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Técnicas Argumentativas en el Discurso Político Boliviano (página 3)


Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6

 

La acertada concepción que describe el enfoque en torno al publico-receptor, en lo referente a sus necesidades, debe ceñirse a lo que denominaremos necesidades informativas o de información, que dejarán de lado otras de diverso tipo (alimentación, salud, etc.), y permitirán considerar un abanico de posibilidades desde las necesidades informativas de diversión, hasta las necesidades informativas de formación académica.

Se perfilan para una reflexión más detallada, la idea de necesidades expresivas pensadas como parte del mecanismo de feed-back comunicativo puesto en marcha por emisores y receptores, así como también, el aspecto mencionado respecto al uso relevante de la información asimilada por los sujetos participantes del intercambio comunicativo.

Asimismo, cabe aclarar que el receptor no sólo optará por un mensaje u otro, él también elaborará con estos insumos significados socio-culturales útiles para su actividad cotidiana.

En ésta actividad de configuración de nuevos significados, es definitivamente relevante el debate de ideas pensado a manera de disputa argumentativa cotidiana que permite valorar, positiva o negativamente, nuestras ideas sobre la realidad en base a otros criterios vertidos y su aparente validez; a partir de este proceso, se puede suponer una construcción significativa de sistemas de ideas desarrollada únicamente en un contexto social.

Sucintamente, si nos preguntamos ¿qué es aquello que hace un receptor en el proceso comunicativo?, podemos pensar en dos cosas básicas: la primera es que él selecciona la información que va a buscar para satisfacer sus necesidades de información y, en segundo lugar, él configura significados complejos de tipo socio-cultural a partir de los insumos semánticos que ha preseleccionado y asimilado.

  1. El establecimiento de las características generales del proceso comunicativo y la dinámica presente en la instancia de recepción del mismo desarrolladas previamente, permitirán resaltar la importancia que reviste el auditorio-receptor en el intercambio argumentativo y en la construcción de la argumentación del discurso.

    Inicialmente, se puede manifestar que el discurso con fines argumentativos, entendido como aquel cuya intención manifiesta y conciente es la de orientar las formas de pensar un auditorio, no puede comprenderse sino relacionado a esta instancia de recepción que se constituye en un elemento ineludible del proceso comunicativo; entonces, argumentamos constantemente en función de alguien.

    Este alguien a quien le presentamos un discurso argumentativo –nuestro auditorio, que es el conjunto de aquellos sobre quienes el orador quiere influir por medio de su argumentación (Perelman, citado por Amossy 2000)-, puede asumir diferentes características.

    Así, el auditorio puede estar constituido por un grupo reducido o un vasto público que no necesariamente puede participar del intercambio comunicativo, pero al cual se debe tomar invariablemente en cuenta, dado que cada situación determinará una lógica propia de interacción verbal del tipo dialógico o dialogal.

    La siguiente tabla, basada en la diferenciación de cuatro clases de receptores que establece Kebrat-Orecchini (citado por Marafioti 2002: 88) nos muestra como pueden modificarse los atributos de interactividad en nuestro auditorio:

    REALIDAD EMPÍRICA

    LOCUACIDAD

    INTERACCIÓN VERBAL

    MANIFESTACIONES

    Presente

    Locuente

    DIALOGAL

    e.g. Conversación

    Presente

    No-locuente

    DIALÓGICA

    e.g. Conferencias

    Ausente

    Locuente

    DIALOGAL

    e.g. Conversación Telefónica

    Ausente

    No-locuente

    DIALÓGICA

    e.g. Comunicación Escrita

     

    En el proceso de producción de Discursos Argumentativos orientados a nuestro auditorio, se debe recalcar la importancia de los significados sociales que el destinatario ha producido con anterioridad y que forman parte de la visión de mundo con la que ellos percibirán nuestro discurso.

    La consideración de estos significados sociales presupone la elaboración de hipótesis, por parte del orador, sobre las creencias compartidas por el auditorio; estas hipótesis le servirán de bases para la elaboración del discurso argumentativo.

    Consecuentemente, el orador debe preguntarse sobre la naturaleza de quienes son sus interlocutores, vale decir, las características socio-culturales más importantes que definen a su auditorio, y, de igual manera, basado en estos rasgos, deberá indagar sobre las opiniones comunes de mayor relevancia para su interlocutor al momento de la emisión discursiva.

    Amossy (2000: 36), se refiere al concepto retórico de doxa, concebida como la "opinion commune" del auditorio, que establece el inicio de la relación argumentativa en función de las ideas del auditorio ya que el orador tiene, según la autora, la potestad de construir conceptual y verbalmente a su interlocutor basándose en el conocimiento de su doxa.

    En efecto, podemos construir la imagen de nuestro auditorio basados en indicios previos a la elaboración del discurso, cuyos elementos principales pueden pensarse en función a información relevante concerniente al lugar en la estructura socio-cultural donde se inscribe nuestro auditorio, y a sus necesidades informativas latentes; vale decir, los rasgos que lo identifican (Ilust. 2.). Esta información deberá tener consecuencias, inicialmente, en la idea que nos hacemos de nuestro interlocutor y, posteriormente, en las características del producto discursivo-argumentativo elaborado en función a este auditorio.

    Ilust. 2. Información relevante para la producción argumentativa

    La producción del discurso argumentativo, a partir de estos datos, buscará la opinión común del auditorio apoyándose en indicios que le permitirán la elaboración de hipótesis sobre la doxa oratoria que, posteriormente, constituirá la base del discurso argumentativo (Ilust. 3.). Esta base del discurso estará constituida por la imagen del auditorio que contribuirá a la eficacia de nuestra argumentación; en palabras de la autora "la distancia entre la imagen del auditorio elaborada por el orador y la realidad del público, determina la eficacia de la argumentación" (Amossy, 2000).

    Ilust. 3. Construcción de la imagen del auditorio

    Sin embargo, se hace necesaria una consideración más amplía de los indicadores que permitirán conocer con mayor amplitud la doxa de nuestro auditorio. Inicialmente, diremos que el planteamiento de la información social relevante, no será de utilidad sino en relación con los discursos emitidos previamente por nuestro auditorio. Estos discursos constituirán indicadores más próximos a las opiniones comunes de nuestros interlocutores, más aún cuando sean discursos institucionales o tengan interlocutores válidos que demuestren cierta legitimidad en la emisión de los mismos.

