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La cultura muerta del capitalismo (página 2)

Enviado por gustavo martin


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Octava práctica: la cultura de la inclusión y la exclusión

Hoy cultura es sinónimo de inclusión­exclusión. Debemos estar incluídos culturalmente en las prácticas de la globalización para quedar finalmente excluídos en las prácticas económicas de la misma. La cultura así se ha vuelto una cultura muerta: debemos vivir en sociedad para morir en soledad, pues la depresión y la angustia se lloran individualmente, al tiempo que los problemas sociales son tratados como cuestiones individuales, por ello existen siempre sin resolverse. Nacemos muertos por cuanto nuestra vitalidad y potencial ya han sido succionados antes de haber nacido. El capitalismo ya ha programado y reprogramado nuestras vidas incluso antes de nacer. Nuestro rendimiento ya ha sido calculado, por cuanto a los ojos de un presupuesto a corto y mediano plazo, ya hemos rendido todo, nuestra fuerza y función en el sistema de producción ya han sido estipuladas, en consecuencia: hemos nacido muertos. Nuestra subjetividad ya ha sido construída de antemano sin nuestra voluntad e intervención, por tanto, desde lo subjetivo ya estamos también muertos. Obtenemos nuestra personalidad seleccionando las opciones que nos ofrece el sistema, aquellas que más nos agradan, y es por ello que creemos ser ''libres''. Pero a su vez estamos psicológicamente invadidos por mensajes que nos llevan a elegir las opciones más rentables para el sistema de producción al tiempo que las creemos opciones ''libres''. Y todos quedan satisfechos. La inclusión en la pseudo­cultura es la práctica de homogeneizar las individualidades al tiempo que parece reforzarlas. Es la creación atroz de iguales deseos para todos manteniendo a su vez los propios deseos de uno. Esa homogeneización intenta crear un discurso de igualdad social ante los ojos de la masa, pero nada más opuesto a la verdad. La tradición estancó nuestras mentes, y fuimos inyectados con una píldora pro­sistema y nueva cultura global, siendo así revitalizados. Fue ese impulso a continuar la vida (la globalización es una fuerza que tarde o temprano debía darse en la historia, para inyectar dinamismo a la sociedad tradicional que se estaba estancando) rompiendo los dogmas pasados lo que nos ha llevado en parte a aceptar esa nueva cultura por más que mine nuestra vitalidad día a día. Hemos sido preparados psíquicamente para darle una aceptación moral e idolatrada al que nos permitió seguir vivos aunque solo lo haya hecho con motivo de matarnos de otra forma.

Hemos quedado excluídos hasta de nosotros mismos, necesitando de nuevos mecanismos de auto­análisis que nos permitan comprender nuestra realidad, que nos permitan entendernos a sí mismos. He aquí que toda una gama de profesionales han aparecido para dar ayuda solo con motivo de no morir antes de haber dado toda nuestra capacidad productiva. El desenvolvimiento del capitalismo trae consigo el desarrollo de problemas y desórdenes mentales (debido al estrés del trabajo, la presión por satisfacer nuestras necesidades básicas, etc.) lo que conlleva como consecuenca la creación de más psicólógos en las más diversas ramas. La sociedad capitalista es la sociedad de los psicólogos. Debido a la enorme cantidad de problemas que nos provoca el estar inmersos en una cultura muerta en la que luchamos a diario por seguir vivos, un auge de ''pastores de la mente'' se hace necesario e indispensable. Podemos ver cómo la práctica de la confesión del catolicismo se ha trasladado a otro ámbito: del sacerdote al psicólogo. Esto nos muestra que se efectúan cambios en las prácticas pero el concepto de práctica no desaparece. La familia cambia pero la familia en sí no desaparece. Las instituciones mutan pero siguen existiendo de alguna forma en la sociedad que las creó o recibió por influencia externa. Así como cuando hablamos de crisis de representación pero no ponemos en tela de juicio la teoría de la representacion en sí.

