Indice1. Introducción 2. Consideraciones preliminares 3. Problemas de la identidad latina 4. Memoria e historia al servicio de nuestra identidad… el desafío pendiente 5. Bibliografía
Vivimos un tiempo en que estamos próximos a ser 6000 millones de seres humanos en este planeta, momento crítico que al inicio de un nuevo siglo comienza a demandarnos una revisión profunda acerca del tipo de mundo que hemos producido, del tipo de acciones que hemos hecho sobre él y nosotros mismos. De pronto la globalización y las transnacionales se han vuelto tema en boca de todos los actores sociales; temas que se centran en nuestra América en la problemática de la identidad. Filósofos e historiadores han llenado libros sobre este tema y en ellos podemos deducir inicialmente que el fondo de sus escritos es la denuncia y el diagnóstico y muy poco sobre las posibles propuestas. Este ensayo surge de la necesidad de componer y aventurar una mirada crítica sobre nuestra identidad, la forzosa construcción de ella, sus limitantes y una humilde propuesta desde la memoria histórica; por tal razón, se compone de dos cuerpos: uno, donde se hace un diagnóstico crítico e histórico sobre la construcción de nuestra identidad y los problemas que ello genera desde el mundo globalizado y mundializado; el segundo cuerpo, es una propuesta de reconstrucción o fortalecimiento de nuestra identidad a partir de la memoria histórica, como fuente de construcción de conocimiento histórico y de formación de sentido de pertenencia.
2. Consideraciones preliminares
En primer lugar, debemos decir que la discusión sobre nuestra identidad no es nueva. En la década de 1920, en Alemania, el Instituto para la Investigación Social (Institut für Sozialforschung), fundado en Frankfurt en 1923 por Adorno y Horkheimer consideran que el mundo en el que viven "es el mundo de la caída de la razón objetiva", en donde el hombre ya no se cuestiona críticamente su devenir ni pasado, por lo tanto, se encamina derechamente hacia la pérdida de su identidad individual y colectiva. Lo que los sociólogos alemanes planteaban cobró importancia años más tarde cuando el mundo entero se vio sacudido por la expansión del nazismo y el fascismo; hechos que de alguna manera fueron vaticinados -principalmente por Theodor Adorno en su obra Cultura Crítica y Sociedad– y que afectaron la identidad y el cuestionamiento del tipo de sociedad que se pretendía forjar. Las 2 guerras mundiales volvieron a poner en el tapete la cuestión de la identidad. Pueblos enteros vieron destruidas sus culturas y sus propuestas de futuro; por ende, debieron replantear su pasado en la búsqueda de un futuro alejado de la incertidumbre y el escepticismo. En la década de los 70’s, Michael Foucault trabaja la idea de que hay conceptos claves para el entendimiento de la sociedad; por ejemplo, la disciplina (que es una especie de lema en torno a la cual gira el modelo capitalista); el poder, el cual no es sólo prohibitivo o represivo, sino tan bien reproductivo; produce por ejemplo, diferentes regímenes de verdades y de saberes, los cuales, por lo tanto, condicionan el apoderamiento de identidades culturales. En su obra Microfísica del poder, pone énfasis justamente en esa visión reticular del poder y en las manifestaciones en lo cotidiano, rayando con mucho cuidado y prolijo el tema de la construcción de la identidad. De la obra de Foucault se derivan también los escritos de Guattari, Deleuze, Derrida, Lyotard, etc., quienes hacen un repaso crítico a la posmodernidad. Contemporáneo a Foucault, Jürgen Habermas, discípulo alemán de la Escuela de Frankfurt, planteaba que la pérdida de la identidad social era el resultado de la no-compenetración entre los sistemas técnicos y la vida actual, donde el hombre se ha vuelto presa fácil de la tecnificación, olvidando por ende su pasado y el compromiso con el futuro, volcándose hacia la individualidad y el desapego de sus tradiciones. Con motivo del cumplimiento de los 500 años del descubrimiento de América, la problemática se volcó hacia nuestro continente y si bien, ya se había escrito antes sobre identidad latinoamericana, la gran mayoría de esos manifiestos se hicieron públicos bordeando 1992. Los órganos y redes intelectuales de Latinoamérica buscaron con afán entre las obras como las de Todorov, Dussel, Kusch, Biagini, Roig, Montiel y Zea, por nombrar algunos, pequeños atisbos que alimentasen la discusión en torno a nuestra identidad: la permanencia o el fortalecimiento de ella. Esta discusión en torno a la identidad latinoamericana no sólo involucró a pensadores, académicos e intelectuales, sino que además comprometió a políticos, etnias, grupos nacionalistas, reivindicativos, etc., quienes se apropiaron de determinados discursos para justificar o replantear nuestra identidad.
