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El antes y el después de la independencia de República Dominicana (página 6)


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El prócer predicó la «pura y simple» y fue el abanderado de la independencia absoluta. Sostuvo que el país disponía de recursos suficientes para conquistar su libertad por sí solo y para sostenerla luego sin ayuda extranjera. Santana, por su parte, no creyó en la viabilidad de la República, y se hizo el portavoz de los que aspiraban a mantener bajo la sombra de una bandera extraña la separación establecida entre las dos partes de la isla por la ley de la raza y por el fuero de la lengua y de las tradiciones. La realidad, una realidad que tiene actualmente una duración de más de un siglo, y que se puede reputar ya como definitiva, le dio la razón a Duarte, el idealista, sobre Santana, el hombre que todo lo confió al interés y que juzgó infalibles los cálculos humanos. Rasgo también sobresaliente de la personalidad de Duarte es su noción global y no fragmentaria del patriotismo. El Padre de la Patria aspiró a que sus conciudadanos vivieran libres en la heredad natal, y para él era tan inicua la esclavitud bajo Haití como la esclavitud bajo España o bajo cualquier otra soberanía extranjera. Santana, a su vez, no concibió la independencia sino frente a Haití, y vivió de rodillas, como dominicano y como gobernante, ante el gobierno de España y ante los cónsules de las naciones que a la sazón se consideraban ultra-poderosas – Los agentes consulares de todos los países hicieron temblar siempre como a un niño al león de las Carreras. El déspota que tiranizó a sus compatriotas y erigió el patíbulo en altar de Moloth para alzarse con el señorío de los débiles, no fue capaz de un solo gesto de hombría ante José María Segovia y ante dos gobiernos extranjeros que impusieron al país, con la complicidad muchas veces del elemento nativo, las más grandes humillaciones. Pero Santana fue un guerrero al parecer invencible, y Duarte fue únicamente un apóstol y un proveedor de ideales. Las campañas que realizó el soldado han servido a sus admiradores para insinuar que sin él no hubiera habido independencia. La tesis es a todas luces aviesa y no resiste el análisis de los hombres imparciales.

Lo que la historia enseña a quien no se deje sugestionar por los subterfugios de los historiadores, es que la separación de Haití fue una idea que creó Duarte, que calentó Duarte con su sacrificio, y que después se abrió paso casi por sí sola. Las batallas del período de la independencia se redujeron a una serie de escaramuzas en que no hubo ni de la una ni de la otra parte ningún alarde de heroísmo guerrero. ¿Qué clase de adversarios eran aquellos que entregaron la capital de la República sin hacer un disparo? ¿Qué moral era la de esa tropa que capituló con Desgrotte ante un grupo de jóvenes armados con trabucos y con unas cuantas lanzas del tiempo de la colonia? ¿Qué batalla fue esa del 19 de marzo donde un puñado de monteros provistos de armas blancas pone en fuga a un ejército flamante que apenas ofrece resistencia y donde algunos nativos de Azua combaten blandiendo en campo raso tizones encendidos? ¿ Qué hazaña fue esa de «El Número», donde los haitianos fueron arremetidos con piedras y desalojados de sus posiciones con el humo del pajonal de la sabana? Y ¿qué batalla fue, por último, esa del 30 de marzo en que se dice que no hubo más que un contuso por parte de los defensores de Santiago a pesar de haberse hecho uso en esa acción de las cargas al machete? Las famosas batallas de la independencia fueron un juego de niños si se las compara con las acciones a que dio lugar la guerra de la Restauración. Compárese la batalla del 19 de marzo con una cualquiera de las hazañas de Luperón, y se tendrá la evidencia de haber pasado del escenario de un cuento de hadas al de una lucha verdaderamente épica. Hágase el cotejo de la batalla del 30 de marzo con la que tuvo efecto en la misma ciudad de Santiago el día 6 de septiembre, y se tendrá la sensación de que la primera fue un lance de teatro y la segunda un verdadero encuentro de titanes. El ejército haitiano de los días en que se realizaron las jornadas de la independencia, o fue un coloso de cartón, que se deshizo tan pronto recibió la primera lluvia de balas, o fue una jauría de bandoleros que se movió impulsada por el estímulo del botín y que se aprovechó de la sorpresa para invadir la parte oriental de la isla en el momento propicio. Haití, desgarrado unas veces por dentro, y herido de muerte en otras ocasiones por el coraje moral que sobraba a su adversario, no logró ser nunca un verdadero peligro para la libertad dominicana. Bastó que, un visionario, un hombre dulce pero interiormente dotado de energías descomunales, diera calor con su sacrificio ejemplar a la idea de la independencia, para que el ejército invasor desapareciera vencido por su propio espíritu de indisciplina o por su propia cobardía.

