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Liberalismo II

Enviado por latiniando


    Como surgió el Liberalismo

    El liberalismo surge como la síntesis de varios elementos: el inmovilismo de la economía medieval, el antropocentrismo renacentista, el racionalismo y el utilitarismo, el protestantismo, que van conjugándose y adaptándose recíprocamente durante varios siglos.

    Liberalismo = individualismo + libertad absoluta

    Argentina:

    En la Historia de las ideas y de las realizaciones políticas argentinas, en la década del 80, se enfrentaron un tipo de liberalismo LAICISTA – sostenido por Eduardo WILDE – y el roquismo; y otro tipo de liberalismo sostenido por ESTRADA, ACHAVAL y GOYENA, muy distinto por cierto, al primero

    Absolutistas:

    Hemos visto la línea absolutista, que se encuentra representada por los Estuardos:

    JACOBO I (ferviente defensor del "derecho divino de los reyes"), CARLOS I, CARLOS II y finalmente, el último JACOBO II. Y también por los escritores que avalan las tesis absolutistas como FILLMER y HOBBES.

    En 1688 se produce la disposición del último Estuardo. Jacobo II encontró grandes resistencias en Inglaterra por su absolutismo, y también por su catolicismo. El trono fue ocupado por su hija María, acompañada por su marido Guillermo de Orange. El movimiento político que obligó al rey a exiliarse en Francia es conocido en la historia inglesa como la "Revolución Gloriosa" o "Revolución sin sangre", por su carácter incruento (sin efución de sangre). Esta revolución es considerada como la expresión triunfante del liberalismo.

    Cabe aclarar que este vocablo ha sido utilizado en la historia de las ideas con sentidos no siempre concordes. El liberalismo significa, a fines del siglo XVII, una afirmación de la libertad frente a cualquier despotismo.

    Es importante subrayar desde ahora que este liberalismo en cuanto afirma los derechos de la persona humana frente a las extralimitaciones de los gobernantes nunca fue condenado por la Iglesia Católica.

    El genuino liberalismo expuesto por John Locke se encuentra íntimamente vinculado al pensamiento católico de Santo Tomás y de los neoescolásticos.

    LIBERALISMO VS. ABSOLUTISMO

    LOCKE:

    John Locke, considerado el padre del liberalismo, nace en Wrington, Somerset, Inglaterra, en 1632.

    Gibson y Rodríguez Aranda han señalado la influencia que en Locke ejerce la escolástica.

    Defiende los derechos individuales para todos, existen derechos individuales anteriores al Estado.

    Es autor de: "Dos tratados sobre el Gobierno Civil" o mejor dicho "Segundo ensayo sobre el Gobierno Civil" (1690). En este ensayo hay una constante afirmación de la prioridad de la ley natural y de la moral. En el capítulo XI cita como fuente de su pensamiento un texto de Hooker que pone en evidencia la supremacía de Locke reconoce a la ley divina y a la ley natural frente a cualquier norma positiva: "Las leyes humanas son medidas tomadas en relación con los hombres, cuyas acciones tienen que dirigir; pero son medidas que, a su vez, tienen que ser medidas por ciertas normas superiores, y esas normas son dos, a saber: la ley de Dios y la ley de la naturaleza. Por eso, las leyes humanas deben acomodarse a las leyes generales de la naturaleza, y no pueden ir en contra de ninguna ley positiva de las Escrituras".

    Nos revela la existencia de limites éticos.

    En su Ensayo sobre el entendimiento humano (1690), no obstante las radicales limitaciones que fija a la inteligencia humana, afirma con énfasis la existencia de Dios y sostiene que "el conocimiento moral es tan susceptible de certeza real como la matemática".

    Cita mucho a Hooker, tomista anglicano inglés. En materia política, ningún autor tuvo sobre Locke tanta influencia como Richard Hooker.

    Hooker vs. Fillmer

    También recibe el impacto de Descartes.

    En él hay una dosis de pesimismo en cuanto a la posibilidad de conocer el mundo del espíritu.

    Locke toma como punto de partida una noción, una ficción política compartida por los voluntaristas: el ESTADO DE NATURALEZA, el estado pre-social, el estado pre-político. Y esto, porque Locke es profundamente individualista; y considera que incluso el acceso a la politicidad se opera como consecuencia de un acto de voluntad libre.

    Los hombres – en este estado de naturaleza- viven en situación relativamente feliz. Es un estado de naturaleza que difiere del descrito por Hobbes.

    "Aunque ese estado natural -observa Locke- sea un estado de libertad, no lo es de licencia. Rige en él de modo pleno la ley natural, y esa ley obliga a todos".

