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INMIGRACION Y LITERATURA


    1. Aceptacion
    2. Intolerancia
    3. El 80
    4. En el siglo xx
    5. Notas

    En esta monografía me refiero a las actitudes que los argentinos tuvieron para con los inmigrantes que llegaron a nuestro país entre 1870 y 1950, tomando como fuente libros, material periodístico y relatos al respecto.

    Marcelo Bazán Lascano señala que la Ley Avellaneda, de 1876, proporciona la definición de inmigrante. Distingue "entre los inmigrantes ‘sensu stricto’, o sea los que venían con pasaje de segunda o tercera clase por cuenta del gobierno u otras entidades, y los que entre el 25 de mayo de 1810 y el presente han arribado a nuestro territorio a su costa, como polizones o en cualquier otra forma clandestina o ilegal. Podría sostenerse, pues, que los segundos son, prima facie, definibles como inmigrantes ‘lato sensu’, aunque hubieran venido en primera clase y aunque lo hubiesen hecho con bienes de fortuna y hasta con títulos nobiliarios"(1). Cabe destacar que –a criterio de Andrew Graham Yooll- "los británicos se negaron tenazmente a ser categorizados como inmigrantes, lo que significaba un descenso en la clase social" (2)

    ¿Qué sucedió con los inmigrantes que llegaron a la Argentina? ¿Fueron aceptados o rechazados? La actitud que toman no será la misma, según el inmigrante sea anglosajón o italiano y español, y según la clase social a la que pertenezcan nativos y extranjeros. Aún dentro de la clase dirigente hay divergencia: mientras que Cané (3) y Cambaceres (4) alertan sobre el peligro de la inmigración, Ocantos (5) y Zeballos (6) la ven positiva. Los personajes de Fray Mocho entablan con el inmigrante una relación cordial; los criollos de Arias y Burgos lo aborrecen.

    ACEPTACION

    En "La formación de una raza argentina", José Ingenieros se alegra de la adaptación al medio geográfico que se verifica en los inmigrantes: "Las variedades de la raza europea aquí trasplantadas sienten ya, en sus hijos argentinos, los efectos de la adaptación a otro medio físico, que engendra otras costumbres sociales. Los Andes, la Pampa, el Litoral, el Atlántico, la Selva, el Iguazú, son cosas nuestras, y solamente nuestras. Viviendo junto a ellas, las razas blancas inmigradas adquieren hábitos e ideas nuevas, hasta engendrar una variedad, distinta de las originarias" (7).

    En una geografía tan vasta, se encontraban inmigrantes procedentes de diversas latitudes. "’La creencia en que la Argentina era un crisol de razas nunca tuvo el ciento por ciento de adhesión, pero fue una creencia eficaz: sirvió para que los extranjeros se sintieran argentinos’, asegura el antropólogo Pablo Semán, especialista en el tema" (8).

    La integración entre argentinos y extranjeros suele lograrse armoniosamente. Tal es lo que narra Jorge Luis Borges en "El sur": "El hombre que desembarcó en Buenos Aires en 1871 se llamaba Johannes Dahlmann y era pastor de una iglesia evangélica; en 1939, uno de sus nietos, Juan Dahlmann, era secretario de una biblioteca municipal en la calle Córdoba y se sentía hondamente argentino. Su abuelo materno había sido aquel Francisco Flores, del 2 de infantería de línea, que murió en la frontera de Buenos Aires, lanceado por Catriel; en la discordia de sus dos linajes, Juan Dahlmann (tal vez a impulso de la sangre germánica) eligió el de ese antepasado romántico, o de muerte romántica" (9).

    Ante la creciente transformación que se va operando en los jóvenes, escribe Alberto Gerchunoff en Los gauchos judíos: "Bajo el alero, donde se guardan las herramientas, Rebeca se sienta, revuelto el cabello por la siesta, y saluda con voz ronca. Jacobo, cansado del caballo, afila la daga en el alambre del corral, y al oír a Rebeca, comienza a cantar como Remigio: Pensamiento mío… Vidalitá" (10).

