Ideología política de César y aplicación
Para poder comprender mejor la noción de cesarismo político, se expondrá la actuación del propio Julio César tras la Guerra Civil, donde empieza a aplicar sus principios políticos.
Pasada la Guerra Civil César retorna a Roma como líder indiscutido y poderoso. Su liderazgo se vería pronto a prueba, al enfrentar los problemas que la urbe sufría tras la guerra. Entre los más graves se encontraba la economía, que estaba desplomada, y la mitad de la población había perecido en los cuatro años que duró el enfrentamiento bélico. Sumado a los problemas económicos y sociales, los pocos soldados que disponía comenzaron a rebelarse, lo que llegaría a ser el problema más acuciante de César.
Roma era una dictadura en transición a un nuevo sistema de gobierno, el cual todavía no estaba definido del todo. Los soldados eran una pieza clave en la cohesión social y un amotinamiento sería catastrófico. César debió mantener contentas a sus tropas y cumplir con sus promesas, entre ellas las reparticiones de tierras a los veteranos y las fuertes sumas de dinero que había prometido, que eran una pieza fundamental.
Pero no sólo se tendría que preocupar por el ánimo de las tropas, también debería mantener calma a la población. Para esta aplicó una serie de políticas demagógicas, entregando juegos y espectáculos junto con comida e incluso fiestas, que resultaban en imponentes banquetes para miles de ciudadanos. Estas festividades, juegos y comida gratis no sacarían a la población de sus problemas, pero la harían olvidarse de ellos por un tiempo, lo necesario hasta que César pudiera poner la situación en orden. Suetonio escibió al respecto:
"Además de los dos sestercios dobles que, al comienzo de la guerra civil, había otorgado a cada infante de las legiones de veteranos a título de botín, dióles veinte mil ordinarios, asignándoles también terrenos, aunque no inmediatos para no despojar a los propietarios. Repartió al pueblo diez modios de trigo por cabeza y otras tantas libras de aceite, con trescientos sestercios que había ofrecido antes, añadiendo otros cien en compensación de la tardanza. Perdonó los alquileres de un año en Roma hasta la cantidad de dos mil sestercios, y hasta la de quinientos en el resto de Italia. Agregó a todo esto distribución de carnes, y después del triunfo sobre España, dos festines públicos, y no considerando el primero bastante digno de su magnificencia, ofreció cinco días después otro más abundante"[4].
Se puede observar como César tomó medidas muy claras para desarticular el antiguo sistema estatal de gobierno Romano. Una de las principales fue la de aumentar el número de senadores de 600 a 900, así estos pasarían más tiempo discutiendo en la burocracia de los debates y las votaciones y no tanto decidiendo en concreto. Transformó al Senado de un órgano legislativo a uno administrativo, lo que concretó Augusto definitivamente en el Principado. Suetonio nos comenta, que era el propio César quien remarcaba que la República era simplemente "una máscara, sin realidad alguna".
Sus disposiciones, no obstante, no serían sólo de interés político. Varias de las medidas tomadas por César harían un hincapié muy fuerte en cuestiones sociales, económicas y administrativas. Ejemplos importantes fueron la redistribución de tierras, junto con la condonación de deudas, que planteaban la lucha contra la pobreza y la desocupación. Esto lo combinaría con programas de construcción en diferentes partes como Grecia, España y Roma.
El alivio a la densa población lo intentó lograr enviando ciudadanos a colonizar Cartago y Corinto. Económicamente una de las medidas más importantes fue el promulgar la Ley de banca rota y varias leyes que se mantuvieron durante todo el Imperio.
La distribución de tierras a militares, formando colonias enteras de ex-legionarios tenía un doble objetivo. Por un lado aliviaba la población y contentaba al ejército, y por otro estas tierras eran emplazadas cerca de las fronteras, lo que generaba un caudal de hombres por si surgía algún problema fronterizo.
Sin duda alguna el poder de César era enorme, lo que se refleja en sus cargos políticos, que no eran más que argumentos para justificar ese poder. Al momento de su muerte César era calificado con la denominación de dictador perpetuo. Era censor, lo que le daba cierta inmunidad frente a los tribunos del pueblo, y pater patriae o padre de la patria, denominación con atribuciones civiles que implicaban un sentimiento de protección filial hacia Roma y sus ciudadanos. A nivel religioso se había hecho declarar pontifex maximus de por vida, teniendo así un fuerte control como máxima autoridad religiosa.
