocaron, junto con otras causas, cambios institucionales significativos en la economía europea, esencialmente respecto al papel del gobierno en la economía.

El área que más ganó con los cambios asociados a los grandes descubrimientos fue la región que bañan el Mar del Norte y el Canal de la Mancha: los Países Bajos, Inglaterra y el norte de Francia. Abierta al Atlántico y a mitad de camino entre el norte y el sur de Europa, esta región prosperó enormemente en la nueva era del comercio mundial oceánico. La Hansa alemana medró en el siglo XV, pero decayó después al al fortalecer el poder comercial de las ciudades holandesas e inglesas.

En el siglo XVI las ciudades funcionaban primordialmente como centros comerciales y administrativos, más que industriales. Muchas actividades manufactureras, como las industrias textil y metalúrgica, se emplazaron en el campo. La artesanía practicada en las ciudades solía estar organizada en gremios, que requerían largos aprendizajes e imponían otras restricciones para entrar. Los emigrantes rurales raramente tenían la habilidad o las aptitudes necesarias para los trabajos de ciudad.

Los cambios tecnológicos en el arte de navegar y la construcción de barcos fueron vitales para el éxito de las exploraciones y los descubrimientos, y lo mismo se puede decir en relación con la conquista de ultramar, de la introducción de la pólvora y su aplicación por parte de los europeos a las armas de fuego. Hubo asimismo mejoras en las artes de la metalurgia y en otros procesos industriales. En las técnicas agrícolas se hicieron multitud de mejoras en la rotación de las cosechas, nuevos cultivos y cuestiones parecidas.

El descubrimiento del Nuevo Mundo

El entusiasmo por las especias fue motivo básico de los viajes de descubrimiento. Uno de los empleos que antaño se les daba era el de preservar los alimentos que no podían ser transportados rápidamente. Además, las especias servían para hacer más agrables al paladar los alimentos en mal estado.

El mayor y más barato acceso a los artículos de lujo de Oriente también impulsaba los deseos de descubrir rutas alternativas de comercio. Las joyas, las sedas, la porcelana, los pefumes son muy demandados por los nuevos ricos de Europa. Se hace urgente burlar el monopolio veneciano sobre el Levante y alcanzar por otro lado las Indias. La poderosa flota del Dux obliga a trasbordar todas las mercancías en lsa bodegas – aduanas de Rialto donde, previo pago de elevados aranceles, las adquieren los comerciantes del resto del occidente.

En la Edad Media tuvo lugar un notable progreso tecnológico en el diseño y la construcción de barcos y en los instrumentos de navegación. La brújula magnética, el desarrollo de la cartografía, fueron las premisas científico-técnicas necesarias para los largos viajes asociados a los descubrimientos. Gracias al descubrimiento de la imprenta se hace más fácil la difusión de los conocimientos. En los veinte años que precedieron a la hazaña colombina se tiraron cuatro ediciones de la Geografía de Ptolomeo.

Circulaban además múltiples leyendas sobre las travesías hechas a tierras desconocidas, como la odisea de Erik Randa que había descubierto Groenlandia hacia al año 985, de los árabes que en 1147 desplegaron velas hacia las Canarias y las Azores, del inglés Nicolas Lynn que en 1360 habría descubierto la Bahía de Hudson, entre otros.

Tampoco faltó la actividad de hombres imbuidos del espíritu renacentista. Entre ellos se destacó el príncipe Enrique llamado el Navegante (Oporto 1394 – Sagres 1460), un hijo menor del rey de Portugal, quien se consagró a fomentar la exploración de la costa africana con el objetivo último de alcanzar el Océano Indico. Fundó la escuela de Sagres en el cabo de San Vicente en el extremo sur de Portugal, especie de instituto de estudios avanzados donde se instruían pilotos y cartógrafos con la participación de astrónomos, geógrafos, cartógrafos y navegantes de todas las nacionalidades, donde se organizaban expediciones marítimas. A este instituto debemos la introducción del compás en el arte de navegar.

Fue el impulsor de los descubrimientos portugueses en África. Desde 1418 hasta su muerte envió expediciones casi anualmente. Con paciencia y cuidado sus marineros hicieron cartas de las costas y las corrientes, descubrieron o redescubrieron y colonizaron las islas del Atlántico, y establecieron relaciones con los jefes nativos de la costa africana.

