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La construcción del paisaje y las ciudades mesoamericanas (Landscape construction and the Mesoamerican cities) (página 2)


Partes: 1, 2

Los altepeme3 y la construcción de su paisaje

El medio físico es geología y clima, que da lugar a las redes hidrográficas, a los suelos y a los sistemas biológicos; todos a su vez, profundamente interrelacionados con el ser humano. Para el caso de Mesoamérica, tal historia de compenetraciones puede remontarse a los últimos cuarenta mil años, en los que la parte más angosta del continente norteamericano siempre dio un albergue más propicio a quienes migraban del norte, tanto en condiciones pleistocénicas, como holocénicas.

Las circunstancias que dictaron la afinidad de lo físico con el ideario humano obedecen a condiciones ambientales holocénicas y a la sedentarización. Los parajes secos y ventosos del norte, se contraponen al relieve sinuoso, en el que se retiene la humedad. Así, la montaña (geología) y el agua (clima), son los elementos primordiales que aseguraban el sustento, convirtiéndose en referentes para la creación de un paisaje real y a su vez, ideal. La retención del conocimiento cultural, plasmado en el orden urbano y en la elección de un sitio para su desarrollo, se vinculó directamente al comportamiento climático regional e interregional.

La coincidencia con el período holocénico, es asimismo, requisito indispensable para todo estudio de paisaje (uno, entre los varios caminos para acercarse a la evolución de la relación sociedad-medio), en tanto que la epidermis de la corteza terrestre ha quedado, a grandes rasgos, dibujada, tal y como la conocemos durante los últimos 10,000 años, por lo que ir más atrás en el tiempo es competencia de otras aproximaciones.

La interpretación del altepetl y su relación con el paisaje, se realiza por medio, tanto de la geografía histórica, como por medio de la historia ambiental. En las que la suma de las alteraciones infringidas al medio en la larga duración, es entendida, fuera de su sustento biofísico, como construcción social y cultural. Cuando Gunn (1994:68-69) nos propone la idea sobre la diversidad biocultural, fruto de la interrelación directa entre las sociedades y un medio determinado y aduce cuanta puede ser la diversidad sobre la tierra, utiliza la circulación general de la atmósfera como elemento determinante en la existencia de grandes unidades bioculturales. Al interior de las cuales y durante milenios han evolucionado de manera conjunta elementos físicos, biológicos y humanos; en las que los humanos por causa de su movilidad y noción de espacio, han dado respuesta más rápida a los cambios o anomalías ambientales, que el resto del medio biológico. Lo que le convierte en un indicador más preciso ante vicisitudes bioclimáticas.

Sobre la porción continental de América, aproximadamente entre los catorce y veintidós grados de latitud norte, se manifiesta la franja tropical de lluvia, con dos marcadas estaciones, una húmeda y una seca. Lo que la hace muy distinta de las perennemente húmedas tierras situadas al suroriente y de los desiertos del norte. Siguiendo a Gunn, esto permite definir a Mesoamérica, casi con exactitud -tomando en cuenta la movilidad temporal de su frontera cultural- como una de las grandes unidades bioculturales del mundo.

Es reconocido, en el mundo entero, el que las sociedades menos desarrolladas, elegían espacios para residir y sustentarse, en los que era posible vincularse en reciprocidad y reverencia a ciertos geotopos. Sin embargo, la elaborada propuesta mesoamericana, va más allá, al tratarse de la configuración e identificación del espacio urbano con ciertos geotopos, que además de reverenciar, se consideraban indispensable para la existencia misma, de la ciudad.

La recreación del medio ideal y real de subsistencia, la montaña, sobre los diecinueve grados de latitud norte, puede llegar a manifestarse en tiempos humanos. El surgimiento y desarrollo de cuerpos volcánicos es y ha sido apreciable de siempre para los seres humanos, a lo largo y ancho del Eje Neovolcánico, cuya actividad ha sepultado a más de una ciudad importante en Mesoamérica. Así, mientras la montaña crezca y se regenere, el estacionamiento de las nubes que de los mares provienen, estará garantizada. Esto a pesar de las posibles mudanzas en las condiciones climáticas regionales.

La lluvia monzónica estival, que durante milenios se ha manifestado, al menos de graves anomalías climáticas, sobre el margen occidental de la gran alta presión de las Bermudas, se caracteriza por lograr al interior de la masa continental y sobre sus partes más elevadas importantes precipitaciones, por lo general por condensación. Siendo que con dirección norte a partir del Eje Neovolcánico y hacia el interior del continente, el régimen de humedad puede bajar de un promedio de 1,000 milímetros anuales a poco menos de 400, esto en un rango menor a los doscientos kilómetros. Sobre las vertientes oceánicas dicha disminución es más paulatina, alcanzando un rango de hasta 400 y 500 kilómetros, dependiendo del litoral. Comportamiento climático, que al parecer fue bastante benigno en su régimen hídrico durante los cuatrocientos años que antecedieron a la conquista española; lo que influyó en el crecimiento demográfico y la organización política del territorio.

