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Relativizando el relativismo (página 2)

Enviado por José López


Partes: 1, 2, 3

Es muy difícil, sino imposible, explicarse, cómo personas como Marx y Engels, como tantos otros, que no eran proletarios, que eran intelectuales burgueses, lucharan tanto por los intereses del proletariado, es decir, "casualmente", por los intereses de las clases más desfavorecidas, por los intereses de la humanidad entera, sin recurrir a conceptos, tan denostados en ciertos círculos "marxistas", como la ética, el bien o la utopía. Es muy difícil explicarse la lucha personal de Marx y Engels, que les imposibilitó una cómoda vida acorde con su posición social (ellos tuvieron que exiliarse, cual nómadas, a diversos países por la persecución a la que fueron sometidos, se enfrentaron al orden establecido, una de las luchas más duras y difíciles habidas y por haber), simplemente por su mero interés "científico". ¡Como si no hubiera muchos científicos o intelectuales que hacen la vista gorda ante el derrotero de los acontecimientos y se refugian en sus laboratorios o cátedras particulares! Aunque Marx y Engels repudien la moral o la ética, (si es que así fue, lo cual es muy discutible) fueron, en la práctica, algunos de sus mejores "apóstoles" en los tiempos modernos.

También, como ya expliqué en otros escritos míos, como el Manual de resistencia anticapitalista, es muy difícil, por no decir imposible, explicarse la manera de actuar, en todos los campos, de Marx y de Engels si pensamos que el libre albedrío no existe. La praxis de los padres del marxismo, nos confirman la importancia de la voluntad de los individuos en el devenir de la historia, la existencia del libre albedrío, es decir, del carácter determinista del ser humano y su sociedad, pero no completamente determinista, es decir, la validez del determinismo débil frente al fuerte; la importancia de las ideas, enraizadas en lo material, pero en cierta forma "elevadas" o "alejadas" de él hasta el punto de parecer en cierta medida independientes, en cierta medida, es decir, la praxis de Marx y Engels nos confirman la validez del materialismo dialéctico, lo erróneo que es el materialismo simple, burdo, metafísico, que desprecia a las ideas; y la validez del relativismo relativo frente al absoluto, en el sentido de que ciertas ideas, ciertas verdades son más absolutas de lo que pueda parecer a primera vista, el ser humano, a pesar de los pesares, sigue soñando y luchando por un mundo mejor, la ética sigue existiendo, a pesar de que esté tan desgastada por el uso hipócrita que hacen de ella las clases dominantes, a pesar de que frente a ese desgaste algunos intenten negarla, desprenderse de ella o relativizarla hasta extremos absurdos.

A pesar de todo, algunos marxistas han combatido la idea de la pretendida amoralidad del marxismo. Por ejemplo, Lenin afirma en 1920:

¿Existe una moral comunista?… Ciertamente sí, con frecuencia se pretende que no tenemos nuestra propia moral y más frecuentemente, la burguesía nos reprocha a nosotros, Comunistas, de renegar toda moral. Este es un medio de falsear los conceptos, de echar tierra a los ojos de los obreros y de los campesinos. ¿En qué sentido negamos la moral, negamos la ética? En el sentido predicado por la burguesía, la que deducía la moral de los mandamientos de Dios… Nosotros negamos toda esa moral derivada de concepciones exteriores a la humanidad, exteriores a las clases… Nosotros afirmamos que nuestra moral está subordinada por entero a los intereses de la lucha de clases del proletariado… Nosotros decimos es moral lo que sirve para destruir la antigua sociedad explotadora que está creando la nueva sociedad, la sociedad comunista… Cuando se nos habla de moral, nosotros decimos: para el comunista, la moral consiste por entero en la disciplina solidaria y coherente y en esa lucha consciente de las masas contra los explotadores. No creemos en la moral eterna y denunciamos todo tipo de fábulas engañosas acerca de la moral. La moral debe servir a la sociedad humana para superarse, para liberarse de la explotación del trabajo.

La moral no es eterna, ni independiente del ser humano. No es externa a él, forma parte de él. Hete aquí el relativismo moral propugnado por el marxismo. La moral debe servir a la sociedad humana para superarse. Hete aquí la vuelta a la razón de ser original de la moral: servir al ser humano. El marxismo, lejos de ser amoral, por el contrario, recupera el verdadero sentido de la moral. La reubica en el ser humano y la desubica de lo divino. Para el marxismo la moral es un producto de la especie humana, nace de ésta y se dirige a ésta. No es un mandamiento divino. Es una necesidad humana. La moral marxista es humana, nace de la humanidad y se dirige a ella. Mientras haya ser humano, habrá moral, mientras haya explotación, el ser humano aspirará a erradicarla. La moral no es eterna, no es absoluta, como no lo es el ser humano, pero perdurará, aunque bajo distintas formas, mientras perdure la especie humana. Ésta sí es una verdad absoluta. Mientras haya humanidad habrá ética, moral, por lo menos humanas. Quienes acusan al marxismo de amoral, en verdad lo que le critican es que su moral no sea la misma que la suya, que la burguesa, poniendo en peligro la moral de la clase dominante, uno de los sustentos ideológicos de la sociedad burguesa.

El relativismo moral es atacado porque pone en peligro el absolutismo moral de la clase dominante, la moral dominante. La moral marxista compite con la moral burguesa. La primera se nutre del Hombre, de la Razón, de la realidad, de lo material, de lo concreto, de lo visible. La segunda de Dios, de la Fe, de la imaginación, de lo inmaterial, de lo abstracto, de lo invisible. La segunda pretende negar a la primera, ya sea negando directamente su existencia, ya sea negando el relativismo moral, que podría dar pie a que hubiera otras morales distintas a la dominante, a la que se desea imponer o perpetuar. La primera pretende superar a la segunda pero sin negarla, simplemente reconociendo que también es un producto histórico de la humanidad, y como tal, superable. La moral marxista pretende enfrentarse a la burguesa, pero ésta, sabedora de su probable derrota, elude el enfrentamiento cara a cara, de igual a igual. Como así hace la burguesía, o cualquier minoría dominante, que domina artificialmente, por la fuerza, en tantos otros campos.

No es posible demostrar la existencia de Dios, pero sí es posible demostrar que la religión es un producto histórico de la humanidad. No es posible demostrar que la moral es divina, pero sí que es humana. La naturaleza dialéctica de la materia y de todo lo que de ella depende "creó" a Dios, la comprensión de la dialéctica materialista lo destruirá. Dios no creó el Cosmos, por el contrario, fue el Cosmos quien creó a Dios. El Cosmos creó materia, tal vez sólo la transformó a partir de energía pura, la materia se hizo consciente y la materia consciente, incapaz de comprender que la materia pudiera llegar a ser consciente por sí misma, se inventó un creador. El ser humano se inventó a Dios ante la imposibilidad de comprender, no sólo el mundo a su alrededor, sino que a sí mismo. Creyó que todo aquello que trascendía lo material provenía de otro sitio. La incomprensión de las profundas, complejas y numerosas interrelaciones le impidió ver que las causas de lo inmaterial estaban, allá a lo lejos, en lo material, en la propia realidad, y no en otros mundos imaginarios. Que las ideas no son más que materia bajo otra forma. Energía que nace de la materia que a su vez proviene de energía. Tal vez, un ciclo infinito. Negación de la negación. Dialéctica pura. La distancia entre lo material y lo inmaterial le parecía tan grande al Hombre que se inventó un mundo irreal, inmaterial. La dialéctica materialista le permite comprender que todo aquello abstracto, tan alejado de lo material, tan elevado por encima de él, en verdad proviene también de la propia materia. El materialismo dialéctico le permite al ser humano reubicar el origen de todo aquello que él achacaba a lo divino. La ética, la moral, tiene su origen en el propio ser humano, en sus necesidades materiales. La Razón, la comprensión del mundo y de sí mismo, le permite al ser humano ir poco a poco matando a sus dioses. Los dioses son sustituidos por un solo Dios. Incluso surgen religiones más evolucionadas, no teístas, que niegan a Dios, a cualquier dios, como el budismo.

El ser humano necesita creer en otra vida para combatir la idea de la muerte pero va dejando de necesitar a los dioses. Dios le servía para explicar todo aquello que no comprendía, empezando por sí mismo. Pero a medida que comprende se va olvidando de Dios, a medida que la necesidad de Dios va disminuyendo, Dios va desapareciendo. Dios no puede exterminar al Hombre pero éste sí puede exterminar a aquél, simplemente porque Dios es un producto de la mente del Hombre. La ciencia pone en serio peligro a Dios porque permite comprender. La dialéctica pone en serio peligro a Dios porque muestra su origen humano, material. El materialismo dialéctico, y todo lo que se deriva de él, finiquita a Dios. El relativismo moral pone en serio peligro al propio Dios. Pone en serio peligro el orden establecido de las élites dominantes, que se parapeta en el orden divino y eterno. La moral burguesa (heredera de las anteriores morales oligárquicas) pretende eternizarse usando el concepto de Dios, o de cualquier sustituto absolutista que le sirva para eternizarse, como el "eterno" capitalismo. La Ilustración, en base a la cual la burguesía se emancipó respecto de la aristocracia, a su vez, pone la primera piedra para que la propia burguesía sea superada por el proletariado. La burguesía se niega a sí misma intelectualmente, frena el avance de las ideas que ella provocó, sabedora de que en sus ideas se encuentra el germen del fin de la sociedad burguesa, de cualquier sociedad basada en la explotación. El relativismo pone en peligro ese absolutismo, pone fecha de caducidad a la moral dominante, y por tanto, a las clases dominantes. Pero este relativismo, como todo relativismo, tiene sus límites. No se puede relativizar ad infinitum porque esto nos llevaría al absurdo, a contradicciones insalvables. El relativismo puede sucumbir ante él mismo si se lleva demasiado lejos. El relativismo extremo, ilimitado, posibilita el triunfo del absolutismo. Aunque el hombre no pueda prescindir todavía por completo de lo absoluto, éste toma otras formas. Ya no hace falta Dios, éste puede ser sustituido por la Naturaleza, el Cosmos, la Razón, la Verdad suprema.