La prueba es que no existió por parte de los haitianos ningún rasgo de heroísmo. El caso de Luis Michel, el oficial haitiano que luchó con un sable hasta morir sobre la cureña de un cañón en las Carreras, es un ejemplo aislado que nada prueba en favor del heroísmo con que los invasores lucharon en tierra dominicana. El hecho de haber salido triunfador frente a los haitianos, no constituye, pues, una recomendación digna de confianza para erigir a nadie en soldado invencible ni en verdadero hombre de armas. Cuando Santana tuvo que medir sus fuerzas con las de los grandes caudillos de la Restauración, la supuesta superioridad militar de que hizo gala, según se afirma, en las Carreras y en los campos de Azua, se reduce a algo tan ínfimo que no alcanza a hacerse visible. Cuando salió a campaña al frente de uno de los ejércitos más poderosos que se movilizaron nunca en suelo dominicano, la avaricia o el terror lo paralizaron en Guanuma y esquivó siempre el medir la fuerza de su brazo con la de los jefes restauradores, entre los cuales había algunos que, como Luperón, eran tan jóvenes que habían crecido bajo los soles de la independencia. Si Santana tuvo verdadera personalidad militar fue, sin duda, porque le acompañaron algunas cualidades superiores como conductor de tropas y como organizador de victorias: don de mando, sentido de oportunismo, puño capaz de imponer la disciplina con providencias draconianas, y cierta sensibilidad patriótica que sólo se manifestó en la lucha contra las invasiones haitianas . Fue innegablemente el hombre que organizó la victoria y precipitó la huida de los invasores, y el único que supo capitalizar en su propio provecho la gloria siempre discutible de haber vencido a un coloso de papel y haber garantizado a sus compatriotas la tranquilidad que ansiaban para vivir sin la angustia constante de los saqueos y de las incursiones a mano armada.

Uno de los hombres que militaron bajo las órdenes de Santana, don Domingo Mallol, nos ha dejado la siguiente radiografía del ejército haitiano de los tiempos de la independencia: «Después de haber visto el triste talante de esta gente, puedo decir a usted que no son hombres para batirse con nosotros.» Eso no se podía decir, en cambio, de los soldados peninsulares y de los soldados nativos que midieron sus armas con los héroes de la Restauración. Lo demás o hizo en favor del vencedor de tales tropas, esa especie de sugestión colectiva que anula el instinto crítico de los pueblos y transforma a veces a agentes enteramente mediocres en figuras sobrehumanas. Hay todavía un hecho que prueba la superioridad del alma de Duarte sobre la de Santana. El Padre de la Patria permanece veinte años en un desierto, aislado entre las fieras y sin más compañía que una docena de libros, y domina hasta tal punto sus pasiones que ni una sola vez acierta a salir de sus labios una palabra ruin o una solicitud de clemencia. Santana, en cambio, desterrado por el presidente Báez, es incapaz de afrontar las durezas del exilio, y algunos meses después pasa por la humillación de prosternar se ante el Senado para pedirle en tono humildísimo que le permita reintegrarse a la heredad nativa. El dato basta por sí solo para demostrar la diferencia de las fibras con que estaban tejidas esas dos naturalezas antagónicas: la una hecha para la abnegación y el sacrificio, y más grande en el infortunio que en los días del triunfo fácil y de la adulación interesada; y la otra, seca como un erial y más dura que una piedra cuando se halla de pie sobre el trono del despotismo, pero floja y débil cuando el dolor la hiere e cuando la adversidad la combate. Nada hay más triste ni más deplorable que la conducta de Santana cuando se ve frente al fracaso de la anexión, repudiado por los suyos y escarnecido por los mismos españoles. Su actitud es la de un vencido que desahoga su rabia en gritos de impotencia, y que, incapaz de reconocer su error, se resigna a morir doblando la frente sobre las cadenas por él mismo forjadas con cierta soberbia desdeñosa. Nunca un gran dolor halló naturaleza más flaca donde hincar sus tentáculos, ni voluntad más miserable para sostenerse en la desgracia. ¡Qué grande, en cambio, el Padre de la Patria olvidado allá en Río Negro, pero tranquilo en su patriotismo bravío y acusador en medio de su limpia inocencia y de su, grandeza resignada!