  2. EL DISCURSO ARGUMENTATIVO Y EL AUDITORIO
  3. CONSIDERACIONES EN TORNO AL TEMA

La relevancia que adquieren los estudios realizados sobre el lenguaje y sus formas de manifestación en un contexto comunicativo, se muestra en la importante contribución al conocimiento que dichos estudios hacen al análisis de otros factores, no forzosamente inherentes a la naturaleza de un sistema autónomo abstraído de su ejecución, sino más bien factores de tipo social y contextual que también están involucrados en la producción y recepción de mensajes.

Asimismo, debemos tomar en cuenta que, si bien este marco comunicacional permitirá ubicar en una perspectiva más amplia las aproximaciones al conocimiento de los usos y hechos del lenguaje, no se trata más que de una visión general sobre el mismo y sus manifestaciones sociales.

En este sentido, una visión comunicativa del estudio de los hechos del lenguaje, deberá contemplar en su análisis, fenómenos concretos y relevantes a los intereses de la sociedad en su conjunto, la cual encuentra como una necesidad inaplazable el estudio del discurso y sus manifestaciones argumentativas.

Finalmente, se pude señalar que el estudio del auditorio es sólo una parte del fenómeno de la argumentación discursiva en una sociedad abigarrada que nos plantea, diariamente, diálogos interculturales y disputas por una legitimidad discursivo-ideológica nunca aplacada entre sus miembros.

  1. EL DISCURSO POLITICO
  2. El Análisis del Discurso y su variedad de estudio argumentativo, se presentan propicios para aplicarse a un corpus lingüístico amplio que comprende formas del lenguaje de distinto tipo y características heterogéneas. Así, podemos pensar en un universo discursivo, donde se encuentra un tipo particular que constituye el fenómeno de estudio que concita nuestra atención: el Discurso Político.

    A lo largo del planteamiento que sigue se pretende caracterizar este tipo de discurso, basándose en las reflexiones contemporáneas referentes al estudio de la relación existente entre discurso, política y sociedad. De esta manera, se buscará la circunscripción del fenómeno discursivo político en el ámbito del uso del lenguaje y de la eficacia de este discurso en la sociedad.

    1. EL DISCURSO POLÍTICO Y LA CONSTRUCCIÓN DE LA REALIDAD
    2. Existe una característica inherente al Discurso Político (DP) muchas veces polémica debido a una idea generalizada que propone la existencia de una verdad absoluta alejada, particularmente, de la política. Dicha verdad, al no poderse concebir por completo por una suerte de limitación empírica, sino a través de las diversas versiones de verdad existentes, ocasionan que el DP, intermediario de relaciones de poder, proponga una versión de verdad que no necesariamente es aceptada por grupos sociales cuya variante de verdad es diferente u opuesta. Así, para muchos el DP resultará falso o mendaz pues no se ajusta a las opiniones que asumen por ciertas.

      En esta misma línea, Tapia (en Alarcón 1998) indica que el DP, en su dimensión pragmática y semántica, es un lenguaje que intenta definir la realidad, no en un sentido científico de verdad, sino con fines prácticos. Así, los políticos definen las cosas en función a su visión institucional de partido o movimiento y plantean una guía para la acción en función a lo que consideran mejor desde el plano político; al respecto de este último punto, Tapia considera como fines prácticos la organización y el gobierno de la gente. El autor prioriza el estudio pragmático del DP y nos brinda un ejemplo de esta manera de organizar la realidad (en base a la verdad práctica de mayor consenso) cuando menciona que este tipo de discurso se encarga de construir sujetos sociales. Igualmente importante es la mención hecha por el autor sobre la necesidad de entender la realidad que construye el DP a través de la interrelación de éste en una red discursiva.

      A este tenor, es pertinente mencionar el estudio sobre el DP que realizan autores como López y Santiago (2000), quienes coinciden con Tapia en atribuir a este discurso, una deformación de la información trasmitida, en virtud de la subjetividad que las opiniones y sistemas de ideas políticas conllevan. Sin embargo, reconocen que esta subjetividad es inevitable dado que las palabras son improcesables fuera de un contexto social, donde la supuesta objetividad es orientada por la comunicación situada y en función a la adecuación a valores culturales específicos.

      Si el DP construye la realidad y la define, cabe preguntarse ¿qué parte de la realidad define?

      Al respecto, Tapia indica que los discursos de este tipo definirán políticamente la sociedad opinando sobre problemas públicos presentes en la coyuntura o en la historia nacional; problemas relacionados con la manera de dirigir del Estado (1998: 42 y 50). En este sentido, la especificidad particular del discurso político es la de tratar temas que tengan que ver con la administración pública del Estado: a pesar de que las relaciones de poder prácticamente se pueden percibir en toda interrelación humana, parece más adecuado, al considerar discursos institucionales o partidarios, avocarse a las relaciones de poder que se ejercen a nivel macro-político en la administración pública. Igualmente, se debe entender que el tratamiento de la administración del Estado debe inscribirse en una coyuntura histórica, poniendo énfasis en el contexto social de emisión del DP.

      La caracterización que Tapia realiza sobre el DP apunta hacia el diseño de un análisis semiótico que prioriza su nivel pragmático, esto al percatarse de la mediación que el DP moviliza en las relaciones sociales de poder; una mediación que necesariamente debe establecer nexos a nivel del uso del lenguaje. Además, el planteamiento realizado sobre la verdad práctica de consenso, lleva a pensar la necesidad de analizar del DP considerando la doxa u opinión común de los receptores en una red discursiva más amplia, situada en un contexto social particular.

      La persuasión, inicialmente definida como la incitación a creer en algo, puede considerarse como una de las características constitutivas del DP. Así, conviniendo en que el DP no pretende establecer una verdad científica, resulta que este discurso busca la verosimilitud o apariencia de verdad en su planteamiento para persuadir al receptor y, de esta manera, generar consecuencias favorables al sujeto-emisor político. Existe, entonces, una estrategia persuasiva verbal que debe desentrañarse en esta suerte de teatralización de la realidad que es el DP (Tapia en Alarcón 1998:41).

      Asimismo, López y Santiago (2000) subrayan que las relaciones políticas (de poder y gobierno, este último entendido como el poder organizado institucionalmente) en una sociedad están traspasadas por una comunicación que orienta al individuo sobre su accionar en el entrono político; más aún en un entorno democrático donde la palabra eficaz persuade para producir el consenso entre ciudadanos. Los autores consideran que el DP es eficaz dado que intenta, a través de estrategias persuasivas, generar efectos cognitivos que permiten construir la realidad política y social (vale decir, una manera de entender estos aspectos) de manera que persuadan a su destinatario sobre una acción favorable al orador.

