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Perspectiva histórica del imaginario disociador Chile-Perú (página 2)


Partes: 1, 2

Las observaciones de Sergio Villalobos son –principalmente– extensivas a las narraciones de los sucesos meramente militares, y pareciera que en ambos países existiera una lucha entre los historiadores militares para justificar las atrocidades de la guerra en algunos, y mitigarlas en otros. En muchos casos no se intenta explicar para comprender, sino exclusivamente expiar cuando de errores propios se trata o de culpar e incluso ofender al adversario, sobre todo cuando éste último ha sido el que ha logrado la victoria según el suceso de que se trate.

Estos resabios disociadores se han expresado con algunos símbolos que durante el siglo XX han estado mermando el ideario que han construido los historiadores peruanos, como también a través de la instrumentalización de acciones, que han construido una "representación censurable" en las sociedades de chilenos y peruanos respecto del otro. Un ejemplo es el texto de Mariano Paz, que al referirse al coronel Pedro Lagos en la conquista del Morro de Arica indica que se distinguió después del combate por su ferocidad: ordenó o presenció la mayor parte de los asesinatos, logrando así que su nombre merezca eterno recuerdo. Desde ese infausto día, el nombre de Pedro Lagos infunde espanto en todo el Perú. Dejemos que descanse el corazón conmovido, y que otros se ocupen en detallar tantos y tan cruentos actos de barbarie.[5]

Otros analistas chilenos señalan directamente que Chile y Perú han tenido una relación vacilante, afectada por la herencia del pasado –fundamentalmente por la pérdida territorial del Perú, invasión chilena y obtención de trofeos de guerra–, que es un factor determinante en el avance y desarrollo de las relaciones de todo tipo, ya que en ambos países la Guerra del Pacífico es el acontecimiento más importante en la historia militar. Al respecto, la periodista Paz Milet dice: la relación entre Chile y Perú aún está fuertemente condicionada por la herencia histórica que se evidencia, principalmente, en la existencia de una serie de imágenes antagónicas. Estas se identifican fundamentalmente con la noción de dos países rivales, para los que la Guerra del Pacífico fue y es un elemento primordial en la generación de una identidad nacional. En el caso de Perú, es una herida siempre abierta, que implicó la perdida de la continuidad Tacna-Arica y que condicionó su vinculación con la antigua Capitanía.[6]

Por lo anterior, y para hacer un aporte histórico del imaginario disociador entre Chile y Perú, este artículo intentará explicitar las variables que han influido en la representación mental que existe en los peruanos de los chilenos, y viceversa. Es decir, un punto de vista sobre el imaginario disociador entre Chile y Perú, y cuáles son los escenarios que han conformado la estructura del imaginario o representación social, que está arraigado en peruanos y chilenos.

Para ello, debo indicar que no intento referirme al "Interaccionismo Simbólico" de Arnold Rose o Herbert Blumer, ni tampoco a las representaciones colectivas de Emile Durkheim o las "Representaciones Sociales" de Tomás Ibáñez, Denise Jodelet o Jean Claude Abric, por nombrar algunos de los afamados académicos que tratan de estas complejas disciplinas, que de paso valga mencionar, han realizado un gran aporte en el estudio de fenómenos sociales que subyacen en la historia y que han permitido una mejor interpretación de ella. Tampoco esta exposición trata sobre el estudio de las mentalidades como lo hace el destacado historiador chileno Eduardo Cavieres Figueroa, y mucho menos se inmiscuye en el "Inconsciente Colectivo" de Carl Gustav Jung, aunque respecto de este último, la figura del "guerrero" o del militar de la Guerra del Pacífico algunos historiadores lo asocian a un arquetipo universal de "valiente", "cruel" o "patriota". El único propósito es hacer un aporte sobre aquellas variables que potencian la fuerza centrífuga entre peruanos y chilenos, que incluye emblemas o distintivos que han favorecido la construcción de un escenario disociador a partir de las teorías que tratan sobre los símbolos y las representaciones sociales.

Para este cometido, primero –en una aproximación teórica– se hará mención a algunos símbolos que participan como agentes o son el "combustible" de la fuerza disociadora y, como una derivación, se esbozará la representación social que éstos ayudan a construir. Posteriormente, vistos los símbolos y las representaciones, se señalará cómo los gobiernos y los nacionalismos participan en la instrumentalización política de la fuerza disociadora, y finalmente, se intentará a modo de conclusión proponer algunas medidas que podrían ayudar a neutralizar la fuerza aludida.