El relativismo burdo, exagerado, que dice que toda verdad es relativa (contradiciéndose a sí mismo pues esta afirmación sólo puede ser válida si es absoluta), que induce incluso a estrechar en exceso el rango de validez de muchas verdades, a relativizar en extremo toda verdad, contradice la dialéctica que nos dice que las cosas, incluidas las ideas, se interrelacionan mutuamente, que las verdades de hoy pertenecen no sólo al hoy, no son sólo reflejo de las condiciones materiales de hoy, sino que también pertenecen en parte al ayer, son también reflejo de las condiciones materiales e incluso de las ideas de ayer, hasta de anteayer. Decir que el Estado es el Estado burgués, que la democracia es la burguesa, que la moral es sólo la burguesa, es tener una gran estrechez de miras, es pensar metafísicamente, es poner barreras donde no las hay, es darle más poder a la clase dominante del que tiene (¡no le demos más del que ya tiene, por favor!).

La ideas de ética, de moral, de justicia, de libertad, por muy ensuciadas que estén, por muy condicionadas que estén por los momentos históricos y por los lugares, que indudablemente lo están, permanecen a lo largo y ancho del espacio y del tiempo de la sociedad humana. Son, indudablemente, verdades relativas, por cuanto sólo pueden aplicarse para la especie humana, podríamos incluso decir que para cualquier especie inteligente, pero no son tan relativas como muchos "marxistas" o "integristas" del relativismo piensan. Si las ideas fuesen sólo válidas en márgenes muy estrechos, si fuesen "muy relativas", si sólo hubiera una libertad burguesa, no sería posible superar la sociedad burguesa. Cualquier etapa histórica es posible superarla porque las ideas, así como las condiciones materiales, se ven muy influenciadas por las del pasado, incluso por las de los posibles futuros, por las expectativas del futuro. La realidad humana es posible cambiarla, ha cambiado, cambia, seguirá cambiando, porque la sociedad humana, a diferencia de la naturaleza muerta, es menos determinista y más relativista. Las leyes de la sociedad humana son más "blandas" que las del Universo. Menos deterministas y más relativistas. Pero hasta un cierto punto. Las verdades tienen fronteras más anchas de lo que muchos se imaginan, no infinitas, por lo menos para la sociedad humana, pero tampoco tan pequeñas como algunos se empeñan, se empeñan porque siguen contagiados de pensamiento metafísico, porque siguen sin considerar suficientemente a la dialéctica. Las verdades relacionadas con la sociedad humana no pertenecen a una sola etapa histórica ni a un solo país. Indudablemente, la ideología dominante de cualquier época es la de la clase dominante. Pero dicha ideología no es la única. Además, dicha ideología se ve contagiada por otras ideologías contemporáneas y pasadas, incluso por ciertas ideologías que especulan con el futuro, dicha ideología tampoco está exenta de contradicciones. Dicha ideología no está totalmente ceñida a su época. En dicha ideología está el germen de su destrucción, como siempre proclama la dialéctica con todo, la tesis se enfrenta a la antítesis y al cabo del tiempo surge la síntesis, una nueva ideología que se nutre de la antigua pero que la supera, la continúa en algunos aspectos pero la contradice en otros. Si nunca perdemos de vista la dialéctica, tan presente en la naturaleza, pero mucho más presente todavía en la sociedad humana, no sucumbimos ante el determinismo fuerte, ni ante el materialismo simplón ni ante el relativismo fanático. La sociedad humana es esencialmente dialéctica. Cualquier visión simplista, extrema, de ella se aleja de la verdad y nos impide por tanto transformarla.

Que el marxismo, con sus padres a la cabeza en determinados momentos, haya "renunciado" a las palabras ética, moral, ideal, utopía, bien o mal, si es que así fue, no le exime de haber sucumbido, en el mejor sentido de la palabra, a dichos conceptos. Como decíamos, la dialéctica es la ley básica, mejor dicho el conjunto básico de leyes, de la sociedad humana. No podemos comprender qué ocurre en la sociedad humana si no consideramos a la dialéctica. Nadie escapa de la ideología dominante. Ésta nos influencia a todos, pero no de manera mecánica, absoluta. No nos influencia a todos por igual. Negar esa influencia, "abolirla" en cierta forma, renegar de la ideología dominante de nuestra época, no quiere decir, ni mucho menos, que dicha influencia, de hecho, desaparezca. Proclamar a los cuatro vientos que uno está libre de ella no hace que dicha influencia deje de existir, podrá tan sólo en todo caso disminuir, pero no podrá desaparecer, por mucho que nos creamos ya libre de ella. Pero también, aunque no podamos evitar la influencia de la ideología dominante, la sociedad humana está tan impregnada de dialéctica, es decir, de influencias mutuas, de contradicciones, que, aunque no podamos evitar sucumbir en mayor o menor medida a la ideología dominante, podemos superarla, podemos cambiar la sociedad. Dialéctica es ante todo, sobre todo, cambio.

La sociedad humana cambia más que la naturaleza muerta porque es mucho más dialéctica, porque es mucho más compleja, porque está compuesta de muchas partes muy complejas que se relacionan de manera muy compleja. El sistema hace al individuo pero el individuo también hace al sistema. Unos individuos influyen en otros, en ciertos grupos, son influidos a su vez por otros grupos, por otros individuos. Lo mismo podemos decir de las ideas, unas influyen a otras y viceversa. Las influencias están por doquier, se ejercen en todas las direcciones pero no por igual en todas ellas. Pero se ejercen. Gracias al carácter intensamente dialéctico de la sociedad humana ésta puede cambiar, no sucumbe ante el determinismo fuerte, ni ante el materialismo metafísico, ni ante lo absoluto, ni ante el relativismo estricto. Sociedad humana es dialéctica en acción. Dialéctica es cambio. Las leyes sociales cambian. El marxismo nos posibilita, además de ser conscientes de esto, y precisamente por esto mismo, controlar los cambios, tomar las riendas del destino de nuestra sociedad. Lejos de lo que piensa mucha gente, contagiada más que otras personas del pensamiento burgués dominante, el marxismo nos posibilita ser más libres, pues poder elegir, controlarse a uno mismo, conocerse a uno mismo, es ser más libre.

A las personas, incluso a las ideas, hay que juzgarlas por sí mismas, no por las etiquetas empleadas por otras personas o por ellas mismas, no por cómo lo hacen otras personas o ellas mismas. Para mí, y creo que es imposible no verlo, por poco que se mire, por poco que se haya leído a Marx y a muchos de sus seguidores, por poco que se sepa de las andanzas prácticas del padre del marxismo, de su vida, de sus luchas, Marx, Engels y muchos de sus seguidores más fieles han sido, tal vez, algunos de los últimos verdaderos moralistas de la historia humana. Verdaderos. Ellos, a diferencia de muchos otros moralistas, que haberlos haylos, y muchos, y los seguirá habiendo, practicaron con el ejemplo. Para mí es más moralista Marx que muchos, sino todos, los papas de la historia, que muchos, sino todos, los religiosos, sobre todo de la parte más alta de la jerarquía eclesiástica. Muy probablemente, hartos y asqueados del uso hipócrita y falso hecho por sus enemigos ideológicos de muchos conceptos relacionados con la moral y la ética, en su afán por relativizar también, por combatir lo absoluto, el falso y exagerado universalismo tras el cual se escondía la intolerancia y el deseo de dominio, de imposición, Marx y Engels quisieron hacer ver al proletariado que se trataba sobre todo de intereses en vez de ideales, como así era también, pero al hablar de explotación, al decir que el proletariado debía emanciparse él mismo y, de paso, al resto de la sociedad, al asimilar los intereses de su clase con los generales de la humanidad (los intereses generales de la humanidad son en verdad sus ideales), al hablar de libertad, de igualdad, de eliminación de las clases sociales, asumieron la lucha por una sociedad mejor, es decir, "sucumbieron", de facto, a la utopía, a la moral, a la ética, a la idea del bien, por mucho que renunciaran a dichos conceptos oficialmente. Su verdadero aporte fue el hacernos comprender que era científicamente posible el triunfo del bien sobre el mal en este mundo. Su verdadero aporte fue dar un carácter verdaderamente científico a las antaño pseudo ciencias sociales. Es más, fue darles "calor" a las ciencias sociales, antaño "congeladas", además de poco científicas, darles una razón de ser. Quienes acusan al marxismo de poco objetivo por su "calidez", precisamente, se olvidan de que así como el ingeniero necesita imperativamente de la verdad para aplicarla (la ingeniería es la aplicación práctica de la ciencia), quienes pretenden cambiar la sociedad necesitan, más que nadie, de la verdad para poder hacerlo. Que el marxismo sea "cálido", que reivindique transformar la sociedad y no sólo conocerla, le obliga, precisamente, a ser más objetivo, científico, que ninguna otra ciencia social. Sólo es posible transformar la realidad conociéndola y sólo es posible conocerla si se es objetivo, si se usa el método científico. La razón de ser del marxismo le hace ser más científico, y no menos. Es, precisamente, por esa razón de ser que las "ciencias" sociales pueden ser realmente científicas gracias al marxismo.

