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La defensa de las costas orientales españolas, 1520-1680 (página 2)


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La amenaza de los piratas islámicos quedó finalmente incontestada en el mar, pero en tierra firme aún existían opciones para la defensa del litoral. Sin embargo, pese a sus en teoría enormes recursos económicos, España apenas dedicaría recursos a la defensa de sus costas. En el caso del Reino de Valencia existía a la altura de 1640 una red de torres y castillos que habían sido levantados entre el siglo XV y la década de 1610, que cubría toda una serie de enclaves estratégicos situados tanto en la línea costera como en el interior del territorio valenciano. Lógicamente, las fortalezas del interior estaban bastante más desatendidas que las del litoral -salvo en casos de excepción, como los de Morella y Játiva-, entre las que destacaban los castillos de Peñíscola, Cullera y Alicante. Las obligaciones de los alcaides de estos castillos incluían todo lo relacionado con el mantenimiento de una pequeña guarnición en su fortaleza, aunque con una tarea mucho más relacionada con la vigilancia y la alerta temprana que con la defensa activa. En momentos de "rebato costero", todas las esperanzas se cifraban en la pronta comparecencia de la Milicia Efectiva o la Milicia General, pero debido a los largos períodos de guerra abierta que sostuvo España contra otros estados europeos, la Corona tendió a destinar recursos económicos para dotar a los castillos costeros de Valencia y Murcia de guarniciones permanentes. La paga de estas tropas, sin embargo, no podía ser costeada íntegramente por la Real Hacienda, de modo que se imponía la necesidad de negociaciones entre los virreyes y los estamentos murcianos y valencianos para crear impuestos o solicitar donativos con los que completar las nóminas. Lo mismo ocurría a la hora de emprender obras de consolidación, reforma o mejora de las fortalezas, o de dotarlas de cañones, artilleros y todos los recursos materiales necesarios para mantener activos sus fuegos artilleros. Por otro lado, la creación de cuerpos militares profesionales a sueldo de la Corona siempre era protestada por los estamentos, sobre todo en Valencia, nuevamente por la previsión de que el rey acabase endosando su coste a las grandes familias valencianas, que no querían contribuir si no tenían el control absoluto de la tropa. Ocasionalmente se desplegaron algunas de las llamadas Lanzas de Castilla (tropas de infantería y guarnición) en las fronteras terrestres del Reino de Valencia, con la misión de acudir a la costa si ésta resultaba atacada por los piratas islámicos; en otras ocasiones fueron enviadas compañías de infantería española a los lugares más amenazados de la costa, como ocurrió en 1534, financiadas por la Tesorería General de la Corona de Aragón. No obstante sólo con la colaboración entre la administración real y las instituciones estamentales valencianas pudo levantarse un sistema defensivo mínimamente operativo.

Para el Reino de Murcia, la ausencia de apoyos financieros y la falta de recursos defensivos era más grave si cabe. La Corona sólo pagaba los salarios de una pequeña compañía de doce hombres destinados en el Castillo de Cartagena, más los funcionarios de la Real Casa en el puerto cartagenero: un veedor o inspector, un contador o administrador contable, y un proveedor de armadas, con funciones de coordinación ante los mercaderes dedicados a los suministros navales. La repetida constatación de que no había medios para mantener un cuerpo armado profesional en las décadas de 1570 y 1580 dio paso a una política de construcción de torres de vigilancia y pequeñas fortalezas, que para principios del siglo XVII había cubierto la mayor parte de los puntos habituales de desembarco de los piratas islámicos en la costa murciana. En total se erigieron, o se expropiaron y habilitaron como puntos fortificados, cerca de una decena de inmuebles, cuyas dotaciones se financiaban en base a un impuesto sobre las pesquerías y los pastizales más próximos a los puntos fortificados. [36] Éstos estaban sometidos a la jurisdicción del Capitán Mayor del Reino de Murcia, cargo que recaía de forma hereditaria en los marqueses de Los Vélez, el más prominente de los nobles del Reino de Murcia. La red de puntos fortificados completaba el designio defensivo que había puesto en pie la Corona, y cerraba así una línea sólida -aunque permeable- proyectada para llegar a cubrir todo el litoral desde el Cabo de Rosas hasta la Bahía de Cádiz. Como puntos principales de la defensa del Reino de Murcia se fortificaron las dos localidades más prominentes de la costa: Mazarrón y Cartagena. [37] Pese a la erección de una importante línea fortificada en Cartagena en la década de 1570, los fondos se agotaron antes de estar concluida, por lo que pronto perdió gran parte de su valor defensivo. Durante la Guerra de Sucesión Española (1700-1714) su rápida conquista por las tropas austracistas, y su igualmente rápida reconquista por las borbónicas en 1706, muestra hasta qué punto había perdido operatividad.

La ausencia de tropas dependientes de la Corona hizo que la defensa recayese en los poderes locales. En los Reinos de Valencia y Murcia esto fue unido a una notable capitalización política de las instituciones regionales que debían liderar la movilización de hombres y recursos. Sin embargo, en ningún momento la Corona estuvo dispuesta a delegar plenamente el ejercicio del control militar en manos de estas instituciones. Los agentes del rey reclamarían siempre la última autoridad sobre el control de las fuerzas movilizadas. Sería la continua negociación entre el rey, representado por el virrey de Valencia, y las instituciones estamentales –Juntas Estamentales, Generalidad, municipalidades- lo que marcaría el despliegue del sistema de torres y castillos del litoral. Éste, desde los primeros años del reinado de Carlos V se limitó al empleo de reducidos equipos de guardias, escasos pero profesionales, la promoción de las milicias urbanas y nobiliarias, la fortificación de castillos y puertos, la creación de arsenales y parques de artillería y finalmente el despliegue de una red de alerta y vigilancia basada en las torres vigías del litoral. En primer lugar, y aunque los fueros valencianos consagraba la obligación de todos los habitantes del Reino de defenderlo, desde prácticamente la década de 1520 se constató la necesidad de contar con un núcleo de tropas profesionales bien armadas e instruidas. A partir de 1525, y en estrecha relación con la vigilancia sobre la población morisca, sometida a decretos de conversión forzosa a partir de aquel mismo año, se organizaron pequeñas compañías de infantería y caballería, con la misión de patrullar por los caminos y las zonas costeras. Poco a poco esas compañías, financiadas y controladas por las instituciones regionales, se fueron consolidando como cuerpos armados estables, y hacia 1550 se los dotó de monturas a casi todos ellos para aumentar su movilidad y autonomía. Naturalmente, por sí solas, estas pequeñas unidades militares no eran ni mucho menos suficientes como tropas de combate frente a un desembarco pirata, pero servían como vigías, enlaces y personal de alerta, y como núcleos de encuadramiento si había que movilizar a las milicias urbanas y nobiliarias, nutridas pero carentes de adiestramiento y armas adecuadas, y de un valor militar más que dudoso.

