- Presentación de los capítulos
- Comentario crítico
- Ensayo argumentativo de la importancia del derecho a la diferencia en la convivencia académica
- Notas
En el presente texto me propongo disertar sobre la temática expuesta en el libro La importancia de hablar mierda (O los hilos invisibles del tejido social), escrito por el investigador e intelectual colombiano Nicolás Buenaventura (1918-2008). Mi metodología de trabajo se desarrolla comenzando por la presentación de los capítulos del texto, para proseguir con un comentario crítico del mismo y culminar con un ensayo argumentativo sobre la importancia del derecho a la diferencia en la convivencia académica.
Presentación de los capítulos
LAS VERDADES Y LAS MENTIRAS DE MI PADRE
Según el autor, su complejo universo familiar se compone de verdades y mentiras, y son las realidades, que representan y simbolizan lo objetivo (las verdades) y lo subjetivo (las mentiras), son la razón de existir de la familia; las verdades porque satisfacen las necesidades primarias (pan, mesa y casa) y las mentiras (los relatos fabulosos del padre) porque recrean el mundo fantástico y lúdico que alimenta al espíritu.
La familia, como la primera comunidad humana, cuenta con dos sistemas de relaciones o tramas que la conforman: las verdades y las mentiras. Las verdades son el tejido de relaciones referentes a los objetos, a las cosas. Las mentiras son la red de relaciones que se refieren a los símbolos, a los objetos "simbolados". Las verdades se refieren al trabajo o a lo laboral y las mentiras al juego o lo lúdico. Las verdades corresponden a las "relaciones sociales" y las mentiras a las "relaciones sociables". Así, la familia es sociedad y sociabilidad simultáneamente.
El tejido social (la sociedad) se elabora a partir de relaciones materiales, que no se escogen o no se opta por ellas, y el entramado sociable (la sociabilidad) se construye con relaciones de libre elección. Este tipo de relaciones interactúan armónica y recíprocamente.
Las relaciones sociales y sociables conforman la cultura, fenómeno que se da al interior de una comunidad. El entramado comunitario necesita del sistema de relaciones sociales y sociables, debido a que son necesarias, primarias y determinantes. La cultura es el producto de la integración equilibrada entre trabajo y juego, entre realidad y fantasía, "entre su mundo real y su mundo simbolado".
LA HISTORIA DE LOS OBELISCOS
A partir de las postrimerías del siglo XIX cambió, para Occidente, el concepto de cultura, como despojo y acopio del patrimonio material histórico de algunos lugares del mundo, otrora bajo el dominio de los imperios, transformándose al significado de identidad.
Con el desarrollo y avance de la tecnología, la sociedad y la cultura cambian, se renuevan, pero conservando su identidad. El concepto dinámico, funcional y ligado a la vida y a la realidad presente sería la manera como dentro de una comunidad "se casan y se influyen mutuamente" los universos del trabajo y del juego, es decir, lo laboral y lo lúdico, los sistemas de relaciones sociales y sociables, el mundo de la producción y el de la recreación, el de los objetos y el de los símbolos.
EL TIEMPO TOTAL
En procura de precisar el concepto de cultura, el autor relata cómo una faena propia de la geografía llanera se convierte, al mismo tiempo, en trabajo y juego. Trabajo, conversación y juego poseen un solo tiempo, lo mismo que sociedad y sociabilidad. Así, la cultura es el vínculo entre relaciones sociales y sociables, es decir, trabajo y juego, o mundo laboral y mundo lúdico.
A pesar de que el auge de la tecnología (propia de la modernidad) ha tratado de diferenciar el arte de la industria humana, en nuestra cultura local se aprecia que es tan artista el alfarero como el artesano, la cigarrera, los músicos o los candongueros.
EL TIEMPO LIBRE
Reflexionando y comparando la cotidianidad rural y la urbana, se encuentra que mientras que el trabajo rural se combina con el juego, el trabajo urbano, dada su peculiar dinámica, no ofrece espacios para el juego, el canto y la conversación. Sin embargo, el trabajador urbano, a través del partido callejero de fútbol del mediodía, busca ganar espacios para el juego, para su dimensión lúdica, tratando de huir de la monotonía. En la cultura del tiempo libre cada uno juega su propio partido.
