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La Clave Cuadrada (página 3)

Enviado por Mario Peral Manzo


Partes: 1, 2, 3, 4

El padre se dirigió a su librero. Tomó un libro empastado con piel, tal vez de carnero, lo abrió por en medio y extrajo un ajado y amarillento legajo, se lo tendió a Gore. En realidad se trataba de un manuscrito en español antiguo, quizá de finales del siglo dieciséis. Con un poco de esfuerzo, Gore alcanzaba a entender que quien lo escribió, se había embarcado en una de las tantas expediciones de españoles en busca de fortuna en el "nuevo mundo". Un grupo de frailes dominicos fue su parapeto contra los soldados, quienes pretendían examinar sus pertenencias con el pretexto de que no era digno de crédito dada su aparentemente nula filiación a grupo alguno dentro de la expedición. El argumento más fuerte de los religiosos fue que la única filiación universalmente válida era la hermandad en Jesucristo. Los soldados eran temerosos de la fe católica, más aún: doblegaban sus espadas, hincaban las rodillas hasta los suelos lodosos y humillaban las frentes ante la simple presencia de un hábito religioso, independientemente de la orden católica que fuera; sin embargo, al escuchar los argumentos de los religiosos, iniciaron un concierto de silbatinas y pedorreos que casi termina en la excomunión de unos y las sagradas narices rotas de los otros. El capitán, logró hacer valer su fuero; los soldados más rijosos pasaron el resto del viaje fregando la cubierta del barco en tanto que los dominicos y su huésped se retiraron a rezar rosarios.

Ya en tierra, el autor del antiguo legajo confiesa que huyó de laicos y religiosos pues tenía que cumplir una grave misión: ocultar una cierta planchilla de oro en el que se había cincelado con primor artesanal, un antiquísimo e inefable secreto, de ésos que te queman las manos y te condenan el alma y te hacen sentir en los mismísimos infiernos. Se trataba, continuaba, de una inscripción pitagórica en la que se resumían las idolatrías numerológicas, plenas del paganismo herético que profesaban los antiguos griegos de allende la península balcánica. Resultaba obvio que el autor de estas palabras temía que su manuscrito cayera en manos de inquisidores y procuraba curarse en salud antes de que ocurriese tamaña contingencia. Más adelante decía que la dichosa tablilla áurea era una suerte de portal místico que requería de una llave maestra cuyo nombre, si su memoria no fallaba era la de Llave o Clave Encuadrilada, Encuadrada o Cuadrada. El manuscrito terminaba haciendo una sucinta descripción de la inscripción en la tablilla de oro: "He aquí unas rayas, he aquí una como flor de cuatro pétalos, he aquí unos puntos cruzados, he aquí, dentro de la flor de cuatro pétalos, una cruz descabezada. He aquí que es más como un talismán de los que usan los enemigos del Señor". Y he aquí, que de este modo descorazonador, terminaba el manuscrito.

Obviamente,- dijo Gore- la tablilla de oro no acompañaba a este manuscrito.

– Obviamente, mi amigo, obviamente…

El padre llamó a Antonio, el sacristán de la parroquia, para que sirviera un poco de vino a su invitado. Gore rechazó educadamente el servicio, se excusó porque ya estaba cansado y con ganas de irse a la cama. Deseó buenas noches a su religioso amigo y al sirviente Antonio y se retiró a dormir.

Una semana más tarde de la lectura del tal manuscrito, fue muy sonado el accidente automovilístico que sufrió un gringo que, al parecer, quería pasar sus vacaciones entre los indígenas para observar sus rituales de Día de Muertos. Los lugareños decían que así se cumplía una especie de maldición porque los asuntos sagrados de los muertos no debían ser considerados atracciones turísticas.

Peter Gore, a la distancia y confundido entre los curiosos, no tardó ni un segundo en reconocer el cadáver de su archienemigo E. P. Cure. Tampoco tardó ni medio segundo en reconocer y esconderse del sanguinario, tanto como fanático ortodoxo, Girosgraphos. Para el matemático Gore, acostumbrado a los ajustes de cuentas entre los renegados acusmáticos, la presencia de la Ugieia, apersonada en la gorilesca figura de Girosgraphos como perro guardián de la salud del "Círculo de los Primos", lo puso a pensar seriamente que "algo importante" se estaba cocinando. Se preguntó si Cure habría renegado de sus lealtades.

Peter Gore, como integrante del "Autos epha", había acatado las órdenes de sus superiores, en el sentido de mantener vigilados "esos místicos lugares" de los indígenas purépechas, en los que se sabía de buena fuente que pretendían los renegados "Primos" abrir las "áureas puertas". ¿Será posible que Cure pretendiera abrir las puertas él mismo para guardarse para sí solo el Paraíso? El "Autos epha" creía que, para abrir esa mítica "puerta áurea", los acusmáticos apelarían primero a los lugareños para que se unieran en una especie de comparsa chamánica cuyo escenario sería alguno de los centros ceremoniales, más claramente sobre unas construcciones piramidales en forma de "T", conocidas como "yácatas".

Peter Gore se puso en contacto, vía telegráfica, con el "Autos epha". Inmediatamente recibió como respuesta la orden de no perder de vista a Girosgraphos, quien se había alojado en una casa particular de no muy buena reputación en la población de La Piedad.

Girosgraphos era, a partir de ese momento su prioridad.

Gore comunicó a su amigo, el cura de Tarecuato, que se ausentaría por unos días, pues quería hacer una visita a las Yácatas; desde luego, hizo una atenta invitación a su amigo para que lo acompañara, sabiendo de antemano que el padre estaría imposibilitado para aceptar dadas sus múltiples e interminables responsabilidades con sus hermanuecha (su feligresía).

El documento que el cura le mostrara, significaba mucho para Gore; el "Autos epha" sabía muy bien lo que hacía. No estaba muy seguro de los hilos que había movido la cúpula de su organización pero, obviamente, la presencia del legajo justamente en esta región michoacana, estaba perfectamente calculada. El documento parecía auténtico; aunque, por estar "fuera de contexto", los folios no tuviesen valor histórico alguno, en el juego de poder que sostenía el "Autos epha" contra el "Círculo" y su pandilla de matones de la Ugieia, podían significar la sobre/vivencia de una u otra organización.

Al tercer día del "accidente" de Cure, Girosgraphos visitó las oficinas del telégrafo; a la mañana siguiente recibió un telegrama en su alojamiento. Tardó quince minutos en salir de la casa conduciendo un automóvil rentado. Gore también había tomado la precaución de rentar un automóvil.

Siguió al asesino quien se dirigió justamente a las Yácatas de Tzintzuntzan. Al menos, -pensó Gore – la mentira que le enjareté al cura de Tarecuato no fue en vano.

***

Girosgraphos miró sin expresión al enjuto y sorprendido rostro de Gore. La pistola del asesino miraba a otra parte: al corazón mismo de Gore.

Bien, mister Gore, es usted un poco ingenuo,- dijo con voz monótona- desde luego que me di cuenta de su presencia aún antes del desgraciado "accidente" de nuestro querido amigo Cure. Antes de matarlo a usted, es justo que sepa de mí, su antiguo correligionario, que tengo la puerta que abre la Clave Cuadrada.

-¿Te refieres al pedazo de oro con la inscripción?- tuteó con maliciosa intención al esbirro de la Ugieia.

– ¡Muy bien, mister Gore! Por lo visto ya habló con el lampiño ministro de la iglesia católica.

– ¿Lo conoces?

– Digamos que es el próximo en la lista de la operación "Salud". ¿Sabe?, tiene un documento que nos pertenece.

– Así que tienes una lista… obviamente yo me adelanté en el orden de la misma.

– No, a decir verdad; usted era asunto de la cúpula. Si tiene curiosidad, en mi lista particular, es decir que van por mi propia cuenta, aparecen el profesor Arévalo Sentíes y su adorable noviecita.

– ¿Cuál es la razón? El profesor Arévalo no representa peligro alguno para nadie.

– Para mí sí lo es; el muy ladino se burló de mi religión.

– ¡Ah, es verdad. Me olvidaba del fanatismo con el que profesas la fe ortodoxa!

– Exactamente y Cure lo había olvidado. El estúpido presumido se rió de mí cuando le dije que el tal Arévalo iba a pagar cara su alusión burlona a la ortodoxia cristiana.

Gore estaba viendo a un cadáver viviente; así que todo se limitaba a eso. El grandísimo loco había asesinado a un intocable del "Círculo" por nada, simplemente por un estúpido arrebato fundamentalista.

– ¿Y no te has puesto a pensar que la venerable religión cristiana ortodoxa es infinitamente superior a las burlas que cualquiera (incluido tú mismo) puedan proferir y que no necesita de fundamentalistas locos como tú para sobrevivir? Mi religión es el pitagoreísmo, tú lo sabes "Girospa"- nuevamente la malicia de Gore se hizo presente al llamarlo por su hipocorístico- y si comenzase a matar a cuantos se burlaran de ella eso no me volvería más pitagórico que Pitágoras, eso me convertiría en un imbécil asesino.

– No me venga con moralismos Gore, su religión, es decir, nuestra religión común, ha asesinado por un simple número irracional, un sólido geométrico y ahora por una simple Clave.

