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La cultura muerta del capitalismo

Enviado por gustavo martin


Partes: 1, 2

  1. Introducción
  2. Tres definiciones de la cultura muerta del capitalismo
  3. Primera práctica: economía en las prácticas religiosas
  4. Segunda práctica: sujetos con y sin rostro
  5. Tercera práctica: la personalización de la pobreza
  6. Cuarta práctica: la oposición a la clase baja
  7. Quinta práctica: la inclusión precaria de los pobres
  8. Sexta práctica: el clientelismo en la vida cotidiana
  9. Séptima práctica: la ausencia de felicidad real en pos del placer virtual
  10. Octava práctica: la cultura de la inclusión y la exclusión
  11. Novena práctica: la anacronía de las instituciones tradicionales
  12. Décima práctica: el fin del lazo social real
  13. A modo de finalización

Introducción

Analizar la actualidad requiere una visión previa de nuestra existencia, de nuestros modos de actuar, de nuestros ritmos, anhelos y desafíos; básicamente de la subjetividad que nos constituye. Requiere por tanto, la capacidad de poder descifrar el paradigma dominante o pensamiento único que se oculta detrás de lo que vemos como algo natural y dado: la sociedad a la que pertenecemos, la realidad que se nos impone. Pero a su vez, es esa develación del ''misterio capitalista'' lo que nos lleva a ser blanco otra vez de nuevas prácticas socializantes que se superponen a las antiguas técnicas de explotación ya descubiertas. El capitalismo es así un juego de escondite que busca mejores lugares para ocultarse (o infiltrarse) cada vez que alguien le encuentra en alguna parte. Es básicamente un laberinto de caminos cada vez más entrecruzados, que traen como consecuencia una aumentada confusión a escala social. Pero mientras todos querramos seguir jugando o estemos obligados a jugar, ese laberinto no dejará de existir. Debemos percatarnos que cuando criticamos el modo de explotación capitalista actual estamos siendo explotados al mismo tiempo por una nueva modalidad a implantarse en el futuro.

Analizar nuestra realidad precisa de una aproximación subjetiva que logre comprender o traer a nuestros límites intelectuales ese ambiente ''objetivo'' en el que estamos inmersos a diario. Toda práctica social que en él se incluye posee un sustrato ideológico imperceptible a los ojos de quien la practica. La ideología que sustenta un mundo de ideas ''se vuelve aire'' cuando se plasma en las diferentes acciones cotidianas. Para el común de la gente vivimos sin ideología que nos diriga u ordene, porque de hecho la misma ''se esfuma'' al materializarse en prácticas concretas. Cuando la idea llega a la materia se desvanece en el aire como si no existiese, por ello creemos ser libres cuando de hecho nuestra subjetividad está siendo abrazada por aquella ideología ''invisible o evaporada''. Incluso, aceptar su presencia implica ir contra nuestra ''propia libertad de pensamiento''. Es así como somos materialmente libres en un mundo donde estamos siendo esclavos ideológicamente.

Cuatro cuestiones deben estar presentes en un análisis psicológico de la cultura de las actuales sociedades capitalistas: lo cultural precisamente, lo político, lo religioso y lo económico entendido como una cuestión que incluye a los anteriores. Sin embargo, en este pasaje, llevaremos a cabo una aproximación cultural de las redes económicas que interfieren diariamente en el control de nuestras vidas. Para lo que aquí respecta, trataremos de descifrar lo que llamo ''la cultura muerta del capitalismo'', que es precisamente la negación de la cultura en pos de la pseudo­cultura, la muerte de nuestro potencial creador como partícipes del mundo en que vivimos.

Con objetivo de entender este concepto y analizar sus características concretas con respecto al actual sistema de producción (capitalismo financiero mundial) vamos a identificar 10 prácticas básicas de esa cultura muerta. Pero antes, veamos tres aproximaciones para entender el tema que nos compete:

Tres definiciones de la cultura muerta del capitalismo

1) Es la aniquilación del lazo social que nos conecta con el ''proyecto del otro'', en pos de ''mi propio proyecto de vida'', en el que aquel otro es solo un medio para mi fin propuesto;

2) Es la imposibilidad de efectuar cambios o co­crear la cultura en la que nos desarrollamos. Nuestra cultura social está determinada antes del nacimiento, y al constituir hoy una cultura global, la única opción que nos queda es la de crear una cultura alternativa o ''paralela'', lo que implica necesariamente la negación del cambio en la ''cultura oficial''.

3) Es la muerte de nuestra subjetividad, de nuestro potencial humano y nuestra fuerza física y psíquica. Nacemos muertos en el mismo instante en que nuestras posibilidades de acción están determinadas antes de nacer; en la medida en que nuestro potencial productivo ya ha sido calculado, donde el rendimiento ya ha sido rendido (la cantidad de fuerza de trabajo , ­físico o intelectual­ que tendremos que aportar al sistema de producción), donde nuestro valor agregado ya ha sido sumado a las estadísticas productivas.