Desarrollo

Los símbolos

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Para la sociedad en general y para los militares en particular los símbolos son de gran importancia en la formación cultural. En las organizaciones militares de cualquier ejército se profesan costumbres y se cumplen convencidamente los ritos y las tradiciones que identifican a las unidades, y que tienen diferentes expresiones como los honores, toques de clarín o trompetas, grados distintivos, banderas, bastones de mando, estandartes de combate, entrega de armas, degradaciones, ascensos, consejos de honor, formaciones y relaciones jerárquicas traducidas a procedimientos y comportamientos. Esta forma de expresión militar es un arraigado medio de comunicación en el mundo castrense, y cada acto o símbolo está asociado a efectos y respuestas con resultados predecibles. Por ello se puede decir que cada símbolo produce un estímulo que tiene un significado aprendido y un valor para la gente, y la respuesta del hombre al símbolo se hace en términos de su significado y valor, sin olvidar que un significado se refiere a la manera en la que la gente internaliza un símbolo en su conducta y cómo este se va posteriormente retransmitiendo.

En este sentido, la interacción entre los diferentes símbolos incluye el supuesto de que el hombre nunca borra de su memoria nada, pero su recuerdo no es una simple custodia de variada información, sino que el hombre la hace converger a un modelo de comportamiento y a una manera de concebir el mundo o la historia. Por ello se dice que las conductas humanas son el producto de la historia, de su vida, y de su experiencia social como individual. Los símbolos que aprende una persona lo hace a través de la comunicación con otros de su misma especie, de modo que la mayoría de los símbolos tienen significados y valores comunes o compartidos.

En el Tratado de Lima se observan símbolos explícitos y otros más difusos con gran significado como tales.

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En un primer grupo es posible advertir cuatro símbolos que identifican de lleno el conflicto:

  • El primero de ellos se refiere al Morro de Arica y lo que representa, como el bastión expugnado, que se alza apoteósico a la vista ineludible de cualquier peruano o chileno que visite o habite en Arica. Es un majestuoso símbolo para los que lograron la victoria, y un afrentoso emblema natural para los que fueron derrotados.

  • El segundo son las propias ciudades de Tacna y Arica, la conquistada y la entregada, la cedida o la concedida que cobijó a tropas y separó a familias.

  • El tercer símbolo, es visible en el artículo quinto del Tratado, y está representado por el malecón de atraque, la agencia aduanera y la estación para el ferrocarril a Tacna. Es decir, el país ganador de la guerra debió construir y facilitar un área para el país que perdió la guerra, en reemplazo de haberse apropiado de la ciudad y terminal portuario del otro.

  • El cuarto símbolo, y el más trascendente como tal, que fue expresamente estipulado para tal efecto en el artículo 11º del Tratado de Lima, se refiere a la norma donde los gobiernos de Chile y de Perú acuerdan erguir en el Morro de Arica un monumento simbólico para conmemorar sus relaciones de amistad, por lo que cabría preguntarse ¿el actual monumento representa las relaciones de amistad y de identidad de ambos países?

En un segundo grupo están los símbolos que he denominado más difusos o implícitos, pero que influyen de sobremanera en el imaginario de la sociedad peruana y chilena, y de los militares de ambos países en particular, ya que son consecuentes con la afirmación de que a través del aprendizaje del contexto cultural el hombre es capaz de predecir la conducta de los demás en la mayoría de las ocasiones y ajustar su propia conducta a lo que prevé que será la conducta de los otros.

  • El primero de ellos está en el artículo 2º cuando dice que la frontera entre los territorios del Perú y de Chile partirá de un punto de la costa que se denominará "Concordia", que significa conformidad, unión, convenio o instrumento consensuado en debida forma, en el cual se sostiene lo tratado y convenido con el consentimiento de las partes. Este símbolo, que físicamente debería estar personificado por el Hito 1, representa una fuerza emocional por su denominación "Concordia" ¿ha existido concordia? ¿El mero nombre no constituye un baluarte de la discordia?

  • El segundo, se deriva del artículo 1º del Protocolo Complementario, donde se acuerda que los gobiernos de Perú y Chile no podrán, sin previo acuerdo entre ellos, ceder a una tercera potencia la totalidad o parte de los territorios que, en conformidad al Tratado, quedan bajo sus respectivas soberanías, incluso ni siquiera construir nuevas líneas férreas internacionales. O sea este restrictivo acuerdo concede una soberanía pero con restricciones, ¿por qué se incluyó esta cláusula? Será, que desde aquel entonces Perú no estaba de acuerdo con una salida al océano Pacífico para Bolivia por esta parte del territorio, o Perú dejaba entrever un espíritu reivindicativo. Cualquier respuesta es válida, pero el simbolismo ha estado presente todos estos años.

  • El tercero, es el artículo 10º del Tratado, que indica que los hijos de peruanos nacidos en Arica se considerarían peruanos hasta los veintiún años de edad, edad en que podrían optar por su nacionalidad definitiva, y los hijos de chilenos nacidos en Tacna tendrían el mismo beneficio. Por lo tanto, algunos ciudadanos nacidos en Arica o Tacna, recién después de 20 años con posterioridad a 1929, pudieron contar con su nacionalidad definitiva.

