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Doce relatos cursis (página 2)

Enviado por Mario Blacutt M


Partes: 1, 2, 3

Esta es una gran diferencia que la mujer marca con el hombre: un hombre promedio, al ponerse el pantalón diario, nunca hace preguntas. Nunca pregunta en qué estación estamos ni qué día de la semana es ni cuáles son las últimas imposiciones de la moda; no señor. Se pone el traje que está listo en el ropero y adelante. En realidad, la importancia del vestido trasciende los límites individuales de la mujer para convocar la atención de la sociedad misma.

Pongamos el caso de una pareja en el momento en que el sacerdote los está declarando oficialmente marido y mujer en la iglesia colmada. Desde que la novia ingresa a la nave central de la iglesia, hasta que sale del brazo del marido, nadie se fija en el marido: Todas las miradas están en la novia

Las mujeres están analizando, con aire crítico, el vestido.

Los hombres, imaginándola, con aire crítico, sin el vestido.

El novio estará cubierto con un mantel o con un traje de arlequín, nadie se dará cuenta, puesto que no existe ni en el campo visual ni en el mental de los invitados. Pero los científicos que se internan en las neuronas con el objeto de explorar las causas del comportamiento humano han hecho avances muy importantes al respecto. Han descubierto que una mujer se "viste bien" más con el deseo de impresionar a otras mujeres que de captar la atención de un hombre. Han descubierto que las estructuras emocionales de hombres y mujeres son tan diferentes en estos aspectos, que algunos insisten en que podrían ser dos sub especies del mismo árbol. El lente estético masculino carece de las miles de pupilas que tiene el de la mujer para registrar los infinitos detalles que prestan importancia al acto del buen vestir. En verdad, los hombres somos tan primitivos con relación a estos refinamientos, que bien podría decirse que si las mujeres, se visten; nosotros, simplemente nos tapamos.

Por otra parte, no nos olvidemos de las mujeres de ingresos medios bajos, las que tienen que luchar todos los días con el problema del vestido. Ellas no tienen el ropero lleno y más bien deben hacer grandes obras de transformación para que el vestido satisfaga los requerimientos mínimos que exige la ocasión. Así, las vemos ideando cómo sacar algo de un vestido para ponerlo en el otro y lograr una obra de gran creatividad o prestarse algo de la mejor amiga para que "combine" con una "telita" que se ha comprado de una liquidación, "telita" que sus manos maravillosas convierten en un atuendo.

Pues bien, esta pequeña introducción es necesaria para lograr el marco psicológico en el que se desarrolla primer relato de los doce.

El marido era ingeniero de sistemas y aquella vez tuvo que visitar diferentes países para instalar la nueva tecnología en las filiales de la firma. En razón del gran éxito de su nueva propuesta digital, recibió un bono extra muy, pero muy generoso. Con el bono en la mano, decidió dar a su esposa una agradable sorpresa y, de paso, también a su hermana: el bono completo sería invertido en comprar cuatro vestidos de primerísima jerarquía en el mundo de la moda. Sería una sorpresa que su esposa jamás olvidaría (en ese momento no tenía idea de cuánta razón tenía al conjurar ese deseo).

Cuando la esposa abrió la maleta quedó en levitación instantánea: en verdad, los cuatro vestidos eran la concreción absoluta del buen gusto. El marido le dijo que tres serían para ella y uno para la hermana, cuñada de ella, pero que ella escogería cuál de ellos debía cederse. La esposa aceptó gustosa y cuando el marido se fue a la oficina, lo primero que hizo, fue tender los cuatro vestidos encima de la cama. Los miró, los colocó de diferentes maneras, los cambió de posición en todas las combinaciones posibles; luego los tendió en la alfombra del piso, formando un cuadrado simétrico a su alrededor.

Se probó uno de ellos, se miró en el espejo, lo hizo desde todos los ángulos disponibles para decidir, finalmente que cedería una oreja antes que ceder ese vestido. El segundo le pareció tan imprescindible para su existencia como el primero y, por lo tanto, digno de desafiar la otra oreja para no permitir su desarraigo del ropero hogareño. El tercero simplemente ratificó lo que había decidido con relación a los dos primeros: los tres eran inembargables. No importaba que fuera para su cuñada o para la reina de Java. Con el cuarto vestido ya no hubo cabida para pensar, ni remotamente, en la posibilidad de ceder alguno de ellos. Llegó el día siguiente y luego los otros de la primera semana dedicada a lo que identificó como la misión más importante de su vida: escoger al vestido que sería la "víctima del egoísmo mundial". Hasta la llegada de los cuatro vestidos su vida había sido plena del goce diario y de la alegría cotidiana de vivir. Cada día había sido un nuevo motivo de satisfacción siempre renovada, sin grandes turbulencias en el vuelo de crucero diario. Sin embargo esa rutina había sufrido radicales cambios, cada día parecía ser un terrible autócrata que le ponía en el terrífico ritual de decidir cuál de los órganos de su cuerpo habría de ser desgajado. Es que la identificación de su cuerpo y su mente con cada vestido y con cada milímetro cuadrado de cada vestido y con cada frecuencia de cada color de cada vestido, había sido absoluta. Quitarle un vestido, cualquiera de los cuatro, era quitarle algún órgano vital de su humanidad, enflaquecida ya por el tormento.

Aunque se cuidaba en su dieta, siempre había tenido buen apetito y había disfrutado de conversar, asistir a reuniones de amigas y a los acontecimientos sociales. Pero ahora empezó a desmejorar a tasas crecientes, perdió el apetitito, las ganas de conversar, las ganas de saludar a cada nuevo día, las ganas de reunirse con las demás. En momentos de honda depresión pensaba que su marido no tenía ningún derecho de ponerla en una encrucijada; que su actitud era una muestra del sadismo natural de cada hombre. El marido empezó a notar un cambio radical en la actitud de su esposa, pero cada vez que quería llamar al médico ella le decía que no, que se sentía mejor que nunca. Sus amigas empezaron a notar las ojeras, el decaimiento, la falta de aliento y la pérdida paulatina de cualquier hálito de vida. Su mejor amiga notó, más que nadie, el cambio existencial que se operaba y decidió llegar al fondo del asunto. Para empezar era de su deber recordarle que:

-ningún hombre es merecedor de que una mujer acuda a un autosacrificio de ese calibre; todas sabemos que los hombres son unos sarnas, pero no es posible traspasar los límites que marcan el instinto de conservación de los seres; no importa lo que haya hecho el sarna, no vale la pena que ella se sacrificara de esa manera.

Proyectados muchos y diversos esfuerzos de táctica y de estrategia, la amiga logró saber lo que en verdad sucedía; así es que tomaron una determinación. Esa misma noche, apenas llegado el marido a la casa, la esposa le dijo que si él la obligaba a desprenderse de uno solo de los vestidos, ella tendría que desprenderse de él para siempre. Él no entendió la gravedad intrínseca del asunto, pero su estructura intuitiva reaccionó de la única manera que podía reaccionarse ante un caso de tanta importancia. No quiso hacer ninguna reflexión y le respondió que no se preocupara, que después de todo, la hermana no lo sabía aún

–mi hermana no tiene idea de que es acreedora a uno de los vestidos y no tiene por qué saberlo.

La calma volvió al corazón de la esposa, volvió al hogar, volvió al municipio, al país, al mundo entero. La esposa volvió a ser lo que fue y la vida volvió a su cauce.

Después de algún tiempo, en una reunión de las amigas, la que había hablado con ella, al relatar el hecho, terminó diciendo:

-ninguna mujer renunciará jamás a un vestido para cederlo a otra mujer que no sea su hija, independientemente de lo que le den a cambio.

Todas estuvieron de acuerdo y ofrecieron su apoyo moral.

El Gurrumino

La novia, del brazo de su padre, está por dar el primer paso sobre la nave principal de la catedral. Como de costumbre, Mendelson revive en la marcha y todas las miradas convergen hacia el vestido blanco que avanza lenta, muy lentamente. La Catedral está adornada como debe adornarse a un acontecimiento de alta alcurnia. Sus pilares, sus estatuas y sus cuadros; sus bajo y altorrelieves son hermosos, pero no producen la menor emoción en el alma de la novia, la que ahora mira la distancia que debe recorrer para llegar al altar, allí donde la espera su novio. Al iniciar la entrada piensa:

Cuando era niña soñaba con que algún día un príncipe, venido de un país muy lejano, mataría al dragón y me rescataría del castillo de piedra en el que estaba encerrada por el malvado rey. Pero, ahora que estoy en el castillo y el dragón está al apronte, me pregunto: ¿Qué puede hacer mi gurrumino, mi príncipe? Es tan débil, tan frágil, tan tierno… nunca dañó a nadie ni haría daño a nadie….. pero, siendo íntegro es valiente; sabe vencer el miedo y no le teme al dolor… recuerdo, por ejemplo, aquel día en la universidad. El matón de turno se había referido a mí en términos de insulto provocativo; mi gurrumino lo escuchó y le dijo que debía retirar sus palabras o tendría que vérselas con él (¡el matón más temido, tenía que vérselas con él!) el matón le dio un puñetazo feroz y lo lanzó al suelo, mi gurruminito se levantó con el rostro ensangrentado para ponerse al frente del matón y para intentar un golpe que jamás llegaría; muchos estudiantes formaban ronda alrededor del matón y de mi gurrumino…. a cada nuevo golpe le sucedía una nueva caída y un nuevo apronte… alguien me avisó por teléfono y yo acudí de inmediato, cuando llegué vi lo que sucedía y lo que en ese momento mi gurrumino le decía:

–tendrás que matarme a golpes si es que no retiras tus palabras

Al escuchar la determinación hecha verbo, los estudiantes empezaron a murmurar sobre la actitud abusiva del matón; en ese momento, el matón descubrió mi presencia…. no sé qué es lo que pasó en ese instante por su mente, pero el hecho es que puso su brazo sobre los hombros de mi gurrumino y lo trajo hasta donde yo me encontraba. Una vez frente a mí, nos pidió disculpas a ambos y me dijo que yo había tenido la suerte de encontrar un hombre que daría todo por mí y él, mi gurrumino, una mujer que podía inspirar ese sentimiento… mi gurrumino estaba próximo al desmayo; con unos amigos lo llevamos a mi habitación y empecé a curarlo…. su rostro estaba completamente deforme y la sangre no paraba de fluir… al limpiarle las heridas le reproché que se hubiera expuesto a una situación tan temible, que inclusive podía haberle causado la muerte… cuando terminé de decirle eso, alzó la vista, me miró con esos ojos que eran mi locura y me dijo:

Margot; si un hombre no tiene algo porque morir tampoco tendrá algo por qué vivir… tú eres mi algo, mi único algo, nunca lo olvides

¿Qué mujer podía encontrar un príncipe encantado más varonil que mi gurrumino? …. pero ¿Qué podría hacer ahora? ¿Cómo podría rescatarme de este castillo? y del dragón? ¡Pobre mi gurrumino! ¡Tan frágil, tan solo y quedará tan si mí!

El padre le retira el brazo y ella tiene que tomar el de su novio

Lo extraño es que este hombre, el que va a ser mi marido, tiene todo lo que un príncipe encantado puede tener. Es muy guapo, con una personalidad arrolladora, gran conversador, supermillonario, amable, gran figura social ¡qué diferente de mi gurrumino! ….. entonces ¿Por qué no siento nada por él? … todos dicen que las mujeres a veces somos incomprensibles; el mismo Freud, después de 30 años de estudiar la psique humana, parece que perdió la paciencia y al final exclamó: "¿Qué diablos quieren las mujeres? ahora me doy cuenta que tienen razón

Novio y novia ya están frente al cura, el que se apresta a iniciar la ceremonia…. en ese instante, cuatro encapuchados armados con ametralladoras irrumpen en la catedral: uno se queda apuntando a los invitados del lado derecho de la nave, en el que se confunden fru-frus de seda y smokings negros y severos; otro apunta al lado izquierdo, en el que se duplica la escena primera; los dos restantes se dirigen hacia la pareja, empujan al novio, toman a la novia, se dirigen a la puerta y desaparecen en un vehículo que estaba presto al arranque. Toda la escena no duró más de medio minuto. Los invitados tienen los ojos y el asombro clavados en la puerta por donde salieron los secuestradores; luego se vuelven para ver al novio, el que tiene la mirada perdida en algún pensamiento lejano o en una imagen audaz; de pronto, lanza una carcajada que hace vibrar la catedral misma; los invitados creen que se ha vuelto loco, pero no, el novio imagina lo que pasó: percibe al gurrumino, desesperado, amigo de un amigo que tiene un amigo mafioso… lo ve llegando a la guarida de los mafiosos ante el asombro de los hombres que sólo hablan con extraños a través de la ametralladora…lo escucha en extraño coloquio con el jefe de los hombres atroces:

–…. yo soy muy débil y no sé qué hacer; si ella se casa yo moriré, pero ella va a ser infeliz, eso es lo que me preocupa…. por favor, ustedes que son tan fuertes, ayúdenme

El novio imagina cómo los temidos hombres escuchan y luego hacen un ademán común; cómo le dicen al gurrumino que vaya a su casa, que Margot, si es que no se ha casado aún, estará allí para que sean felices; también mira en una imagen hologramática cómo el gurrumino dice que no; que él irá con ellos y como se cubre la cara, al igual que los demás y exige una ametralladora. El novio sabe quién es el enmascarado que lo empuja para tomar del brazo a la novia. Oye el susurro que le desliza en la oreja a una Margot que sonríe al escucharlo. Pero un infinito sentido de paz y armonía lo inunda, cuando Margot, al salir apresurada, se da la vuelta para mirarlo, como pidiéndole perdón por lo que debe hacer. Es entonces cuando ríe; al terminar la carcajada se dirige a los invitados para decirles:

–damas y caballeros, los regalos serán devueltos, pero lo que no puede devolverse es el dinero que los encargados de hacer la recepción han recibido por adelantado

–pero ¿cómo puede pensar en la recepción si acaban de secuestrar a su novia del altar mismo?

–¿secuestrar, caballeros? ¿No vieron que la novia iba delante de los "secuestradores" haciendo ademanes para que se apuraran, aún tropezándose con el vestido blanco? Así, les pido que todos nos dirijamos al lugar de la fiesta y brindemos por un nuevo triunfo

–¿nuevo triunfo de quién?

–un nuevo triunfo del amor, el que ha hecho que un hombre, al que todos creíamos débil, un ser que hace lo que debe hacer para recobrar a la mujer amada, no importa lo que tenga que hacer. Vamos.

Cuando la señora que relató lo que todos acababan de escuchar, una de las circunstantes, se dirige a ella y con un tono cordial le dice:

-hay millones de mujeres en el mundo, buscando un hombre de verdad; la mayoría no lo encuentra; sin embargo, tuviste dos del más alto calibre al mismo tiempo Por si fuera poco, los tuviste no sólo en tu vida, también en la nave central de la iglesia. Debes ser muy feliz.

–lo soy, pero sólo por uno: mi gurrumino.

edu.red

La última lealtad

(Este relato estuvo a cargo de la hermana de la que fuera la protagonista, quien había dejó por escrito lo que había pasado. Intervengo un poco en el lenguaje y la descripción, pero el contenido es verdadero)

Tomó el vaso en forma de cáliz, grande como un trofeo, con adornos grabados en su tapa. Era amarillo-naranja y en el crepúsculo parecía alumbrar las aguas ansiosas del río que se apretujaba, feroz, bajo el puente. Miró a los horizontes, como pidiendo el permiso del infinito. Con ademán calmado, destapó el cáliz reluciente y lo volcó sobre las pequeñas olas que se congelaban en pequeños garfios rutilantes. Las cenizas liberadas del sepulcro del vaso reluciente bailaron con el viento, en una ronda caprichosa de remolinos que se entrechocaban entre sí, deseosas del privilegio de besar una sola partícula de ceniza. El viento no quiso compartir la danza con los ojos ajenos y se llevó a las cenizas negro-grises por debajo del puente. Allí las sedujo sobre las aguas amotinadas en medio de los muros de piedra que trazaban su lecho y el crepúsculo acudió a la sombra para que no lo vieran llorar. Pero había hilos rosa que se deslizaban desde las nubes, como si cada una hubiera declarado que, mujeres, mujeres de verdad, no tenían por qué esconder la emoción.

Miró de nuevo la urna para recordar lo que habían prometido tantas veces; la miró con devoción y con el recuerdo a flor de corazón

-de la muerte, que nada quede; pues siempre estará ahí

-de la vida, todo; porque entonces, siempre estará ausente

Lanzó la urna al río, que siguió la senda dejada por las cenizas; metió las manos en los bolsillos del abrigo beige, el que habían comprado en el invierno primero que los había encontrado juntos. Caminó con los movimientos que habían aprendido en las meditaciones compartidas: calmos, vívidos, llenos de conciencia de vida. El río, de amarillo espeso, se quedó aullando de dolor con el viento. Llegó al departamento, se quitó el abrigo, abrió la botella de whisky, sirvió dos vasos y los puso, uno frente al otro, en la mesa; se sentó detrás de uno de ellos, lo alzó para hacer un brindis con el que estaba en la parte de la mesa que daba al asiento vacío:

-la vida es con nosotros juntos

-la muerte será cuando falte uno de los dos

La botella ya llegaba a la mitad, entonces tomó el frasco que estaba sobre la mesa y empezó a tragar, lentamente, una a una, todas las pastillas que había en él. A pastilla puesta en la boca, trago arrancado del vaso, con ademán de pausa lánguida, relajada, como si el brazo fuera autónomo…Las luces, infinitas, de las lámparas empezaron a parpadear y Beethoven desgranaba el último coro de La Oda Inmortal

–Qué extraño, dijo, el canto a la vida viene a dar el último adiós a quien ha escogido ya la hora de la muerte

