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Manifiesto del árbol que sueña ser poema

Enviado por jorge diaz


Partes: 1, 2

    Manifiesto del árbol que sueña ser poema

    Donde hay vida hay árboles. Donde hay hombres hay pensamiento. No se puede pensar sin lenguaje.. El árbol del lenguaje tiende sus bifurcaciones por toda la tierra. Es el árbol que nos habita. En este planeta donde constantemente "La tierra va a dar a luz un árbol".

    Esa lluvia de sombra permanente, siempre de pie, exponiendo todos los secretos de su contextura, que guarda la memoria secreta del árbol iniciático del primitivo huerto. Punto de partida del perdido edén que antecedió la propiedad privada sobre los territorios comunitarios en que se alimentaron las primeras tribus de la tierra. Paraíso primigenio, originario bosque de ensueño donde los manzanos brindaban la sabiduría de sus frutos.

    Asciende el encumbrado aroma del eucalipto, se alza el suave soplo de sus menudas hojas, como el pájaro ansioso de suelo, desciende del cielo. En el momento en que replegamos nuestras alas en el horizonte de nuestro anhelo por descifrar lo que se oculta debajo de las hojas o en el curioso resplandor de la incendiada saeta. En el misterioso rumor que circunda el fuego hicimos nuestro primer descenso al breve levitar de la palabra que salto del sueño.

    En el sueño del árbol

    La sombra se extrémese

    Con el tierno sacudimiento de las hojas.

    El día que el primer brote de árbol

    Toma impulso y emerge de la tierra.

    Rompe el almendro su semilla

    Del viento enamorada

    A donde retorna luego del primer sacudimiento

    En que sacia la sed de su deseo.

    En el primer aliento

    Cuando da inicio

    Al movimiento inicial

    De sus innumerables alas

    Tendidas como labios propicios

    Al rose de los labios del viento.

    Porque también los sueños tienen alas

    Con que ascender en su quietud.

    En esa inmovilidad aparente

    En que cantan los arboles.

    Desde el secreto de su savia

    Desde la quietud colectiva

    Del que se queda y del que se van.

    Ya se van

    Se van despidiendo

    Porque la ciudad y sus bestias

    Lo primero que hacen

    Al dominar e intervenir la naturaleza

    Es devastar los bosques

    Para saciar su miserable sed de ganancias

    Su angurriosa codicia

    De tierra desangrada

    Es entonces, cuando el árbol como el verdadero primer eje de la ensoñación, que entrelaza en sus brazos la dinámica imagen de los sueños, en que nos sentimos elevados por la voluntad de una fina rama, se encuentran en la fuerza vital y muda que asciende entre las profundidades de la corteza del naranjo para descender luego jugosa por nuestro cuerpo recién levantado de su horizontalidad levitante. Ingerir esa vida "fuerte y muda que reina bajo la corteza" vegetal del bello tronco retorcido nos recupera del desgaste que sufre nuestra vitalidad por la fuerza que huye en el sudor por su ansiedad de suelo. Nos recuerda que fuimos arboles antes de ser pájaros descendidos. Caídos del vientre de las aguas, que nos acunaron en su tibieza, a la fría y tosca realidad del reino de las mercancías. En el retorcido tronco del olivo, en la conmovedora redondez de la aceituna, en el aurífero aceite extraído de la tierra por el trabajo conjunto del hombre y el árbol. El primitivo huerto y el plantado. El fruto recolectado por el nómada que se refugia en la caverna o pernocta en la intemperie bajo el techo del árbol. El bosque plantado por el trabajo y el sudor sobre la tierra callada de quien levantó los olivos.

    Eje de vida dinámica que se levanta hasta el cielo. Imagen vertical de fuerte ascensión simbólica, de encumbrado dinamismo epifaníco de la ensoñación.

    Fuerza evidente del árbol del pan que eleva al firmamento el vigor oculto de la tierra.

    Yérguete como yo le canta el árbol al poeta cuando le permite ver su fruto más elevado mientras dormita en el tejido frágil y sensible de una de sus hojas gigantes.

    Ya el poeta ha podido constatar en su vigilia que en el fino y sensible tejido de cada hoja se oculta el placer de las caricias solares, en las armónicas fotosíntesis de cada día de trabajo que nos concede la naturaleza.

    Trabajo milagroso y sagrado que unos cuantos malgastan y despilfarran en sus acumulaciones absurdas de los productos que generan las fuerzas productivas en cada momento del desarrollo de la historia humana. Destrozar, demoler, arrasar el vegetal verdor de los campos que la arcaica naturaleza ha venido pintando de este verde de todos los colores en que el poeta reconoce la dimensión de su fuerza expresiva.

    Todo el deseo serenado bajo las noches sin luna, rociado por la salpicadura de estrellas que incitan su búsqueda constante de nutrientes, el recabar incontenible de sus raíces, la búsqueda de la luz en las hojas. En sus millones de ojos que respiran para entregar al aire el limpio oxigeno que el poeta respira en su cósmico lenguaje.