Tras la muerte de Enrique la actividad exploradora portuguesa disminuyó algún tanto por falta de patrocinio real y a causa del lucrativo comercio de marfil, oro y esclavos que los mercaderes portugueses llevaban a cabo con el reino nativo de Ghana. Sería el rey Juan II, que subió al trono en 1481, quien avivaría las exploraciones y su ritmo. El camino estaba allanado para el siguiente gran viaje, el que haría Vasco de Gama de 1497 a 1499 bordeando África y llegando hasta Calcuta, en India. Como resultado de enfermedades, motines, tormentas y dificultades tanto con los nativos hindúes como con los numerosos mercaderes árabes que encontró, la expedición de Vasco de Gama perdió dos de sus cuatro naves y casi dos tercios de su tripulación. Sin embargo, la carga de especias con la que volvió fue suficiente para pagar varias veces el coste del viaje.

En 1483 ó 1484, mientras las tripulaciones de Juan II estaban todavía abriéndose camino por la costa africana, un genovés que había navegado al servicio de los portugueses y casado con una portuguesa pidió a aquél que le financiara un viaje a través del Atlántico para alcanzar el Oriente navegando hacia el Oeste. Juan había autorizado ya antes expediciones al Oeste de las Azores, financiadas con su dinero, pero esta vez concentró sus recursos en el proyecto más prometedor de rodear Africa y rechazó la proposición de Colón. Fue en Portugal, alrededor de 1470 donde Colón concibió el proyecto que lo haría una de las celebridades mayores de la historia.

Este perseveró. Apeló a los monarcas españoles, Fernando e Isabel, pero estos estaban ocupados en aquel momento con la guerra contra el reino moro de Granada y no tenían dinero disponible para un plan tan arriesgado. Colón intentó entonces interesar al pragmático y sobrio rey Enrique VII de Inglaterra, así como al rey de Francia, pero en vano. Por fin, en 1492, Fernando e Isabel conquistaron Granada y, como una especie de celebración de la victoria, Isabel acordó suscribir una expedición.

Colón puso un apremiante empeño de atribuir la idea de su viaje a la Divina Providencia. Sin embargo, detrás de este despliegue premonitorio de adivinaciones místicas o de citas poéticas, Colón escondía un secreto. Se cree que Colón obtuvo la información de la existencia de las Américas de un marinero moribundo. Además, conocía al dedillo los últimos adelantos geográficos y astronómicos. Había leído De Imagine Mundi del Cardenal Pedro d"Ailly, de donde tomó todos sus conocimientos de Aristóteles, Estrabón y Séneca concernientes a la posibilidad de ir a la India por occidente. En el Opus Majus de Roger Bacon halla nuevos datos. Y encontramos una influencia determinante en Pablo Toscanelli, el famoso astrónomo y geográfo, quien mediante la medición de la altura solar por el astrolabio, corrigió las tablas del Sol y de la Luna y las cifras de la altura solar de diversos puntos terrestres. Colón inició correspondencia con el sabio florentino, quien le envió un mapa aclaratorio y nuevos antecedentes; y en pago jamás pronunció el nombre de su inspirador.

La idea de su viaje chocó con la concepción religiosa medieval predominante en la península. Ciertos miembros de la Junta encargada por los Reyes Católicos de dictaminar sobre la factibilidad de los propósitos colombinos le preguntaban sobre la existencia de los antípodas y juzgaban necia la idea de la redondez de la Tierra.

Colón a su turno respondía con enrevesadas interpretaciones de pasajes bíblicos, de textos greco-romanos adaptados y aceptados por la Iglesia. La lettera rarísima y Las Profecías son reveladores monumentos psicológicos del gran almirante de la burguesía, un hombre producto de la época que marca la transición del mundo feudal al burgués.

La expedición descubridora fue financiada por la burguesía comerciante de España y por la del norte de Italia. Su costo aproximado fue de 2 millones de maravedíes, antigua moneda española que tuvo distintos valores, introducida en España por los almorávides hacia 1086 y adoptada como propia por los reinos cristianos. Se mantuvo hasta 1848.

Inmediatamente después de su vuelta de la primera expedición, Fernando e Isabel pidieron al Papa una "línea de demarcación" para confirmar el título de españolas a las tierras recién descubiertas. Esta línea, que discurría de un polo a otro a una longitud de cien leguas -unas 330 millas náuticas- al oeste de las islas Azores y Cabo Verde, dividía al mundo no cristiano en dos mitades con propósitos de exploración posterior, quedando reservada la mitad occidental para los españoles y la mitad oriental para los portugueses. Al año siguiente, 1494, en el Tratado de Tordesillas el rey portugués convenció a los reyes españoles para que la línea se estableciera 210 millas náuticas más al oeste que la de 1493. Esto hace pensar que los portugueses podían conocer ya la existencia del Nuevo Mundo, ya que la nueva línea situaba la giba de Sudamérica -la ribera que más tarde sería Brasil– en el hemisferio portugués.

