Por las arterias del árbol, por las avenidas donde circula su savia, por sus profundidades intestinas, se va tejiendo el milagro de las vetas que adornaran la suave desnudez de la madera convertida en mesa con olor a árbol. Aun a pesar de aquel poeta que los llama "nudosos monstruos del bosque/ que aun para leños son rudos" el tejido vegetal que guarda el árbol en su vientre y las formas retorcidas y aparentemente deformes hacen parte del lenguaje poético del árbol que con más heridas que miembros hace calle en el marco del espejo después de haber habitado entre la vecindad de adelfas y pinos. Es entonces cuando el humilde marco del espejo lleva al que mira su imagen a preguntarse qué "piensan los chiminangos/ que meditan a orillas de los remansos. Y por qué si entre vetas de árbol somos engendrados y sobre maderos fuimos paridos, nos cuesta tanto reconocer la hermandad del árbol. Si también entre el desgarrado árbol iremos a la sepultura por qué no aprovechar y sembrar en el centro de nuestro cuerpo un mandarino para que el campo donde se entierran los cadáveres sea un alegre bosque de mandarinos y no nos lleven más a campos mustios sino al bosque de mandarinos en flor.
Va entonces en esta poética toda la mirada sobre el árbol. Todo te diviniza lágrima de oro en florescencia. Tu entre los arboles umbrosos que susurran en las noches tu adorada presencia. Mientras la luna, atada a los bejucos, alimenta de ti su dorado velo, como divina compañía de los bosques nocturnos. Toda la alegría del cielo se vierte sobre el árbol. El sol regocijado se posa mañanero luciendo sus auríferas guirnaldas. Sobre el guayacán un golpe de amarillo cambia el entorno para ser exaltado por cuanto lo rodea.
Ante la multitud de manos que se abren para recibir los primeros rayos esta aquel ser con todo, aquel al que la vida le brota de su entraña, símbolo del hombre que te ama y te venera: árbol del pan. Toda la naturaleza se pone a la altura de tu florecimiento, en la fuerza que se deposita en cada flor, en cada pételo que se aferra a la vida.
Ningún vergel es falto de tus frutos y nada te iguala en hermosura árbol del pan. Tus divinas hojas van por el campo acompañando el viento, porque el aliento de la tierra encuentra en ellas su mejor escolta y pregonero, el que anuncia su paso con las mejores notas. Hoja gigante que con los más dulces susurros rasca la tierra. Todos los arboles de la tierra sabrán que soy tu amante oculto, parece decir el viento enamorado, tu tinieblo entre ramas acariciantes. Que eres el cuerpo que dignifica con su savia al árbol elevado, ese el fluido transportado por los tejidos de conducción de tu cuerpo de maciza apariencia. Liquido que se eleva por sus poros internos y que eleva al árbol. Fluido que reverdece al árbol y lo dignifica convirtiendo sus entrelazadas hojas y ramas en verde de todos los colores.
Al árbol de los inicios que no ocupo terreno de ningún propietario por lo que nadie puede imaginar siquiera el derecho a nombrarse dueño de sus descendientes.
Por tanto debemos aceptar que los frutos del árbol son de todos. Que nadie debe intentar ser dueño de los frutos del árbol del pan. Las panas son del árbol, como lo son sus flores y sus tendidas hojas. Por tanto nadie puede poner precio a tus semillas, que son el fruto de la tierra, como el agua que brota en cada instante del fresco manantial de tu boca, de tu raíz amado quiebrabarrigo, de las profundidades de tu tronco encumbrado higuerón. Eres la unidad, el punto de quiebre entre la tierra y el agua. Por ello las nubes besan tus altos ramajes para que tu copo reciba el rocío y la lluvia directamente de la nube para traerla al cuenco de nuestras manos de tu raíz.
La estructura del árbol descansa sobre un fundamento sólido y crece hacia el aire a partir de raíces profundas y en apariencia invisibles a la ingenua observación de su cuerpo fuerte y frondoso desde la distancia.
Oh, caracolí. Tú que coronas la sagrada cumbre de la montaña, tú que eres el lugar de reposo donde el medio día pierde su calor sofocante y el trueno su estruendoso latido ante el canto de tu follaje, solo ante ti puedo hundirme en el remoto pasado de los sueños creadores de mundo.
Hermano que te alimentas de la tierra y el agua y mueves entre las nubes tu ramaje más tierno.