Una suave somnolencia empezó a cubrirla toda, tal la caricia protectora que nunca le había faltado desde que se conocieron, hacía muchos años, cincuenta, para ser exactos. Empezó a sentir en su cuerpo sus manos, suaves y urgentes; tiernas y fuertes; revividas, como si las aguas del río y la furia del viento las hubieran enviado de vuelta, en señal de solidaridad. La silla se volvía de aire para darle la sensación del regazo tibio, compinche querido del ritual único, del que nunca será repetido del que sólo quedará el recuerdo disuelto en las noches plenilunadas. La somnolencia se hizo más suave, pero más intensa al mismo tiempo; más acogedora y más amenazante por ello; juraron que nunca estarían solos; estar solos significaba estar separados

-si la soledad quisiera entrar en esta casa, no habría campo para ninguno de nosotros

-la dejaríamos sola

Las lunas han degollado miles de noches desde la noche eterna en que se conocieron; la noche en que el destino unió dos destinos. Ella tenía 18 años y había tenido que aprender a aferrarse a la existencia con la fuerza que lograba sacar de una pobreza espantosa. Noches llenas de noches y días plenos de soledad, se habían sucedido en una caravana silente y mortal; nada había que esperar de nada ni de nadie; conoció el dolor y, como toda mujer admirada por todos los cosmos, lo usó para ser más digna, aunque siempre más pobre y sola. La soledad la rondaba por todos los ángulos dimensionales, en una tarea que el sino se propuso hacerla suya: regocijarse ante la lucha perdida de antemano; entre esa mujer que pugnaba por mantener el nombre, por una parte, y el destino mismo que se empeñaba en hacer que la nieve acogiera al carbón, luego de haber sido brasa. Finalmente, las arenas de los desiertos dejaron de ser hologramas centuplicados del sol y se convirtieron en multiplicados reflejos de una luna fría, astuta y vengadora. Ninguna furia sobrepasa la furia que engendra la luna, una vez enterada de que alguien es luna-luna. Cuando los cometas le anunciaron que había una luna-luna en una nueva constelación, la luna lanzó su furia y reclamó la sangre que había dado para que los volcanes hicieran hervir la noche del planeta. Demandó al destino el reordenamiento radical de los aconteceres para rectificar el atentado y lo amenazó con ocultar el sol y evitar que el sino viera el desarrollo de sus designios si es que no cumplía con lo instruido…

Pero, cosa rara, fue entonces que se conocieron; precisamente cuando el dolor de vivir se hacía casi un imperativo para dejar de hacerlo. Fue como si el cosmos desaprobara la dictadura de la luna y ordenara a las constelaciones que diseñen el momento feliz. Fu entonces que visitó el parque, el que tantas veces la había visto dialogar con nadie, para cobijarse en su sombra. Fue entonces que apareció él; venía de contramano con la cabeza en alguna otra parte y el paso imperioso y mandón. Tropezó con ella; la miró, recibió la mirada de vuelta; la vio vulnerable, débil, con la piel hecha esponja del dolor mismo del mundo. La sintió temblar; la tomó de las manos en ademán protector, al sentirlas le preguntó por qué estaban tan frías y por qué parecía tan sola. Ella no contestó; más bien bajó la mirada tratando de ocultarla. Como si fuera un adivino de alguna constelación de gris brillante, entrelazó sus dedos con los suyos y con una voz reposada le dijo:

–dicen que dos soledades juntas hacen la mejor compañía

Se alejaron en medio de la noche; las sombras, formando un séquito de siluetas vibrátiles, les abrieron paso. Desde entonces fueron felices; desde entonces renunciaron a ser si el otro no era; desde entonces sintieron que el corazón les latía al mismo ritmo. El final de la carta donde se rotulaba la constancia de lo que había sido el destino común, decía, con acento de feliz resignación:

…..tal vez les parezca extraño, pero no muero por el dolor por su muerte, pues su recuerdo hace dulces mis momentos. Muero por algo que podría llamarse la última expresión de lealtad: si él ha muerto es desleal que yo viva; pues él fue la fuente de mi vida y yo de la suya. Así, su muerte es la causa de la mía. No se aflijan por mí: fui feliz por cincuenta años; soy feliz en este momento, cuando decido internarme para siempre en la eternidad de lo que no conocemos.

edu.red

¡Sí, él es!

Virginia supo que el momento más importante de su vida había llegado; el hombre que había regido su destino, que había planificado sus actividades y que, incluso, le había ordenado con quién debía acostarse cuando era necesario, se acercaba al banco del parque con esos movimientos aparentemente desgarbados y esa apariencia de ingenuidad lograda después de años de entrenamiento. Como de costumbre, vestía un traje intencionalmente confundible con el entorno, escondido parcialmente por un abrigo de color indefinido y de corte ordinario. Todo en él parecía vanal; sus mejillas rechonchas, su pelo lacio, peinado con una raya a la izquierda sin ninguna onda o desnivel que anunciara el más leve atisbo de algún escondido coqueteo personal. Los lentes de miope le daban una apariencia de insignificancia que él se ufanaba en exponer con una naturalidad que habría dado pistas falsas al más sutil de los diseñadores de perfiles humanos. Cuando tomó asiento al lado de Virginia, en el banco del parque, ella sintió una vez más la asombrosa energía que ese mameluco entrenado despedía de sí mismo. El apretón de manos, ágil y poderoso, le recordó que estaba ante la presencia de uno de los hombres más poderosos del país; tal vez, del mundo. Al contestarle el saludo, aún antes de verle los ojos, supo que éstos parecían palpitar ante la fuerza que irradiaban en la mirada. Mirar esos ojos, mirar esa mirada, era rendirse ante el extraño influjo que este hombre emanaba con solo su presencia. El diálogo se inició de inmediato; corto y claro. Cuando estaban entre ellos, las palabras servían para informar, sólo para informar; nunca para expresar algo que no fuera que información. Los gestos estaban demás. Los afectos también. No había prolegómenos. Pero esta vez, ella decidió intercalar algunas frases introductorias que intentarían mostrar su estado de ánimo.

–hoy termina mi contrato; los diez años comprometidos han pasado como diez antorchas en una noche de oscuridad plena

–por diez años has vivido en una dimensión que no encaja con la vida habitual; diez años en un mundo que es la entraña misma del mundo; allí donde se conoce la textura de lo real; allí donde todas las sonrisas son muecas pintadas para toda ocasión; donde el dolor ajeno no tiene asidero en nada ni en nadie, donde más bien es un motivo de satisfacción; me pregunto qué es lo que tienes pensado hacer

–nada que pueda interesarte; nada que pueda hacerte mover una sola pestaña; nada que convoque ni siquiera un parpadeo

–Virginia; yo no escogí ser lo que soy; me hicieron, me moldearon como se moldea una pequeña bola de nieve en manos de poderosos; pero no creas que he perdido todo; aún me queda algo, algo que exige ser alimentado por lo menos de vez en cuando, como ahora, cuando siento que me preocupo por ti, no por lo que te espera en la vida sino por lo que esperas tú de ella; no estrujes este momento de humanidad que siento en mí por ti y hazme confidente de por lo menos un retazo de alguno de tus sueños.

Virginia quedó temblorosa, insegura, como el reflejo de una sombra en el agua: pero sombra asombrada. Nunca habría pensado que Beltrán tuviera asilo para un solo sentimiento que no fuera el de lograr lo que tenía que lograr. No dudó al verlo, acostumbrada a penetrar las pupilas y las sienes más recónditas de un hombre, vio que las de Beltrán vibraban, no con las palpitaciones del engaño hecho sebo, si-no con el latir de un ser que pide una palabra humana de un humano a otro, en instantes en que se da cuenta que es humano.

–quiero ser una mujer normal; quiero un marido normal; quiero hijos normales; quiero ser mujer, esposa, madre; pero antes, quiero sentir que un hombre, ajeno a la ambigüedad, realice en mí la transmutación de robot en mujer. Quiero ser mujer, nada más que mujer y, siendo mujer, quiero gozar conscientemente del privilegio de serlo

–Virginia, te impones la tarea más difícil de cuántas pueda haberte impuesto la Agencia; espero que seas eficiente como siempre

Beltrán había adoptado otra vez la actitud del profesional; por diez segundos había sido hombre, pero supo que ya no lo sería más. Virginia fue a su departamento y llamó a su amiga, la única que tenía en el mundo, pero también, la única que podía estar verdaderamente segura de que era amiga: leal, franca, cálida ….. humana

–¿qué vas a hacer ahora Virginia?

–lo que le dije a Beltrán: buscar un hombre….. ¡Y no me digas que me ponga detrás de Diógenes! En medio de tantos hombres, tiene que haber un Hombre

–ha de ser una tarea ruda y sin pronóstico conocido; el Zen dice que en el camino está la meta; si hemos decidido hacerlo, ya hemos ganado la batalla, independientemente de los resultados

Fueron a los bares de solteros, a los estadios deportivos, a las bibliotecas y a las fiestas de smoking; los resultados siempre eran los mismos: a los cinco minutos de una conversación, Virginia, que había sido inigualada en el arte de llegar a la conciencia de un hombre, no-taba inmediatamente la ambigüedad en cada uno de ellos. Era extraño, pero le bastaba un solo movimiento que no estaba programado, un solo cambio descuidado en la mirada, un solo ademán no planificado de una mano, cualquier cosa, por insignificante que fuera, para que ella descubriera en él, al macho cabrío lleno de lujuria pero sin un solo atisbo de hombría. La tarea de encontrar un hombre se hacía mucho más difícil que la de encontrar un espía o un terrorista que intentara matar a todos los niños de alguna escuela. Uno de esos días, caminando por la calle, pasado el medio día, su amiga sugirió que podrían ir a comer una hamburguesa en la primera hamburguesería que encontraran.