¿De qué estamos hablando? Conceptualmente, la identidad es "el núcleo de cada cultura. Es el modo de ser particular, la propia y singular modulación de las variantes universales de cada cultura en el eje del tiempo y en la dimensión del espacio ". Esta definición nos habla de identidad como muestra de un todo social, como el resultado de la cultura de cada sociedad en el tiempo y en el espacio; con al cual nos surge la primera interrogante: ¿El modo de ser de América ha sido siempre el mismo? Consideramos que no, aunque existan pequeños atisbos de continuidad, como el hecho de un pasado colonial, una obligada inserción al capitalismo y a la dependencia económica que dan como resultado una Latinoamérica tercermundista y periférica. Desde la llegada de los hispanos a nuestro continente, la población indígena fue brutalmente reducida a fuerza de pólvora o a través del trabajo esclavista. Los indios que resistieron eran exterminados o simplemente se adaptaron a la aculturación, la transculturación y a la evangelización, la cual no sólo acababa con su cultura sino también con su imaginario colectivo. Como señala el sociólogo Jorge Larraín, "del encuentro original entre la cultura española e indígenas, emergió un nuevo modelo cultural fuertemente influenciado por la religión católica, íntimamente relacionado con el autoritarismo político y no muy abierto a la razón científica. Este modelo coexistió fácilmente con la esclavitud, el racismo, la inquisición y el monopolio religioso". La legada de las emancipaciones latinoamericanas no provocó grandes cambios en para este panorama; es más, la conformación de un mestizaje latino híbrido donde la preponderancia apunta a la no-pureza de nuestro criollaje. Las esferas de poder se trasladaron hacia los terratenientes y hacendados, los cuales reprodujeron el discurso político y económico colonial atentando contra el criollaje y las etnias, forzando raciocinios kanteanos para justificar el poder y el sometimiento a una hegemonía cultural en toda Latinoamérica. La industrialización de las naciones occidentales provocó en Latinoamérica flujos de dependencia económica que posibilitaron el ingreso de capitales británicos y estadounidenses que se alojaron en el seno de nuestras economías, transformando las costumbres de la oligarquía, quienes seguían ostentando el poder interno, subyugando a los sectores populares a una reformulación de corte moderno del sistema colonial: la hacienda, o bien a los enclaves económicos de estilo esclavista ligados principalmente al trabajo minero y a las plantaciones caribeñas. Sin embargo, el siglo XX para Latinoamérica es sinónimo de la expresión máxima de la desintegración cultural e identitaria con la irrupción veloz de los medios de comunicación y el aumento de la brecha entre las esferas de poder y la sociedad. Es aquí, donde la obra de Rodolfo Kusch, América Profunda, cobra actualización en torno a sus postulados para la confrontación entre el mundo hispano y el indígena. Según Kusch, hay dos logos en nuestro continente que no siempre conjugan el mismo verbo identitario. En primer lugar habría una América periférica, austral que sería dominio de la tradición occidental, depositaria del individualismo, del mundo secularizado, de la racionalidad instrumental y la modernidad que simbolizaría la equivalencia entre "ser alguien" y la acción volitiva del ser humano en el estandarte del control y el dominio, que vive constantemente en una escalada por trascencenderse a sí mismo y suprimir al otro en la competitividad y exclusión. Por otro lado, al interior de América en su "profundidad", existiría una cosmovisión diferente y conservada a pesar de la conquista occidental. Este logos no está orientado a la definición sino más bien dirigido hacia el "aquí y el ahora" como una perspectiva de encuentro, donde predominaría una dimensión colectiva de lo humano sobre una individual, la totalidad sobre la particularidad y una concepción de pertenencia al entorno ajustando el mundo a un sentido mítico y religioso, el sujeto "se vive" como domiciliado en su circunstancia, desde la cual se desprende su sentido ontológico particular referido "al estar". En este punto Kusch realiza un análisis acabado y genial de las diferencias ontológicas de nuestra América multicultural y sincrética que en definitiva se oponen a la homogenización y a la globalización de nuestra cultura social, impidiendo por razones "del ser latinoamericano" la homogenización de una identidad.