Es probable que su modo de reinado se hubiera inspirado en las monarquías helenísticas, que manifiestamente le impresionaban. Podemos ver un indicio al tener en cuenta que comenzó a divinizarse, vinculando su imagen con la de la diosa Venus, lo que sería una constante a partir de su sucesor, Octavio Augusto, que instauró el culto al emperador.
Historiografía sobre el cesarismo
La historiografía respecto al concepto y aplicación del sistema político del cesarismo ha ido variando con el desarrollo histórico. Por ello se ha realizado aquí una descripción de los principales estudios sobre el tema, reflejados según el correspondiente orden cronológico.
El concepto de cesarismo emergió por primera vez en 1853 cuando Pierre Joseph Proudhon, teórico político francés, acuñó el término en "Le manuel du spéculateur à la bourse" para describir la última fase de la evolución del capitalismo, el "cesarismo económico".
A raíz de la ascensión de Napoleón III en 1852 al poder de Francia, la palabra cesarismo se utilizó en diversos escritos de análisis político.
Karl Marx entendía el cesarismo como una forma política surgida en la Antigua Roma, por lo que consideraba que el concepto no se ajustaba a la nueva realidad de las relaciones sociales, constituyéndose en una comparación histórica forzada. Marx opinaba que:
"…confío en que mi obra contribuirá a eliminar ese tópico del llamado cesarismo, tan corriente, sobre todo actualmente, en Alemania. En esta superficial analogía histórica se olvida lo principal: en la antigua Roma, la lucha de clases sólo se ventilaba entre una minoría privilegiada, entre los libres ricos y los libres pobres, mientras la gran masa productiva de la población, los esclavos, formaban un pedestal puramente pasivo para aquellos luchadores. Se olvida la importante sentencia de Sismondi: el proletariado romano vivía a costa de la sociedad, mientras que la moderna sociedad vive a costa del proletariado"[5].
Por otra parte el filósofo y matemático alemán Oswald Spengler opinaba en su ensayo "La decadencia de Occidente", que la aparición del cesarismo en la historia representaba la muerte de los espíritus dinámicos de una nación y sus instituciones. Se trataría entonces de un gobierno caracterizado por ser amorfo más allá de la existencia de un estado de derecho formal. Las instituciones tradicionales, pese a su mantención, no tienen peso. Spengler opinaba que:
"En el cesarismo lo único que significa algo es el poder personal que ejercen por sus capacidades el César o, en su lugar, un hombre apto. El mundo, colmado de forman perfectas, reingresa en lo primitivo, en lo cósmico histórico. Los periodos biológicos substituyen a las épocas históricas"[6].
El modelo político cesarista sería entonces el preámbulo de lo que llama la Edad Imperial. Spengler escribió sobre el tema tras la Primera Guerra Mundial, publicando los dos volúmenes de su obra entre 1918 y 1923. Entonces afirmó que el mundo se aprontaba a entrar en una época de cesarismo, motivada por la muerte de su alma.
"Mientras tanto los partidos se convierten en obedientes séquitos de unos pocos, sobre los cuales el cesarismo ya empieza alanzar sus sombras. Así como la monarquía inglesa en el siglo XIX o los Parlamentos en el XX serán poco a poco un espectáculo solemne y vano. Como allí el cetro y la corona, así aquí los derechos populares serán expuestos a la masa con gran ceremonia y reverenciados con tanto más cuidado cuanto menos signifiquen. Esta es la razón de por qué el prudente Augusto no desperdició ocasión de acentuar los usos sagrados de la libertad romana".
Por otra parte León Trotsky rescata una idea de Marx sobre los sucesos que llevaron al poder a Napoleón III, pese a que este no era partidario de universalizar el término cesarismo. En 1936 escribió:
"El cesarismo o su forma burguesa, el bonapartismo, entra en escena en la historia cuando la áspera lucha de dos adversarios parece elevar el poder sobre la nación, y asegura a los gobernantes una independencia aparente con relación a las clases; cuando en realidad no les deja más que la libertad que necesitan para defender a los privilegiados (…)[7].