Duarte se lleva al destierro el consuelo de su inocencia y el convencimiento de su grandeza; Santana, por el contrario, cuando se refugia, en plena guerra de la Restauración, en las soledades de «El Prado», lleva a ese asilo de ignominia la amargura del fracaso y el sentimiento de su gloria afrentada. En la obra de Duarte no asoma ningún interés personal que la rebaje o la mancille. En la de Santana, en cambio, existe siempre algo ruin, propio de un mercenario o propio de un ambicioso. Aun si se admitiera que negoció la anexión para salvar al país de las invasiones haitianas, queda siempre al descubierto en su conducta el pago que exige el mercader o el que recibe quien realiza una operación onerosa: un hombre de más altura hubiera desechado el título de marqués que se le ofreció por la venta y la investidura de Capitán General con que se premió su servilismo. Siempre existirá la duda de si Santana obedeció a un móvil patriótico o si lo que quiso fue permanecer, hasta el fin de sus días, gobernando el país con el apoyo de España. El autor de la anexión tenía, en efecto, cuando se consumó esa perfidia, más de sesenta años, y frente a su poderío declinante se alzaba el de otro político de garra más segura y de inteligencia más fina: Buenaventura Báez – No es cierto, por otra parte, que el país deseaba la anexión, puesto que desde 1843 lo que los dominicanos persiguieron fue un protectorado y no una reincorporación pura y simple a otra potencia extranjera. La experiencia de la Reconquista, con la cual quedaron escarmentados hasta los más acérrimos partidarios de la metrópoli, desde el propio Juan Sánchez Ramírez hasta el último de los lanceros que se batieron en Sabanamula y en Palo Hincado, determinó un cambio radical en la opinión del elemento nativo. La reincorporación de 1809, realizada voluntariamente por los mismos dominicanos, demostró que bajo la tutela de la Madre Patria no podía salir el país de su abatimiento ni sobrellevar siquiera con relativa seguridad las vicisitudes de su existencia azarosa. De ahí en adelante, no se pensó en otra solución que la de la independencia bajo la protección de una comunidad extranjera. La obra de Núñez de Cáceres en 1821 fue una simple reacción contra el abandono en que España mantenía la colonia, y el Plan Levasseur fue, veintidós años más tarde, un resurgimiento del propósito del antiguo rector de la Universidad de Santo Domingo bajo la única forma entonces compatible con las circunstancias reinantes – Santana incurre en el error de apartarse de esa vía y de imponer a sus compatriotas, contra las lecciones de la historia, la misma solución de 1809: tremenda falta de sentido político al mismo tiempo que testimonio irrecusable de insensibilidad patriótica. Máximo Gómez nació en Baní en el año 1836. La primera educación que recibió fue la que le dieron sus padres, don Andrés Gómez y Guerrero; y doña Clemencia Baéz y Pérez. Máximo, hacia los cuales siempre mantuvo una alta estima. Gracias a los esfuerzos de estos, aprendió a leer y a escribir en su hogar porque en esa época había pocas escuelas y él no pudo ir a ninguna. Después lo siguió educando su padrino, el cura Andrés Rosón, quien intentó educarlo para que fuera sacerdote. Pero Máximo Gómez se fue a participar en el ejército a los 20 años de edad para pelear contra los haitianos. Era un soldado de los que peleaban con machete, sobre un caballo o a pie y hasta descalzo. Luego, al llegar la Restauración de la Independencia en 1865, Gómez se fue para Cuba con el ejército español.