En 1497 Giovanni Caboto, un marinero italiano que vivía en Inglaterra consiguió el respaldo de los mercaderes de Bristol para un viaje en el que descubrió Terranova y Nueva Escocia. Al año siguiente él y su hijo Sebastián condujeron una expedición más grande para explorar la costa norte de Norteamérica, pero, como no trajeron especias, metales preciosos u otras mercancías de mercado, sus patrocinadores comerciales perdieron el interés.

Los mercaderes franceses enviaron a otro italiano, Verrazano, para descubrir un paso occidental a la India en el decenio de 1520. Una década después, el francés Jacques Cartier hizo el primero de tres viajes que tuvieron como resultado el descubrimiento y exploración del río San Lorenzo. Cartier también reclamó para Francia la zona después conocida como Canadá; sin embargo al no poder encontrar el esperado pasaje hacia al India los franceses, igual que los ingleses, no mostraron mayor interés inmediato en el Nuevo Mundo, salvo para pescar en los grandes bancos de Terranova.

En 1513 el español Balboa descubrió el "Mar del Sur" nombre que dio al Océano Pacífico, más allá del istmo de Panamá. Para el decenio de 1520 los españoles y otros navegantes habían explorado ya toda la costa este de las dos Américas desde Labrador hasta el Río de la Plata. Cada vez se ponía más de manifiesto, no sólo que lo que Colón había encontrado no eran las Indias, sino que no era fácil franquear el nuevo continente.

En 1519 Fernando Magallanes, un portugués que había navegado por el Océano Indico, convenció al rey de España para que le dejara encabezar una expedición de cinco barcos a las islas de las Especias yendo por el Mar del Sur. Magallanes no tenía intención de circunnavegar el globo, ya que esperaba toparse con Asia a unos días de navegación más allá de Panamá, dentro de la órbita española que determinaba el Tratado de Tordesillas. Su principal problema, tal como él lo veía, era encontrar un paso a través o alrededor de Sudamérica. Así lo hizo, y el tormentoso y traidor estrecho que descubrió aún lleva su nombre. El "mar pacífico" (Mare Pacificum) al que fue a parar, sin embargo, no le rindió riquezas, sino largos meses de hambre, enfermedad y finalmente la muerte para él y la mayoría de su tripulación. Los restos de su flota vagaron sin rumbo por las Indias Orientales durante varios meses. Por fin, uno de los lugartenientes de Magallanes, Sebastián Elcano, consiguió llevar el único barco superviviente y su exigua tripulación a través del Océano Indico y de vuelta a España al cabo de tres años, convirtiéndose en el primer hombre que había navegado enteramente alrededor de la tierra.

Las primeras naciones que se alzaron como potencias coloniales fueron España y Portugal, que disfrutaron de una gloria fugaz como principales potencias económicas de Europa. Aunque ambas naciones retuvieron sus vastos imperios de ultramar hasta los siglos XIX y XX, respectivamente, a mediados del siglo XVII estaban ya en plena decadencia económica, política y militar.

La expansión en ultramar y sus consecuencias en Europa

Los descubrimientos afectaron profundamente el curso del cambio de la economía de Europa.

El descubrimiento del Nuevo Mundo coadyuvó al desplazamiento de los principales centros de actividad económica dentro de Europa. Durante el siglo XV las ciudades del norte de Italia conservaron la primacía en los asuntos económicos que habían ejercido a lo largo de la Edad Media. Los descubrimientos portugueses, sin embargo, las privaron de su monopolio en el comercio de las especias. Una serie de guerras que supusieron la invasión y ocupación de Italia por parte de ejércitos extranjeros acabó interrumpiendo el comercio y las finanzas.

El primer siglo de la expansión europea en ultramar y conquista coloniales decir, el siglo XVI, perteneció casi exclusivamente a España y Portugal. Para 1515 los portugueses se habían hecho los dueños del Océano Indico. A causa de su escasa población, no intentaron conquistar o colonizar el interior de la India, África o las islas, contentándose con controlar las rutas marítimas desde los fuertes estratégicos y los puestos comerciales.

Entre 1519 y 1521 Hernán Cortés llevó a cabo la conquista del imperio azteca en México. Francisco Pizarro conquistó el imperio inca en Perú en el decenio de 1530. A fines del siglo XVI los españoles ejercían un poder efectivo sobre todo el hemisferio, desde Florida y el sur de California en el norte, hasta Chile y el Río de la Plata en el sur con la excepción de Brasil. Al principio se dedicaron sencillamente al pillaje, arrebatando a los nativos las riquezas que pudieran llevar consigo. Cuando esta fuente se agotó, cosa que ocurrió rápidamente, introdujeron métodos de minería europeos en las ricas minas de plata de México y de los Andes.