Trotsky también consideraba el estalinismo como una forma emparentada con el cesarismo y su derivado burgués, el bonapartismo.
"El cesarismo nació en una sociedad fundada sobre la esclavitud y trastornada por las luchas intestinas. El bonapartismo fue uno de los instrumentos del régimen capitalista en sus periodos críticos. El estalinismo es una de sus variedades, pero sobre las bases del Estado obrero, desgarrado por el antagonismo entre la burocracia soviética organizada y armada y las masas trabajadoras desarmadas.
Los estudios de Antonio Gramsci entre 1932 y 1934 definieron nuevas vías para el concepto de cesarismo, argumentando la existencia de un cesarismo progresista y otro regresivo.
"(…) el cesarismo expresa siempre la solución "arbitraria", confiada a una gran personalidad, de una situación histórico-política caracterizada por un equilibrio de fuerzas de perspectiva catastrófica, no siempre tiene el mismo significado histórico. Puede existir un cesarismo progresista y uno regresivo; y el significado exacto de cada forma de cesarismo puede ser reconstruido en última instancia por medio de la historia concreta y no a través de un esquema sociológico.
Su teoría entorno al cesarismo se explica en relación a la lucha de fuerzas. Cuando la fuerza progresiva A lucha con la fuerza regresiva B, no sólo puede ocurrir que A venza a B o viceversa, puede ocurrir también que no venzan ninguna de las dos, que se debiliten recíprocamente y que una tercera fuerza C intervenga desde el exterior dominando a lo que resta de A y de B.
El cesarismo es progresista cuando su intervención ayuda a las fuerzas progresivas a triunfar, y es regresivo cuando su intervención ayuda a triunfar a las fuerzas regresivas, también en este caso con ciertos compromisos y limitaciones, los cuales, sin embargo, tienen un valor, una importancia y un significado diferente que en el caso anterior. César y Napoleón I son ejemplos de cesarismo progresivo, Napoleón III y Bismark de cesarismo regresivo.
Sin embargo en el mundo moderno las grandes coaliciones de carácter económico-sindical y político de partido complican las relaciones del mecanismo cesarista, muy diferente del que existió en la época de Napoleón III. Hasta mediados del sigo XIX las fuerzas militares regulares o de línea constituirían un elemento decisivo para el advenimiento del cesarismo, que se verificaba a través de golpes de Estado bien precisos, con acciones militares, etc.
Las fuerzas sindicales y políticas contemporáneas, con medios financieros incalculables puestos a disposición de pequeños grupos de ciudadanos, complican el problema. Los funcionarios de los partidos y de los sindicatos económicos pueden ser corrompidos o aterrorizados, sin necesidad de acciones militares en vasta escala, como las que realizaba César o el 18 Brumario de Napoleón.
Agregaba que el cesarismo escondía soluciones de compromiso. Si se unía la existencia de esos compromisos "limitativos de la victoria" y un discurso regenerador, ya fuera de revolución o restauración, se estaba en presencia del cesarismo.
El componente fuertemente autoritario que se introducía a partir del cesarismo fue resaltado en la historiografía, y así señalaba Gramsci en los Cuadernos de la Prisión[8]"el régimen se basaba en realidad en una 'gran personalidad', razón por la cual esa forma de dominación tenía una impronta de arbitrariedad muy fuerte".
Dado el tipo de relación que se entabla en el mecanismo de legitimación, el líder bonapartista termina convirtiéndose en la nación encarnada en el César. Pero esa democracia plebiscitaria no hace otra cosa que absolutizar una forma particular de ordenamiento político que adquiere a veces la democracia moderna, forma que responde a una concepción verticalista del poder.
Por otra parte si bien el cesarismo se basa por su origen en el principio democrático, en realidad desarrolla una relación fuertemente jerárquica que establece una subordinación, tanto de la burocracia como de los seguidores a la figura del líder cesarista.
Pero esta subordinación tiene una contrapartida cuyo resultado no es la autonomización del líder frente a las masas. Al convertirse su voz en la encarnación de la 'voz del pueblo', las decisiones del líder no pueden ser rebatidas.