Desde la ventana de aquel amanecer sigo evocando aquella aparición: entre las nubes emerge el ramaje de tu adorada sombra como un fantasma gigante que me mira entre las montañas andinas.
Tu amada ceiba, me lo has dicho en tu memoria, y lo harás por el amor que siempre guardas a los hombres que retornan al armónico árbol de la justicia, que permanecerás en mi tratando de ocultar la luna.
Fuera del trópico el árbol cada año se despoja y se recubre de hojas. Hurga en las remotas profundidades de la tierra donde hunde sus raíces el tronco y sus primeras ramas la historia del hombre. El árbol es la primera escalera por donde el hombre intenta escalar las alturas para llegar al cielo. Todo no fue más que una ilusión que hoy es poesía. Antropología de un imaginario trayecto que tiende a buscar lo que se evapora, a recuperar en espacios de la luna lo que hemos perdido en la tierra.
Sus ramas superiores convertidas en copo, en pináculo, en cima atraída por la luz del cielo. Altura que quieren alcanzar los reptiles que se mueven entre sus raíces y que solo alcanzan las aves que también vuelan van volando entre sus ramas mientras crecen las sombras devoradoras de crepúsculos. El árbol se constituye en relación entre el subsuelo y el infinito mar del aire, puesto que reúne todos los elementos que los filósofos presocráticos de tendencia naturalista nombraran como los fundamentales formadores del universo. El agua como savia se integra al tronco de su cuerpo formado de tierra y aire. Los sólidos, líquidos y gaseosos penetran todo su ser de árbol desde lo profundo de sus raíces al aire que alimenta sus hojas con la vitamina de los rayos del fuego que no cesa. Ese mismo fuego en miniatura que surge de su frotamiento desde los inicios del hombre, cuando Prometeo roba al olímpico la flamígera saeta. En medio de la tormenta el hombre rescata un tizón encendido para alumbrar las noches de sus primeros días. Son los fragmentos de árbol quienes alimentan la hoguera que ahuyenta la pesadilla de las cavernas.
El ascenso del hombre desde su edad primera a la altura del árbol convierte a este hermano en símbolo intermedio entre la tierra y el cielo. Símbolo encarnado en el ascenso hacia una visión del mundo desde el vértice a su horizonte en la más amplia perspectiva. Lo que convierte al árbol en eje del mundo. Eje del molino que nos desharina, que nos vuelve polvo enamorado de nuestro origen.
La mirada del cuervo, con su mirada oscura de poeta maldito, se asola en su ramaje. Al igual que todas las aves del cielo encuentra reposo en su ramaje. El poeta encuentra en su textura una especie de estado superior del ser, de su ser de poeta que ilumina de verde los campos. Para el poeta todo es vínculo en el tronco del árbol. El árbol se convierte en la manifestación individual de su espíritu universal que reposa sobre sí mismo. Sobre la rama que se balancea. Cuando el poeta levita esta en el árbol encarnando el pájaro. Por ello, para la mitopoesía, el palo, el falo y al pájaro son el mismo árbol del bien y del mal donde todo se origina desde la imaginación creadora que remonta su vuelo al ámbito de lo sobrenatural cuando no encuentra otra manera de llamar a la dicha y al sufrimiento, al placer que llama el deseo o al desastre que señala la culpa con sus dedo acusador.
Entonces dice el poeta que
Cuando la oscura noche se derrama por todos los rincones del campo (de la tierra) y aparece la luna bañando las montañas, el ramaje del árbol se yergue cual paloma que estira sus alas en vuelo sonriendo a la quieta gestualidad despeinada de cantos mañaneros. El poeta prefiere entonces ser incorporado al árbol y fundir su mirada con los materiales verdes, fundirse a su inmovilidad desamparada que se torna en solitario chamizo.
Cuando me siento en un madero, en un fragmento de árbol, en el tronco caído y siento la intensidad de su aliento de arcanos eucaliptos, su aroma a la estatura del romero, consagro abiertamente mi corazón a la tierra grave y doliente. Levanto el árbol de mi mano abierta y leo en sus líneas el futuro del árbol. Paso entonces del taburete o la banca al árbol más cercano en esta noche sagrada de la tierra con su luna ausente, le prometo amarlo fielmente hasta la muerte y después de la muerte ser un autentico mandarino, un guácimo, un aguacate o un autentico naranjo ombligon.