Al contrario que los portugueses, los españoles acometieron desde el principio la colonización de las zonas conquistadas y su asentamiento en ellas. Llevaron de Europa técnicas, equipamiento e instituciones, incluyendo su religión, que impusieron por la fuerza a la población india. Introdujeron productos naturales antes desconocidos en el hemisferio occidental, entre ellos el trigo y otros cereales excepto el maíz, que viajó en dirección contraria, la caña de azúcar, el café, las verduras y frutas más comunes como los cítricos, y muchas otras formas de vida vegetal. Los indios precolombinos no conocían más animales domesticados que los perros y las llamas. Los españoles introdujeron caballos, ganado vacuno, ovejas, asnos, cabras, cerdos y la mayoría de las aves de corral.

En el plano económico la expansión tuvo como consecuencia un gran aumento en el volumen y variedad de los objetos de comercio. En el siglo XVI las especias de Oriente y los lingotes de Occidente constituían una aplastante proporción de las importaciones del mundo colonial. Todavía en 1594, por ejemplo, el 95% del valor de las exportaciones legales de las colonias españolas en el Nuevo Mundo consistía en lingotes de oro y plata. No obstante, en la corriente del comercio penetraron otras mercancías cuyo volumen gradualmente fue aumentando y que en los siglos XVII y XVIII llegaron a eclipsar las exportaciones originales de ultramar a Europa. Tintes exóticos como el índigo y la cochinilla dieron color a los tejidos europeos y los hicieron más alegres y fáciles de vender tanto en Europa como en ultramar. El café de Africa, el cacao de América y el té de Asia se convirtieron en bebidas europeas corrientes. El algodón y el azúcar, aunque ya conocidos en Europa, nunca habían sido producidos o comercializados a gran escala. Cuando la caña de azúcar fue trasplantada a América, la producción de azúcar aumentó enormemente y tal exquisitez pasó a estar al alcance del presupuesto de los europeos corrientes. La introducción de las mercancías de algodón de la India, al principio un lujo reservado a los ricos, llevó finalmente al establecimiento de una de las mayores industrias europeas, dependiente de la materia prima importada de América y abastecedora principalmente de las masas.

La porcelana china tuvo una historia similar. El tabaco, una de las contribuciones americanas a la civilización más celebradas y controvertidas, adquirió rápidamente popularidad en Europa a pesar de los decididos esfuerzos tanto de la Iglesia como del Estado para erradicarlo. En años posteriores las frutas tropicales y los frutos secos complementaron la dieta de los europeos, y las pieles, cueros, maderas exóticas y nuevas fibras pasaron a constituir parte importante de los productos europeos.

Muchos comestibles antes desconocidos en Europa, pese a no importarse en grandes cantidades, se introdujeron y naturalizaron, convirtiéndose en alimentos corrientes de la dieta. De América llegaron las patatas, los tomates, las judías, los chayotes, los pimientos, las calabazas y el maíz, así como el pavo domesticado, que llegó a Europa desde México. El arroz, originalmente de Asia, se naturalizó tanto en Europa como en América.

Otros rasgos de la civilización europea que también entraron en América, tales como las armas de fuego, el alcohol y las enfermedades europeas de la viruela, el sarampión y el tifus, se extendieron rápidamente y con efectos mortales. En 1501 los españoles habían introducido los esclavos africanos en el hemisferio occidental para remediar la escasez de mano de obra. Para 1600 gran parte de la población de las Indias Occidentales estaba constituida por africanos y mestizos.

El descubrimiento de América y la circunnavegación de África ofrecieron a la burguesía naciente un nuevo campo de actividad.

La revolución de los precios

El flujo de oro y, sobre todo, de plata de las colonias españolas aumentó enormemente las reservas europeas de los metales monetarios, triplicándolas cuando menos, en el curso del siglo XVI. En los tres siglos que siguen al descubrimiento Europa vio quintuplicarse los 550.000 kg de oro que poseía en 1500, y multiplicarse por trece las 7.000 toneladas de plata con que contaba hacia la misma fecha.

La afluencia de los metales preciosos fue especialmente nociva para España, lo que junto a políticas desacertadas como la expulsión de judíos y musulmanes condujo a la ruina de la naciente industria española. Por ejemplo Sevilla, que a comienzos del siglo XVI contaba con 16.000 talleres de tejidos apenas contaba con 5000 bajo el reinado de Felipe V.