    En el estado de naturaleza de Locke los hombres son titulares de derechos individuales que derivan de la vigencia efectiva de la ley natural.

    La antropología de Locke no es tan pesimista como la de Hobbes. Este pretendía que "el hombre es un lobo para el hombre". La concepción de Locke es una concepción judeocristiana. El hombre tiene una naturaleza caída, como consecuencia del pecado original. Y los hombres – en el estado de naturaleza – viven en situación de relativa felicidad y son titulares de derechos individuales, que Locke – en su libro – a veces engloba bajo en término PROPERTY, que mal traducido figura en la edición castellana, como "propiedad". El mismo en otras páginas aclara que en esta palabra involucra: derecho a la vida, derecho a la seguridad, derecho a las libertades individuales y el derecho a la propiedad.

    Con relación a la propiedad inmueble, dice que también ante la primitiva no-ocupación, el hombre ha cercado y ha mezclado su trabajo personal con la tierra, generándose así el derecho de propiedad. Por cierto, descarta que este derecho de propiedad podrá ser compartido por muchos.

    Los hombres pues, para preservar y disfrutar mejor de estos derechos individuales, resuelven abandonar la etapa pre-social y pre-política, formulando así un contrato multilateral que es distinto al de Hobbes y al de Rosseau. Porque aquí, los hombres no se alienan, no se enajenan totalmente, no entregan la totalidad de los derechos individuales.

    La única atribución que los hombres entregan, es esa de repeler mediante la fuerza, la agresión ajena. Es el PODER COACTIVO, que pasará ahora a ser patrimonio del Estado.

    Pero el tránsito hacia la vida comunitaria no es simplemente el resultado de un acuerdo de voluntades. En el capítulo VII del Segundo ensayo sobre la sociedad civil se inicia

    Afirma la existencia de dos contratos o, al menos, de dos etapas consensuales: la primera para constituir la comunidad y la segunda para determinar cómo ha de ejercerse el poder estatal.

    Hemos visto que los hombres han salido del estado de naturaleza para mejor preservar los derechos individuales. Y aquí es interesante señalar que el aspecto negativo – si se quiere – del liberalismo primigenio, no es justamente la afirmación de los derechos individuales; sino la ausencia de una clara noción – en Locke – de bien común. Al finalizar el primer capítulo invoca al bien público como fin del Estado y en el capítulo XIV declara que dicha meta es el fundamento y fin de todas las leyes. Lo mismo expresa en el capítulo IX al referirse concretamente al bien común y a la obligación que tiene la sociedad política de salvaguardar las propiedades de todos.

    Hay en Locke, una presencia constante de la Justicia conmutativa, que regula las relaciones entre los ciudadanos. Y también la Justicia distributiva conforme a la cual, la autoridad está facultada para imponer determinadas sanciones – por ejemplo – a los transgresores. Pero se encuentra ausente una clara sistematización de la JUSTICIA LEGAL, que hoy se denomina Justicia Social. Y que ya Sto. Tomás la distingue en su clasificación tripartita de la Justicia. Si leemos algunos escritos del Papa Pío XI, o la encíclica "Pacem in Terris" de Juan XXIII, veremos que desde la perspectiva de la doctrina social de la Iglesia se dice que en nuestro tiempo se considera logrado el bien común cuando se encuentran preservados y garantizados los derechos y los deberes de la persona humana.

    En el liberalismo primigenio de Locke, el gobernante ha recibido exclusivamente la facultad de reprimir las violaciones que los hombres hagan, de los derechos individuales del prójimo. Locke no está diseñando el esquema del estado gendarme, del estado policía; del estado arquetípico del Liberalismo; que no interviene ni en lo económico ni en lo social, que cuida el orden en las calles.

    En cambio, en la perspectiva de Juan XXIII, el gobernante no tiene un simple rol de espectador sino que el estado interviene de manera supletoria para promover, para coordinar, para suplir la iniciativa privada de las personas y de los grupos; en orden siempre, al bien común. Hay allí, una clara visión de la Justicia Legal y del bien común, que se encuentran por momentos esbozados por Locke, pero no ahondados. Al menos, los seguidores y continuadores del liberalismo, teóricamente

    – porque en la práctica esto no fue siempre aplicable – preconizaron este estado gendarme; el estado que no interviene ni en lo económico ni en lo educacional, ni en lo social.

    En Locke ya hay un preanuncio de la división de funciones, que luego va a diseñar Montesquieu. La división de poderes está asociada a la idea de que constituye un mecanismo adecuado para presentar mejor a los derechos individuales.