De lo que se trataba era de transformar la realidad, no ya sólo de comprenderla y de mantenerse distante o ajena a la misma, sino de participar activamente en su construcción. Marx reivindica para el ser humano el papel de dueño en su sociedad. Nos llama a superar el papel de meras marionetas en manos de un destino errático. Para él, el ser humano debe protagonizar su sociedad, no sólo siguiendo el guión, no sólo actuando, sino que elaborándolo, siendo el autor del mismo. Marx reivindica la Libertad. Y trabaja de manera concreta para conquistarla. Permite comprender realmente la sociedad humana, pero no se conforma con ello, nos dice que el conocimiento está para aplicarlo, para transformar la realidad, no es el fin en sí mismo, es el medio. Desde Marx, las ciencias sociales empiezan a ser realmente científicas (o por lo menos se les abre esa posibilidad) y, por si fuera poco, tienen una razón de ser, dejan de ser meros fines para convertirse en medios. El marxismo se convierte en el medio de que la humanidad tome conscientemente las riendas de su propio destino. Marx intenta (y lo consigue en el campo teórico) enterrar la religión atacándola en su propio corazón: la moral. Marx le quita el protagonismo a Dios y se lo da al Hombre. Demuestra que la ética es posible y necesaria, pero que está enraizada en la Tierra, en lo material, y no en el Cielo, en lo inmaterial, que no es necesario recurrir al opio del pueblo para construir una sociedad distinta, mejor dicho, para soñar con una mejor, demuestra en verdad que la religión, como tal opio, imposibilita un mundo mejor, que prescindiendo de él es realmente posible realizar nuestros sueños, que el paraíso es posible en la Tierra, que son los propios humanos quienes deben y pueden hacerlo, pero no partiendo de los propios sueños o de las abstracciones mentales sino de la misma realidad tangible.

En la misma realidad se hallan las semillas de una nueva realidad. Como Marx y Engels llegan a decir: Para nosotros, el comunismo no es un estado que debe implantarse, un ideal al que haya de sujetarse la realidad. Llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera el estado de cosas actual. El marxismo supera la contradicción entre lo real y lo ideal, supone una síntesis dialéctica de dicha dicotomía. Hace real lo ideal. No niega lo ideal, lo integra con lo real. El Cielo y la Tierra, con Marx, se fusionan. Marx convierte en cierta medida al ser humano en un Dios, pues le usurpa a éste el control del destino. No es de extrañar que el marxismo haya sido "excomulgado" y "quemado" en la hoguera intelectual por la Iglesia más poderosa del planeta. No es de extrañar que algunos de los más fieles seguidores del marxismo, de su razón de ser, de la defensa del pobre, de la lucha contra la explotación, contra la injusticia, contra el mal, contra el sinsentido, hayan surgido de algunas capas más honestas de las religiones. No es casual que la Teología de la liberación haya sido rápidamente condenada por la Santa Sede. En Marx lo moral es lo racional y viceversa. Se sintetizan la Razón y la Moral. El marxismo no es moral en el sentido clásico de la palabra, su moralidad no es la antigua, es otra que la supera. La inteligencia es emocional. El ser humano piensa porque siente, siente porque piensa. Raciocinio y Emoción se relacionan dialécticamente, se enraízan en lo material y con Marx se sintetizan. El marxismo es mucho más que una simple teoría económica o una ideología política. Es ante todo una nueva concepción del mundo que atenta contra la antigua. Sus implicaciones son profundas y abarcan a todos los campos.

El marxismo hace la competencia a la religión. Sin necesidad de recurrir a la razón de la fuerza, no lo necesita. El marxismo respeta la libertad religiosa, la libertad de conciencia, pero indudablemente le hace la competencia a cualquier religión. Y, además, una buena competencia, una competencia muy peligrosa. Porque la religión lleva milenios "funcionando", por lo menos intentando funcionar (siempre que asumamos que su único objetivo es la moral, es un mundo mejor, lo cual es muchísimo asumir), y no ha logrado casi nada, el mundo se encamina cada vez más hacia el Infierno, el Cielo en la Tierra está cada vez más lejos. Por el contrario, el marxismo posibilitó en muy pocos años un serio intento de lograr el Cielo en la Tierra. Aunque el tiro salió por la culata. Pero por lo menos hubo un serio intento de construir una nueva sociedad humana. Las religiones tienen un serio enemigo en el marxismo. La Razón siempre es el gran enemigo de la Fe. Es muy sintomático que el poder económico apoye a la Iglesia y combata de todas las maneras posibles al marxismo. Demuestra que éste, a diferencia de aquella, pone en serio peligro el orden social oligárquico establecido.

El comunismo, según los padres del marxismo, es el movimiento real que anula y supera el estado de cosas actual. Es doblemente peligroso porque pretende superar el estado actual de las cosas, como ya hacía el utopismo o las religiones, pero es un movimiento real, a diferencia de los utopismos o las religiones, es decir, factible, realizable, porque se nutre de la propia realidad, porque en verdad es un importante salto en la conciencia, permite comprender la realidad y superarla, dominarla. Aquí radica su verdadero peligro para las élites dominantes. Ellas lo combaten de todas las maneras posibles porque pone en peligro su statu quo. Y lo combaten por la fuerza también.

En nombre de la democracia, en nombre de la libertad que, según ellos, son puestos en peligro por el marxismo, ellos recurren a la dictadura sin disfraz cuando la dictadura disfrazada de democracia no basta para defender sus status. Por esto al mismo tiempo que nos dicen que el marxismo es barbarie, es totalitarismo, ellos recurren al fascismo o al nazismo cuando el peligro comunista acecha. Al mismo tiempo que ellos acusan de dictadores a quienes intentan democratizar la sociedad, beneficiar por una vez a los más pobres, ellos apoyan golpes de Estado o a dictadores implacables que mantienen el orden burgués establecido. Ellos que dicen que el comunismo es totalitarismo, confundiendo estalinismo con comunismo, obviando lo que tantas veces ha ocurrido en la historia humana, la bárbara tergiversación de las ideas (como si Jesucristo, por ejemplo, hubiese fomentado la Inquisición), mantienen de todas las maneras posibles su totalitarismo sutil, o no tan sutil ya, llamado capitalismo, recurren al totalitarismo puro y duro para salvaguardar el capitalismo, a la dictadura política cuando la dictadura económica peligra, cuando el parapeto de la "democracia" burguesa no es suficiente.

Marx es más peligroso que Jesucristo, hasta que a Marx le ocurra lo mismo que al hijo de Dios, que sus ideas pasen del blanco al negro, se olviden, se banalicen. Si no es posible combatir la ideas más fundamentales del cristianismo, o del marxismo, se las tergiversa, se las distorsiona, se las banaliza, se las limita, se las olvida, se las sustituye por otras menos peligrosas o se las vacía de contenido. En el caso de Marx esto es más difícil porque no es lo mismo combatir unos mandamientos, unos deseos, que unos postulados científicos sustentados en lo material, en realidades fácilmente comprobables. Es más difícil, pero no imposible, se hace, se lleva haciendo desde que surgió el marxismo. Ya Lenin denunciaba en 1917 la tergiversación del marxismo (más adelante el mismo leninismo fue también distorsionado):

Ocurre hoy con la doctrina de Marx lo que ha solido ocurrir en la historia repetidas veces con las doctrinas de los pensadores revolucionarios y de los jefes de las clases oprimidas en su lucha por la liberación. En vida de los grandes revolucionarios, las clases opresoras les someten a constantes persecuciones, acogen sus doctrinas con la rabia más salvaje, con el odio más furioso, con la campaña más desenfrenada de mentiras y calumnias. Después de su muerte, se intenta convertirlos en iconos inofensivos, canonizarlos, por decirlo así, rodear sus nombres de una cierta aureola de gloria para "consolar" y engañar a las clases oprimidas, castrando el contenido de su doctrina revolucionaria, mellando su filo revolucionario, envileciéndola. En semejante "arreglo" del marxismo se dan la mano actualmente la burguesía y los oportunistas dentro del movimiento obrero. Olvidan, relegan a un segundo plano, tergiversan el aspecto revolucionario de esta doctrina, su espíritu revolucionario. Hacen pasar a primer plano, ensalzan lo que es o parece ser aceptable para la burguesía.

Si la Fe no pudo cambiar el mundo, más bien sirvió para posponer indefinidamente un nuevo mundo, la Razón, por el contrario, lo hará, una vez que supere los obstáculos impuestos. La Verdad es el arma más poderosa. Contra ella la Fe, el Dogma, tarde o pronto sucumben. Galileo finalmente triunfó sobre la Iglesia. Así lo hará también Marx. Pero siempre que a éste se le despoje de sus errores, siempre que haya gente que luche activamente por que se abra camino la Verdad. Siempre que antes la civilización humana no desaparezca. A diferencia de a Galileo, a Marx no le queda mucho tiempo. La humanidad está ahora en una peligrosa encrucijada. Por primera vez en la historia, la vida en nuestro planeta, el propio planeta Tierra, están amenazados por su especie dominante.