Primera práctica: economía en las prácticas religiosas

Lo religioso y lo cultural van entrelazados, tanto es así que no existe religión sin cultura ni cultura sin religión. A su vez, toda cultura es sustento de prácticas económicas. Podemos notar las crisis sociales observando las prácticas religiosas. Cuando miles de fieles marchan hacia su lugar de peregrinación con el motivo de pedir o agradecer, cierta subjetividad se desata en ellos en cuanto apreciación de su propia situación financiera. Los que ayer fueron a pedir por más trabajo, por el bienestar de sus familias, y los que hoy agradecen por haber obtenido salud o empleo, no solo muestran el ultraindividualismo de nuestras sociedades complejas (ya que pocos van a pedir por el ''prójimo'', ­excepto por el familiar cercano enfermo­, o por un mundo sin injusticia, la que por otra parte es siempre personal) sino también esa respectiva situación social de la que forman parte a diario. Quien fue ayer a pedir y hoy agradece, refleja el mejoramiento en cierto límite de la realidad económica del país en el que vive (en parte hasta del mundo). O a la inversa, los que ayer agradecían y hoy piden es sinónimo de crisis social. Cuando la economía nacional ofrece trabajo a millones de desocupados, las prácticas religiosas de oración reflejan el bienestar económico (y su sensación de satisfacción) que ahora se plasma en la práctica del agradecimiento efectuado en cada templo religioso. Por ello un dicho devería establecerse: ''observad la religión y sabrás sobre la economía de sus fieles''. Es así como las prácticas religiosas, ­más allá de sus ''verdades intemporales''­, expresan en cada contexto histórico la situación con respecto al sistema de producción que las rige, siendo a su vez moldeadas por las prácticas culturales en las que se implantan.

La cultura del lucro y el dinero es la imposición sutil de cierto tipo de pensamiento a favor de la ganancia y el éxito personal. Esta psicología cultural es necesaria para legitimar las diversas prácticas económicas que grupos ajenos a la realidad local imponen con la ayuda de las elites del interior. El capitalismo actual necesita compatibilizar sus propias verdades económicas con las verdades culturales de los grupos que explota. Y para lograr esto, la religión es llamada a cumplir su papel de educadora y constructora de esos valores sociales capitalistas (junto a la escuela). De este modo, la religión moldea sus verdades escritas adaptándolas al sistema de producción en el que se implanta. La Iglesia en Occidente, principalmente, es capitalista hoy, así como ayer decidió ser feudalista. Por tanto, economía y religión van de la mano y sus pies son la cultura. La tendencia a separar religión de educación secular es un medio más de ampliar los dominios de explotación mostrando a la sociedad una neutralidad o inasociación entre las instituciones, privando de ese modo a la masa de establecer una conexión entre las diversas técnicas de dominación que se llevan a cabo en todas las instituciones sociales en las que vive.

La religión es el medio capitalista de dominación cultural. La misma estructura de pobreza existe en uno como en otro. El capitalismo convierte a los pobres en seres económicamente débiles, y la religión refuerza esa pobreza conviertiéndolos en culturalmente inferiores. Sólo cuando el pobre lo es a nivel económico y a nivel cultural, las prácticas políticas pueden llegar a tener decisiva influencia sobre la vida de las personas. Un pueblo cuya masa sea económicamente pobre pero no así culturalmente, será más difícil para el político de turno conquistarla mediante prácticas corruptas y clientelistas, simplemente debido a que su cultura no legitima las prácticas económicas que se intentan llevar a cabo por medios políticos. La religión necesita mantener pobres que permitan a otros no pobres mostrar su caridad, para permitir de ese modo la salvación a aquellos quienes ayudan negándosela a los que son ayudados. Cuando existe diferenciación social en cuanto al espíritu, ¿cómo no esperar desigualdad en lo económico, en lo político o en lo cultural?. La entrada al cielo o al infierno (de la religión cristiana), más que por cuestiones de ''bondad'' o ''maldad'' en los actos cotidianos, es una estrategia de diferenciación social entre ricos y pobres. La religión refleja la estructura social. El principio de exclusión­inclusión de la desigualdad social se compatibiliza con el principio de exclusión­inclusión en cuanto salvación religiosa. Mientras un verso bíblico manifiesta que ''solo los pobres entrarán al reino de los cielos'', dos cuestiones salen a la luz allí: 1) la existencia de pobres, y 2) el mantenimiento de su condición económica como requisito previo para la entrada a un mundo celestial. Es así como culturalmente los pobres son llamados a seguir ejerciendo su pobreza en nombre de un futuro mejor en otra vida. Esto es lo que comprendió Marx al hablar de la religión como el opio de los pueblos, es decir, la paralización del cambio social debido a los dogmas religiosos (principalmente de la religión de su época).