– No, "Girospa"; hace mucho tiempo que ya no recurrimos a esas prácticas, al menos no los matemáticos; ustedes, los separatistas acusmáticos han continuado con esa locura y, por lo visto, la han sofisticado. Pero no sobrevivirás a tu propia estupidez "Girospa". No se asesina a un intocable así como así.

El asesino carraspeó una especie de carcajada nada eufónica. Sacó del bolsillo de su pantalón un objeto rectangular, un pequeño y brillante lingote de oro.

– Mire, Gore. Ésta es la puerta que debe ser abierta justo en este lugar por quien posea la "Clave Cuadrada". Cure tenía que cumplir con la misión de colocarla en cierto hueco de la primera de las cinco yácatas de este lugar en tanto que yo tendría que ir por los papeles que le mostró su amigo el cura quien, por cierto, le mintió en relación con la forma como los obtuvo. El "Círculo de los Primos" estaba enterado, Gore, de su misión en este lugar. Ahora, en relación con el castigo que según usted recibiré de mis camaradas, quiero que se imagine la siguiente obra de teatro, una tragedia, para ser exactos: mientras yo me preparaba a cumplir con mi misión de quitar legajo y vida al cura de Tarecuato, usted se enteró de que el mal nacido de Cure poseía este lingotito de oro, así que lo asesinó simulando un accidente automovilístico; yo, por supuesto, me enteré de lo que había usted hecho. Tuve que suspender mi misión primera y me concentré en hacerle pagar la muerte de un querido miembro del Cìrculo. Usted se negó a entregarme la reliquia, tuve que matarlo y, de ese modo la recuperé. Acto seguido acudí a matar al lampiño cura católico, tomé el legajo, completé la misión encomendada a Cure y, ¿qué tenemos aquí? ¡Al bueno de "Girospa", como usted me llama, ocupándose de los menesteres del entrañable Cure!

Hermosa obra de teatro, perdón, "tragedia"- dijo una voz diferente a la de Girosgraphos y a la de Gore. Inmediatamente se oyó una detonación y el robusto cuerpo del esbirro de la Ugieia cayó pesadamente en el suelo. Peter Gore se agachó para protegerse de otro posible ataque.

Una familiar figura salió de las sombras en las que se hallaba oculta.

– No se preocupe, amigo mío- dijo el hombre que había disparado, mientras mostraba la palma de su mano derecha: una estrella de cinco puntas, hecha con un tizón ritual, obligó a Gore a levantar su propia mano para mostrar el sello de la hermandad.

– ¡Por Dios, Antonio! ¿Quién se lo iba a imaginar? ¡Un sencillo sacristán!

Antonio explicó por qué la hermandad, el "Autos epha", lo había colocado como sacristán en Tarecuato: para proteger el legajo que estaba resguardando el padre de la iglesia.

Por cierto,- explicó Antonio- su amigo, el padre, había recibido los papeles, junto con el secreto de confesión, de parte de uno de nuestros correligionarios; una persona purépecha quien recibió una selecta formación durante cinco años de parte de nuestro hermano más respetado: usted mismo Gore.

Peter Gore intentó hacer memoria; había tantos jóvenes purépechas en los que había adivinado la veta filosófica y/o matemática cuando hablaba con ellos.

¡Janikua Pérez Tzitziki!, la joven que murió a los veinte años de edad, víctima de brucelosis- dijo por fin Gore con mucha tristeza.

– Así es, Gore, recuerde que usted lamentó mucho su pérdida.

– Cierto, aparte el hecho de que fue como una devota hija para mí, su facilidad por los números era extraordinaria. Supongo que la eligieron porque… ¿quién sospecharía de una indígena purépecha?

– No creímos que muriera tan joven. También fue una gran pérdida para nosotros, Gore. Su futuro y el de su familia bajo la protección del "Autos epha" estaba asegurado.

– Y, ¿ahora qué? ¿Acaso me dirá que el mismísimo cura de Tarecuato es pitagórico de hueso colorado?

– No, amigo, él no es más que un honrado padre de iglesia, además de nuestro involuntario depositario del manuscrito. Se lo mostró a usted porque el hombre no deja de ser humano. Sentía curiosidad por saber lo que significaba eso de la Clave Cuadrada. ¿Sabía usted que el pobre cura deseaba ser físico matemático?

Gore lo ignoraba, pero ahora que lo sabía experimentó un sentimiento de amistad más profundo por el religioso.

Antonio y Gore llevaron el pequeño lingote de oro hasta la quinta yácata de Tzintzuntzan, en un lugar en el que Antonio había sido instruido que debía ser depositado. Desde ese lejano día de finales del año de 1956 estuvo escondido, hasta el más reciente año de 2003.

AÑO DE 2003.

No, niña, yo no puedo ser tu tutor- dijo secamente Pedro a Criseida.

-Pero, profesor, – intervino Elías- se trata de un favor que Rowena y yo le estamos pidiendo. Es la única manera de que ella no se vaya a Alemania.

– No, Elías, no se trata únicamente de un favor; se trata de que yo avale una mentira solo porque ustedes dos quieren estar juntos. ¡Escuchen, chicos! Su juventud no les permite ver las implicaciones éticas y legales que una acción así me acarrearía. En primer lugar, si aceptara, estaría admitiendo también una grave responsabilidad por la seguridad y bienestar de esta niña y, por el otro lado, estaría asumiendo una fea complicidad en la que sinceramente no quiero participar.

– Profesor Arévalo – dijo dulcemente Criseida – en realidad yo me cuidaría solita; ya ve, mis padres están en Europa y yo aquí en plena libertad. Lo único que necesito es un aval para continuar no solo con Elías a quien en verdad quiero; también necesito estar junto a usted a quien admiro por su brillante trabajo sobre números primos gemelos.

Pedro miró severamente a Elías. Suponía que el muchacho había hablado más de la cuenta con la chica.

¿Cómo es que sabes acerca de mi "brillante trabajo"?- preguntó de manera oblicua sin apartar de Elías su mirada de fuego y eterna condenación.

– Leí su escrito On Prime Twin Numbers, mismo que usted publicó en 1959; hay un ejemplar en la hemeroteca escolar.

Elías fue testigo de cómo el viejo profesor pasó de una mirada abrasadora a una expresión de escéptico asombro, esta vez con dedicatoria a Criseida.

– ¿Ah, sí?

– Sí, profesor Arévalo y, aunque su mirada sea de incredulidad, puede darme buen crédito porque sí comprendí sus planteamientos.

El entrenamiento en las instalaciones de El Círculo incluía la lectura y comprensión de los escritos relevantes de los sujetos bajo vigilancia. Matemáticos profesionales realizaban versiones asimilables (digamos light) para los no matemáticos. Eso de "asimilable" era un eufemismo porque, aún mediado por un matemático de excelente capacidad y con inclinaciones por la divulgación, la lectura de esas versiones resultaban sumamente difícil. Aún así, con la asesoría permanente de gente cualificada y la intensidad del entrenamiento, permitía al "estudiante/espía" el manejo de generalidades con aceptable decoro.

Criseida Lupin recitó la lección con afectada emoción; un observador ajeno que pasara por casualidad y escuchara a la joven, pensaría que estaría hablando en clave. Cuando la chica llegó al punto en el que sabía que estaría en tierra pantanosa, la de la Clave Cuadrada, puso cara de una enternecedora ingenuidad que daban ganas de sonreír como corresponde cuando la inocencia infantil se manifiesta.

A ojos de Pedro, Elías estaba extasiado, embobado, perdido en el mohín de la moza. No cabía la menor duda, el chico estaba más enamorado que Narciso de sí mismo. Sin embargo, el viejo ya había acumulado cientos de horas de vuelo en esta vida e intuyó en el gesto de Criseida una estudiada actitud. El conjunto de su porte y la expresión en su cara movía a ternura, pero en los ojos de la chica entrevió a una mujer felina, al acecho, dispuesta a hincar los colmillos en su presa; incluso, le parecía más madura de lo que aparentaba. ¿Será posible que…?

– ¿La Clave Cuadrada?- aventuró el anciano.

Criseida dio un respingo. Elías miró al anciano como se mira a un sujeto vasto que acabara de proferir una majadería.

– ¿Pe… perdone usted, se… señor profesor?- tartamudeó la muchacha.

– ¡Oh, nada! Estaba pensando en voz alta. En realidad quiero decirte que estoy impresionado no solo por el hecho de que tengas conocimiento de mi trabajo, pero más impresionado aún estoy por el hecho de que aparentemente lo entiendas y todavía más aún, si se puede, de que El Círculo de los Primos siga insistiendo en seguir mis pasos a través de sus hermosas sílfides.

– Yo… no… sé…

– ¡Silencio!- gritó el profesor- ¡Y tú insensato, escucha!- se dirigió a Elías que empezaba a moverse en dirección a él y continuó: "Niña, dile a tus jefes que no tienen nada que buscar. El muchacho no sabe nada del asunto. No critico tus métodos, pero si tienes algo de humanidad, sabrás alejar del peligro al que estás exponiendo a este inocente chico. Por mi parte, ya soy viejo y me importa un bledo lo que me ocurra. Diles que estoy dispuesto a que me interroguen si es eso lo que desean, pero que se alejen de este estúpido muchacho a quien simplemente estoy asesorando. Como ves, te estoy ahorrando el trabajo de atraparme. También infórmales que lo que no logré realizar durante mi juventud, mucho menos lo he podido lograr en mi vejez."