  • Por último, y que no está estipulado en el Tratado pero de igual significancia a la postre de éste, son los elementos que se trajeron a Chile y que han servido para instrumentalizar la derrota, como lo son los adornos, libros y otros objetos de poco valor histórico, pero hábilmente utilizados para manipular el recuerdo. Capítulo aparte lo constituye el "Huáscar", que pese a la nobleza con que los historiadores chilenos han tratado al héroe Miguel Grau, éste representa un despojo de la guerra y un trofeo de la victoria.

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Como se puede apreciar, el Tratado entre Chile y el Perú de 1929, dejó definitivamente configurada la frontera norte de Chile, pero también constituye el origen de algunos símbolos que penetran el imaginario de peruanos y chilenos. Estos emblemas han influido en la idea o representación social que ambas sociedades tiene una de la otra, y han sido decisivos en el proceso de interacción formante de la fuerza disociadora. En ese contexto, esta relación entre los símbolos implica la voluntad de ponerse en el lugar de otro, y figurarse cómo se imagina e interpretará la información el receptor, ya que el hombre se distingue por su capacidad para ponerse en el lugar de otro singular y además, de "otro generalizado".

Las representaciones

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Las representaciones que existen en nuestra imaginación de cómo es el grupo social en el cual participamos o cómo identifico a otro grupo social, pertenece a la estructura de nuestro conocimiento de la realidad, que por ende está construida socialmente. Esta noción se elabora a partir de los propios códigos de interpretación, los cuales construyen las representaciones individuales, que no son otra cosa que la forma o expresión individualizada y adaptada de estas representaciones colectivas a las características de cada individuo.

En palabras más simples, el entorno social (símbolos, costumbres, mensajes, etc.) modela nuestra forma de pensar en relación a la sociedad y respecto de otras sociedades. El contexto social chileno participa en la representación que nos hacemos de los peruanos, y a la vez en Perú sucede lo mismo en relación a los chilenos. Podríamos decir que la representación social de los chilenos, respecto de los peruanos va incluir la historia (lo que se relata o lee), lo que transmiten los medios de comunicación y las experiencias personales que cada sujeto ha tenido con peruanos.

En los últimos años comenzó un intenso flujo migratorio de Perú hacia Chile a raíz de la crisis económica que atravesaba el primer país, y la estabilidad y desarrollo del segundo. Los peruanos comenzaron a formar nuevos grupos sociales en la capital chilena, y se puede decir que emigraron a Chile personas, pero además llegó cultura, costumbres, comidas y también problemas. Los puestos laborales que ocupan los peruanos en la mayoría de los casos son puestos de servicios, un alto porcentaje llega para emplearse en el servicio doméstico. En estas labores las relaciones no son igualitarias, sino que los "empleadores" tienen control sobre sus contratados, ya que ellos están "necesitando" trabajar, a niveles extremos que los han obligado a salir de su país por encontrarse socialmente vulnerables. Por lo tanto, se arraiga una relación social muy desigual.

Por otro lado, los chilenos que han tenido relaciones con peruanos también van aportando a la representación de éstos en nuestro país. Debemos tener en cuenta que ellos no vienen porque quieren, sino por necesidad y como entes sociales se organizan y reclaman por las diferencias que los discrimina laboral y socialmente.

Esta influencia del entorno media en el mantenimiento de la identidad y en la orientación de nuestra conducta acerca de otros. En esta relación, la historia adquiere una especial dimensión, ya que ante intereses contrapuestos o en un contexto conflictivo, el ambiente se nutre de resentimientos y estalla el patriotismo. Por ello, el historiador Sergio Villalobos indica: la ideología militar, expresada en ceremonias y homenajes reiterados, influye poderosamente; el periodismo y la difusión actúan por rutina; en los programas escolares y en los manuales se entiende que es obligación la exaltación de virtudes patrias; los profesores son repetidores ardorosos de conocimientos petrificados y aún de consignas vehementes; los círculos gubernativos y los políticos creen que es un deber alentar los sentimientos nacionalistas.[7] En los historiadores está la responsabilidad de meditar sobre lo que se publica, que debe concretarse con la objetividad que la metodología histórica pueda aportar: La historia no tiene por qué cargar con el patriotismo, (…..) Solamente en ese nivel ético puede moverse el historiador, como en un plano ideal, aunque esté lleno de baches que no pueden evitarse, porque la objetividad absoluta no existe y siempre están las falsas percepciones de cada uno. (…..) .[8]