Por otra parte, el paralelismo entre cultura y religión lo podemos ver en las verdades que sus viejos profetas proclamaron basándose en su particular situación económica: en Occidente, esos profetas generalmente fueron pobres (como Jesús), por tanto, prometían a sus seguidores un mundo material ilimitado en otra vida posmuerte, mientras que en Oriente, por lo general, los profetas han sido reyes (como Buda o Krisna) ofreciendo en recompensa no un mundo mundano, sino por el contrario, la aniquilación del deseo material en pos de un estado donde nada hace falta (como el estado del niirvana en el Budismo). Una de las cuestiones que trajo complicaciones, fue el hecho de que con el tiempo se estableció una relación entre los profetas pobres seguidos por ricos, y los profetas ricos seguidos por pobres, matando toda posibilidad de verdadera liberación.

Este paralelismo entre economía y religión, el cual permite la infiltración de la actividad política sobre una base cultural histórica es la primera característica de la cultura muerta del capitalismo. En el preciso instante en que los pobres están condenados a la caridad de los no pobres (ricos y clase media) su cultura está muerta, su subjetividad está acabada. En la medida en que las prácticas económicas discriminan entre pobres y ricos, las prácticas religiosas las legitiman con la entrada o el impedimento al mundo celestial. Esta implantación cultural es el sustento de la discriminación económica. La muerte religiosa (perpetuada por las escrituras y su reinterpretación en las diversas épocas a conveniencia del sistema de producción) es la primera alienación del ser humano, es la primera característica de la cultura muerta del capitalismo. Ahora, con la esperanza de salvación somos enajenados económicamente.

Segunda práctica: sujetos con y sin rostro

Por otra parte, política y cultura también van juntos en el tren de la sociedad. La cultura es el sustento de toda práctica política que dará como consecuencia cierta realidad económica. Detrás de las democracias, de las dictaduras y de los imperialismos de diverso tipo siempre una cultura provee un sustrato filosófico sobre el cual actuar. Los dominadores necesitan implantar un modelo de prácticas cotidianas, prácticas que en verdad son una ideología ''evaporada'' que se torna imperceptible al materializarse en la cotidianeidad y por tanto tiende a ser considerada por la gente como algo inexistente. Es preciso un terreno psicológico de aceptación, de naturalidad en los hechos, de sucesión de los acontecimientos por fuerzas ajenas a lo humano, que conviertan al individuo en un sujeto con rostro y sin rostro a la vez. Al mismo tiempo que somos galardonados con libertades y derechos que elevan nuestra dignidad como seres humanos únicos e incomparables, somos manipulados psíquica, cultural y económicamente para ser convertidos en meros individuos económicos destinados al consumismo, sin nombre ni identidad. Es decir, en cuanto derechos humanos somos ''el sujeto'' y en cuanto actividad económica somos simplemente ''un sujeto''. Más bien somos sujetos en el primer caso e individuos en el segundo. Actualmente, también se ha comenzado a hablar de sujeto en las cuestiones económicas (un ser que tiene deseos, necesidades, ansias de placer; hasta del ciudadano como cliente de los servicios públicos) como una forma de ir acortando la brecha entre el concepto de individuo y sujeto, para llegar finalmente a tratar al lucro, la codicia y la explotación como derechos inherentes a todo ser humano. Se quiere igualar los derechos humanos naturales con los derechos sociales artificiales entendidos como la consagración de los valores burgueses y capitalistas de la actualidad. Constantemente se redefinen los conceptos de vida, libertad e igualdad, solo con motivo de hacer más humanitario el concepto de propiedad privada. No debemos ser tan necios de aceptar a raja tabla las definiciones epistemológicas y ontológicas implantadas en tratados de derechos internacionales, o la Carta de las Naciones Unidas, sin olvidar quiénes formulan esas definiciones. Ser el sujeto y un sujeto a la vez es la moneda con dos caras del capitalismo, es la dicotomía creada de la cultura muerta. Esta, se manifiesta aquí como el fin de los derechos humanos en pos de los derechos sociales y culturalmente establecidos, tratando de igualarlos cada vez más. De esta forma, se mata la cultura en el preciso instante en que nuestra vida está determinada por la definición de valores sociales producidos en forma corporativa o monopolística.