      Para estos autores, el DP es un acto de habla retórico y es, precisamente la retórica, concebida como arte de persuadir a un receptor mediante este tipo de actos, la que prepara discursos que se constituyen en herramientas de acción política y cambios en la vida pública del Estado y el gobierno de un país.

      Esta acción política se realizará, con prioridad, a través del uso instrumental del lenguaje como mediador de las relaciones de poder en la sociedad. En este entendido, el sistema democrático se presenta propicio para la acción del DP, ya que la participación de representantes del pueblo en asuntos públicos, se realiza mediante el uso de la palabra que convence y evita el uso de la violencia ante posiciones antagónicas.

      Así, se puede pensar en un DP de intenciones persuasivas que actúa sobre el receptor haciéndole adoptar posiciones y repercutiendo eventualmente en su conducta, de esta forma, el DP actúa de manera eficaz ya que produce los efectos esperados en la realidad. Al respecto, Raiter (1999) concuerda con la idea de que los oyentes del DP son inducidos a la persuasión a través de operaciones (transformaciones) que cambian sus creencias, actitudes y acciones.

      Al referirse a esta eficacia discursiva-política, Peña señala que, al ser las palabras un acto lingüístico, éstas se convierten en estímulos que provocan una reacción en el interlocutor (1991: 16). Para el autor, la concepción sofística que implica un lenguaje práctico en el mundo político, se entiende como la influencia ejercida por la palabra en las decisiones públicas que tocan a los ciudadanos. De esta manera, el lenguaje es un instrumento para propósitos políticos: el poder de la palabra se expresa fundamentalmente en el lenguaje persuasivo que busca inducir al hombre a ciertas acciones.

    3. LA PERSUASIÓN Y LA EFICACIA DEL DISCURSO POLÍTICO
    4. CONSIDERACIONES EN TORNO AL TEMA

A partir de la reflexión previa, el DP se presenta fundamentalmente como una forma de lenguaje que construye una realidad referida a la administración del Estado, cuyas intenciones persuasivas buscan repercutir en las acciones de su interlocutor. La caracterización que antecede, circunscribe lo político a temas que traten sobre el Estado pues se debe considerar que las relaciones sociales de poder, comprenden prácticamente todas las actividades humanas y el intentar abarcar este conjunto de hechos, sería una tarea compleja que excede nuestros modestos propósitos iniciales.

En lo referente a la verosimilitud creada por el DP, ésta recreará parcialmente la realidad de manera favorable o desfavorable a los distintos sujetos políticos. Así, los acontecimientos ocurridos, sólo pueden entenderse en la interrelación con otras construcciones de la realidad que ayuden a una comprensión más amplia de los hechos. Sin embargo, puede pensarse que la intersección de estas versiones de la realidad son las opiniones o creencias compartidas por una sociedad, que servirán como el punto de partida del trabajo de persuasión que pone en marcha el DP.

Asimismo, la particularidad persuasiva del DP, permite pensar en el develamiento de la estrategia argumentativa que plantea un discurso que, para convencer a su auditorio sobre su versión de la realidad, utiliza recursos verbales buscando promover la adhesión a las ideas formuladas en él.

Para finalizar, se puede mencionar que la eficacia del DP en un sistema democrático, se expresa notablemente en la toma de decisiones, sus consecuencias reales y las acciones políticas ligadas a la administración pública; asimismo, se debe entender esta eficacia discursiva en concordancia con los intereses y expectativas de los emisores-sujetos políticos. No se puede pensar dicha eficacia, sino a través de la materialidad discursiva y su puesta en escena en la sociedad, donde los discursos constituyen instrumentos y/o armas de lucha por el poder.

  1. ARGUMENTACIÓN Y PERSUASIÓN
  2. Conviene en principio, y antes de ingresar plenamente al estudio de lo que la presente investigación denomina técnicas argumentativas del discurso, remarcar algunas caracterizaciones realizadas por autores que se han encargado de estudiar dos conceptos clave que se hallan íntimamente relacionados y permitirán el adecuado desarrollo del planteamiento teórico que sigue: la argumentación y la persuasión.

    En relación a la argumentación, Charaudeau y Maingueneau (2002: 66-72), quienes sistematizan los tratamientos más valiosos dados a este aspecto del discurso, destacan los trabajos de Perelman y Ducrot (entre otros) a quienes atribuyen la refundación de la retórica clásica a través del estudio de la argumentación en los años setenta.

    Estos estudios caracterizan al discurso argumentativo, de forma intra-discursiva, por sus elementos estructurales y, de forma extra-discursiva por el efecto perlocutivo que busca alcanzarse por medio de él: la persuasión.

    De esta manera, la argumentación puede definirse principalmente de dos maneras: a) como un modo específico de organización de una constelación de enunciados y b) como la expresión de un punto de vista en varios enunciados; se observa que el caso de a) refiere a la caracterización intra-discursiva y el caso de b) al efecto perlocutivo persuasivo arriba mencionados.

    El primer caso de a) entiende la argumentación de tres maneras: 1) como un discurso lógico que encadena proposiciones, vale decir, el desarrollo de un razonamiento; 2) como un discurso natural monológico que, mediante el proceso de argumentación, establece un enunciado controversial o discutible conectándolo a un enunciado sustraído de la controversia o indiscutible; 3) desde una perspectiva dialógica-racional donde la argumentación es una actividad verbal y social cuyo objetivo es reforzar o debilitar la aceptabilidad de un punto de vista controvertido ante un auditorio o juez racional al que expone proposiciones que lo justifiquen.

    Estos enunciados y su contenido plausible conducente a legitimar una conclusión controvertida, podrán caracterizarse intra-discursivamente como argumentos, y concebir a la argumentación como el conjunto de argumentos movilizados hacia un objetivo particular (Charaudeau y Maingueneau 2002: 64-66). El argumento será, así, un tipo de enunciado que, al legitimar conclusiones, busca la aceptación de las mismas por un interlocutor. Se devela en esta última apreciación, un objetivo particular o, como se verá a continuación, una intención argumentativa que, necesariamente, tiene lugar en la puesta en marcha de esta actividad verbal contextualizada socialmente llamada argumentación.