–hace mucho tiempo que no comemos una simple hamburguesa con queso, utilizando las manos y no el juego de cubiertos que nos ponen en las mesas de esos restaurantes de moda.

Entraron a la primera que se les presentó; tomaron asiento, pidieron y, por la costumbre adquirida, se pusieron a dar revista a los clientes del lugar; todos parecían empleados de oficina o trabajadores manuales. Utilizando el código del reloj para indicar la posición de un objetivo, cada una empezó su reconocimiento del área. La amiga anunció: –objetivo a las 10.55; Virginia tornó la cabeza y vio al objetivo señalado. Era un hombre de unos 38 años, ni alto ni petiso; ni gordo ni flaco; ni buen mozo ni esperpento; ni elegante ni desastroso ni… lo vieron cuando la camarera le trajo su hamburguesa y cuando él le sonrió con un ademán un tanto tímido pero franco. Vieron también que la puerta había quedado semiabierta y que por ella había ingresado un perrito. Ellas intuyeron que el hambre había podido más que el miedo en el perrito callejero. Dubitativo, decidió al fin averiguar si había alguien que pudiera entender el por qué de su presencia…luego de pasar un rápido examen de los clientes, se acercó al hombre-objetivo de las dos amigas… al hombre de la actitud tímida pero confiada. El diálogo entre las miradas, que pareció sellar el acuerdo definitivo, no duró cinco segundos. La hamburguesa fue partida en dos para ser compartida por dos. El perrito tragó la suya con una rapidez que anunciaba su miedo a que alguien se la arrebatara antes de que se la engullera. Pero la camarera había notado la presencia no deseada y lo sacó sin miramientos. Se alejó por la calle, pero antes de cruzar la acera, volvió la vista hacia su compañero de almuerzo y lo miró con la mirada suave y resignada de los perros que saben lo que es el hambre y la dificultad de encontrar alguien que también lo supiera. El hombre-objetivo le sonrío a través de la ventana panorámica y se despidió de él alzando y moviendo la mano, tal como se despide a un amigo muy querido. La escena había impresionado a las dos amigas

–hay una probabilidad de que él sea

–una probabilidad ya es algo, en un mundo pleno de incertidumbres

Virginia llamó a la camarera y, con un ademán de complicidad inmediata que sólo las mujeres saben lograr, le pidió alguna referencia sobre el hombre de la hamburguesa

–viene dos veces por semana; pasado mañana estará aquí otra vez para pedir lo mismo, a la misma hora y, si es posible, en el mismo asiento de la misma mesa

-¿…?

–las propinas que deja no son gran cosa; pero se nota que no es por amarrete, sino porque sus ingresos no parecen ser muy robustos

Virginia y Edith decidieron que el próximo jueves estarían a la misma hora, en el mismo lugar. Las dos próximas noches especularon sobre la personalidad del objetivo

–apuesto que es contador, dijo Virginia; tiene todo el perfil de alguien que realiza una tarea rutinaria y sistemática

–apuesto que es contador, dijo Edith, debido a que tú lo has dicho y en esos asuntos nadie te gana

El jueves llegó y con él, la oportunidad de llevar la intención a la acción. Sentadas a la mesa, vieron como el objetivo se sentaba en la misma silla que había usado el martes y pedía su hamburguesa. Nadie había dejado entreabierta la puerta, por lo que ningún perrito entró a probar suerte. El de la vez pasada no vino. Cuando el hombre-objetivo andaba ya por la media hamburguesa, vio que una figura femenina se erguía frente a él. Empezó a mirarla desde abajo, como corresponde, para subir los ojos hasta los ojos de la imprevista presencia. Por acción refleja se puso de pie, algo que Virginia apreció en todo su valor

–buenas tardes; disculpe mi atrevimiento, pero, al verlo comer tuve grandes deseos de acercarme a usted para pedirle un favor

–buenas tardes; por favor tome asiento y permítame pedirle algo

–no se preocupe; acabo de terminar mi lunch; más bien le ruego que continúe con el suyo mientras le explico el por qué de mi presencia; pero antes me gustaría conocer su nombre, el mío es Virginia

–Asencio; Asencio

Virginia supo que había acertado: Asencio tenía que ser contador

–no es un nombre muy común, por eso es que se recuerda más fácilmente; por lo que veo usted es un gran amigo de la buena mesa

–sí, sí; la tentación de una buena comida es irresistible, dijo el que comía hamburguesa

Virginia escondió una sonrisa de satisfacción ante la ingenuidad tan transparente de Asencio, pero continuo con su tono afable, dando la pequeña impresión de que estaba en un problema y necesitaba ayuda

–mi problema es que debo presentarme en un concurso de cocina, preparando un plato cuya receta viene desde mi tatarabuela, pero antes necesito cocinarlo para una persona completamente neutral, como usted, y lograr de ella una opinión franca

–¿usted cree que yo tendría la autoridad suficiente para decidir si debería usted presentarse a un concurso de esa importancia?

–sí; por esas intuiciones que tenemos las mujeres, creo que usted es la persona más indicada

–si usted así lo cree, estoy a su disposición

–¿Le parece bien, mañana viernes, a las siete de la noche en mi casa? en esta tarjeta tengo la dirección y mi teléfono

–mañana estaré a la hora señalada

–hasta mañana y buen provecho

Virginia se dirigió a su mesa para comentarle a Edith que en los diez minutos que había conversado con Asencio

–¿Asencio?

–sí: Asencio; el nombre parece rimar con Contador, por lo aparentemente llano y sin aprestos de altorrelieves postizos, en una personalidad en la que, no cabe intención alguna de ocultar algo o aparentar ser lo que no se es

El día siguiente Virginia se esmeró con especial atención para preparar un plato con el que había conquistado los estómagos y, con ellos, las confidencias de varios sujetos, caídos en vorágine por el vino y la presencia de la mujer hecha tentación viviente. Asencio llegó a las siete en punto, tal como lo había pronosticado Virginia. Pasó al living del departamento, preciosamente decorado sobre la atmósfera de alegre intimidad que la dueña había logrado, después de que varios diseñadores se habían rendido a sus esquemas y exigencias; le pidió disculpas por algunos instantes y lo dejó para ver su reacción inicial. Por lo general, los hombres que había conocido eran indiferentes a los pequeños detalles que hacen de una casa un hogar, lo que demostraba su falta completa de sensibilidad para las cosas pequeñas de la cotidianidad, fuente verdadera de satisfacción reeditada, según la definía Virginia, con gran devoción. Asencio empezó a inspeccionar el ambiente con muestras de gran asombro y contento en su rostro y en la manera cómo rozaba con los dedos los pequeños adornos. Su mirada se detenía en cada cuadro de las paredes para apreciarlos con atención reiterada; había algunos ante los cuales entreabría la boca como si buscara más espacio interior donde se extendiera a sus anchas la admiración que sentía en cada caso; se agachaba para observar con mayor detenimiento las figuritas tridimensionales que parecían resbalar en los anaqueles de vidrio, donde conformaban un conjunto que era más de maravilla que de realidad; miraba todo, pero nada tocaba, aunque debía sentir muchas ganas de hacerlo.

Seguramente tendrá la misma actitud conmigo, algo que en su momento tendremos que remediar, dijo para sí Virginia, al comprobar que había encontrado un hombre que, por lo menos, se conmovía ante los pequeños objetos hechos de cristal y de color. Finalmente, volvió al living y le pidió que lo acompañara al comedor; allí le sirvió un Martini a lo James Bond en una copa triangular de simetría fina y hasta altanera. Al probarlo, Asencio preguntó qué era, a lo que Virginia respondió con una gran naturalidad, tratando de que no se presentara entre ambos ninguna escena que pudiera intimidar a su invitado; pero luego comprobó que Asencio no tenía complejos de ninguna clase; preguntaba simplemente porque no sabía y eso no le parecía algo de qué intimidarse. En realidad empezó a preguntar sobre todo lo que veía y probaba. Su mente, acostumbrada al paso isócrono de los números registrados en la maquinita de calcular, parecía asimilar con gran contento todas las respuestas. Llegó el momento en que Virginia sirvió el plato preparado desde las horas de la mañana; al hacerlo, se alegró del cambio de actitud de Asencio, pues de preguntón y comentarista de la información que recibía, se volvió serio y formal ante la responsabilidad de tener que dar una opinión que podría ser definitiva. Ella también adoptó la misma actitud y comieron en silencio. Virginia vio a su anfitrión terminando el plato sin dejar ni una huella de que algo había contenido encima de él; lo vio pasarse la servilleta por los labios y también lo escuchó hablar:

–Señora: permítame decirle que nunca en mi vida había imaginado que en el mundo pudiera haber comida tan rica. Tampoco habría podido concebir que una señora tan linda pudiera cocinarla con esa calidad tan llena de maravilla. En mi opinión, no habrá concurso que se le resista.