Tercera práctica: la personalización de la pobreza

La contradicción capitalista lo es a nivel económico (depresiones por crisis de sobreproducción, o creación de un proletariado que hará la revolución según Marx), pero en lo que a cultura respecta es solo una estrategia más. De hecho, el capitalismo crea tanta pobreza que necesita de ciertas prácticas legitimadoras que lo hagan ver como un sujeto inculpable, ajeno a la realidad que crea. Toma de la religión la idea absoluta de fuerzas sobrenaturales dirigiendo el proceso social, para de esta forma permanecer ''mediáticamente'' ajeno a la estructura social que crea con sus diversas prácticas. Es así como legitima la culpa de los pobres por ser pobres y el talenco del rico por ser rico. Debe parecer ante los ojos de la masa, que no hay nada de extraño en que alguien gane unas moendas demás y miles mueran de hambre día a día a su alrededor.

Una de esas prácticas legitimantes es la de hacer rico a un pobre de vez en cuando. Tomemos tres ejemplos que pueden darse en una villa o barrio carenciado: a) El futbolista de calle que se convierte en ídolo nacional y es enviado al extranjero para entrar en el circuito dólar­euro; b) el chico o grupo que se vuelve un cantante famoso y entra a los dominios de la industria cultural; o c) el pequeño microemprendedor que con ''su propio esfuerzo'' termina por convertirse en un gran empresario. Estos son casos atípicos pero constantes e inherentes al sistema capitalista. Y tenemos muchos nombres que podrían decirse como ejemplos de los anteriores casos.

El capitalismo necesita hacer rico a un pobre (o sacarlo de la indigencia), personalizándolo, para demostrar de ese modo que la pobreza no es resultado de una estructura económica desigual e injusta, sino por el contrario es debida a la falta de voluntad de progreso y hasta de talento de los grupos más marginados. Esta práctica ha entrado tanto en el inconsciente colectivo, que la clase media, aquella que anhela ser rica y le recela a la pobreza, termina por manifestar a viva voz su crítica a esos pobres bajo frases como: ''si quieren comida que vayan a trabajar'', negando de ese modo una variedad de factores que rodean a toda situación social y menospreciando el valor del trabajo que realizan a diario (recolección de arena, etc.). La pobreza es fácil de hablar pero difícil de ver. Esta crítica ciega y reduccionista legitimada por la personalización del talento de un pobre, es una técnica capitalista muy sofisticada de crear una cultura a favor de la marginación y matar el lazo social interclase para mantener a la sociedad dividida en estratos, grupos y clases sociales, cuya división le es beneficiosa al capitalismo de varias formas. Permitir la entrada de ciertas personas a una clase de la que casi siempe estuvieron excluídos, es un medio de propagar la ideología de la igualdad (cuya vanguardia ha de ser la burguesía) en una democracia donde en verdad es la desigualdad misma la ley que rige su sistema social. Mostrar casos aislados y ejemplos concretos (que sutilmente entran a la conciencia colectiva por los medios y prácticas discursivas de la TV) es un tipo de dominación que podemos llamar: proceso de individuación social. Pero en sí, no es más que una especie de cultura muerta, por cuanto se premia el talento individual para negar el lazo social, con lo que eso conlleva en la vida cultural de todos los días. Se crea una cultura común basada en lo no común. Es la sociedad del desinterés (hacia el otro igual a mí) implantada en una sociedad de la idolatría (en aquel que logra superarme). Premiar el talento no es lo errado, sino premiarlo basándose en la diferenciación social respecto del otro.

Cuarta práctica: la oposición a la clase baja

Constantemente, gran parte de lo que llamamos clase media, es utilizada como filtro de ideas, como sustento ideológico de las prácticas neo­liberales hacia los grupos más carenciados.

Si consideramos en forma reduccionista a la sociedad como un cuerpo social con tres clases: alta, media y baja, habremos de notar que tres fuerzas entran en conflicto en los diversos campos que componen a ese cuerpo social. Por tanto, solo al unirse dos de esas fuerzas podrán vencer a la restante. Es así como la clase alta o capitalista necesita cooptar para sí a la clase media (más allá de sus diversas definiciones) en contra de la clase baja. Ha sido hasta cierto punto tan efectiva esta práctica, que ha logrado cierta oposición o aversión a los grupos pobres, materializándose en otras dos prácticas que realzan el espíritu de la clase media: por un lado, el ir contra las ayudas o políticas sociales focalizadas del gobierno hacia los grupos menos favorecidos o más bien excluídos, criticando cierta ''vagancia en ellos'', y por otro lado, al mismo tiempo, recolectando ropa y comida en campañas solidarias hacia esos mismos grupos cuando el riesgo invade sus vidas llegando a ser noticia (sequía, etc.), demostrando ciertos valores que realzan el ''espíritu humanístico selectivo'' de la clase media. De este modo, este grupo necesita de los pobres para efectuarle una doble crítica: como ausente de valor económico (''no desean trabajar, solo quieren subsidios'') y como ausente de valor social (''somos nosotros los solidarios y ellos los antisociales que nos roban pero como somos mejores personas les ayudamos con lo que nosotros conseguimos trabajando honestamente''): es decir, le critican el no tener capacidad económica y además la ausencia de valores socialmente establecidos. Solo es cuestión de contar con los dedos cuántas de esas personas que expresan que los pobres trabajen1 si quieren comida, aceptarían en un empleo que llamemos ''digno'' o ''serio'', a uno de ellos, sin importarle si proviene de una villa.