Elías miraba de "Rowena" a Pedro y de Pedro a "Rowena" y finalmente otra vez a Pedro, incapaz de articular palabra alguna. Finalmente, frente al insoportable silencio pudo articular: "¡Uuun momento!".

– ¡Cállate Elías!- gritó la chica y luego se dirigió al anciano- Me parece muy bien su propuesta, señor profesor. Solamente tenga en cuenta que si no cumple con ella, las cosas no se desarrollarán como me contaron que sucedieron con la traidora de Briseida. En esa ocasión usted incluso llegó a casarse con ella; ¿Sabe, ese solo hecho es leyenda entre nosotras a las que usted califica de "bellas sílfides"? Muy notable tan solo por el hecho de que no murieran asesinados a manos de la Ugieia su bella sílfide traidora y usted.

Elías estaba blanco como el papel. No era capaz de sentir más que un zumbido en los oídos. Quería desconectarse de la realidad que se le aparecía como un idiota programa policial de televisión del cual él simplemente era un mero espectador.

Sepa también- continuó Criseida- que mucho contribuyeron los testimonios de un enemigo del Círculo, un tal Peter Gore. Se les permitió vivir su idílico amor a cambio de los informes de mister Gore sobre un acto de traición al interior del Círculo y, desde luego, los preliminares suyos que envió, en su oportunidad Briseida, perdón, su esposa Susana. Por cierto, su demostración de la infinitud de los números primos es verdadera. ¡Qué lástima que no pueda publicarla!

– ¿Por qué tiene que ser tan cruel, muchacha? ¿Es necesario que me recuerde todo eso?

– Profesor Pedro, simplemente deseo que quede bien clara nuestra postura, me refiero a la postura del Círculo: los eventos que usted vivió en su juventud, ya no se repetirán. Ni siquiera con el encantador Elías. Ahora, déjeme contactar a mis jefes, ellos fijarán la hora y lugar de reunión. Estaremos en contacto a través de su dirección electrónica, señor.

Criseida se dirigió al muchacho: "¿Sabes Elías?, éste es mi trabajo; no fue personal. Yo procuro jamás sentir cosa alguna por nadie pero, como mujer te digo, que ese último beso que me regalaste, bien vale una vida."

– ¡Eres una mierda, Rowena!- pudo al fin articular Elías.

– Criseida Lupin, querido; ése es mi nombre, no el de "mierda".

Criseida se alejó de Pedro y Elías para jamás ser vista en México. Esa misma tarde, fletó una nave charter para llegar a París.

ABRIMOS UN BREVE PARÉNTESIS.

Criseida aparecería muerta, cinco años después, ahogada en el fondo de una fosa séptica de cierta ciudad turca en la que residía un joven prometedor en el campo de la topología.

CERRAMOS EL BREVE PARÉNTESIS.

Pedro miró con pena a Elías. Intentó acercarse al muchacho pero éste lo contuvo diciéndole: "Maestro, Pedro. Permítame ahora que sea yo quien le pida ir a mi madriguera a lamerme las heridas…" sonrió amargamente al anciano y se retiró.

Dos días después, El Círculo sesionaba en la Red.

Séneca dice: Ya envié un e-mail a Zenón para que tengamos nuestra primera reunión. Debemos dar un buen premio a Aracne por su buen trabajo; yo, por mi parte, ya le he dado su merecido reconocimiento bajo mis sábanas.

Pánfilo dice: Muy bien, el cheque acostumbrado más un bono de cincuenta mil dólares. Ahora hay que esperar a que se conecte y entre Primo Mayor. Mantente en línea. No te vayas lejos. Por cierto, me importa un bledo lo que hagas con esa piruja bajo tus sábanas o maldito sea el lugar que fuere.

Séneca dice: OK, pero no te molestes.

…………………………………{veinte minutos después}………………………………………………………

Primo Mayor ha iniciado sesión.

Primo Mayor dice: ¡Toc, toc! ¿Hay alguien en casa?

Séneca dice: Bienvenido Primo. Zenón acudió gustoso a la telaraña. Aracne ha roto su propio récord.

Pánfilo dice: ¿Qué hacemos con Falange? Zenón condicionó su cooperación. No quiere que se moleste a Falange.

Primo Mayor dice: No incomoden al muchacho, simplemente vigílenlo, no quiero que pase lo mismo que sucedió con Andrew Wiles.

Pánfilo dice: Con todo respeto, Wiles estudiaba el asunto Taniyama/Shimura, ¿quién iba a imaginarse que ese asunto tenía que ver con el ahora teorema de Fermat?

Primo Mayor dice: Como dicen en el país de Zenón: ¡Me vale madres! Vigilen al mocoso.

Pánfilo dice: Así será pues.

Séneca dice: ¿Qué otro trabajito encargamos a Aracne?

Primo Mayor dice: Que descanse un poco, que se vaya un par de semanas a visitar a su madre o se asolee en la Riviera francesa. Dedícale otra noche en tu cama si quieres, pero después la quiero lejos de ti. Necesito que estés atento al cien por ciento en este asunto.

Séneca dice: ¡Auch, golpe bajo! Pero será como dices.

Pánfilo dice: Quiero encargarme personalmente del interrogatorio de Zenón. ¿Quieres que después del interrogatorio ponga en marcha la Operación Salud? { los asesinos de la Ugieia }.

Primo Mayor dice: ¡Por supuesto que no! No quiero al Ethos {Autos epha} reclamándome por haber violado un acuerdo de décadas. Lleven este asunto con calma y discreción; no quiero tener que mover influencias en el país de Zenón. Me despido, espero seguir recibiendo buenas noticias.

Primo Mayor ha salido de la sesión.

Séneca dice: Bueno, amigo mío, tengo que aprovechar el tiempo. Una deliciosa arañita está dispuesta a chuparme hasta la médula.

Séneca ha salido de la sesión.

Pánfilo ha salido de la sesión.

Pedro, recostado en su cama, observaba insomne el cielo raso de su habitación. Era la una de la madrugada. Hacía dos horas que había consultado su correo electrónico. El e-mail firmado por Diagogos decía escuetamente: "Prepare maletas para Santiago Tangamandapio. Reunión próximo jueves a las diecinueve horas. Lleve legajo con usted."

El nombre del poblado michoacano no le era desconocido. Desde ahí, cuarenta y siete años antes, le había llegado un telegrama firmado por el legendario Peter Gore, pseudónimo de un reconocido académico de la Universidad de Harvard. El finado Luis Enrique Erro se lo había presentado en cierta ocasión en la que estaban platicando acerca de los llamados "números índices" (aquellos números que se utilizan para hacer comparaciones, según pudo entender). Recordó que en la charla de los dos talentos se mencionó la llamada "propiedad cíclica o circular"; le gustó tanto la elegante presentación que hizo Gore de dicha propiedad, que la memorizó. Más de cuatro décadas después, podía recodarla en su mente con la misma claridad como si ayer mismo la hubiese memorizado:

Pa/bPb/a=1;

Pa/bPb/cPc/a=1;

Pa/bPb/cPc/dPd/a=1;

Pa/bPb/cPc/dPd/ePe/a=1.

Pero ahora, recostado en su cama, sudoroso y preocupado, estaba pensando en la manera más segura de contactar a Elías. Sabía que no podía confiar en las promesas hechas por El Círculo; con toda seguridad el muchacho estaba bajo la vigilancia de alguno de sus esbirros. Rezó porque no hubiesen comisionado a alguno de la Ugieia. ¿Contactarlo por medios electrónicos? Ni hablar; esos cerdos "tenían gente para todo". Mientras se devanaba los sesos en estos pensamientos, su teléfono móvil comenzó a sonar. El zumbido lo tomó por sorpresa; sintió que el corazón se le detenía.

Se incorporó y esperó a que el móvil zumbara por quinta vez. Apretó el botón de comunicación.

– ¿Profesor Arévalo? Soy yo: Elías.

– ¡Muchacho impenitente! ¿No te das cuenta del riesgo que corres comunicándote conmigo?

– Mire, eso me importa muy poco. En estos momentos estoy tan encabronado que no puedo dormir. Así que no me hable usted a mí de riesgos. Me debe usted demasiadas explicaciones.

– No hay mucho que explicar. Mi pasado simplemente me está dando alcance y no quiero llevarte hasta el desenlace de esta historia.

– Le tengo noticias: ya estoy metido hasta el cuello. ¿O cree usted que me enjaretaron a la piruja de Rowena, Cristina, Griselda, Cristeira o como se llame, solamente porque sí? Sería un estúpido mentiroso si le dijera que no me estoy cagando de miedo en mis propios calzones. Pero me vale madres. Quiero seguir trabajando en mi problema. ¿Cuándo podemos vernos y en dónde?

Pedro suspiró profundamente. Si lo estaban escuchando, que era lo más seguro, también le tenía ya sin cuidado. De repente tuvo una inspiración.

– Bien, si quieres que nos veamos, tendrá que ser mañana mismo a primera hora, en el lugar en el que me declaraste tu deseo de convertirte en matemático. Esa sagrada aula de verde techo y alfombra mullida.