En este sentido, algunos hechos, que coadyuvan a la fuerza disociadora que está latente en el imaginario chileno-peruano son los paradigmas, que damos por ciertos pero que no necesariamente lo son. Ya que son estructuras de pensamiento que definen y enmarcan las ideas, dan sentido y dirección, interpretación y contexto. Pero existe una fuerte tendencia a defender los paradigmas y no razonamos sobre su validez, y paulatinamente los convertimos en algo absolutamente cierto. En relación a ello, los historiadores deben detenerse a reflexionar sobre los paradigmas, porque como no son verdades absolutas, la abstracción permitirá ver otros caminos o posibilidades. El cuestionamiento de ellos no es fácil, son modelos de conveniencia y seguridad, sus variaciones implican cambios en la cultura y en los arquetipos arraigados en el conservadurismo militar. Atribuir virtudes a la tropa o a los comandantes después de una victoria es fácil y creíble, pero inmediatamente después de una derrota es insostenible, aunque después de un tiempo producto del patriotismo y la conveniencia, la derrota se transforme en una acción de armas gloriosa, pasando en breve, algunas de ellas a transformarse en mito.

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A simple vista pareciera que cuando los mitos están arraigados en la cultura popular y particularmente en la historia militar, no es conveniente exteriorizar sus verdades, por el rechazo de quienes, con fundamento o no, se los han apropiado como tal. Visto así, el mito predominará, lo que es bueno para transmitir ejemplos heroicos, pero constituirá información que el investigador de la historia militar deberá administrar con prudencia. La mayoría de los mitos nacen ante la inexistencia de fuentes primarias y de la exaltación de los historiadores. Valga como ejemplo lo indicado por Rafael Mellafe y Mauricio Pelayo cuando se refieren a dos mitos que se relacionan con la muerte del coronel peruano Alfonso Ugarte y al brebaje de la "chupilca del diablo" para inculcar una fuerza sobre humana en los chilenos. Del primero, indican que el cuerpo fue encontrado en el fuerte que corona la cima del Morro, por lo cual es poco probable que haya saltado, y del segundo, señalan que si se hubiera ingerido la "chupilca del diablo" tal como se describe (aguardiente y pólvora), lo más probable es que hubiera sido mortal para el que lo hiciera, lo que sí era cierto, es que antes de las batallas los soldados tomaban aguardiente con harina tostada y que ésta era de un color muy parecido al de la pólvora.[9]

Michael Howard en Las Causas de las Guerras y Otros Ensayos, señala que en muchos historiadores del ámbito académico-civil existe escepticismo respecto del uso de la historia militar que tenga como origen un historiador militar, ya que en algunos círculos universitarios la historia militar propende a ser considerada como sirvienta del militarismo, o su empleo principal puede tener fines propagandísticos o de creación de mitos. Esta cruda aseveración la fundamenta el compromiso que tiene un historiador militar con las hazañas bélicas que investiga, donde el historiador de una organización militar tiene que sustentar la idea de que su unidad ha sido valiente, disciplinada y eficiente, sobre todo en el pasado inmediato: Subrayará, sin sensación alguna de demasía, los episodios gloriosos de su historia, y pasará como sobre ascuas por los más oscuros, sabiendo perfectamente bien que su misión es servir al fin práctico del mantenimiento de la futura moral del Regimiento.[10]

El análisis de la historia militar, además del relato, evalúa el significado y trata de aportar a los problemas actuales las experiencias pasadas. El análisis de la historia militar se basa en la historia militar descriptiva, pero va más lejos que ella. El historiador militar descriptivo es un reportador de acontecimientos y un observador de los procesos de combate y de las formulaciones de políticas. Por el contrario, el analista de la historia militar también se preocupa de interpretar la formulación de la política, la doctrina y los planes. El mal uso de la historia militar se da cuando se utiliza en apoyo de ideas preconcebidas. Algunas veces los hechos históricos son inexactos o están mal interpretados, otras veces son exactos pero su interpretación es errónea. El valor de la historia militar está en que, cuando se le analiza objetivamente, permite proyectar las tendencias de las experiencias del pasado.

La verdad u objetividad pareciera que siempre será parcial, ya que difícilmente el historiador podrá luchar contra la autenticidad de una fuente, la información sesgada, con las contradicciones con igual valor de origen o con la propia interpretación que haga de los hechos. El investigador estará imbuido de su propia formación y esta incidirá en los resultados, ya sea por la influencia del medio cultural en que se desenvuelve o por los atisbos de pre juicio de los cuales difícilmente se podrá disociar: Muchos acontecimientos históricos no han podido ser observados sino en momentos de violenta conmoción emotiva, o por testigos cuya atención fuera solicitada demasiado tarde, si había sorpresa, o retenida por las preocupaciones de la acción inmediata, era incapaz de fijarse suficientemente en aquellos rasgos a los que el historiador atribuiría hoy, y con sobrada razón, un interés preponderante.[11]

Como podemos ver, en la representación social convergen los símbolos y la historia, y dentro de ésta los mitos, ritos y paradigmas. Si los símbolos son inmutables la representación es inflexible y si los historiadores no son objetivos y rigurosos en la selección de las fuentes, los mitos predominantes deformaran la historia y por ende la representación social que implica.