    Ese punto de apoyo que busca el árbol en el aire y en la profundidad alimenticia de sus raíces lo convierte en eje universal de lo subterráneo y lo aéreo, lo eminentemente sublime de su sumergimiento en la oscuridad terrena, al tiempo que se eleva sobrehumanamente como si un gigantesco pájaro volara sin desprenderse en su firmeza vertical del suelo. Pues la tierra y el cielo son siempre la dirección de su camino que anda. La estatura del encumbrado árbol constituye la dimensión (condición) esencial de su universo aéreo, su constante búsqueda de equilibrio entre las fuerzas contradictorias de su dinámica dialéctica hecha canto.

    El aleteo de sus ramas entrelazadas por el viento que entretiene su rumbo y no permiten que su fuerza crezca huracanada y penetre tierra adentro con su ciclónico aliento de gigante reptil encrespado que azaroso devora lo que encuentra a su paso.

    Árbol y viento

    Hermanos en la pradera y la empinada montaña

    Aliento comprimido de la tierra

    Sangre terrena que no puede elevarse sin su tronco

    ni descender en armonía sin sus ramas

    Que adorna en floración los valles y montañas.

    Que asombra en la semilla que lo guarda,

    En el fruto en el que todos retornamos a la vida

    Alimento y respiro de nuestro viaje,

    De nuestro peregrinaje por esta superficie

    Que alumbra el fuego que no cesa.

    El recio pino o la áspera higuera,

    La simétrica araucaria o el sauce llorón,

    El gualanday, el olmo o el poeta

    El soñador mandarino entrepiernado

    En la soledad de su tejedora iluminada.

    Siempre buscando incesante

    La luz ascensional

    Ante la imposibilidad de sostenerse

    Sobre dos alas como el pájaro

    Que fue antes de ser hombre.

    Por ello su asombro natural

    Ante el manzano

    Que prefiere sacrificar su alegre equilibrio

    Y quebrar sus ramas cargadas de bellos frutos

    Por amor a los hombres.

    De la misma manera el rumor del viento cuando acaricia las altas agujas del pino, pareciendo ignorar la aguda vida subterránea de sus raíces, nos da su lección, cuando el pesado tronco se deja vencer y la tierra aplaude la osadía del viento, en estas tierras tropicales del samán y el comino, del mango andino y el silvestre mamoncillo del parque. Lejos está el ciruelo del alerce, pero en los dos la poderosa savia canta su victoria cuando asciende al copo. Cuarenta años de incontables frutos lleva de pie el incansable carambolo del patio sin dejarse tocar por la tristeza. Cuatro milenios lleva guardando en su tronco la memoria del clima para que el poeta certifique su cántaro de tiempo que antecede a la muerte.

    El poeta sentado bajo las estrellas escucha ensimismado la elocuencia del árbol. Piensa en un mundo donde los parques públicos estén plantados de árboles frutales. Un mundo donde nuestros hermanos frutezcan en todos los caminos.

    En ese lenguaje exquisito que se alimenta de la misma savia de los arboles, renuncia a los atributos de la ira que se manifiesta en enfurecidos volcanes que barren poblaciones enteras, porque prefiere la justicia de los frutos.

    Mito y metáfora son el fruto del lenguaje. El árbol es su símbolo más distinguido. El que nos permite alcanzar las más encumbradas alturas. La tierra labra el árbol con silenciosa paciencia. El lenguaje con sus translucidas manos labra, en la penumbra de su transparencia, el tejido de las hojas y los frutos de cada árbol del pensamiento. Soñar que se es un árbol y que los otros árboles son un bosque de espejos en la quietud del sueño. Mirarse horrorizado en aquel infinito laberinto. Ser un árbol que sueña y se mira en el espejo de su sombra. Ser el demiurgo de un árbol que al mirarse en el reflejo de los otros profiere su dictamen. Nombrarse como olmo. Bautizar de nuevo todas las cosas que conforman el mundo para que un árbol no sea simplemente un trozo de madera, un lote de palos que se derriban para hacer de ellos materia prima o mercancía.

    Pero en un árbol no es admisible la invención de pesadillas. En ellos no está el presentimiento de la maldad criminal de los hacedores de tiranos que ocultan su rostro tras un nombre de multinacional.

    Hemos incorporado el árbol entre el universo de los sueños y lo hemos dotado de lenguaje que nombra ciencias y disciplinas, fantasmas y seres invisibles, como el viento que espanta sus hojas desgarradas de las ramas, porque consideramos el árbol como lo más cercano al hombre entre las cosas que conforman la naturaleza. El alto caracolí que espera al hombre con su acogedora sombra. La ceiba que lo guarda en su memoria. El chiminango que lo acoge en sus meditaciones. El písamo que regenera la tierra de cultivo con su follaje. El matarratón que nos aleja de la fiebre loca. El robusto porte del olmo y el ciprés, sempiterno enamorado de la luna. El fino acero del roble y el urapán rimando con guayacán, bordeando el pie de la empinada montaña que acoge en su seno la nevada cima del yurumo blanco.