– ¿Qué…?- iba a preguntar Elías, pero, de pronto, se dio cuenta de lo que el viejo intentaba; así que recompuso su pregunta- ¿Qué… se refiere usted al aula de la preparatoria en el que siempre nos da usted clase?

– Esa misma. No llegues tarde. Después tengo que prepararme para un viaje de seis horas como mínimo y deseo estar descansado.

– ¿Acaso ya recibió noticias de esos cerdos?

– No los provoques Elías. Efectivamente recibí noticias como tú dices. No puedo revelarte nada. Solamente te recomiendo que, antes de vernos, pases a saludarme a "La Pelona", pero que no te agarre de espaldas ¿eeeh…?

Pedro jamás había utilizado el doble sentido con él. El "albur" en México, por su connotación sexual, requiere de una respuesta rápida e igualmente ingeniosa, generalmente relacionada con la sodomía. Una vez más comprendió el muchacho las intenciones ocultas de su maestro. Con tono pícaro y jocoso respondió: "Espero que usted le haya dado la mascada blanca, no sea que esté enojada y por eso quiera agarrarme". Los dos rieron como para festejar la gracejada. Este rito críptico tenía que seguir así, hasta que alguno de los participantes se quedara callado, se enojara o se "anotara un autogol".

– Enojado está el borracho parado en la calle de Chile. Siéntate hasta que se vaya.

– No vaya echándoseme para atrás y se me caiga de lomos.

– ¡Elías, no te pases!- gritó genuinamente enojado el viejo. Quien no sabía que entre las marcas que había roto el muchacho entre sus coetáneos era la de ser el más alburero de su clase.

– ¡El que se enoja pierde!- rió Elías.

– De acuerdo; ya estoy cansado y me voy a dormir un poco. No te olvides de nuestra cita.

– Entonces hasta mañana y que descanse.

Cuando Pedro cortó la comunicación, Elías pudo deducir que el viejo intentaba decirle que la cita tendría lugar a la sombra del árbol más generoso del jardín escolar, además de que alguien estaba siguiendo sus pasos. Pensó que hizo bien en no comentarle que creía haber logrado armar el rompecabezas en el que están implicados la función zeta(2) de Euler, la parte decimal de la constante áurea y el cuadrado de uno más la raíz cuadrada de dos. En resumen: creía haber descubierto la Clave Cuadrada.

Cuando estés fuera de casa,

no vuelvas nunca la vista atrás,

pues las Erinias siguen tus pasos.

(Precepto pitagórico).

No fue difícil localizar al sujeto que le seguía los pasos. Elías se detenía constantemente simulando curiosear en los aparadores de las tiendas de ropa masculina. Las propiedades reflectoras de los cristales le permitieron percibir a un joven como de veinticinco años de edad, de tez oscura, anteojos negros y pantalones de mezclilla y sudadera deportiva. Para salir de dudas, simuló regresar a un aparador que ya había pasado, para echarle una segunda ojeada a un conjunto masculino "casual", compuesto de playera de franela, chaleco de algodón y pantalones negros. Inmediatamente vio que el muchacho giraba sobre sí mismo, como si estuviera interesado en unas chicas que paseaban a su perro.

Cuando llegó a la entrada del colegio, miró de reojo hacia el árbol en el que tendría lugar, en breve, su cita con el anciano profesor. Un buen lugar por cierto, rodeado por altos y bien cuidados setos. Si había alguien en el colegio que conociera los lugares que permitían saltarse clases sin que nadie lo notara, ése era él mismo.

Esperó a que faltaran cinco minutos para que iniciara la primera clase de la mañana. Se introdujo al baño (servicio, toilette, W.C. como indistintamente lo llamaban los estudiantes) y se metió en uno de los cubículos. Por fortuna, las puertas de éstos, no permitían que nadie pudiese espiar bajo la puerta, no sin agacharse hasta tocar el suelo con las mejillas. Este era el lugar preferido de Elías para salirse del colegio a realizar sus correrías.

Ya dentro del cubículo, esperó a que hicieran lo que todos los estudiantes solían hacer para enfado de los profesores, meterse en el último minuto en el baño. El ruido era ensordecedor entre silbidos, malas palabras y bromas. Cuando el ruido llegó a su clímax, Elías se trepó a la taza, alzó los brazos, abrió la amplia ventila, arrojó su mochila a través de la abertura y, finalmente, se deslizó al exterior. Aquél era un buen lugar: un abandonado jardín en el que solamente las ratas se daban cita.

Cuando llegó al lugar de la cita, el lugar permanecía vacío. ¿Habría entendido mal las insinuaciones del profesor? Volteó para un lado y otro. El viejo no se veía por los alrededores. Estaba a punto de marcharse, cuando una voz en susurros lo llamaba. La voz provenía aparentemente de uno de los setos. El chico se acercó para ver mejor; en el instante mismo en el que tenía pegada la nariz a una de las ramas del seto, una sección de éste se deslizó hacia su derecha. La vieja cara del profesor asomó por el hueco y le dijo: "¡Quita esa cara de memo y métete de una buena vez!" Elías se deslizó al interior con cierta aprensión. Pedro estaba sentado en el suelo, el traje lleno de polvo y, según pudo distinguir Elías en la penumbra, con un legajo de papeles viejos en la mano. Ahora sabía por qué en ocasiones resultaba difícil encontrarlo. El viejo topo en verdad tenía su madriguera.

– Confío en que nadie te haya seguido.

– Puede apostar una fuerte suma a ello.

– Arrímate más, muchacho. A mí también me venían siguiendo. Estoy seguro de que ya se dieron cuenta de que el que está tomando café en la cafetería no soy yo. No tardarán en buscarme. ¿Y bien? Quiero que me digas sobre qué deseas recibir explicaciones mías.- Elías se aproximó al anciano.

– Sobre nada, profesor. En realidad tuve una intuición e inventé eso del enamorado engañado y enfadado. Bueno… la verdad es que sí estuve muy enamorado y ahora estoy más que enfadado, encabronado. Verá, cuando estoy frustrado, para no caer en la desesperación y evitar sumirme en la depresión, suelo poner a trabajar mis neuronas en asuntos difíciles. En fin, lo que quise es contactarlo para decirle que creo haber descubierto la Clave Cuadrada.

– ¿La Clave Cuadrada? ¿Será posible?

– Sí, ahora quien debe quitar la cara de memo es usted mismo. Tome.

Elías ofreció al anciano su cuaderno de notas. Pedro ya tenía puestas sus gafas de lectura. Sacó de su bolsillo una pequeña linterna de ésas que llaman de "larga vida", la encendió y leyó en voz alta:

edu.red

"Este número primo de diez cifras es de la forma 4n+1, es decir, es resultado de la suma de dos cuadrados perfectos, a saber: 1741392900 y 144696841.

Pedro miró largamente a Elías, tanto que éste comenzó a incomodarse.

-¿Sí? ¿Quiere decirme qué le parece?

– Es muy simple. ¿¡Cómo no me di cuenta yo mismo!?- dijo Pedro, golpeando con el dorso de la mano el cuaderno de Elías,

– ¿Es la Clave Cuadrada?

– Es la Clave Cuadrada.

Elías estaba exultante, si no hubiera estado tan bajo el refugio del viejo, seguramente estaría dando saltos de gusto.

Pedro lo contuvo para que dejara de dar grititos de gusto.

– Ahora escucha, Elías. Yo estoy tan o más alegre que tú mismo, pero no debemos olvidar que la jauría está detrás de nuestro pellejo. Mira… ¡Que mires, carajo!- gritó el maestro cuando notó que Elías seguía en éxtasis como mirando con agradecimiento a Mathema, la musa de los matemáticos.

Elías se obligó a atender la demanda de su mentor. Entornó mucho los ojos para darle a entender que era todo suyo.

– Antes de ir a la cita con los esbirros de El Círculo de los Primos, he contactado al Autos epha (los chicos buenos de la película), ellos me han sugerido que te entregue esto papeles. Hace ya mucho tiempo, un sujeto llamado Antonio Oregel Ochoa me los había enviado a mi domicilio. Dijo que Peter Gore (un importante agente del Autos epha) le había ordenado que pusiera bajo mi custodia dicho documento. Me parece que un cierto cura michoacano lo tenía bajo su cuidado. Cuando este cura murió, se lo cedió a mister Gore. Debo decirte que yo conocí personalmente a este sujeto Gore; sumamente inteligente. A Susa… es decir, a Briseida y a mí, nos salvó la vida. Supo negociar con ellos… en fin, desde que me declaraste que querías aprender matemáticas creo que los líderes del Autos epha ya preveían que tarde o temprano lograrías lo que me acabas de mostrar: descubrir la Clave Cuadrada.

"Escucha con toda atención muchacho. No estamos solos. Nos protegen; siempre nos han protegido. Cuando venía a tu encuentro, me senté como de costumbre en la cafetería de la escuela. Fue entonces cuando me percaté de la presencia de un rostro familiar, era la viva cara de mister Gore; se trataba de su hijo, de mi misma edad y complexión. Con suma cautela me mostró la estrella de cinco puntas que tenía grabada en la palma de la mano. Logró que unas agentes a sus órdenes desviaran la atención de mi perseguidor, fue así como se quitó el abrigo y me percaté que iba vestido exactamente como yo; me entregó las instrucciones, cambiamos de puesto y yo me dirigí con su propio abrigo hasta este refugio- señaló el abrigo sobre el que estaba sentado.