    En sus páginas autobiográficas, se describe a sí mismo vestido a la usanza de la nueva tierra: "como todos los mozos de la colonia, tenía yo aspecto de gaucho. Vestía amplia bombacha, chambergo aludo y bota con espuela sonante. Del borrén de mi silla pendía el lazo de luciente argolla y en mi cintura, junto al cuchillo, colgaban las boleadoras". En la colonia entrerriana a la que se trasladan luego de que el padre es asesinado, manifiesta un profundo gusto por el folklore: "En Rajil fue donde mi espíritu se llenó de leyendas comarcanas. La tradición del lugar, los hechos memorables del pago, las acciones ilustres de los guerreros locales llenaron mi alma a través de los relatos pintorescos y rústicos de los gauchos, rapsodas ingenuos del pasado argentino, que abrieron mi corazón a la poesía del campo y me comunicaron el gusto de lo regional, de lo autóctono, saturándome de esa libertad orgullosa, de ese amor a lo criollo, a lo nativo que debió, más tarde, fijar mi inclinación mental. En aquella naturaleza incomparable, bajo aquel cielo único, en el vasto sosiego de la campiña surcada de ríos, mi existencia se ungió de fervor, que borró mis orígenes y me hizo argentino" (11).

    En su libro, María Arcuschín refleja la gratitud de los ucranios: "¡No olvides que estamos en América! –dice uno de los personajes-. Acá vivimos en paz. Nuestros hijos pudieron haber nacido allá. Pudieron haber sido esclavos. En cambio hoy son libres. Son el futuro de este país hospitalario que recibió a sus padres" (12).

    Darío Lamazares, representante legal del Instituto Santiago Apóstol, llegó a la Argentina a los catorce años: "Fui un autodidacta, me formé en la calle, y como la mayoría de mis compatriotas sufrí la falta de instrucción. Este país nos dio todo, los mismos derechos que sus hijos, y la escuela es una forma de pagar esa deuda" (13).

    A la vez, los argentinos recibimos el aporte de esos inmigrantes. Lo dice Yvonne Fournery, guionista del documental periodístico "La otra tierra": "La ideología, tanto en la primera oportunidad, en los ’80, como ahora, fue la misma, o sea, no poner el acento para nada en la colectividad o comunidad, sino en la síntesis de las culturas. Es decir, hacer hincapié en el aporte que significó a nuestra identidad esa cultura. Lo cual enriquece al programa, lo hace mucho más vivo y mucho más real. De lo contrario, se transforma en una cosa… te diría que pintoresca o turística… y no es ésa la intención" (14).

    El casamiento es una de las formas en las que el inmigrante se integra a la nueva sociedad. En un texto de Fray Mocho vemos a dos argentinas intentando una alianza matrimonial con un inmigrante, mas la misma no se da porque el italiano declara estar casado ya en su país (15).

    Sabemos que muchos extranjeros regresaron a sus patrias, pero otros dejaron atrás su pasado y crearon familias con mujeres de nuestra tierra. Alrededor de esta situación gira la existencia del protagonista de El mar que nos trajo, de Griselda Gambaro, quien se ve obligado a regresar a su país de origen (16), y del abuelo de la lombarda Laura Pariani, quien abandona a su familia italiana, y forma una familia nueva con una mapuche (17).

    Haberse casado con alguien con una historia distinta, puede volver difícil la convivencia. En Cuando el tiempo era otro, escribe Gladys Onega: "otro dolor eran las peleas entre mis padres, y que además los chicos magnificábamos. Estaba el choque de culturas entre un gallego y una criolla que nunca pudo entender la cultura gallega" (18).

    INTOLERANCIA

    En Aventuras de Edmund Ziller, Pedro Orgambide define al xenófobo como el "sujeto de apariencia normal que odia a los extranjeros" y que "suele creer que los judíos adoran la cabeza de chancho y que los negros son una raza inferior, y que Dios estaba pensando en su pinche país cuando creaba el Universo" (19).

    En "La Argentina racista", "el escritor Pedro Orgambide analiza el costado más intolerante de los argentinos. Y describe cómo han ido cambiando a lo largo de la historia los destinatarios de la discriminación: el indio y los mestizos, primero, luego los españoles, italianos y judíos que llegaron a nuestras tierras y ahora los inmigrantes de los países limítrofes" (20).

    Félix Luna explica en un reportaje las razones de esta reacción: "Se había soñado con una inmigración ideal: anglosajona, o franceses de clase más o menos alta, casos que fueron excepcionales. En cambio, los que vinieron fueron en su inmensa mayoría inmigrantes pobres, personas provenientes de zonas más atrasadas de Europa, de España e Italia, fundamentalmente, que huían de la miseria. Por eso, el tipo de inmigración provocó alguna resistencia y, diría, determinados rezongos en gente como Sarmiento, que en algún momento se manifestó con criterios antisemitas" (21).