Pero una vez instaurado el líder legítimamente, se impone la estructura jerárquica del poder, marginando a las masas de toda posible participación en la decisión.
Trayectoria histórica
Para el filósofo alemán Max Weber "la democracia de masas contiene en sí misma una fuerte tendencia a la conformación de liderazgos carismáticos"[9]. Es por ello que el cesarismo se presenta a partir del siglo XIX como una forma funcional al estadio de organización, ya era de necesidad tener que convocar a un gran número de personas, para lo que era necesario además la organización del partido, lo que llevó a producir esta forma de dominación con el objeto de asegurarse el poder dentro del estado.
En su manifestación más pura el bonapartismo se asienta sobre el poder convocante del líder, caracterizado por tener una legitimidad de origen fundada en la voluntad del pueblo.
5.1 El cesarismo en el siglo XX
Los teóricos de finales del siglo XIX y principios del XX recogieron en sus estudios que en el nuevo fenómeno de la sociedad de masas, la política había cambiado tanto en su forma como en la manera de implementación práctica. La movilización de un gran número de individuos llevó necesariamente a que la argumentación racional entorno a la propuesta concreta se dejara de lado, privilegiando aquél tipo de discurso más efectista que tendía a movilizar las creencias y sentimientos de las masas. Las concepciones políticas se hacían así efectivas en la medida en que se convirtieran en nuevas religiones, si bien laicas, en las cuales se reconocieran pasionalmente este nuevo tipo de ciudadano.
La nueva democracia que emergía ahora modificaba el sentido con el cual hasta entonces se habían implementado las elecciones en el sistema representativo, para asumir, como señaló Mommsen[10]"un carácter manifiestamente personal-plebiscitario", entablando así con el líder convalidado en ellas un tipo de relación personal basada en los sentimientos entre él y las masas. Este es el tipo de articulación que se consigue con el cesarismo.
Weber por su parte argumentó que al centrar el criterio de legitimidad en el carisma, el reconocimiento del líder se funda básicamente en elementos irracionales que pueden llegar incluso, como señalaba Michels, a promover el culto al héroe. Y a ello contribuye a la labor de la prensa ya que es ella puede influir la opinión pública "mediante el culto de una sensación"[11].
El componente fuertemente autoritario que se introducía a partir del cesarismo fue resaltado en la historiografía, y así señalaba Gramsci en los Cuadernos de la Prisión[12]"el régimen se basaba en realidad en una 'gran personalidad', razón por la cual esa forma de dominación tenía una impronta de arbitrariedad muy fuerte".
Dado el tipo de relación que se entabla en el mecanismo de legitimación, el líder bonapartista termina convirtiéndose en la nación encarnada en el César. Pero como señalaba Michels, esa democracia plebiscitaria no hace otra cosa que absolutizar una forma particular de ordenamiento político que adquiere a veces la democracia moderna, forma que responde a una concepción verticalista del poder.
Por otra parte si bien el cesarismo se basa por su origen en el principio democrático, en realidad desarrolla una relación fuertemente jerárquica que establece una subordinación tanto de la burocracia como de los seguidores a la figura del líder cesarista.
Pero esta subordinación tiene una contrapartida cuyo resultado no es la autonomización del líder frente a las masas. Al convertirse su voz en la encarnación de la 'voz del pueblo', las decisiones del líder no pueden ser rebatidas.
Pero una vez instaurado legítimamente, se impone la estructura jerárquica del poder, marginando a las masas de toda posible participación en la decisión.
Es pertinente entonces matizar el componente democrático que adquiere el cesarismo durante el siglo XX. Dado que democracia significa la posibilidad de extender el principio igualitario en toda su potencialidad, el bonapartismo aseguraría un máximo de igualdad posible dentro de las sociedades de masas. Michels sostiene que el cesarismo "sigue siendo democracia, o podría al menos reclamar este nombre, cuando se funda sobre la voluntad popular". Se trata, en ese sentido, de una forma que produce una fuerte homogeneización de la sociedad, pero que por ello mismo lleva a anular consecuentemente toda posible diferencia y, por tanto, destruir a todo tipo de oposición política.