– Pero… ¿Por qué continuar exponiéndolo a usted mandándolo a la boca del lobo? ¡Que ahora ellos se hagan cargo!

– Elías, aunque tarde, he sido admitido hoy mismo como agente del Autos epha, la invitación para ti viene entre los papeles- Pedro entregó con toda serenidad el legajo al joven- ¿Sabes? Yo ya estoy muy viejo y hay algunas cuentas pendientes que quiero cobrar a esa punta de cabrones. Es hora de que yo me haga cargo personalmente, ¿no crees?

– Está bien para mí eso de hacerse cargo usted mismo del asunto y, si quiere (aunque no esté yo de acuerdo) puedo comprender sus deseos de venganza pero hay algo que me preocupa: si acepto ser agente de los "chicos buenos", ¿tendré que dejarme marcar, como ganado, una estrella en la palma de mi mano?

Pedro rió de muy buena gana y se permitió algo que jamás hubiera hecho en condiciones normales ¡y menos a este mocoso engreído!: con afecto le revolvió los cabellos hasta despeinarlo. Cuando tomaron conciencia de lo que sucedía, un silencio incómodo llenó cada rincón del escondrijo; los dos se quedaron mirando de manera incómoda.

– ¡Ahora sí que "me sacó de onda", maestro!

– ¡Olvídalo, para mí también fue muy desagradable! Volvamos a lo nuestro.

Pedro le trazó un sucinto panorama al muchacho: Mientras Pedro entretendría a los acusmáticos de El Círculo en el pueblo de Tangamandapio, Elías tendría que ausentarse por tres días de la Ciudad de México puesto que la preparatoria había organizado una excursión a las yácatas de Tzintzuntzan. El director del colegio había recibido instrucciones en tal sentido, puesto que también era agente (quién lo imaginaría) del Autos epha. – ¡A estas alturas no me sorprendería que mi propia madre fuera agente pitagórica!- interrumpió Elías- ¡Cállate necio, y escucha!- regañó Pedro, quien continuó con lo riesgoso de la misión. Elías tendría que hurgar en cierto hueco de la quinta yácata de Tzintzuntzan, extraer un lingotito de oro y entregarlo al descendiente de Peter Gore. Sencillo, ¿no? Pero (había apuntado Elías) que existía un pequeño problema: ¿cómo diablos sabría que el que recibiría el lingote sería Peter Gore "junior"? Pedro dijo que "buen punto" y le mostró la palma de su propia mano en la que lucía de manera provisional una estrella de cinco puntas impresa con tinta fuerte y que si sigues con tu expresión risueña/burlona, lucirás lindamente en una de tus mejillas, Elías.

Por otro lado, Pedro explicó al muchacho que los "chicos buenos" no pueden ir directamente por el objeto porque no se quiere un conflicto diplomático con el gobierno mexicano. Así, ¿quién sospecharía de un muchacho mexicano curioseando entre los vestigios arquitectónicos?

– Peter Gore "junior" (como tú lo llamas, Elías) desde luego que lucirá una estrella con estas características. El punto es que la estrella de él está marcada de manera permanente en la palma de su mano gracias a un tizón ritual. Lo sabrás en cuanto la veas. No temas; los de El Círculo piensan que yo soy quien tiene la Clave Cuadrada. Saben que no deben tocarme so pena de despertar la ira del Autos epha.

– Bueno, eso suena muy bien, pero ¿cómo se explicará mi seguidor mi permanencia tan prolongada en el servicio de caballeros de la escuela? Yo creo que de un momento a otro irá con el chisme a nuestros amigos.

– De ese sujeto no tienes que preocuparte. Como te dije, el director de la escuela forma parte de nuestro equipo. En estos instantes, el esbirro de El Círculo seguramente estará en algún separo preventivo de la policía judicial tratando de explicar por qué tenía media docena de bolsitas de marihuana en el bolsillo de sus pantalones.

Año 64 después de Cristo, ciudad: Roma, a tres meses del Gran Incendio

Tienes que abandonar Roma ahora mismo- dijo Leucipo, el herrero, tendiendo una alforja de cuero en dirección de su hija Pomptina- llevas en la alforja un trozo de queso, pan, agua y suficientes monedas. Debes llevar la Clave con Adriano. Dile que el cerdo de Nerón está persiguiendo y asesinando por igual a cristianos y a pitagóricos. Roma ya no es un lugar seguro para la Clave ni para nosotros. En tres días tu madre y yo te veremos en casa de Adriano. Todavía tengo que avisar a Teretina que la están buscando para asesinarla.

La niña tomó la alforja; el corazón le latía con fuerza y una presión fuerte en las sienes la obligaba a fruncir el entrecejo. Desde que su padre era un joven de dieciocho años de edad, formaba parte de una sociedad de inspiración pitagórica; no solía compartir detalles de esa época con ella ni siquiera con Lucrecia, su mamá.

– Hija- abrazó Lucrecia a Pomptina- cuídate mucho. No te detengas hasta que llegues con Adriano.

Pomptina dio media vuelta. Como cualquier niña de diez años de edad, la separación de los brazos de su madre, resultaba insoportable, tanto más si se postergaba innecesariamente la partida. Había aprendido a tragarse sus lágrimas; era una época peligrosa en la que nadie podía darse el lujo de sentimentalismos.

Después del gran incendio que, según Nerón, provocaron los cristianos, las familias sobrevivientes casi no salían de sus casas. Quienes tenían más o menos una vida llevadera eran precisamente los herreros, los curtidores, los alfareros, en fin, todos aquellos que tenían un oficio suficientemente valioso o útil como para mantener las cosas funcionando en una ciudad en la que todavía humeaban los restos de las casas incendiadas y el aire estaba impregnado de un olor a carne chamuscada.

La presencia de soldados en las calles había aumentado significativamente y, con ello, el temor de los habitantes de Roma. Los soldados se habían convertido en verdaderos saqueadores, asaltantes, violadores y asesinos en las calles.

La chiquilla salió a la calle oscura (eran más o menos las cinco de la madrugada), unas cuantas teas iluminaban el camino embaldosado de la calle de los herreros. Sabía que doblando la esquina a la derecha los soldados de guardia estarían entretenidos con su estúpido juego de los palos puntiagudos. Básicamente ese juego consistía en lanzar diez palos al aire y quien atrapara más en el aire, con uno de ellos podía pincharle el culo a cuantos pudiese alcanzar. Después de cuatro o cinco partidas estaban tan excitados que elegían al que menos puntos había acumulado para hacerlo carne de sodomía; no era raro que alguna persona incauta que pasase junto a ellos terminase violado o violada.

Pomptina se encaminó con mucha precaución al camino de la izquierda, se deslizó pegada a las paredes, protegida por las sombra de las casas de la calle de los curtidores. No estaba segura de si algún día podría volver a esa calle en donde solía jugar con sus amigos. Su padre no animaba a la niña a hacer amistad con los hijos de los curtidores; solía decir que apestaban demasiado a sangre y sebo podridos; para un pitagórico como Leucipo, las máculas de la sangre de los animales en el cuerpo humano era poco menos que una mácula en la siguiente reencarnación. Sin embargo, para los tiempos que corrían, era una insensatez continuar con sus aprensiones religiosas.

Pomptina a veces no comprendía los arrebatos de su padre. Si bien era verdad que sus amigos apestaban permanentemente a animal podrido, también era cierto que prefería ese inconveniente a la imperceptible pestilencia de los patricios a los que su padre atendía con tanta diligencia y por los que ella sentía desprecio. Además, las calles de la ciudad tenían impregnados olores no menos desagradables que el sebo y la carne podrida. La gente solía vaciar sus orinales en la calle misma. Las heces fecales humanas se amontonaban en rincones y esquinas transitadas, confundidas con los excrementos de los perros.

Por fin la niña llegó al camino real. Sin embargo, emprendió el camino de tierra ubicado de manera lateral a su derecha. Justo detrás de las colinas, como a seis horas de camino, vivía Adriano; dedicado al pastoreo y a la meditación. A ese lugar rara vez iban los soldados y, cuando se aparecían por ahí, eran obsequiados con un pellejo mediano de queso seco y madurado; de este modo, Adriano compraba momentos preciosos de paz para continuar con sus menesteres meditativos. Cuando su padre la había llevado allí por primera vez (apenas contaba siete años de edad) Pomptina se había dado cuenta que las paredes de la caverna estaban horadadas; cada agujero había sido disimulado con una piedra laja, pues, según pudo percatarse la pequeña, en él guardaba Adriano unos rollos de cuero con raras inscripciones y dibujos. Leucipo había dicho a su hija que no comentara nada a nadie de lo que viera en casa de su amigo, a quien constantemente llamaba "hermano".

Esta era su quinta excursión a la casa de Adriano, pero la primera en su vida en hacerlo sin la compañía de su padre.

***

Adriano estaba revisando las correas de los diez hatos, listo para emprender el viaje ante cualquier aviso de sus correligionarios; siempre que ocurría alguna situación anómala en la ciudad se preparaba para emprender la huída. Los hermanos de la ciudad enviaban a alguien ya sea para tranquilizarlo, ya sea para decirle que tenía que iniciar su viaje.