La cultura del tiempo libre, en el trajín de la modernidad (movida por la razón instrumental), busca ludizar el trabajo, alejando a la persona de los determinismos para que rompa con su "destino natural" y asuma su "destino individual", y de esta forma se humanice.
No obstante las numerosas luchas épicas por las reivindicaciones laborales, ha desaparecido el "poder obrero" que la "cultura del tiempo libre" pretende integrar al trabajo dentro de ésta como goce, creatividad y juego para que el disfrute de producir sea más creador que el lucrativo; es decir, el predominio de las relaciones sociables (propias de la lúdica o el juego) sobre las sociales (inherentes al trabajo).
LA IMPORTANCIA DE HABLAR MIERDA
El discurso popular debe primar sobre el discurso ritual, oficial, ajeno, lineal, inauténtico, para que la comunicación sea la palabra por la palabra, que la palabra se case con ésta y no que la palabra se case con el asunto o con la idea, que sea "hablar por hablar".
La persona se transforma cuando está disertando en una asamblea, en un evento oficial. En ese escenario inauténtico su lenguaje cotidiano (rico en léxico popular) desaparece, se oculta, para dar paso a la oratoria, al discurso coherente (pero vacío), lineal, unívoco, en el cual se opaca la amena y agradable conversación cotidiana pletórica del habla popular.
El discurso oficial es prestado, artificioso, pragmático, no comunica lo que en realidad el emisor desea comunicar, porque ese discurso no le pertenece; ése no es su lenguaje, su habla popular, llena de palabras que sirven para hablar en serio, para dialogar y para hacer de la comunicación un escenario de amor.
Es, precisamente, mediante el discurso popular, que es común, noble, generoso, horizontal, constructivo, ancho y biunívoco, como se establece una genuina comunicación humana. Es por eso que es importante hablar por hablar, "hablar mierda".
LOS CÍRCULOS DE LECTORES
Tras la popularización del libro, en el siglo XVI, el mensaje desde afuera de la comunidad, que era traído por el viajero (poseedor de la verdad), empezó a volar con sus propias alas y a no tener dueño; la noticia dejó de ser exclusiva del viajero.
Después del "segundo libro", el libro propio del lector, se crean los "círculos mundiales de lectores de la Edad Moderna", que empiezan con los lectores de la Biblia, luego siguen los del círculo de lectores de los liberales y jacobinos, y el tercero será el de los del "club socialista", los lectores del "Manifiesto del Partido Comunista". Estos círculos buscaban explicitar el mensaje que no tenía dueño, el del libro personal, el libro del lector.
EL BUEN AMOR
El derecho a ser distinto, esencia del humanismo moderno, es la síntesis de todos los derechos humanos, que giran alrededor del derecho a ser distinto. El reconocimiento de la diferencia, del ser otro, de ser tolerante, es el derecho que impera sobre los demás derechos. Opinar es el derecho a ser distinto. La privacidad, ser minoría o tener derecho a la vida, es el derecho a ser distinto.
En la ética humana, en la ética del amor, es imperativo respetar la diferencia, la opinión, la actitud y la actividad contraria de buena manera, ser tolerante, reconocer al otro como un ser distinto. El respeto por la diferencia implica respetar la libertad de cada uno, sus linderos, su pensamiento, sus palabras, sus ideas, sus gustos, sus vicios y sus virtudes, en fin, su particular estilo de vida, su peculiar ser como una totalidad.
Es necesario amar, apasionarse, interesarse e intrigarse por la diferencia. No basta con aceptar y respetar al otro como ser distinto, hay que aceptar que nos gusta, que nos atrae, que nos enamoramos de la diferencia. Con el encuentro de las relaciones sociales y sociables se busca trascender la ética del deber por la ética del amor.
Aceptar la diferencia implica aprender a escuchar al otro, palabra a palabra, e interiorizar su discurso, como el único regalo que damos al otro. La opinión contraria merece mi interés, mi respeto, mi amor, mi apropiación.
La diferencia exige oír las palabras y los silencios del otro, de mi interlocutor, en procura de facilitar, promover y posibilitar el diálogo de éste que busca luces para proseguir o esclarecer sus ideas. Oír a los demás es oírse a sí mismo. El arte de saber oír equivale al arte de amar. En este sentido hay que demostrar entusiasmo ingenuo y apasionamiento espontáneo por lo distinto, por la diferencia. Las relaciones de tolerancia y respeto mutuo llevan de la ética del deber a la ética del amor.