El deber universal de prestar el servicio de hueste -conocido en el Reino de Valencia como de "host i cavalcada"- afectaba tanto a los habitantes de las ciudades como a los vasallos de la nobleza. Este servicio militar obligatorio y universal se concretaba en cada municipio en patrones organizativos muy similares, salvo en la Gobernación de Orihuela, al sur del Reino de Murcia, en la que se mantenían vivas antiguas tradiciones medievales: la nobleza urbana servía a caballo aportando todo su armamento, según los usos tradicionales castellanos originarios del siglo XIII. En todo caso, la movilización del servicio de hueste debía ser decretado por la Corona, estaba estrictamente limitado a casos de defensa del Reino, y tenía muy restringidas las posibilidades de traspasar sus fronteras. Además, se recurría siempre que fuera posible -tal como establecía la legalidad foral y remachaba el egoísmo político de los estamentos- de las huestes de las localidades más próximas al foco del conflicto; ahora bien, si la agresión revestía la gravedad suficiente, la milicia de la capital, presidida por la enseña del Reino -en el de Valencia, la "Senyera de lo Rat Penat", seguida por la antigua compañía del Centenar de la Ploma- se constituía como núcleo del ejército en pie de guerra. Pese a que el mando supremo correspondía en teoría al rey de España, y por delegación, al virrey y capitán general, la compañía de cada localidad estaba mandada por su propio capitán autóctono, cargo que recaía en algún funcionario o cargo electo con experiencia en el servicio de armas, como el justicia -jefe local de policía, con ciertos rasgos próximos a los sheriffs de otras épocas- o alguno de los ediles o jurados con una carrera militar a sus espaldas en sus años de juventud. Esta peculiar situación estaba respaldada por las tradiciones medievales, de carácter marcadamente local y feudal, del servicio de hueste. [38]

En el Reino de Valencia, las repetidas tentativas de organizar los socorros de la costa contando con las huestes y milicias de las localidades del interior -empleando un patrón organizativo común y uniforme- eran siempre esterilizadas por el localismo: los habitantes de un municipio, ante la perspectiva de ir a luchar para salvar a los de otro pueblo, nunca acudían; los oficiales de la Corona conocían este hecho, y sabían que enviar una orden de movilización a un municipio que no se veía directamente amenazado por un ataque pirata era inútil: nunca era obedecida. [39] La creación de la Milicia Efectiva del Reino de Valencia quiso responder esta insolidaridad imperturbable, ofreciéndola como refuerzo a la Milicia de la Custodia financiada por los municipios costeros; precisamente la pervivencia de ambas Milicias a lo largo del siglo XVII, sus diversas reorganizaciones y el mando de la vigilancia costera ejercido por una Junta de Electos de los Estamentos serían los principales catalizadores de la operatividad del sistema defensivo litoral durante gran parte de su historia. La Milicia Efectiva sufrió diversas reorganizaciones a lo largo del siglo XVII, impulsadas por los sucesivos virreyes de Valencia, cuyo mandato duraba sólo un trienio: en 1629 impulsó una el virrey Don Luis Fajardo, marqués de Los Vélez; la segunda, decretada en 1643 fue obra de otro virrey de Valencia, el Duque de Arcos; otra más, en 1665, fue decidida por el entonces virrey, el Marqués de Astorga; y la última, emprendida en 1692, fue impuesta por el Marqués de Castel Rodrigo. Las reorganizaciones afectaron a la distribución geográfica de las circunscripciones de reclutamiento, al tamaño de las plantillas, a las normas disciplinarias, organizativas y jurisdiccionales, y a los privilegios y exenciones que se ofrecían a cambio de enrolarse en el cuerpo. Las reorganizaciones fueron reduciendo cada vez más el tamaño de la plantilla de la Efectiva, cifrada originariamente en 10.000 hombres: en 1629 fueron reducidos a 8.000; y en 1643, a 6.000. A raíz las algo erráticas agresiones bélicas de la flota y el ejército de Luis XIV en el Reino de Valencia -como el bombardeo de Alicante de 1691, que no respondió a otro designio táctico que no fuera la mera destrucción de la ciudad, lo que no revestía más que un perjuicio estéril y sin beneficio alguno para las armas francesas frente a las españolas- fue promulgada una Pragmática en 1692 que agregaba una fuerza de 1.300 jinetes a los 6.000 infantes de la Milicia Efectiva, como fuerza de respuesta rápida. El mayor obstáculo a la eficacia operativa de la Efectiva fue el conflicto político que afectaba a su mando supremo: los virreyes de Valencia y sus oficiales, en lugar de estar apoyados por la llamada Junta de Elets de la Costa, eran frontalmente combatidos por ésta. La Junta se oponía por sistema a cualquier orden o decisión del virrey, y trataba de monopolizar el mando de la Efectiva por sí sola. Al final, la enemistad entre los oficiales del virrey y los de la Junta acababa por desbaratar hasta las más sencillas iniciativas. En las Cortes de 1645 se puso de manifiesto que la Corona no iba a permitir que la Junta controlase libremente a la Milicia, tal como pretendía: pese a que le fueron reconocidas sus atribuciones y el trabajo de sus miembros, se resolvió que la Junta debía someterse al mando militar del virrey de Valencia, sobre todo en caso de movilización y entrada en acción. La Corona, como no podía ser de otro modo, reservó para el virrey las atribuciones relativas a inspección y mando efectivo, cosa que la Junta no quiso acatar, pasando a tomar una actitud de franco boicot a partir de entonces. Una vez mas se impuso el tradicional egoísmo político de las grandes familias valencianas y sus representantes en las instituciones del Reino, cuya actitud faccional redundó en la pérdida de vidas y bienes al conjunto de la sociedad valenciana.