Como decía Rosa Luxemburgo: la mayor conquista del movimiento proletario ha sido el descubrimiento de una fundamentación para la realización del socialismo en las condiciones económicas de la sociedad capitalista. El resultado de este descubrimiento fue que el socialismo se transformó, de sueño "ideal" milenario de la humanidad, en necesidad histórica. Quien tenga dudas todavía acerca de la moralidad del marxismo, que eche un vistazo al artículo El socialismo y las iglesias de Rosa Luxemburgo. En él la gran revolucionaria demuestra en pocas líneas y de manera contundente quién es el moral y quién es el amoral. El marxismo en verdad que recoge el legado del cristianismo original. Da las claves para lograr un mundo donde no haya ricos ni pobres, explotadores ni explotados. El verdadero aporte de Marx es demostrar que científicamente es posible que el bien venza al mal, el orden al caos, la conciencia a la inconciencia, lo humano a lo divino. Entendiendo como el bien una sociedad más libre, más justa, más equilibrada, más armónica, menos contradictoria, más próspera, más estable, más segura, una sociedad donde la riqueza generada por toda ella sea disfrutada por toda ella y no sólo por ciertas minorías, una sociedad que podría dar el salto definitivo para salir de la prehistoria, como los padres del marxismo decían. Una sociedad que podría controlar conscientemente su destino, globalmente, para huir de la barbarie o autoextinción a las que parece condenarnos el capitalismo, para huir del Infierno al que parecen condenarnos los distintos Dioses o la Providencia. Marx y Engels no renuncian a los sueños. ¡Al contrario! Trabajaron arduamente para su realización, tanto en el campo de la teoría como en el de la praxis. Por primera vez en la historia el sueño es realmente posible. No por casualidad poco después de las muertes de Marx y Engels, el proletariado, el campesinado, las clases más pobres y explotadas, por primera vez en la historia, intentaron tomar el poder y construir una sociedad radicalmente nueva, un paraíso en la Tierra. El intento salió fallido. El paraíso tuvo mucho de Infierno. La dialéctica hizo posible que en nombre del marxismo, que reivindicaba el Cielo, se implantara un nuevo Infierno. Las contradicciones del marxismo se volvieron contra el propio marxismo. Algo totalmente acorde con la dialéctica. Quien conozca y comprenda la dialéctica no se puede ver sorprendido por ello. ¡Pero debe, precisamente, por ello mismo, buscar imperativamente las contradicciones del marxismo que posibilitaron la negación del propio marxismo, para que al volver a negarlo, a negar su tergiversación, resurja con inusitada fuerza! Muy optimista, muy iluso, había que ser para pensar que a la primera iba a ser la vencida. ¡Habrá que seguir intentándolo!

Pero para ello, primero habrá que corregir los errores cometidos. El problema, uno de los principales de fondo, que tuvo el marxismo es que, en su afán de huir de los conceptos burgueses, de su aplicación práctica, en su afán de relativizar, el propio concepto de Estado sucumbió. Así como Marx o Engels renunciaron de palabra, al menos en algunos momentos, a la ética, por identificarla con la burguesa, hicieron lo propio con el concepto Estado. Presos de cierto determinismo exagerado, porque ellos también se contradijeron a sí mismos en algunos momentos, también cometieron errores, como seres humanos y no dioses que eran, pensaron que el Estado sólo podía seguir siendo como había sido. Presos de realismo, afortunadamente, y contrariamente a sus "compañeros" de viaje los anarquistas, se dieron cuenta de que no era posible prescindir de él a corto plazo, ni siquiera a medio plazo. Presos de cierto relativismo exacerbado asociaron Estado con Estado burgués (oligárquico en general), supusieron que el Estado, todo él, no sólo algunas de sus características, no sólo algunas de sus facetas, no sólo alguna de sus posibles aplicaciones o concepciones, era un producto de una sociedad clasista basada en la lucha de clases. No ya el Estado burgués era un producto histórico, sino el mismo Estado. El Estado no podía dejar de ser clasista porque el Estado era ante todo, sino exclusivamente, la dictadura de una clase sobre el resto de clases. Por consiguiente, había que superar la sociedad clasista, ¡pero sin prescindir del Estado clasista! Esta gran contradicción era irresoluble. El anarquismo intuyó el problema, pero no propuso soluciones realistas, se limitó a decir que debía abolirse el Estado de manera inmediata. Si suponíamos que el Estado era imprescindible, al menos por cierto periodo transitorio, pero que al mismo tiempo no podía dejar de ser clasista, el Estado no posibilitaría superar la sociedad clasista. Estas contradicciones las eludieron Marx y Engels llamando a la organización de la nueva sociedad comunista futura sin Estado, comunidad o asociación de libres productores. Lo mismo hicieron con la política, ésta era un producto de la sociedad de clases. En la sociedad futura la política daría paso a la administración de las cosas. Pero esto no resolvía el problema, no bastaba con cambiar de nombre a las instituciones o a las actividades humanas para que éstas cambiaran. No bastaba con decir que del Estado clasista actual sería posible llegar a una sociedad organizada de manera no clasista. Lo que había que ver, al margen de nomenclaturas, era cómo en concreto podría organizarse la sociedad para que se superara su naturaleza clasista, cómo en concreto transitar desde el Estado clasista a una sociedad no clasista. Y la solución no puede ser otra que ir transformando progresivamente el Estado, la Comunidad, o como demonios se quiera llamar a la manera en que la sociedad se organiza.

La solución estaba en ir despojando al Estado de todas aquellas características que le hacían ser clasista. La solución radicaba en identificar las causas por las que el Estado era clasista, sin prescindir del Estado mismo, es decir, sin prescindir de la organización más o menos centralizada de la sociedad. La completa descentralización sólo podría venir mucho después, si es que vendría. Lo cual no impedía ir descentralizando poco a poco el Estado desde el principio. El poder popular, la verdadera democracia participativa, exige la descentralización del poder, cierta descentralización mínima, debiendo aspirarse a la máxima posible en el menor tiempo posible. Pero el mismo Estado sólo podría desaparecer, en todo caso, en el futuro lejano, como bien reconocieron los marxistas. Sin embargo, Marx y Engels no se preocuparon suficientemente de saber cómo, la experiencia práctica diría. Una experiencia plagada de obstáculos en la que cualquier error sería mortal y aprovechado por el enemigo, como así fue. El Estado debía dar un pequeño pero al mismo tiempo crucial salto. Un salto que posibilitara un importante cambio cualitativo. La cantidad debía convertirse en calidad. Ese salto debía consistir en desarrollar y ampliar la democracia liberal para que dejara de ser liberal, es decir, en retomar la democracia representativa y hacerla verdaderamente representativa y participativa, y en complementarla con la directa en los ámbitos locales, aplicada a todos los rincones de la sociedad, especialmente al económico. No se trataba de democracia representativa vs. democracia directa, de contraponerlas, sino de complementarlas, de integrarlas dialécticamente. La nueva democracia incluiría la democracia obrera (es decir, la gestión democrática de los medios de producción), pero no debía restringirse exclusivamente a ella. La solución no era otro Estado clasista, la dictadura del proletariado, por el contrario, era un Estado menos clasista, que sentara las bases para desprenderse gradualmente de su naturaleza clasista o para dar lugar a otro tipo de organización social. La democracia debía dar un importante salto para que el Estado se librara del dominio de cualquier minoría, y, con el tiempo, pudiera superar la sociedad clasista. Para dar ese salto se necesita sobre todo la dialéctica (pues la sociedad es ante todo dialéctica en acción), también el materialismo dialéctico, el determinismo y el relativismo, pero en sus justas proporciones. El salto no fue posible, condujo al colapso, y a la vuelta a la sociedad burguesa, porque, entre otras razones, hubo demasiado determinismo y demasiado relativismo. Remito al artículo De marxismo, democracia y relativismo.

Por tanto, como así hacíamos con el materialismo y con el determinismo, el relativismo debemos matizarlo, relativizarlo, considerarlo en su justa medida. De lo que se trata es de transformar el mundo. Para ello necesitamos del materialismo dialéctico, del determinismo débil y del relativismo "relativizado", que podemos llamar relativo. Si usamos a secas el materialismo, el determinismo o el relativismo, si los tergiversamos, si los interpretamos demasiado al pie de la letra, de manera demasiado exacerbada, demasiado ilimitada, nuestras herramientas se convierten en obstáculos. De posibilitar la revolución la imposibilitamos. Si caemos presos del materialismo metafísico despreciamos la importancia de las ideas, es decir, de los factores subjetivos, sin los cuales la revolución es imposible. Reconocer que los factores objetivos (las contradicciones en el modo de producción) son la base del cambio social, no impide reconocer también que son insuficientes, que son también necesarias la conciencia, la estrategia o la organización, es decir, las ideas, los factores subjetivos. Si caemos presos del determinismo absoluto, no luchamos por cambiar las cosas porque pensamos que nosotros no podemos hacer nada, que el futuro está escrito de antemano, ya sea en las estrellas, en los genes, o en el sistema económico, caemos presos del fatalismo que tan bien le viene a la burguesía para ejercer el control social, sucumbimos también ante la idea de la mano "invisible" del mercado, tras la cual se esconden las manos bien visibles, para quien no se tape los ojos, de las oligarquías. El Estado burgués se eterniza, imposibilitando su superación, si asumimos que el Estado sólo puede ser como ha sido, es decir, clasista. Y si caemos presos del relativismo radical, caemos en la trampa de pensar que no hay verdades absolutas. Llegamos a lo absurdo. No logramos comprender la realidad y por tanto no podemos transformarla. Contradecimos la dialéctica, que dice que todo fluye, pero también que todo se interconecta con todo. Si consideramos que todas las verdades son igualmente relativas, no podemos referenciarlas respecto de otras verdades, no podemos compararlas entre sí, puesto que no tenemos patrones comunes en base a los que comparar.