Sin temor a una pesada carga de fatalidad, prefiero ser una pesada carga de frutalidad en el inmenso zapote. Sin desprecio a sus enigmas de árbol edipico en Colona. Y así ligarme al árbol de Yocasta con su lazo mortal. Porque así el hombre es un árbol cuando sueña y es lenguaje cuando piensa. Ni la vieja roca muda palpita como el árbol cuando a sus antigüedades se refiere, pues un leño encendido de árbol fue la culpa que hallaron los dueños del Olimpo, contra uno de ellos, para atarlo eternamente a un peñasco. En el corazón del árbol dibuja eternamente cada pálpito y cuando muere su corazón, en betas grabado, dibuja el camino de su descenso a las profundidades y se queda en la tierra como un sello imborrable, como una huella porque ese es el destino del árbol. Cuando millones de árboles fueron sepultados por el mar hace millones de años empezó a tejerse la desgracia de un territorio cuya población se ubico encima de aquel inmenso cementerio de arboles añosos y recios. Hoy aquellos inmensos bosques, son un mar subterráneo de hulla que no benefician sino que trae miseria a los pobladores de tierras sometidas por seres que encarnan la atrocidad.
Lleno de meritos esta el tronco del árbol que hace de esta tierra su morada, que recalca en él la poesía. El don de la belleza y de la profecía escrita en sus carbones cristalizados. En su cuerpo petrificado, en su huella de bosque mineralizado, extendida sobre la roca subterránea, en la entraña de la más septentrional de las penínsulas sudamericanas, la de la Guajira.
Estar solo y sin árboles es como estar en los terrenos de la muerte. En el desierto de la soledad que anuncia El Cerrejón en medio siglo de miserias. Nada somos sin árboles, es su sombra lo que buscamos, lo que es fruto y reposo para nosotros, los que nos sabemos peregrinos de la tierra, es para los ciegos sedientos de ganancia tan solo una materia prima de sus mercancías, tan solo el alimento de su vehemencia descomunal y devoradora de vidas y de sueños. El combustible de su hoguera de infamias.
El árbol diviniza con su magia los frutos que comparte con los hombres y los pájaros. En la divinidad del árbol creemos sólo los que somos arboles cuando soñamos. El árbol es peligro ante la tormenta, es el blanco donde el choque de nubes dispara el rayo. Pero también su cuerpo puede ser la salvación del rayo. Por ello no hay mayor inclinación humana que reconciliarse con el (rayo) árbol. Nada necesitamos tanto como el sagrado roble que me ayuda a celebrar y a agradecer al cielo por los dones de la tierra. Porque podemos crear muchas cosas, pero solo podemos salvar los frutos del mundo si sabemos proteger los bosques con todos los arboles y lo que a diario recibimos de ellos. Todo aquello que no nos está permitido hacer porque es la labor sagrada de la naturaleza.
El árbol es lo que nos fue dado por la madre tierra sin que sepamos cómo, ni por qué. Se nos ha dado el árbol del pan con sus hojas de gigante y su encumbrado cuerpo. Podemos transformarlo todo. Podemos destruirlo todo, pero con ello también nos estamos destruyendo. Cuando sometemos o dominamos la morada del árbol, estamos cavando nuestra propia sepultura como seres vivos que pensamos y soñamos. El árbol de mis entrañas expandes sus alas para asombrar los sueños del poeta que dormita sobre la mecedora de fino roble. Los últimos hombres en el desierto, sin una sombra, sin oxigeno, sin donde ahogar su sed, sabrán que es padecer la intemperie de su ausencia. Sabrán lo que es la naturaleza sin las cosas fundamentales que la conforman. Cuando alguien corta un árbol altera el fluido del planeta. Cuando alguien interviene los arboles que conforman la cuenca del Amazonas, interviene todos los ríos de la tierra. No existe en la tierra un solo sitio que no esté conectado a todo el ecosistema que deriva del bosque amazónico. Por ello allí cada árbol nos enseña el profundo sentido de responsabilidad que debemos tener. Debemos detenernos a interpretar el mundo desde el equilibrio contradictorio del árbol, comprenderlo desde lo más profundo de su raíz hasta la más encumbrada altura de su copo. "un sauce de cristal/un copo de agua" un álamo blanco descrito por Octavio Paz en piedra de sol. Hasta LA RAMA más empinada que señala al cielo, que apunta a las alturas con el dedo corazón de su mano tendida al infinito.