MAGIA Y CIENCIA
Los "sabedores populares" (los supersticiosos, los magos, los cuenteros, los creyentes de milagros, los pastores, los relatores de mitos y leyendas, los soñadores, los que también confían en el saber sistematizado) contribuyen a la conformación de la "cultura nacional colombiana", que se nutre de la integración de magia y ciencia.
Los "hombres cultos" son aquellos que, tras llegar a una región, se sintonizan con la palabra, con el habla, con las leyendas, los mitos y la fabularía propia del lugar adonde se llega; ellos son los representantes genuinos de una civilización auténtica.
Los sabedores populares configuran la naturaleza popular nuestra, eliminando los linderos entre lo que es esencial en las culturas del "tiempo total" y las del "tiempo libre". De esta manera la magia y la ciencia no se oponen sino que se colocan paralelamente.
Nuestra cultura auténticamente nacional, dual, biunívoca, se conforma de la integración armónica de los territorios de frontera (escenario de las novelas La María, La Vorágine y Cien Años de Soledad, que son "la expresión artística más totalizante de esta cultura dual colombiana"), donde se encuentran los conglomerados ricos en diversidad cultural, y los del interior o región andina, que propende que en el escenario del "tiempo libre" se de la unión del estudio y el recreo y el trabajo y el deporte. Es precisamente en esa fusión de las fronteras con el interior donde puede hallarse una auténtica "cultura nacional colombiana".
Comentario crítico
El texto se compone de ocho reflexiones y propuestas del autor, mezcladas con relatos ricos en alegorías, símiles y metáforas, a través de las cuales se tratan con habilidad y profundo conocimiento, mediante un lenguaje diáfano y ameno que facilita la comprensión de temas apasionantes y de capital importancia e interés para nosotros los educadores, como la cultura colombiana, el habla popular, el derecho a la diferencia y la sabiduría popular, entre otros.
Se desprende del texto que el autor conoce los aspectos sobre los que diserta y que ha estado inmerso en la cotidianidad rural y urbana, canteras fructíferas para la extracción del material de su trabajo investigativo y reflexivo, orientado a nutrir el amplio y complejo universo de nosotros los educadores, que con profundo regocijo pondremos nuestro esfuerzo para apropiarnos de la sabiduría allí vertida como un recurso pedagógico para implementarlo en el quehacer académico en procura de que los estudiantes entiendan el concepto de cultura, tal como lo define el autor, aprendan a conocer y aceptar el reconocimiento de las diferencias y establecer vínculos comunicativos en donde los interlocutores sean escuchados, comprendidos y reconocidos como personas con ideas, pensamientos y opiniones contrarias a las nuestras, pero que, por su validez, merecen la generación de espacios para la convivencia armónica y pacífica. Es por eso que espero que "sus enseñanzas se traduzcan en motivo de profundas reflexiones" (p. 8) en mi desempeño docente.
Así como reconozco que las reflexiones del autor son claras, también acepto que algunas de sus ideas no siguen una secuencia lineal sino que hay que realizar un esfuerzo para "cazarlas" porque se encuentran dispersas y hasta veladas. Pero esta pequeña "dificultad" no le resta ímpetu y profundidad al texto ni a las reflexiones y a las propuestas que su autor acomete.
Los frecuentes relatos que enriquecen el escrito son agradables, sencillos y muy elocuentes. En ellos se percibe la espontaneidad, el mundo fantástico y lúdico, la creatividad, el ingenio, la sencillez y la sabiduría de las personas que habitan en el sector rural.
El rico universo del autor me llevó por los apasionantes senderos, alumbrados por sus reflexiones, sus ideas, sus pensamientos, su temática, su cosmovisión y su particular manera de percibir, interpretar y sistematizar la realidad desde su doble dimensión de intelectual y de educador, y con meridiana claridad me introdujeron en la definición del complejo (y a veces ambiguo) concepto de cultura, la armonía entre trabajo y juego como el entramado de relaciones sociales y sociables, la cultura como identidad, la conversión del trabajo en lúdica, el rescate de la dimensión lúdica del tiempo libre, la diferencia entre el discurso popular y el discurso oficial, el reconocimiento del derecho a ser diferentes como esencia del humanismo moderno, y la sabiduría popular en su relación magia y ciencia.