Realmente el determinismo y el relativismo están relacionados. El fatalismo y el utopismo son hijos de un mal empleo del relativismo, de su exceso o de su defecto. Si consideramos los límites temporales de las verdades demasiado amplios, no podremos sustituir unas verdades por otras, caeremos en el determinismo radical, en el fatalismo, pues las verdades antiguas no darán paso a las nuevas. Si consideramos que la verdad de que el Estado es clasista tiene aún mucho ámbito de aplicación temporal por delante, no damos opción a que otra verdad, que el Estado puede no serlo, le tome el relevo. Si consideramos que el Estado clasista no podrá desaparecer por mucho tiempo, si no intentamos cambiarlo a corto plazo, el Estado clasista no podrá superarse. Como dice Murhpy, la única forma de descubrir los límites de lo posible es traspasarlo en dirección a lo imposible. Por el contrario, si consideramos los límites temporales de las verdades demasiado estrechos, no podremos "conectar" unas verdades con otras. Si pensamos que el Estado burgués es el mismo Estado y que por tanto sólo podemos superar el Estado burgués aboliendo todo Estado, entonces no es posible avanzar. El marxismo cayó en un exceso de determinismo, derivando en cierto fatalismo, y, por el contrario, el anarquismo cayó en un exceso de optimismo, de voluntarismo, al pensar que era posible prescindir de manera abrupta del Estado, cayendo en el utopismo. El error en ambos casos provino de la idea de pensar que todo Estado sólo podía existir en la sociedad burguesa, oligárquica en general, que el Estado era el producto histórico de dicho tipo de sociedades, que no cabría en otro tipo de sociedad. El diagnóstico de la situación era idéntico en el marxismo y en el anarquismo, para ambos el Estado había sido hasta el presente la dictadura de una clase opulenta, como así fue indudablemente. El objetivo a largo plazo era también idéntico, a saber, una sociedad organizada prescindiendo del Estado, una sociedad no clasista. Pero las previsiones en el futuro inmediato eran distintas, y así fueron también las soluciones propuestas.

En el caso del marxismo se pensó que el Estado que debía sustituir al burgués, debía seguir siendo clasista, es decir, no se aspiró a hacer un cambio en el guión, se aspiró sólo a cambiar los actores principales. El proletariado debía sustituir a la burguesía. La dictadura burguesa debía dar paso a la dictadura proletaria. En el caso del anarquismo se pensó que el Estado debía ser abolido inmediatamente para superar la sociedad clasista, es decir, oligárquica, se pretendió hacer un cambio de guión radical brusco, una ruptura con el presente. El marxismo pretendía a corto plazo un Estado proletario. El anarquismo una sociedad sin Estado. En el primer caso la verdad antigua, el Estado clasista, la estimación de su vigencia en el futuro, se prolongaba demasiado en el tiempo, se impedía cierta ruptura, se producía demasiada continuidad, se eludía la conversión de la cantidad en calidad. En el segundo caso la verdad antigua, la estimación de su vigencia, se acortaba demasiado en el tiempo, se rompía bruscamente la continuidad en el tiempo, se impedía la transición desde la situación inicial, se atentaba contra la dialéctica que dice que todo está conectado con todo, que no puede desconectarse bruscamente el presente del pasado, el futuro del presente.

En ambos casos se erraba en la estimación de los límites de la verdad de la necesidad de un Estado (clasista), en un caso por exceso, en el otro por defecto. Pero ambos errores se nutrían de un error común: suponer que el Estado clasista sólo podía seguir siendo clasista, que el Estado era, por definición, clasista. Se relativizó demasiado el concepto de Estado, confundiendo el Estado clasista con el Estado, confundiendo el estado del Estado con su naturaleza, asociando una de sus formas a la única posible. El Estado sólo podía ser clasista. La verdad de que el Estado era clasista se hacía demasiado amplia en el tiempo. Si lo había sido siempre en el pasado, sólo podía seguir siéndolo siempre en el futuro. Los límites de la verdad del Estado clasista se confundían completamente, coincidían plenamente, con los límites de la verdad de la necesidad social del Estado. Al mismo tiempo que los límites de la verdad de un Estado clasista se ensanchaban para hacerlos coincidir con los de la verdad de una sociedad organizada en base al Estado, los límites de un Estado no clasista se reducían a cero. Por esto digo que el Estado se relativizaba en exceso (los límites de la verdad del Estado no clasista se reducían a cero), al tiempo que el Estado clasista, por el contrario, se absolutizaba demasiado (los límites de esta verdad se ampliaban hasta el punto en que siempre que hubiera Estado sería un Estado clasista).

En definitiva, se suponía que no era posible un Estado no clasista. Por tanto había que prescindir del Estado. El anarquismo fue en este sentido más coherente, pero su falta de realismo imposibilitó cualquier intento serio de llevar a cabo sus postulados teóricos, más allá de intentos muy limitados en el tiempo y en el espacio, prácticamente anecdóticos. El anarquismo no podía dar el salto porque intentaba romper la continuidad en el tiempo, lo cual es imposible de llevar a la práctica, prescindía de la transición de un tipo de sociedad a otra. El marxismo cayó en una gran contradicción pues no era posible prescindir del Estado de forma inmediata, pero el Estado debía seguir siendo clasista. El marxismo no nos decía cómo sería posible que el Estado clasista dejara de serlo, tan sólo se limitó a decir que con el tiempo se extinguiría si lo dominaba el proletariado, pero tampoco nos concretó suficientemente cómo el proletariado debía dominarlo. Las experiencias marxistas fueron posibles, porque consideraron la inelubilidad de una transición, pero sucumbieron ante la contradicción insalvable. El Estado permaneció, se reforzó e incluso se hizo más clasista: produjo una nueva clase muy especial, la burocracia. Esta clase se convirtió en la nueva oligarquía. Cuando colapsó el "socialismo real" esta burocracia engrosó las filas de la nueva oligarquía capitalista. El contexto de Rusia en 1917 no creó el problema, lo avivó. Las contradicciones en las experiencias prácticas basadas en el marxismo fueron en verdad la visibilización de una profunda contradicción en el campo de la teoría. Hay que tener muy en cuenta también el contexto de la época, el cual no puede obviarse. Pero este contexto no explica por completo, por sí solo, lo acontecido, las contradicciones del marxismo también cuentan, y mucho. El presente trabajo junto con el capítulo Los errores de la izquierda del libro Rumbo a la democracia y un nuevo libro que estoy escribiendo que se titulará ¿Reforma o Revolución? Democracia, se complementan e intentan demostrar lo erróneo que era el concepto de la dictadura del proletariado. En ese libro analizo en detalle el contexto histórico, las condiciones materiales, así como las contradicciones ideológicas del marxismo-leninismo que dieron lugar al estalinismo. Insisto, y remito a dicho libro cuando se publique, el contexto no explica por completo y por sí solo el surgimiento del estalinismo. La teoría revolucionaria también influye en la praxis revolucionaria. Como decía Lenin, sin teoría revolucionaria, no hay práctica revolucionaria. ¡Ya es hora de reformular la teoría revolucionaria! En ello está, humildemente, este ciudadano corriente. En ello debemos estar todos. La emancipación del proletariado debe ser obra del propio proletariado.

Como vemos, no sólo el determinismo mal entendido o mal calculado evita los cambios, también lo hace el relativismo, que en verdad está relacionado con aquél. Es esencial establecer lo más correctamente posible los límites de toda verdad y estimar convenientemente la extrapolación de dichos límites al futuro. Tanto si nos quedamos cortos como si nos pasamos imposibilitamos el cambio. Bien porque no posibilitamos la transición, es decir, porque intentamos volar sin acelerar, bien porque la hacemos demasiado larga y finalmente volvemos al punto de partida, es decir, porque aceleramos insuficientemente y no intentamos despegar. Tenía razón el marxismo al criticar al anarquismo de utópico, por no considerar la necesidad de una transición. Pero también tenía razón el anarquismo cuando decía que la solución propuesta por el marxismo no posibilitaría el avance hacia el objetivo común: una nueva sociedad no clasista, donde la explotación del hombre por el hombre fuese sólo un mal recuerdo. Tiene que haber una transición, pero ésta debe hacerse de tal manera que se produzcan cambios cualitativos fundamentales. El salto debe ser factible pero también suficiente. En la dialéctica esta ley tiene un nombre muy claro: la cantidad debe transformarse en calidad. El agua debe hervir suficientemente para evaporarse. Para llegar al vapor de agua hay que partir del agua líquida, sólo se puede partir del agua líquida, pero hay que actuar en ella de tal manera que el agua pase del estado líquido al gaseoso. Pero para ello debemos, primero, considerar la posibilidad de que el agua pueda estar en otro estado.