A los tres días de incendiada la ciudad por el perro rabioso (como llamaba Adriano a Nerón), lo visitó Teretina, quien le informó que el emperador estaba culpando a los cristianos y que, probablemente, no habría problema alguno; sin embargo, Adriano había decidido tener listos los paquetes (el contendido de éstos era tan precioso que cualquier precaución resultaba insuficiente), después de todo, el incendio de Roma era un hecho insólito, provocado no por el enemigo sino por el cerdo que se suponía debía defenderla.

Desde que percibió las luces en el horizonte, sabía que algo serio había sucedió en la ciudad, desde ese día, hasta ahora, Adriano tenía permanentemente enjaezadas dos mulas; bien atendidas y alimentadas.

Eran casi las once de la mañana. Adriano estaba sumamente nervioso. De pronto divisó una figura pequeña que se desplazaba penosamente entre el pedregoso camino. A la distancia de lo único que podía estar seguro era de que se trataba de un niño o una niña. A su paso, era probable que el pequeño visitante tardara unos quince minutos en recorrer el empinado camino hasta donde él estaba.

Adriano, como buen pitagórico, se aprestó a recibir hospitalariamente a su inesperado visitante; entró a su cueva, se dirigió a su despensa, sacó leche que hacía apenas cinco horas había exprimido de las ubres de sus cabras, queso, pan, frutas secas y agua.

Justo al terminar de cambiar sus ropas sucias por limpias y de lavarse a conciencia manos y cara, Pomptina llamaba a la puerta de la caverna. Adriano salió e inmediatamente reconoció a la hija de Leucipo.

– Pomptina, hija mía, pasa inmediatamente. Siéntate conmigo a la mesa a compartir los alimentos.

La niña miró al sabio hombre, pidió disculpas por no aceptar de manera inmediata la invitación a sentarse a comer y pidió permiso para comunicarle lo que su padre urgentemente le mandaba decir. Adriano escuchó atentamente a la niña. Tomó el legajo que ésta le traía.

– Pequeña; debes estar orgullosa de ti misma. Has arriesgado tu vida para salvar un precioso documento escrito por el puño y letra del divino Pitágoras. Ahora por favor siéntate conmigo a comer para que puedas descansar de tu larga jornada.

Cuando terminaron de comer, Pomptina besó la mejilla de Adriano y se retiró a dormir a uno de los nichos de la cueva; el hombre cobijó a la niña con telas limpias. Salió al exterior para revisar el documento que Leucipo le enviaba: la Clave Cuadrada. Sabía de memoria el procedimiento para obtenerla. La decisión de mantenerla en secreto obedecía a una razón de peso: con él se podrían descifrar los símbolos del lingote áureo.

Los pitagóricos creían firmemente que los números eran los ladrillos del universo. La puerta áurea (como también se denominaban las configuraciones grabadas en el lingote de oro) era la máxima expresión, la síntesis de los números figurados y, por consiguiente la síntesis de la esencia misma del universo entero: Dios, al que aspiraban unirse todas las almas cuando la metempsicosis no fuera necesaria toda vez que el mundo llegara al fin de sus días.

Adriano, como hombre de fe, creía que el conocimiento de este secreto por parte de cualquier "impuro" violentaría esta unión de las almas con la divinidad y terminaría con el universo entero. Si bien los números perfectos eran solamente un vislumbre de la divinidad, los cuadrados perfectos permitirían ver directamente a los ojos de Dios y eso significaría el fin de la humanidad entera. Así resumía el problema un hombre religioso/místico.

Adriano no dudó ni un instante en quemar el documento. Ahora él era el único que poseía el secreto de los secretos. Cuando su actual cuerpo dejara de existir y su alma transmigrara de existencia en existencia, seguramente en el momento oportuno, en una existencia futura, pudiera de algún modo recordar la Clave Cuadrada y entonces sabría qué hacer con ella cuando se vuelva a encontrar con la puerta que ésta podía abrir. Se estremeció con la sola idea de tener que ser él quien tendría la responsabilidad de abrirla.

AÑO DE 2003.

Elías esperó a que el guía terminara de realizar su explicación acerca de los detalles arquitectónicos de las yácatas. Simuló atarse las agujetas de los zapatos, miró de derecha a izquierda y se deslizó hasta donde su guía había señalado la quinta yácata. Según las instrucciones que venían envueltas en el legajo que había recibido de Pedro, entre el primer y segundo escalón del estilóbato, junto a la esquina extrema de la yácata, se había disimulado un hueco tapándolo con una piedra falsa hecha de tatzingueni (una pasta de caña de maíz, muy liviana y durable). Elías tendría que golpear suavemente la piedra falsa con los nudillos de sus dedos. Así lo hizo, estaba seguro de que ahí estaba el hueco, pues el sonido sordo que producía evidenciaba un recoveco. Sacó un tirabuzón de fina espiral y lo giró contra la piedra falsa hasta que pudo tirar de ella, sacándola como a un corcho de una botella de vino. Introdujo la mano; sintió que sujetaba una bolsita de tela, la extrajo y la puso en el bolsillo derecho de su chamarra. Inmediatamente colocó de nuevo la piedra falsa, giró el tirabuzón en sentido contrario y lo desencajó del objeto de tatzingueni.

Elías se preguntó en qué cabeza cabía meter un objeto supuestamente valioso en un lugar tan expuesto. Ignoraba que ambas sectas pitagóricas creían que cualquier centro ceremonial, "cargaba de energía" los objetos que consideraban sagrados. También desconocía que antes de la escisión de los pitagóricos, el pleno de los jerarcas había decidido reencontrar la Clave Cuadrada para abrir la puerta áurea y escogieron las yácatas de Tzintzuntzan por dos razones: ahí se adoraba a Tiripame-Curicahueri (El Gran Luminoso) y cerca se encontraba la población de Tzacapu ansucutinpatzcuaro (puerta del cielo) o brevemente Pátzcuaro. Qué mejor lugar, pues, para abrir las puertas del paraíso en bien de la humanidad.

Los "chicos malos", erigidos en El Círculo de los Primos, estaban de acuerdo en lo tocante al lugar en donde se celebraría el rito de apertura, pero no querían compartir con el vulgo y menos con esta punta de "tercermundistas", los beneficios. En cambio los "chicos buenos" sentían que ya era hora de una actitud más ecuménica y que los beneficios se tradujeran en una aportación sustanciosa a la Ciencia en general y a las matemáticas en particular. El Círculo de los Primos dijo, de manera farisaica, que Pitágoras siempre se inclinó por el secretismo y que revelar la Clave Cuadrada era un acto de alta traición. Los "chicos buenos" contestaron que no se estaba revelando cosa alguna, simplemente se quería que los beneficios fueran compartidos por la humanidad entera.

Así fue como comenzó una carrera desenfrenada por reencontrar la Clave Cuadrada: unos recurriendo a sus actos de fe, esperando a que se cumpliera el renacimiento del último gran pitagórico que conocía la Clave, otros, acechando, cazando, engañando, corrompiendo, asesinando…

Los "chicos buenos" habían visto en los trabajos de Luis Enrique Erro, sobre estrellas variables, una señal de que en un lapso de pocas generaciones la última metempsicosis del último gran pitagórico se haría realidad. Peter Gore inusitadamente había recurrido a la propiedad cíclica de los "números índice" sobre los que había investigado el sabio mexicano Erro. ¿Cómo puede ser una herramienta para la Astronomía el recurso de los números índice? Para la Astronomía quizá no, pero para la Astrología pitagórica fue un recurso valioso. Cuando Gore le comentó esto a Erro, éste le dijo de una manera cortante que el esoterismo le parecía una estupidez y que si le pedía que mejor dedicara sus talentos en beneficio de la Ciencia, era porque le tenía en alta estima como amigo y en reconocimiento a su gran capacidad intelectual.

El científico y el creyente discutieron y, aunque su amistad quedó intacta, los dos intelectuales jamás volvieron a hablar del asunto. Erro jamás se enteraría de los pasos en los que Gore andaba y eso entristecía a este último pues deseaba que un sujeto tan valioso como lo era este sabio mexicano se uniera a su causa. Gore continuó con la vigilancia del objeto sagrado en el lugar sagrado. Pasó sus últimos días conviviendo con los purépechas de Tarecuato. Algunos de sus discípulos purépechas lo recuerdan desde la cátedra de alguna universidad mexicana. Todavía en Día de Muertos, quienes lo recuerdan, le llevan ofrendas a su tumba, a un lado del lago de Pátzcuaro.

Año 64 después de Cristo, casa de Adriano

Leucipo y su mujer estaban sentados a la mesa con Adriano. Pomptina, iba y venía por la estancia acomodando en los nichos de la cueva los rollos que dijo Adriano necesitaría para acompañar su soledad. De las dos mulas de su propiedad, solamente una estaba presta para la partida.

– ¿Estás seguro de esto Adriano?- preguntó Leucipo.

– Por supuesto. Los caminos son muy arriesgados para alguien como yo. Si llegaran a detenerme los soldados, no tendrían compasión alguna de un simple filósofo. Para ellos esa palabra es sinónimo de "agitador". En cambio, ustedes son necesarios para el Imperio. Un herrero que domina el arte de hacer espadas, escudos y herraduras es más valioso que un pellejo de borrego repleto de monedas de oro. ¡Ah, por cierto! Bajo la montura de la mula hay una colchoneta tapizada con cincuenta monedas de oro. Creo que ese dinero les permitirá llegar con bien a su destino.