El gobierno español, la potencia colonial del momento, intentó prohibir la exportación de lingotes, pero resultó imposible. En cualquier caso el propio gobierno fue el peor infractor, pues enviaba enormes cantidades a Italia, Alemania y los Países Bajos para pagar sus deudas y financiar determinadas guerras. Escritores hispánicos del siglo XVII calculan en 1500 millones de pesos de oro y plata las riquezas que salieron de su país rumbo a otros reinos. Desde esos países, así como desde la propia España en movimientos de contrabando, los metales preciosos se extendieron por toda Europa. El resultado más visible e inmediato fue un alza espectacular y prolongada -pero irregular- de los precios. A finales del siglo XVI los precios eran, en general, alrededor de tres o cuatro veces más altos de lo que lo habían sido a principios del siglo. El precio de los alimentos especialmente el grano, la harina y el pan subieron más que el de las otras mercancías. En general, la subida de los salarios quedó bastante rezagada con respecto a la subida de los precios de las mercancías, con lo que se produjo un severo descenso en los salarios reales.

La revolución de los precios, como cualquier inflación, redistribuyó los ingresos y la riqueza tanto de los individuos como de los grupos sociales. Aquellos cuyos ingresos estaban basados en precios elásticos -mercaderes, artesanos, terratenientes que cultivaban su propia tierra, campesinos con posesiones seguras y que producían para el mercado se beneficiaron a costa de los asalariados; mientras que aquellos cuyos ingresos eran fijos o cambiaban lentamente- pensionistas, muchos rentistas y campesinos con arriendos desorbitados resultaron más afectados.

El crecimiento de la población no causó el crecimiento (absoluto) de los precios, pero seguramente desempeñó un papel importante en el retraso de los salarios, al tiempo que la agricultura y la industria se mostraron incapaces de absorber el excedente de mano de obra.

El comercio, las rutas comerciales y la organización comercial

De todos los sectores de la economía europea, el comercio fue indudablemente el más dinámico entre los siglos XV y XVIII. El comercio extraeuropeo contribuyó a él y también estimuló parte del crecimiento en el interior de Europa, pero el comercio con Asia y América no era más que una pequeña parte del total. El comercio habría crecido con toda seguridad aun sin los descubrimientos debido a la dinámica económica interna del continente. El comercio marítimo constituía sin duda el segmento más importante del comercio internacional, pero el comercio terrestre, especialmente el tráfico fluvial, no era despreciable.

La mayor parte del intercambio comercial tanto en volumen como en valor era local. Las ciudades recibían el grueso del suministro de alimentos de las tierras del interior inmediatas y a cambio les proporcionaban bienes manufacturados y servicios. Se trataba principalmente de comercio a pequeña escala, y variaba poco en el tiempo o de un lugar a otro. Más interesantes y más importantes para la historia del desarrollo económico fueron los cambios que tuvieron lugar en el comercio a distancia. Precisamente son ellos los que explicaremos a continuación.

Ya conocemos las principales rutas comerciales y las mercancías que a lo largo de ellas se traficaban para el siglo XV. Los cambios más importantes que tuvieron lugar en los 200 años siguientes, además de la apertura de las rutas de ultramar fueron: (i) el traslado del centro de gravedad del comercio europeo desde el Mediterráneo a los mares del norte, (ii) un ligero pero perceptible cambio en el carácter de las mercancías objeto del comercio a distancia, y (iii) los cambios en las formas de la organización comercial.

Los españoles y los portugueses, concentrándose en la explotación de sus imperios en ultramar, dejaron el negocio de distribuir sus importaciones por Europa y también el suministrar la mayoría de sus exportaciones a las colonias, a otros europeos. De estos, los Países Bajos, sobre todo los holandeses y los flamencos fueron los más agresivos. Pero el pilar del comercio holandés era el comercio en el Báltico, principalmente de grano y madera, pero también de pertrechos navales, lino y cáñamo.

Los holandeses empezaron inmediatamente a construir barcos capaces de hacer viajes de varios meses rodeando África hasta el Océano Indico. En menos de diez años más de cincuenta barcos hicieron el viaje de ida y vuelta entre los Países Bajos y las Indias. Estos primeros viajes tuvieron tanto éxito que, en 1602, el gobierno de las Provincias Unidas, la ciudad de Amsterdam y varias compañías comerciales privadas formaron la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, que monopolizó legalmente el comercio entre las Indias y los Países Bajos. Los holandeses concentraron su atención en las fabulosas islas de las Especias en Indonesia, y hacia mediados del siglo XVII habían establecido ya su dominio tanto sobre las islas como sobre el comercio de las especias de una forma más eficaz de lo que los portugueses habían hecho nunca. También se adueñaron del control de los puertos de Ceilán.