Esa noción de igualación en base a la masificación, conduce a que la voluntad general se presente como la máxima que permita mantener en los resultados, la noción misma de igualdad que se ha implementado en esa sociedad.
Sin embargo esta forma política no es necesariamente contradictoria con el concepto de democracia. Se trata de un tipo de democracia en la que si bien no desaparece la interacción del líder y las masas, se desdibujan las relaciones entre estado y sociedad, al concebirse al líder sólo como amplificador de la voz de las masas y se utiliza la elección como forma de plebiscitarlo, por lo que la decisión se supone que radica en el pueblo.
Sin embargo en la base real del poder se esconde un tipo de jerarquía que domina a la gran mayoría y sostiene al líder. Weber, por su parte, sostiene que:
"La 'democracia plebiscitaria' – el tipo más importante de la democracia de jefes -, es, según su sentido genuino, una especie de dominación carismática oculta bajo la forma de una legitimidad derivada de la voluntad de los dominados y sólo por ella perdurable."[13]
Se introduce entonces una contradicción entre mantener la legitimidad del líder, de la que depende la estabilidad del liderazgo y la necesidad de satisfacer en algún plano las demandas que se produzcan desde los dominados. Aparece así un dualismo en el concepto, dando origen a los llamados populismos, que se asientan sobre una noción de pueblo que ya no abarca a la gran mayoría. Por tanto podemos calificar al cesarismo como una democracia elitista
Se encuentran numerosos ejemplos de Estados donde se aplicaron políticas cesaristas durante el siglo XX. Se observan rasgos de cesarismo en el fascismo italiano y alemán, el partido blochevique y el regimen stalinista, así como el gaullismo en Francia. En Oriente Medio podemos mencionar el nasserismo egipcio, al que se agregan en América Latina los gobiernos de Getulio Vargas en Brasil y de Juan Perón en Argentina, el régimen militar-nacional-populista surgido del golpe de 1968 presidido por el general Velasco Alvarado y, recientemente el fujimorismo, en el Perú, y Hugo Chávez, en Venezuela.
Cesarismo y fascismo
Al realizar el estudio detallado de la relación entre el bonapartismo y otras formas de gobierno autoritarias, se observan caracteres comunes que es preciso reseñar.
En primer lugar se evidencia por el modelo de los gobiernos de Bruening, Papen y Schleicher en la Alemania de la década de 1930, así como en Austria, que todos estos gobiernos de democracia plesbicitaria calificados de cesaristas o bonapartistas, representan un paso previo para el auge de los fascismos de la década posterior.
Ambas formas se asientan en un eje del gobierno que pasa por la policía, la burocracia y la camarilla militar.
El régimen fascista al igual que uno cesarista, llega al poder apoyándose en un movimiento de masas compuesto por la reacción de la pequeña burguesía y el proletariado. Sin embargo al mismo tiempo en cuanto llega al poder, tiende a perder su base de masas y se convierte en un régimen bonapartista, apoyándose en el ejército y la policía.
Trotsky explicaba en su obra "En defensa del marxismo"[14] las diferencias entre ambos sistemas:
"El elemento que el fascismo tiene en común con el viejo bonapartismo es que utilizaba los antagonismos de clases para dar al poder del Estado la mayor independencia. Pero nosotros siempre hemos subrayado que el viejo bonapartismo existió en la época de ascenso de la sociedad burguesa, mientras que el fascismo es un poder estatal de la sociedad burguesa en declive".
Por tanto la diferencia más importante es el distinto tratamiento que hacen ambos sistemas respecto a la burguesía. No hay duda de que el carácter de clase del Estado nazi era burgués, pero el tratamiento de Hitler a sus oponentes capitalistas fue terrorífico, entregando las redes económicas a otros beneficiarios. La relación que se establece entre el fascismo y la burguesía es contradictoria, algo que no ocurre en la política cesarista.
El cesarismo en los países socialistas
Así como se han analizado similitudes entre la extrema derecha y el sistema cesarista, hallamos datos coincidentes con la doctrina de los países comunistas, principalmente la esfera de la ex Unión Soviética.