La preeminencia de estos dos elementos físicos, montaña y agua, es común a otras civilizaciones. Por lo general, a las que desde "Occidente" se denominan como orientales. Siendo la concepción más próxima a la idea mesoamericana, posiblemente, la de la India, donde la montaña es el eje y centro del mundo, y el agua es el germen de todo. La montaña y el agua confluyen en la imagen de la isla, que aparece como primera manifestación de la tierra. En lengua japonesa, la palabra que denota paisaje proviene de los radicales montaña y agua (san-sui). Dicha acepción, similar en sus elementos a la idea de ciudad en Mesoamérica, se explica, en tanto, la realidad nipona es la de un húmedo archipiélago, en el que la montaña es omnipresente, siendo que las variaciones térmicas de norte a sur, no dan lugar a paisajes esencialmente distintos, ni menos llanos, ni más secos, simplemente varían de lo subtropical a lo frío en su abundante cubierta vegetal.

Fig.1. Mesoamérica con las ciudades y regiones, prehispánicas y españolas, mencionadas en el texto4.

La selvática "cultura madre de Mesoamérica", la cultura olmeca, surge sobre el húmedo y llano litoral meridional del Golfo de México. Sin embargo, sus primeros asentamientos urbanos, a pesar de localizarse sobre zonas pantanos, tenían como referente cosmogónico, los cercanos y visibles volcanes activos de Los Tuxtlas.

Así, desde los primeros asentamientos planificados de Mesoamérica, quedó establecida la asociación del relieve y la humedad a la creación del espacio urbano. Para las principales oleadas culturales posteriores, la reciente experiencia en lo seco y lo llano, como realidad bárbara, hará que desde la montaña y la humedad, se juzgue al terruño anterior como un lugar en el que no es posible generar la vida civilizada. Para quienes procedían del norte, tierras secas casi en su totalidad y de horizontes más amplios (en Mesoamérica la excepción es la llana península de Yucatán). Ese panorama abrupto y húmedo, se contraponía a la barbarie vivida en tierras áridas y, por lo general, planas. Por lo que, para la generación de la vida civilizada, era indispensable la fertilidad de la montaña. Las esporádicas anomalías climáticas jugaron un papel determinante en la migración de elementos humanos desde lo que hoy en día reconocemos, como Aridoamérica y Oasisamérica.

La evolución del modelo urbano en la larga duración, parece siempre estar asociado a la montaña, ya sea de forma artificial5 o por la localización del asentamiento mismo. A causa del relieve de la mayor parte de Mesoamérica, en casi todos los altepeme, podemos encontrar la asociación directa de cada uno de ellos a una rinconada (este precepto, abstracción del relieve, ha sido magistralmente tratada por Ángel García-Zambrano , 2000:13) y a una elevación primordial.

Los medios físico y biológico están llenos de significados que se van conformando con y sobre el paisaje y esto da lugar a la preeminencia de ciertos sitios, en deferencia de otros. Para la elección de los sitios y siguiendo a Maria Elena Bernal-García (1993) era indispensable que este contara con un paisaje montañoso y una cuenca hidrográfica identificable. El primero se traducía en un horizonte irregular que permitiera referenciar el entorno del altepetl con la bóveda celeste. Todas estas características prominentes y bien definidas, vinculaban la experiencia, ritual y práctica, con los actos sociales y la historia compartida, mismos que explican la elección del sitio y su funcionamiento, como centro urbano. La elección de un emplazamiento, era objeto de cuidadosas precauciones, ya que debía constituirse en un sito que sobre la tierra permitiese recrear los ideales de fertilidad y resguardo y que a su vez, le permitiese influir sobre las principales rutas comerciales.

Tal elección se garantizaba en lo metafísico, al posesionar al asentamiento en lo cósmico, por medio de los dictados milenarios del conocimiento astronómico mesoamericano. De acuerdo con ello el lugar ideal para construir la ciudad debía estar en consonancia con la configuración natural sobre la superficie terrestre y la bóveda celeste. Las ciudades mesoamericanas, en su ideal debían situarse al interior de una gran olla u hoya, en la que se captaba gran cantidad de agua. Rodeada por montañas por tres de sus costados, se daba prioridad a que el horizonte despejado fuese el del norte (Tzintzuntzan, capital purepecha y Jilotepec, importante altepetl otomí, son buenos ejemplos de ello). El sur, "…designado como la región azul, a la izquierda del sol, rumbo de carácter incierto que tiene por símbolo al conejo, que como decían los nahuas, nadie sabe por donde salta" (León-Portilla, 1993:111), era en mucho desdeñado como referente cosmogónico.