    Locke afirma la existencia de los poderes legislativos y ejecutivo. No llega a concebir claramente al judicial como poder independiente. Para Locke el poder legislativo es el poder supremo. Esta supremacía, sin embargo, no es absoluta. El poder del legislador llega únicamente hasta donde llega el bien público de la sociedad.

    El esquema de Locke sobre la división de los poderes se cierra con el denominado poder federativo. Considera que los estados independientes se encuentran entre sí en una situación equivalente al estado de naturaleza. El poder federativo, suele encontrarse unido con el ejecutivo.

    Locke, a diferencia de Rosseau, advierte la posibilidad de que quien ejerza el poder, en lugar de promover el respeto a los derechos individuales tal cual están, se transforme en tirano. Locke admite la posibilidad de que el rey se transforme en tirano, en cuyo caso, agotados los medios humanos, los hombres pueden apelar al cielo; así llama él al derecho de resistencia. La apelación al cielo sólo podría ser invocada cuando se trate de una tiranía insoportable.

    Como los escolásticos, Locke distingue entre la tiranía de título y de régimen. La primera se produce cuando hay usurpación de poder. En este caso el usurpador no tiene derecho a ser obedecido. Pero también quien tiene un título originariamente válido para gobernar puede transformarse en tirano. En efecto, tiranía, para Locke, es el ejercicio del poder fuera del derecho. En este caso el que gobierna no se guía por la ley sino por la voluntad, y sus mandatos y actos no van encaminados a la salvaguardia de las propiedades de su pueblo, sino a la satisfacción de sus propias ambiciones, venganzas, o cualquier otra pasión desordenada.

    Ni siquiera el rey puede vulnerar las leyes divinas y humanas.

    La influencia de Locke, ha sido profunda y manifiesta. Además de ser el padre del liberalismo, es el padre y el propulsor del constitucionalismo. El liberalismo de Locke conduce al constitucionalismo de los siglos XVIII, XIX y XX. Porque el constitucionalismo es una corriente jurídica y política, que propende a la preservación de los derechos individuales, a cuyo efecto recurre a la sanción de CÓDIGOS en los cuales se declaran inviolables esos derechos y en los que se establecen una división de las funciones, para evitar que se entronice el despotismo. Locke, pues, es el padre del constitucionalismo de Occidente. Su influencia en los EE.UU., para uno de cuyos estados proyectó incluso, un esbozo de constitución, es manifiesta.

    El absolutismo, en cambio, culminará en la actual centuria con el advenimiento del Estado totalitario (fascista, nacionalsocialista o marxista-leninista).

    Rosseau, es pues, el precursor – en el s. XVIII – del marxismo-leninismo. Y Locke y Montesquieu, son los precursores del constitucionalismo de Occidente.

    Locke fallece en el verano de 1704.

    En la Revolución Francesa se adorará a la nueva Diosa Razón. Con la Revolución triunfa:

    • El liberalismo como ideología
    • El capitalismo económico como sistema
    • El laicismo (doctrina y movimiento que tiende a excluir de la sociedad toda influencia eclesiástica y religiosa) como espíritu

    Cuando se habla hoy de "liberalismo" se está incluyendo las tres cosas.

    Caracteres principales del liberalismo

    1. Individualismo. Opone a la concepción comunitaria cristiana medieval el culto de la personalidad. El individuo aparece en el nominalismo y en la Reforma protestante con su famoso "libre examen" que luego será la "libertad de conciencia".
    2. Autonomismo moral. Se relativiza la ética y se subjetiviza el juicio moral. En el fondo el liberalismo esconde un gran escepticismo respecto de la verdad. El valor absoluto deja de ser el Ser (la Verdad) para pasar a la Libertad.
    3. La bondad natural del hombre. Antropológicamente, el liberalismo postulará con Rousseau la teoría del "buen salvaje" y extrapolará el mal de la sociedad.
    4. El racionalismo laicista. La verdadera fuente de luz y progreso será la razón y no la fe.
    5. El utopismo o la creencia en el nuevo paraíso terrenal. La idea de un estadio feliz se traslada del comienzo de la humanidad al futuro. Pero esto exige un nuevo mesianismo. Y ese mesianismo tiene un motor: La Libertad. Cuando el hombre sea libre e instruido podrá construir "el paraíso de aquende". Es el "despotismo ilustrado" del liberalismo. Así se expresa su utopismo agresivo, típico de las ideologías modernas.
    6. El contractualismo social. Lo social no es una realidad natural en el hombre. Se origina en un contrato.
    7. El democratismo. Si los hombres son iguales y naturalmente buenos, si al origen de la sociedad hay simplemente un contrato, es obvio que nadie puede arrogarse (atribuirse) el poder político. Pero la sociedad no -hoy por hoy- no puede existir son gobierno, y por lo tanto sin poder o soberanía política.