LA INDEPENDENCIA NACIONAL: La noche del 27 de febrero del año 1844,los defensores de la patria iban a hacer realidad sus sueños: sacar a los haitianos de nuestra tierra. En la madrugada, con el trabucazo de Mella en la Puerta de la Misericordia, nace la República Dominicana. Ese mismo día se leyó en la Puerta del Conde ,el Acta de Separación, que se convirtió en el Acta Constitutiva del Estado Dominicano. El 27 de febrero del 1844, los patriotas encabezados por Sánchez declararon la independencia e hicieron capitular a la guarnición haitiana de Santo Domingo encabezada por Desgrotte. Como en el régimen existían unos cuantos destacamentos con efectivos haitianos y resultó empresa fácil sacudirse inicialmente de su dominación. Durante el período llamado de La Primera República (1844-1861), los haitianos intentaron en numerosas ocasiones recuperar el control sobre la parte dominicana, pero fueron derrotados una y otra vez por las fuerzas criollas. La decisión de la gran mayoría de los dominicanos de ser libres e independientes, la lucha en el propio territorio, generalmente desde posiciones más ventajosas, el uso de animales de carga para los traslados y los combates, mientras los haitianos marchaban a pie y no recibían apoyo de alimentos, medicinas y otros suministros de su país cuando estaban en campaña; fueron factores que contribuyeron a consolidar militarmente nuestra independencia frente Haití. Desde el día siguiente de la Declaración de la Independencia, el poder político pasó al grupo conservador de hateros y burócratas afrancesados, por la vía del control de la mayoría y de la presidencia de la Junta Central Gubernativa en la persona de Tomás Bobadilla y el del Ejército Liberador con el Gral. Pedro Santana, y sus lanceros seibanos, porque éstos eran quienes tenían la experiencia en el manejo de hombres para la guerra que se avecinaba y eran aliados de la burguesía de importadores y exportadores extranjeros que respaldaban la anexión de nuestro país a una gran potencia. Luego de un fracasado intento de la pequeña burguesía de recuperar el poder bajo el liderazgo de Duarte, el sector hatero encabezado por Santana, caudillo del Este del país, estableció la dictadura, que sólo fue disputada por su ex-protegido Buenaventura Báez, hatero-maderero y comerciante del Sur, más educado y mejor administrador, aunque con menos honestidad personal que el anterior. Ambos caudillos extendieron su influencia sobre toda la nación y la fueron apartando de su destino soberano. En 1857 los agricultores tabacaleros y comerciantes detallistas del Cibao con centro de Santiago, que habían seguido creciendo económicamente sin lograr mayor influencia en el gobierno, se levantaron contra el gobierno de Báez bajo la dirección de José Desiderio Valverde; acusándolo de especular en su contra con el tabaco y la moneda fuerte. Los revolucionarios situaron a los baecistas en torno a Santo Domingo, proclamaron una constitución liberal y trasladaron la capital a Santiago, pero aceptaron el regreso de Santana y lo pusieron al mando de las tropas sitiadoras. Luego de triunfar finalmente frete a Báez, Santana también se volvió contra los liberales cibaeñós, restableció su control sobre el país y aprovechó las condiciones internacionales la guerra civil norteamericana y el nuevo auge del colonialismo europeo, para anexar el país nuevamente a España en 1861.

LA GUERRA DE LA RESTAURACIÓN DE LA REPÚBLICA: Pero España, aún con resabios feudales en la metrópoli y esclavista en su colonias americanas de Cuba y Puerto Rico, atrasada económica, política y culturalmente, poco positivo tenía que ofrecer entonces a este país. En cambio nos trajo su fardo de intolerancia racial, religiosa y política y una burocracia incapaz de enfrentar adecuadamente los problemas de todo orden que padecía nuestro pueblo. En poco tiempo el descontento alcanzó a todo el país, particularmente en la zona norte, donde estaban los núcleos más progresistas de la República y fue discriminada con el cambio del papel moneda nacional por el español. A partir de 1863 se proclamó la Restauración de la República presidida por el joven Gral. José Antonio Salcedo (Pepillo), y se inició una ardua lucha contra España encabezada por prohombres como Gregorio Luperón, Gaspar Polanco, Pimentel y otros. Frente a la superioridad española en disciplina y armamentos, el prócer Mella introdujo la guerra de guerrillas como recurso táctico fundamental que a la postre obligó a la corona española a abandonar nuevamente el país en manos de los patriotas el 11 de julio del 1865.