    Por su parte, en el caso de b), la argumentación es una tentativa de modificar las representaciones del interlocutor, entonces, toda información (descriptiva o narrativa) y sus enunciados construyen un punto de vista o una esquematización. Esta información, aquella que pretende intervenir en la opinión, actitud e incluso comportamiento de alguien a través del discurso argumentativo, hace compartir al interlocutor una visión específica de las cosas. Sin embargo, sobre el particular cabe mencionar la distinción realizada por Amossy (2000) entre dimensión e intención argumentativa de un discurso y, consecuentemente, de la información que este transmite, donde, la primera, implica únicamente la transmisión de un punto de vista sobre las cosas y la segunda, busca expresamente la modificación de las posiciones del interlocutor. Así, para el planteamiento que sigue, no toda información será considerada con intención persuasiva, sino aquella que conscientemente pretenda actuar sobre las opiniones (y eventualmente las acciones) de un interlocutor.

    Así, desde el presente trabajo, la argumentación o discurso argumentativo, será entendido como un conjunto solidario de enunciados que, bajo la forma de argumentos, apoyan las conclusiones e ideas principales planteadas, buscando intencionalmente su aceptación a través de mecanismos verbales orientados a conseguir el efecto perlocutivo persuasivo en un auditorio.

    En lo que respecta al tratamiento dado a la persuasión, desde la perspectiva de Perelman, se contempla a este producto de los procesos de influencia, entendiéndolo como la obtención de la adhesión de las mentes a las ideas planteadas por el discurso (Charaudeau y Maingueneau 2002: 429-430); se produce así, un estado mental posterior a una emisión real y discursiva, donde se ha optado por convenir con las ideas en ella planteadas. El presente estudio, retoma esta definición considerando "persuasivos" o con intención argumentativa, a todos aquellos mecanismos y elementos verbales que puedan o intenten provocar conscientemente la adhesión y legitimar un punto de vista expresado en el discurso.

    Consideramos que la manifiesta relación anteriormente expuesta entre uno de los procesos promotores de la persuasión, como es el discurso argumentativo, y el estado mental de adhesión que se pretende obtener (la persuasión), no debe reducirse a un determinismo discursivo, que contemple estos dos elementos en una relación causal e inalterable donde no intervengan otras variables adyacentes (p.e. elementos económicos o de movilidad social) que puedan resultar más relevantes en un proceso persuasivo que el propio discurso argumentativo, cuya función podría quedar reducida, en ese caso, a una suerte de envoltura atenuante de un accionar irracional en la sociedad. El presente trabajo pone de manifiesto, entonces, desde el análisis argumentativo, la necesidad de un marco socio-histórico o situación de discurso que ubique la emisión discursiva en su contexto de producción; consiguiendo así, una forma de explicitar, mediante el análisis de aspectos colaterales, otras variables a considerar, que permitan la reflexión en torno a la interacción discurso-sociedad-persuasión.

    Al plantearnos el estudio de las técnicas argumentativas, consideramos necesario aclarar el uso de términos cuya cercanía, en ocasiones de tipo sinonímico, puede ocasionar interpretaciones inadecuadas sobre el planteamiento teórico aquí presentado.

    Inicialmente, se dirá que estrategia se opone a táctica, en el sentido militar de la palabra, donde la estrategia conduce las operaciones en el terreno de la acción; entonces, en lo referente al Análisis del Discurso, la estrategia implica una opción de escoger operaciones de uso del lenguaje con un objetivo específico. (Charaudeau y Maingueneau, 2002: 598-599).

    Estableciendo el carácter operativo de la estrategia, se puede pensar en una definición ad hoc de la táctica como una planificación previa al conjunto de acciones que la estrategia implica; nos encontramos, entonces, ante una oposición entre un ámbito abstracto de planificación (táctica) y un ámbito concreto de aplicación o ejecución del plan y dirección de acciones (estrategia).

    En lo referente a "técnica" retomamos el uso que Perelman hace del término en cuestión, cuando define a la nueva retórica como: "…l´étude des techniques discursives permettant de provoquer ou d´accroître l´adhésion des esprits aux thèses qu´on présente a leur assentiment." (Charaudeau y Maingueneau, 2002: 429).

    En la misma línea de pensamiento, Camps interpreta que esta adhesión de las mentes a las ideas planteadas, depende de una serie de "técnicas retóricas" (1990: 41) que, en la visión de la autora, son "medios de argumentación" orientados a conseguir la referida adhesión.

    El presente estudio considerará las técnicas argumentativas en el ámbito concreto de emisión discursiva anteriormente referido, donde las operaciones de uso del lenguaje forman parte del conjunto de acciones de una estrategia orientada, en este caso, a la persuasión del interlocutor. Así, los procedimientos u operaciones verbales concretos, inscritos en una estrategia que intenta conseguir el objetivo perlocutivo de persuasión, se denominan, en el planteamiento teórico que sigue, técnicas argumentativas del discurso cuyo carácter de elementos lingüísticos en uso, hace necesaria una aproximación teórica desde dos disciplinas que priorizan el estudio de la eficacia del lenguaje: la retórica y la pragmática; ambas complementando, con sus aportes y elementos teóricos, el Análisis Argumentativo interdisciplinario planteado por Amossy (2000: 23).

  3. TÁCTICA, ESTRATEGIA Y TÉCNICAS ARGUMENTATIVAS

    La retórica brinda elementos valiosos para el examen de los discursos argumentativos en nuestra sociedad; así, la investigación de los mecanismos verbales orientados a la persuasión, a través de la teoría retórica, permitirá acercarnos a un mejor entendimiento del fenómeno estudiado.

    Recordemos que la vigencia de la retórica, gracias a los aportes de las teorías argumentativas que retoman conceptos aristotélicos clásicos, manifiesta elementos que habían sido descuidados debido a las modificaciones que había sufrido a lo largo de su historia, y que la habían transformado en una retórica restringida, donde la exhaustiva taxonomía de las figuras ocupa un lugar cardinal en el estudio retórico de la creación literaria: la clasificación de formas literarias constituye el objeto de estudio de la Retórica que, estableciendo un canon retórico de preceptos, entiende a la retórica como una gramática para la creación de obras literarias (Fernández y Gómez, 1962: 7-12). Amossy considera que este tipo de retórica restringida o limitada, se opone al arte de persuadir de la Grecia antigua donde la retórica se concibe como una "théorie de la parole efficace liée a une pratique oratoire" (2000: VI).