    Concepción filosófica

    El liberalismo es una doctrina filosófica y política que se caracteriza por ser una concepción individualista, en otras palabras, es una concepción para la cual el individuo y no los grupos constituyen la verdadera esencia; citando nuevamente a García Pelayo: "Los valores individuales son superiores a los colectivos y el individuo decide su destino y hace historia".

    En su aspecto predominantemente filosófico, el liberalismo es una posición intelectual que basa exclusivamente en la fuerza de la razón la posibilidad de interpretar los fenómenos, con autonomía de todo principio que se considere absoluto o superior. Particularmente por este aspecto -desvincular al individuo de toda instancia sobrenatural- ha sido motivo de condenaciones pontificias.

    Ideología Liberal

    Los fautores del Liberalismo, los cuales no hacen sino aplicar a las costumbres y acciones de la vida los principios sentados por los partidarios del naturalismo. Ahora bien; lo principal de todo el naturalismo es la soberanía de la razón humana que, negando a la divina y eterna la obediencia debida, y declarándose a sí misma sui juris, se hace a sí propio sumo principio, y fuente y juez de la verdad. Así también los discípulos del Liberalismo, pretenden que en el ejercicio de la vida ninguna potestad divina haya que obedecer, sino que cada uno es la ley para sí, de donde nace esa moral que llaman independiente que, apartando a la voluntad, bajo pretexto de libertad, de la observancia de los preceptos divinos, suelen conceder al hombre una licencia sin límites.

    El poder es proporcional al número, la mayoría del pueblo es la autora de todo derecho y obligación. El cuerpo se muevo hacia donde lo impulsa la fuerza mayor, y esa fuerza es el consentimiento de la mayoría. La unanimidad -según Locke- es imposible de conseguir. Pero la voluntad mayoritaria está siempre limitada por la ley divina y la ley natural.

    A la razón repugna en efecto sobremanera, el querer que no intervenga vínculo alguno entre el hombre o la sociedad civil y Dios, Creador, y por tanto Legislador Supremo y Universal, porque todo lo hecho tiene forzosamente algún lazo para que lo una con la causa que lo hizo y es cosa conveniente a todas las naturalezas, y aun pertenece a la perfección de cada una de ellas, el contenerse en el lugar y el grado que pide el orden natural, esto es, que lo inferior se someta y deje gobernar por lo que es superior.

    Desaparece la distinción propia del bien y del mal; lo torpe y lo honesto no se diferenciarán en realidad, sino según la opinión y juicio de cada uno

    Rechazado el imperio de Dios en el hombre y en la sociedad, es consiguiente que no hay públicamente religión alguna.

    Los fautores del Liberalismo, que dan al Estado un poder despótico y sin límites y pregonan que hemos de vivir sin tener para nada en cuenta a Dios…

    (León XIII, Libertas, 19).

    Es imprescindible que el hombre se mantenga verdadera y perfectamente bajo el dominio de Dios; por tanto no puede concebirse la libertad del hombre, si no está sumisa y sujeta a Dios y a su voluntad. Negar a Dios este dominio o no querer sufrirlo no es propio del hombre libre, sino del que abusa de la libertad para rebelarse.

    Están los que dicen que conviene someterse a Dios, Creador y Señor del mundo, y por cuya voluntad se gobierna toda la naturaleza; pero audazmente rechazan las leyes, comunicadas por el mismo Dios en puntos de dogma y de moral.

    De esta doctrina mana, como de origen y principio, la perniciosa teoría de la separación de la Iglesia y del Estado; siendo por el contrario, cosa patente, que ambas potestades, bien que diferentes en oficios y desiguales por su categoría, es necesario que vayan acordes en sus actos y se presten mutuos servicios.

    Muchos pretenden que la Iglesia se separe del Estado toda ella y en todo; de modo que en todo el derecho público, en las instituciones, en las costumbres, en las leyes, en los cargos de Estado, en la educación de la juventud, no se mire a la Iglesia más que como si no existiese; concediendo a lo más a los ciudadanos la facultad de no tener religión, si les place, privadamente. Contra esto tienen toda su fuerza los argumentos con que refutamos la separación de la Iglesia y del Estado, añadiendo ser cosa aburridísima que el ciudadano respete a la Iglesia y el Estado la desprecie.