LA SEGUNDA REPÚBLICA (1865-1880): Después de la Restauración de la República y como efecto del carácter local de la lucha guerrillera, el escaso desarrollo urbano, la falta de comunicaciones terrestres y la carencia de un verdadero mercado nacional, el caudillismo regional o caciquismo predominó en la escena social y política dominicana. Esta vez las fuerzas se polarizaron entre los seguidores de Báez, que muerto Santana representaba a los grandes hateros y una burguesía comercial todavía esencialmente extranjera y anexionista. Constituyendo el partido conservador o rojo, y los liberales o azules, quienes tuvieron en Luperón su máximo líder, con el respaldo de los agricultores del Cibao, la pequeña burguesía comercial, los intelectuales jóvenes y la nueva burguesía criolla.

LOS 6 AÑOS DE BUENAVENTURA BAEZ: (1868-1874): desde 1864 en este periodo en la economía al principio la economía estaba en un auge debido a los restablecimientos de la industria azucarera con inmigrantes cubano que llegaron y invirtieron sus recurso, también se dice que desde aquí en adelante la rep. Dom. Empezó el endeudamientos que consistió con el préstamo de hartmont que consistió en un préstamo por la suma 420,000 libra de esterlina pero solo el gobierno solo recibió 38,000 libra de esterlina, en este periodo los principales partido eran los azules de Gregorio Luperón y lo rojo de buenaventura Báez. En conclusión el gobierno de BAEZ se caracterizo por ser un gobierno corrupto, el endeudamiento, la represión política. El despotismo y anexionismos. Sus gobiernos se caracterizaron por ser muy corruptos y por gobernar en beneficio de su fortuna, siendo el acto más destacado el cometido en 1857 cuando compró con moneda inorgánica la cosecha récord de tabaco, que era el principal producto de exportación del país, y que luego vendió quedándose con las divisas; la moneda emitida por el gobierno se devaluó en 1000%, causando la ruina de los productores tabacaleros. La realización del empréstito harmont: este nos llevo al endeudamiento externo de nuestro país. Fue el proyecto de anexión de nuestro país en el 1970 en los estados unidos, y por último Fortaleció su régimen de terror con el objetivo claro de liquidar la oposición del partid azul. Finalmente la guerra contra el baecismo dirigida por los azules culmino con el derrocamiento de Báez. Después el estado dominicano quedo bajo los gobiernos de los azules: Este se preocupo por la organización tanto del ejercito como de la educación, También se preocupo por regular las relaciones con Haití procediendo a establecer vínculos diplomáticos. El 23 de julio de 1880 se produjo un cambio de gobierno, asciende a la presidencia Fernando Arturo de meriño con todo el apoyo del partido azul. Después del gobierno de Báez surgen barios gobierno hasta el 23de julio de 1880 al poder el primer padre como lo fue Fernando Arturo de Meriño en este gobierno se produjo un cambio totalmente pacifico, pero el baesismos le hizo una oposición que lo llevo a dictar un decreto conocido como el decreto de san Fernando, que consistió que toda aquella persona que se encontraran con alma en la mano se castigaban con la pena de muerte. Después del gobierno de Meriño llega la tiranía de ULISES HEURAUX Este gobierno se caracterizó por tener ambición de poder lo que lo llevo al momentos de las elecciones a tomar medida fraudulenta que era perseguir a su opositores políticos y tomar represión contra sus opositores, es tanto así que al momentos de la elecciones los votos de los opositores no aparecían, promulgo una constitución en 1887 y otra en 1896en esta se aumento el periodo a cuatros años, pero en este gobierno pasaron cosas positiva en este periodo en 1892 llega al país la primera telecomunicaciones para comunicarse con el resto del mundo, el alumbrado eléctrico. A partir de entonces (1874), el Partido Azul de Luperón fue aumentando su influencia junto con el crecimiento de la agricultura, el comercio manejado por dominicanos organizados en "juntas de crédito" y la educación básica y profesional de mayores núcleos de dominicanos, hasta que en 1879 éste encabezó una insurrección desde Puerto Plata, que dió origen a una verdadera revolución liberal en el país. El gobierno de Luperón y los tres regímenes bienales bajo su influencia: Meriño, Heureaux y Billini-Woss y Gil, continuaron una línea política de nacionalismo y de fomento de la agricultura y la industria, que a la postre produjeron un importante crecimiento económico del país, aunque también tuvo la virtud a largo plazo de incrementar la dependencia del país de las metrópolis capitalistas. Durante ese período se desarrolla asimismo la educación normalista y profesional bajo la orientación de Hostos y Meriño, y surgen en el país grandes valores nacionales en las letras y el derecho. La auto marginación de Luperón de las tareas de gobierno y su falta de apoyo a las pretensiones anti civilistas de los caciques regionales, dieron paso a que el principal lugarteniente del primero (Ulises Heureaux), se aliara con estos caudillos y con la creciente burguesía comercial, para lo que obtuvo nuevos empréstitos extranjeros y estableció una dictadura personal, en la que dió vigencia además a los hateros y burgueses baecistas para neutralizar a los liberales de su viejo partido.