Si comprendemos en el árbol el tremendo poder de creación y de transformación que nos enseña la naturaleza, todo lo que hemos logrado gracias a la lección del árbol con su paciencia infinita, emprenderíamos una renovación de los lazos con el árbol, del abrazo con el árbol, que fue el primero que nos tendió sus brazos en la edad primera del hombre sobre la tierra.
Renovando nuestro primer abrazo con la madre tierra en su forma de árbol podríamos recuperar el origen y renovación constante de la cultura de nuestra especie fundada en la semilla del que sembró el primer árbol. Solo el abrazo sincero con el cuerpo y el espíritu del árbol, del inmóvil y mudo hermano que agita sus ramas cuando nos ve pero no dice nada, nos vuelvan a la unidad con la tierra, a la armonía con la naturaleza. Sólo con una renovada relación con el árbol lograremos dominar la soberbia y la codicia y construir un verdadero esplendor de la civilización futura.
El árbol nos propone su guía de la misma manera que erige su propio mapa y su topografía. La topografía del árbol que traza sus propias leyes de comportamiento, la religión de su ramaje predica sus oraciones a la luz del crepúsculo, inventa cada día su propio lenguaje para saludar la aurora. Todo su comportamiento ante el sol y las nubes obedece a una cosmogonía propia. A su propia naturaleza de árbol.
Antes del hombre empezara a masacrar a su hermano
"el jacaranda elevaba espuma
Hecha de resplandores transmarinos,
La araucaria de lanzas erizadas
Era la magnitud contra la nieve,
El primordial árbol caoba
Desde su copa destilaba sangre,
Y al sur de los alerces,
El árbol trueno, el árbol rojo,
El árbol de la espina, el árbol madre,
El ceibo bermellón, el árbol caucho,
Eran volumen terrenal, sonido,
Eran territoriales existencias"
Neruda.
Pero llegaron los muy civilizados, los de la destrucción a cuestas, los que siembran la muerte por quilómetros y ríen como hienas de sus descomunales crímenes. Llegaron a profanar las auroras del guanábano, a podrir con su aliento el verdor del mamoncillo, a llenar de sepulcros oxidados el verdor de los campos, a fatigar con la miseria de sus esputos la madre selva del yurumo blanco, a cubrir de desiertos su mar de las tristezas, en estas tierras donde el bosque era la vida y el hombre su habitante y buen hermano.
Tienes del archipiélago las hebras…Tienes del archipiélago las hebras del alerce,la carne trabajada por los siglos del tiempo,venas que conocieron el mar de las maderas,sangre verde caída del cielo a la memoria.Nadie recogerá mi corazón perdidoentre tantas raíces, en la amarga frescuradel sol multiplicado por la furia del agua,allí vive la sombra que no viaja conmigo.Por eso tú saliste del Sur como una islapoblada y coronada por plumas y maderasy yo sentí el aroma de los bosques errantes,hallé la miel oscura que conocí en la selva,y toqué en tus caderas los pétalos sombríosque nacieron conmigo y construyeron mi alma.XXX De: Cien sonetos de amor, 1959
Neruda.
"sabana seminal, bodega espesa,
Una rama nació como una isla,
Una hoja fue forma de la espada,
Una flor fue relámpago y medusa,
Un racimo redondeo su resumen,
Una raíz descendió a las tinieblas."
"cascaras sagradas en sonoras maderas.
Extensas hojas que te cubrían
La piedra germinal, los nacimientos".
"otero verde"
"Árbol de sangre, aroma en tu madero después del rayo"
"Bosques de secretas maderas inconclusas
Y ando entre húmedas fibras arrancadas
"Al vivo ser de substancias y silencio."
Neruda. (Canto general)
Por ello va mi canto en tu silencio del color del mundo
En el llanto mudo de tus cicatrices.
Caigo al imperio de tu memoriosa entraña
Dulce materia en que mi mano deslizo
Ya que no quiero ser sepultado entre tus ennegrecidas betas,
Pues prefiero escuchar el melodioso crujir de tus raíces
que se desperezan en la alta noche del poema,
ser tu aroma que trepa por tu tronco hasta la copa
en que los seres alado se alimentan de sus mejores frutos.