    El desarrollo que sigue se limitará, dentro del amplísimo campo de este arte del discurso eficaz, al estudio de las figuras retóricas no pretendiendo realizar una clasificación pormenorizada de las mismas, tan ampliamente estudiadas por los tratadistas de la especialidad, sino subrayar los aspectos más sobresalientes que éstas destacan cuando son puestas en marcha dentro el discurso argumentativo: se priorizará el estudio de su funcionamiento discursivo y su capacidad de actuar o incidir en el auditorio.

    1. FIGURAS RETÓRICAS: CARACTERÍSTICAS, FUNCIONES Y RELACIÓN CON EL SISTEMA LINGÜÍSTICO
  4. LAS TÉCNICAS ARGUMENTATIVAS DESDE EL ANÁLISIS RETÓRICO

El estudio de las figuras retóricas como elementos ligados a la eficacia del discurso, implica definirlas dentro de su intención argumentativa, vale decir, como mecanismos verbales orientados a obtener la adhesión de un auditorio a las ideas propuestas en un discurso argumentativo.

Así, el discurso como un producto de la palabra, se caracteriza, entre otras cosas, por su belleza, cuyo esplendor se consigue a través de "modos de expresión" (Fernández y Gómez, 1962: 45) o maneras de hablar que dan realce y agilidad al pensamiento; tales modos de hablar se denominan figuras y éstas suscitan la imaginación y la pasión en el discurso. Asimismo, esta utilización de la palabra bella y apasionada puede utilizarse para refutar o alabar nobles causas humanas, perteneciendo, en lo que respecta a la teoría literaria, al género secundario denominado Oratoria, donde destaca la oratoria política encargada del debate de problemas públicos. La finalidad de este uso de la palabra es "persuadir o conmover a un auditorio mediante el uso de la palabra bella" apelando a recursos (figuras) que invocan la inteligencia, la voluntad y la emoción del hombre (Ibíd.: 10, 137 y 139).

Las apreciaciones sobre las figuras y la emoción detalladas arriba, se muestran expresamente relacionadas en el trabajo persuasivo. Según Lamy, es mediante las figuras que tocamos el alma de nuestro auditorio y exacerbamos sus pasiones, de las cuales nos servimos para llevar al auditorio hacia donde se desea: la estética tiene el poder de tocar los corazones (Amossy, 2001: 184 y 185).

Para Azaustre y Casas (2001), el ornato retórico dentro de la fase de elocución en la elaboración de un discurso, está constituido por figuras que son elementos embellecedores del registro lingüístico para hacerlo, de esta manera, más persuasivo. Según los autores, estas figuras son signos "no-habituales" (2001: 83) distintos del uso lingüístico ordinario cuyo carácter desusado les brinda expresividad. Se colige así que esta ausencia de normalidad, exalta de manera estética, a través de las figuras, las ideas expresadas en un discurso para cautivar con su belleza y extrañeza al interlocutor.

Concordando con esta idea, Morales (2001: 129) expresa que las figuras retóricas son recursos que producen percepciones sensibles de las ideas transmitidas que pueden ejercer un impacto y eficacia persuasiva si apelamos a los sentidos del receptor.

A partir del desarrollo conceptual previo y las características generales de las figuras retóricas que se han expresado, podemos pensar, consecuentemente, en ciertas funciones que puedan cumplir estos elementos argumentativos en el discurso. Sobre el particular, consideramos oportuno retomar el criterio de Charaudeau y Maingueneau (2002), donde se indican dos funciones principales, que bien podríamos denominar figurativas:

  • función ornamental (estética o embellecedora, desde la perspectiva tradicional),
  • función persuasiva (al actuar sobre las pasiones como instrumentos de persuasión).

De esta manera, se observa que el Discurso Argumentativo (como un producto del uso del lenguaje) comprende, en una dimensión estética, a las figuras retóricas como elementos contribuyentes a su eficacia, vale decir, a obtener el efecto perlocutivo de persuasión mediante el uso de recursos verbales que apelan a las pasiones del auditorio:

Estas figuras retóricas (diferenciadas de las literarias por sus objetivos), representarán, así, para los fines del presente estudio, mecanismos verbales de intención argumentativa -técnicas argumentativas, propiamente dichas en la medida que apelen a las emociones de un auditorio para intentar persuadirlo- caracterizados por su particular belleza y singular expresividad alejada del uso de lenguaje cotidiano y habitual. Dichas operaciones estéticas en el uso del lenguaje, reforzarán los argumentos y conclusiones de la argumentación para incrementar su eficacia al incidir pasional y emocionalmente en el auditorio; esto último, identificando la emoción con un estado mental caracterizado por un afecto o desafecto exagerado y desproporcionado hacia un objeto o ser.

La incidencia pasional, realizada mediante las figuras retóricas, consistirá en el desencadenamiento de un apego excesivo u hostilidad desmedida (en última instancia, un afecto valorativo bueno o malo) en aquellas ideas que buscamos hacer admitir al auditorio mediante la argumentación.

Así definidas las figuras retóricas desde la perspectiva de la presente investigación, corresponde establecer una relación de éstas con aquellos elementos desarrollados por la ciencia lingüística que permitan su mejor comprensión, ya que, al ser la lengua el sistema propiciador del discurso, se hace necesario, por lo menos, apreciar la manera en que ésta se pone en contacto con los usos del lenguaje que la argumentación representa.

Para Azaustre y Casas (2001: 90), las figuras tienen una relación con su raíz lingüística que permite hacer una distinción entre "figuras de contenido" y "figuras de significante" en función a que éstas puedan apoyarse primariamente en un hecho de "significante" o de "significado". Sobre este punto, la presente investigación considera que los autores identifican la denominación "contenido" con "significado", en el sentido expresado por Saussure, donde este primer componente del signo lingüístico se define como su "concepto"; por otra parte su segundo componente (significante), se identifica con una "imagen acústica", estando ambos elementos psíquicos unidos en nuestro cerebro (Saussure, 1987: 137-139).