    Donde el blanco aliento exhala nubes, que el viento empuja al espantar la bruma, su rumor deja la huella en el yarumo. El poeta va atado al lenguaje como "un pájaro al cielo, como una flecha en el árbol que crece" (Huidobro)

    Donde hay hombres hay pensamiento. No se puede pensar sin lenguaje.. El árbol del lenguaje tiende sus bifurcaciones por toda la tierra. Es el árbol que nos habita. En este planeta donde constantemente "La tierra va a dar a luz un árbol".

    El árbol del lenguaje habita todos los lugares de la tierra, pero como visión evidente de lo tangible no se hace presente en ninguno. Por ello para el poeta se hace irrebatible que "La tierra acaba de alumbrar un árbol".(Huidobro).

    Inventar paso a paso el lenguaje ha sido labor constante y silenciosa de la mano y el cerebro, de la laboriosidad material del cuerpo y el pensamiento que lo dirige a través de palabras que designan una geometría en las miradas y argumentos afectivos cargados de intuición, de lógicas transparencias que sacuden el cuerpo de los árboles y hasta los derriban antes de que pase la lluvia rauda y tempestuosa. "Hay palabras que tienen sombra de árbol" (Huidobro) El árbol, ese hermano que vive en la intemperie y disfruta del frio, de la lluvia, del sol mañanero que se tiende en sus ramas, de las estrelladas noches y el silencio de los campos. Como la amada ceiba, a quien deberíamos escribir un himno y cantárselo cada día en que visitamos su sombra. En vez de una poética del árbol deberíamos dirigirle un manifiesto que nos asegure su permanencia mientras persista la vida sobre la tierra.

    Amada ceiba, eres la única verdad solida que reconozco en este sueño de arboles.

    Árbol mágico que no permite a mi ser evadirse en medio de la tormenta de vacías voces, y convocas en secreto a la danza que promueve el rumor de tus ramas. Abrazado a tu tronco del delicado color del encanto, mientras me quedo atado a tu recuerdo niño, observo el centro de tu arquitectura de maloca.

    En la cercanía plástica de tu verde conflagración que estira su contorno.

    Verdad tangible de tu objeto esculpido como la arquitectura del aire que pasa bajo la serenidad de las nubes que envuelven tu atmosfera brumosa.

    Por ello mi cuerpo se entrega hoy como alimento para tus nuevas formas que se celebran cada día.

    Que se revelan ante cada suspiro con que el viento acaricia tus plateadas melenas.

    Desde lo profundo de tu vientre, desde la oscura entraña de tus tejidos, desde la sangre que envuelve los meandros de tu encumbrado cuerpo, desde el aire que circula entre tus betas, me sumo al cosmos infinito en que encarnan tus raíces históricas, a la alegría que emanan tus ojos, a la dulzura que resplandece en tus hojas.

    Quiero ser, o ya soy alimento del dulce mandarino o el fresco matarratón, pues vuestro recuerdo es la forma estática de vida más elevada.

    Por tu tronco no cruza la fugacidad del tiempo, sino el profundo suspiro de tu eterna savia.

    Refugio de fantasmas son las sinuosidades que se dibujan en tus ramas. Por ello no te puedo cantar, ni contar en el escrutinio de este canto contra los seres deshabitados, aunque seas mi hermano de locuras dibujadas y en mí habite este vacío que causan las ausencias, sin hacerte mi habitante permanente.

    Por ello mis ojos no te ven como el objeto simple que hace parte del paisaje.

    Porque emerges como un milagro de las profundidades del tiempo que rota en nuestro pensamiento.

    Porque en ti habita el olvido y la memoria, que están hechos de la misma materia firme y suave de los besos que aceleran el recorrido abismal de nuestro deseo.

    Es por ello que en torno a un samán se puede tejer la identidad de un pueblo. A la sombra de un samán se dibuja el trazado de sus calles.

    De otro lado lluvia de hojas anuncian la presencia del árbol. La sombra dibuja su forma floreciente. Los pájaros habitan en sus ramas tendidas. Su olor a verde tiende su mirada en mi olfato. Su pináculo (copo) nos comunica con el infinito de donde vemos venir la lluvia que acaricia su follaje enternecido.

    En cada pliegue de su rostro de árbol en que nos detenemos, mientras las sombras devoran el crepúsculo, desciframos los temblorosos enigmas de la existencia que nos antecede, en las antiguas horas. Su semblante emerge multiplicado en cada hoja, en cada gota de invisible sabia que nos convoca, que nos ata a su raíz de tierra de donde emerge el esplendor que aspiro, originado en este canto.