A esta rinconada se asocia siempre un cerro fundamental, cuyo emplazamiento puede darse sobre cualquiera de los tres lados abruptos. El lugar así elegido quedaba, por lo tanto, abrigado de los vientos y con agua vertiente y contenible. Asimismo, la posibilidad de acceder de forma inmediata a diversos pisos ambientales, garantizaba la eficiencia en la apropiación de recursos. Flujos energéticos y de materiales, que coadyuvan a la vitalidad del sitio elegido, como centro de poder político y religioso.

Según el geógrafo Michel Bruneau (Riser, 1995:107-108) el paisaje es "la forma visible del contacto entre la biosfera, la litosfera y la hidrosfera, caracterizándose por una vegetación natural, más o menos degradada, por una utilización y ocupación humana del suelo dentro de un cuadro geomorfológico dado". Desde esta perspectiva, se propone la identificación de los altepeme, sencillos o complejos, con cada uno de estos recuadros de la naturaleza, siendo casi regla, que cada unidad política, más o menos compleja ocupara desde su núcleo o núcleos político-religiosos, al menos, un radio cercano a los diez kilómetros.

Entre los tipos de paisaje que propone Higuchi6 (1983:177) como construcciones derivadas de la geomancia, el llamado de la Montaña Dominante, se piensa muy próximo al concepto de rinconada, asociada a una elevación primordial, y se considera que el inicio en la elaboración de dicho precepto proviene de la etapa formativa. La práctica agrícola se condujo primero sobre las marismas, riberas de los lagos y desembocaduras de los ríos en lagos marismas o cauces mayores (la utilización temprana de estos lugares con fines agrícolas, pudo ser el origen del precepto de Amajac, como sitio de infinita fertilidad)7. Entonces las unidades políticas eran muy pequeñas y la competencia territorial mínima. Conforme las unidades políticas crecieron y se tornaron más complejas, pudieron organizar mejor el trabajo agrícola y lograr mejores y más resguardados aprovechamientos sobre el pie de monte. En la cuenca de México y otros puntos del Altiplano Mexicano, este es el modelo reconocido en la evolución agrícola. Estos mismos parajes sirvieron en etapas posteriores a la mayor parte de los incipientes Estados, para asentarse y comenzar su desarrollo. Una vez, que algunos consolidaban su poderío, comenzaban a realizar el trabajo agrícola a gran escala sobre zonas más llanas y amplias o sobre los propios vasos lacustres.

Así, uno imagina un primer dominio de toda la extensión visual desde la montaña y después, una vez consolidado el dominio de la parte llana, las elevaciones primigenias se aprecian como el lugar de nacimiento. Ahora bien, algunos promontorios en la parte llana pueden correlacionarse con posicionamientos astronómicos y con referencia a la montaña primordial y su rinconada asociada. Esta visión proyectada desde la montaña, se entiende, que es la misma que los habitantes prehispánicos suponían para sus deidades, quienes morando en los lugares protegidos o sobre las alturas, salían de sus residencias para vigilar el devenir humano, proyectando primero su visión desde los sitios sagrados, elevados o resguardados.

Se propone, como parte fundamental del conocimiento sobre la relación sociedad-medio ambiente y el urbanismo en el México prehispánico y etapa colonial temprana, la necesaria definición a futuro de todos los tipos de rinconada –como abstracción de fertilidad y protección- que pudieron haber existido. Lo que no sería el paisaje en su conjunto, sino una manifestación concreta del relieve, con parámetros bien definidos en su morfología y patrones bioclimáticos. La diversidad de "rinconadas", por supuesto, puede abarcar desde promontorios de rocas calizas, hasta elevadas intrusiones o extrusiones ígneas.

– El caso de la cuenca de México

Para concluir los argumentos correspondientes a la construcción del paisaje y las unidades urbanas mesoamericanas, se presenta la evolución en la ocupación del suelo en la larga duración en la cuenca de México, misma que se estima, ejemplifica perfectamente, el desarrollo del precepto del lugar protegido y elevado, como paraje privilegiado. El cual, sirve de resguardo cuando se es pequeño y débil y es un punto primordial de referencia cuando el centro político y religioso se encuentre en otro sitio. El resumen en el devenir de la ocupación del territorio se presenta para esta cuenca en los siguientes términos:

Primero, en el formativo, se establecieron sobre las orillas lacustres, en las que subsistían casi exclusivamente de los recursos que obtenían de las aguas, siendo en esta zona donde ensayaron sus primeros esfuerzos agrícolas. Pero donde no desarrollaron más que aldeas.