    Una Noticia de la Defensoría del Pueblo acerca de la discriminación de los extranjeros latinoamericanos en 2000, afirma que "Los argumentos son viejos. Podría decirse que comenzaron a utilizarse en los últimos años del siglo anterior, cuando se responsabilizaba a los inmigrantes de origen europeo de haber traído al país ideas disolventes. Con esa excusa se dictó la ley de residencia que autorizaba a expulsar a aquellos extranjeros que desarrollaran actividades sindicales y políticas" (22).

    El 80

    María Esther de Miguel evoca, en Un dandy en la corte del rey Alfonso, la actitud de los hombres del 80 ante el aluvión inmigratorio. Se trataba de "una tanda de hombres intelectuales y bien pensantes que pasarían a la historia, según decían, porque se dedicaban a ser diplomáticos, escribir libros interesantes y sacar adelante el país, sobre todo por el esfuerzo de los inmigrantes que habían llegado para ‘laburar’, como decían ellos. Aunque los habían confinado en fábricas, saladeros y conventillos, los pobres se manejaban bien y sacrificadamente, y no pasaría mucho tiempo sin que la mayoría de ellos tuvieran, de acuerdo a los sueños que los habían transportado a América, ‘m’hijo el dotor’ " (23).

    Eugenio Cambaceres parece ajustarse a la definición que da Orgambide. El hombre del 80 dejó en su novela En la sangre testimonio de su repudio a los extranjeros, a quienes veía como una fuerza poderosa y nociva para la nación. Cuando el protagonista busca ascender socialmente, el autor se indigna: "Pero cómo, siendo quien era, iba a atreverse él, con el padre que había tenido, con la madre, una italiana de lo último, una vieja lavandera!" (24).

    A partir de la comparación de un pasaje de En la sangre referido al italiano y uno de Sin rumbo referido a un mestizo, afirma Gladys Onega: "Por la confrontación de ambos ejemplos deducimos que la xenofobia fue sólo una de las formas que tomó en la elite el prejuicio racial, siempre en su propia defensa; a un objeto se agregó otro, pero el desprecio por el inmigrante es el mismo que se tuvo hacia el gaucho, en cuanto ambos provocaron sucesivamente la alarma, y resulta evidente que Cambaceres no se preocupa por disimularlo con elegías" (25).

    En el prólogo a su novela ¿Inocentes o culpables?, Antonio Argerich manifiesta: "me opongo franca y decididamente a la inmigración inferior europea, que reputo desastrosa para los destinos a que legítimamente puede y debe aspirar la República Argentina; (…) La intromisión de una masa considerable de inmigrantes, cada año, trae perturbaciones y desequilibra la marcha regular de la sociedad, -y en mi opinión no se consigue el resultado deseado, esto es, que se fusionen estos elementos y que se aumente la población. En efecto, si buscamos unidad, sería importante encontrarla: se habla de colonias aun aquí mismo en la Capital de la República y ya tenemos los oídos taladrados de oír hablar de la patria ausente, lo que implica un estravío moral y hasta una ingratitud, inspirada, muchas veces, por el interés que azuza un sentimiento exótico y apagado para que se ame a una madrastra hasta el fanatismo".

    Argerich sostiene que "para mejorar los ganados, nuestros hacendados gastan sumas fabulosas trayendo tipos escogidos, -y para aumentar la población argentina atraemos una inmigración inferior. ¿Cómo, pues, de padres mal conformados y de frente deprimida, puede surgir una generación inteligente y apta para la libertad? Creo que la descendencia de esta inmigración inferior no es una raza fuerte para la lucha, ni dará jamás el hombre que necesita el país". Considera que "tenemos demasiada ignorancia adentro para traer todavía más de afuera" y que "es deber de los Gobiernos estimular la selección del hombre argentino impidiendo que surjan poblaciones formadas con los rezagos fisiológicos de la vieja Europa" (26).

    La intolerancia se hizo ver en una circunstancia desgraciada: "La gran epidemia de fiebre amarilla de 1870 es uno de los episodios que conserva vívidamente nuestra memoria nacional. Menos conocido es que la inmensa mayoría de las víctimas del ‘vómito negro’ y del terror subsiguiente fueron los inmigrantes" (27). "Se culpó de la epidemia a los inmigrantes italianos y se los expulsó de sus empleos. Recorrían las calles sin trabajo ni hogar; algunos, incluso, murieron en el pavimento" (28).