Holanda no fue la única nación que se aprovechó de la debilidad de Portugal. Ya en 1191 traficantes ingleses llevaron a cabo un viaje y en 1600 se organizó la Compañía Inglesa de las Indias Orientales con un monopolio similar al de la compañía holandesa. Los ingleses, tras varios intentos infructuosos de tomar posiciones en Indonesia, acabaron estableciendo puestos comerciales fortificados en el continente indio, que a la postre se convertiría en la "joya más brillante de la corona británica". Portugal conservó sus posesiones de Goa, Diu y Macao, así como unos pocos puertos en las costas africanas, pero dejó de ser una potencia naval o comercial importante en los mares comerciales.

Las otras potencias navales también se aprovecharon de la debilidad portuguesa y la rigidez española para invadir y crear mercados en el hemisferio occidental. Los primeros intentos franceses e ingleses para encontrar una ruta directa hacia Oriente habían fracasado, pero en la segunda mitad del siglo XVI se hicieron nuevos esfuerzos para descubrir un paso hacia la India por el noreste o noroeste. El malhadado viaje de Willoughby y Chancellor en 1553 a través de las aguas del Ártico hasta el mar Blanco fracasó en su intento de encontrar un paso nororiental, pero estableció relaciones comerciales con el creciente imperio ruso y, a través de él, con Oriente Medio.

Más o menos por los mismos años los corsarios franceses, ingleses y holandeses comenzaron a llevar un comercio clandestino con Brasil y las colonias españolas en el Nuevo Mundo, y, si se presentaba la ocasión, a asaltar los barcos españoles y los puertos coloniales.

Los tres breves intentos de los ingleses para fundar colonias en Norteamérica durante el reinado de Isabel I terminaron en fracaso, pero en la primera mitad del siglo XVII se establecieron con éxito colonias en Virginia (1607), Nueva Inglaterra (1620) y Maryland (1632), así como en islas tomadas a los españoles en las Indias Occidentales. Con el tiempo todas ellas se convirtieron en importantes mercados para las industrias inglesas y también en fuentes de suministro de materias primas y bienes de consumo. En 1608 los franceses establecieron un asentamiento permanente en Quebec y dieron a toda la región de los Grandes Lagos el nombre de Nueva Francia, pero la colonia no prosperó. En 1660, cuando los colonos angloparlantes del Nuevo Mundo ascendían a 100.000, Canadá entera contaba tan solo con 2.500 colonos franceses, menos de los que había ya en las pocas islas azucareras que poseía Francia en las Indias Occidentales.

En 1624 los holandeses intentaron conquistar las colonias portuguesas en Brasil, pero tras dos décadas de luchas intermitentes fueron expulsados por los mismos colonos portugueses, con un poco de ayuda de la madre patria. Los holandeses conservaron solo Surinam y unas pocas islas en el Caribe. El mismo año en que los holandeses empezaron su conquista del Brasil, otro grupo de colonos holandeses fundó la ciudad de Nueva Amsterdam en el extremo sur de la Isla de Manhattan. Reclamaron todo el valle de Hudson y los alrededores, fundaron Fort Orange (Albany) y distribuyeron la tierra según el sistema de propiedad de patrono entre familias como los Rensselaer y los Roosevelt.

El carácter de las mercancías objeto del comercio a distancia cambió de alguna forma en los siglos XVI y XVII. En la Alta Edad Media habían consistido principalmente en objetos de lujo para la gente acomodada. Más tarde, con el crecimiento de las ciudades, se sumaron a estos artículos cotidianos. En el siglo XVI una gran parte del volumen de los bienes que se movía en el mercado internacional consistía en productos como granos, madera, pescado, vino, sal, metales, materias primas textiles y paño. El comercio de productos voluminosos se hizo posible principalmente gracias a las mejoras en el diseño y construcción de los barcos, lo que bajó los costos de transporte. A ello contribuyó también la reducción de los riesgos, tanto naturales como ocasionados por el hombre, de los viajes por mar gracias a mejoras técnicas de navegación y a la acción de armadas que perseguían a los piratas respectivamente.

A medida que la importancia de los metales preciosos fue decreciendo durante el siglo XVII y más países fueron adquiriendo colonias en el hemisferio occidental, el azúcar, el tabaco, las pieles e incluso la madera adquirieron cada vez más preponderancia entre las importaciones europeas. Las exportaciones a las colonias, por su parte, consistían principalmente en bienes manufacturados.Estos no eran voluminosos, pero el espacio disponible que sobraba se llenaba en parte con emigrantes.

La situación del comercio oriental era muy distinta. Desde los comienzos de los contactos directos los europeos habían tenido la dificultad en encontrar mercancías para intercambiar por las especias y otras mercancías. Por esta razón gran parte del "comercio" europeo era en realidad pillaje. Donde no era posible o factible el saqueo, los asiáticos aceptaban armas de fuego y municiones, pero generalmente pedían oro y plata, que acumulaban o convertían en joyas.