A juzgar por los primeros párrafos de Las verdades y las mentiras de mi padre, pareciere que la verdad sólo se encuentra en lo objetivo, en lo concreto: pan, mesa y casa; es decir, en la satisfacción de las necesidades primarias. Y la fantasía en las mentiras, en las fabulaciones, como algo que merece ser practicado. ¿Acaso esto haría de la verdad algo meramente utilitario y pragmático? Encuentro en las historias de la tempestad y de las yucas (páginas 10 y 11) cierto tinte "garciamarquiano" (más evidente en "la historia de las yucas") como el que encontramos en Cien Años de Soledad: "Un hilo de sangre salió por debajo de la puerta, atravesó la sala, salió a la calle, siguió en un curso directo por los andenes disparejos, descendió escalinatas y subió pretiles, pasó de largo por la calle de los Turcos, dobló una esquina a la derecha y otra a la izquierda, volteó en ángulo recto frente a la casa de los Buendía, pasó por debajo de la puerta cerrada, atravesó la sala de visitas pegado a las paredes para no manchar los tapices, siguió por la otra sala, eludió en una curva amplia la mesa del comedor, avanzó por el corredor de las begonias y pasó sin ser visto por debajo de la silla de Amaranta…" (GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel. Cien Años de Soledad. Oveja Negra, Bogotá, 1982, p. 132).
La forma en que el autor define la "cultura" reforzó mi vaga idea de este término tan polisémico. Al referirse a ésta "a la manera como se logran integrar en una comunidad los dos sistemas de relaciones que la conforman, es decir, la sociedad y la sociabilidad" nos muestra que "la cultura está al interior de la comunidad" (p. 14), y que dentro de ésta "existe un entramado complejo de relaciones humanas" (p. 15). Consciente de esta realidad, es responsabilidad de los educadores propiciar espacios para que los estudiantes dialoguen con argumentos, se comuniquen de manera biunívoca, hallen en la palabra su dimensión comunicativa y una forma de convivencia armónica, reconozcan sus dimensiones lúdicas, y desarrollen habilidades de interacción e interrelación amena y cordial a partir del reconocimiento y aceptación de las diferencias.
A pesar de que todas las reflexiones son interesantes, me llamaron profundamente la atención las de La importancia de hablar mierda y la de El buen amor, porque éstas son un llamado a los educadores para que generemos espacios de auténtica comunicación con nuestros alumnos y entendamos que las opiniones de éstos también merecen nuestro respeto, tolerancia y aceptación como fundamento esencial del derecho a la diferencia.
Así parezca que las reflexiones no tienen relaciones de sucesión o de continuidad entre ellas, se puede colegir que están ligadas con hilos e ideas invisibles y casi "imperceptibles". En las tres primeras y en la última (por citar un sólo ejemplo) es evidente la definición y precisión del concepto de "cultura", pero éste continúa presente en las demás, a pesar de que no se profundice de manera taxativa en él. Al fin y al cabo las alusiones como "la cultura del tiempo libre", "el discurso popular", "la cultura humana", "la formación de una cultura" y otras más consignadas dentro del texto tienen relación con dicho tema, tan amplio y rico en matices. El autor precisa que "el concepto de cultura" era la meta que más importaba "en el presente texto".
Disintiendo un poco del autor, pienso que algunos discursos "oficiales" no siempre son uniformes, lineales, filudos, parejos y unidimensionales. A veces comunican, informan y generan espacios amenos y hasta lúdicos, mientras que ciertos discursos populares, por acudir al lenguaje vulgar, podrían incomodar e incomunicar a un receptor que sólo se limite a oír una conversación popular recargada de "palabras vulgares".
No logré establecer alguna relación entre los números 108 y 109, reiterados con frecuencia en el texto. Si ocultan un velado simbolismo no pude descubrirlo. ¿Tendrán alguna finalidad o serán simples caprichos inconscientes del autor?