3. Problemas de la identidad latina
A la ya mencionada disyuntiva ontológica a la cual hace mención Kusch de nuestra identidad, hay otros factores que por lo menos son necesarios nombrar, y que en definitiva (des) configuran este trabajo. Se debe tener en cuenta que "es innegable que la religión ha jugado en rol fundamental en la historia de la cultura en Latinoamérica en cuanto a que se ocupa de los valores supremos y que a servido para fundamentar un orden social compartido". Es decir, que la religión católica ha servido de silenciador de muestras de reivindicación radical y que se ha encargado de justificar en cuenta medida a quienes en estos momentos ostentan las esferas de poder. Bajo este aspecto cabe destacar y recordar que la separación Iglesia–Estado es algo que fue resistido en muchos países latinos, algunos de los cuales hasta el día de hoy sienten una presión muy fuerte por parte de los poderes seculares. También, otro problema para nuestra identidad es sin duda alguna el afán de los sectores conservadores de mantener enterrado en ethos latinoamericano por "representar un riesgo a sus intereses como grupo selecto de poder". Lo que significa que ciertos sectores de la nueva o vieja oligarquía sienten que los sectores populares, que piden a gritos el florecimiento de la identidad latinoamericana, desean el poder que ellos ostentan actualmente y que, como un fantasma, la liberación de los mecanismos de opresión existentes, romperían el marco actual. Otro problema para nuestra identidad apunta más bien a nuestras escuelas y a la didáctica de la enseñanza de la Historia, donde prevalece un enfoque tradicionalista y positivista basado en las fechas y los datos en vez de la comprensión y problematización real de nuestro pasado. Es bien conocido el desencanto juvenil frente a los discursos políticos actuales. Según Peter McLaren, como consecuencia de la condición postmoderna de nuestra sociedad actual, los jóvenes sienten repudio frente al "compromiso con el presente o a pensar históricamente", donde el vivir no cuestionándose el pasado para la comprensión del presente; es decir, viven las identidades superficiales de las imágenes que les entregan los medios de comunicación, en las que la política de análisis interpretativo es reemplazada por la política del sentirse bien, del dejar pasar o bien del olvido de la memoria histórica. Esto atenta considerablemente en nuestros jóvenes; puesto que la forma tradicional de enseñar nuestra historia no los lleva a la contextualización y contemporalización de nuestro pasado, el cual "necesita ser remodelado por la urgencia que cada generación tiene de construir el presente desde el pasado, y de producir su propia realidad social y cultural a partir del mundo que recibe como legado… superando de paso, los problemas vitales con que ese legado carga a la nueva generación". Pasemos entonces al cuerpo propositivo de este ensayo: la memoria en la enseñanza de a Historia como constructora de identidad.
4. Memoria e historia al servicio de nuestra identidad… el desafío pendiente
En un trabajo reciente sobre la memoria histórica de Chile, el historiador norteamericano Steve Stern ha planteado de un modo sugerente una serie de proposiciones de trabajo relativas a la memoria histórica de los chilenos, que bien sirven de modelo para explicar la disyuntiva entre memoria, historia e identidad de América Latina. Su propuesta indica: (a) que todos participamos de diversas memorias sobre nuestras experiencias, que al no ser vinculadas con otras, o no trascender un ámbito muy personal, pueden ser definidas como "memorias sueltas"; (b) que en la medida que esas memorias de vinculan, articulan con otras, en un dinámico proceso de interacción, van dando lugar a memorias colectivas o "memorias emblemáticas". Del análisis de Stern, podemos dilucidar para Latinoamérica cuatro memorias emblemáticas que operan actualmente:
- Una memoria de salvación, cuyos elementos claves plantean que el trauma fundamental para América Latina se ubica antes de la década del 60’s y los procesos revolucionaros, donde la violencia se volvía peligrosa y el continente entero caminaba hacia las guerras internas;
- La memoria como ruptura hiriente no resuelta, sería aquella cuya idea central es que la irrupción de dictaduras militares llevó al continente a un infierno de muerte y de tortura física y psicológica, sin precedentes en la historia y sin justificación moral, cuyas consecuencias aún no se resuelven;
- La memoria como prueba de la consecuencia ética y democrática, para esta memoria, los procesos revolucionarios y dictatoriales de Latinoamérica pusieron a prueba la consecuencia de la gente, sus valores, identidades o compromisos éticos y democráticos;
- Una memoria como olvido o "caja cerrada", cuya idea central es que los intentos revolucionarios y dictatoriales, siendo importantes, pueden ser peligrosos si se abre la caja y se ventila lo que está dentro; por lo tanto es mejor olvidarlo en aras de la reconciliación y la tranquilidad.
