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Sociedad del conocimiento: un nuevo marco para una misma cosificación del cuerpo

Enviado por Djamel Toudert

    Abstract

    Desde nuestra perspectiva de análisis, el avance tecnológico significó, el deslizamiento del cuerpo en una pendiente progresiva de mutación de su capacidad sensitiva en su relación con los otros cuerpos, en el seno del cuerpo social. Nuestro punto de partida será la reflexión sobre la redefinición del cuerpo en el ambiente tecnológico de nuestras sociedades, ya que consideramos al cuerpo como punta del hilo desde el cual avanzar hacia la reflexión sobre si realmente hay una redefinición de las relaciones intergenéricas. La relación de la técnica con el cuerpo nos lleva a preguntarnos sobre la concepción de felicidad que atraviesa a nuestra época y su relación con el mercado de la prostitución virtual que parece responder a la consigna de satisfacción sin pérdida, donde el acceso al placer no pone en juego cuerpos reales. Y, finalmente, reflexionar en este punto cómo en el circuito de la prostitución, cualquiera sea su tipo, se actualizan todas las oposiciones, incluida la de género, que tradicionalmente atraviesan el cuerpo social.

    Palabras clave: cambios científico-tecnológicos cibersexo desigualdad/exclusión género vida cotidiana

    Introducción

    Reflexionar sobre la sociedad del conocimiento desde las ciencias sociales es pensarla en relación a su implicancia en la redefinición del sujeto social de nuestros tiempos, que podemos extender desde los setenta a esta parte. Necesariamente elegir al sujeto como perspectiva de análisis es pensar sobre su vida en sociedad, y finalmente, adoptar un punto de vista de género es trascender las posturas típicamente sexistas hacia el estudio de las relaciones entre los sexos como parte integrante de las relaciones sociales inseparables de la dimensión del poder, evitando la caída en el esencialismo y la ahistoricidad (Lamas, 1996).

    Es una realidad que la técnica ha redefinido los límites que las ciencias sociales habían inventado para clasificar al mundo y a sus habitantes, se ha redefinido la percepción que tenemos del mundo y nuestra autopercepción; en conclusión, la técnica ha alterado nuestra experiencia y nuestro ser-en-el-mundo por lo tanto nuestras identidades y maneras de relacionarnos.

    La ciudad, primer ambiente técnico

    Desde los años setenta, en los países centrales principalmente y hoy en todo el mundo, son muchos los pensadores que se preguntan como Galimberti (2001) si hemos sido formados con la técnica o deformados con ella. Tenemos la necesidad como habitantes de esta época de preguntarnos sobre nuestro modo de ser hombres y mujeres con la técnica. Siguiendo a Galimberti, (Op.cit.) sostenemos que habitamos en la técnica irremediablemente. El ambiente en el que nos movemos a diario, la ciudad, está organizada técnicamente, desde el dispositivo que usamos para despertarnos hasta el microondas que usamos para calentar el primer café del día, esto significa que nuestros deseos se redefinen y articulan también técnicamente, al punto de necesitar de la técnica para expresarse y satisfacerse. En conclusión nuestro mundo es la ciudad, la ciudad tecnológica.

    En realidad esta sensación, sintetizada en un término tan aplicable como stress, de que varones y mujeres en tanto cuerpos orgánicos han sido alterados en su dimensión sensible por la conexión con la ciudad máquina, no es otra cosa que la sedimentación de siglos de lenta transformación del ambiente y con él de sus habitantes.

    Desde el siglo XVI se ha venido fortaleciendo en las sociedades la tendencia a concentrarse sólo en la actividad económica, considerando el resto de la vida social como derroche de tiempo. El dominio del mercado convirtió "todas las partes de la ciudad en un producto negociable", incluido el hombre como fuerza de trabajo; el capitalismo "transformó las ciudades industriales en oscuras colmenas que diligentemente resoplaban, rechinaban, chillaban y humeaban[…]a veces sin interrupción el día entero"(Mumford, 1966).

    A este modelo de ciudad se le fueron sucediendo otros, superando en algunos aspectos la degradación extrema a la que estaba sometido el cuerpo en las primeras ciudades industriales; sin embargo, el embellecimiento de las fachadas, el aumento del confort no modificó en nada la esencia maquinal de la ciudad, y sus estragos sobre la experimentación sensible del cuerpo humano.