Arboles envueltos en flores que cantan a la vida y sus desolaciones
Cuando el jazmín de noche llama al aire aromado con su caricia de ángel
En su aura de rosal imaginario,
"en las riberas de la aurora"
Cuando la niebla inicia su galope
entre copa y copa hasta volverse muro
entre montaña y montaña.
Un nuevo aroma propagado llenaba,
Por los intersticios de la tierra,
Las respiraciones convertidas en sumos y fragancias.
(Ver Neruda, Canto general pág. 11).
Polen expandido entre los musgos
Semillas que (se incendian) vuelan entre el vientre de los pájaros,
Mientras la mariposa desliza su lengua en el pistilo del guayacán.
Árbol que asciendes entre tus ramas férreas
Apuntalado en sus raíces minerales,
Árbol de larga geografía.
Árbol sagrado del que fluye la palabra trino.
El hombre vacía, bota del fondo del árbol lo que no contienen ninguna armonía, porque la música está en el fondo del odre sin entrañas, hay que vaciar el tronco del árbol, del cañuto, desnudarlo de su piel, de su vestido de árbol, para escuchar su limpia armonía, el ritmo de sus alas del recuerdo, la música que contienen sus cifradas raíces. Es necesario saber escuchar al árbol, cofre de las palabras y sonidos. Hay que saber reverenciar los sonidos del árbol. Su lenguaje aspira a que el guayacán sea hombre. Y la música de sus flores se convirtió en semilla de hombre. Y el guayacán se hizo hombre y habito entre los árboles. Y el hombre se hizo familiar entre el bosque. Y el guayacán busco a su primera sembradora y el viejo tronco se tendió al lado de la mujer para sembrar más semillas de árbol.
Hermano del país de los alerces, donde los artificios del árbol, que enseño al hombre a navegar por todo el planeta, que hizo naves de su tronco, arrancan a la tierra toda su sabiduría.
Es a partir del árbol que la mente humana da inicio al diseño de sus primeras herramientas y de sus más fantásticas imágenes del mundo. Sus formas ocultas desinhiben y dan forma en la mente imaginativa y en la mano del artesano a objetos inconcebibles que surgen de la observación del árbol a otra realidad y son dibujados en metales y en otros recursos plásticos y poéticos.
El lenguaje de los árboles, su forma de sugerir, las formas secretas que guarda solo para seres intensamente sensibles, pues su forma de emerger en el arte no obedece a prodigios sino a su expresión de verde eternidad y tejido.
La savia de los arboles recorre sus prodigios en cada forma de su tejido profundo, está llena de prodigios que reclama con empeño la mente humana. La habida imaginación busca constante mente en el árbol saciar su sed. De beber en el árbol el estimulo de nuevas formas en flores y semillas, en ramas y brazos, en las retorceduras de su tronco y raíces, en las hojas y sus tejidos, en sus texturas, sus betas, sus cartas de colores. Todas las formas están en la integridad del árbol. Los pueblos creen más en los milagros del árbol que en la ley de la causalidad imperativa de los transgénicos. En la semilla conservada por tradición, esta la seguridad que brinda el mango. Las comunidades que aprecian el árbol como a su propia vida, admiten con mayor certidumbre la fantástica forma del árbol y su sombra, que se arrastra a lo invisible que las verdades demostrables del racionalismo y la lógica impuesta por los sabios del positivismo y la pragmática de los laboratorios de transgénicos. Porque el árbol como el poeta teje su trama de prodigios de tal modo que no repugnan al entendimiento, la inteligencia o el pensamiento creador.
Nos quedamos perplejos ante la escritura que dibujan en su distribución los brazos del árbol. Los hombres solo nos quedamos en los dos con que abrazamos, mientras el árbol abraza el aire y se deja acariciar por la neblina en la multiplicidad de sus extremidades superiores además de su tronco principal. Nos asombran las formas elementales del árbol. Presencia que a los demás parece obvia y carente de misterio. La forma de su raíz, los copos de la araucaria que tienen la belleza de las espadas según Borges. El silencio que guardan, tan cercano al tiempo que se escurre en el reloj de arena.
Nada siniestro se esconde entre los arboles si antes no hemos dibujado su embrujo en nuestra imaginación. De la misma manera que los espejos, están atentos a cualquier movimiento que el viento les designe a cualquier hora del nocturno silencio, además de su autónomo dinamismo de aparente quietud y estatismo inmóvil. Quien siente horror ante el bosque endemoniado es porque ya ha a convertido cada árbol en un endriago terrorífico.