Ensayo argumentativo de la importancia del derecho a la diferencia en la convivencia académica
Teniendo en cuenta algunos aspectos tratados en el libro citado defiendo la tesis de que el derecho a la diferencia es un elemento importante e indispensable para la convivencia en el ámbito académico.
En nuestra región es frecuente que se presenten constantes roces o enfrentamientos entre los docentes y los discentes que en algunas ocasiones alteran la cotidianidad académica. Estos conflictos tienen su origen, en la mayoría de los casos, en la evidente falta de tolerancia tanto de profesores como de estudiantes. Antes de ceder en sus obcecadas posiciones, obnubilados por su arrogancia, prepotencia y arraigado hábito de "tener siempre la razón", optan por el atropello, el agravio, la agresividad o la imposición de sus opiniones como una manera, en apariencia, expedita de solucionar los conflictos.
Ese ambiente de confrontaciones impide el normal desarrollo de la dinámica educativa, por cuanto se suscitan resentimientos y animadversiones como secuela de los conflictos inadecuadamente resueltos. Es así como el estudiante puede desmejorar su rendimiento académico, desatendiendo su quehacer debido a los temporales sentimientos antagónicos en contra del educador. En esa dialéctica podría ocurrir que los dos trataran de "hacerse la vida imposible".
Es común que las desavenencias o los conflictos se presenten con mayor frecuencia entre los estudiantes, producto de su inmadurez y de su falta del reconocimiento de las diferencias. Esta es una realidad que viene generando múltiples inconvenientes que afectan profundamente la convivencia armónica y pacífica no sólo en el universo intraacadémico sino en el mundo de las relaciones extraacadémicas. Como es bien sabido, en algunos colegios se han presentado agresiones con armas cortopunzantes. Esas dificultades, que surgen por el desconocimiento del derecho a la diferencia y del respeto por los demás, también trastornan la dinámica de trato y comunicación, en la mayoría de los casos, entre los padres y hermanos de los discentes involucrados en los conflictos.
Son estas las razones que hacen necesaria la implementación de la cultura del respeto por lo distinto, por la diferencia, por los demás, que es un postulado democrático que facilita la convivencia. El derecho a la diferencia, tratado por el profesor Nicolás Buenaventura en una parte del libro que me ocupa, es una herramienta que propicia la convivencia democrática. La enorme dimensión de este derecho abarca el respeto por las ideas ajenas, por el pensamiento divergente, por "la libertad de expresar y difundir su pensamiento y opiniones"1, por el derecho de escoger nuestro propio yo, aunque ese yo sea diferente del yo de los demás, por el derecho a sentir lo que sentimos, aunque esos sentimientos sean desaprobados por los demás, por el derecho de decidir, de desarrollarnos y de vivir congruentemente con nosotros mismos y de compartir sin justificación.
Reconocer y respetar el derecho a la diferencia implica entender al "otro", reconocerlo, tolerarlo y aceptarlo como es; sin tratar de cambiarlo, sin pretender que sea como nosotros, que piense y actúe como nosotros. Es aprender a valorar la diferencia como una ventaja que nos permite ver y compartir otros modos de pensar, de sentir y de actuar. Es valorar la vida del otro como mi propia vida.Comparto el punto de vista del filósofo Estanislao Zuleta porque identifica democracia con el derecho a la diferencia, "la esencia misma del humanismo moderno"2 y no reconoce la democracia como el gobierno de la mayoría, sino como el "derecho del individuo a diferir contra la mayoría; a diferir, a pensar y vivir distinto, en síntesis, al derecho a la diferencia".3 El mismo Voltaire, desde el siglo XVIII, nos invitaba a la práctica de la tolerancia, porque "no hay ninguna ventaja en perseguir a aquellos que no son de nuestra opinión y en hacernos odiar de ellos".4 Ésta, como actitud y comportamiento, individual, social o institucional, caracterizado por la consciente permisividad hacia los pensamientos y acciones de otros individuos, sociedades o instituciones, se relaciona estrechamente con la democracia y la libertad. Precisamente, Colombia, como "Estado social de derecho"5 y República "democrática, participativa y pluralista",6 debe ser el escenario propicio para que la comunidad sea tolerante tal como lo contempla el derecho a la diferencia.