Las torres vigía y los castillos costeros constituyeron otro frente en el que los estamentos valencianos y la Corona de España convinieron en volcar sus esfuerzos. El mantenimiento y modernización de los recintos amurallados de las localidades más grandes del litoral valenciano fue una de las pocas iniciativas que dio algún fruto. En primera línea de playa fueron actualizados los amurallamientos de Peñíscola, Vinaroz, Denia, Jávea, Alicante y Villajoyosa; en segunda línea, algo más retiradas en el interior, se realizaron importantes obras en los recintos defensivos de Gandía, Valencia, Castellón y Villarreal, emplazados a cierta distancia del litoral y conectados con éste por medio de arrabales, cargadores y barrios pesqueros y portuarios extramuros. La adopción de las nuevas técnicas de fortificación difundidas en el Renacimiento y vulgarmente conocidas como de "traza italiana" fue un hecho desde la misma década de 1520, aunque las innovaciones introducidas hasta la década de 1550 serían muy criticadas por los ingenieros del rey Felipe II posteriormente, partidarios de sistemas defensivos más completos, pero de un coste económico difícilmente asumible. No obstante, los muros de obra nueva, terraplenados y engrosados, y los cubos de torre redondeados, edificados en Peñíscola, Cullera y Alicante, dieron en general buenos resultados y se demostraron suficientes frente a la limitada potencia de fuego que desplegaban los piratas islámicos. [40] La fortificación iba unida a la constitución de un parque de artillería apropiado. Desde la década de 1530 los virreyes de Valencia trataron de gestionar la creación de arsenales que incluyeran cañones adecuados para emplazarlos en los lugares más amenazados. Lo mismo hizo la Generalidad que, presionada por la Corona para que realizase inversiones en la defensa costera, organizó una fundición de artillería en 1543 y reunió un notable arsenal. Las armas portátiles de infantería y caballería, tanto blancas (picas) como de fuego (arcabuces primero, mosquetes con posterioridad) eran la otra cara de esta constitución de arsenales, que implicó un notable grado de colaboración, y aun emulación, entre la Corona y la Generalidad. De hecho fue ésta última institución la que se encargó de adquirir, entre 1595 y 1605, las armas que portarían los miembros de la Milicia Efectiva, obligación que mantendría hasta la década de 1690, como demuestra el compromiso firmado en 1692 de distribuir entre la recién reorganizada Efectiva hasta 12.000 arcabuces y mosquetes.

Finalmente, el eslabón del sistema defensivo más próximo a la línea marítimo-terrestre era la red de viglancia costera. Inicialmente estuvo apoyado en vigías y atalayas locales bajo control municipal, ligeramente coordinadas desde la municipalidad de Valencia. Pero a mediados del siglo XVI se decidió dotarlas de una organización regular y centralizada. Ésta se articularía en torno a un servicio militar y administrativo bastante completo -con un catálogo de especialistas bastante amplio: guardias, vigías, atalayas, atajadores, requeridores, visitadores etc.- que estaría sometido a una Ordenanza única, inspirada, como todo el conjunto del sistema de alerta, en el que ya existía en la Costa del Reino de Granada. Todo dependería de las autoridades de la Corona y los estamentos, centralizadas en Valencia. Esta reforma organizativa, unida a un activo período de construcción de torres vigías, supuso un cambio decisivo en la naturaleza de la defensa costera valenciana, que se asimiló a las experiencias y soluciones probadas con éxito en las costas granadinas de la Corona de Castilla. [41] La revisión de este sistema, con la construcción de nuevas torres, el mantenimiento y reparación de las existentes etc. sería una actividad constante pero lenta y vacilente a partir de la década de 1560, prolongándose hasta bien entrado el siglo XVIII, persiguiendo la lejana meta de cerrar una línea defensiva continua desde las bocas del río Cenia en el norte hasta las del Segura en el sur. [42]

Mucho menos desarrollado, el sistema de defensa murciano se basaba igualmente en la movilización de las milicias locales del Reino. Entre la década de 1570 y la de 1590 se propusieron modelos modernizados y desarrollados, que se inspiraban en las compañías de Caballería de Costa levantadas en el Reino de Granada tras la Guerra de las Alpujarras. Esencialmente, su razón de ser consistía en mantener tropas de gran movilidad con el producto de un impuesto colocado sobre los moriscos. Pese a los ensayos que se intentaron en este sentido, pronto la oposición de las ciudades forzó al abandono de cualquier reforma. También fracasaría en 1603, tras un par de años de ensayos, el desarrollo de un sistema de rotación entre las diversas milicias enviadas por las poblaciones del interior para atender "rebatos costeros". La movilización aparecía así plenamente ligado al principio de pertenencia al Reino de Murcia. De hecho, la sociedad murciana era una población mucho más armada que lo habitual en el conjunto de España por aquel entonces. Entre las área costeras y las de interior se puso en práctica un complejo sistema de avisos, basado en una red de fogatas que permitía activar con relativa facilidad y rapidez a las fuerzas de socorro. La organización de esas fuerzas de defensa se realizaba según demarcaciones territoriales: cada municipio debía contribuir con un número determinado de hombres armados según su población; se consideraba que era una obligación de todos los pecheros del Reino.