Asimismo, creemos conveniente que, al igual que la distinción hecha sobre aquellas figuras que gravitan principalmente sobre el significante, o bien, significado lingüístico, se pueda establecer una relación de los niveles de la lengua con ciertos tipos de figuras. De esta manera, y basándonos en la analogía que establece Manosso entre la clasificación tradicional de figuras estudiadas por la Retórica y los niveles lingüísticos estructurales, reelaboramos la siguiente tabla que permite ver la manera en que podemos relacionar las formas verbales representadas por las figuras con su sistema propiciador:

NIVEL

LINGÜÍSTICO

(Según Manosso)

CLASIFICACIÓN RETÓRICA TRADICIONAL DE FIGURAS

(Según Azaustre y Casas)

Fonológico

Figuras de Dicción

Sintáctico

Semántico

Figuras de Significación o Tropos

Figuras de Pensamiento

Asimismo podría pensarse, según los tres ámbitos que forman parte de la concepción de Morris, en el carácter semiótico del análisis argumentativo desarrollado en el presente estudio (y en general, de los estudios sobre el discurso), ya que en el se consideran elementos pragmáticos y operaciones a nivel de la sintaxis y la semántica (vid. infra).

En este entendido, se presenta a continuación, el estudio de las características fundamentales de las técnicas argumentativas en el discurso, limitándose al análisis de las figuras retóricas de dicción y de significación más relevantes, esperando a través de esta restricción involuntaria, poder alcanzar una comprensión más completa y adecuada del fenómeno argumentativo.

  1. FIGURAS DE DICCIÓN

Para Azaustre-Casas (2001: 90 y ss.), las figuras de dicción son, en general, procedimientos especialmente expresivos; cuya particularidad se apoya, principalmente, en el significante del signo lingüístico, es decir, afectan la forma de las palabras; de ahí que estas figuras se puedan detectar por el procedimiento de traducción ya que, al pasar de un idioma a otro (por tanto, de un significante a otro), pierden su esencia expresiva.

Por su parte, Fernández y Gómez (1979: 38), expresan que las figuras de palabra o de dicción, consisten en la disposición especial de términos que realzan el pensamiento.

Como se advierte en las apreciaciones anteriores, el tratamiento dado a estos procedimientos gravita, esencialmente, en torno a la articulación del significante lingüístico y su correspondiente expresión enunciativa. Así, podemos pensar en definir a las figuras de dicción como procedimientos argumentativos cuya singular expresividad se origina en la peculiar disposición de elementos verbales que forman los enunciados en el discurso.

Basándonos en las clasificaciones de los autores anteriormente citados (Azaustre-Casas, 2001; Fernández y Gómez, 1979), presentamos los siguientes tipos de figuras de dicción a considerar:

  • Figuras de repetición. Estas figuras consisten en el uso de un elemento verbal que ya había sido empleado en el discurso. Dicho elemento puede pertenecer a los distintos sub-componentes del sistema lingüístico (fonema, morfema, palabra, frase y oración). Su repetición es flexible pues el elemento repetido puede sufrir ligeros cambios en sus apariciones, de manera que se evite la monotonía. Entre las figuras de repetición que destacamos están las siguientes:
  1. Anáfora: Donde se observa una repetición de una palabra o grupo de palabras al inicio de una oración (Fernández y Gómez 1979: 40 y ss.; Azaustre-Casas 2001: 97 y ss.).
  2. Epífora: Donde ocurre una repetición de una palabra o grupo de palabras al final de una oración (Ibíd.).
  3. Complexión: Combinación de Anáfora y Epífora (Ibíd.).
  4. Polisíndeton: Es la repetición o multiplicación de una conjunción coordinante (entiéndase en un sentido restringido, partículas copulativas) al inicio de varias frases o incisos de una enumeración; esta figura se opone a la asíndeton (Ibíd.). Tiene la función de "dar más energía a las expresiones y llamar la atención sobre cada una de las cosas o ideas representadas" (Fernández y Gómez 1979: 42).
  5. Retruécano: Donde existe una disposición cruzada de elementos equivalentes o repetidos en dos grupos de palabras invirtiendo el orden, los tiempos o las funciones sintácticas; generalmente el retruécano refuerza la expresión presentando una antítesis de contenido entre los términos cruzados (Fernández y Gómez 1979: 42; Azaustre-Casas 2001: 105).
  6. Equívoco: Es la repetición de un significante léxico o palabra, pero asociada a distintos significados (Azaustre-Casas 2001: 102).
  • Figuras de Omisión. Estas operaciones consisten en la supresión de un elemento lingüístico necesario para la configuración del texto. Su función es aligerar la expresión de constituyentes prescindibles gramaticalmente (Azaustre-Casas 2001: 106 y ss.). Entre las figuras de omisión o supresión, consideramos las siguientes:
  1. Asíndeton: Donde se percibe una marcada ausencia de la conjunción coordinante en varias frases o miembros de una enumeración, esta ausencia cortante y abrupta otorga más fuerza expresiva al discurso (Ibíd.).
  2. Elipsis: Es la supresión de palabras (uno o varios vocablos) necesarias gramaticalmente, pero prescindibles retóricamente. Cumple la función de dar vivacidad y rapidez a una oración (Ibíd.; (Fernández y Gómez 1979: 39 y ss.) cuando los hablantes sobrentienden los elementos elididos debido al conocimiento que tienen del sistema lingüístico.
  3. Zeugma: Consiste en expresar una sola vez un vocablo en un discurso que lo requiere en más ocasiones; a diferencia de la elipsis, el elemento elidido en las frases consecutivas, está presente en la primera. (Ibíd.).
  • Figuras de Sintaxis. También llamadas figuras de posición, son procedimientos que se fundan en una alteración del orden sintáctico usual de los constituyentes de una oración (Azaustre-Casas, 2001: 108). Destacamos, las siguientes figuras de sintaxis:
  1. Hipérbaton: En general, designa a cualquier alteración de la sintaxis normal de la secuencia o grupo de palabras; sin embargo, particularmente consiste en la intercalación de elementos entre dos unidades sintácticamente inseparables (Ibíd.).
  2. Anástrofe: Donde se expresa una inversión del orden sintáctico de los elementos de una secuencia o grupo de palabras (Ibíd.).
  1. FIGURAS DE SIGNIFICACIÓN O TROPOS

La concepción de Azaustre y Casas (2001: 83), sobre las figuras de significación o tropos, insiste en que a cada concepto le corresponde una palabra apropiada. El tropo, a diferencia de las figuras de dicción que se expresan con palabras apropiadas, será una licencia que anula esta regla y utiliza una palabra inapropiada para designar un concepto en función a una relación establecida entre sus significados.