    Hay en sus hojas una lágrima dibujada, lagrima de savia silenciosa. Todos los pájaros han decidido quedarse esta noche a dormir en su sonrisa, a disfrutar la caricia de sus parpados. También la sonrisa de Tania se ha quedado a dormir en sus vigorosos brazos encarnados de auroras. Esa sonrisa sugerida por los trazos de calidez que le ofreció la vida.

    "la mujer es la tierra y el hombre es el viento" dice un hombre de patio, un hermano de árbol que respira el verano, un patiero viejo que asegura haber deambulado mucho y que sigue haciéndolo, desde el mundo de las sombras, "en torno a esos árboles frutales, oyendo el sonido del tiempo entre sus ramajes". (Rojas Herazo).

    edu.red

    No soy un patriarca, mucho menos un patriota, yo nací en un patio del mundo. No tengo nacionalidad. Mi país está en las entrañas de la tierra. Soy de un patio, un viejo patio. Voy deambulando como un sonámbulo entre los árboles que me prestan su aliento y me ofrecen su alimento. En mi peregrina herencia he visto derrumbar muchos árboles. Como el primer nómada de la tierra sigo buscándome entre el bosque, entre floridos arrayanes, cambulos y gualandayes.

    No sabemos las penas del sauce llorón, como no sabemos "qué piensan los chiminangos que meditan a orillas de los remansos", pero sabemos el sentido en que camina el viento por la danza del árbol. Aunque un ser estático como el árbol podría no danzar, por estar atado a su raíz que le impide cualquier desplazamiento, su danza sucede como un íntimo acto de amor, pues el viento en medio de su danza acaricia su ramaje y siente su quietud aparente de tronco como una aceptación de su aliento venido de muy lejos. El viento siente que no hay nada más plácido y musical que las manos del árbol. Su silbo entre las hojas se convierte en un cosquilleo placentero al oído del árbol que retuerce sus ramas entre risa y encanto. No hay escultura viva más duradera que la naturaleza del árbol, ni talla más sincera que la que brota del amor entre el madero y el trabajador que lo talla y esculpe en él su pensar y su ser.

    El sentido y el sonido del árbol nos dan razón de lo que no podemos ver. De esa forma y sentido que guarda el árbol esculpido por hombre y naturaleza en su expresión estética y el dulce sonido de la música que mata o revive la congoja, que despierta la añoranza del árbol y la evocación del hombre que escucha su entrañable savia extraída por el árbol desde lo más profundo de la tierra. Su sentido y su sonido nos dan razón de lo tangible y lo intangible, del suave arrollo en su murmullo, del manso delirio musical que brota del madero y de la hoja que no logrando contener el aliento se desprende suave y lentamente como si escribiera en el aire la partitura que anuncia su partida. De esta manera el árbol nos transmite, nos da razón de lo que no podemos ver, ni escuchar directamente, de ese misterio intangible de la naturaleza, de ese misterio de la materia que acaricia la tierra por todos los lugares de su cuerpo, como el pensamiento de Borges los hiciera con la filosofía como materia prima de su poesía.

    Viento y rio siempre van en compañía del árbol. El árbol lleva en sus entrañas su propio afluente. De ello dependen sus sonoros lamentos o su incomparable manera de reír ante la luminosa lámpara que ilumina el entorno de la tierra. Del rio y el viento que cruzan por su cuerpo se desprenden sus cosquilleantes susurros o su libre declamación de cántaro aguas abajo.

    Las emociones y ritmos del árbol, su siempre original poder de evocación. Basta con un obstáculo que le impida estirar una de sus ramas o mover a su gusto una de sus raíces, y ya el sentido de su tronco abra perdido algo para siempre en el sentido de su natural jurisprudencia libertaria.

    No debemos ignorar que en toda mirada el árbol pierde algo esencial, porque como en el poema, cada lector le roba algo de su sentido para sí. Todos sabemos que por perfecto que sea el árbol como creación de la naturaleza, como milagro que cantara el poeta cuando pidió silencio. silencio, la tierra va a parir un árbol. Cuando nos recuerdan que los hombres hace siglos vivimos de los árboles y necesitamos siempre de ellos no podemos de ninguna manera negar nuestra hermandad con todos los seres de la naturaleza que dependen de su existencia, como sucede con el agua sin la cual no podríamos vivir.

    Entre las cosas que conforman la naturaleza, lo más cercano al hombre es el árbol que lo espera siempre con su acogedora sombra.

    Li Po escribió sus mejores versos a la sombra de los cerezos en flor, Fernando su Jai ku debajo de una ceiba enamorada.

    "¿De qué árbol en flor? No sé, ¡pero qué perfume!"( Matsuo Basho) no podía vivir sino al lado de sus hermanos de la intemperie, de sus olmos en flor.