Fig. 2. Cuenca de México con los sitios mencionados en el texto

Segundo, en el preclásico, marcharon hacia los bosques que cubrían el área de transición entre el pie de monte y las llanuras aluviales, en donde se encuentran mejores condiciones para los cultivos, cuyo perfeccionamiento, pudo tener lugar con anterioridad o al empezar a utilizar suelos más ricos en humus y mejor drenados. El primer desarrollo urbano importante se dio precisamente sobre esta franja, enmarcado por una rinconada inmensa, en la que el Ajusco, la sierra de Las Cruces y el cerro Zacatepetl, jugaban papeles primordiales. Desgraciadamente, para sus habitantes, el eterno surgimiento de la montaña, significo el soterramiento de su principal centro ceremonial bajo una espesa capa de lava.

Tercero, cuando han avanzado en la construcción de grandes obras hidráulicas, ocupan a gran escala, la llanura aluvial y ensayan la ocupación lacustre, siendo la capital mexica la culminación de tal aventura. Pero la mayor parte de la historia urbana de la cuenca, se liga a los lugares protegidos y elevados, siendo las excepciones, ciudades como Teotihuacan, Xaltocan, Cuautitlán, Texcoco o Azcapotzalco, pero incluso a varios de ellas, les conocemos su antecedente, localizado en sitio más escabroso; por ejemplo, los chichimecas en Tenayuca y los acolhuas en Coatlinchan, con posterior traslado de los poderes a Azcapotzalco y Texcoco, respectivamente.

Si el análisis lo fijamos en la evolución técnica y productiva de la agricultura, se observa como los tres primeros tipos, se podían practicar con mayor seguridad en sitios próximos al resguardo de las elevaciones: (1) la del humedal, en la que la siembra se realizaba sobre suelos aluviales, después de que estos se habían inundado, (2) la de tumba y roza, en la que el campo agrícola era desmontado y quemado, para proceder posteriormente a la siembra, (3) la de terrazas, en la que una gran cantidad de bancales, eran construidos sobre laderas de pendiente media, aprovechando en muchas ocasiones fuentes de agua cercanas, (4) la realizada sobre las llanuras aluviales, ya fuese por medio de sistemas de riego o de manera temporal, y por último (5), la más elaborada y de más altos rendimientos, la de las chinampas o suelos artificiales, construidos sobre el lecho de los lagos, con salinidad nula o casi inexistente.

Los altepeme y alteraciones al paisaje en el siglo XVI

La conquista española, dio lugar a la convivencia en un mismo territorio, de dos pueblos, con visiones muy diversas con respecto a la apropiación del medio. Sus elementos técnicos y fenológicos, tan ajenos, necesariamente se contrapusieron en la construcción del paisaje ideal y real de cada uno de ellos. Para el español, lo llano significaba tener el espacio necesario para recrear su mundo agropecuario. Así mismo, podía residir sobre él terreno llano, ya que el agua podía ser provista por medio de acueductos o canales, desde terrenos más escabrosos, sin tener que morar en ellos (la excepción fueron los reales de minas).

La apropiación del medio en el México prehispánico era un quehacer práctico cargado de simbolismos, en el que la feracidad era fundamental para lograr la conducción de la vida civilizada. En contraposición, en "Occidente" se definía la apropiación, como dominio sobre un medio adverso, que por lo general era abrupto y boscoso. Contrapuesto al ideal de espacio abierto, ventilado, seco y llano. Mismo que se contemplaba y bendecía como una creación humana, dirigida por los designios divinos. En el meollo de tal distancia en la concepción de ideales urbanos, es de vital importancia, el denotar que una era una civilización netamente agrícola, mientras que la otra, era ganadera a su vez. Actividad que destruye y reconstruye paisajes a velocidades vertiginosas.

La colonización de Hispanoamérica planteó problemas de fundación de ciudades similares a los que habían hecho frente los romanos. " Las Leyes de Indias fechadas el 13 de julio de 1573, contenían detalladas prescripciones para la selección de los emplazamientos de la ciudad… (Aguiló, 1999: 200). El artículo 111 resumía la localización modélica para una nueva ciudad, en términos muy similares a los romanos. Debía estar en un emplazamiento elevado y salubre… con suelo fértil y tierra abundante para cultivos, agua fresca, facilidades de transporte, llegada y salida, abierta al viento del norte, a ser posible con puerto natural… y lejos de pantanos. El núcleo de la nueva ciudad era siempre un monasterio que formaba una gran plaza con el centro urbano, y las calles debían formar una cuadrícula". Guadalajara y Morelia son los ejemplos más hispanos del proceso urbano del siglo XVI. En el caso de Puebla, la otra gran metrópoli novohispana del Altiplano Mexicano, por causa de su localización, se sospecha cierto grado de intervención indígena, en la selección del sitio.