INICIO DE LA TIRANÍA DE ULISES HEUREAUX: Más tarde al finalizar el periodo de gobierno de Meriño, el general Luperón recomendó a Ulises Heureaux quien gano las elecciones en 1888. La paz forzada del régimen de Heureaux (Lilis) y su administración ineficiente y corrupta, crearon las condiciones de un superior desarrollo de la agricultura y particularmente de la industria azucarera; pero terminaron sumiendo al país en la insolvencia monetaria y la creciente dependencia financiera y política hacia Norteamérica. La quiebra del comercio y de la agricultura, la baja en los precios del azúcar, la falta de recursos económicos para mantener bajo control a los caudillos locales, y la fatiga del país de su dictadura, precipitaron su asesinato y la posterior caída de su régimen residual en 1899. La dictadura de Lilis constituye el periodo político más típico del siglo XIX dentro de la historia dominicana. Con Lilis, la política económica del un partidismo azul se caracterizo en lo que respecta al desarrollo de la economía nacional, por una manifiesta tendencia entreguista que se tradujo en concesiones, favores y privilegios a los capitanes extrajeras. La dictadura contrajo serios y numerosos compromiso en materia de empréstitos y circulación monetaria. La corrupción y el régimen personalista como norma administrativa, conllevaron la liquidación de los principios democráticos y liberales, y la restricción de un capitalismo nacional a base auspiciar el inversionalismo extranjero. La muerte de Ulises Hereaux ocurrió el 26 de julio del año 1889, mientras se encontraba en moca. Fue un grupo de mocanos, a la cabeza del cual se encontraba Ramón Cáceres, Jacobo Lara y Horacio Vásquez, los que prepararon la conspiración; y fueron los dos primeros quienes abrieron fuego y mataron a Lilis.