    ¿Quién canta mejor la primavera que el árbol?

    Si no existieran los arboles la sensibilidad humana estaría confinada en el horizonte de su imaginación y no abríamos llegado a esta época de sueños arbolados y modos de vivir compartidos en los parques bajo sus ramas protectoras, no habríamos llegado a estas emociones y anhelos que son comunes a toda humanidad. Las hojas del árbol son como esas infinitas cosas, tejidos que se pierden sin remedio en sus colores, en sus distintos tonos de verde, verde de indivisibles matices. Cuanta felicidad podemos encontrar en torno a un conglomerado de hojas, organismos que festejan su agosto. Cuantas cosas suceden bajo el árbol y encima de sus hojas. POR ENCIMA DE LA SOMBRA EL ARBOL, POR ENCIMA DEL ARBOL SOLO LAS NUBES. Aconteceres que no habíamos pensado, imaginado ni sentido y que nos llegan escritas en el lenguaje de las hojas que en últimas son la esencia del árbol en el tejido de cada una.

    Las hojas nos cuentan en su arquitectura los secretos del árbol y las semillas guardan con esmero su historia y nos hacen sentir cuan enorme es todo aquello que no alcanzamos a percibir en el árbol por no conocer a fondo su lenguaje. Cuanta belleza permanece inaccesible para los humanos en las formas ocultas del árbol.

    El más alto árbol, el primero de los arboles de todos los tiempos, cuando el poeta anduvo entre flores zapotecas y "dulce era la luz como un venado y era la sombra como un parpado verde" (Neruda, Canto general)

    Por el camino de los sauces desciende el fundador, y en torno a un Samán funda una villa. Ya en las hondonadas de otra cordillera habían fundado un pueblo en torno a una ceiba gigante y la ceiba aun con sus heridas hoy guarda su memoria de aquellos tiempos.

    Sin ti sauce llorón no es posible la danza del viento, que aunque te enloquece con sus emociones, no dejas de parecer triste. Al fin de cuentas sabes que hasta el viento es algo que nos pasa y se aleja. Tal vez lloras por ese borracho que te arrodilla a su voluntad, ante el agitas tus copos y meses tus brazos como si el arrullo fuese concertado. Como me encantan tus delirios sauce llorón, como me duelen tus tristezas de árbol. Luego el viento se retira a otros lugares. Busca otros bosques, ama a otros árboles, se lanza contra otros riscos, habita otras profundidades, se lanza a otros abismos y camina despacio por otros valles, mientras en tus ramas se queda el recuerdo mirando como el pájaro teje su nido en la rama, como el canto se vierte hacia el aire. Entonces vuelve la ansiedad a florecer en tus lágrimas, de hechizos se llenan tus hojas. Lanza tus suspiros, tus mudos clamores y el eco es la roca que tampoco canta. Al llegar la lluvia como alegre sabia de alocados trinos y de alegre capa en tu seno se hamaca a alimentar tu savia.

    (Ver la higuera de Juana de Ibarbourou. Pag 44. La hermosa higuera que canta al viento)

    Juana de Ibarbourou

    JUANA DE IBARBOUROU

    LA HIGUERA

    Porque es áspera y fea,porque todas sus ramas son grises,yo le tengo piedad a la higuera.En mi quinta hay cien árboles bellos,ciruelos redondos,limoneros rectosy naranjos de brotes lustrosos.En las primaveras,todos ellos se cubren de floresen torno a la higuera.Y la pobre parece tan tristecon sus gajos torcidos que nuncade apretados capullos se viste…Por eso,cada vez que yo paso a su lado,digo, procurandohacer dulce y alegre mi acento:«Es la higuera el más bellode los árboles todos del huerto».Si ella escucha,si comprende el idioma en que hablo,¡qué dulzura tan honda hará nidoen su alma sensible de árbol!Y tal vez, a la noche,cuando el viento abanique su copa,embriagada de gozo le cuente:¡Hoy a mí me dijeron hermosa!

    De su libro de 1919 Lenguas de diamanteEL CIPRES

    Quizás nació en JudeaPero se ha hecho ciudadano en todoslos cementerios de la tierraParece un grito que ha cuajado en árbolo un padre nuestro hecho ramaje quietono ampara ni cobija. Siempre clamapor los muertosY si a veces se enrosca por su troncoun rosal que florece en los veranos, como un trapense extático no sientela brasa de la flor sobre sus gajos Tiene pasta de asceta, el solitarioO pasta de abstraídoPero si uno está hastiado o está triste,le hace bien recostarse contra el troncorecto y lisoSe siente algo sedante en la mejillacomo si dentro del leñoso tallouna intuición ardiente y sensitivacompadeciera el gesto de cansancioNunca el ciprés comprenderá la risa,la plenitud, la primavera, el albasólo se da a la angustia de los hombresy arrulla el sueño eterno como un ayaes un gran dedo vegetal que siempreestá indicando al ruido: ¡calla! 