La clase capitalista necesita oponer ideológicamente a la clase media contra la clase pobre para mantener su dominación intacta sobre ésta última, y es tal los valores que esa clase alta representa para la clase media, que oculta el ansia de riqueza de ésta justificando su aprecio hacia los valores burgueses de solidaridad en épocas de sequía o hambrunas. Nos volvemos solidarios en las prácticas extraordinarias (catástrofes, guerras, etc.), porque en la cotidianeidad, en lo ordinario, muchas veces inconscientemente lo somos solo con el motivo de gratificar nuestro ego o ''yo'' por haber cumplido con los valores que se espera uno plasme en la vida práctica: ''le di el asiento a una señora mayor'' (internamente es quizás ansia de prestigio). Es así como los valores sociales tienen una tendencia a ser usados como medios de gratificación personal e inclusión social. Pocos son los que ayudan sin que alguien los esté viendo. Por esto, el capitalismo impulsa constantemente a que los valores sociales dominen la sociedad, ya que eso constituye otra práctica más de la individualización, negando la construcción de verdaderos valores humanos a los que por otra parte se los quiere eliminar equiparándolos con aquellos valores sociales.

Entonces, ¿qué aporta esta práctica de cooptación en contra de los grupos marginados a la cultura muerta del capitalismo?. Precisamente la negación de los problemas sociales estructurales matando la cultura de un sector que no ingresa fácilmente a las redes del consumo ''normal'', llevándolo al consumo ''del mercado negro''. Nadie se escapa de las prácticas capitalistas. Constantemente el capitalismo mata la cultura de ciertos sectores (los pobres, los aborígenes nativos, etc.) en pos de la creación de nuevas prácticas culturales a favor de su sistema de producción. Matar la cultura es transformarla en pseudo­cultura. La cultura en sí no puede dejar de existir, por tanto al hablar de cultura muerta hacemos referencia a la negación de una cultura ''antigua'' en pro de otra ''actual'', más beneficiaria en términos económicos. Si a un grupo, clase o etnia se le niega o aplasta su cultura, ese grupo, clase o etnia dejan de existir socialmente. Esta es la forma capitalista de matar a grupos sociales que no sirven a sus intereses: los mata culturalmente a la vista de otros pero los deja vivos físicamente (aunque no siempre) logrando de esa forma conseguir aniquilar su presencia estorbosa respetando al mismo tiempo sus ''derechos de vida''. Pero esta técnica es a su vez una modalidad muy eficaz de rebelión de los enajenados: tomando el caso de los grupos aborígenes, aquellos que matan su cultura, le hacen por otra parte ser conscientes de que tenían efectivamente una cultura (ya que muchas veces esos mismos grupos no se percataban de que su vida diaria era una expresión cultural). Es así como la cultura muerta inconsciente es la semilla del renacimiento de esa misma cultura en forma consciente. Podemos por tanto sacar la conclusión de que, la cultura muerta tiene el potencial de convertirse en cultura viva. Es esto lo que nos da esperanza para seguir vivos mientras nos intentan matar.

Quinta práctica: la inclusión precaria de los pobres

El padre que debe salir a robar porque su trabajo no calificado carece de un valor agregado enorme, la hija que es dada a la prostitución y la madre que debe mantener una familia cuando el esposo es llevado a prisión por robo y condenado unánimemente por ser una lacra social, constituye un círculo de prácticas socializantes y deshumanizantes en un orden muy sofisticado. No es raro que ante un caso complejo siempre caiga en la red el pobre que simplemente ejecutó la orden de un capitalista escondido o algún inocente que nada tuvo de involucramiento en ese acto delictivo. No es raro el arresto del vendedor de drogas de barrio en vez del traficante mayor. La justicia punitiva es vista como correcta cuando se trata de pobreza: ''Eliminen a los delincuentes'', es el lema. Pero nunca se pretende eliminar la delincuencia, cuyas causas son profundamente sociales y estructurales. Es una tendencia a criticar las consecuencias y descartar las causas. Es más fácil ver la apariencia que la esencia.