El Estado debe cambiar suficientemente para asentar la semilla de la aniquilación de su naturaleza clasista, para que pase de ser clasista a ser neutral, pero de tal manera que no se produzca una ruptura demasiado brusca con el presente, de tal manera que podamos partir del presente, que podamos iniciar el camino. Y todo ello sólo es posible si se relativiza correctamente, si se supone que el estado del Estado no es su naturaleza, que el Estado clasista puede dejar de ser clasista, si no se considera que el Estado es en sí mismo un producto histórico que sólo puede existir en una sociedad oligárquica, es decir, clasista. Hay que considerar la posibilidad de que el Estado no sea sólo posible en una sociedad clasista, no sea sólo una consecuencia de la necesidad de que una clase se imponga sobre el resto de la sociedad, pero también hay que introducir cambios en el Estado actual que tiendan a que desaparezca su estado clasista. Hay que considerar la posibilidad de que una sociedad no clasista se pueda seguir organizando de manera centralizada, si consideramos que el Estado es la organización centralizada de la sociedad. Centralismo no tiene por que coincidir con dictadura, con dominio clasista. Que la sociedad deba ser gobernada de manera centralizada, si es que así es, no tiene por que significar que lo sea dictatorialmente, que sólo pueda serlo antidemocráticamente. Democracia tiene que ver sobre todo con la descentralización de la toma de decisiones, pero no necesariamente con la descentralización de la ejecución de dichas decisiones. Una sociedad puede gobernarse a sí misma democráticamente, sin necesidad de desintegrarse en multitud de pequeños grupos independientes. Esto sólo podremos saberlo, en un sentido u otro, para afirmarlo o para negarlo, mediante la experiencia práctica. Hay que considerar la posibilidad de que el estado actual del Estado no sea su naturaleza, pero procurar cambiar dicho estado. Y esos cambios en el estado del Estado se resumen en una palabra: la democracia. Hay que introducir cambios democráticos suficientes. Hay que "calentar" el Estado clasista, subiendo el "fuego", para que pase a un nuevo estado. Una vez que el Estado sea mínimamente democrático, sólo el tiempo dirá si se podrá extinguir o no, si la sociedad podrá organizarse de una manera totalmente descentralizada o no.

Primero hay que romper la presa para ver dónde puede llegar el río. Primero intentemos un Estado no clasista, y luego ya veremos qué ocurre, pongamos el Estado en manos de toda la sociedad, liberémoslo de cualquier minoría. Si el Estado heredado no es válido, si la sociedad tiene el control de sí misma, se desprenderá de dicho Estado, lo transformará radicalmente o lo desechará y lo sustituirá por otra cosa. Pero para ello, lo primero es que el Estado esté controlado por el conjunto de la sociedad, es decir, lo primero es procurar por todos los medios que el Estado deje de ser clasista, el coto privado de ninguna clase o minoría. Mientras la sociedad entera no tome el control del Estado, no será posible alterar su estado, no será posible la superación de la sociedad clasista, no será posible acabar con la explotación del hombre por el hombre. La toma del control del Estado por el conjunto de la sociedad es lo que llamamos genéricamente democracia. El Estado actual pertenece a ciertas minorías, precisamente, porque no tenemos auténtica democracia, tenemos oligocracia, plutocracia. El Estado clasista, y no el Estado en general, es un producto histórico de la oligocracia, de la sociedad clasista, no de la sociedad. Esto es lo único que podemos afirmar con certeza y rotundidad. No podemos afirmar, por el contrario, que es el mismo Estado el que es un producto histórico de la sociedad clasista. Podemos decir que el Estado nació con la sociedad clasista, pero esto no implica necesariamente que no pueda sobrevivir a dicha sociedad clasista, que no pueda cambiar y prosperar con una sociedad no oligárquica. Esto sólo podremos saberlo con la práctica, si lo intentamos. Las distintas formas de Estado han sido distintas formas de oligocracia, del gobierno de unos pocos. Que hasta ahora no haya sido posible un Estado no clasista está íntimamente relacionado con el hecho de que hasta ahora no ha sido posible superar la oligocracia. Sólo la experiencia podrá decirnos si es posible un Estado no clasista.

Superar la oligocracia es superar el Estado clasista. La democracia es la que extinguirá el Estado clasista, pero no necesariamente el Estado. No es imposible un Estado democrático. No puede afirmarse la incompatibilidad entre democracia y Estado hasta que se intenten compatibilizarlos de verdad. Hasta ahora no se ha hecho. No tenemos ningún argumento serio, ningún indicio contundente, que nos diga que es incompatible la democracia con el Estado, que nos diga que el Estado sólo puede ser clasista. Las leyes de la sociedad humana, recordémoslo, son "blandas". En la sociedad humana el determinismo es débil y el relativismo es grande, pero no infinito. Debemos considerar dichas leyes, pero podemos cambiarlas con el tiempo, siempre que usemos la dialéctica de manera acertada. La clave está en la dialéctica. Tanto para comprender nuestra sociedad como para cambiarla. Sólo podemos afirmar, repito, insisto, que el Estado clasista es un producto de la sociedad clasista. No podemos afirmar que es el mismo Estado el que es un producto histórico de la sociedad clasista. Esto sólo podremos afirmarlo cuando se intente una sociedad no clasista, cuando el Estado, controlado por toda la sociedad, demuestre con los hechos, con la experiencia práctica, que no sirve para construir una sociedad no clasista.

Tal como nos dice la dialéctica, las causas y los efectos pueden intercambiarse. El Estado clasista, que es básicamente un efecto de la sociedad clasista, puede, por el contrario causar que la sociedad deje de ser clasista si se intenta que no sea clasista. Desde la política puede controlarse también la economía, es decir, toda la sociedad. Quienes caen presos del materialismo metafísico, es decir, quienes se olvidan de la dialéctica, se empeñan en que los cambios sólo son posibles si el modo de producción cambia primero, pero éste no puede cambiar si la política lo impide. El Estado burgués no puede superarse obviándolo o infravalorándolo. Las breves experiencias anarquistas lo han demostrado irrefutablemente. El Estado burgués no permite ninguna organización social alternativa dentro de la suya. Impide por todos los medios cualquier intento de otra sociedad. El enemigo en el campo de batalla no puede despreciarse. La burguesía, en este aspecto, es el alumno más aventajado del marxismo, es decir, del materialismo dialéctico. Sabe perfectamente que es posible controlar, a pesar de que proclame lo contrario, la economía desde la política. El reciente rescate de la banca internacional a raíz de la crisis capitalista actual lo demuestra. La burguesía aplica la dialéctica para salvaguardar el capitalismo. El proletariado deberá usarla para superarlo. La sociedad humana es esencialmente dialéctica. La clave está en comprender y usar la dialéctica. No me cansaré de repetirlo, aun a riesgo de ser acusado de ser un pesado incurable, con toda la razón.

Recientemente, en el diario Rebelión se produjo un interesante debate que tiene que ver, entre otras cosas, con todo esto, con el materialismo, con el determinismo y con el relativismo. En mi blog puede verse en el apartado Debates las distintas intervenciones. Todas ellas muy interesantes. Es debatiendo, es cometiendo errores, precisamente, como nos acercamos paulatinamente a las verdades, ya sean relativas o absolutas. Incluso si lleváramos al absurdo el relativismo y lo combináramos con el subjetivismo más burdo (toda verdad, por lo menos "humana", depende por completo del sujeto, de su percepción), todo debate sería estéril pues toda verdad sería relativa y además dependería no sólo de factores externos, sino que también de factores internos (del propio individuo). Incluso si llevamos al extremo el relativismo por sí solo (toda verdad es relativa al contexto espacio-temporal, depende por completo de él, del contexto más directo, más cercano en el espacio y en el tiempo), dos personas nunca podrían discutir sobre nada puesto que al ser sus contextos inmediatos distintos, las verdades que ellas alcanzarían lo serían por fuerza. Las personas viven circunstancias distintas, y por tanto, si admitimos que toda verdad está relacionada exclusivamente con ellas, entonces no hay dos verdades exactamente iguales. Así cualquier debate se convertiría en un diálogo de sordos, sería imposible alcanzar ningún acuerdo. Cuando dos personas debaten no lo hacen sólo para intercambiar sus opiniones, sus "verdades", sino también porque desean alcanzar ciertas verdades "ajenas", porque saben que existe alguna verdad que no depende de ellas, de sus particulares circunstancias, que son verdades menos relativas que las propias, es decir, más absolutas. Quiere esto que decir que hasta quien niega tajantemente toda verdad absoluta, inconscientemente o no, la persigue, inconscientemente o no, tiende a pensar que hay algo más absoluto que lo propio o lo vivido en primera persona. Si no existiera el fantasma de ciertas verdades absolutas, no haría lugar la discusión en ningún ámbito. Llevado al extremo el relativismo imposibilitaría la propia convivencia humana. La ciencia no haría casi lugar.

Según interpreto yo los principales postulados marxistas, la sociedad humana tiene sus leyes, el presente y el futuro están fuertemente condicionados por el pasado, pero no por completo. Es posible transformar conscientemente la sociedad humana. Pero para ello es imperativo considerar las condiciones iniciales, al mismo tiempo que fijarse un ideal. Hay que considerar tanto al "ser" como al "debe ser", sin perder de vista que ambos se relacionan dialécticamente. Hay que ser al mismo tiempo realistas (considerar el "ser") e idealistas (considerar el "debe ser"). El "debe ser" viene determinado por el "ser", pero al revés también. La existencia presente real nos induce también a soñar, a aspirar a otra realidad. Y al mismo tiempo, a su vez, el luchar por cierta realidad hace que ésta se vaya transformando. Gracias a las utopías la realidad poco a poco va cambiando. El futuro, mejor dicho las expectativas del mismo, también condicionan el presente. En función de por qué luchemos, cambiamos así las cosas en el presente. No por casualidad el proletariado alcanzó ciertos derechos cuando aspiró a alcanzarlos, cuando luchó por ellos, cuando se fijó como meta cierto futuro. En la sociedad siempre debemos considerar a la dialéctica. Todo está íntimamente relacionado. Las partes se interrelacionan mutuamente. Lo material con lo inmaterial. Lo real con lo ideal. Los factores objetivos con los subjetivos. El pasado con el presente, incluso con el futuro, que no sólo se ve influenciado por el pasado sino que incluso influencia al presente. Pero las partes se contradicen unas a otras, o se realimentan unas a otras. Debemos identificar las relaciones causa-efecto dialécticas y "jugar" con ellas, para que los acontecimientos tomen un rumbo u otro, para avanzar, para que se produzcan ciertos saltos deberemos añadir suficiente cantidad para que la cantidad se convierta en calidad. Esto es lo que fundamentalmente nos enseñó el marxismo. Esta lección básica no debe ser invalidada u olvidada por otros posibles errores.