En este proceso, los ritos y los mitos facilitan la inculcación de valores mientras no alteren en demasía la objetividad del contexto histórico aludido. Válidas son también las críticas de algunos historiadores, que sostienen que el apasionamiento de los historiadores militares los lleva a deformar los resultados de algunos sucesos, es propio entender eso sí, que el investigador militar con formación académica castrense, une de mejor forma y recrea con mayor exactitud aquellos hechos históricos sobre los cuales no existe información de primera fuente, pero en los cuales, la proporción de las fuerzas, el terreno, el clima y la logística permiten concluir sobre el esfuerzo y valores de los protagonistas: La vitalidad del mito recibe constantemente energía a través de recuerdos, símbolos y ritos. En el Perú los monumentos de Grau, Bolognesi, Alfonso Ugarte y Petit Thouars son parte de un recuerdo cultivado constantemente y, tanto las acciones específicas de los personajes representados, como el trastorno general de la Guerra del Pacífico, están en la simbología mítica.[12]

Los gobiernos, los nacionalismos y la instrumentalización política de la fuerza disociadora

En ambos países, las Constituciones Políticas asignan la responsabilidad de conducir la política exterior a los Jefes de Estado,[13] y por ello éstos tienen un rol preeminente en el rumbo y en las tendencias que representan. Un estudio sobre las relaciones de Chile y Perú concluye respecto al rol aludido: influyen en la gestación de crisis o su resolución, cómo pueden incentivar o aminorar pretensiones que chocan con los intereses del otro estado o cómo arbitran la mayor o menor participación de los diferentes estamentos ligados a la elaboración de la política exterior.[14] Pero, aunque los gobiernos de diferentes países tengan alguna afinidad ideológica o incluso los mandatarios pertenezcan al mundo castrense, no constituye un padrón de referencia para indicar que estas variables son suficientes para llevar a cabo con éxito cualquier negociación. Por el contrario, pareciera que otros factores son primordiales tales como, el grado de apoyo popular que tenga la autoridad y su respectivo gobierno, la legitimidad de origen, el apoyo y presencia internacional, gobernabilidad y estabilidad política interna.

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Conforme lo anterior, es parte del realismo de las relaciones internacionales la instrumentalización política que se hace de aquellas situaciones que, hábilmente utilizadas permiten unificar sentimientos, cohesionar a las mazas, distraer la atención pública o movilizarla hacia otros fines. Un ejemplo lo constituye la retórica de Ollanta Humala Tasso (integrante del Partido Nacionalista Peruano), que sustenta sus aspiraciones políticas en la reivindicación territorial del Perú. Otra hecho notorio fue cuando el presidente Toledo alcanzaba una baja popularidad del 20% (2002), y coincidentemente levanta el tema de la delimitación marítima con Chile, lo que bastó para que las encuestas mostraran un notable repunte de su popularidad, e incluso como lo señala José Rodríguez Elizondo, la base política y social de todos las fracciones nacionalistas peruanas fue pesando cada vez más sobre el gobierno de Toledo y creando condiciones para un gobierno nacionalista: el primer síntoma se produjo cuando el Presidente aceptó la renuncia del ministro de defensa, Aurelio Loret de Mola, quien conducía una reforma profunda en las Fuerzas Armadas, para que dejaran de considerar a Chile como un enemigo permanente y eliminar la posibilidad de una nueva guerra (…..) su reemplazante, el general Roberto Chiabra, pronto anunciaría que las Fuerzas Armadas estaban preparadas para una guerra contra Chile.[15]

En este contexto, es notoria la falta de estabilidad política que ha tenido Perú en el siglo XX, y como esta inestabilidad afectó sus relaciones exteriores. Prueba de ello son las cuatro Cartas Constitucionales, y las desiguales condiciones en las cuales ejerció el gobierno cada presidente. En el cuadro a continuación se puede observar, que sólo 13 de ellos han sido constitucionales o electos y 10 han sido producto de golpes militares o autoproclamados por lo mismo. De igual forma, es evidente la cantidad de partidos o agrupaciones políticas que han sido gobierno entre 1929 y 2009, entre las que se cuenta a doce militares. En un total de ochenta años hubo 31 presidentes con diferente legitimidad, pero que arroja un promedio de 2,5 años por presidente. A partir de 1980 se observa un origen legítimo de los presidentes, con la excepción de Fujimori y su "autogolpe" de 1992 y su anticipada salida del gobierno en el 2000.