    Otros no se oponen, ni podrían oponerse, a que la Iglesia exista, pero le niegan la naturaleza y los derechos propios de sociedad perfecta.

    Así adulteran la naturaleza de esta sociedad divina, debilitan y estrechan su autoridad, su magisterio, toda su eficacia, exagerando al mismo tiempo la fuerza y potestad del Estado hasta el punto de que la Iglesia de Cristo quede sometida al imperio y jurisdicción del Estado, no menos que cualquier asociación voluntaria de los ciudadanos.

    Y mientras el Estado, durante el siglo XIX, por una soberbia exaltación de la libertad, consideraba como único fin suyo el tutelar la libertad con el derecho, León XIII le avisó que también era deber suyo aplicarse a la previsión social, cuidando el bienestar de todos los desheredados, con una amplia política social y con la creación de un derecho del trabajo.

    León XIII al dirigir su encíclica al mundo, señaló a la conciencia de los cristianos los errores y peligros de una materialista concepción del socialismo, las consecuencias fatales del liberalismo económico, tan frecuentemente despreciativo, olvidadizo o incomprensivo de los deberes sociales, y expuso con claridad maestra y maravillosa precisión los principios que eran necesarios y adecuados para mejorar -gradual y pacíficamente- la suerte material y espiritual del obrero.

    En el campo social la desfiguración de los designios de Dios se ha llevado a cabo en la misma raíz, deformando la imagen divina del hombre. A su real fisonomía de criatura, que tiene origen y destino en Dios, se ha sustituido con el falso retrato de un hombre autónomo en la conciencia, legislador incontrolable en sí mismo, irresponsable hacia sus semejantes y hacia el complejo social, sin otro destino fuera de la tierra, sin otro fin que el goce de los bienes finitos, sin otra norma que la del hecho consumado y de la satisfacción indisciplinada de sus concupiscencias.

    De aquí ha nacido y se ha consolidado durante varios lustros, en las más variadas aplicaciones de la vida pública y privada, aquel orden excesivamente individualista, que hoy está en grave crisis casi por todas partes. Pero nada mejor han aportado los sucesivos innovadores, los cuales, partiendo de las mismas premisas erróneas y torciendo por otro camino, han conducido a consecuencias no menos funestas, hasta la total subversión del orden divino, el desprecio de la dignidad de la persona humana, la negación de las libertades más sagradas y fundamentales, el predominio de una sola clase sobre las otras, la servidumbre de toda persona y cosa al Estado totalitario, la legitimación de la violencia y el ateísmo militante.

    Tampoco apoya el cristianismo la ideología liberal, que cree exaltar la libertad individual sustrayéndola a toda limitación, estimulándola con la búsqueda exclusiva del interés y del poder, y considerando las solidaridades sociales como consecuencias más o menos automáticas de iniciativas individuales y no ya como fin y motivo primario del valor de la organización social.

    Por otra parte se asiste a una renovación de la ideología liberal. Esta corriente se apoya en el argumento de la eficiencia económica, en la voluntad de defender al individuo contra el dominio cada vez más invasor de las organizaciones, y también frente a las tendencias totalitarias de los poderes políticos. Ciertamente hay que mantener y desarrollar la iniciativa personal. Pero los cristianos que se comprometen en esta línea, ¿no tienden a idealizar al liberalismo? Ellos querrían un modelo nuevo, más adaptado a las condiciones actuales, olvidando fácilmente que en su raíz misma el liberalismo filosófico es una afirmación errónea de la autonomía del individuo en su actividad, sus motivaciones, el ejercicio de su libertad. Por todo ello, la ideología liberal requiere un atento discernimiento por parte de los cristianos.

    Lo positivo del Liberalismo

    El liberalismo es una postura esencialmente errónea pero que en la medida que matiza esos errores puede accidentalmente producir efectos aceptables.

    El capitalismo aún en su versión liberal ha incrementado la productividad económica.

    El democratismo, una mayor participación, responsabilidad e instrucción del pueblo es un bien para ese pueblo y para la sociedad.

    El Liberalismo tiene una característica muy peculiar, reduce toda la realidad al sujeto. El hombre es la causa, el principio y el término de toda la actividad creadora.

    Es un humanismo ateo, niega la existencia de todo lo sobrenatural (a pesar de que se puede deducir por sentido común que existe un ordenador) por ende niega a Dios creador y providente. No hay otra vida que no sea la terrenal, además agrega que la Iglesia se equivoca constantemente.

    Para el liberalismo el hombre se desarrolla cuando expande su riqueza.