La socialización de la pobreza es la consagración de los elementos más anti­sociales (y anti­humanos) en la vida práctica. Los pobres se incluyen precariamente en la sociedad mediante prácticas anti­sociales (droga, prostitución, robo, trabajos indignos, etc.) y a su vez son esas mismas prácticas anti­sociales las que les hacen quedar excluídos de la sociedad.

Lo irónico de la revolución o más bien rebelión de las clases medias, es ir contra las injusticias cuando sus intereses son afectados, cuando por crisis económicas deben descender a las clases más bajas, iniciando un proceso de resocialización al convertirse en los nuevos pobres, según la definición de la teoría política y sociológica contemporánea. La revolución hipócrita es esa: se lucha contra las injusticias sociales perpetuadas a las clases bajas solo recién cuando los intereses ''privilegiados'' de la clase media se ven disminuídos. Cuando mis pertenencias han sido tocadas, busco a otros grupos cuyas pertenencias también lo han sido históricamente. Mientras tanto, no sabía que existía una clase pobre a mi alrededor. No debemos olvidar que el robo puede ser directo (sacar algo) o indirecto (privar a alguien de lo que le corresponde). El capitalismo es el responsable del robo indirecto de más de tres mil millones de pobres, desnutridos y enfermos del mundo. Con su sistema de salud mantiene enferma a la mitad de la población mundial. Antiguamente, en China, el paciente dejaba de pagar a su médico el día que se enfermaba, por tanto, el médico velaba por tener constantemente sano a su paciente. Hoy es al revés, mientras más enfermos mejor, más desarrollo tiene la industria farmacéutica internacional.

La indeferencia y la crítica ciega son dos prácticas que nos permiten por una parte no preocuparnos de los problemas ajenos (individualismo) y por otra, nos hacen creer ser mejores personas por nuestra situación económica favorable (complejo de superioridad). El miedo de la clase media siempre ha sigo la inseguridad entendida como incertidumbre: no saber si mi condición económica seguirá mañana tal cual existe hoy, creando un grado de paranoia tal que se materializa en la crítica constante a todo aquello que mejora a sus espaldas. El poder y la explotación se despersonalizan gracias al sistema de producción posfordista (una empresa matriz con filiales en todo el mundo, produciendo cada parte de cierto producto en lugares diferentes) y la proliferación de especuladores de bolsas (de valores) que se convierten en capitalistas sin nombre manejando toda la economía mundial. Esta despersonalización del poder económico nos lleva a la crítica de lo más visible o lo que está más cercano a nuestro alcance. No sabemos bien a quién hechar la culpa de nuestra situación actual (antes era al patrón de la fábrica debido a las relaciones personales, pero ahora se trabaja para alguien que nunca se conoce ni conocerá, bajo relaciones impersonales). Entonces criticamos la cara visible: el gobernante de turno o la secretaria que nos atiende en la recepción. Sin embargo, el verdadero explotador permanece escondido. Son prácticas evasoras pero al mismo tiempo creaciones capitalistas para actuar ideológicamente contra lo visible y contra los pobres que son creados por su sistema ''invisible''.

Esos pobres a su vez son buscados por los capitalistas para ingresar a las redes ilegales del poder (Sarkar). El capitalismo necesita crearlos para mantener un mercado de consumo de droga, prostitución y grupo de presión política en épocas de elecciones ''democráticas, limpias y sanas''.

La inclusión precaria de los pobres es la negación de construcción de una cultura a favor de todos.

Sexta práctica: el clientelismo en la vida cotidiana

El clientelismo no es solo una práctica de los grupos de poder en pugna constante, es básicamente una práctica de la vida cotidiana que nos incluye a todos hasta en cuestiones religiosas (''si Dios me da tal cosa haré lo que desee''). El rezo u oración es una la prácticas más clientelistas del cristianismo, por cuanto se vende el espíritu es pos de la consecución de un bien material o emocional. No quiero decir que todos lo hagan, aunque muchos lo hacen. La enajenación del alma a favor de la obtención material es también parte de la muerte de la cultura en el capitalismo. Es una práctica de supervivencia en un mundo regido por la ley del más fuerte y por la feroz competencia.

Queremos llegar a la cima del poder o beneficiarnos de alguna forma si no lo logramos. Nos vendemos fácilmente al mejor postor sea en el campo que sea. Si nos negamos, lo es por corto tiempo, porque nuestra moral es tan débil, ha sido creada para ser tan débil, que nos resistimos a un soborno de mil pesos pero no a uno de cien mil, y como en los sobornos grandes somos vencidos sin piedad, la TV (entendida como sociedad del espectáculo) realza nuestra fortaleza ante los sobornos menores: ''ese hombre muestra su honestidad hasta en las pequeñas cosas''. Se busca la forma de premiar valores ''neutrales'' que en realidad han sido manipulados por intereses ocultos. Y cuando de hecho se los descubre, premiamos la no exageración de los mismos: ''gana mucho dinero pero construye hospitales de vez en cuando''. Si esos valores capitalistas salen a la luz, (valores entendidos como incentivos económicos, como intereses ocultos) se crean nuevas definiciones que permiten desviar el sentido de explotación inherente a los mismos. No hay mejor ejemplo que el lema: ''responsabilidad social del empresariado''.