El derecho a la diferencia se relaciona con la alteridad, la cual no sólo reconoce al otro como diferente sino como distinto. Reconocer al otro como persona implica intentar descubrir el sentido de lo que hace y soporta, de lo que parece pasarle, de lo que lo perturba, de lo que lo hace sentirse incómodo o de mal humor, y tomar conciencia de que compartimos un mundo común como posibilidad del nosotros. "El reconocimiento de la alteridad facilita la coexistencia entre la extrema rareza y la reciprocidad. El temor del primer contacto, contrariamente a nuestra expectativa, no elimina al otro sino que lo refuerza en su ser".7 La alteridad supone aceptar la existencia del otro como diferente, opuesto o contrario.
La práctica cotidiana del derecho a la diferencia permitirá la generación de nuevos espacios de tolerancia para que mejore la convivencia en la vida académica, por cuanto se propiciarán escenarios de respeto por las ideas, los pensamientos, las actitudes, las conductas, los ademanes, las opiniones y la cosmovisión de profesores y alumnos. En nuestra convivencia tenemos que aceptar que no existen rivales o enemigos, sino interlocutores válidos que piensan, sienten y actúan en forma diferente. Pareciere que muchos piensan que los demás no son personas para amar sino competidores a los que hay que ganarles y hay que tumbar. Esta actitud debe superar en el escenario de una convivencia tolerante. De esta manera, además del evidente progreso en las relaciones interpersonales y la disminución de los conflictos, se abrirán escenarios para la comunicación asertiva, empática, biunívoca, es decir, una dialéctica, entendida como el arte de dialogar, argumentar y discutir, en donde los interlocutores experimenten un acto comunicativo que sea intercambio recíproco y armónico de mensajes y no un canje de agravios.
Lo anterior podría posibilitar que el estudio se ludizara, es decir, que la tediosa actividad académica se fusionara con el juego hasta perder sus linderos naturales, porque "lo primero que nos enseña la escuela nuestra es a separar el disfrute del trabajo, y el estudiante del saber", señala Estanislao Zuleta, con quien comparto su opinión, y agrega que "existe el tiempo de clase, que es el tiempo obligatorio y aburrido, y el tiempo del recreo".8 Así, cuando el estudiante ingresa al mundo educativo no sólo adquiere conocimientos sino que aprende que estudiar es lo contrario de gozar, de jugar, de disfrutar, de estar contento. De la misma forma se facilitaría una comunicación en donde profesores y estudiantes acudieran al discurso popular como una manera de comprenderse mejor. Incluso los educadores serían más asertivos y no sólo escucharían a sus alumnos, sino que los oirían horizontalmente y no verticalmente, sin las incómodas apariencias jerárquicas y prepotentes del "yo ordeno", "yo decido", "yo enseño", "yo someto". Entonces estaríamos atendiendo el llamado del aludido Nicolás Buenaventura que nos recomienda oír a los demás, "porque oír horizontalmente a aquellos que están en nuestro propio nivel social es un poco oírse a sí mismo".9 Esto permitiría que los actores del acto educativo le arrancaran instantes de creatividad y fantasía, de lúdica, a la monótona y mecánica jornada escolar, debido a que "los niños aprenden más y a mayor velocidad si se les educa en un ambiente distendido que favorezca la risa y la comunicación"10
Notas
1 Constitución Política de Colombia, art. 20
2 BUENAVENTURA, Nicolás. La Importancia de Hablar Mierda. Cooperativa Editorial Magisterio, Bogotá, 1996, p 65.
3 ZULETA Estanislao. Educación y Democracia, un campo de combate. Corporación Tercer Milenio, Bogotá, 1995, p. 75.
4 VOLTAIRE. Tratado sobre la Tolerancia. www.libro.dot.com p.49.
5 Constitución Política de Colombia, art. 1.
6 Ibídem.
7 THEODOSIADIS, Francisco. Alteridad, ¿la (des) construcción del otro? Cooperativa Editorial Magisterio, Bogotá, 1996, p. 41.
8 GRUESO, Delfín Ignacio. Conversaciones con Estanislao Zuleta. Fundación Estanislao Zuleta, Bogotá, 1997, p. 81.
9 BUENAVENTURA, Nicolás. Ob. cit. P. 72.
10 ALCALDE, Jorge. En busca de la energía vital. Revista Muy Interesante, p. 31
Autor:
Luis Angel Rios Perea