    Ocantos no se cierra a la postura común en su época, que consistía en combatir la inmigración. El advierte los rasgos buenos en los criollos y en los inmigrantes, y también sabe ver en ambos grupos los procederes que evidencian la decadencia moral y que llevan a una existencia desgraciada o, incluso, a la muerte. En Quilito escribe que la ola de la emigración europea nos aporta periódicamente lo bueno y lo malo, afirmación que indica una amplitud de criterio que muchos de sus coetáneos no poseen (29).

    Para Estanislao Zeballos, tanto los nativos como los extranjeros se benefician con la apertura a la inmigración, ya que "un colono colocado es una fuente de riqueza privada y de renta pública". Condena "el sistema de promover y reclutar oficialmente la inmigración" y se muestra a favor de "estimular la inmigración espontánea", la que "se mueve por sí misma y paga su viaje, atraída por noticias adquiridas de las ventajas que le proporcionará nuestro teatro de trabajo, ó decidida por consejos o proposiciones y aun contratos que le brindan sus parientes y amigos establecidos felizmente en la República" (30).

    EN EL SIGLO XX

    Uno de los líderes criollistas que Leopoldo Marechal crea en Adán Buenosayres, expresa su punto de vista acerca de las consecuencias de la inmigración: "La devoción al recuerdo de las cosas nativas –tartamudeó Del Solar, pálido como la muerte- es lo único que nos va quedando a los criollos, desde que la ola extranjera nos invadió el país. ¡Y son los mismos extranjeros los que se burlan de nuestro dolor! ¡Si es para llorar a gritos!. (…) Es verdad que la ola extranjera nos metió en la línea del progreso. En cambio, nos ha destruido la forma tradicional del país: ¡nos ha tentado y corrompido!". Adán Buenosayres, en cambio, piensa "que nuestro país es el tentador y el corruptor, que el extranjero es el tentado y el corrompido". El filósofo villacrespense Samuel Tesler, exclama: "Estoy harto de oír pavadas criollistas (…). Primero fue la exaltación de un gaucho que, según ustedes y a mí no me consta, haraganeó donde actualmente sudan los chacareros italianos" (31).

    La confrontación entre extranjeros y nativos en las actividades rurales aparece en varias novelas. Abelardo Arias escribe, en Alamos talados, que don Ramón Osuna sentía un "desprecio soberano por los gringos, como él llamaba a cuantos no hablaran el castellano. Desprecio que alcanzaba a toda idea que de ellos proviniera. No quiso alambrar su estancia; sembrar era cosa de gringos y nunca el arado rompió sus tierras" (32). Fausto Burgos, en El gringo, reitera a lo largo de la novela la acusación que los nativos hacen a los extranjeros: "’¿No son ustedes los que nos vienen a quitar la tierra y el vino y el pan y todo? Los peones blancos miran con cariño y con lástima a quien esto dice y comentan: ‘Povero nero’, ‘povero chino’, ‘é una bestia’" (33).

    Guillermo Saccomanno, autor de El buen dolor, afirma en un reportaje que "Aquellos tanos y gallegos que venían con una mano atrás y otra adelante también eran segregados" (34). Orlando Barone, en "El avance de la intolerancia aldeana", narra que algunos italianos segregaban a sus mismos compatriotas, los que, a su vez, segregaban a los provincianos: "Mucha gente antiperonista, entre ellos mi abuelo, inmigrante del sur de Italia, se refería con desdén a los ‘cabecitas negras’ venidos del interior y adictos al gobierno. Nunca entendí, después, por qué mi abuelo que para los italianos prósperos del norte era despectivamente uno de tantos africani del sur, discriminaba a los correntinos que trabajaban con él en el puerto. Al lado de su ataúd al morir, estaban sus dos amigos entrañables: uno era de su tierra y el otro era de Corrientes" (35).

    En 1945, Gerchunoff ya no siente el optimismo de los primeros años del siglo. Escribe en "El crematorio nazi en los cines de Buenos Aires": "Yo vivo siempre en un campo de concentración, pues todo judío, por más que ame a su país y por bien que le sirva, con su corazón y con su cabeza, resulta, para una parte de los que lo pueblan y lo gobiernan a menudo, carne de sus empresas inquisitoriales" (36).

    La literatura ha encontrado una salida para estos planteos. En el cuento "El ancestro", Jorge Torres Zavaleta brinda un enfoque acertado de la cuestión, en el cual nativos e inmigrantes quedan hermanados por un mismo origen (37).

    NOTAS

    (1) Bazán Lascano, Marcelo: en La Nación, Buenos Aires, 19 de diciembre de 1999.

    (2) S/F: "Los ingleses en la Argentina", en Clarín, Buenos Aires, 18 de diciembre de 2000.