Virginia lo vio ponerse de pie y dirigirse hacia ella; lo sintió cuando tomó su mano y con una formalidad que cualquier diplomático del Asia habría envidiado, miró que él la miraba en los ojos, al mismo tiempo que escuchó que decía:

–Señora, con toda mi gratitud, mi admiración y mi respeto

lo vio doblando la cabeza para estampar en el dorso de su mano el beso más genuino y más electrizante de cuantos había recibido en su vida……..

Al comentar todos los detales, ante una Edith extasiada, la experiencia multiplicada por la evocación varias veces repetida de la víspera, le preguntó:

–dime Edith: ¿alguna vez, en tu larga experiencia con hombres de todo calibre, recibiste un homenaje como ése?

–nunca

–yo tampoco; su actitud fue tan verdadera, tan íntegra, tan noble que la tiara de una reina parecería desteñida y hueca al lado de la majestad con que me miró, tomó mi mano, pronunció las palabras y la besó. Por primera vez en mi vida me sentí mujer, con la piel convertida en un campo electromagnético que habría electrocutado a cualquiera que me hubiese tocado, aparte de él; por eso quiero anunciarte, amiga querida, que la búsqueda ha terminado. Él es

–pero ¿también "Él es" en el asunto de ……?

–también; aunque un poco inexperto parece que tiene una gran capacidad de aprender; al día siguiente, cuando me desperté y lo vi a mi lado, definitivamente supe que era él, nadie más que él…..

–me pregunto, querida Virginia, como resultará un matrimonio en el que tú eres de una fortaleza imbatible, y él es un niño grande que anda por el mundo sorprendiéndose de todo lo que mira

–va a ser formidable; voy a poner en él toda mi ternura, la que ha estado olvidada por mucho tiempo; lo voy a proteger siempre, aunque él no tendrá que darse cuenta; voy a despertar en él toda su potencialidad de hombre, la que me ha encandilado desde el primer día, esto es, su potencialidad de hombre bien parido… acostumbrada a manipular hombres para lograr mis objetivos en la Agencia, en cierto modo voy a manipular también a Asencio, pero no para aprovecharme de él, sino para que él aproveche de sus cualidades y tenga una vida más plena al lado de la mía. Seré amiga, compinche, compañera, amante y esposa, todo en uno. Seré madre y así sabré inculcar a los "asencitos" o a las "virginitas" la misma fuerza vital que ahora me hace vivir en un mundo lleno de contento y de alegría de vivir

–sé que él nunca te defraudará, pero también sé que, al fin y al cabo es un hombre, por lo que me pregunto: ¿qué va a suceder cuando te enteres de la primera infidelidad? Tal es el fatalismo que tenemos las mujeres al respecto, que estoy segura que ese día, necesariamente, tiene que llegar

–Edith, te voy a pedir que leamos juntas un pasaje de una novela que leí hace tiempo "La Flor de los Cardos"

Las crónicas avasallan; el polvo las ha vuelto exigentes. Exigentes en el ser. Exigentes en cumplir la Voluntad de Ser. Exigentes en que se las tome en cuenta. Tal vez la sabiduría popular sea la única sabiduría. No sabe con gran exactitud por qué sabe, que en razón de cuentas, es el mejor modo de saber; o el único verdadero. Los académicos parecen estar siempre majaretas. El hecho es que en algún lugar dentro de otro, un buen vecino de un pueblo glácil y dulzón, se objetivizó completamente gracias a una enajenación de su subjetividad. Esa objetivación adquirió la imagen de un demente, el que se entreveró a trompadas con el cielo, con tal fuerza que la vehemencia de sonidos guturales empezó a zarandear las nubes, mientras que sus uñas se dedicaban a jironear el aire. A cada nuevo zapateo, un puñado de pelos era descepado de su propio cráneo. Quería morderse las orejas, después de haberse arrancado, de tres en cuatro, las pestañas.El pueblo se reunió a su alrededor para persuadirlo a la sensatez. El molinero dejó el molino; el herrero olvidó la fragua; el borracho se creyó en fiesta. Las señoras diagnosticaban falta de mujer; las mozas miraban por todos los costados mientras que el enajenado brincaba en el mismo lugar como si cada retorno al suelo hubiera sido un con-tacto repetido sobre brasas blanquiamarillas. ¿Qué pasaba? La pregunta se hizo una cadena de preguntas a medida que cada uno era receptor y transmisor intermitentemente: Qué pasaba? Pasaba que el vecino era novio; que la novia no sólo era novia; que era también veleta, vela, velamen completo; que el honor había sido mancillado, afrentado, muerto y sepultado. Sin esperanza de resurrección.

El pueblo se puso a analizar la novedad sin novedad y filosofó sobre la perseverancia de la inconstancia. La marejada de humanos iba y venía de acuerdo a la atracción gravitatoria de los gritos reivindicadores, hasta que una voz de mujer, conocedora de experiencias ajenas y propias, sobrepasó la velocidad del rumor, exclamando

¡Pero miren el lugar que había escogido ese merluzo para depositar nada menos que su honor!

Ante una observación tan aguda, los munícipes, luego de reunión de honor, decidieron aconsejar al convecino que en el futuro escogiera lugares menos vulnerables para depositar su honor. Se cuenta que desde entonces los hombres encontraron rincones menos asequibles para el celo del pundonor; las mujeres dejaron de ser consideradas honoricidas y la villa vivió en paz.

-me gustaría decirte que yo nunca voy a poner mi honor ni mi felicidad en la entrepierna de nadie, mucho menos en la de un hombre, por santo que parezca. Por otra parte, he usado tantas veces mi cuerpo y otros lo han aprovechado otras tantas, en beneficio de la Seguridad de Estado, que considero que yo ya le he sido infiel por mucho tiempo. Juzgar una eventual infidelidad suya, sería como si yo me pusiera de ejemplo de castidad.

–Virginia lo que te dijo tu antiguo jefe es cierto: te enfrentas a la tarea más difícil de vida.

–la que exigirá todo de mí; a la que daré todo; he decidido ser feliz y voy a serlo. Nada me lo impedirá. Nada; sobre todo, vuelvo a decirlo, nunca voy a cometer el error de depositar mi felicidad en la entrepierna de un hombre.

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En un aeropuerto

La tecnología ha hecho maravillas en el transporte aéreo: los aviones son más veloces, más seguros y más cómodos. Sin embargo, la calidad de los servicios ha decaído y los horarios de vuelo se respetan con menos seriedad; las salas de espera no han cambiado nada; cuando hay mucha gente las mesas de café o de algún trago faltan, las sillas también. No sé por qué me fijé en el buen mozo que ingresó en la sala donde yo estaba; quería servirse el trago obligatorio antes del vuelo. Miró a todos lados y en todos los lados; las mesas estaban ocupadas excepto una pequeñita, donde estaba yo; se acercó con su trago en la bandeja y me preguntó muy cortésmente si podía sentarse a la misma mesa y, de paso, acompañarme; le dije que sí; ¡lo había hecho tantas veces!; una vez instalado, el hombre se presentó tendiéndole la mano

–gracias por dejarme sitio en su mesa, mi nombre es Adolfo Flores, estoy de viaje, algo que no me gusta, no me gustaba y no me gustará, le tengo miedo a los aviones y soy economista

–bien venido; mi nombre es Isabel Cardona y soy puta profesional (lo dije con rabia, con deseos de ofender, pero el hombre pareció no darse por enterado)

–he ahí una profesión verdaderamente social y que requiere, me imagino, un gran sentido de relaciones publicas

–nos defendemos

–me gustaría preguntarle cómo marchan los negocios

–muy bien: las ganancias aumentan sensiblemente, parece que ya ha pasado uno más de los tiempos malos que siempre nos visitan (la conversación empezó a tomar un cariz que yo no esperaba)

–dígame, ustedes cobran tarifas por hora ¿no es cierto?

–sí; es la mejor manera de conciliar los intereses de la demanda con los del cliente

–¿acertaría si afirmara que las tarifas se han incrementado últimamente?

–sí señor; se ha registrado un significativo incremento en el pre-cio de los servicios

–me imagino que, como en cualquier otro negocio, ustedes deben tener un sistema de varias tarifas, tanto por servicio específico como por paquetes integrados

–por lo general, un paquete integrado cuesta menos que la suma de los costos de los servicios que lo componen; usted parece estar muy al tanto de estos asuntos; tal vez debería considerarlo un consumidor habitual en este mercado

–no; la verdad es que no recurro a los servicios de una empresa especializada en ese aspecto

–sin embargo, nosotros podemos ofrecerle muchas cosas que no son comunes en las relaciones románticas normales y, por tratarse de usted, que me cayó muy simpático, podríamos hablar de un tipo de descuento especial

–volvamos al asunto de las tarifas; usted ratificó mi percepción de que habían subido últimamente, lo que me pareció lógico, dado que las inversiones totales en el país se han incrementado en el último año y, por lo tanto, también se ha incrementado el ingreso disponible promedio

–me alegra que nuestras percepciones sean similares, sobre todo, si se trata de comparar las mías con todo un profesional de la Economía, una ciencia que parece ser muy difícil

–no crea; no estamos tan lejos uno del otro; al contrario, cuando los economistas hacemos un diagnóstico de la situación económica-social del país, usamos muchos indicadores, entre ellos, la tarifa que cobran ustedes y las variaciones de la demanda y de la oferta en este mercado

–no sabía que éramos tan importantes

–lo son; también puedo decirle que la demanda de los servicios que ustedes prestan es elástica

–¿y eso que significa?