    Hoy, la ciudad se ha expandido más allá de sus muros, de sus fronteras espaciales y temporales por eso aunque no habitemos en la ciudad, ella nos abarca (Simmel, 1986).

    Es inevitable entonces, que reflexionemos sobre la redefinición de las relaciones intersubjetivas en este período de la sociedad que, a falta de una mejor definición, se ha denominado sociedad del conocimiento.

    Ciudad virtual, sociedad del conocimiento y punto de partida

    La sociedad del conocimiento es sinónimo de la no menos imprecisa noción de sociedad de la información, concepto que surge hace unos veinticinco años en el intento de comprender los cambios hacia los que se precipitaba el mundo. Entendemos estos cambios desde la misma perspectiva de Mattelart (2002) quien define a la sociedad de la información como una construcción geopolítica, es decir, como resultado de un devenir histórico, económico y político y no como si se tratara sólo del efecto de un desarrollo tecnológico (Mattelart, citado en de Charras 2002) En este sentido, no podemos hablar de la influencia de las Tecnologías de la información y la comunicación (TIC’s) sobre la vida social como separadas de todos los complejos procesos político-económicos de, agotamiento del modelo de producción fordista, desregulación y liberalización del mercado de las telecomunicaciones, globalización del capital financiero, posibilidad de inversión directa en todo el mundo por parte de las empresas transnacionales y consolidación de la hegemonía de los Estados Unidos de América (de Charras, Op.cit.); todo esto, valga el oximoron, materializado virtualmente en Internet, hizo posible que la ciudadanía experimentara la sensación de que efectivamente la humanidad ingresaba a una nueva era. Internet hizo palpable la metáfora de la aldea global de MacLuhan, pero la euforia de esta nueva sociedad de la comunicación no impidió que se alzaran interrogantes llenos de lucidez crítica sobre la verdad de esta ilusoria horizontalidad del capitalismo globalizado, y es en esta línea crítica que nos proponemos reflexionar.

    Si nos instaláramos cómodamente en el discurso alienado por el frenetismo de las TIC’s no tendríamos mucho lugar para pensar qué implicancia tiene esta nueva sociedad del conocimiento en la redefinición de los paradigmas sociales y, dentro de estos más específicamente, qué cambios implica esta sociedad informatizada, digitalizada desde una perspectiva de género.

    Nuestro punto de partida será la reflexión sobre la redefinición del cuerpo en el ambiente tecnológico de nuestras sociedades, ya que consideramos al cuerpo mismo y al cuerpo representado como depositarios de la mentalidad actual y por lo tanto como punta del hilo desde el cual avanzar hacia la reflexión de si realmente se puede hablar de una redefinición de las relaciones intergenéricas.

    El cuerpo

    En su "Meditación de la técnica", Ortega y Gasset (1989) hace un análisis sociológico y antropológico de la técnica tomando como hilo conductor las necesidades humanas, tanto las vitales como las superfluas, concluyendo que son éstas últimas las que predominan, es decir que la resolución técnica de las necesidades genera nuevas necesidades y deseos. Puede decirse que en este texto Ortega y Gasset da una vuelta más a la noción heideggeriana de estar-en-el-mundo, sosteniendo que ese "estar" es en realidad un "estar-bien" en el mundo, por eso y, como el humano es frágil e inepto para habitar el mundo en sus condiciones naturales, es que se convierte en técnico creador. El ser humano se adapta ambientalmente (Mumford, 1982) al mundo en el que es arrojado al nacer, es decir crea una subnaturaleza, que ha evolucionado hasta convertirse en ciudad.

    El modelo altamente insalubre de las primeras ciudades industriales fue el comienzo del deslizamiento del cuerpo; en su mayoría venido del campo, en una pendiente progresiva de mutación de su capacidad sensitiva. Aquella ciudad hacinada fue modificada por el proyecto de la ciudad Iluminista, que ideó una urbanística que tenía por eje la salud, la ventilación y sobretodo, la circulación. El cuerpo, durante el siglo XVIII, según la genealogía que hace Foucault, incorpora la disciplina de la fábrica, es sometido además a la privación sensorial de las casas de los cordones industriales, y se deberá adaptar luego la taquicardia de las ciudades agitadas.