PRESIDENTES DEL PERÚ 1929-2009

CONDICIÓN

CANTIDAD

CONSTITUCIONALES

13

NOMBRADOS-RATIFICADOS POR EL CONGRESO

3

DESIGNADOS POR LA PRESIDENCIA

2

GOLPES MILITARES – AUTOPROCLAMADOS

10

DESIGNADOS POR JUNTA DE NOTABLES

2

SUCESIÓN LEGAL

1

TOTAL

31

PARTIDOS-AGRUPACIONES POLÍTICAS QUE HAN SIDO GOBIERNO 1929-2009

DENOMINACIÓN

CANTIDAD

PARTIDO DEMOCRÁTICO REFORMISTA

2

MILITAR

12

PARTIDO DEMÓCRATA

1

UNIÓN REVOLUCIONARIA

1

MOVIMIENTO DEMOCRÁTICO PRADISTA

1

FRENTE DEMOCRÁTICO NACIONAL

1

PARTIDO RESTAURADOR

1

ACCIÓN POPULAR

3

PARTIDO APRISTA PERUANO

2

CAMBIO 90

1

CAMBIO 90 NUEVA MAYORÍA

1

PERÚ 2000

1

PERÚ POSIBLE

1

Contrariamente a la situación del Perú, en Chile ha existido mayor estabilidad política entre 1929- 2009, y por ende protagonistas más válidos en la dirección de su política exterior. En las últimas décadas sobresale el gobierno chileno presidido por el general A. Pinochet, al cual le correspondió relacionarse con los gobiernos de los generales Juan Velasco Alvarado (1968-1975) y Francisco Morales Bermúdez (1975-1980), que como es bien sabido, éstos protagonizaron el periodo donde Chile ha estado más amenazado de sufrir una acción armada por parte del Perú. Primero, en 1975 cuando el gobierno peruano habría gastado más de 2 mil millones de dólares en la compra de armamento a la Unión Soviética, adquiriendo más de 1.000 tanques, y un número considerable de caza bombarderos y otros medios que constituían una abierta amenaza a la integridad de Chile, más aún cuando la información disponible advertía del interés del presidente Velasco por recuperar territorio perdidos en la Guerra del Pacífico. Segundo, en el gobierno del general Morales, porque éste finalizó el plan de equipamiento de la fuerzas armadas iniciado por el general Velasco, que en el gobierno siguiente, el de Fernando Belaúnde Ferry (1980-1985), le permitió al Perú apoyar con recursos a Argentina en la guerra por las islas Malvinas, que como es sabido también, Chile apoyó al Reino Unido ya que se avizoraba de mediar un éxito en las Malvinas, que Argentina realizaría una acción similar en el sur de Chile.

Comentarios que podrían ayudar a neutralizar la fuerza disociadora

Para aproximarse a la búsqueda de las acciones o instrumentos que podrían servir a la neutralización de la fuerza disociadora entre Chile y Perú, se debe partir de una perspectiva realista que reconozca que algunos hechos son inmutables o que las voluntades políticas no son suficientes para modificarlos. Por ejemplo, será imposible borrar de las mentes de chilenos y peruanos que Chile fue el país victorioso en la Guerra del Pacífico, y que los territorios conquistados por Chile son legítimamente chilenos en virtud de los Tratados posteriores a la guerra, a los cuales las partes concurrieron, aceptaron y ratificaron libremente. Segundo, los símbolos más importantes heredados de la Guerra del Pacífico en general o del Tratado de 1929 en particular, como lo son el Morro de Arica, la ciudad de Arica, el muelle, la estación, y las paradójicas variables a la soberanía, continuarán impasibles a cualquier negociación, cambio o proposición. Tercero, es improbable que la representación que tienen los peruanos de Chile tenga algún cambio de mediar la devolución de elementos que las autoridades de Chile de la época consideraron trofeos de guerra, aunque del más importante de ellos se trate, como lo es el Huáscar, lo más factible, es que el distintivo o la rememoración cambie de lugar físico pero en ningún caso de significado.

Participa en esta construcción realista lo señalado por los generales Juan Salgado y Óscar Izurieta: la presencia de una carga emocional negativa, traducida en una exagerada exaltación nacionalista, desconfianza y recelo hacia el vecino y un marcado espíritu revanchista por parte del pueblo y de las Fuerzas Armadas peruanas, como herencia de la Guerra del Pacífico.[16] Como también el impacto que ocasionó en los peruanos el hecho de que las tropas chilenas llegaran a ocupar la capital del Perú, y que los territorios peruanos y bolivianos estén generando los principales recursos naturales utilizados por Chile para su desarrollo.