En el caso de la ciudad de Murcia, las tropas se reclutaban según un reparto basado en la red parroquial, con once circunscripciones. Cada una de las compañías parroquiales se organizaba bajo el mando de un cargo electo del municipio, un jurado, tenía su propia bandera y reunía a todos los hombres hábiles para combatir. Las parroquias sólo podían movilizarse mediando orden previa del ayuntamiento de Murcia y, una vez concentradas, esperar la orden de salir hacia el punto de la costa que se les indicase. Las comarcas más occidentales del Reino de Murcia, menos pobladas y carentes de un puerto marítimo importante, tenían como cabecera militar la ciudad de Lorca, que era a la vez el punto de concentración de las tropas que se movilizasen en cada caso. [43] La organización militar dependía sobre todo de los regidores municipales, los cargos electos de mayor rango, y contaba con una notable capacidad de movilización. [44] El sistema de reclutamiento y concentración tenía hasta cuatro escalones o reservas, con sus respectivas líneas de activación defensiva. La primera línea de respuesta y movilización en el Reino de Murcia abarcaba a todos los municipios situados a menos de 90 millas de la costa: de ellos se esperaba socorrieran al punto que fuera atacado por los piratas, pero no con el 100% de sus hombres con capacidad militar, sino con compañías concretas levantadas específicamente para responder al rebato. Más allá, el grado de implicación en la movilización se diluía. Si se llegaba a movilizar las milicias de los municipios situados a más de 120 millas (unos 150 km) de la costa, sólo era para responder a un ataque de grandes dimensiones, que se esperaba que se materializara con varias semanas de anticipación. En esos casos se reclutaban unas pocas compañías sólo más o menos voluntarias, y a menudo en medio de duros enfrentamientos y resistencias a la orden de movilización. [45]

Junto a las fuerzas de socorro ordinarias se podía contar con otros cuerpos sujetos a estatutos jurídicos particulares, como el de los llamados Caballeros de Cuantía -disuelto en la década de 1620- y los Cuerpos de Hidalgos, de los que se esperaba que se sumaran voluntariamente a los llamamientos de movilización. Sin embargo, rara vez se apresuraban a llegar al lugar del ataque todas las compañías locales movilizadas, sino que en cada municipio se tomaban su tiempo para completar la concentración y sólo enviaban a la zona de guerra a aquellos hombres que se mostraban dispuestos a ir, remoloneando el resto hasta que pasara el peligro. [46] Sólo en caso de "peligro inminente" se ordenaba el envío de todas las fuerzas, que solían ir acompañadas por la bandera de la localidad y el pendón real, máximo símbolo de la autoridad real y de las instituciones municipales. [47] La creación y el mantenimiento de la Milicia General tras una serie de ensayos fallidos en las últimas décadas del siglo XVI, dotó de una notable autonomía y capacidad de respuesta a la defensa de la costa, ya que los milicianos de la General estaban mejor adiestrados, mejor armados y más dispuestos a acudir a los llamamientos de las autoridades reales que las viejas milicias municipales. Esto los convirtió en la punta de lanza de la defensa costera, mientras que las milicias municipales y parroquiales iban perdiendo su escasa operatividad a lo largo del siglo XVII. Sin embargo, en 1636 la Milicia General fue enviada al frente franco-catalán, por lo que la defensa costera volvió a recaer sobre todo en unas milicias locales cada vez menos entusiastas, pese a que hasta la década de 1690 se pudo contar de nuevo con la General aunque cada vez más debilitada. Ante este vacío y la crisis en que cayó el sistema defensivo costero en la década de 1630, se realizaron diversos intentos de reforma, que buscaron de nuevo aplicar el modelo granadino de compañías móviles de caballería. En la década de 1640 se fueron creando diversas compañías de jinetes para servir de refuerzo a la antigua Compañía de Atajadores de Mazarrón. Pese a ello, en la década siguiente la costa de Murcia dependía de un sistema defensivo que cada vez recordaba más al que existía antes de la creación de la Milicia General, con todos sus problemas y deficiencias, pero aún menos eficaz si cabe, por lo que se acabó por recurrir cada vez más a tratar de obtener el concurso de los tercios del ejército español.

La defensa de la costa del Reino de Murcia hizo que entre las diversas autoridades implicadas hubiera un continuo conflicto por ejercer el mando sobre las fuerzas que se pudiera movilizar. Esta era la principal fuente del poder de los municipios, por lo que se convirtió en el principal punto de fricción entre el teórico responsable, el Capitán Mayor del Reino de Murcia, y los equipos de gobierno municipales, apoyados en sus respectivos corregidores -funcionarios de la Corona encargados de defender los intereses del rey en las municipalidades– Si bien una vez entregadas las tropas para la defensa de la costa éstas pasaban a obedecer al Capitán Mayor, el debate se centró en la cuestión de quién podía dar la orden de movilización, si las autoridades municipales ordinarias o el Capitán Mayor y sus subordinados. Los ayuntamientos, encabezados por el de Murcia, se enfrentaron con ferocidad a los intentos de los sucesivos Capitanes Mayores, los marqueses de Los Vélez, por consolidar el control exclusivo en materia militar y acceder al título de Capitanes Generales del Reino. El conflicto llegó en diversas ocasiones -como sucediera en 1611, 1625 y 1632- a desatar una pequeña guerra civil a nivel local en la ciudad de Murcia, enfrentando a las compañías parroquiales con la Milicia General y las huestes de Los Vélez. Cada vez que llegaba desde Cartagena, centro del sistema de alerta costero, la noticia de que se iba a producir un ataque pirata, o se tenía la certeza de era inminente, estallaba el conflicto; incluso llegó a extenderse fuera de la ciudad de Murcia y a afectar a otras localidades del reino murciano. Ante los peligros que esta constante disensión causaba, en 1636 el Consejo de Guerra apoyó al ayuntamiento de Murcia desautorizando las pretensiones de los marqueses, con lo que el conflicto quedó decidido y cerrado de forma definitiva. [48]

El alto grado de participación social que solía producirse en los socorros que se decidía enviar para defender la costa murciana, al menos en las poblaciones de la primera y segunda líneas de defensa -las situadas a menos de 100 millas del litoral- alimentó durante generaciones la imagen de una guerra constante contra los piratas y del peligro permanente que éstos suponían. Aunque en muy pocos casos los improvisados milicianos murcianos, lorquinos o yeclanos llegaran a disparar de manera real sobre los piratas islámicos, la idea de que lo que se esperaba de ellos era que combatieran juntos al agresor común, sirvió como un punto de unión y de identidad entre todos los murcianos, tanto del interior como de la costa. Este elemento de identificación colectiva comenzó a erosionarse cuando, a partir de 1634 comenzaron a realizarse reclutas forzosas para ir a servir con los ejércitos españoles en frentes alejados de suelo murciano. Justamente fue por esa misma época cuando, ante la escala colosal de la implicación española en la Guerra de los Treinta Años, la Corona presionó al Reino de Valencia para que movilizase la Milicia Efectiva y la enviase fuera de su territorio. Al verse España forzada a movilizar más hombres de los que era capaz para mantener su apuesta estratégica en Alemania, trató de arrancar a los reinos regionales españoles sus cuerpos armados territoriales, y ello no dejó de tener importantes consecuencias políticas y sociales. [49]