El análisis anterior se reafirma cuando reconocemos que la mayoría de los latinos hemos sido socializados en una visión tradicional de la historia, tanto en lo relativo a sus temas y enfoques como a sus métodos. La enseñanza de la Historia siempre ha sido utilizada con fines ideológicos, por lo cual, el enfoque tradicional y conservador ha puesto énfasis en la historia política, los grandes personajes, la narrativa de hechos históricos y la construcción de conocimiento a través de los documentos escritos que apelarían a la objetividad de esta disciplina. Esta historia debidamente formalizada y reconocida se aleja y toma distancia crítica de otra memoria, la de la sociedad en un sentidos más amplio, que podemos llamar "memoria social". Es en estos casos extremos que la historia se hace "historia oficial" y la memoria social deviene en "memoria de resistencia". Afortunadamente, desde hace unas 2 décadas atrás se viene trabajando una nueva historia, con nuevos enfoques y apuntada más alo cotidiano y alo social, que se alimenta de esas "memorias de resistencia" y la "memoria social", para construir su conocimiento. Para esta Nueva Historia es tanto más importante el papel que juegan en la historia la gente común y los movimientos sociales de base que han encarado los trabajadores, las mujeres, y más ampliamente, los movimientos populares; es decir, una historia "desde abajo". De este modo en la medida que la historia amplió su campo de interés, debió también ampliar el campo de sus fuentes, valorando, por ejemplo, el testimonio y la historia oral. Para entender más profundamente la relación existente entre memoria e identidad debemos remontarnos a la pregunta ¿qué es la memoria? La memoria es un valioso patrimonio, un privilegio que legitima nuestra condición de humanidad, que se reconstruye en el ámbito de lo intersubjetivo y apunta a la búsqueda de la identidad. "Se trata además de un acto político, un intento por configurar visiones de mundo compartidas y representativas de deseos comunes. La memoria es una estrategia de supervivencia, es un esfuerzo por restituir el entramado histórico y avizorar en él la posibilidad de apropiarnos de un destino". Por tal razón la memoria es una acción del presente orientada a legitimar el ahora y a abrir o cerrar determinadas posibilidades para el futuro. Pero como ya se dijo anteriormente, los jóvenes actualmente sienten un rechazo al compromiso con su propio pasado y, por ende, con las proyecciones que de él puedan hacer para el futuro; lo cual desemboca irremediablemente en la amnesia histórica (de la cual ya hacíamos mención) y el desapego a cualquier intento de remediar la distancia existente entre identidad, memoria e historia. El no recordar, el perder la memoria, implica perder buena parte de los recursos con que contamos para hacer frente a la realidad, por qué como señala Ángel Vera Ruiz: "los desmemoriados son seres no sólo incompletos sino quebrantados y extraviados"; en otras palabras, "perder nuestra memoria es perder la posibilidad de imaginar, por nosotros mismos, un futuro diferente. Guardar, mantener, conservar, transmitir y difundir la memoria, no son actos puramente conservadores -en el sentido profundo de la palabra-; por el contrario, son actos necesarios para pensar el cambio y hacerlo posible"; cambio que en la luz de nuestra reflexión significa la construcción de identidades o el refuerzo de las mismas, reflejado en el sentido de pertenencia a un grupo social, que es –en definitiva- uno de los grandes dilemas de Latinoamérica actualmente. La disciplina histórica es una herramienta que per se ha permitido la construcción de identidades nacionales; y –como se señaló anteriormente- debiese apuntar a nuevas expectativas de conocimiento. Por tal razón, nuestra propuesta de búsqueda, construcción y refuerzo de la tan bullada identidad latinoamericana, debiese estar apuntada a la recuperación de la memoria popular como un elemento indispensable para lograr vencer el fantasma del positivismo y la amnesia histórica. Para ello, nuestra invitación a los profesores de historia, está apuntada hacia la utilización de la memoria y sus fuentes alternativas –relatos orales, entrevistas, foros comunitarios (individuales y grupales), talleres de charlas, encuentros, programas radiales, etc.- como mecanismos de construcción de conocimiento histórico y de construcción de identidad, donde los participantes experimentarán el formar parte de una historia, de contar con un pasado tan importante como el de los grandes próceres de la historia de los textos de estudio, es decir, "sentirán la historia más cercana y acorde con su propia realidad". De esta forma, profesores e investigadores debiesen trabajar "la recuperación de la memoria social y popular como un factor relevante de la identidad popular", la cual "apuntaría a la elaboración de un producto cultural que reforzaría los procesos identitarios" tan necesario en nuestra América de hoy. En definitiva, ese desafío pendiente al cual hace mención el título de este ensayo, no es más que el de poder construir y alimentar nuestra identidad a través del desarrollo efectivo y sistemático de metodologías de recuperación de nuestra memoria a través de las historias locales, las que en suma, "pueden aportar sobre la conciencia y la identidad local, en el sentido de hacerla explícita, compartida y reconocida socialmente".
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Autor:
Víctor H. Díaz Gajardo