    LA CUNA

     Si yo supiera de qué selva vino

    El árbol vigoroso que dio el cedro

    Para tornear la cuna de mi hijo…

    Quisiera bendecir su nombre exótico.

    Quisiera adivinar bajo qué cielo,

    Bajo qué brisas fue creciendo lento,

    El árbol que nació con el destino

    De ser tan puro y diminuto lecho.

     

    Yo elegí esta cunita

    Una mañana cálida de Enero.

    Mi compañero la quería de mimbre,

    Blanca y pequeña como un lindo cesto.

    Pero hubo un cedro que nació hace años

    Con el sino de ser para mi hijo,

    Y preferí la de madera rica

    Con adornos de bronce.  ¡Estaba escrito!

     

    A veces, mientras duerme el pequeñuelo,

    Yo me doy a forjar bellas historias:

    Tal vez bajo su copa una cobriza

    Madre venía a amamantar su niño

    Todas las tardecitas, a la hora

    En que este cedro amparador de nidos,

    Se llenaba de pájaros con sueño,

    De música, de arrullos y de píos.

     

    ¡Debió de ser tan alto y tan erguido,

    Tan fuerte contra el cierzo y la borrasca,

    Que jamás el granizo le hizo mella

    Ni nunca el viento doblegó sus ramas!

     

    Él, en las primaveras, retoñaba

    Primero que ninguno.  ¡Era tan sano!

    Tenía el aspecto de un gigante bueno

    Con su gran tronco y su ramaje amplio.

     

    Árbol inmenso que te hiciste humilde

    Para acunar a un niño entre tus gajos:

    ¡Has de mecer los hijos de mis hijos!

    ¡Toda mi raza dormirá en tus brazos!

     

     Alabanza del álamo 

    Cobra no sé que resonancia de música el viento al cruzar por los pinos.Es algo en verdad hermoso la ramazón violeta de los paraísos florecidos y el movimiento pausado de los sauces, cuyos ramajes son como largos collares suspendidos sobre el agua.Los eucaliptos, con el olor de salud de sus hojas agudas, su gran tronco recto, su copa oscura y suelta, dan gusto de mirar.Pero mi corazón va hacia el álamo, que no florece ni tiene aroma, ni gajos graciosamente curvos. Se me llena el alma de alegría cada vez que paso junto a un álamo.No podría decir en qué consiste su encanto. Tronco gris y hojas de un verde vivo y clarísimo. Nada más.Sin embargo, parece que fuera el novio de la lluvia y que es tan alto para estar más cerca de las nubes, cargadas de agua fresca.Cada árbol tiene una fisonomía especial: el ciprés parece un dedo puesto sobre la boca de los ruidos para imponerles silencio; el ombú es una gruesa campesina hospitalaria; el mimbre un chicuelo que hamaca a la luz en sus ramas elásticas.Pero el álamo es un muchacho de largas piernas que sonríe a todo el mundo, que esconde nidos y que de noche cuchichea cosas dulces con la luna.El álamo nunca está triste, ni aun en invierno, cuando el frío le ha deshilachado su casaca verde. Se viste de gris claro y sigue sonriendo a las tormentas y a las granizadas.Él da al hombre algo que vale tanto como un cesto de frutas maduras: le da el deseo de sonreír y de ser, como él, delgado y alegre.

    Juana de Ibarborou

    El nido

    Mi cama fue un roble y en sus ramas cantaban los pájaros. Mi cama fue un roble y mordió la tormenta sus gajos. Deslizo mis manos por sus claros maderos pulidos, y pienso que acaso toco el mismo tronco donde estuvo aferrado algún nido. Mi cama fue un roble. Yo duermo en un árbol. En un árbol amigo del agua, del sol y la brisa, del cielo y el musgo, de lagartos de ojuelos dorados y de orugas de un verde esmeralda. Yo duermo en un árbol. ¡Oh amada!, en un árbol dormimos. Acaso por eso me parece el lecho esta noche, blando y hondo cual nido. Y en ti me acurruco como una avecilla que busca el reparo de su compañera. ¡Que rezongue el viento, que gruña la lluvia! Contigo en el nido, no sé lo que es miedo. 

    JUANA DE IBARBOUROU

    Los pinosJuana de Ibarbourou

    Yo digo ¡pinos! y sientoQue se me aclara el alma.Yo digo ¡pinos! y en mis oídosRumorea la selva.Yo digo ¡pinos! y por mis labios pasaLa frescura de las fuentes salvajes.Pinos, pinos, ¡pinos! Y con los ojos cerrados,Veo la hilacha verde de los ramajes profundos,Que recortan el sol en obleas desigualesY lo arrojan, como puñados de lentejuelas,A los caminos que bordean.Yo digo ¡pinos! y me veo morena,Quinceabrileña.Bajo uno que era amplio como una casa,Donde una tarde alguien puso en mi boca,Como un fruto extraordinario,El primer beso amoroso.Y todo mi cuerpo anémico tiemblaRecordando su antiguo perfume a yerbabuena.Y si me duermo con los ojos llenos de lágrimas,Así como los pinos se duermen con las ramasLlenas de rocío.