Novena práctica: la anacronía de las instituciones tradicionales

Las instituciones establecidas en siglos anteriores, tales como la iglesia, la escuela, hasta la familia, son uno de los medios de perpetuar la muerte de la cultura. No podemos co­crear una cultura global establecida mediante instituciones de otrora. El mantenimiento de este tradicionalismo, ­y sus consecuentes prácticas y costumbres sociales­, es una estrategia para imposibilitar un cambio en pos de una cultura alternativa. La globalización al tiempo que instala una cultura nueva sutilmente en nosotros, nos mantiene la vieja mentalidad cultural paralizándonos. ¿Cómo enfrentarnos a fuerzas nuevas desde la lógica vieja?. Esta disparidad nos bloquea. Sin duda que los valores sociales van cambiando pero no la tradicionalidad del valor social en sí. La globalización aunque impulse un nuevo prototipo de familia (casamientos entre personas del mismo sexo, adopción en vez de hijos primogénitos, hijos modificados genéticamente, padres o madres jefes y jefas de familia, etc.), un nuevo tipo de escuela (internet, nuevos modos de examen, etc.) o impulse la creación de organizaciones eclesiásticas de base del tercer mundo en pos de la ayuda social (caso teología de la liberación, etc.) no deja de seguir manteniendo el tradicionalismo de esas mismas instituciones. Reconceptualiza sus prácticas pero mantiene el modelo mental tradicional. Es un peligro en términos de globalización, que los dominados piensen desde la lógica de los dominadores. Inevitablemente este hecho llega a darse en algún momento y es ahí cuando un choque social fuerte se produce. La globalización deslegitima las antiguas tradiciones o más bien las prácticas que las representan con motivo de instalar nuevas ideas que le sean afines. Pero ahí el hecho más peligroso para el capitalismo: y es que éste es una fuerza ciega, nadie lo dirige más que con aportes individuales y constantes. Debe llegar el momento en que finalmente colapse en forma definitiva.

En conclusión, nuestra cultura muere debido a matener en ella la lógica antigua que ya no rige la actual pseudo­cultura.

Décima práctica: el fin del lazo social real

El capitalismo es un virus que muta con las épocas. Pareciese que no hay vacuna para esa fiebre tan dañina. Debemos fortalecer nuestro sistema inmunológico pero sin alimentarnos de la comida que nos mata.

Vivimos inmersos en un mundo de propagandas y éxito, mientras nos morimos en las dificultades que nos golpean día a día. Es tan así, que el sistema capitalista necesita crear un ideal inspirador que nos impulse a seguir vivos: ''algún día alcanzaremos esa felicidad, ese éxito que se nos muestra''. De este modo, el capitalismo en la mayoría de la masa, canaliza la lucha revolucionaria social en una lucha individualizada que termina por frustrarnos a causa de la poca fuerza del ''uno solo contra el sistema'' (de este modo se mantiene nuestra ansia ancentral de lucha al mismo tiempo que se la niega al fragmentarla), mientras intentamos seguir al pié de la letra los valores que ''nuestra sociedad'' nos impone para estar integrados a una ''comunidad ficticia global'', de la que irónicamente queremos seguir formando parte. Preferimos estar incluídos en un mundo de ideas que nos quitan la vitalidad lentamente pero que como síndrome de estocolmo nos permiten estar vivos. Vivimos en un mundo de libertad que no nos deja ser libres verdaderamente. Debemos analizar en los discursos, en esas prácticas de construcción social, las contradicciones entre palabras y hechos. Cuando en un período determinado escuchamos hablar bastante sobre libertad, no deberíamos pasar por alto el hecho de que en realidad puede ser que esa libertad no exista, pero su idea sea tan fuerte que nos haga creer que la misma se está llevando a cabo. El doble discurso no es solo político, económico, cultural o religioso, es básicamente una máscara capitalista que nos permite estar vivos siendo hipócritas, pero a su vez respetando la honestidad como valor social predominante. Pareciese que necesitamos que nos mientan para creer que en realidad somos nosotros los que decimos la verdad. Nos dan cierto valor moral para enajenarnos el valor económico. Y como pienso ardientemente que ''mi opinión'' es la correcta, niego al ''otro'' en la vida social en pos del ''yo'' en la vida individual. La tolerancia es en cierta forma la negación del lazo social, por cuanto no discuto con el otro mi pensamiento disímil con respecto al de él. El miedo a crear lazos sociales que nos comprometan sin un interés material o sentimental egoísta por detrás, es solo una expresión más de la cultura muerta del capitalismo. ¿Para qué crear relaciones sociales duraderas en un mundo donde la incertidumbre y el fin del tiempo son la ley?, ¿Para qué pensar en el otro si la posibilidad de entablar una lazo común entre ambos está negada o determinada de antemano (se nos dice cómo debemos relacionarnos)?, ¿Porqué amar al otro cuando no sé qué será de su existencia futura?. Se nos muestra el amor eterno en la pareja para no frustrarnos por su corta duración cada vez que la iniciamos. Es decir, se instala un ideal que nos impulsa a seguir vivos en lo real con motivo de alcanzarlo algún día. La cultura muerta del capitalismo es la aniquilación del lazo social que nos conecta con el ''proyecto del otro'', en pos de ''mi propio proyecto de vida'' en el cual ''ese otro'' no es más que un medio o un estorbo para el fin que me he propuesto conseguir. Se instala un juego de suma cero: la muerte del otro es la consagración de mi vida. Y mientras tanto, para no perder el espíritu social, compito con mi compañero de trabajo por un puesto más alto en la empresa, empresa que irónicamente mantiene el lema de: ''somos una familia''. Es tan grave que hallamos llegado al punto tal de que nuestras relaciones sociales se basen en la competencia (y no en la cooperación). La forma de conectarse con el otro en el capitalismo financiero es compitiendo con ese otro.