La revolución Rusa originó la ocupación del poder de Estado en nombre del proletariado, lo que sacralizó el aparato del partido dirigente y produjo su propio culto a la personalidad. El Partido-Estado ocupó un puesto de autolegitimación absoluta por el apoyo que le confería la gran mayoría, de la misma manera que el cesarismo. Al mismo tiempo se impuso una sacralización total del partido, que prohibía todo tipo de oposición basado en un poder pontifical que le otorgaba el derecho de vida o muerte como total soberano.
El totalitarismo de Stalin emergió como una síntesis entre un nuevo teocratismo de carácter marxista con componentes cristianos, y un cesarismo en base a los precedentes poderes del zar.
Trotsky fue uno de los principales críticos al sistema stalinista,. En su obra "La revolución traicionada"[15] comparó el sistema cesarista y el régimen soviético:
"El cesarismo nació en una sociedad fundada sobre la esclavitud y transtornada por las luchas intestinas. El bonapartismo fue uno de los instrumentos del régimen capitalista en sus periodos críticos. El estalinismo es una de sus variedades, pero sobre las bases del Estado obrero, desgarrado por el antagonismo entre la burocracia soviética organizada y armada y las masas trabajadoras desarmadas."
Por tanto explica la base productiva del Estado sobre la carga del pueblo, que es explotado por la jerarquía de la que forma parte el líder político. En este caso existe una oligarquía de partido y un líder autoritario que le pertenece, Stalin.
Además argumenta esa legitimación en base a la democracia plesbicitaria, al modo cesarista. En este caso la crítica se refiere a la nueva constitución soviética:
"Como la historia atestigua, el bonapartismo se acomoda muy bien con el sufragio universal y aun con el voto secreto. El plebiscito es uno de sus atributos democráticos. Los ciudadanos son invitados de vez en cuando a pronunciarse por o contra el jefe; y los votantes sienten en las sienes el ligero frío de un cañón de revólver. Desde Napoleón III, que hoy parece un dilentante provinciano, la técnica plebiscitaria ha alcanzado un desarrollo extraordinario. La nueva Constitución soviética, al instituir un bonapartismo plebiscitario, es la coronación del sistema."
Por último cabe mencionar la comparación que realizó Trotsky en cuanto al fascismo y el comunismo soviético, en base a parámetros que se contienen en el cesarismo:
"El bonapartismo soviético se debe, en última instancia, al retraso de la revolución mundial. La misma causa ha engendrado el fascismo en los países capitalistas. Llegamos a una conclusión a primera vista inesperada, pero en realidad irreprochable; que el estrangulamiento de la democracia soviética por la burocracia todopoderosa y las derrotas infligidas a la democracia en otros países, se deben a la lentitud con que el proletariado mundial cumple la misión que le ha asignado la historia. A pesar de la profunda diferencia de sus bases sociales, el estalinismo y el fascismo son fenómenos simétricos; en muchos de sus rasgos tienen una semejanza asombrosa."
El cesarismo en la Europa democrática
El caso más significativo en cuanto a la aplicación de esta teoría política en Europa es el de Francia. En este país el cesarismo se denomina bonapartismo político en referencia a la doctrina de los gobiernos de los Bonaparte, existiendo desde hace más de dos siglos.
Este sistema experimentó evoluciones naturales, con una primera fase caracterizada por un apego a la Familia Imperial así como al sistema político e institucional napoleónico, seguido de una versión más reciente que se despega de toda aspiración dinástica, no reteniendo del bonapartismo más que sus principales nociones de autoridad, pueblo o reformas sociales, sin hacer referencia a las fuentes históricas que son las experiencias de los Primero y Segundo Imperios o a los escritos de los Napoleón.
El bonapartismo francés se nutre de las nociones de orden y de la democracia, la gloria nacional, la estabilidad, la autoridad y los principios revolucionarios.
Con una existencia casi bicentenaria, aplicado desde 1796 en las campañas de Italia, no comparte las nociones fijas del tradicionalismo, como la voluntad de regresar a una edad de oro del Antiguo Régimen, voluntad de muchos realistas.
Así debe perpetuar sus principales puntos ideológicos, centrado en los principios de autoridad, democracia o progreso social, adaptándose a la vez a las circunstancias.