         Juana nació en Melo el 8 de marzo de 1892 y murió en Montevideo en 1972.  Escribió prosa y poesía.  En 1929 es aclamada como Juana de América en el Salón de los Pasos Perdidos.  Entre sus obras poéticas podemos destacar "Raíz salvaje" (1922), "Romances del destino" (1955) y "La pasajera" (1967).  En su prosa recordamos "El cántaro fresco" (1920), "Chico Carlo" (1944) y "El dulce milagro" (1964).

    Gustavo Tatis Guerra.

    EL SOÑADOR DE BOSQUESLos árboles no duermenAtravés de sus sombras viajan y recuerdanreconocen la mano que guarda sus silenciosy cuando la brisa pasa se inclinan a saludarla.Bajo la tempestad escuchan la agonía de los arboles viejosy saludan desde sus orillas inmóvilesel sereno esplendor de la caída.Saben que el hombre que vino anoche y los abrazóguarda en su interiorla antigua sabia de los orígenes,tal vez jamás vuelvan a versepero el siempre llevarála secreta sombra de un corazónplantado en el viento,una raiz secretaque cada dialo acercará más al cielo.

    En este viaje poético por el cuerpo del árbol, por la existencia inexistente de la memoria del árbol. Por el sueño del árbol que se configura, se multiplica en la semilla, se expande y se vuelve espejo de si mismo, laberinto de espejos en un sueño de árbol que se encuentra con su origen y halla su hermandad en el hombre y su lenguaje como posibilidad creadora.

    Gran misterio guarda la intimidad del árbol

    Que canta a la tierra una tarde de lluvia

    Frente a una puerta, al final de un camino.

    Pagaba con sus frutos a la madre tierra

    Que alimenta a los hombres y a las bestias

    Que nutre a los pájaros y da de beber a las mariposas

    En su girar eterno de luces y de sombras

    Nunca acepto su efímera existencia,

    Nunca acepto detener su ascenso

    Pues seguía elevando sus ramas hacia el cielo

    Y sus raíces empujando hacia el núcleo de la tierra.

    Bajo su sombra sufrimos o gozamos nuestras breves horas.

    En su apariencia indiferente y muda la entraña de la tierra

    Prodiga diariamente su porción de savia.

    Cuando los hombres sufren sus brazos también lloran.

    Cómo ignorar el milagroso secreto que entraña cada especie.

    ¿Por qué retardas las auroras?

    ¿Por qué las noches se yerguen bajo tu abrigo mucho más negras y arriesgadas?

    Las sombras erigen alas bajo tus tendidos brazos.

    Tu rostro se dibuja en las frías aguas del estanque

    ante la misteriosa mirada de la luna.

    Somos la conciencia lívida del árbol,

    El aliento extraño de sus quejidos en lo elevado de la noche,

    Mucho antes del concierto auroral de los pájaros.

    Insectos que se miran en el rocío de sus hojas como en inciertos espejos.

    ¿Quiénes somos sin tu presencia poética? ¿A dónde vamos sin tu recuerdo de palabras rumorosas?

    ¿Por qué venimos justo a tu regazo? ¿Acaso conoces el destino de los hombres más allá de la muerte?

    ¿Qué crece en la intimidad de tu existencia, sino el ciego designio de la ausencia de sentimientos?

    Eres el oasis buscado después de estos desiertos donde habitan los sordos a tu canto.

    ¿Por qué no nacemos con un árbol? ¿Por qué no nos nace un árbol como tumba?

    El árbol lanza sus preguntas a la tierra. La tierra guarda su recóndito silencio.

    Nada contesta al árbol que pregunta.

    ¿Por qué no damos constantemente una respuesta de vida a cada árbol?

    ¿Por qué no convertimos cada semilla, cada fruto consumido en la matriz que da a luz un árbol; para que así digamos siempre con el poeta, ¡silencio la tierra va a parir un árbol!?

    ¿Qué tanto nos cuesta llenar cada una de nuestras vidas de frutos, de poemas, de semillas y de arboles?

    En torno a estos y otros árboles frutales, voy oyendo tu canto entre el sonido del tiempo que crece en sus tupidos ramajes.

    Me estremezco en el fondo del árbol

    En la reminiscencia evoco el árbol de saudades eternas.

    Bajo este árbol de profundos recuerdos

    Espero el milagro alegre de la dorada naranja.