–significa que cuando ustedes suben el precio en un porcentaje dado, la demanda se reduce en más de ese porcentaje, lo que hace que el ingreso total de ustedes disminuya también

–¿cómo se explica entonces que ahora hubieran subido los precios y la demanda hubiese aumentado, al mismo tiempo?

–debido a que las elasticidad de la demanda de esos servicios, con relación al ingreso es también elástica

–¿lo que significa…..?

–que si el ingreso nacional sube en cierto porcentaje, la demanda por sus servicios se incrementará en más de ese porcentaje; habrá mayores ingresos para ustedes

–esto sí es interesante; ¿de manera que tenemos indicadores que cuantifican la respuesta de nuestro mercado a las condiciones cambiantes en la economía del país?

–conste que sólo hemos hablado de la demanda; habría que completar el análisis con la oferta de los servicios

–quiero saber que dicen ustedes los economistas, los que parecen ser tipos muy interesantes, sobre el particular

–es al revés de la demanda; cuando las cosas andan mal en el país, la oferta de damas de compañía aumenta, porque muchas mujeres, entre ellas, madres solteras, se ven obligadas a ingresar al mercado

–conozco a muchas colegas que están en ese caso; las llamamos "las golondrinas del invierno"

–me parece un nombre muy apropiado para el caso; al contrario, cuando la economía del país mejora, entonces gran parte de las "golondrinas de invierno" vuelven a sus ocupaciones anteriores, la oferta disminuye, disminución que coincide con el incremento de la demanda y todo se vuelve mejor en el mercado de los servicios que ustedes prestan

–después de lo que he escuchado, prometo que de hoy en adelante me sentiré más importante, sabiendo que nuestros servicios conforman un mercado que sirve, entre otras cosas, para cuantificar el nivel económico del país…… pero hay algo que no entiendo; por lo general, cuando alguien se entera de que soy una dama de compañía, hombre o mujer, inmediatamente cambia de actitud; pero usted no; al contrario, le pareció muy natural hablar con alguien de mi profesión

–con relación a lo que usted dice, me atrevería a adelantar la hipótesis de que en el caso de las mujeres, habría uno que otro motivo para ello; al fin y al cabo, ustedes representan….una especie…. de…..competencia desleal

–concedido

–lo que no entiendo es la actitud de los hombres; los que pagan para estar con ustedes y sin embargo las tratan de una manera tan abominable que nos avergüenza a todos nosotros

–no creí que en un aeropuerto internacional encontraría alguien que sería la excepción; una especie de hombre de otro planeta

–me alegra haberla ayudado en algo… bueno, he escuchado la última llamada para mi vuelo y demo irme; le reitero mi agradecimiento por haberme dejado compartir su mesa

–al contrario, la agradecida soy yo… ah, y al despedirme de usted, le pido que no se olvide: cuando quiera "auscultar" la situación de la economía nacional, no deje de llamarme, aquí tiene mi tarjeta

–quizá lo haga; adiós

Cuando lo perdí de vista, sentí que algo cambiaba dentro de mí; como si una nueva vida empezara a germinar de pronto y, con ella, una alegría de vivir inmensa, un sentido de confianza y de plenitud que jamás había tenido… acostumbrada a ser tratada por todos como algo ínfimo… acostumbrada a que los hombres me manosearan grosera y grotescamente, que descargaran en mí toda su lujuria y luego me despidieran como se despide a una bestia… después de años de aguantar lo mismo, cada día, cada noche, he aquí que de pronto un hombre normal, un profesional se acerca a mi mesa, me pide permiso para hacerlo, se presenta a sí mismo y me trata como a una mujer normal, con respeto, como se trata a una amiga… yo era la misma pero, al mismo tiempo no lo era; había una energía en mi cuerpo, en mi mente, en mi espíritu, tan potente, tan linda… me di cuenta de que yo era una persona, que tenía un hijo, que era una madre y tenía los mismos sentimientos que cualquiera de ellas… decidí que podía empezar de nuevo… tenía ahorrado mucho dinero, los guardaba para los años tardíos y la universidad de mi hijo, pero me di cuenta de que con ese dinero podíamos también hacer muchas cosas: para empezar, cambiar de vida… nos mudamos y yo empecé a trabajar de mesera, por el hecho de tener una ocupación… mi hijo no sabe de mi pasado, algún día le contaré, de cualquier manera, sé que lo va a saber ….. todo marcha muy bien…. incluso he conocido a alguien que me mira cuando cree que yo no lo miro… ha pasado un año desde aquél encuentro en el aeropuerto… nunca más he sabido de Adolfo, mi amigo el economista, pero dondequiera que esté, que sepa que guardo para él un cariño profundo; que sepa que yo tuve el privilegio de conocer dos hombre: mi marido, el amor de mi vida y él, Adolfo, mi amigo, que le deseo que sea tan feliz como lo merece un hombre que me enseñó lo que yo había olvidado con la muerte de mi esposo: que en este mundo todavía hay hombres… al evocar todo esto, recuerdo el regalo que le dieron a mi hijo cuando yo le hice la promesa de que en adelante nada le faltaría; pues bien, el día que Adolfo se acercó a mi mesa me dio el regalo más grande que se puede dar a una mujer que ha vivido en el ostracismo: la autoestima recobrada; nunca volveré a perderla… pero hay más: hace unos días mi hijo me hizo saber que disfrutaba de las clases en la universidad y que ya había vencido, sin dificultades, el primer año de la Facultad de Economía.

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El Regalo

Es una habitación con piso de ladrillo, techo de vigas toscas y paredes revocadas con cal; un foco patalea, en su permanente agonía, rayos anaranjados que forman las sombras del cuarto, sombras sigilosas que se deslizan de la pared al piso, doblándose de súbito de horizontal a vertical sin arco protector que les preste la flexión.

Un mantel que ya remienda su propio ser, cubre una mesa en el centro. En la cama, un niño derribado por la fiebre tirita sueños quemantes que parecen ectoplasmarse en el aire. La madre, sentada sobre el borde, lo mira y sus manos felpan las del niño, cuya quijada se contorsiona ante los repetidos escalofríos.

El niño había recibido el regalo como un ciego recibe la luz. Al principio no quería tocarlo, asaltado por la seguridad de que escaparía de sus manos o se desharía en un manojo de impresiones pálidas; luego, ante la insistencia, lo tomó con las manos y sintió que -no tiene palabras aún para expresarse- alguna epifanía había sido hecha sólo para él.

La madre vuelve a mirarlo y su pupila brilla ahora con un reflejo que no es del foco ni de ninguna luz; es un pedazo de alma que ha surgido al ver que el niño, en su sueño, ha esbozado una pequeña sonrisa.

En esa especie de arrebato de alegría, la madre se hinca al costado de la y dice:

Fuiste concebido con amor y con amor yo te cedí al mundo desde muy dentro de mí. Naciste como nace el canto del ruiseñor: bello en sí para dar alegría a nuestro mundo. Tu llegada consolidó para siempre el amor que nos unía a tu padre y a mí. Pero el partió muy pronto y sólo fuimos tú y yo. Creciste en mí, luego, en mi regazo. Yo aprehendí tus primeras sonrisas y escuché mi primer "mamá": ¡Cuántas veces estuve en el paraíso!

Pero la felicidad de tenerte ha sido también la pena de tener muy poco para tenerte como hubiera querido. Cuando papá partió nos dejó su recuerdo que lo llenaba todo, pero no teníamos nada más. Sin embargo, juré que me dedicaría toda a ti y, en su memoria juré, que jamás otro hombre ocuparía su lugar. Fotografíe con los ojos tu primer paso y vi que el mundo ya te reclamaba con él. Conociste el ansia de querer algo y la profunda impresión de no poder tenerlo. Vi tus ojitos imantados ante un peluche y un autito de cuerda. No pudo ser; y te quedaste con una mirada donde la sorpresa ante la vida poco a poco se fue acurrucando en tus pupilas; desde entonces, crecieron como dos rejas de hierro detrás de las que tu ilusión se hizo presa. Vi que te convertías en una carita sombreada por la tristeza. De pronto, tu mirada, de tanto ocultar sus ilusiones, pareció cicatrizar para ser entonces una mirada reposada; como la de un anciano que ya ha visto las desiguales igualdades.

Hoy alguien te trajo un pequeño regalo; pero tus ilusiones, acostumbradas a quedarse detrás de tus pupilas, se negaron a fluir en un haz de lágrimas alegres. Y se quedaron en ti, hasta enloquecer en tu pecho y expresarse en el delirio. Tus mejillas florecieron no en dos auroras,, sino en dos atardeceres. Tu frente albergó las gotas que la fiebre exprimía de tu alma y sólo entonces tomaste el regalo y lo abrazaste y lo estrujaste y quisiste que fuese una parte permanente de ti. Fue ahí que me di cuenta de ¡cuán mala madre había sido tu madre! Había querido ofrecerte mi alma, mi ser, mi virtud, mi amor sin darme cuenta que un juguete era para ti tan importante como lo era para mí el que fueras feliz.