Se es de la idea que, en el México central y meridional, no ocurrió la falta de identidad, que aduce Aguilo8 (op.cit.) para las "nuevas" fundaciones españolas por causa de su normatividad e implementación a gran distancia. En Mesoamérica, la mayor parte de las fundaciones se dieron durante la etapa temprana de colonización, con una fuerte presencia indígena, que en más de una ocasión influyó en la elección del sitio y emplazamiento de los edificios civiles y religiosos. El caso de ciudades con menor identidad, corresponde a fines del siglo XVI y se propone como su mejor ejemplo las fundaciones tardías de El Bajío y Los Altos de Jalisco, las ciudades del Camino Real de Tierra Adentro.

El choque en la actitud hacia el medio fue especialmente violento. En Europa, desde hacia siglos, la virulenta transformación de las condiciones biológicas y físicas, se había convertido en sinónimo de civilización. Asimismo, la consideración metafísica de ciertos elementos había sido olvidada desde los tiempos clásicos y la abstracción judeo-cristiana de la relación sociedad-medio, se encuentra y encontraba muy alejada de la consideración y aproximación al medio como elemento sacro; el medio es simplemente proveedor, en el que, la obtención de recursos es otorgada por un Dios creador, que ha hecho un mundo para ser transformado por la acción humana. El profundo respeto por el relieve y sus manifestaciones biológicas, tan común para el individuo mesoamericano, no existía para el europeo; quien veía un botín en las nuevas tierras adquiridas, a las que miraba con desdén y no comprendía en sus dinámicas.

La aproximación a los parajes, suelos y biota, sobre los que se erigieron los edificios públicos y privados de los españoles tuvieron un elevado significado en el control y organización política del territorio. Pero en muchos casos, las obras arquitectónicas y de ingeniera, estuvieron condenadas a la ruina en la etapa colonial temprana, al haber sufrido el embate de inusuales y desconocidas vicisitudes ambientales. El ideal urbano mediterráneo, recién llegado a estas tierras, en poco conocía, el comportamiento de los sistemas ambientales en unos trópicos de elevado y abrupto relieve. Las pérdidas irreparables en infraestructuras, fue consecuencia, en buena medida, de procesos iniciados o acelerados por las propias prácticas europeas. En algunos casos, los efectos sobre el relieve fueron casi inmediatos.

El proceso de ocupación español, se entiende en sus componentes culturales y biológicos, por lo que su relación con las nuevas tierras se define en términos de extrañeza, de otredad9. Este último precepto, es común a grupos humanos ajenos que comparten un mismo espacio, y misma aproximación con la que se contempla y define la biota ajena. En este caso, la exuberancia de Mesoamérica era descalificada y odiada, y se deseaba verla transformada en el "vergel" mediterráneo.

La ciudad mesoamericana, parte misma de la feracidad que le ha dado la posibilidad de nacer y desarrollarse, no vivía opuesta a su entorno. En contraposición, la ciudad europea era vista como el refugio, desde donde se podrían vencer los desafíos, que el mundo ajeno y salvaje de lo escabroso y feraz planteaba. Sahagún (1975:660-661), asentó en forma muy clara, lo que de las montañas se figuraban los europeos del siglo XVI.

La conducción y almacenamiento de las aguas entre España y México, se diferenciaba tanto, como en los siguientes términos; en Mesoamérica, la ciudad en si, era ese inmenso receptáculo dado por la naturaleza y la construcción hidráulica del entorno buscaba aprovechar hasta la última gota posible al interior del propio recipiente místico y real. Por el contrario, en Europa, la idea de la ciudad llana y sin cubierta vegetal, determinaba que el abastecimiento del agua fuese en la mayoría de los casos hecha a distancia, fuera del ámbito de la ciudad. En el mundo occidental el rompimiento entre lo rural y lo urbano es tajante, la continuidad se daba (antes de la era industrial), hasta los huertos y los primeros campos de cultivo, más allá comenzaba el inhóspito, inseguro y salvaje mundo rural. El medio rural mesoamericano involucrado en la idea misma de civilización, tenía en la producción agrícola sobre terrazas, su mejor ejemplo de continuidad entre el ámbito urbano y rural.