INICIO DEL CAUDILLISMO DE HORACIO VÁZQUEZ: A la caída de Heureaux el caudillismo regional se acentuó, aunque bajo el ropaje de dos nuevos caudillos nacionales: Juan Isidro Jiménes, comerciante de Montecristi que recibió el apoyo de los viejos caciques, los hateros, la Iglesia Católica y la burgusía de Santiago; y el Gral. Horacio Vásquez, quien se apoyó en los nuevos caudillos, los agricultores del Cibao, los intelectuales positivistas forjados por Hostos, la burguesía de la capital, Puerto Plata y Este y por el imperialismo norteamericano. 66. Tras el derrocamiento de Jiménes por el horacismo en 1902, el país fue cayendo en un estado de guerra civil casi permanente, mientras las exigencias norteamericanas por un mayor control económico y político que le permitieran la libre expansión de sus intereses, fueron agudizando la situación. A fin de cuentas, luego de un segundo gobierno provisional de Horacio Vásquez (1902-03) y otro de una coalición de jimenistas y antiguos lilisistas encabezado por el Gral. Alejandro Woss y Gil, tomó el poder el Gral. Morales Languasco, jimenista quien con apoyo de los horacistas abandonó a su caudillo para quedar aislado y marginado del poder por éstos, y ser sustituido finalmente por el vicepresicende horacista Gral. Ramón Cáceres en enero de 1906. Bajo Morales y sobre todo con Ramón Cáceres, el gobierno se plegó totalmente a las exigencias financieras, políticas y de mayor penetración económica norteamericana; sus ingenios azucareros operaban sin pagar impuestos de exportación e importación, el transporte marítimo fue monopolizado por la empresa Clyde de esa nacionalidad y los productos de dicho país desplazaron casi totalmente a los europeos. Luego de una Convención Domínico-Americana firmada en 1905 que no llegó a aprobarse en el senado norteamericano, acaso por su carácter ultracolonialista, se concertó ésta por fin en 1907, en virtud de la cual los Estados Unidos no sólo pasaron a controlar todas las aduanas del país y retener por lo menos el 40% de sus ingresos, sino que establecieron la prerrogativa del gobierno norteamericano de entregar el resto de lo recaudado al gobierno dominicano que éste reconociera como legítimo y la prohibición de que se contrajeran nuevos empréstitos sin su consentimiento. En el orden político, ese régimen, llamado por algunos de "despotismo ilustrado", gozó del pleno respaldo norteamericano, que lo hizo patente con su incursión militar y ametrallamiento de Villa Duarte y de los sitiadores jimenistas en febrero del 1904, lo cual permitió a Morales vencer la formidable insurrección que se le oponía. Pero también contó con el apoyo firme de los intelectuales, la burguesía local, los caudillos regionales del Cibao central y los agricultores. Con este respaldo y luego de consolidarse en el poder por la fuerza, Cáceres intentó bajo la orientación norteamericana quitarle el poder de que disfrutaban los caciques locales, merced al desarrollo de un ejército profesional y una guardia civil adictos personalmente al presidente y al comandante de armas de Santo Domingo, Gral, Alfredo Victoria. A ese efecto, marginó como "generales en disponibilidad" a muchos de estos "caciques" retirándoles sus adictos de las filas del ejército. Con estas medidas, acompañadas de la construcción de carreteras y telecomunicaciones, y el incremento de la agricultura, la industria azucarera, el comercio y la educación, la industria azucarera, el comercio y la educación, se comenzaron a crear condiciones para el desarrollo de un régimen centralizado dominado por la burguesía dependiente de los Estados Unidos de América que suplantara al caudillismo imperante. Pero todavía no había condiciones totales para ese cambio.

Horacio Vásquez y los caudillos regionales de ambos bandos se sintieron marginados y algunos de ellos encabezados por Luis Tejeda le dieron muerte a Cáceres (1911). El Gral. Alfredo Victoria a su tío Eladio en la presidencia, pero ante el repudio e insurrección generalizados hubo de deponer el mando un año más tarde (1912).. A la muerte de Cáceres surgen a la palestra pública dos nuevos partidos: el Partido Progresista de Federico Velázquez, ex-ministro de hacienda de Cáceres a quien se le atribuía la mayor responsabilidad en dicha administración; y el Partido Legalista encabezado por el Gral. Luis Felipe Vidal, caudillo regional sureño participante en el magnicidio de Cáceres, quien le quitó al jimenismo gran parte del apoyo de que disfrutaba en esa región del país. También se manifestó brevemente un "Partido Liberal Reformista" compuesto fundamentalmente por jóvenes estudiantes universitarios dirigidos por Rafael Estrella Ureña. En esta situación surge el caudillo guerrillero noroestano Desiderio Arias, de origen jimenista, dominante en el Cibao, quien representó la oposición de ese sector de la pequeña burguesía rural a un gobierno centralizado y sujeto al imperialismo americano. Así, los breves gobiernos del arzobispo Nouel (1912-1913) y del Gral. José Bordas Valdez (1913-1914), no pudieron sobrevivir a las crecientes presiones norteamericanas, así como de los desideristas y los horacistas por igual. A fin de cuentas el gobierno norteamericano, empeñado en controlar totalmente el estado dominicano para utilizarlo en su beneficio político y económico, impuso un gobierno provisional encabezado por el Dr. Ramón Báez y elecciones en 2 meses. Estas elecciones resultaron muy reñidas, pero fueron ganadas por Juan Isidro Jiménes en alianza con el Partido Progresista de Velásquez (1914).