De la misma manera que los poetas sienten el horror de los espejos de agua cuando están presididos de la inmóvil sombra del árbol y la nube ¿cómo sentir pavor ante las formas del árbol sin antes haber fabricado en el laboratorio de los pensamientos algún ser que espía el rumor del tiempo en la quietud del firme y ancho tronco?
Uno no entiende porque cuando el cuerpo descansa con la espalda ajustada a la redondez del árbol, el lenguaje recorre regiones donde resplandecen las flores de suave aroma y donde los muertos han dejado escritas tales maravillas que nadie los considera muertos. Claro que esto sólo sucede en ciertas regiones del árbol. Contagiar de este asombro la mágica historia del árbol, de su gramática de la fantasía, de su libro de historia de las cosas de la casa o de las cosas que se le van ocurriendo al árbol mientras lo vemos crecer entre sombras y olvidos. Porque si no nos olvidamos de mirarlo el olmo no crece. Si un árbol nos puede enseñar tanto de su intimidad individual cuánto no nos podrá enseñar un bosque que es como una biblioteca tropical y cuan sabios no seremos si podemos leer una selva como la del Amazonas.
El árbol en su hábitat natural y el árbol plantado con intenciones de amistad perdurable puede proporcionar a nuestra vivencia un árbol tan fabuloso y tan nítido que bien podría decir un niño que con el árbol estamos inventando un universo paralelo que se va entretejiendo en nuestra imaginación.
Ahora mismo vivimos en un bosque, en un pueblo de arboles y nos comunicamos con cada uno de estos pobladores a través de su aliento fresco y la escritura que desciframos en sus hojas. Por ello nos acercamos a los laberintos que traza su intimidad de savia en tránsito constante, al destino mismo de nuestro ser trazado en las betas internas del hermano árbol, en esa cascada de temporalidades paralelas que recorren la vida de hombres y árboles, que sugieren sus continuas bifurcaciones, sus senderos del agua que almacenan para cuando haya sed en las miradas del jardín.
Cada árbol es un país mágico, cada bosque una galaxia de pájaros e insectos, de rastros y habitantes de la oscuridad que vigilan la buena salud de las raíces. Cada árbol en la medida en que crece va dejando en los otros el reflejo de su acercamiento infinito a la perfección. Cada árbol sabe que por alto que se empine nunca llegara al cielo. Pero al menos tiene la intuición de árbol de que algún día las nubes que inclinan su frente ante el monumento de la montaña se acercaran a besarlo.
El árbol que besa la nube, cuando esta se recuesta a la montaña, sabe que no es una metáfora caprichosa fabricada por algún poeta que persiste en sus observaciones. Cada árbol sabe lo que el viento susurra bajo las estrellas, intuye que el lenguaje del viento eterniza su búsqueda constante y que su influencia sobre el lenguaje de las hojas permanece para siempre.
En este sentido el lenguaje del árbol habla al hombre de su rectitud, de su sensatez ante las aguas que corren enfurecidas a recuperar su herido lecho de otros tiempos.
En el mundo poético de la escritura del árbol, en el lápiz que sigue aferrado a la memoria de mis dedos como el carbonero a su mina de grafito, como el milenario bosque cristalizado, a la antigua roca peninsular, en el dictado del lenguaje que habla a través de la naturaleza de cada cosa.
El inmenso caracolí, un resplandor en el camino. El urapán, cautivo por el gris pavimento que lo cerca, descubre que las líneas y colores de la iguana son secretos mensajes, profundos misterios no descifrados por el hombre metódico y lineal. Son la voz que viene del vientre de la tierra que sólo puede escuchar el hombre que interpreta los cantos del urapán cuando la tarde lo invita a dialogar con su sombra, esa otra oculta voz con que el árbol escribe sus pausados movimientos.