Pese a sus diferencias legales e históricas, los Reinos de Valencia y Murcia se enfrentaron a un enemigo común: la piratería islámica. Esto hizo que buscaran soluciones similares dentro de marcos institucionales diferentes. Existieron modelos de funcionamiento afines, que recuerdan a los desarrollados en otros territorios costeros de Europa y América, expuestos igualmente a posibles agresiones procedentes del mar. Realizaron una vertebración operativa de sus territorios orientada a responder de manera satisfactoria a una amenaza marítima, pero sin llegar nunca a conseguirlo. El principal obstáculo fue político y radicó en la negativa de las élites regionales, parapetadas en sus instituciones tradicionales, a integrarse en una organización militar unificada, dirigida por la Corona de España y su estructura de mando. Ante la desunión y el individualismo de las noblezas y los municipios, la Corona trató de dar una solución independiente al problema, plasmada en las diferentes Milicias que creó entre 1560 y 1620: la de la Custodia, la General y la Efectiva.

Sin embargo, su insuficiente aportación de fondos económicos y la negativa de los estamentos regionales a colaborar, esterilizaron en buena medida estas iniciativas. El fracaso de estas Milicias llevaría a un estadio de militarización profesional, que se desarrollaría progresivamente en el Reino de Murcia a lo largo del siglo XVIII, y en el de Valencia tras la ocupación militar borbónica de 1707-1708, producida por la Guerra de Sucesión Española. En cuanto a los sistemas defensivos, ninguno funcionó de manera óptima: no hubo prácticamente flotas guardacostas; las torres y castillos que se construyeron, muchas veces carecieron de guarniciones y de cañones en condiciones de disparar; y los mecanismos de movilización para repeler los desembarcos de los piratas, simplemente no funcionaron. De tal suerte, los piratas islámicos aún pudieron mantener su sangrienta actividad, empleando unos recursos muy modestos, hasta bien entrado el siglo XVIII. La desunión de los españoles acabó imponiéndose a todas las iniciativas tendentes a prevenir y combatir dicha actividad; así, la historia de la defensa de las costas de Valencia y Murcia frente a la piratería islámica es la historia de un fracaso secular: sencillamente, nunca llegó a unos niveles mínimos de eficacia.

[1] La más grave y extensa de estas rebeliones fue la llamada Guerra de las Alpujarras (1568-1571), que afectó a las comarcas interiores del Reino de Granada, pero menudearon a escala local durante todo el siglo XVI tanto en el territorio granadino como en los Reinos de Valencia y Murcia. Un ejemplo valenciano, bien estudiado por el profesor Pardo Molero, es el de la Guerra de Espadán de 1526: v. Juan Francisco Pardo Molero, La Guerra de Espadán (1526), una Cruzada en la Valencia del Renacimiento. Segorbe, Ayuntamiento de Segorbe, 2001. En el ámbito murciano pueden destacarse los siguientes estudios: V. Sánchez Ramos y J. F. Jiménez Alcázar, "El resurgir de una frontera: Lorca y el Levantamiento de las Alpujarras (1568-1571)", en La Organización Militar Española en los siglos XV y XVI. Actas de las II Jornadas Nacionales de Historia Militar. Málaga, 1993, pp. 121-127; A. Calderón Dorda y M. T. López López, "La ciudad de Murcia ante la sublevación morisca de Las Alpujarras", en ibidem, pp. 137-142.

[2] El universo bélico-criminal del sudeste español durante el siglo XVI es analizado por interesantes estudios como el de F. Chavarría Múgica, "Justicia y estrategia: teoría y práctica de las leyes de guerra en un contexto fronterizo: el caso de la Jornada de San Juan de Luz de 1558", en Mélanges de la Casa de Velázquez, Nouvelle Série, 35 (1), 2005, pp. 185-215.

[3] El comercio y la comunicación que se realizaba a través de las capturas de elementos humanos militares y civiles, y las negociaciones entabladas en torno a su canje y devolución, han atraído un gran interés de los historiadores; su problemática prolongó en cierta forma las formas de la guerra fronteriza anterior a la caída del Reino de Granada en 1492, según los estudios clásicos al respecto: v. J. García Antón, "Cautiverios, canjes y rescates en la frontera entre Lorca y Vera en los últimos tiempos nazaríes", en Homenaje al Profesor Torres Fontes. Murcia, Universidad de Murcia, 1989, pp. 547-561.

[4] Véanse los numerosos testimonios en este sentido recogidos por la historiografía: Fernand Braudel, El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en la época de Felipe II. 2 vols. México, FCE, 1976; A. C. Hess, The forgotten frontier: A history of the sixteenth-century Ibero-African frontier. Chicago, University of Chicago Press, 1978; J. F. Guilmartin, Gunpowder and Galleys: changing technology and Mediterranean warfare at sea in the sixteenth century. Annapolis, U.S. Naval Institute, 2003; J. H. Pryor, Geography, technology and war: studies in the maritime history of the Mediterranean 649-1571. Cambridge, Cambridge University Press, 1988. Sobre la marina de guerra española en el Mediterráneo, es imprescindible el trabajo de F. Olesa Muñido, La organización naval de los estados mediterráneos y en especial de España durante los siglos XVI y XVII. 2 vols. Madrid, Museo Naval, 1968; recientemente publicado, no carece de interés el libro de E. Mira Ceballos, Las armadas imperiales. La guerra en el mar en tiempos de Carlos V y Felipe II. Madrid, La Esfera de los Libros, 2005.

[5] Los estudios sobre el corso y su persecución en el Mediterráneo son muy numerosos desde la década de 1990, destacando los producidos en Italia, como el de S. Bono, Corsari nel Mediterraneo. Cristiani e musulmani fra guerra, schiavitù e commercio. Milán, Mondadori, 1993; M. Mafrici, Mezzogiorno e pirateria nell' età moderna (XVI-XVIII). Nápoles, E.S.I., 1995; el más reciente es el de V. Favarò, "La Sicilia, fortezza del Mediterraneo", en Mediterranea: Ricerce Storice, 1 (2004), pp. 31-48.