En los últimos años esto ha sido notorio, ya que los recursos proporcionados por la explotación de la gran minería le han permitido a Chile disponer de una reserva de valiosos recursos para los fines de su desarrollo social, y de paso para la modernización de sus fuerzas armadas. Como lo expresa S. Villalobos: el chileno tiene conciencia de una historia exitosa, que ha construido una nación bien organizada y de carácter unitario en los rasgos físicos y culturales de su gente. Hay una relativa homogeneidad racial, el Estado se organizó tempranamente y la vida institucional sólo ha tenido interrupciones temporales. La gestión pública y la honestidad se han mantenido en niveles superiores, y en cuanto a cultura, la educación pública ha sido un modelo y las grandes figuras intelectuales han enorgullecido a todos.[17]

Conforme a lo anterior, la "fuerza centrífuga" continuará presente en la relación entre Perú y Chile, ya que sería un absurdo proponer la devolución de algún símbolo o suponer que ambas sociedades pueden concretar un cambio donde los nacionalismos no estén presentes. Tampoco la solución se encuentra en culpar a los que dirigen la política exterior o que circunstancialmente instrumentalizan políticamente la vulnerable relación entre Chile y Perú, sino me aventuro en señalar, que el camino que podría disminuir el imaginario de confrontación pasa por lo siguiente:

  • Observar los estudios y conclusiones a los que ha llegado el destacado historiador chileno Eduardo Cavieres Figueroa (Premio Nacional de Historia 2008) que postula a un cambio en los contenidos de la historia de ambos países y a una integración curricular que permita erradicar los sesgos que producen disociación. Eduardo Caviares indica que existen: estereotipos discriminatorios que emergen del conocimiento de los conflictos políticos y militares adquiridos en la educación temprana por la enseñanza de una historia que se ha ocupado más de exaltar las desavenencias y desacuerdos, que de avanzar en la necesidad de erradicar la discordia, contrarrestar la violencia y sembrar las ideas de la paz y el entendimiento en la mente de los estudiantes.[18]

  • En la concepción de los contenidos históricos, E. Cavieres apuesta a la conveniencia de incorporar el concepto de "Cultura de la Paz" como parte de la enseñanza de la historia para la integración: la enseñanza de la historia con enfoque hacia la cultura de la paz debe contribuir a la consecución de una convivencia solidaria entre todos los pueblos y facilitar los procesos de integración. Es una enseñanza de la historia que ayuda a los estudiantes a dilucidar los problemas de la democracia, de los desequilibrios económicos, de las desigualdades sociales, que en últimas instancias, son las que conducen a las confrontaciones de poder entre los pueblos. [19]También es válida la siguiente advertencia del profesor Cavieres: el concepto "Cultura de la Paz" corre el riesgo de sumirse en la retórica del discurso si no se comprende como proceso dinámico y pluridimensional, en el cual el conflicto no es siempre algo negativo e indeseable; el conflicto no siempre implica la violencia ni la guerra; es un factor de disociación que es posible canalizar y abordar, que da lugar al diálogo y a la concertación para enfrentar de manera creativa situaciones que no necesariamente tienen que desaparecer.[20]

  • Los historiadores que tratan de la relación Chile-Perú, y particularmente los historiadores militares, pueden hacer su aporte en la mitigación de la disociación entre ambos países, esforzándose en la construcción objetiva e interpretación histórica desapasionada. Para ello, lo más recomendable es tener siempre presente que la Historia es una ciencia, y que como tal, se tiene que someter al método científico con el cual se investiga en las Ciencias Sociales. La sujeción a una método es el más aconsejable medio para enfrentar hechos y construir verdades.

  • El Ejército, como instrumento de la política exterior del Estado y en consonancia con las directrices de éste, puede hacer un aporte en el estrechamiento de las relaciones entre ambos países de variadas formas, tales como: celebrar actos patrióticos con asistencia de delegaciones y autoridades de ambos países; participar en operaciones internacionales de paz comunes; intercambiar profesores, alumnos y observadores; construir monumentos patrióticos comunes; evitar el ensalzamiento de símbolos disociadores; intercambiar exposiciones históricas; desarrollar proyectos de narración histórica en conjunto; canjear o donar piezas de valor histórico; y realizar ejercicios con fuerzas y estados mayores de ambos países.

Bibliografía

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CAVIERES FIGUEROA, EDUARDO, Chile-Perú, La Historia y la Escuela. Conflictos Nacionales, Percepciones Sociales, Valparaíso: Ediciones Universitarias, 2006.

HOWARD, MICHAEL, en Las Causas de las Guerras y Otros Ensayos, Ediciones Ejército, Servicio de Publicaciones del EME, Madrid, España, 1987.

MELLAFE MATURANA, RAFAEL; PELAYO GONZÁLEZ, MAURICIO, La Guerra del Pacífico, Santiago: Centro de Estudios Bicentenario, 2007.