En un milenario bosque de alerces ubicado cerca al Estrecho de Bering, uno de estos antiguos hermanos detiene el universo de su estatura ante un rayo de sol para que el poeta pueda dar fin a su poema y morir con su mirada pendiente de la rama iluminada. En la punta de la rama más alta, cual "pájaro detenido, trémulo, sobre su trino" se queda pendiente la mirada del poeta. Este poeta que en música se derrama permanece tendido en la frialdad de aquel suelo como cadáver insepulto. Antes de morir, el poeta, descubre que la rama tiene atada entre sus dedos el nido de un ruiseñor. Alguien dijo después que por allí los ruiseñores no derraman su música, porque no son pájaros de estos lugares, que tal vez se trataba de un sinsonte. Lo cierto es que el canto se escucho como una flecha en la rama. La nota del que canta se quema viva en el lenguaje del poeta. El pájaro, la mirada, la rama y el último suspiro del poeta que se despide con su postrimero aliento de luz, están constituidos de lenguaje y el poeta se queda en el lenguaje que lo habita. El poeta desaparece como ser vivo ante aquel asombroso prodigio del lenguaje que permanece. Cuando el sol lanza aquella nota amarilla sobre el alerce, el poeta percibe que la rama se vuelve astilla y que de allí nace la flecha que lo alcanza. Dice, quien tomo el poema de sus yertas manos, que el poeta alzó los ojos al cielo y no vio nada, porque nada existe donde habita la muerte.
Fuera de los árboles, donde culminó el poema de toda una vida, el resto es invención de poetas dijo alguna vez un tronco de árbol cuando alguien quiso en el abrir el recuerdo de una herida. Pues son los arboles los primeros en recordarnos que los seres más memorables en la historia de la literatura (que es la historia imaginaria de la humanidad, iluminando constantemente la otra historia), nunca fueron otra cosa que la hechura del lenguaje. Por encima de los árboles están las nubes y por encima de las nubes sólo lenguaje. Pero si el poeta acompaña al árbol descubre que cuando la luna canta su ausencia la sombra se va con ella y sólo queda el árbol bajo las estrellas y más allá de las estrellas permanece el infinito negro donde nuestra voz no alcanza. Las sagradas escrituras fueron creación de la palabra "la palabra era un dios" dice Juan. La palabra dota al hombre de mundo. El lenguaje crea el mundo en el pensamiento. Los poetas reconocen el árbol como su hermano mayor porque estaba en la tierra mucho antes que él y mucho antes que el poeta lo bautizara como árbol de la eterna justicia, como símbolo de la armonía con el cosmos. Antes de ser nombrado como una construcción del pensamiento, ya el árbol era un ser hecho y derecho. Los ángeles, con su vestido manchado de zapote, son creaciones del lenguaje, son seres de la mente, hechuras de la imaginación. Es la imaginación la que dicta al amanuense el nombre de los arboles. Los seres de la naturaleza dejan que primero hable el árbol. Por ello el niño lo primero que aprende es a coger un lápiz. Luego dibuja el árbol de donde fue extraído el grafito, y el árbol de la madera que cubre el grafito y da forma al lápiz. El lápiz es un árbol que dibuja una casa. Así la conciencia se hace materia. El pensamiento como acero derretido sobre las páginas de un libro. Los hombres como esculturas fantasmales que emergen de entre los árboles.
Por ello los arboles que evocamos, cuando son cantados por los poetas, como la ceiba de la memoria o los cambulos y gualandayes, la hoguera que se siembra a la sombra de un samán, la meditación de los chiminangos a orillas de los remansos tienen más perdurabilidad como entes de la realidad, más espacio-tiempo ocupado en la memoria de los hombres que los poetas de carne y hueso que los crean y recrean como cuerpo de sus cantos, pues el lenguaje poético, como creación de universos, tienen más perdurabilidad que los hombres que crean e interpretan el mundo a través de él.
Es por ello que en la cercanía del hombre al árbol, el poeta llena, ese espacio vacío que los separa, de sugerencias, de transparencias de su ser cristalizadas en el lenguaje. El lenguaje como ser que habita todos los lugares de la tierra, se alimenta de la misma savia del árbol del conocimiento, de él, de su realidad material surgen los primeros nutrientes con que el hombre alimenta el pensamiento que lo conduce a ser un sembrador de conocimientos, un cultivador de tradición cultural a través de la madeja del lenguaje. Cuando descubre que de la semilla brota el árbol y planta su primer huerto de olivos, el hombre presiente, intuye y piensa que el poeta tiene razón cuando advierte: ! silencio, la tierra va a parir un roble¡
"Vuelva el árbol al nido de su almendra"
Música que hace pensar en el crecimiento de los ( árbolesY estalla en luminarias adentro del sueño
Alta como el árbol cuyo fruto es el sol
La tierra va a dar a luz un árbol
Autor:
Jorge Diaz
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