[6] M. A. de Bunes Ibarra, Los Barbarroja: corsarios del Mediterráneo. Madrid, Aldebarán, 2004; M. A. de Bunes Ibarra y E. Sola (eds.), La vida y la historia de Haradín, llamado Barbarroja. Granada, Universidad de Granada, 1997.

[7] Así lo interpreta, realizando una sólida argumentación, V. Montojo, "Configuración del sistema defensivo de la Cartagena moderna", en Historia de Cartagena, vol. VII. Murcia, Mediterráneo, 1994, pp. 489-544.

[8] Esta época de reveses y peligros tiene su espacio propio en el detallado estudio sobre la transición de la España de Carlos V a la de Felipe II debido a M. J. Rodríguez Salgado, Un imperio en transición: Carlos V, Felipe II y su mundo, 1551-1559. Barcelona, Crítica, 1992; sobre el sangriento ataque pirático de 1561 a Cartagena, que marcó profundamente al Reino de Murcia en este período, v. V. Montojo, op. cit., y F. Velasco Hernández, El otro Rocroi: la guerra naval de Felipe IV en el Mediterráneo Sudoccidental (o Mancha Mediterránea). Cartagena, Aglaya, 2005.

[9] A. Grandal López, "Los siglos XVI y XVII", en Manual de Historia de Cartagena, Cartagena, EAC-UM-CAM, 1996, pp. 161-220.

[10] A. Grandal López, "Un ejemplo de incursión corsaria en la costa murciana: el desembarco de Morato Arráez en Portmán en octubre de 1587", en Cuadernos del Estero, 11-12 (1996-1997), pp. 161-176.

[11] V. Montojo, "Mercaderes y actividad comercial a través del puerto de Cartagena en los reinados de los Reyes Católicos y Carlos V (1474-1555)", en Miscelánea Medieval Murciana, 18 (Murcia, 1994) pp. 109-140; J. J. Ruiz Ibáñez y V. Montojo, "Entre el lucro y la defensa: las relaciones entre la Monarquía y la sociedad mercantil cartagenera", en Comerciantes y corsarios en el siglo XVII. Murcia, R. A. Alfonso X el Sabio, 1998, cap. 2; V. Montojo y J. J. Ruiz Ibáñez, "La communità mercantile di Genoa e di St. Malo a Cartagine, porta della Castiglia", en G. Motta (dir.), Mercati e viaggiatori per le vie del mondo. Milán Franco Angeli, 2000, pp. 75-90.

[12] En esta famosa incursión, los piratas capturaron a un total de 296 españoles, incluyendo elementos civiles, mujeres y niños, y masacraron a las exiguas que les hicieron frente y al resto de la población; véase los estudios de C. Tornel Corbacho y A. Grandal López, "El peligro de las grandes flotas y la defensa de Cartagena", en Homenaje al Prof. J. Torres Fontes, Murcia, Universidad de Murcia, 1987, pp. 1657-1672; y M. Vila López, Bandolerismo y piratería en el Reino de Valencia durante el reinado de Felipe IV (1635-1645). Valencia, Universidad de Valencia, 1984.

[13] F. Velasco Hernández, El otro Rocroi: la guerra naval de Felipe IV en el Mediterráneo Sudoccidental (o Mancha Mediterránea). Cartagena, Aglaya, 2005, cap. 6.

[14] S. García Martínez, Els fonaments del País Valenciá modern. Valencia, Lavinia, 1968; J. F. Benavent Montoliu, El País Valenciano en el siglo de la Ilustración, cap. 1. Valencia, 7 i mig, 1999.

[15] J. F. Pardo Molero, "Imperio y Cruzada: la política de Carlos V vista desde Valencia", en J. L. Castellano y F. Sánchez Montes (coords.), Carlos V: Europeísmo y universalidad. 5 vols. Granada, S. E. C. Centenarios de Felipe II y Carlos V, 2001, vol. III, pp. 359-378;

[16] Pablo Pérez García, "La Milicia Efectiva del Reino de Valencia", en Fueros y Milicia en la Corona de Aragón, siglos XIV al XVIII. Valencia, Ministerio de Defensa, 2004, pp. 134-161.

[17] En la Corona de Aragón, las tradiciones cruzadista y milenarista estaba muy arraigada en torno a la dinastía reinante, y prendió con fuerza en la persona de Fernando el Católico, quien la transmitiría a Carlos V: v. A. Milhou, "La chauve-sourte, le nouveau David et le Roi Caché: trois images de l' Empereur des derniers temps dans le monde iberique", en Mélanges de la Casa de Velazquez, 18 (París, 1982).

[18] AA.VV., Actas del Congreso Négotiations et transferts: Les intermédiaires dans l'échange et le rachat des captifs en la Méditérranée, 16e-17e siècles. Roma, 2002.

[19] S. Alonso Navarro, Notas para la Historia de Mazarrón. Murcia, Ayto. de Mazarrón, 1974, p. 86.

[20] En el siglo XX, esta circunstancia dio pie a las actuales fiestas de Moros y Cristianos, que incluyen un desembarco de las comparsas Moras en el puerto de la localidad, recordando festivamente el sangriento ataque de 1538.

[21] R. Torres Sánchez, "La esclavitud en Cartagena durante los siglos XVII y XVIII", en Contrastes, 2 (Murcia, 1986), pp. 81-101; J. González Castaño, Una villa del Reino de Murcia en la Edad Moderna: Mula, 1500-1648. Murcia, R. A. Alfonso X el Sabio, 1992, p. 199.

[22] El caso se produjo en junio de 1519 y fue documentado por Pablo Pérez García, "Conflicto y represión: la justicia penal ante la Germanía de Valencia (1519-1523)", en Estudis. Revista de Historia Moderna, 22 (Valencia, 1996), pp. 141-198.

[23] Así lo pone de manifiesto el estudio de María del Pilar Monteagudo Robledo, El espectáculo del poder: Fiestas reales en Valencia en la Edad Moderna (siglos XVIII-XIX). Valencia, Ayto. Valencia, 1995.

[24] A. Díaz Serrano, Hannibal ad portas! La ciudad de Murcia ante el Levantamiento de las Alpujarras, 1556-1572. Murcia, Tesis de Licenciatura, Universidad de Murcia, 2003.