Las causas últimas son las materiales, pero las ideas tienen también una gran importancia, a veces decisiva. La sociedad hace al individuo, pero al revés también. La historia la hacen las masas, pero el individuo también hace su papel, a veces crítico. La sociedad es en gran medida determinista pero la voluntad de los individuos también cuenta. Hay ciertas verdades relativas, la mayoría de ellas lo son, muchas de ellas que se nos aparecen a primera vista como eternas no lo son, pero también hay algunas verdades absolutas. Tanto el "ser" como el "debe ser" son relativos, son productos históricos, son en gran medida influenciados por el momento presente. Cierta realidad produce cierto idealismo. Cada utopía de cierta época es consecuencia de la realidad de dicha época. Y lo mismo podemos afirmar "espacialmente". Ciertas verdades son relativas al lugar, a la cultura, a la especie. Pero también hay ciertas verdades absolutas, que dependen de ámbitos espaciales y temporales más amplios que el contexto espacial y temporal más inmediato. En toda sociedad humana siempre ha existido el "ser" y el "debe ser". Toda sociedad ha tenido sus utopías, sus ideales. Los sueños dependen de la realidad. Y la realidad también de los sueños. Como nos dice el materialismo dialéctico, las ideas no son más que la forma que adopta lo material en determinado momento.

En cada época el "ser" ha tenido su correspondiente "debe ser", aunque sólo sea para identificarlos. A lo largo de los tiempos la gran mayoría de la sociedad ha aceptado el orden establecido cuando el "ser" parecía coincidir con el "debe ser", o cuando se renunciaba a unirlos. La religión jugó un papel esencial al hacer que la gente aceptara el "ser" como inevitable, al pensar que en la otra vida alcanzaría el "debe ser". Todo ser humano, desde que el ser humano es humano, siempre ha sucumbido ante la dicotomía "ser" vs. "debe ser", la ha vivido en primera persona. El concepto más profundo de justicia tiene que ver con dicha dicotomía. Cuando decimos que lo que ha sido de tal manera debería ser de tal otra, estamos definiendo el concepto más básico de justicia. Toda persona se enfrenta tarde o pronto a esa dicotomía. En algún momento se queja del "ser" y reivindica el "debe ser". Aunque sólo sea para enfrentarse a la enfermedad o a la muerte. ¿Quién no se ha preguntado alguna vez por qué debemos morir, por qué debemos caer enfermos, por qué tal persona ha tenido que morir tan joven o de esa manera tan "injusta", por qué tal otra ha tenido que nacer con tal defecto o en tal país, familia o clase social? ¿Quién no se ha quejado de las injusticias de la vida? La justicia podemos definirla como la reivindicación del "debe ser", el enfrentamiento de éste frente al "ser". El "debe ser" cambia a lo largo del tiempo, incluso es distinto para distintas culturas, pero siempre existe. Lo mismo podemos decir del concepto de justicia. Habrá habido distintas concepciones de la justicia a lo largo del tiempo y a lo largo y ancho de nuestro planeta, pero siempre ha existido el concepto de justicia. Todas las culturas, todas las razas, han utilizado el concepto de justicia. Podremos llamarla de distinta manera, podremos camuflarla, pero siempre ha estado ahí y siempre lo estará. El sentimiento de justicia es inherente al ser humano, incluso podríamos decir que a todo ser inteligente que alcanza cierto grado de conciencia, porque está directamente relacionado con la dicotomía "ser" vs. "debe ser". Todo ser inteligente que alcanza cierto grado de conciencia se topa con ella, no la puede evitar. Esta contradicción, sin embargo, puede resolverse de distintas maneras. No se la puede negar, pero se la puede encauzar. En unas épocas la gente creía que debía aceptar el "ser" y soñar con otra vida, con el "debe ser". Cuando esto ya no basta la historia humana se acelera. Los seres humanos tienden a construir un "debe ser" en esta vida, en este mundo, no se conforman ya con soñar, quieren realizar sus sueños. El "ser" se transforma rápidamente porque hay un "debe ser" hacia el que se tiende. En la época actual estamos, por primera vez, ante la posibilidad real de construir ese "debe ser". El marxismo en su profunda esencia nos posibilita, por primera vez, comprender de verdad nuestra sociedad, y por tanto nos abre las puertas para tomar las riendas de nuestro destino.

Muchas verdades que se nos aparecen a primera vista como absolutas, dejan de serlo en cuanto ampliamos nuestra perspectiva, en cuanto cambiamos de escala. Pero también muchas verdades que se nos aparecen a primera vista como relativas, dejan de serlo en cuanto profundizamos, en cuanto nos fijamos en el fondo y no sólo en las formas, en los aspectos más esenciales, primarios, y no sólo en los secundarios.

A lo largo de la historia han cambiado las formas de explotación pero no el propio hecho de que el pueblo haya sido explotado. Ciertos cambios de formas producen ciertos cambios de ideas, pero la invariabilidad de ciertos preceptos fundamentales hace que ciertas ideas permanezcan en esencia iguales. Tanto con la esclavitud de la época romana, como con la servidumbre de la época feudal, como con el trabajo asalariado del moderno capitalismo, se ha mantenido, en esencia, una misma idea: la existencia de explotación. Y por consiguiente, siendo el "ser" en el fondo igual, así lo es el "debe ser". Mientras haya explotación, existirá la idea de la emancipación, de la libertad. Aunque ésta adopte distintas formas (como consecuencia de las distintas formas que adopta la explotación), la idea central sigue siendo básicamente la misma: el ser humano desea poder elegir, tener opción, controlar su propia vida, su destino. Esto lo hará de una u otra manera en distintas épocas, aspirará a hacerlo de una u otra manera, pero la idea profunda de la libertad seguirá siendo esencialmente la misma.

Muchos "marxistas" caen presos de un relativismo exacerbado también porque se fijan más en los detalles que en lo general, porque ven las cosas con poca perspectiva. Muchas cosas cambian pero no todas por igual. Cambian más las formas de explotación que el hecho mismo de si hay explotación. Dichos "marxistas" no se dan cuenta de que el "debe ser" no ha cambiado tanto a lo largo de la historia, relativizan en exceso porque no consideran la generalidad, la esencia de las cosas, porque se quedan en la superficie, porque sólo se fijan en las formas, las ramas no les permiten ver el bosque, las crestas de las olas les impiden ver el océano, que permanece esencialmente igual. Así ellos pasan al extremo de afirmar que todo es relativo, cuando en verdad aun siéndolo la mayor parte de las cosas, lo son mucho menos de lo que ellos piensan. Así, por ejemplo, encuentran diferencias donde realmente no las hay, o les dan más importancia de las que tienen, amplifican los detalles, las pequeñas diferencias, y pierden de vista las similitudes en lo sustancial, los grandes parecidos. Ven gran diferencia entre el Estado burgués y el feudal, cuando en verdad se parecen mucho en su esencia más profunda, en el hecho de que en ambos una minoría controla la sociedad, en el hecho de que en ambos el Estado es clasista, está al servicio de una clase minoritaria concreta. Los cambios en las formas para ellos son críticos, cuando a lo mejor no lo son tanto. Y, lo peor de esto, es que cuando realmente se producen cambios profundos, críticos, ellos no los ven. Como por ejemplo, así le pasó al marxismo en parte cuando sobrevaloró las diferencias entre el Estado burgués y el feudal, pero infravaloró las diferencias entre el Estado que debía ser proletario y el burgués, como consecuencia de infravalorar las decisivas diferencias entre la clase burguesa, o cualquier clase minoritaria dominante, y el proletariado, o cualquier clase mayoritaria dominada, imposibilitando así el salto hacia un nuevo tipo de Estado. Remito al capítulo Los errores de la izquierda del libro Rumbo a la democracia y al artículo De marxismo, democracia y relativismo, mi contribución personal al debate mencionado en Rebelión.

A lo largo de la historia ha ido cambiando el concepto de democracia, la forma de implementarla, pero la idea fundamental ha permanecido la misma. Tal como dijeron los antiguos griegos la democracia es el poder del pueblo. Bien es cierto que el concepto de pueblo en la antigua Grecia no es el mismo que el actual, que ha cambiado a lo largo de la historia. En la antigua Grecia los esclavos no formaban parte del pueblo, simplemente no eran personas, eran prácticamente considerados como objetos o animales. Poco a poco a lo largo de la historia el concepto de pueblo se fue ampliando a todas las personas que conforman cierta sociedad. La democracia fue avanzando porque existía ya una vieja idea "absoluta", es decir, muy antigua, cuya validez era muy amplia en el tiempo, de que todo grupo humano debe gobernarse de acuerdo con el interés general, de que no es posible una sociedad que no se fundamente en el interés general, que si se atenta contra éste dicha sociedad está condenada, tarde o pronto, a la extinción. La democracia, la idea original de ella, la idea de que cualquier grupo de humanos debe convivir de tal manera que lo que afecta a todos sea decidido por todos, y su hermana gemela la libertad, ha sido el motor ideológico de la evolución humana. Motor ideológico. Antes de que mis amigos marxistas más ortodoxos me acusen de idealista (en su sentido filosófico), si no lo han hecho ya, recordemos que dicha idea se nutre de la necesidad material de supervivencia, de que si un grupo humano no toma las decisiones más adecuadas no sobrevive, de que no es posible tomar las decisiones más adecuadas si no hay libertad, es decir, democracia. Las contradicciones en el modo de producción, que se traducen en revoluciones sociales, no son más que un aspecto más de la necesidad de que cualquier grupo tome las decisiones más adecuadas para su supervivencia. La revolución francesa se hizo para que la clase burguesa pudiera prosperar y sobrevivir. La revolución rusa bolchevique para que así lo haga el proletariado.