El clientelismo es la práctica moral que permite vender nuestra cultura (o más bien ética) para lograr cierto fin que nos impone la nueva cultura (o pseudo­cultura) que debemos aceptar como requisito de contrato comercial de supervivencia en el mundo de los negocios de la vida. Ya no es la salvación del alma lo que está en crisis, es la salvación de la cultura. Morimos culturalmente de una forma para vivir de otra. Cuando salimos de lo establecido culturalmente en la tradición que nos acoje en beneficio de un progreso sincero (repensar la culpa religiosa, el aborto, la igualdad de género, etc. en los debates actuales) podemos hablar de cultura viva; pero cuando salimos para incorporarnos a la pseudo­cultura del consumismo, eso definitivamente es cultura muerta. Y lo es justamente porque creemos que nos regimos sin ninguna cultura (es la ideología ''evaporada'' que subyace a nuestras prácticas cotidianas, es decir, no se ve, no se la nombra, no se la conoce, simplemente se la practica).

Séptima práctica: la ausencia de felicidad real en pos del placer virtual

Hemos sido creados con motivo de vivir felices en un mundo que constantemente nos niega la felicidad real, y ofrece a cambio una felicidad o más bien un placer virtual materializado en sexo, programas de TV degenerados y alcohol. Como no podemos conseguir un estado de felicidad duradera, somos invadidos e impulsados por la publicidad a placeres constantes, cortos y pequeños. Es el placer por el placer mismo, basado en una redifinición de lo que entendemos por felicidad. Cualquier sistema de producción dominante en una época histórica, sociedad y espacio determinado, constituye una hegemonía a su favor. Y toda hegemonía implica la reconceptualización de los términos usados en ella, la redefinición de conceptos. Los conceptos siguen, pero se reformulan. Esto es lo que hace muchas veces imperceptible el cambio perpetuado en las costumbres y valores sociales de una época a la siguiente. Es la angustia de la ´'pérdida de valores''.

Lo efímero es visto como lo más valioso, porque los tiempos de la globalización no permiten un placer que dure más horas que el programado para las prácticas culturales que se instalan a cada momento. El tiempo va a la par de los sistemas de producción. Y ese mismo reloj temporal determina la fortaleza de nuestros valores morales o convicciones y programa nuestras prácticas en base a los mismos. Tanto es así, que como algunos autores ya lo han expresado, se organiza nuestro propio ocio.

Ante este panorama, pareciese que no existe posibilidad de salir de la Gran Matrix Capitalista (GMC) que invade nuestro sueño más profundo. Vivimos una realidad irreal que creemos imposible de despertar. Pero existe un sector en nuestra conciencia que no ha sido dominada, es ese sector el que nos permite discutir estas cosas y analizarlas ''objetivamente'' (aunque a veces las evaluemos de forma impropia). Por tanto, aún no estamos perdidos. Pero ¿cómo tratar de ser nosotros mismos sin ser nosotros, sin ser lo que somos o lo que han hecho de nosotros?, ¿Cómo tratar de despertar de la GMC cuando nos da placer estar en ella?, ¿Cómo conocer aquella esencia humana que no ha sida subjetivada cuando nos gusta hacer ciertas prácticas que nos implantaron, cuando nos agrada ser consumista mientras criticamos el consumismo?. Sabemos que hemos sido construídos bajo un modelo de pseudo­cultura pero sin embargo nos ha impregnado tanto que sentimos que nos forma hasta en los más mínimos detalles de nuestra existencia: la ''cultura hecha sangre'', se suma a la ''historia hecha cuerpo'' de Pierre Bourdie. Y dejar de realizar esas prácticas que nos enajenan implicaría cierta infelicidad en nosotros. Por tanto, si queremos ser conscientes del fraude capitalista que se ha instalado en nuestra subjetividad debemos dejar de realizar sus prácticas legitimadoras. Pero el dejar de realizarlas implica volvernos infelices. En consecuencia, preferimos seguir viviendo en el sistema y en la ignorancia.