La reconstrucción de la ocupación del espacio de unos veinticinco millones de personas que a principios del siglo XVI vivían en la parte mexicana de Mesoamérica, es por el momento imposible de lograr, debido a la extinción del noventa por ciento de dicha población y a los traslados dirigidos por los españoles. Un camino a seguir, para poder comprender la estructura espacial de la Mesoamérica del "contacto", es la reconstrucción de cada uno de sus altepeme; entendiendo que en cada uno de ellos, amplísimas poblaciones, eran centrífugas por montes y cañadas a su "rinconada" y monte primordial o en su caso a un "amajac" privilegiado.

La violenta irrupción tecnológica, fenológica y cultural del siglo XVI, dictó en buena medida la configuración del espacio urbano mesoamericano, así como, las formas de interrelación de éste con su entorno inmediato, pero dicho proceso fue paulatino. A pesar de que el triunfo de las armas españolas fue inmediato, la imposición de sus relaciones territoriales y apropiación del medio descolla, a grandes rasgos, hasta las últimas décadas del siglo XVI y las primeras del XVII. Por supuesto, que el conjunto del espacio mesoamericano no fue transformado en esta etapa, pero si las comarcas que concentraban importantes contingentes de población o donde la Monarquía o particulares encontraron recursos indispensables para el funcionamiento del sistema económico del Antiguo Régimen.

La suma de lo sucedido; grave alteración y extinción de facies, e incluso de unidades abióticas, fue la suma tanto de la irrupción fenológica, como de la pérdida de sensibilidad con respecto al entorno, que en sus formas ideales, como protector y proveedor, era organizado en términos muy sustentables En Mesoamérica, las pérdidas edáficas e hídricas eran mínimas, pues el trabajo agrícola era cuidadoso e intensivo; terrazas, canales y fuentes eran innumerables y al desaparecer, dieron lugar a desoladas laderas, que eventualmente dejaron de ser productivas en lo agrícola y se convirtieron en indolentes agostaderos. En cuanto a las montañas, en sí, que antes eran en algunos casos espacios sacralizados, ahora eran un todo igual, sinónimo de barbarie, misma que se combatía conforme eran explotados y arrasados.

En casi todas las culturas, la montaña tiene un carácter sagrado; la tradición judeocristiana reconoce a algunas elevaciones como puntos de encuentro con lo divino, siendo el caso más conocido el del monte Sinaí, pero no comparte la visión de lo elevado y fértil como símbolo de vida civilizada en la Tierra. Por más verde que haya sido el Mediterráneo oriental hace unos cuatro mil años, jamás pudo dar lugar a un contraste de exhuberancia tan marcado como el que estaba presente en los habitantes de Mesoamérica. Se propone que la realidad bioclimática juega un papel determinante en la configuración de los pensamientos; el mundo seco y ganadero en poco podía dar lugar a la sacralización del entorno y dada la necesidad de ocuparlo extensivamente, reduce el espacio sacro, únicamente, a recintos urbanos o ciertos adoratorios en el medio rural.

En Mesoamérica después del adoctrinamiento cristiano, el espacio venerado se redujo a ermitas o cruces en los montes y hasta la fecha se puede corroborar como en muchas ocasiones, cruces e imágenes religiosas son utilizadas para solicitar el respeto a árboles o manantiales, que en mucho han sucumbido a la apropiación del medio que no considera ciertos montes como entes intocables, dadores de vida. El paisaje de las montañas sagradas desapareció prácticamente en toda Mesoamérica, al convertirse todo paraje abrupto en posible presa de ganados o leñadores. En el corazón del mesoamericano superviviente pervivió la imagen de la montaña y el agua y en contados casos las comunidades lograron mantener a raya a los depredadores. En su contra también obraban los religiosos, pues veían en el mantenimiento de esos lúgubres bosques los sitios ideales para la realización de asambleas paganas.

La organización política interna del altepetl en calpulli10, antes de la conquista, pudo tener consecuencias sobre el paisaje en su conjunto. En tanto que estos organismos político-familiares, se organizaban verticalmente al interior del altepetl y sus unidades territoriales, podían ser beneficiadas o perjudicadas por su lugar en el sistema de rotación de atributos y obligaciones. Diferenciación territorial que ya bajo el dominio español, no se condujo, quedando todo un altepetl en su conjunto, al arbitrio de los usos económicos, sin ningún tipo de graduación en la apropiación de los recursos, ya que cada uno de los "barrios" o "sujetos" debía contribuir con el tributo de igual manera. Sobre las partes más elevadas, esta diferenciación también puedo haber existido, en tanto que el monte sagrado del calpulli o incluso del altepetl de mayor prestigio, pudo ser preservado en detrimento del perteneciente a altepeme o calpulli más débiles.