El bonapartismo de los años 1930, por ejemplo, centraba esencialmente su programa en la fiscalidad, en el antiparlamentarismo.
Esta teoría no tiene doctrina fija ni un sistema ideológico concreto que explique su evolución. Consiste entonces en nociones generales de una cierta filosofía política mezclado con un pragmatismo derivado de las circunstancias del momento, esgrimiendo siempre conceptos como el pueblo, la autoridad, el orden, reformas sociales justas, la estabilidad gubernamental, la gloria de Francia, un ejecutivo fuerte, etc.
El declive del cesarismo en Francia se explica por múltiples razones, en las que destaca la pérdida de originalidad ideológica y electoral con la alianza de los conservadores y los realistas a partir de 1876, la ausencia de un jefe que cubra la noción cesarista de liderazgo, así como la carencia de un pretendiente desde 1940, o la ausencia de formación claramente bonapartista desde la disolución del Partido del Llamado al Pueblo en mayo de 1940. Además la instalación definitiva de la república, su solidez y popularidad tras 1918, hizo que todo ataque político institucional no podía más que fracasar.
En 1945 el bonapartismo desapareció de la esfera política, remplazado muy pronto por Paul Reynaud. Los bonapartistas aclamarían luego en masa al general de Gaulle configurando desde 1947 a 1969 el nuevo bonapartismo, encarnado en el gaullismo.
En los años de 1970 el gaullismo ortodoxo desapareció definitivamente, y los partidarios y herederos del general, como los de los emperadores, se encontraron solos.
En la actualidad el bonapartismo moderno ha conocido una doble evolución. Por lado experimentó un reflujo de sus posiciones dinásticas, debido a la ausencia de los pretendientes, y al mismo tiempo, incidiendo en sus reflexiones doctrinales insiste en la defensa de la soberanía o soberanías nacionales y populares, argumentando la construcción tecnocrática de Europa y el alejamiento de los ciudadanos con sus élites políticas.
Movimientos contemporáneos como France Bonapartiste pretenden restaurar esos valores desde ópticas cesaristas. Se basan en la petición de un líder fuerte que sea "un soldado mariscal"[16], y restaure los valores del Imperio que la democracia ha corrompido. Estos son básicamente la ausencia de referencias históricas, culturales o morales, la pérdida de identidad y la desconfianza en los gobernantes, en el porvenir personal y de la sociedad, el atasco del ascenso social, con la crisis de la educación, que para estos grupos aseguraba la promoción de los mejores, así como el ejército donde otros talentos podían evolucionar, durante la revolución y el Imperio.
El cesarismo en el siglo XXI
El análisis del panorama político mundial en la actualidad ofrece ejemplos de figuras políticas de primer orden que gobiernan bajo ciertas pautas cesaristas. Se puede destacar la figura de Hugo Chávez en el gobierno de Venezuela como el líder que comparte más vinculaciones con el cesarismo político que se ha analizado.
El movimiento del Nuevo Socialismo Bolivariano que representa Chávez se basa en el renacimiento de la dimensión crítico-utópica de las luchas anticapitalistas, que al mismo tiempo genera los inconvenientes típicos del socialismo, como el despotismo del colectivismo burocrático del siglo XX.
En este caso se repite el esquema del origen de un liderazgo bajo formas cesaristas en sistema hegemónico y de dominación, al aparecer el agotamiento del modelo capitalista de acumulación, crecimiento y distribución, así como el planteamiento de un nuevo modelo económico-social.
El nuevo socialismo implica la superación crítica de las prácticas teóricas, políticas, económicas, jurídicas, ideológicas, estéticas, éticas y culturales, del Socialismo burocrático del siglo XX. Además interpela frente al personalismo estalinista, maoísta o el propio castrismo, que deben ser debatidos críticamente en sus relaciones con el horizonte socialista. Este sistema nace de un ocaso, a diferencia del socialismo utópico del siglo XIX, del socialismo burocrático. De este modo el mito-cesarista es parte de la falsificación histórica del Nuevo Socialismo.