[25] P. J. Tarazona, Institucions dels furs e privilegis del Regne de Valencia. Valencia: Lambert Palmart, 1580 (ed. facsímil París-Valencia, Valencia, 1980); E. Belenguer (dir.), Felipe II y el Mediterráneo. 4 vols, Madrid, S. E. C. Centenarios de Felipe II y Carlos V, 1999, vol. II, pp. 481-500; L. P. Martínez, "La Historia militar del Reino de Valencia en la Edad Media", en Militaria: Revista de Historia y Cultura Militar, 11 (Madrid, 1998), pp. 29-75.

[26] Jerónimo de Zurita, Historia del rey Don Hernando el Católico, de las empresas y Ligas de Italia (A. Canellas López, ed.) 6 vols. Zaragoza, Gobierno de Aragón, 1989-1996, vol. V, pp. 611-615.

[27] A. Díaz Borrás, "La Casa de Contratación de Orán y el cambio en la filosofía de las transacciones entre Berbería y Valencia, 1510-1514", en Sharq Al-Andalus, 9 (Valencia, 1993).

[28] En este punto, el rey Fernando el Católico jugó con una cierta ambigüedad a la hora de adscribir gubernativamente la ciudad de Bujía a una ciudad de la Corona de Aragón, para poder movilizar así los recursos de Aragón y Castilla; no hay que olvidar que en un primer momento, la ciudad fue gobernada por los duques de Alba quienes, pese a no pertenecer a la nobleza valenciana ni tener vinculaciones con Valencia, se incluían entre los partidarios más leales que Fernando tenía en Castilla; véase R. Gutiérrez Cruz, Los presidios españoles del norte de África en tiempos de los Reyes Católicos. Málaga, Eds. Cdad. Aut. Melilla, 1997, pp. 77-79.

[29] J. F. Pardo Molero, La defensa del imperio: política militar en la Valencia de Carlos V. Valencia, Tesis Doctoral, Universidad de Valencia, 1997, cap. 4.

[30] P. Pérez García, "Origen de la Milicia Efectiva valenciana: las vicisitudes del proyecto del marqués de Denia para la creación, pertrecho y movilización de los Tercios del Reino de Valencia (1596-1604)", en Actes del Primer Congrés d'Administració Valenciana: De la Història a la Modernitat, Valencia, 1992; "La Milicia Efectiva del Reino de Valencia", en Fueros y Milicia en la Corona de Aragón, siglos XIV al XVIII. Valencia, Ministerio de Defensa, 2004, pp. 134-161; sobre la expedición a Tortosa en 1650, pp. 157-158. M. Vila López, La reorganización de la Milicia Efectiva del Reino de Valencia en 1643. Valencia, 1983, y "La aportación valenciana a la guerra con Francia (1635-1640)" en Estudis: Revista de Historia Moderna, 8 (Valencia, 1979-1980), pp. 125-142. En la década de 1590 se crearon diversas agrupaciones militares semiprofesionales en toda España para responder a la amenaza creciente que el país sufría en sus diversas fronteras y costas; véase J. J. Ruiz Ibáñez, "Monarquía, guerra e individuo en la década de 1590: El Socorro de Lier de 1595", en Hispania: Revista Española de Historia, LVII/1, 195 (Madrid, 1997) pp. 37-62.

[31] J. F. Pardo Molero, "Per terra e no per mar: la actividad naval en el Reino de Valencia en tiempos de Carlos I", en Estudis: Revista de Historia Moderna, 21 (Valencia, 1995), pp. 61-87.

[32] Francisco Requena Amoraga, La defensa de las costas valencianas en la época de los Austrias. Alicante, I. A C. Juan Gil-Albert, 1997, pp. 377-390.

[33] E. Manera Regueyra, "Importancia del papel de Cartagena como factor de apoyo en el Mediterráneo de la marina de guerra de los Austrias", en Historia de Cartagena, Murcia, Mediterráneo, 1994, VII, pp. 467-488; V. Montojo, "Entre el Mediterráneo y el Atlántico: participación de Cartagena e intervención regia durante el reinado de Felipe II", en E. Belenguer (ed.), Felipe II y el Mediterráneo. 4 vols. Madrid, S. E. C. Centenarios de Felipe II y Carlos V, 1999, vol. I, pp. 377-390.

[34] Sobre los comerciantes corsarios de Cartagena, véase F. Velasco Hernández, Comercio y actividad portuaria en Cartagena, 1570-1620. Murcia, Excmo. Ayuntamiento de Cartagena, 1989, cap. 5.

[35] Sobre el proyecto de guerra económica de Olivares, véase R. A. Stradling, Europa y el declive de la estructura imperial española, 1580-1720. Madrid, Cátedra, 1992 (ed. orig. inglesa: Londres, Allen & Unwin, 1981), pp. 119-157.

[36] J. J. Ruiz Ibáñez, "La frontera de piedra: el desarrollo del sistema de defensa de la costa de Murcia, 1588-1602", en P. Segura Artero (ed.), Actas del Congreso sobre la Frontera Oriental Nazarí como sujeto histórico (siglos XIII-XVI). Almería, I. A. C. Juan Gil-Albert, R. A. Alfonso X el Sabio, Inst. Estudios Almerienses, Excmo. Ayto. de Lorca, 1997, pp. 657-662; J. M. Rubio Paredes, Historia de las torres vigías de la costa del Reino de Murcia (siglos XVI-XIX). Murcia, R. A. Alfonso X el Sabio, 2000; J. D. Muñoz Rodríguez, "Torres sin defensa, defensa sin torres. Las fortificaciones en el Resguardo de la Costa Murciana a finales del siglo XVII", en Actas de las V Jornadas sobre Fortificaciones, Piratería y Corsarismo en el Mediterráneo, Cartagena, Aforca, 2006; puede encontrarse una visión general sobre el sistema defensivo general de las costas españolas en los estudios de la profesora Alicia Cámara Muñoz, "Las fortificaciones y la defensa del Mediterráneo", en E. Belenguer (ed.), Felipe II y el Mediterráneo. Madrid, S. E. C. Centenarios de Felipe II y Carlos V, 1999, vol. IV, pp. 355-376; y "Las torres del litoral en el reinado de Felipe II: una arquitectura para la defensa del territorio", en Espacio, tiempo y forma (UNED): Edad Moderna, VII-3 (Madrid, 1990), pp. 55-86, y VII-4 (Madrid, 1990), pp. 53-94.