En el largo siglo XVI, lapso de tiempo propuesto para el análisis de la modificación del espacio urbano en Mesoamérica, las vicisitudes vividas por el medio condujeron a la transformación del paisaje hacia condiciones más secas; en razón de las graves pérdidas edáficas y de biomasa. Dicha revolución conoció tres etapas: 1. A partir del dominio político y militar hasta la muerte de la generación de los conquistadores, que coincide con la primera gran epidemia del siglo XVI, etapa de encomiendas en la que la todavía inmensa población indígena y su medio presentan signos de vitalidad y la penetración biocultural hispana se va dando a cuentagotas. 2. Período que abarca entre las dos grande epidemias y el tiempo de azote de la segunda y que coincide con el inicio de la expansión de los hatos de ganados mayores y menores a gran escala y la 3. Una vez que el contingente indígena sólo cuenta con el diez por ciento del número de individuos con que contaba a principios del siglo XVI, que los ganados han conocido su máxima expansión territorial y numérica y han comenzado a decrecer ante la extinción o agrave alteración de innumerables facies, desde Jalisco y Nayarit hasta Veracruz y Oaxaca, prácticamente de forma continua. Fenómeno ocurrido en un lapso de entre veinte y treinta años. A lo que cabe agregar que en este último lapso de tiempo, la mayor parte de las tierras productivas pasó a manos de españoles, peninsulares o americanos, por medio de las dotaciones denominadas "mercedes". El nacimiento de un paisaje agropecuario en Mesoamérica, cambió la imagen de los asentamientos humanos, que con anterioridad se habían asentados al interior de la montaña y el agua. Desde el siglo XVI y ya bajados a lo llano y lo seco, los altepeme y sus unidades dejaban de estar unidas al monte y a lo húmedo; el panorama de asentamiento alejado del verdor se impone como referente visual, desde las selvas del sureste hasta las partes más secas del Altiplano Central. Comunidades que se ven acorraladas en muchos casos por los intereses económicos y territoriales de los grandes propietarios europeos.

Bernardo García Martínez (1998:59), nos propone que cada uno de los altepeme habidos hacia el momento de la conquista, dentro del actual territorio de México, se mantuvo como componente territorial del régimen virreinal: "…las jurisdicciones coloniales (que ya conocemos) no fueron invención española, sino que fueron calcadas (haciendo ciertos ajustes) de los señoríos prehispánicos, respetando en lo esencial su organización y linderos…", pero no su estructura interna al haber sido desplazados, en la mayor parte de los casos, tanto cabeceras como "barrios" o "sujetos" de su localización prehispánica, lo que dio lugar a graves alteraciones en la organización del territorio.

En la construcción del conocimiento, que permita reconocer de manera profunda y real los acontecimientos bioculturales del siglo XVI, Butzer (1992:362) nos propone el siguiente camino a seguir. Reconocer el papel jugado, en conjunción, por parte de los elementos (a) ganado b) plantas domesticadas y biota introducida inconscientemente, c) uso del suelo y técnicas de cultivo y el definir en primera instancia si el uso del suelo y manejo de recursos de los europeos, fueron en sí, expoliadores y destructivos. Asimismo, nos propone los siguientes caminos metodológicos a seguir: 1. La investigación palinológica, etnobotánica y documental sobre la vegetación a lo largo de los últimos quinientos años. 2. Investigación de campo de suelos en pendiente y de sedimentos, así como de microhistorias aluviales, atadas a un contexto diacrónico, bien conformado, sobre tenencia de la tierra, uso del suelo, y prácticas en el manejo de recursos, bajo un determinado umbral hídrico. 3. Investigación documental en uso del suelo y manejo de recursos y reconocimiento actual de denudación de suelos o erosión, deforestación o regeneración forestal, inundaciones y sus intervalos de recurrencia, presión demográfica rural o despoblamiento.

Conclusiones

El trabajo realizado en el reconocimiento de los acontecimientos ocurridos durante el siglo XVI, así como sus antecedentes, se aproximan más a los puntos dos y tres, de lo propuesto por Butzer, con la salvedad, de que el enfoque sugerido, cuenta con una fuerte carga cultural, preocupada en el entendimiento de la organización del espacio. Aunque, el ideal sería un largo proceso de investigación geomorfológica, se ha comprobado que la lectura del paisaje, aunada a la adecuada comprensión cartográfica y consulta de fuentes originales y bibliografía adecuada, brinda la oportunidad de aproximarse a procesos bioculturales y territoriales, hasta el momento poco delineados. La adecuación por parte del ser humano del medio, en términos socioeconómicos y culturales, en una larguísima duración, de la que surge un paisaje socialmente construido, ha sido poco tratada hasta ahora en los estudios sobre Mesoamérica. Reparar en esta aproximación, permite proponer hipótesis, como la siguiente: La construcción del espacio urbano sintetiza la interacción ideal y real (en su larga historia) de la sociedad con el medio en Mesoamérica. Este planteamiento, se considera tratado y explicado en buena medida a lo largo de las páginas anteriores.