Este uso inapropiado, en semántica lingüística, se considera una anomalía semántica ya que es una transgresión de la norma: el lenguaje figurado rompe con la coherencia lógica y es menos frecuente en el uso normal o natural del lenguaje (Gutiérrez, 1996: 152ss).

Desde la perspectiva de Charaudeau y Maingueneau (2002: 590 y ss.), los tropos son figuras por las cuales se hace tomar a una palabra, una significación diferente a la que le es propia, es decir, la expresión se aleja de su sentido primitivo o literal, acercándose a uno que es derivado, tropológico o figurado.

El presente estudio concuerda con las definiciones anteriores, en que el mecanismo de reemplazo de un término apropiado por uno inapropiado en el tropo, se basa en desviaciones de un significado original o normativo; asimismo, la diferenciación y expresividad figurativa, originada por el reemplazo, se entenderá radicada precisamente, en la manera en que se suscita tal desviación.

Entonces, puede establecerse una diferenciación de tropos, por el tipo de relación entre conceptos de las palabras que lo expresan. En esta línea, tanto Fernández y Gómez (1979), como Charaudeau y Maingueneau (2002), concuerdan con la existencia de dos especies de tropos mayores, en función a la relación entre conceptos:

  1. Metáfora (relación por semejanza o analogía expresiva).
  2. Metonímia (relación por contigüidad referencial).

Para los fines del presente estudio, desprovisto de un afán clasificatorio, consideraremos a un tercer tipo de tropo mayor mencionado por los autores, la sinécdoque (tropo por relación de inclusión y/o dependencia), como una variante de la metonimia, dada su cercanía operativa con esta figura mayor.

  1. La metáfora.

Son amplios y variados los estudios en torno a la metáfora. Hoy en día, su estudio mantiene vigencia debido a las aproximaciones semánticas, interactivas y pragmáticas a la figura retórica más importante dentro un marco discursivo (Charaudeau y Maingueneau, 2002: 375 y 376).

Tradicionalmente, es definida como un tropo por semejanza, donde una palabra "inapropiada" sustituye a una "apropiada" en virtud a una relación de similitud entre sus conceptos; vale decir, que una palabra que pertenece a un objeto es aplicada a otro por un nexo de semejanza semántica sentida por quien la expresa (Azaustre y Casas, 2001: 83; Fernández y Gómez, 1962: 57).

Otras concepciones usuales la consideran una traslación de sentido de una palabra a otra, o bien, la identificación y sustitución de un término real por uno imaginario en función a una semejanza claramente perceptible (Mungía, 2000: 48; Morales, 2001: 130).

Las precisiones más importantes sobre la figura pertenecen a Aristóteles, quien, si bien no formula la noción de reemplazo, indica que el discurso se compone "…seleccionando los vocablos…" y dentro de esta selección se contempla la metáfora que posee "…la claridad, lo agradable y el giro extraño…" y su expresión adecuada debe hacerse "…partiendo de la analogía…"; asimismo, el filósofo griego puntualiza que la cercanía y familiaridad de la metáfora radican en que ella contempla "…cosas del mismo género y semejantes…" (Aristóteles, 1964: 233-235).

Así, esta analogía, semejanza o comparación elíptica (vale decir, expresiva ya que no es una comparación que busca equivalencia) es el tipo de relación que particulariza a la metáfora de otras figuras y sus variantes. El aspecto mencionado sobre la cercanía y familiaridad de la figura deben entenderse en función a ideas compartidas con el auditorio a quien se dirige el discurso; ideas que puedan suscitar pasiones comunes debido a su apropiada adecuación. En este punto, es interesante la relación que puede establecerse entre el concepto de doxa u opinión común del auditorio (Amossy, 2000: 36); y la efectividad de la metáfora para incidir en este interlocutor argumentativo: una suerte de fuerza persuasiva o argumentativa que surge de esta adecuación al auditorio y de lo que Charaudeau y Maingueneau (2002: 378) mencionan como una concentración de una analogía y un juicio de valor en la metáfora.

De esta manera, la presente investigación destaca la relación semántica de semejanza, particularmente bella o expresiva, que origina el reemplazo del término apropiado por aquel inapropiado en el discurso argumentativo, caracterizando a la metáfora como este tipo particular de sustitución de palabras por analogía; la metáfora se definirá, entonces, como una técnica argumentativa (u operación verbal con intensión persuasiva) caracterizada por el reemplazo de un término apropiado por otro inapropiado en función de una relación de semejanza expresiva o elíptica establecida entre sus respectivos conceptos.

Adicionalmente, mencionaremos que a la particularidad de la relación de semejanza, se le debe añadir la de su extrañeza al texto donde se inserta (de ahí la denominación de "inapropiado"); esta última, característica que la diferencia de la metonimia (Charaudeau y Maingueneau, 2002: 376).

Por otra parte, la metáfora se expresará en las formas que detallan Fernández y Gómez (1979: 48; 1962: 64) y a partir de las cuales clasifican las siguientes variantes:

  1. Simple: expresada por un sólo término metafórico.
  2. Continuada o Alegórica: expresada por dos o más términos metafóricos

El caso de b) puede también incluir palabras no-metafóricas (p.e. conjunciones o preposiciones), ya que este tipo de elemento, al ser semántico, puede exceder los límites de una sola forma y ser así contemplada no sólo como sustantivo, verbo y adjetivo, sino también como sujetos, predicados y complementos.

Finalmente, se puede atribuir tres funciones principales a este tropo por semejanza y sus variantes, para ello retomamos de las apreciaciones realizadas por Charaudeau y Maingueneau (2002: 377) que detallan las siguientes:

  • Estética: constituye un ornamento para los enunciados.
  • Cognitiva: permite explicar, instruir y facilitar conocimientos.
  • Persuasiva: Permite imponer opiniones sin demostrarlas.

Se debe remarcar que estas funciones pueden encontrarse superpuestas e interrelacionadas en la producción del discurso de fines argumentativos, ya que podemos apelar a la belleza (o monstruosidad, dependiendo del caso) y, así, hacerla accesible a la memoria para aplicarla a un argumento o conclusión de manera que pueda aumentarse la eficacia argumentativa en el discurso: el orador, para convencer, desea hacer sentir un afecto exagerado al auditorio sobre aquello referido por la metáfora, particularizando su hermosura o fealdad y dando, así, un juicio de valor condensado que se desea hacer compartir sobre lo expresado.