El problema es que para que la lucha del proletariado se identifique con la de toda la sociedad, hay que superar la mentalidad de clase, y eso no es posible con el concepto de la dictadura del proletariado, es decir, con el Estado clasista. La lucha del proletariado contra la burguesía es mucho más que la lucha de una clase contra otra, es la lucha de una concepción de la sociedad humana, del ser humano, contra otra concepción. En este sentido, el proletariado debe luchar contra la burguesía de una manera diferente a cómo lo hizo la burguesía frente a la aristocracia. Debe hacer una lucha de clases, pero también debe, al mismo tiempo, poner la primera piedra para superar la sociedad clasista. La lucha del proletariado contra la burguesía debe empezar siendo una simple lucha de clases pero debe evolucionar rápidamente hacia otro tipo de lucha. Debe superarse la dictadura burguesa, para lo cual no puede obviarse la naturaleza clasista del Estado burgués, pero debe evitarse sustituir dicha dictadura de clase por otra dictadura de clase. La clase trabajadora debe dominar la sociedad, pero no de la misma manera que lo hicieron la burguesía o la aristocracia. El proletariado aspira realmente a una sociedad radicalmente distinta. Ésta es su misión histórica que nos descubrió Marx. Y esa misión histórica requiere de un método histórico. Ese método histórico es la DEMOCRACIA, con mayúsculas. Habrá que vencer la resistencia burguesa a perder el control social, pero poco después, cuanto antes, al mismo tiempo casi, habrá que sentar las bases para superar el Estado clasista. Ésta es la enorme dificultad de la lucha por el socialismo. Hay que partir de lo actual pero hay que también sentar las bases para superarlo. Si no partimos de lo actual no podemos partir (en esto falló el anarquismo), pero si no se intentan cambios radicales en poco tiempo volvemos al punto de partida (en esto falló el marxismo). La democracia es ante todo una necesidad vital para el proletariado.

Cuando el ser humano se enfrenta a su supervivencia más inmediata, cuando se enfrenta directamente a la naturaleza para sobrevivir en ella, todas las decisiones que toma las hace con la obsesión de sobrevivir. El jefe de la tribu primitiva es quien posee mejores conocimientos y experiencia, todos los componentes de la tribu se someten a él porque saben que con él aumentan sus posibilidades de sobrevivir. Quienes no se someten a él se van o intentan imponerse porque ellos piensan que son mejores. Quien gana en la disputa por ser el jefe o es aceptado o los que no lo aceptan se van. Pero todo ello motivado sobre todo por la imperiosa necesidad de sobrevivir. Ese jefe incluso recurre a la libre discusión ante cualquier problema difícil que él no pueda resolver por sí solo, con el fin de dar con la mejor solución. Poco a poco cuando la supervivencia va dejando de ser una obsesión porque va siendo garantizada, y ello se produce sobre todo cuando empieza a haber excedentes, cuando lo que produce el grupo humano de que se trate satisface de sobras las necesidades físicas más inmediatas, surgen la lucha por los excedentes, la división del trabajo, las clases sociales; la ambición por el poder, que hasta entonces era casi sólo embrionaria, protagoniza la historia humana, ciertos individuos, ciertos grupos sociales, acaparan los excedentes y usan su dominio, el control de los mismos, para vivir mejor a costa del resto. A medida que la convivencia social no se ve supeditada a la pura e inmediata supervivencia, la democracia original va desapareciendo. La democracia va siendo cada vez menos necesaria. No es tan crítico tomar las decisiones adecuadas, los errores no se pagan tan caros, la supervivencia del grupo no peligra tanto.

La democracia directa primitiva, lejos de ser una cuestión puramente ética, era ante todo, sobre todo, una cuestión práctica, material, de pura supervivencia. Pero así como la comunidad humana ya no depende tanto de la democracia primitiva para satisfacer sus necesidades, para sobrevivir, porque es capaz de producir en exceso, porque domestica la naturaleza, porque se protege de ella, el hecho de que los excedentes sean acaparados por ciertas minorías despierta el hambre de democracia, de libertad, de igualdad, de justicia, de las clases sociales más desfavorecidas. La sociedad se hace cada vez más contradictoria. Mientras ella es capaz globalmente, potencialmente, de satisfacer plenamente sus necesidades, pues la productividad en el trabajo va aumentando en el tiempo, sin embargo, no es capaz de distribuir adecuadamente la riqueza generada. Las contradicciones sociales gobiernan la historia humana. La lucha de clases se convierte en su motor. La lucha por la democracia, que tiene su raíz sobre todo en la lucha por la distribución de la riqueza material, se convierte en la brújula de la sociedad humana. Del mismo modo que la democracia primitiva respondía a causas materiales de supervivencia de la comunidad humana, la reivindicación de la democracia en la actualidad, lejos de ser puramente una cuestión exclusivamente ética, es ante todo, sobre todo, pero no exclusivamente, una cuestión material, práctica. Sin democracia, sin el reparto del poder, no es posible el reparto de la riqueza social. Es más, sin democracia no es posible dar con las mejores decisiones, el gobierno de los sabios sólo tiene sentido cuando la sociedad se somete voluntariamente a él, cuando los sabios se guían sólo por el saber, cuando sus intereses materiales son los mismos que los del resto del grupo, en suma, cuando las clases sociales no existen o están muy poco contrastadas todavía. Esto ya no es así. Ya nunca podrá, mejor dicho debería, volver a ser así.

La única forma que tiene la humanidad de sobrevivir, llegado a un punto en que la amenaza de autoextinción es muy seria, es tomando toda ella el control de la situación, es mediante el desarrollo de la democracia para que la idea original, expresada por los griegos, pero implementada ya en la práctica inconscientemente por las tribus primitivas, se lleve a la práctica: el poder del pueblo. Siendo ahora el pueblo todos los seres humanos, incluso en parte el resto de seres vivos de la Tierra. El ser humano, consciente de que vive interrelacionado con el resto de seres vivos de su planeta, empieza poco a poco a pensar en los intereses de los animales, incluso de la madre naturaleza, de Gaia. Por supuesto, los animales, los seres vivos en general, no llegarán a ser sujeto político en la sociedad humana, en la sociedad que controla todo el planeta, pero entre los humanos empieza a prosperar la idea de que también hay que defender los intereses del resto de seres vivos que comparten con nosotros el planeta, que éstos también tienen ciertos derechos. La democracia se nos presenta así como una cuestión de supervivencia, de satisfacción de las necesidades humanas, las físicas, pero también las psicológicas (la libertad es también una necesidad humana). De acuerdo con el materialismo dialéctico, la democracia es en última instancia una cuestión de supervivencia y prosperidad material. Y de acuerdo con la dialéctica, con la ley de la negación de la negación, la democracia primitiva que en determinado momento fue negada por causas materiales, será restaurada, aunque en un estado muy superior, también por causas materiales. La humanidad ya no necesita el gobierno de los sabios, necesita distribuir también la sabiduría. La democracia posibilitará también un gran salto en la conciencia y en la sabiduría de la humanidad, pues supondrá también el reparto del conocimiento y la información. La democracia irá poco a poco eliminando todo tipo de privilegios. No habrá lugar para el gobierno de los sabios en esta nueva etapa democrática. La humanidad ha aprendido que no puede depender de ninguna minoría, por muy sabia o bienintencionada que parezca. Ésta es una de las tendencias de la humanidad. Tendencia, pues nada está asegurado en nuestra sociedad donde impera también el libre albedrío, la imprevisibilidad.

La humanidad no podrá prosperar ni sobrevivir si a los factores objetivos del cambio social no les acompañan los necesarios factores subjetivos. La humanidad no tiene garantizada ni su prosperidad ni su supervivencia. Tan sólo tiene la posibilidad, el deber, de intentarlo. El primer deber de toda especie es sobrevivir. Es la ley básica de la vida. La democracia es cuestión de vida o muerte para la humanidad. Es ante todo una necesidad material de primer orden, básica. Ahora bien, la democracia en el siglo XXI, aunque conceptualmente signifique también el poder del pueblo, no puede implementarse de la misma manera que la implementaban las tribus primitivas o el pueblo de la Grecia antigua, pues en esos casos la comunidad humana estaba formada por pocas personas. Ahora se trata de complementar la democracia directa con la representativa, la deliberativa, la participativa y el federalismo. No es posible que millones de personas se gobiernen a sí mismas con la democracia directa exclusivamente. La idea sigue siendo esencialmente la misma, porque la necesidad de supervivencia sigue vigente, pero la manera de implementarla no puede ser la misma. Ahora tenemos una sociedad humana formada por miles de millones de individuos. Ahora la especie humana es global, influye en y abarca el planeta entero. Necesitamos una globalización política y no sólo económica. Ahora se necesita implementar la democracia mundial. La comunidad humana es ahora planetaria.

Partes: 1, 2, 3
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