El Nuevo Socialismo exige una nueva praxis revolucionaria, sustentada en concepciones pluralistas-radicales, contra-hegemónicas y nacional-populares del bien común, la justicia, la igualdad, la libertad y la liberación social. La práctica real consiste en una homogeneidad ideológica y un hegemonismo y culto al mando concentrado y centralizado.
Los movimientos de liberación nacional en la periferia capitalista, han dado paso a diferentes expresiones de bonapartismo progresivo, en los cuales, las luchas por el socialismo han degradado los principios elementales de la democracia radical y del autogobierno popular. La realidad actual de Venezuela es un esquema de gestión del poder de decisión que reproduce la forma y estado del capital. Su verticalismo, jerarquía, el culto a la eficiencia y el productivismo, así como el despojo del saber-conocimiento de la inteligencia colectiva, está implicando la sustitución de la utopía concreta de la actividad de los trabajadores libremente asociados por una sociedad administrada y tutelada despóticamente por la gran personalidad heroica, por su burocracia estatal y la nomenclatura público-privada, en forma de prebendas, privilegios y clientelas.
Conclusiones
El análisis realizado referente a la forma política del cesarismo, permite afirmar una evidente manifestación del mundo antiguo y romano en la historia más reciente. El ejemplo político de Julio César como imitación por los líderes contemporáneos, se debe a la necesidad de reproducir un modelo autoritario que permita asimismo una validación democrática del poder.
En ese sentido la forma cesarista contribuía a solucionar el problema de la legitimidad, particularmente por la forma en que tendía a conformar la relación entre los ciudadanos y el líder, a partir del hecho que estas sociedades debían consolidar formas de organización que les permitiera mediar entre el hombre común y el estado.
La evolución del cesarismo hasta la actualidad no reviste cambios significativos, si bien es cierto que la absolutización del poder en la cabeza del sistema, parece al menos contenido por la recuperación de espacios locales de participación en los cuales es posible construir una percepción más inmediata de lo político para el individuo.
A partir del análisis realizado podemos apreciar que estas formas cesaristas no solamente se refieren a esos grandes liderazgos del siglo XIX. El sistema cesarista es el origen tanto de estas formas autoritarias, conservadoras o reaccionarias y de la evolución del capitalismo mundial occidental, y por tanto, de las democracias parlamentarias actuales.
Si bien es cierto que las formas de participación política han cambiado sustancialmente, vivimos en sociedades masificadas que más que nunca requieren de la eficiencia para poder sobrevivir. La historia de Roma es el ejemplo más cercano de una civilización urbana, prospera y política, con amplias características respecto a nuestra sociedad actual. Es por ello que los modelos a imitar son tantos y pertenecen a tan variados aspectos.
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[3] CARCOPINO, Jerome (2004) Julio César: el proceso clásico de la concentración del poder. Madrid. Ediciones Rialp S. A.
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[6] SPENGLER, O. (2007) La Decadencia del Occidente. Madrid. Espasa-Calpe. (1ª ed. 1922).
[7] TROTSKY, L. (1977) La revolución traicionada, Barcelona, Fontamara (1ª ed. 1936).
[8] GRAMSCI Antonio (1987) Cuadernos de la cárcel. en PORTANTIERO, J. C. y DE IPOLA, E. Estado y sociedad en el pensamiento clásico. Antología conceptual para el análisis comparado. Buenos Aires, Cántaro. (1ª ed. 1948)
[9] WEBER, M. (1984) Economía y sociedad. Esbozo de sociología comprensiva. México. Fondo de Cultura Económica (1ª ed. 1922).
[10] MOMMSEN, Wolfgang J. (1981) Max Weber: Sociedad, política e historia. Barcelona. Alfa.
[11] MICHELS, R. Op. Cit. 7.
[12]
[13] WEBER, Max (1984) El político y el científico. Madrid. Alianza. (1ª ed. 1910).
[14] TROTSKY, L. (1995) En defensa del marxismo. Las contradicciones sociales y políticas de la Unión Soviética. Nueva York, Pathfinder. (1ª ed. 1945).
[15] TROSTKY L. Op. Cit. 5.
[16] Página virtual de France Bonapartiste. http://francebonapartiste.free.fr/
Autor:
Martín Han Stutz Lucca
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