La idea de Adriano, después de haber escuchado los pormenores de los acontecimientos en la capital de imperio, era que Leucipo y su familia se trasladaran a alguna parte de la costa mediterránea de lo que hoy es España. La capital del Imperio ya no era segura para sus amigos. Desdichadamente su correligionaria más cercana, Teretina, había sido arrestada y asesinada junto con un puñado de cristianos.

– Ven Pomptina. Quiero que lleves esto, hija- la niña se acercó, siempre luciendo una expresión seria.

Adriano puso alrededor del cuello de la chiquilla, la correa de una bolsita de cuero. Pomptina sintió el peso del contenido de la bolsa- Es el tesoro que pongo bajo tu custodia: el rectángulo áureo. Créeme, hija, es la puerta misma a un secreto inefable que, por fortuna, solamente será revelado cuando los seres humanos estén preparados. Que tu inocencia sea resguardo de este tesoro- Adriano colocó la palma de su mano en la frente de la niña. En cuanto la retiró, Pomptina alcanzó a ver la misma estrella que tanto su padre como su madre lucían en las respectivas palmas de sus manos. Se preguntaba cuándo le tocaría su turno de ser marcada.

– Es un gran honor, Adriano, que confíes tamaño tesoro a nuestra hija- dijo llorando Lucrecia.

– Es hora de partir, hermano mío, el más sabio.- dijo Leucipo poniéndose en pie.

El abrazo de los dos hombres fue la señal para que madre e hija tomaran los hatos propios y fueran por la mula al establo.

Adriano los vio partir desde el umbral de la cueva. Madre e hija iban montadas sobre la mula, Leucipo iba a pie, jalando suavemente al animal para que avanzara sendero abajo.

Año de 2003, Santiago Tangamandapio

Pedro Arévalo Sentíes buscaba y rebuscaba en su maleta de viaje. "Pánfilo" lo miraba con desprecio; no cabía en su mente que un mexicano hubiera demostrado la infinitud de los números primos gemelos y que de paso hubiese dado respuesta a la Conjetura Binaria de Goldbach. Y ahora estaba ahí el vejete, buscando sus notas sobre la Clave Cuadrada, el formidable secreto pitagórico en las manos mestizas de un patético anciano mexicano, ¡ver para creer!

La presencia de un agente de la Ugieia, era muestra de lo que pensaba "Pánfilo" del liderazgo del "Primo Mayor". Estúpido- pensó Pánfilo- si este viejo cabrón intenta poner condiciones, peor para él; de todos modos en cuanto muestre la Clave Cuadrada, el perro de la Ugieia dará cuenta de él.

– ¡Ah, aquí está!- al fin dijo Pedro extrayendo un librito de notas.

– ¡Ya era hora señor Arévalo! Por favor muéstrenos lo que tiene y así podremos irnos de paseo a donde se nos plazca nuestra real gana- casi escupió "Pánfilo" sintiendo náuseas de tener que verse obligado a hablar con Pedro

– ¡Eso mismo digo yo! Sin embargo, la Clave Cuadrada requiere de una explicación amplia y calmada, no estamos hablando de matemáticas de bachillerato.

– Solo déme las generalidades, no soy un estúpido en Teoría de Números. Yo soy matemático profesional, formado en las mejores instituciones del mundo… quiero decir: del Primer Mundo.

– No creo que a sus superiores les agrade mucho enterarse de que a usted solo le interesan las generalidades. ¿Qué sucedería si hay alguna particularidad sobre la que no pueda usted decir gran cosa solo por el hecho de que usted ahora lleva prisa?

– ¡Bueno, bueno! Comience a hablar.

– Primero que se vaya ése- dijo Pedro señalando al simiesco agente de la Ugieia.

– ¡Ni hablar, él es mi secretario!

– ¿Desde cuándo toman como secretarios a asesinos a sangre fría? ¡Me imagino la crisis moral por la que están pasando en El Círculo!

El agente de la Ugieia hizo ademán de acercarse a Pedro; Pánfilo alcanzó a detenerlo con la expresión griega:

edu.red

El hombre se detuvo como perro al que le jalaran inesperadamente la cadena.

– Así que ya usted está conciente de que las cosas van muy en serio. La Ugieia está muy interesada en el desarrollo de los acontecimientos. No los haga enojar poniéndose exigente.

– No hablaré en presencia de su mastín; y me importa muy poco si se enojan o no sus compinches.

Pánfilo miró a su esbirro y señaló con la mirada la puerta de salida del cuarto: el corpulento hombre abandonó el lugar, pero mantuvo entreabierta la puerta por si acaso…

– Ahora espero que la situación esté a su entera satisfacción.

– Dadas las circunstancias, estoy satisfecho.

– ¡Hable!

– ¿Cómo no? La Clave Cuadrada ha sido redescubierta; no por mí, sino por alguien al que ya no podrán tocar porque ya es agente del Autos epha: el joven estudiante Elias Hernández.

"Pánfilo" miró con odio profundo al anciano; en todo momento el viejo los había tenido bajo su control. En efecto, si "Falange" (es decir Elías) había sido reclutado por el Autos epha, ya no sería posible acceder a él. Una jugada maestra: sus antagonistas tenían la Clave Cuadrada y a un valioso recluta. Desde el atentado contra E. P. Cure por parte de un miembro renegado de la Ugieia en 1956, las dos organizaciones adversarias habían celebrado un protocolo de mutuo respeto y seguridad: ningún miembro efectivo de cualquiera de las organizaciones sería tocado.

Con cierta violencia tomó la mano derecha de Pedro y lo obligó a que le mostrara la palma. Con tinta fuerte aparecía grabada la estrella de cinco puntas, esa misma que, en su caso, él mismo ostentaba y que en cada una sus puntas lucía las letras griegas de la Ugieia

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Transfigurado por la ira, "Pánfilo" sacó de su sobaquera un revólver colt calibre 45, apuntó a la cara del anciano y gritó: "¡A ver si tu pentagrama puede detener una bala! Basta con un mal/nacido mestizo en el Autos Epha."

edu.red

– se escuchó una voz gruesa a espaldas de "Pánfilo" y se abrió la puerta del departamento – suelte su arma lentamente señor- dijo el agente de la Ugieia apuntando su escuadra directamente al corazón de "Pánfilo".

– ¡Estúpido! Tú vienes conmigo, estás a mis órdenes.

– No, señor, ya no; está usted atentando contra la vida de un agente del Autos epha. Le recuerdo que hay un protocolo firmado que me autoriza a pegarle a usted un tiro en la cabeza si viola dicho protocolo. No lo repetiré otra vez: ¡Desista!- Pánfilo bajó el arma.

– ¿Permitirás que este mestizo… que este… mexicano… luzca el sagrado pentagrama?

– Lo siento señor: lo único que sé es que debe cumplirse un protocolo reconocido por El Círculo de los Primos y el Autos Epha.

– ¡Yo pertenezco a El Círculo, estúpido!

– Claro, claro… pero usted no es El Círculo.

Pedro se dirigió a la salida del cuarto. Al pasar junto al fornido agente de la Ugieia dijo: "Bueno, colegas, creo que tengo que dejarlos. Me espera una ceremonia a orillas del lago de Pátzcuaro. Desde luego que están ustedes cordialmente invitados".

Año 65 después de Cristo, estrecho de Gibraltar, España

De pie, junto al mar batiente, Pomptina miró por centésima vez la Puerta Áurea; su madre le había dicho que no sacara el pequeño lingote de oro de su bolsa. Inútiles fueron las reprimendas de la madre cuando la sorprendía embelesada en las extrañas figuras sobre el noble fondo amarillo. En cambio Adriano, su padre, la miraba tiernamente y sonriendo le decía: "Hija, tienes en tus manos la reliquia más valiosa de todos los tiempos: la Puerta Áurea; en ella está resumida toda la sabiduría de nuestro maestro Pitágoras, el gran iluminado, quien llegó a ser conciente de los secretos más íntimos del Cosmos. ¿Quién sabe? Quizá en el lapso de duración de tu propia vida al fin sea abierta para beneficio de la Ciencia y la humanidad… ¿quién realmente lo sabe…?" – terminaba con un profundo suspiro.

Año de 2003 (1º de noviembre), lago de Pátzcuaro, Michoacán

Erdôs F. Gore estaba parado frente a la puerta de la posada Don Vasco de la ciudad de Pátzcuaro. Simulaba ser un turista esperando transporte; se tocó la frente con el dorso de su mano derecha, fingiendo que estaba resguardando sus ojos del sol. Había visto al muchacho que, al llegar a la posada, dirigía la mirada hacia él en espera de ver la estrella de cinco puntas. Observó cómo el chico asentía en señal de reconocimiento y acto seguido se dirigía a un puesto de artesanías.