Una rama muy específica del comercio trataba con seres humanos: el tráfico de esclavos. Entre los mayores compradores de esclavos se encontraban las colonias españolas, pero los propios españoles no se ocuparon del tráfico en gran medida; lo cedieron, sin embargo, mediante contratos o asientos a los comerciantes de otras naciones, estando dominado al principio por los portugueses y más tarde en cambio por los holandeses, los franceses y los ingleses.

Alrededor de 15 millones de africanos fueron vendidos en América en el transcurso de cuatro siglos. Se calcula que África perdió cerca de cien millones de hijos debido al comercio esclavista. Tan sustancioso era este negocio que Inglaterra y Holanda sostuvieron por ello dos guerras y en el Tratado de Utrecht suscrito en 1713, la primera impuso una cláusula que le concedía por 33 años el derecho exclusivo de transportar esclavos a las colonias españolas de ultramar. Inglaterra además obtuvo el derecho de enviar un navío de permiso para el comercio con las colonias americanas y los territorios franceses de Terranova, Acadia y la bahía de Hudson.

Normalmente el tráfico era de naturaleza triangular. Un barco europeo llevando armas de fuego, cuchillos, objetos de metal, abalorios y baratijas similares, telas de alegres colores y licores navegaba rumbo a la costa occidental africana, donde intercambiaba su cargamento con algún caudillo local africano por esclavos, ya fueran estos cautivos de guerra, ya del propio pueblo del jefe. Cuando el traficante de esclavos había cargado tantos africanos encadenados y con grilletes como el barco podía llevar, se dirigía a las Indias Occidentales o a la tierra firme del Norte o Sudamérica y allí intercambiaba su carga humana por azúcar, tabaco u otros productos del hemisferio occidental, con los que volvía a Europa. Aunque la tasa de mortalidad por enfermedad y otras causas en el traslado de los esclavos era terriblemente alta – a menudo el 50% y a veces más -, los beneficios del tráfico de esclavos eran extraordinarios. Los gobiernos europeos no tomaron medidas efectivas para prohibirlo hasta el siglo XIX.

La organización del comercio variaba de un país a otro y de acuerdo con la naturaleza de lo traficado. El comercio intraeuropeo heredó la refinada y compleja organización desarrollada por los mercaderes italianos en la Baja Edad Media. En el siglo XV podían encontrarse colonias de mercaderes italianos en los centros comerciales importantes: Génova, Lyon, Barcelona, Sevilla, Londres, Brujas y, especialmente, Amberes, que en la primera mitad del siglo XVI se convirtió en el centro distribuidor más importante del mundo. Los mercaderes del país, así como los extranjeros, aprendieron las técnicas de negocio italianas, tales como la contabilidad de doble entrada y la utilización del crédito, y de hecho las aprendieron tan bien que para la primera mitad del siglo XVI los italianos habían perdido su predominio. La dinastía financiera más importante del siglo XVI fue la familia Fugger, con sus oficinas principales en Augsburgo, al sur de Alemania.

La organización comercial en Inglaterra, un país periférico en el siglo XV, mostraba una forma más primitiva que las economías del continente más desarrolladas; sin embargo, hizo rápidos progresos y para finales del siglo XVII era una de las más avanzadas. En la Edad Media el comercio de la lana en bruto, la exportación más importante sin duda, estaba en manos de los Mercaderes de la Lonja, una compañía regulada que funcionaba de forma parecida a un gremio. No había capital conjunto; cada mercader comerciaba por su cuenta y por la de sus socios, si los tenía, pero tenían una sede central y un almacén, la Lonja, y obedecían un conjunto de reglas comunes. Aunque ya en decadencia, el mercado de la lana siguió teniendo su importancia durante los siglos XVI y XVII; la Lonja, donde se gravaba la lana y se vendía a los mercaderes extranjeros, estaba localizada en Calais, posesión inglesa hasta 1558.

El lugar preeminente de la Lonja pasaron a ocuparlo los Mercaderes Aventureros, otra compañía regulada. Esta llevaba el comercio de los paños de lana y algunos mercaderes eran miembros de ambas compañías. Establecieron su lonja en Amberes contribuyendo en gran medida al crecimiento de aquel mercado, y a cambio recibieron ciertos privilegios. En 1564 la compañía recibió una carta real que les confería el monopolio legal para la exportación de paño a los Países Bajos y Alemania, los mercados más importantes.