    En la misma época de la aparición de las nuevas ciudades, del rediseño de ciudades como París, los habitantes atravesaban por la experiencia de la revolución política que se disputaba en el cuerpo dos deseos de manifestación antagónica, por un lado la fraternidad de las relaciones humanas que se expresaba como carne que toca carne, mientras que la libertad en el diseño urbanístico de Boullee se expresaba como volumen vacío (Sennet, 1997:316). De aquel tiempo a esta parte de la historia, cada vez más los espacios vacíos urbanos, significaron justamente eso: espacio vacíos; de tránsito de individuos que no fraternalizan entre sí, que no experimentan la libertad.

    Este repaso histórico del surgimiento de las ciudades y su relación con el cuerpo humano funciona, en nuestro análisis, como la base desde la cual sostenemos que la concepción del cuerpo fue cambiando con el correr de los tiempos, lo mismo que la percepción del propio cuerpo fue alterándose, entonces, también podemos decir, que las formas de relaciones entre los cuerpos de diferentes géneros no son las mismas a lo largo de la historia.

    A grandes rasgos, y en función del desarrollo argumental que venimos realizando, podemos decir que en occidente no se respetó la dignidad del cuerpo. En "Genealogía de la moral" Nietzsche sostiene que "en los tiempos antiguos se sufría menos que ahora, aún cuando las condiciones de vida hayan sido más violentas y los castigos físicos más crueles" (cito en Ferrer, 2003) y es porque en mayor medida el imaginario más ligado que hoy a la religión percibía al cuerpo como algo que albergaba el alma, y era ésta la que se ejercitaba para soportar los males externos. En oposición a esta noción del cuerpo como paragolpe de un alma fuerte y centrada en una fe, en una patria o en algún otro principio fundador de la existencia del ser (Ferrer, Op.cit.) hoy "la asunción de que el cuerpo es la última y radical verdad de la existencia, y de que la satisfacción sensorial es un imperativo y no una opción, da forma a la idea actual de felicidad"(Ferrer, op.cit.). La exigencia de felicidad pasa entonces por el tamiz del disfrute sensorial por eso la técnica de la industria farmacológica trata de detener la extenuación diaria, el deterioro del cuerpo y de sus funciones físicas con el correr de los años. La creencia de que la felicidad está instalada en los cuerpos, corre en paralelo con una insatisfacción existencial con respecto al propio cuerpo, al del otro, en definitiva al cuerpo social. Autoabsorvidos en la búsqueda de una identidad privada, los urbanitas (Simmel, 1986:247) no son capaces de experimentar el deseo social, porque no tienen un espacio común que los ponga en relación entre sí. Paradójicamente, en la era de la comunicación, entre los transeúntes de calles atestadas, entre los pasajeros de buses o trenes repletos, entre los millones de cibernautas, entre todos ellos y ellas, "hombre o mujer;[…]no hay permeabilidad, capilaridad, comunicación de intenciones, de vida. Cada cual es una torre de importancia, sin puertas ni ventanas[…] ninguna simpatía fluye de sus rostros" (Martínez Estrada, 1983:215)

    Cuerpos pasivos: deseo a la carta

    Para Simmel (op.cit) la vida urbana ha tomado un carácter intelectualista donde sólo el entendimiento es la fuerza interior que tienen los habitantes de las ciudades para adaptarse al constante desarraigo, desarraigo incluso del propio cuerpo que se adapta a la moda. Hoy el individuo trata de preservarse y no de involucrarse sentimentalmente con su realidad. Es esta voluntad de satisfacción sin pérdida la consigna que puede regir la pornografía virtual, donde el acceso al placer no pone en juego cuerpos reales.

    Según el análisis que hace Sennet (1978) , en "El declive del hombre público", podemos decir que un movimiento cínico en su carácter ha convertido al ser humano en un narcisista que accede a las relaciones humanas en búsqueda de la propia realización, como el consumidor de pornografía. La pornografía, si bien existió siempre como un gran mercado, fue y continúa siendo un producto detestable por la autonomización que hace de la palabra, la imagen o el cuerpo con el único fin de la excitación, sin emoción y compromiso. Autonomización que es posibilitada por la tecnología, desde la imagen porque se logra la exhibición fragmentada de las zonas que del cuerpo se han construido como eróticas, hasta la autonomización de un goce exclusivamente sexual, que no pide que el sujeto se involucre en otro aspecto. El sexo al convertirse en un deseo de satisfacción maquinal, es decir que se trataría de un ejemplo del cómo los deseos y necesidades del ser humano se redefinen con la técnica; se ha vuelto el medio por el que se garantiza a todos: felicidad (Ferrer, op.cit).