En este momento, cuando veo que los fieros espasmos huyen ante el nacimiento de tu sonrisa y que tu quijada deja de tiritar, porque tus manos han vuelto a sentir la textura del regalo, te prometo: no importará lo que deba hacer, no importará lo que haga, pero la fiebre nunca más te apretará el alma ante la emoción de recibir un regalo. Ya no importará lo que diga el mundo, ni siquiera importará la memoria de papá. No te hemos traído al mundo para ser felices, sino para que lo seas tú. Falta el hombre en la casa, es cierto, pero tú nunca más tendrás que sufrir por ello, pues convocaré a muchos para que nada te falte, o seré convocada. Quizá me lo eches en cara, cuando a tu vez, seas un hombre; quizá me desprecies; tal vez no llegues a comprender por qué tu madre hizo lo que habrá hecho. No importa, yo sabré que de niño fuiste feliz; con eso me bastará. Desde hoy, cuando sólo tienes tres años, yo te lo prometo: por ti, excepto el alma, toda yo estará en continua subasta.

El Anillo

Stephany Colbert es una de las actrices más famosas de todos los tiempos. Cada película protagonizada por ella es un éxito de taquilla asegurado; y de crítica también. Las colas en las salas cinematográficas del mundo dan el testimonio repetido de esa inmensa popularidad que goza y el afecto que la opinión pública le otorga; su belleza fascina por la perfecta proporción de su cuerpo; como fas-cina también la extraña languidez y energía, al mismo tiempo, de sus movimientos. Los actores, todos de primera línea, que tuvieron la oportunidad de trabajar con ella, coinciden en afirmar que, a la par que hermosa, tiene un talento de privilegio, pero lo que más les atrae, han dicho, es su femineidad: no importa que ya se encuentre en los años de una madurez que parece prestarle mayor encanto.

–es la mujer más mujer con la que he trabajado jamás, dijo uno de los más conocidos actores, refiriéndose a ella

Su trato con sus colegas, directores, productores, guionistas… es afable, cortés y revelador de un gran sentido de empatía; sin embargo, algunas de sus amigas más cercanas coinciden en afirmar el hecho de que hay en ella una atmósfera de melancolía que la hace triste y taciturna cuando cree que está sola.

–es como si tuviera una pena infinita dentro de sí, una tristeza que parecería haberse convertido en una parte de su ser, imposible de disimular

Los reporteros nunca pudieron lograr nada de su vida privada, no importa cuántos esfuerzos hicieron para lograr por lo menos un atisbo que revele el motivo de su pena. Su vida privada era realmente privada y nadie le conocía alguna aventura, las que con tanta naturalidad adornan la cotidianidad de una superestrella de Hollywood. Así pasan los días y semanas y meses y años….

Pero una vez, sorprendió a una joven reportera, con la que había llegado a un nivel muy cordial de relaciones, invitándola a ir al concierto del cantante de rock más popular

-Raquel, me gustaría invitarte al concierto de "Flash" que se llevará a cabo esta noche a partir de las 21 en el Carnegie Hall: ¿te gustaría ir?

-por supuesto, dijo la reportera, con la sorpresa que casi le ahogaba al otro lado del teléfono

Esa noche Raquel decidió centrar más su atención a los movimientos de la actriz que a lo que sucedía en la escena. Flash era el roquero más famoso del momento y su juventud consolidaba la fama que tenía, especialmente entre las adolescentes. Era un ídolo irremplazable para las chicas desde los siete a los 21 años, por lo que su público era en verdad de una energía sin límites. Raquel observaba la mirada amorosa y la actitud de epifanía con que la actriz escuchaba y contemplaba al ídolo de las adolescentes. A cada inflexión de voz o movimiento del cantante, Stephany cambiaba de una sonrisa llena de alegría a otra, con diferentes matices. Raquel se preguntaba si el secreto de Stephany no estaba allí, en la persona del cantante, aunque no podía imaginarse que la gran actriz pudiera tener una aventura amorosa con él. Cuando el concierto terminó, Raquel vio como Sephany aplaudía con un entusiasmo que nunca había visto en ella; además comprobó que tenía los ojos llenos de lágrimas.

La cosa parece que es seria, cualquiera que sea la razón que la sustenta, se dijo para sí, ante las muestras de emoción tan grande por parte de Stephany. Por otra parte, le pareció que estaba viendo una de las facetas ocultas de la personalidad de la gran actriz, pues era de dominio público su compromiso oficial para casarse con uno de los productores más famosos de Hollywood.

-Todos tenemos nuestros secretos, pensó, no sin un poco de asombro.

Una vez terminado el concierto, algunos reporteros la identificaron y se acercaron con grandes muestras de lograr algún dato revelador que explicara su presencia en ese evento. Stephany pudo eludir con gran pericia a todos ellos, mientras le preguntaba a Raquel si no deseaba acompañarla a su residencia. Raquel intuyó que algo estaba por ser develado y aceptó la invitación más rápido que inmediatamente

Reportera joven, tenía, sin embargo esa intuición y esa ubicuidad que caracteriza a las personas que habían nacido para ser periodistas. Una vez en el living de la actriz y después de algunas preguntas con algunas respuestas Stephany dijo de improviso, como si al fin se hubiese decido.

-Te voy a llevar a mi sala de recuerdos; sólo yo la visito y, al hacerlo, paso los momentos más felices y más tristes de mi vida

Raquel no cabía en sí de asombro y de contento: ella y sólo ella sería la primera persona en ingresar al rincón más recóndito de los secretos de Stephany; ninguna reportera joven podría pedir más. Pero, a medida que se dirigían al recinto, la figura del jefe de redacción de su periódico empezaba a desdibujarse, para ser reemplazada por una emoción desconocida para ella. El recinto era hermoso y parecía algo así como una cueva de Aladino en versión moderna; pero Raquel pudo reconocer vestidos que la estrella había llevado en sus películas. Había vitrinas de trofeos, de alhajas, de objetos de cristal, de recuerdos que sus admiradores le habían enviado desde diferentes lugares del mundo. Raquel no pudo sino imaginar que cada uno de los cientos de objetos que había en ese lugar debía tener una historia hermosa. Esta vez fue Stephany la que se dedicó a observar la curiosidad nunca satisfecha de su amiga y de necesidad de saberlo todo…

-Voy a mostrarte la razón por la que estamos aquí, a condición de que me prometas que nunca revelarás lo que te voy a mostrar

-prometido

Abrió una caja de ébano de buena altura, preciosamente tallado con motivos geométricos y abstractos; de allí sacó una especie de arbolito de Navidad, el que se componía de varios círculos de vidrio, desde el de mayor diámetro en la base, hasta el más pequeño, en la cúspide. En cada círculo de vidrio había cajitas de ámbar que se abrían para mostrar, sobre terciopelo azul, una joya.

-estas joyas son recuerdos de momentos inolvidables que tuve a lo largo de mis diez años de carrera; cada una tiene una historia que algún día voy a contarte

Raquel se sintió un tanto defraudada, pues esperaba un inventario de recuerdos que harían las delicias de los lectores de su periódico, sección "Farándula", la que estaba en su fase de despegue; Stephany continuó

-aunque es difícil clasificar las emociones, sin embargo, el nivel en el que se encuentra cada joya, en su correspondiente círculo de vidrio, determina mi preferencia: cuanto más se acerque a la cúspide, la joya me revive un momento más intenso

Raquel se preguntaba qué joyas habría en el círculo de vidrio del nivel más alto de aquel arbolito de navidad, tan artístico y valioso. Vio que en el de mayor jerarquía había dos pequeños estuches, los que seguramente contenían sendos anillos; instintivamente, tomó uno de ellos para acariciarlo.

-seguramente querrás saber que hay en el último círculo y lo que significa

-sí; sin duda, sin la menor duda

Raquel le entrega el estuche que había alzado; Stephany lo abre y Raquel tiene oportunidad de ver un anillo de diamantes, como los de compromiso.

-Es el primer y último anillo que mi hija recibió en su corta vida antes de morir de leucemia

El asombro de Raquel no pudo ser reprimido: nadie sabía que Stephany tenía una hija ¡ni mucho menos que había muerto!

-tenía trece años y vivía con una amiga; nunca quise que se contaminara con el mundo del cine y de todos sus entreveros tan… singulares que tiene

-no sabes cuánto lo siento; la verdad es que tu secreto fue muy bien guardado, pues no conozco a nadie que tuviera la mínima idea sobre el particular

-murió de leucemia, luego de un año, en el que me dediqué sólo a cuidarla; fue por ello que rompí el contrato para protagonizar mi última película y también la razón de que durante ese año, casi no se me veía en ningún lugar de los que tenía la costumbre de ir

Raquel asintió con un ademán que revelaba que había comprendido la razón por la que Stephany había desaparecido para el público.