Gore se acercó al puesto hasta quedar junto a Elías; tomó una figurilla de barro y preguntó por el precio al comerciante. Pagó la cantidad; sacó un mapa turístico de su bolsillo y preguntó a Elías: "¿Podría decirme usted en dónde queda este lugar?". El muchacho fijó la vista en el mapa que Gore le extendía. En el mapa, escrito con letras rojas decía: "Cambio de planes. Conserve el objeto. Pedro lo espera en un coche gris que está llegando a la plaza Don Vasco, calle Quiroga." Elías dijo: "No señor, yo no soy de por aquí, seguramente en la posada lo pueden orientar." Gore dio las gracias y se dirigió a la posada. Elías permaneció un minuto más mirando las figurillas del puesto callejero. Tomó una reproducción burda de una yácata, pagó el precio de la artesanía y se dirigió de manera oblicua hasta el lugar en el que Pedro lo esperaba.

El coche estaba en el lugar que Gore había dicho. Pedro entreabrió la portezuela del copiloto y Elías se apresuró a entrar. No terminaba de tomar asiento cuando Pedro ya estaba conduciendo para tomar la carretera; el viejo anunció en voz alta: "Tzurumútaro-Sanabria-Ihuatzio-Cucuchucho."

– No me diga que quiere jugar a los trabalenguas, profesor- dijo Elías a Pedro con cara de "ya/está/usted/muy/viejo/para/esas/cosas".

– No es trabalenguas, mocoso, es el itinerario de nuestro pequeño viaje. Nuestro destino es Cucuchucho. Una población a orillas del lago de Pátzcuaro en el que se mantiene la tradición original de Día de Muertos.

– ¿Cucu-qué?

– ¡Cucuchucho! Nombre que significa lugar de los "hacedores de jarros", quienes también son conocidos como "adoradores de las flores". Ahí se verificará la apertura de la puerta áurea.

– ¿Por qué precisamente ahí?

– Los lugareños están tan apegados a sus tradiciones de Día de Muertos, que no tienen hoteles ni negocios de artesanías. No tienen el menor interés en negociar con sus tradiciones y prefieren que los turistas los dejen en paz.

– Y nosotros vamos a ir a incomodarlos con una ceremonia pitagórica.

– ¡No seas simple, muchacho! Los lugareños pasan la mayor parte de la noche en el cementerio, al lado de sus difuntos. Nosotros vamos al verdadero templo: las aguas del propio lago de Pátzcuaro. Imagínate: sin turistas, con los lugareños concentrados en el cementerio, ¡tenemos la casa para nosotros solos!

Elías echó a volar su imaginación: se vio a sí mismo involucrado en una ceremonia en la que el sumo sacerdote Gore estaría ofrendando al lago con el fin de franquear inframundos y permitir el paso a dioses arquetípicos lovecraftianos. Se le puso la piel de gallina.

– Por cierto, Elías: la gente de El Círculo, cree que eres agente del Autos epha.

– ¿Y por qué creerían algo así?

– Yo se los dije.

***

Eran las seis de la tarde. "Pánfilo" empacó sus pertenencias. El agente de la Ugieia lo estaba esperando al volante del automóvil. El Círculo estaba enterado de sus fechorías, gracias al informe que el propio agente de la Ugieia había rendido vía telefónica. Ahora tendría que responder ante el pleno de los miembros de El Círculo. Técnicamente era prisionero del agente, quien lo llevaría de regreso al cuartel general de la organización. Había fallado por partida triple: menospreció la capacidad de "Falange" (Elías), desobedeció una orden directa del "Primo Mayor" involucrando a un agente de la Ugieia y, a despecho del protocolo de mutuo respeto, amenazó la vida de un agente del Autos Epha. Cargos suficientes para conducirlo al ostracismo (degradación-destierro-miseria-muerte).

Estaba preparado para esta contingencia; si El Círculo le daba las espaldas, él también podría hacer lo mismo; tenía recursos y, sobre todo, una enfermiza ambición por conseguir para sí mismo la Clave Cuadrada y la Puerta Áurea. El paraíso sería solamente para él; sería el líder de una nueva secta pitagórica, poseedora del máximo secreto de la milenaria organización.

Antes de guardar sus pertenencias "Pánfilo" había puesto un silenciador en su revólver. Así, cuando estuvo sentado en el asiento del acompañante, le bastó levantar un poco el arma bajo el brazo izquierdo para disparar dos veces contra el conductor: un disparo al tórax para imposibilitar y otro a la cabeza para matar. Hizo a un lado el cadáver y lo arrojó al suelo del estacionamiento: "Bendito país tercermundista en el que no hay vigilancia alguna en los estacionamientos", pensó ufano. Encendió el motor y se dirigió al lago de Pátzcuaro.

***

Cuando Pedro detuvo su automóvil a la entrada del pueblo, los lugareños ya se dirigían al panteón principal; cada uno portaba una antorcha y bolsas con los alimentos y las flores que colocarían sobre las tumbas de sus familiares muertos. Reinaba un respetuoso silencio; las mujeres lucían orgullosas y con cierta coquetería sus huanengos (una prenda de algodón parecida a una blusa, con adornos bordados con punto de cruz).

Pedro y Elías salieron del automóvil; el anciano se sentó sobre el cofre, mientras que Elías se distraía pateando unas piedrecillas del camino.

Bien, tendremos que esperar a que todos los lugareños y los escasos visitantes que acampan cerca de aquí lleguen hasta el cementerio.- anunció Pedro. Elías aprovechó para formular dos preguntas: "¿Qué esperan que suceda con toda esa ceremonia de la apertura de la Puerta Áurea?, y sobre todo: ¿cree usted en todo este sainete místico/pitagórico?

Elías esperaba todo menos una reacción de beatífica iluminación de parte de su maestro. "Sucederá que la Puerta Áurea nos mostrará lo que mantuvo maravillado al propio Pitágoras, El Gran Secreto: la estructura íntima del Cosmos, expresada en la armonía de las esferas y en las perfectas proporciones numéricas." La asombrada cara de Elías, hizo que Pedro se desternillara de la risa, tal y como sucedió cuando el propio Elías mostró asco ante la declaración del viejo de que iba a besarlo… parecía tan lejana aquella reunión en la que el muchacho había demostrado una comprensión inusitadamente aguda ante los resultados de sus investigaciones sobre los números primos gemelos. Pedro dejó de reír de manera abrupta y declaró: "Elías, esta gente es sumamente religiosa; no me refiero a los cucuchenses, que también lo son; me refiero a nuestros amigos los pitagóricos. Son personas que pueden calificarse como anacrónicas en un mundo en que la Ciencia y la Tecnología han tenido logros impresionantes. Al menos para mí resulta un tanto raro sentir simpatía por ellos; tienen cierto parecido con los habitantes de este pueblo; los cucuchenses intentan mantener la idea original de la conmemoración del día de muertos. Son una isla en un mundo en el que parece que la marea del materialismo está ahogando estos raros remansos de paz. No me mires así Elías. Yo soy un escéptico materialista, pero también respeto mucho a la gente que se apega a sus tradiciones. Además, no olvides que nuestra pertenencia al Autos epha, nos ha mantenido protegidos del peligro. No, no creo en el misticismo pitagórico; pero admiro la tenacidad con la que defienden sus ideas, la decencia de quienes han adoptado el nombre de Autos epha (que más o menos quiere decir porque él lo dijo, refiriéndose a las enseñanzas originales del maestro Pitágoras)."

– También la gente de El Círculo son creyentes pitagóricos- opuso Elías.

– Existe una gran diferencia entre la fe (la buena fe) de los verdaderos creyentes y el fanatismo de los fundamentalistas. La gente de El Círculo no son creyentes, son fundamentalistas; verdaderos fanáticos que se abrogan el derecho de disponer de los bienes, la seguridad y las vidas de los que consideran inferiores, peligrosos o diferentes por profesar otras ideas. ¿Por qué crees que llaman Ugieia a su organización de asesinos? Ugieia (o hugieia) literalmente quiere decir "salud"; ellos se consideran como una especie de antibiótico dispuesto a eliminar a cualquiera que intente contaminar la "fe verdadera". ¿Puedes reconocer algún parentesco con estupideces como "la pureza de la raza", "los infieles", etcétera? Créeme, Elías; cuando escuché hablar al finado Peter E. Gore, supe que la apertura de los creyentes pitagóricos era una suerte de ecumenismo que permitiría por fin acceder a las ideas de esta milenaria organización. Por mucho tiempo se supuso erróneamente que los pitagóricos estaban extintos. Han regresado o mejor dicho: nunca han dejado de existir, muchacho, su legado es vigoroso y, creo, esta ceremonia que pretenden celebrar aquí no es más que una alegoría, un llamado a abandonar todo secretismo y fundamentalismo perniciosos.

– Concedo razón a todo lo que usted acaba de decir; sin embargo, aún no puedo imaginar qué tiene que ver una constante matemática, la Clave Cuadrada, con una supuesta Puerta Áurea.

– ¿Pudiste echarle ojo a la dichosa Puerta Áurea?

– No tuve tiempo alguno, además, la bolsa que la envuelve está pegada al objeto como si le hubiesen vaciado un pegamento de rápido secado.- sacó de su bolsillo la reliquia, Pedro la tomó e intentó abrirla. Al tacto, se sentía un objeto metálico, presumiblemente de oro.

– Tienes razón Elías, la bolsita se siente como un cuero endurecido. Mejor que la dejemos así hasta que el descendiente de Gore inicie su ceremonia.- regresó el objeto a Elías.

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