    Suprimida la poesía, para resumir en este término toda la dimensión sentimental y social que pudiera tener el sexo; el sexo explícito se nutre de la creencia de una felicidad alcanzable. Según sostiene Ferrer, "los personajes del género pornográfico son felices, o más bien, a todos se les garantiza el derecho igualitario al orgasmo. Sin distinción de sexos, razas, clases sociales"(Ferrer, op.cit). Pero, ¿qué hay de cierto en esta oferta de felicidad igualitaria? Justamente, Ferrer sostiene en el artículo al que hacemos referencia, que la esencia del género pornográfico es "su promesa de felicidad perfecta". Para comprender que el hecho de que la web net esté llena de pornografía no significa acceso igualitario, debemos recordar aquí el concepto de nueva economía y de economía de la atención.

    La nueva economía es un concepto tan inestable en su definición como el de sociedad del conocimiento, ya que no instaura un nuevo paradigma sino que se define por oposición al modelo económico de producción industrial fordista (de Charras, op.ct.). Hablar de nueva economía o economía de servicios es un eufemismo que revitaliza al capitalismo globalizado sin un sustento palpable que de esta manera parece desdibujar las relaciones de sometimiento en pos de una mayor horizontalidad cuando, lo que en verdad sucede es que las brechas no se redujeron, en todo caso se duplicaron, por eso hablamos de brechas tecnológicas, que trasladadas a nivel mundial, sería más correcto decir que las condiciones laborales precarias de la mayor parte de la población mundial sirven para sostener el "trabajo sin peso" de las economías especulativas de los países desarrollados (Hargreaves, 2003). Siguiendo el argumento de Hargreaves (op.cit), a nivel mundial las naciones, y al interior de cada sociedad los grupos de individuos que no pueden participar en la sociedad del conocimiento por no poseer la indispensable infraestructura tecnológica, sufren una marginación progresiva. Por lo tanto, se deduce que la tecnología de la información es un factor de poder en las naciones, sin el cual no se puede concebir el progreso y la integración a la sociedad del conocimiento.

    Nos parece justo adherir a la apreciación crítica que James Petras (2001,cito en de Charras op. Cit.) hace de la nueva economía señalando que es imposible un aumento de productividad directo por la sola aplicación de las TIC’s, sino que más bien las TIC’s lo que posibilitarían es la circulación del capital financiero en tiempo real y así la recuperación del rédito de manera instantánea.

    En el caso del mercado pornográfico significa que el acceso a estos sitios es pago, posteriormente a habilitar una transacción financiera con la tarjeta de crédito, el usuario tiene acceso "libre" y bajo "identidad resguardada" al consumo. Esto es lo que agilizan las TIC’s, lo demás es ficción de una era de la convergencia que no es solución de nada mientras siga montándose sobre el régimen actual de desigualdades.

    Fue Michel Goldhaber (1997, cito en de Charras, op.cit.) quien ideó el concepto de "economía de la atención" para caracterizar a esta mal llamada economía de la información. Sostenía que si tradicionalmente la economía se definía como ciencia que estudia la producción y el intercambio de bienes escasos, lo que hoy se debe administrar es, al atención, que frente a la infinita información que circula, frente a las mil propuestas ONLINE con las que se topa el cibernauta, lo que escasea es la atención de éste como consumidor.

    En su trabajo Ferrer sostiene que, en realidad "la mayor parte de la población mundial carece de acceso a la pornografía, o bien intima con ella en dosis poco significativas" (Ferrer, op.Cit) Este hecho no está separado de la realidad que indica que la información, en esta sociedad de la información, no es tan sobreabundante, y está lejos de ser un bien de libre acceso. La restricción a la verdadera información es lo que la convierte en una verdadera mercancía. Lo mismo que el acceso al verdadero goce, que no se ofrece en el mercado, hace que el goce por minuto sea una mercancía rentable del mercado.