En la segunda mitad del siglo XVI los ingleses crearon un buen número de otras compañías con cartas de monopolio comercial: la Compañía de Moscú (1555), producto de la expedición Willoughby – Chancellor; la Compañía Española (1577), la Compañía del Este (Báltico) (1579), la Compañía de Levante (1583), la primera de varias compañías africanas en 1585, la Compañía de las Indias Orientales (1600), y una Compañía Francesa. El establecimiento de compañías especiales para el comercio con Francia, España y el Báltico, en particular, indica dos cosas: la pequeña cantidad de comercio directo entre Inglaterra y esos países antes de la existencia de las compañías, y seguramente también después, y la medida en que tal comercio, si existía, estaba en manos de los holandeses y otros mercaderes. Resulta significativo que los holandeses no vieran la necesidad de tales preocupaciones monopolísticas, excepto por lo que hizo a la Compañía Holandesa de las Indias Orientales (1602).

Algunas de estas compañías adoptaron la forma regulada, pero otras se convirtieron en compañías de capital conjunto, esto es, reunían las aportaciones de capital de los miembros y las ponían bajo una dirección común. Esto se hizo para el comercio a larga distancia, en el que los riesgos y el capital requerido para habilitar un solo viaje excedían de las cantidades que uno o varios individuos estaban dispuestos a asumir o proporcionar. Las compañías de Moscú y de Levante fueron las primeras formadas con bases de capital conjunto, pero a medida que se fueron desarrollando las relaciones comerciales y se hicieron más estables se convirtieron en compañías reguladas. La Compañía de Moscú, comerciando a través del puerto de Arcángel, manejó la mayor parte del comercio de Europa occidental con el norte de Rusia hasta que el zar retiró sus privilegios a favor de los holandeses en 1649. La Compañía de las Indias Orientales también adoptó la forma de capital conjunto. Al principio cada viaje anual era una aventura separada, que podía tener diferentes grupos de accionistas de año en año. Con el tiempo se hizo necesario establecer instalaciones permanentes en India y supervisar continuamente sus asuntos, por lo que la compañía adoptó un tipo de organización permanente en la cual un accionista podía retirarse solamente vendiendo sus acciones a otro inversor. La Compañía Holandesa de las Indias Orientales adoptó el tipo permanente ya en 1612.

La existencia de un único centro distribuidor importante en el noroeste de Europa -primero Brujas, luego Amberes, después Amsterdam, cada uno más grande y más impresionante que el anterior- es doblemente significativa. Primero, su mera existencia, en contraposición a las ferias periódicas de la Edad Media, evidencia el crecimiento en tamaño de los mercados y de la producción orientada hacia el mercado. Pero el hecho de que solo hubiera uno en cada momento y de que surgiera cuando otro declinaba, indica los límites de su desarrollo. Es cierto que había otros emporios de cierta importancia -Londres, Hamburgo y otras ciudades hanseáticas, Copenhague, Ruán y otras, pero ninguna tenía la gama completa de servicios financieros y comerciales de la gran metrópoli. La explicación de esto está relacionada con la limitada extensión de los mercados y la existencia de economías externas en transacciones comerciales y, especialmente financieras. Cuando el volumen total de movimiento comercial o financiero es relativamente pequeño, es más barato concentrarlos en un solo lugar.

La organización del centro distribuidor era ya bastante refinada al inicio del siglo XV en Brujas, y todavía lo fue más cuando se trasladó a Amberes y Amsterdam. El primer requisito es una bolsa o mercado. La palabra moderna boka y sus equivalentes en otras lenguas -burse, bourse, bolse, borsa-, para significar un mercado organizado o regulado para el comercio de mercancías o instrumentos financieros, deriva de la sala de reuniones de los mercaderes de Brujas, que se identificaba por un cartel que mostraba tres bolsas de dinero. Por regla general, los productos que se mostraban no se intercambiaban en el acto; eran meras muestras que se inspeccionaban para ver la calidad. Después se hacían los pedidos y los bienes se mandaban desde los almacenes. El uso del crédito estaba extendido y la mayoría de los pagos se hacían con instrumentos financieros tales como la letra de cambio o por traspaso a los bancos, en lugar de en efectivo.

Los bancos fueron en su mayoría negocios privados de muchas firmas mercantiles, como los Fugger, que también se dedicaron a él, hasta el famoso Amsterdarnsche Wisselbank, o Banco de Amsterdam, fundado en 1609. Este era un banco público fundado bajo los auspicios de la propia ciudad. Era también un banco de intercambio, más que un banco de emisión y descuento. Los fondos podían depositarse allí y ser transferidos de una cuenta a otra en los libros, pero el banco no emitía billetes ni hacía préstamos a mercaderes descontándoles papel comercial. Su principal función, que realizaba a satisfacción, era proporcionar medios de pago estables y fiables a todos los mercaderes holandeses y extranjeros que allí acudían, así como a la ciudad.

Partes: 1, 2
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