[37] C. Tornel Corbacho, El gobierno de Cartagena en el Antiguo Régimen, 1245-1812. Cartagena, Excmo. Ayto. Cartagena, R. A. Alfonso X el Sabio, 2001, pp. 445-450; A. Gómez Vizcaíno y V. Montojo, "El elemento humano en la defensa de Cartagena durante el siglo XVI y principios del siglo XVII", en La organización militar en los siglos XVI y XVII: Actas de las II Jornadas de Historia Militar. Sevilla, Capitanía Gral. de la Región Militar Sur, Cátedra Gral. Castaños, 1993, pp. 317-328.

[38] L. Querol y Rosso, Las milicias valencianas desde el siglo XIII al XV: contribución al estudio de la organización militar del antiguo Reino de Valencia. Castellón, Sociedad Castellonense de Cultura, 1935; F. Sevillano Colom, El "Centenar de la Ploma" de la Ciutat de Valencia, 1365-1711. Barcelona, R. Dalmau, 1966; M. T. Ferrer Mallol, Organització i defensa d' un territori fronterer: la Governació d' Oriola en el segle XIV. Barcelona, CSIC, 1990.

[39] J. A. Herrero Morell, Política pacificadora y fortalecimiento regio en el Reino de Valencia (1581-1585). Valencia, Tesis de Licenciatura, Univesidad de Valencia, 1994, pp. 252-261.

[40] L. Arciniega García, "Defensas a la antigua y a la moderna en el Reino de Valencia durante el siglo XVI", en Espacio, Tiempo y Forma (UNED), Serie VII, Historia del Arte, 12 (Madrid, 1999); J. F. Pardo Molero, "Proyectos y obras de fortificación en la Valencia de Carlos V", en Estudis: Revista de Historia Moderna, 26 (Valencia, 2000).

[41] J. F. Pardo Molero, "Dos informes del siglo XVI sobre la Guardia de Costa del Reino de Granada", en Chronica Nova, 32 (Granada, 2006); A. Jiménez Estrella, Poder, ejército y gobierno en el siglo XVI: la Capitanía General del Reino de Granada y sus agentes. Granada, Universidad de Granada, 2004.

[42] V. Forcada Martí, "Torres de vigía y defensa de la costa en el distrito del 'Castell de Nules': los nombres de 'Beniesma', 'Moncófar' y 'Santa Isabel del Carrillo'", en Boletín de la Sociedad Castellonense de Cultura, 70 (Castellón, 1994), pp. 43-81; J. Pradells Nadal, "La defensa de la costa valenciana en el siglo XVIII: El Resguardo", en E. Balaguer y E. Giménez (eds.), Ejército, ciencia y sociedad en la España del Antiguo Régimen. Alicante, I. A. C. Juan Gil-Albert, 1995, pp. 241-270; J. Pradells Nadal, "Transformaciones en la concepción de la defensa de la costa: siglos XVI-XVIII", en A. Furió y J. Aparici (eds.), Castells, torres i fortificacions en la Ribera del Xúquer: VIII Assemblea d' Història de la Ribera. Valencia, Excmo. Ayto. Cullera, U. Valencia, 2002, pp. 175-193.

[43] J. García Antón, "La costa de Lorca y la frontera marítima", en F. Chacón Jiménez, A. J. Mula Gómez y F. Calvo García-Tornel (eds.), Lorca, pasado y presente: la formación de una comarca histórica. Tierras, pueblos y culturas. Lorca, Excmo. Ayto. de Lorca, 2006, pp. 235-249.

[44] J. F. Jiménez Alcázar, "La frontera mediterránea en el siglo XVI: el ejemplo lorquino", en C. M. Cremades Griñán (ed.), La Invencible. Córdoba, Univ. Córdoba, 1989, pp. 61-74.

[45] J. D. Muñoz Rodríguez, "Con plausible ejemplo y finísima actividad: La movilización de una ciudad castellana en socorro de la Monarquía. Lorca, 1688", en Claves, 3 (Murcia, 2003), pp. 189-198.

[46] El caso de Granada guarda algunas semejanzas por la obligación de los municipios del interior de movilizar sus huestes para la defensa de la costa; véase el estudio de J. Contreras Gay, "Las milicias de socorro del Reino de Granada y su contribución a la defensa de la costa a partir de 1568", en P. Segura Artero (ed.), Actas del Congreso "La Frontera Oriental Nazarí como sujeto histórico, siglos XIII al XVI". Almería, R. A. Alfonso X el Sabio, Excmo. Ayto. de Lorca, Inst. Estudios Almerienses, 1997, pp. 613-622.

[47] Sobre la salida de la bandera de la ciudad de Murcia y su llegada a Cartagena, véase F. Velasco Hernández, El otro Rocroi: la guerra naval de Felipe IV en el Mediterráneo sudoccidental o Mancha Mediterránea. Cartagena, Aglaya, 2005, pp. 238-242.

[48] A. Grandal López, "Las relaciones del Concejo de Cartagena con el Estado y sus representantes a finales del siglo XVI", en Nuestra Historia. Alicante, CAM, Excmo. Ayto. Cartagena, 1987, pp. 187-194; el desarrollo posterior de esta clase de conflictos se puede seguir en J. D. Muñoz Rodríguez, "El Gobernador de Lo Político y Militar: aparición y consolidación de una nueva figura administrativa en la defensa de las costas del Mediterráneo meridional (siglos XVII-XVIII)", en Actas del III Congreso de Historia de Andalucía. Córdoba, Univ. Córdoba, 2003, pp. 191-202.

[49] J. J. Ruiz Ibáñez, "Sujets et citoyens: les rélations entre l' État, la ville, la bourgeoisie et les institutions militaires municipales à Murcie (16e-17e siècles)", en M. Boone y M. Prak (eds.), Status individuels, status corporatifs et status judiciaires dans les villes europeénnes (moyen âge et temps modernes) / Individual, corporate and judicial status in European cities (late middle ages and early modern period). Leuven, Garant, 1996, pp. 129-156.

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Autor:

Jorge Benavent

 

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