A modo de finalización

Analizar nuestra realidad implica reconocernos como partícipes de la verdad que guía nuestras acciones, como integrantes activos en esa ideología ''evaporada'' que se materializa en las prácticas cotidianas. Pero no somos co­creadores de la cultura impuesta sobre nosotros, somos partícipes, legitimamos con nuestra acción las prácticas legitimadoras de la cultura global. Solo podemos ser co­creadores de una cultura alternativa. Entiendo por ésta el rescate de lo más beneficioso de la globalización (salir de ella no es posible por cuanto implica irse de uno de sus dominios para entrar en otro) en pos de la implantación de una nueva forma de vida que combine lo local y lo global sin supremacía de uno por sobre el otro. Pero esa cultura alternativa no debe ser aislada, como hacen muchos movimientos anti­sistema, sino debe canalizar, debe saber redirigir las fuerzas sociales instaladas hacia un punto que nos beneficie a todos y no a unos pocos. Aislarse es dejar que siga existiendo aquello a lo que nos oponemos. Para crear un nuevo orden social es necesario la proclamación de un nuevo tipo de ser humano, lo que implica un cambio radical en la subjetividad. Este nuevo orden social se basará en esa cultura alternativa en pos de lograr la conexión entre el proyecto de vida individual y el proyecto de vida social, en pos de compatibilizar el interés individual y el interés colectivo, en base a un afecto creciente a cada forma de vida en este mundo y el respeto sincero al pluralismo cultural que no vaya contra el bien común de los seres animados e inanimados..

Matar a la cultura creando una sensación de ella es la nueva estrategia capitalista de infiltración en nuestro cuerpo, en nuestra mente y en nuestra alma. El vacío de la vida cultural es llenada con constantes sensaciones que nos hacen creer que vivimos una vida de placer cuando de hecho solo alimentamos más ese vacío, vacío que en cierto momento de nuestras vidas nos sofoca dejándonos en soledad mientras estamos rodeados de cientos, de miles, de millones de personas. Todos están allí, la multitud está allí, pero ahora soy yo el que no siente su propia existencia en ella. Esa sensación de vacío es la que nos hace cuestionar y darnos cuenta de que hemos vivido una vida de sensaciones y mensajes creados por otros que interiorizamos solo con motivo de no sentirnos solos bajo ninguna circunstancia. Este es el momento crucial del cambio en nuestra subjetividad: o morimos o volvemos a nacer.

14 de junio de 2012

NOTAS:

1 En mi opinión, considero que ciertas ayudas en forma de subisdios o planes desde el Estado Nacional, Provincial o Local hacia grupos carenciados (llámense Asignación Universal por Hijo en Argentina o Bono Juancito Pinto en Bolivia) son en realidad una forma de dar mayor valor agregado al trabajo socialmente ''menos productivo'' de los pobres, que usualmente son considerados vagos, negando su trabajo precario y hasta veces forzoso e indigno.

 

 

Autor:

Gustavo M. Martin

Universidad Nacional de Río Cuarto

Partes: 1, 2
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