  1. La Metonimia.

La segunda figura mayor del discurso a considerar, es la metonimia. La misma, es definida tradicionalmente como un tropo fundado en una relación de contigüidad o dependencia mutua entre dos conceptos; las variantes de este tropo se expresan mediante las relaciones específicas como: continente-contenido, causa-efecto, instrumento-artífice, símbolo-idea, entre las más importantes (Fernández-Gómez, 1979: 48-55; Azaustre-Casas, 2001: 86ss).

Definiciones menos elaboradas, sugieren que la metonimia se define, sólo o principalmente, por algunas o alguna de las relaciones particulares arriba mencionadas. Así, Mungía (2000: 49) la define como un tropo que traslada el efecto a la causa o al autor por la obra y viceversa; hace lo propio Morales (2001: 130), quien indica que la metonimia es la utilización del nombre de una parte para designar al todo y viceversa, así como otros fenómenos semejantes.

Desde el punto de vista particular del presente estudio, se entiende que lo que sugieren estas definiciones, son las formas de relaciones más típicas o características de la figura en cuestión; p.e. la definición presentada por Morales sobre la relación parte-todo, caracteriza a la variante metonímica que, como se mencionó previamente, incluye a la sinécdoque, en base a la relación de contigüidad expresada; criterio compartido también por Manosso (vid. supr.) y Charaudeau-Maingueneau (2002: 564).

El análisis sémico retomado por Gutiérrez, permite advertir que la contigüidad descrita anteriormente hace referencia a una reducción basada en una "combinación" (1996: 154), donde un término ausente está, generalmente, combinado con aquel que está presente. Esta combinación también es definida como una manera de formar significados: los semas están ligados por "relaciones combinatorias" para formar unidades mayores como los sememas (o lexemas) y aún otras mayores como los sememas construidos. Estos últimos son resultado de varios signos léxicos (con sus respectivos significados o sememas) cuya referencia es única pero su expresión se da en varios signos (Ibíd.: 92ss).

De esta manera, podemos pensar que los enunciados manifestarán significados formados por "sememas construidos" y que las operaciones metonímicas pueden darse a este nivel, al reducir u ocultar signos léxicos en la relación combinatoria o de contigüidad establecida entre estos constituyentes sémicos. Esta modificación en la relación entre sememas, a decir de Gutiérrez, se encuentra en una dimensión sintagmática de posibilidades combinatorias de los signos, donde el cambio (o reducción, en el caso metonímico) en la "isotopía o nivel de coherencia semántica" (representado por el clasema), origina anomalías semánticas o figuras (Ibíd.: 90).

Concuerdan con esta última noción de relacionamiento mutuo Charaudeau y Maingueneau (2002: 379ss), para quienes la metonimia designa a las operaciones retóricas (trópicas) de combinación de términos, diferenciadas de la metáfora por la homogeneidad semántica (isotopía) que la metonimia presenta. Sobre este punto, los autores citan a Jakobson quien también se refiere a la característica combinatoria ligada a la metonimia, definiendo a la figura sintagmáticamente como un término que lleva a otro por contigüidad.

En este sentido, la metonimia, si bien no rompe la isotopía semántica, como en el caso de la metáfora, al menos la reduce, suprimiendo algún término y presentando otro signo que puede, a su vez, llevarnos sintagmáticamente al término elidido: diríamos que el término metonímico es "inapropiado" al elidir términos contiguos que se complementan mutuamente.

Por lo que respecta a las funciones de esta figura del discurso, basándonos en Manosso, podemos citar como principales las siguientes:

  • Sintetiza y economiza la forma de la expresión (una metonimia en que el sustituto es menos extenso que lo substituido; asimismo, cuando el enunciado metonímico tiene una significación más extensa que la del enunciado propio).
  • Evita la repetición innecesaria del enunciado propio (variar para no repetir).
  • Enfatiza (atenúa o agrava) el concepto expresado por un enunciado.

Planteadas así las conceptualizaciones hechas sobre la metonimia, nuestra investigación caracteriza a esta figura por su relación de contigüidad; relación que será entendida retomando la noción de combinación sintagmática entre términos que usualmente se presentan identificados (isotópicamente) en el nivel semántico: términos que llevarán los unos a los otros a través de relaciones combinatorias entre sememas y sus signos léxicos o palabras. Así existirá en la metonímia, el reemplazo de un termino "apropiado"por otro "inapropiado" en función de de una relación de contigüidad o dependencia mutua entre dos conceptos cuyos términos llevan el uno al otro.

  1. PROCEDIMIENTOS PARA EL ANÁLISIS DE FIGURAS RETÓRICAS DE SIGNIFICACIÓN ESTUDIADAS

Para los fines del presente estudio, podemos proponer una manera de identificar los tropos en el análisis retórico, a partir de los planteamientos de Manosso y Charaudeau-Maingueneau sobre un algoritmo o cálculo interpretativo, entendido como los pasos para identificar e interpretar la figura retórica. Igualmente necesario para este tipo de interpretación es el aporte del análisis semántico que se rescata de Gutiérrez (1996) para el estudio de las figuras retóricas.

Primeramente, se debe observar que desde el análisis sémico se considera que los tropos se originan al transferir rasgos lexémicos (semas) desde un signo (selector) a otro (base) cuyo resultado semántico es una imagen. Así la adición de rasgos semánticos connotativos a un lexema base (denotativo), creará una figura (Gutiérrez, 1996: 154). El autor establece así, que las figuras son reducciones (síntesis de dos signos relacionados) por combinación en el caso metonímico; para el caso de la metáfora nuestro planteamiento la considerará un tipo de reducción por comparación.

De esta manera, se puede pensar en una interferencia entre semas (Ibíd.: 98) como la base estructural para la explicación de los tropos; esto quiere decir que un tropo, establece una relación entre significados o conceptos a partir de las coincidencias entre sus semas; así, mediante la adición de los rasgos que gravitan en torno a la interferencia, el signo base originará el tropo, con los rasgos expresivos del término comparado, en la metáfora, y rasgos faltantes del término elidido, en la metonímia.

En segundo lugar, encontramos que los autores detallan algunos elementos que componen los denominados algoritmos o cálculos de tropos: lo comparado, el "comparante", el atributo explícito y/o el implícito (en el caso de la metáfora); el sustituto, lo sustituido, la relación de contigüidad y su interpretación (en el caso de la metonimia); el sentido primitivo, la inadecuación contextual, el sentido de la intención comunicativa (en el estudio pragmático de los tropos).

 

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6
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