El nuevo gobierno de Jiménes, no obstante su base constitucional, se vio enfrentado a pasiones aún más intensas que las anteriores, toda vez que junto a un gobierno norteamericano impaciente por imponer su voluntad, el cual ya en 1915 intervino militarmente en Haití, debió enfrentar a un Desiderio Arias evalentonado y mucho más poderoso que nunca en su calidad de ministro de Guerra y Marina y con partidarios suyos en el control del ministerio de interior y policía, la comandancia de armas de la capital, la guardia republicana y la mayoría de los cargos del Congreso Nacional en manos del jimenismo. En supremo intento por hacer valer su autoridad, Jiménes destituyó finalmente a Desiderio y a sus seguidores más calificados, pero éste tomó el control de la Foltaleza Ozama y de la capital, e inició el operativo para hacer acusar a Jiménes ante el senado. Los norteamericanos desembarcaron entonces efectivos militares "para garantizar la vida de sus ciudadanos", pero amenazaron con tomar la Fortaleza Ozama y ante su importancia Jiménes renunció. Poco después penetraron en la ciudad las tropas norteamericanas sin ninguna oposición de los desideristas. Los dominicanos seleccionaron entonces al Dr. Francisco Henríquez y Carvajal como presidente, pero al éste no plegarse a los designios norteamericanos, éstos desconocieron su gobierno, declararon un régimen militar bajo su absoluto control (1916), disolvieron el congreso, desarmaron el país y suprimieron las libertades públicas.

El gobierno militar norteamericano cambió la legislación de tierras, inmigración y aduanas, de manera que los centrales azucareros pudiesen expandirse rápidamente y alquilar haitianos como trabajadores temporeros a bajo costo, y quedaron exonerados de todo impuesto. También bajaron drásticamente los impuestos de importación a los productos norteamericanos, con lo que la naciente manufactura dominicana se fue a pique.. El régimen comunicó por carreteras la principales regiones del país, amplió las comunicaciones telefónicas, mejoró las condiciones sanitarias y restableció el sistema educativo paralizado a consecuencia de la anarquía imperante tras la muerte de Cáceres, con lo que se abrieron nuevos caminos a la agricultura y al comercio interior. Luego de finalizada la primera Guerra Mundial, en la que se reivindicaron los derechos de las pequeñas nacionalidades, el pueblo dominicano inició en 1919, una campaña cívica nacional e internacional para recuperar su soberanía perdida, y se organizó en torno a la consigna de la retirada "pura y simple" de las fuerzas de ocupación, sin condiciones de ninguna clase. Pero frente a la intransigencia norteamericana, los partidos caudillistas tradicionales aceptaron una retirada gradual, la vigencia de todas las medidas dictadas por los interventores el mantenimiento de las fuerzas armadas creadas por el gobierno de ocupación, la renovación de la antinacional Convención Dominico-Americana, el mantenimiento del arancel de aduanas y las exoneraciones de impuestos a los ingenios azucareros, favorables a sus intereses económicos. Bajo esos términos del "Plan Hughes-Peynado", con la única concesión del establecimiento de un gobierno provisional exclusivamente civil encabezado por Juan Bautista Vicini Burgos, con el encargo de organizar unas elecciones para elegir las autoridades nacionales, se terminó en 1924 el régimen de intervención militar norteamericano.

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  • Recopilación de diversos Folletos de Historia Dominicana.

 

Enviado por:

Ing.+Lic. Yunior Andrés Castillo S.

"NO A LA CULTURA DEL SECRETO, SI A LA LIBERTAD DE INFORMACION"®

edu.red

Santiago de los Caballeros,

República Dominicana,

2015.

"DIOS, JUAN PABLO DUARTE Y JUAN BOSCH -POR SIEMPRE"®

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