El capitalismo nos brinda ciertos tiempos de felicidad, ciertos placeres que se guardan en nuestra memoria celular anhelándolos en forma constante en nuestra mente. Así, la vida se basaría, para este análisis, en dos períodos a cada paso en que nos movemos: un placer y una pausa para buscar nuevamente ese placer. Volvemos una y otra vez a realizar las mismas prácticas legitimantes con el fin de volver a conseguir el mismo placer que sentimos la primera vez (aunque los medios de lograrlo vayan cambiando), pero a medida que las realizamos la rutina invade nuestras vidas y el placer tarda cada vez más en conseguirse o se hace cada vez menos placentero hasta tornarse dolor, y ahora varados en la orilla sin salida somos llevados a la frustración, a la locura o al suicidio. El capitalismo por tanto es la semilla del suicidio: ''Vive ahora que el tiempo se acaba'', es el lema; ''CONSUME YA''. El capitalismo es el fin del tiempo por cuanto todo ya ha sido programado, hasta nuestra misma muerte. El capitalismo y todo sistema hegemónico necesita el cambio sin cambiar, si quiere mantenerse vivo. Pero en todo sistema inevitablemente llega un momento en que se da una fuerte contradicción en su estructura interna con motivo de lograr ese cambio, lo que hace romperse a pedazos, al tiempo que un nuevo sistema se instala en la sociedad. Y ese nuevo sistema puede ser liberador o por el contrario más opresor aún. Depende de las fuerzas sociales que se encuentren a la espera de ocupar la vacante. Por este motivo, nunca debería dejarse de estimular la revolución social en pos de mayor bienestar, porque su ausencia puede terminar en la consagración de un sistema más opresor que el que está por retirarse.

Esta es la conclusión a la que llego cuando digo: nacemos muertos, somos una cultura muerta en el mismo instante que nos niegan construirla. Parece una opinión apocalíptica o más bien pesimista, pero la verdad es que solo cabando profundo se descubre lo que hay dentro. Como dice el refran: ''alabados los que están en el fondo del pozo, porque a partir de ahora la única opción que les queda es la de comenzar a salir''. Salir del sueño de la GMC implica un esfuerzo redoblado: significa ampliar el espacio de nuestra conciencia que no ha sido alienada, hasta que finalmente nos liberemos de las cadenas mentales para comenzar a luchar contra las cadenas sociales que nos atan por doquier. Lo tonto de este planteo es que entendemos el concepto pero lo dejamos en teoría; nos gusta leer sobre los nuevos modos de dominación capitalista creyendo que descifrándolos develamos su misterio, y eso nos hace sentir ''inteligentes'', pero mientras buscamos la aguja en el pajal damos el tiempo necesario para que el capitalismo instale otra aguja en otro pajal. Es así como se nos permite cierto margen de crítica individual a la dominación capitalista pero que al tornarse crítica social da el pie para la creación de una nueva estrategia de explotación. Al instalarse esta, otra vez poseemos un margen de crítica individual pero nuevamente por la fuerza de la opresión esa crítica se torna social, dando inicio a otra etapa nueva de dominación. Inevitablemente llega un momento donde las fuerzas chocan fuertemente entre sí. Este es el período de cambio, de revolución o de caos.

Es así como la felicidad nos es negada y se ofrece a cambio una sensación de ella, sensación que llamamos placer. Y tratando de acumular varios placeres, somos llevados constantemente al dolor o sufrimiento luego de no sentir la satisfacción total que deseábamos conseguir al ir tras esos placeres efímeros que los medios de comunicación nos venden a diario aunque no paguemos ni querramos pagar. Al igual que en lo financiero, nos dan un crédito instantáneo (placer) para luego por 20 años terminar pagando la deuda (sufrimiento). Si hay algo que el capitalismo nos quiere decir subliminalmente es: ''oye, nada es gratis aunque parezca''. Así, la insatisfacción invade nuestras vidas en un mundo donde lo que figura constantemente es el placer y la ''buena vida''. Eso es lo irónico de la pseudo­cultura. ¿Pero qué hace que como conejos corramos todo el tiempo tras lo que nos ofrece el consumismo sabiendo siempre que algo por detrás se esconde?: es que nuestra subjetividad ha sido construída en base a esa base, en base al consumismo. Dejar de consumir implica abandonar nuestra personalidad, dejar de ser ''nosotros mismos'' por cuanto que lo que consumimos lo sentimos como propio (el pantalón que me identifica, el boliche que me gusta, el helado de mi sabor favorito). Consumimos precisamente porque nuestra cultura interior ha muerto y debemos suplirla con algo que nos permita seguir vivos. Sabemos de nuestro error, pero la fuerza social vence nuestra fuerza individual. El capitalismo necesita fragmentar constantemente (tantro entre nosotros como dentro de nosotros), dejar aislado al opositor para neutralizarlo: el hippie vs. el sistema, la cooperativa vs. la empresa transnacional, la huerta orgánica vs. el monocultivo global.

Partes: 1, 2
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