La lectura tradicional de lo acontecido a lo largo del siglo XVI y con posterioridad, representa al indígena obligado a vivir en los cerros, como último reducto. Sin embargo, con lo expuesto hasta ahora, se puede ver como la elección del sitio de montaña, era intrínseco para el indígena. En el "mundo" cambiante del siglo XVI y en el transformado de principios del siglo XVII, no es de extrañar que de nuevo se buscara el refugio en la montaña y el agua, como había sido tradición ante cada hecatombe ambiental y demográfica en Mesoamérica.

Pero esa comunidad resurgida, estaba alterada, en lo político y religioso, así como en las formas de apropiación del medio. La introducción de la biota euroasiática fue trastocando las facies que habían sido propias a la vida agraria de Mesoamérica por cerca de siete mil años. La reconstrucción del paisaje mítico fue eventualmente imposible de ser conducida, ya por la escasez de elementos humanos, como por el panorama yermo preponderante, circunstancias irreversibles, en tanto que eran consecuencia del rompimiento biológico más importante del holoceno, en el que la introducción consciente e inconsciente de especies vegetales y animales jugó un papel fundamental.

Notas

  1. La historiografía tradicional ha propuesto tres grandes períodos para definir la historia mesoamericana; formativo o preclásico (desde las primeras aldeas sedentarias hasta circa el 200 a.C,), el clásico (del circa 200 a.C al 900 d.C) y el posclásico (del 900 d.C. hasta el dominio español). Esta generalización se cree debe ser matizada en lo temporal, de acuerdo a la región que se estudie.
  2. Mexica es el gentilicio más adecuado para referirse a los conocidos, en la literatura mundial, como aztecas.
  3. Plural de altepetl
  4. En la figura correspondiente a Mesoamérica, se ha emplazado fuera de la leyenda al Altiplano Mexicano, para denotar tanto su amplísima extensión, como su antiquísimo origen. Ya que es en si, el extremo meridional de la gran unidad fisiográfica denominada de las "planicies norteamericanas" y se extiende hasta el Canadá, pero posteriores procesos orogénicos hicieron que en territorio mexicano se convirtiera en la elevada meseta que es.
  5. La construcción de elevados basamentos piramidales se infiere como el traslado del cuerpo montañoso al centro del poder político y religioso que, por conveniencia económica, social o política, se localiza sobre una llanura aluvial o cuerpo lacustre.
  6. La singular obre de este autor japonés, se da a la tarea de definir diversos tipos de paisaje en Japón, en cada uno de ellos, la montaña juega un papel distinto en el arreglo simbólico y práctico del territorio.
  7. La sedentarización y surgimiento de aldeas tiene lugar hace unos siete mil años, para Serra Puche (1988:19) es hacia el 5,000 a.C., mientras que para Butzer (1979:495) es a partir del 4,500 a.C.
  8. "Las ciudades fundadas según estas normas tan precisas, tanto en el caso del imperio romano como en el español, suelen presentar problemas de reconocimiento (siguiendo a Aguiló). Sus rasgos de identidad son débiles, pues todos tienen ese aire común que proporciona la planificación impuesta desde lejos. Se huía de emplazamientos muy significados, porque ello hubiese supuesto demasiadas vulneraciones a las reglas. Sólo en contados casos, y la mayoría de ellos se corresponde con las primeras fundaciones de ambos imperios, hay un aprovechamiento decidido de las de las condiciones naturales".
  9. La obra Tzvetan Todorov, La Conquista de América, detalla ampliamente este concepto y sus consecuencias en la convivencia entre los europeos y los amerindios, en el Caribe y Mesoamérica.
  10. El calpulli, eran los componentes internos de los altepeme, que los españoles comprendieron como barrios o sujetos, pero no como elementos jerarquizados que sustentaban la organización político-territorial del altepetl.

Bibliografía

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________________., editor invitado. 1992. The Americas before and after 1492: Current Geographical Research Annals of the Association of American Geographers, Vol.82, No.3, septiembre de 1992, Washington.

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Gustavo G. Garza-Merodio –

Doctor en Geografía por la Universidad de Barcelona, España. Programa en Geografía Física y Cambio Ambiental. Investigador Asociado del Instituto de Geografía de la Universidad Nacional Autónoma de México – Departamento de Geografía Social, Instituto de Geografía. Circuito Exterior s/n, Ciudad Universitaria. México 04510, D.F. México.

Teléfonos: (52+55) 56 22 43 60 ext. 44819 (Directo) / (52+55) 56 22 43 92 (Secretaría Geografía Social) / (52+55) 56 16 05 39 (fax).

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