    (3) Cané, Miguel: Prosa ligera. Buenos Aires, La Cultura Argentina, 1919.

    (4) Cambaceres, Eugenio: En la sangre: Buenos Aires, Plus Ultra, 1968.

    (5) Ocantos, Carlos María: Quilito. Madrid, Hyspamérica, 1984.

    (6) Zeballos, Estanislao: La rejión del trigo. Madrid, Hyspamérica, 1984.

    (7) Ingenieros, José: "Ensayo de identidad", en Clarín, Buenos Aires, 27 de febrero de 2000.

    (8) Rocco-Cuzzi, Renata: "Mitos del granero del mundo", en Clarín, Buenos Aires, 26 de marzo de 2000.

    (9) Borges, Jorge Luis: "El sur", en Ficciones. Buenos Aires, Sur, 1944.

    (10) Gerchunoff, Alberto: Los gauchos judíos, en Historia de la Literatura Argentina. Buenos Aires, CEAL, 1980.

    (11) Gerchunoff, Alberto: "Autobiografía", en Alberto Gerchunoff, judío y argentino. Selección y prólogo de Ricardo Feierstein. Buenos Aires, Milá, 2001.

    (12) Arcuschín, María: De Ucrania a Basavolbaso. Buenos Aires, Marymar, 1996.

    (13) Beltrán, Mónica: "La primera escuela gallega que enseña a chicos argentinos", en Clarín, Buenos Aires, 25 de abril de 1999.

    (14) Ceratto, Virginia: "Yvonne Fournery. ‘ La indiferencia, en un 94%, es falta de conocimiento’ ", en La Capital, Mar del Plata, 18 de marzo de 2001.

    (15) Alvarez, Sixto (Fray Mocho): Cuentos. Buenos Aires, Huemul, 1966.

    (16) Gambaro, Griselda: El mar que nos trajo. Buenos Aires, Norma, 2001.

    (17) Patat; Alejandro: "El país de los sueños perdidos", en La Nación, Buenos Aires, 28 de abril de 2002.

    (18) Duche, Walter: "Todos tenemos derecho a escribir nuestra historia", en La Prensa, Buenos Aires, 18 de julio de 1999.

    (19) Orgambide, Pedro: Aventuras de Edmund Ziller. Buenos Aires, Editorial Abril, 1984.

    (20’) S/F, en Orgambide, Pedro: "La Argentina racista", en Clarín Viva, 27 de agosto de 2000.

    (21) Gilbert, Abel: Buenos Aires no es sólo Puerto Madero", en La Nación, Buenos Aires, 14 de febrero de 1999.

    (22) Noticias de la Defensoría del Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires: "Los culpables de todo. La historia se repite", en Centenario, Buenos Aires, Junio 2000.

    (23) Miguel, María Esther de: Un dandy en la corte del rey Alfonso. Buenos Aires, Planeta, 1999.

    (24) Cambaceres, Eugenio: op. cit.

    (25) Onega, Gladys: La inmigración en la literatura argentina (1880-1910). Rosario, Facultad de Filosofía y Letras, 1965.

    (26) Argerich, Antonio: ¿Inocentes o culpables?. Madrid, Hyspamérica, 1984.

    (27) Zengotita, Alejandro Ulises: "Los inmigrantes", en Revista Mayores, Año II, N| 11, 1994.

    (28) Scenna: El día que murió Buenos Aires, citado por Zengotita.

    (29) Ocantos, Carlos María: op. cit.

    (30) Zeballos, op. cit.

    (31) Marechal, Leopoldo: Adán Buenosayres. Buenos Aires, Sudamericana, 1970.

    (32) Arias, Abelardo: Alamos talados. Buenos Aires, Sudamericana, 1990.

    (33) Burgos, Fausto: El gringo. Buenos Aires, Ediciones Tor, 1935.

    (34) Chiaravalli, Verónica: "Un corazón tomado por la memoria", en La Nación, Buenos Aires, 15 de agosto de 1999.

    (35) Barone, Orlando: "El avance de la intolerancia aldeana", en La Nación, Buenos Aires, 13 de febrero de 2000.

    (36) Gerchunoff, Alberto: "El crematorio nazi en los cines de Buenos Aires", en Alberto Gerchunoff, judío y argentino.

    (37) Torres Zavaleta, Jorge: "El ancestro", en El hombre del sexto día. Buenos Aires, Orión, 1977.

     

     

     

     

    Trabajo enviado por

    Lic. María González Rouco

    Licenciada en Letras UNBA, Periodista Profesional Matriculada