    El recuerdo intenta huir y lo ato a su tronco de árbol,

    A su arboladura de antiguo guamo sobre los viejos cafetales, plantados con semillas de etiopia, entre el maíz y el bejuco de batata.

    Este recuerdo de marfil, esta memoria vegetal adherida al mármol,

    tallada como un antiguo sello de tiempos idos.

    Voy recorriendo estos árboles antes de morir entre ellos,

    Como uno de ellos que sale en puntillas y mide cada paso, cada encumbramiento,

    Cuidando su sombra y su sonido.

    Hasta quedar convertido en el recuerdo de una sombra sin sonido.

    El árbol de tu nombre, el de los cadáveres colgados de sus ramas secas. El de los mayas. El del conocimiento. El del odio. El de tus ojos henchidos. El de la memoria. Me recalo en tu sombra. El que recarga su gordísima sombra del árbol cargado de peces. Los taladores no practican la poesía sino la egosia. La ceiba de la espada y la cruz. El almendro, el árbol de Aureliano. El de Rojas Herazo. El hombre árbol. El del ahorcado. El limonero de Lorca.

    Los adversarios de la sabiduría del árbol. Todo tu cuerpo de árbol parece erguido sobre la igualdad. Tu verticalidad parece un juego de equilibrio entre la abertura de su ramaje y la profundidad de sus raíces. Pero no. El principio esencial de tu existencia descansa en el dominio de tu ley, que es la contradicción, la lucha constante entre tus partes. La ley que se manifiesta constantemente en todos los alrededores de tu existencia y a la cual los seres pensantes no podemos escapar.

    ¿Por qué no convertir el campo de sepulcros en un bosque de mandarinos en flor?

    ¿Por qué no comernos a la amada en un rico jugo de tamarindo? ¿Por qué ocultamos, respetamos y honramos a los arboles de familias ilustres, pero al matarratón, al mango y al ciruelo no? ¿Por qué nada decimos del sagrado árbol del pan? ¿Por qué no pronunciamos la condición de paria que en la ciudad tiene el mandarino?

    Yo declaro asesino de arboles a todo el que usa el hacha para cortar su vida. Declaro arboricida y criminal al que hace uso de la motocierrra para derribar cualquier especie nativa de los que han sido nuestros bosques tropicales. Rechazo al que usa el filo contra la vida de mi hermano domador permanente de su sombra. Ante ti me prosterno árbol de todo conocimiento, árbol del saber ante ti me postro mandarino para darte gracias por la dignidad de tus jugos, por el aurífero color de tu envoltura madura. Ante ti melocotonero. Ante ti levanto mi voz erótico arasá. Desaparecido madroño. Exótico carambolo de los patios cartagueños. Gracias grosello por la protuberancia de tus frutos. Gracias pomo por tus atléticas y sensuales miradas.

    Veo como (tu )la nube haciende con tu presencia de árbol, como extiende sus brazos como sagradas alas. Su corazón está en cada hoja que se extiende por vez primera a besar otra hoja de un árbol hermano. Nos erguimos en el mundo soberano como el árbol joven cuando se abre al sol del amanecer y extendemos nuestros cortos brazos hacia el infinito tratando de abrazarnos a la ternura natural de sus brazos hermanados. Me sumerjo entonces en el mundo de las hojas y el rocío salpica sobre mi frente el cristal de la bruma que se aleja.

    Alcanzar el cielo con sus ramas, escalar por su tronco hasta la cima y tocar el cielo sostenido en la firmeza de sus raíces. Esta es quizá la más bella de todas las ilusiones con que la naturaleza favorece la debilidad de mi ser que sueña, que se sueña savia creadora. Como aquel chico de Ítalo Calvino en El barón Rampante

    Sagrado símbolo, evidencia de vida que asciende, pensamiento que se ramifica en su siclo cósmico. Universo de hojas que se despoja y se recubre. Es el árbol el que permite al hombre la metáfora de hurgar, hundir y profundizar las raíces del ser. Su tronco es el hermano de la superficie que se extiende en sus primeras ramas, en sus primeras respiraciones de árbol. Luego sigue expandiendo su aliento por el cuerpo en un lento y pausado ascenso de su ramaje superior. La cima más alta del árbol es atraída por la luz sin límites del firmamento con sus astros tutelares en sus lejanas alturas. En aquel aire lo acompañan aquellos otros seres que habitan las alturas. El reptil se arrastra sobre sus raíces, trepa por el vertical tronco a tomar la fruta de su mano de árbol. El ave se estremece con la presencia del reptil y pega vuelo a una rama más alejada. Mientras el pájaro vuela entre su ramaje, el agua circula como savia para que la tierra se integre a su elemento y adquiera su dureza de arcilla cocida. El aire penetra por sus ramas y acude a alimentar sus hojas. Luego, en la naturaleza de la tormenta, el rayo alimenta su fuego y la llama se alimenta del árbol.

    Partes: 1, 2
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