-a pesar de que la vieron los mejores médicos del mundo, los que acudían llamados por mi amiga, soportó la terrible enfermedad todo un año; yo estaba en la misma casa durante cada visita y sin que me vieran, escuchaba lo que comentaban con mi amiga acerca de su salud: siempre la misma conclusión: no había remedio

Raquel no se atrevió a interrumpir la pequeña pausa, la que terminó casi de inmediato

-el día que cumplió trece años apenas podía hablar; yo estuve a su lado todo el día; de improviso, su semblante se enturbió con una gran tristeza, a la par que me decía:

–mamá; ¿cómo es ser besada por un hombre?, no como te besan en las películas, sino como te besaba papá antes de que muriera

Al ver mi asombro, continuó

?una de las cosas que más me duele es que nunca voy a sentir el beso de un chico; que voy a morir sin haber escuchado las palabras que pronuncia cuando le dice a una chica que le gusta, aunque sea mentira

… en ese momento sentí que nunca había imaginado que podía sentir tanto dolor en un solo segundo y, sin embargo, a la par del dolor emergió en mí una idea que no necesitó ser analizada, sino que se expresó de inmediato apenas fue concebida y le dije:

–esa es una gran casualidad; como si el destino hubiera tomado a su cargo la tarea de bordar una trama de cine en la vida real

–¿por qué mamá?

–porque Flash, que es uno de los protegidos de Laura, me preguntó por ti en varias ocasiones, debido a que es la única persona en el mundo que sabe de tu existencia (Laura era la que criaba a la niña y, la que en ese momento, se sentía increíblemente sorprendida por la mentira)

–¿Flash?…., ¿el cantante más famoso de todos los tiempos?

–ese Flash; el que vino una vez para conocerte y luego repitió la visita muchas veces mientras dormías: el mismo que se quedaba cuidándote hasta que empezabas a despertarte

–¿por qué nunca me avisaste?

–porque él me lo pidió; me dijo que tenía miedo de hablarte, dado que él ya tiene 18 años y tú solamente trece; ya sabes lo cobardes pueden ser a veces los hombres

… vi el rutilante cambio que hubo en el rostro de mi hija y decidí que la mentira tendría que ser verdad aunque fuera lo último que yo hiciera en esta vida

–¿crees que se anime a venir otra vez?

–creo que tendré que convencerlo de que deje de ser cobarde y venga ahora mismo

… sin perder un segundo fui a mi oficina, llamé a mi representante y le pedí que me pusiera en contacto inmediato con Flash

–está al teléfono

–hola Flash; te habla Stepahay Colbert y me gustaría preguntarte si tienes unos minutos para poder encontrarnos y conversar sobre algo que yo considero muy urgente

… seguramente creyó que se trataba de alguna propuesta comercial y me dijo que sí, que podríamos encontrarnos en el vestíbulo de su hotel, en media hora. Estuve allí a la hora indicada y lo vi ya esperándome. Después de los saludos, le pedí que habláramos en un lugar completamente aislado, para lo que llamó a un empleado del hotel y tuvimos nuestro lugar. Yo temía que la prensa se hubiera enterado y que apareciera en cualquier instante; menos mal que no hubo tal; conociendo como son los de la prensa, sus colegas, Raquel movió la cabeza en señal de conformidad.

… una vez segura de que nadie nos interrumpiría, le dije:

-sé que eres un gran cantante, según mi hija, "el mejor de todos los tiempos"; lo que no sé es el grado de calidad humana que tienes, pues lo que voy a pedirte requiere de un nivel máximo.

–Stephany, puedes contar conmigo

…le conté todo ante un silencio que intuí respetuoso y comprensivo

–no te preocupes; dame una hora y espérame en el domicilio que me diste

… le agradecí como nunca había agradecido algo a alguien y me fui a casa de Laura donde estaba mi hija; cuando me vio me preguntó cómo me había ido

–tuve que convencerlo de que tú no te mofarías de él ni que considerarías ridícula su presencia; aceptó y que estaría aquí en menos de una hora

… fueron los minutos más largos de mi vida, pero los pasé peinando y acicalando a mi hija, cuya alegría crecía a cada minuto; llegó un poco antes de lo previsto. Vino con un ramo de flores que entregó de inmediato a mi hija, se sentó al lado de su cama y empezaron a hablar con esa familiaridad espontánea que tiene la juventud

–siempre he creído que cinco años de diferencia eran el cuarenta por ciento de tu vida

–y el treinta por ciento de la tuya, no te creas tan viejo

–cuando te vi por primera vez sentí que nunca más dejaría de verte en mis pensamientos y que todas las canciones que compusieran tendrían algo de ti

–pues… nunca pensé que podrías fijarte en mí, habiendo tantas chicas que están locas por ti; lo sé, porque yo siempre fui una de ellas; nunca nos perdimos un concierto tuyo

–así que tú eras una de las locas que gritaban como desaforadas

–así es; y creo que yo era la más gritona; pero eso fue antes de que cayera enferma…

–si eras la más gritona y yo te hubiera conocido entonces, te habría pedido que fueras parte del grupo, con toda seguridad que la potencia de las voces habría aumentado considerablemente

… es increíble la facilidad con que los jóvenes se ponen en contacto sin las formalidades que nosotras necesitamos y con un anticonvencionalismo que nos parecería ofensivo, decididamente. He ahí que una estrella de rock hace bromas a una niña de trece años, sentenciada a morir de leucemia dentro de muy poco, y ambos festejan las ocurrencias con genuina alegría. Hubo un silencio cómplice entre ambos, el que fue roto por la voz de Flash

–quiero que sepas mi nombre: es Alexander Wilson Parker

–mucho gusto señor Parker; yo soy Jennifer Nathaly Colbert

–mucho gusto, señorita Colbert; ahora que nos conocemos formalmente y que somos seres de última generación, quiero pedirte algo

–concedido

–me gustaría que fueras mi prometida; te lo pido con todo el amor que un hombre puede sentir por una mujer

… al mismo tiempo que se le declaraba, Flash sacó un anillo de este estuche que ves aquí y esperó la respuesta

–no sé si tendremos la oportunidad de estar juntos algún día

–eso depende del destino; lo que depende de ti es hacerme saber si me aceptas como prometido

–sí; lo hago con toda la felicidad del mundo

… el anilló le quedó perfecto; en ese momento Laura y yo abandonamos el cuarto para dejarlos que hablaran solos, aunque antes de salir vi como Flash le dio un beso que selló con firmeza los labios de Jennifer. Creo que nunca podré repetir la escena de ese beso, por más que trate de hacerlo mil veces. Había en él lo que toda mujer ansía: ternura, pasión, sinceridad, hablaron por más de tres horas, después de los cuales Flash salió me saludó y al irse me dijo:

–señora, quiero que sepa que todo fue genuino; el recuerdo de Jennifer estará siempre conmigo, no importa dónde vaya, en cualquier camino que me lleve a cualquier parte en todos los tiempos en que el tenga conciencia del tiempo.

… le agradecí con un beso en la mejilla y lo vi alejarse con su paso ágil y soberbio….cuando entré al cuarto, Jennifer miraba el anillo; vi en su rostro la alegría que desbordaba de su alma…. nos miramos por un momento, luego me tomó de la mano, la abrió, me miró intensamente en los ojos, se sacó el anillo y lo dejó en mi palma abierta, me la cerró con el anillo en ella y me dijo, sin dejar de mirarme con esa misma intensidad:

–qué feliz fui; gracias mamá

… lo dijo con una sonrisa de complicidad que comprendí de inmediato; pero sentí que realmente me agradecía aún sabiendo la verdad… y murió… la percibí, desvaneciéndose como una luz que quiso apagarse para estar segura que nada la apagaría de otro modo.

Raquel entendió el porqué Stephany había asistido con tanta emoción al concierto de Flash; como si adivinara lo que pasaba en la mente y en los sentimientos de Raquel, Stephany le dijo que se habían hecho muy buenos amigos; siempre me llama de cualquier lugar en que se encuentre, no importa la hora, y me dice que no ha olvidado y que nunca olvidará a Jennifer. Luego sacó de su estuche el anillo y le preguntó a Raquel:

–¿no crees que merece estar en el primer círculo de todos mis momentos más intensos?

–sin duda; sin ninguna duda de duda

Ambas mujeres se quedaron mirando el anillo en una atmósfera que el recuerdo había hecho cósmica. Después de no se sabe si minutos u horas, Raquel se atrevió a preguntar:

–¿Y la otra joya, la que me imagino que debe estar en el estuche que acompaña al de este anillo?

Sephany la miró con cierto misterio y, sin decir nada, abrió el segundo estuche; Raquel vio algo que sus ojos no podían creer, era un anillo, el que al parecer, estaba hecho de un tallo de alguna enredadera, como las que existen en cualquier lugar donde hay plantas silvestres; alguna vez debió ser verde, pero el tiempo lo había hecho amarillo opaco; ante la pregunta muda que hizo Raquel con la mirada, Stephany respondió:

-En realidad, este anillo es la razón verdadera por la que te pedí que vinieras.

Las vitrinas

Estaba furiosa y no había eufemismos que valieran.

Partes: 1, 2, 3
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