MILET, PAZ VERÓNICA, "Chile-Perú: las dos caras de un espejo", Revista Ciencia Política, (Santiago) [online]. 2004, vol. 24, no. 2, pp. 228-235. Disponible en: http://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_ arttext&pid=S0718-090X20040002000 15&lng=es& nrm=iso >. ISSN 0718-090X.

PAZ SOLDAN, MARIANO FELIPE, Narración Histórica de la Guerra de Chile contra el Perú y Bolivia, Lima: Editorial Milla Batres, 1979.

RODRÍGUEZ ELIZONDO, JOSÉ, De Charaña a La Haya, Santiago: La Tercera Ediciones, 2009.

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TAYLOR, PETER J., Geografía Política: Economía-Mundo, Estado-Nación y Localidad, Madrid: Trama Editorial S.L. 1994.

VILLALOBOS R., SERGIO, Chile y Perú la historia que nos une y nos separa 1535-1883, Santiago: Editorial Universitaria, 2004.

 

 

 

 

 

 

Autor:

Rodolfo A. Ortega Prado

Doctor en América Latina Contemporánea de la Universidad Complutense de Madrid (Facultad de Geografía e Historia). Diplomado en Sociología Militar (Academia de Guerra). Diplomado en Prevención de Conflictos (Universidad Complutense). Profesor del Departamento de Estudios Estratégicos de la Academia de Guerra del Ejército de Chile.

[1] TAYLOR, PETER J., Geografía Política: Economía-Mundo, Estado-Nación y Localidad, Madrid: Trama Editorial S.L. 1994, p. 310.

[2] SALGADO BROCAL JUAN C.; IZURIETA FERRER, ÓSCAR, Las Relaciones Bilaterales Chileno-Peruanas Contemporáneas: Un enfoque realista, Santiago: Biblioteca Militar, Ejército de Chile, 1992, p.224.

[3] VILLALOBOS R., SERGIO, Chile y Perú la historia que nos une y nos separa 1535-1883, Santiago: Editorial Universitaria, 2004, p.10.

[4] Ídem.

[5] PAZ SOLDAN, MARIANO FELIPE, Narración Histórica de la Guerra de Chile contra el Perú y Bolivia, Lima: Editorial Milla Batres, 1979, p. 200.

[6] MILET, PAZ VERÓNICA, "Chile-Perú: las dos caras de un espejo", Revista Ciencia Política, (Santiago) [online]. 2004, vol. 24, no. 2, pp. 228-235. Disponible en: http://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_ arttext&pid=S0718-090X2004000200015&lng=es&nrm=iso >. ISSN 0718-090X. Ingreso 14 de mayo 2009.

[7] VILLALOBOS, op. cit, p.9.

[8] Ídem.

[9] MELLAFE MATURANA, RAFAEL; PELAYO GONZÁLEZ, MAURICIO, La Guerra del Pacífico, Santiago: Centro de Estudios Bicentenario, 2007, pp. 206-207.

[10] HOWARD, MICHAEL, en Las Causas de las Guerras y Otros Ensayos, Ediciones Ejército, Servicio de Publicaciones del EME, Madrid, España, 1987.

[11] BLOCH, MARC, Introducción a la Historia, Editado por el Fondo de Cultura Económica, México, 2006, p.102.

[12] VILLALOBOS, op. cit., p.263.

[13] Chile (1980 / 2005) Art.32, 15º, Conducir las relaciones políticas con las potencias extranjeras y organismos internacionales, y llevar a cabo las negociaciones; concluir, firmar y ratificar los tratados que estime convenientes para los intereses del país (……). Perú (1993) Art.118, 11º, Dirigir la política exterior y las relaciones internacionales; y celebrar y ratificar tratados.

[14] SALGADO BROCAL JUAN C.; IZURIETA FERRER, ÓSCAR, Las Relaciones Bilaterales Chileno-Peruanas Contemporáneas: Un enfoque realista, Santiago: Biblioteca Militar, Ejército de Chile, 1992, p.221.

[15] RODRÍGUEZ ELIZONDO, JOSÉ, De Charaña a La Haya, Santiago: La Tercera Ediciones, 2009, p. 163.

[16] SALGADO, JUAN C.; IZURIETA, ÓSCAR, op. cit., p. 226.

[17] VILLALOBOS, op. cit., p.263.

[18] CAVIERES FIGUEROA, EDUARDO, Chile-Perú, La Historia y la Escuela. Conflictos Nacionales, Percepciones Sociales, Valparaíso: Ediciones Universitarias, 2006, p.31.

[19] VARGAS DE AVELLA, MARTHA, Enseñanza de la historia para la integración y cultura de la paz, cita de CAVIERES FIGUEROA, EDUARDO en Chile-Perú, La Historia y la Escuela. Conflictos Nacionales, Percepciones Sociales, Valparaíso: Ediciones Universitarias, 2006, p.31.

[20] Ídem.

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