    Pornografía: un modo de conexión que desdibuja el sometimiento

    Sin perder de vista el escenario de la época al que nos hemos referido para llegar hasta esta parte del análisis, podemos avanzar, ahora sí, hacia lo que significa la pornografía en la redefinición de las relaciones intergenéricas. Lejos de la concepción humorística que hace Lipovetsky (1986) de lo porno, que no descarto ya que es pertinente a su análisis en clave humorística de la sociedad posmoderna, estamos de acuerdo en que "lo porno liquida la profundidad del espacio erótico" y "metamorfosea el sexo en tecnología-espectáculo" (Lipovetsky, op.cit) en el que, y esto es lo distinto al análisis que Lipovestky hace, la diferencia sexual continúa siendo ingrediente fundamental de la fantasía que se vende. Esto es así porque creemos que los lazos existentes entre la gente no son conexiones mudas, ni están por fuera de las ideologías que les dan, y a las que a su vez dan, forma. De la misma manera las relaciones sexuales, a todo nivel se inscriben en el modelo social dominante, donde la prostitución femenina y masculina, en la red o en donde sea no tienen el mismo significado. Perlongher, lo expresa de manera clara, "bajo el imperio de la ley de la ganancia[…]los varones lazan sus sexos –reservados en un principio sólo a la heterosexualidad- al mercado de la prostitución homosexual; pero no venden su alma: el apego a los paradigmas de la normalidad les permite – o por lo menos, es lo que se cree- alquilar* sólo sus cuerpos". (Perlongher, 1981:71) De esto se desprende que la virilidad fetichizada queda resguardada de su anulación, es decir que no se degrada, conserva cierta autonomía, y esto sucede porque si bien el homosexual transgrede la norma continúa siendo un varón y como tal sigue ubicándose un sitio de superioridad con respecto a la mujer. Inversamente y justamente por el paradigma de normalidad que funciona, la fetichización del cuerpo femenino, hace que el lesbianismo sea erótico sólo como espectáculo a los ojos masculinos, esta mirada legitima el lesbianismo porque lo inscribe en el juego sexual regido por reglas socioculturales que mantienen la subordinación de la mujer en relación al varón.

    Si bien el género pornográfico se ofrece como garantía de la felicidad de todos, sin distinción, vemos que tal slogan continúa sujeto a las reglas del mercado. Es decir, en el negocio del deseo las identidades sobreviven, los roles sexuales sobreviven, puede haber disfraces, tranvestidos, pero justamente, como dice Judith Butler, estar vestido con ropas del sexo opuesto es el tránsito de una identidad de género a otra, es decir ambas identidades genéricas siguen funcionando. La ambigüedad con la que se ofertan los cuerpos, desde su vestimenta hasta su anatomía dudosa, no tiene en realidad correlato sexual sino que persigue el objetivo de gustarle a todos, con independencia del sexo. Sin embargo, en algún punto de la transacción sexual, la diferencia vuelve a establecerse, porque la cultura siempre se construye sobre la base de diferencias, que no son otras que diferencias de poder entre un nosotros y un ellos, un ellos y un nosotras distintas y definidas por el ellos.

    Cierre: Sociedad del conocimiento, marco para una misma cosificación

    El cuerpo es el centro de atención de nuestra época, en este punto coincidimos con Lipovestky (op.cit.) en que no podemos ocuparnos de otra cosa que no sea de "nuestro equilibrio físico y psíquico", y esto es porque, continuando con la idea del autor, al agonizar los sustentos tradicionales de la existencia, "aumentan la obsesión y las prácticas narcisistas", lo que se confunde en la vorágine de nuestros días como espacios de libertad y de autodisfrute, son realidad esa cara de la moneda que se lustra y se vende pero que oculta que la desacralización del cuerpo, su supuesta liberalización no es más que el correlato a la valorización comercial y útil de sus partes, a las que se les exige que respondan siempre bien a la pulsión sexual. El orgasmo se redefine así no como una reivindicación del derecho del goce, sino como una nueva responsabilidad del yo, cualquiera sea su sexo, sin fisuras.

    En el negocio del sexo, que todos pueden pedir a la carta, es una falacia que funciona y se fundamenta en el discurso de la horizontalidad democrática que se pregona en esta nueva sociedad del conocimiento. Por el contrario, como hemos tratado de reflexionar aquí, en el circuito de la prostitución, cualquiera sea su tipo, se actualizan todas las oposiciones que tradicionalmente atraviesan el cuerpo social, donde los cuerpos se objetivan sometidos al poder de unos sobre otros, y de todos a la técnica como mentalidad dominante, que le "devuelve al cuerpo su espesor simbólico mediante la exposición permanente de su carga erótica" (Ringelheim, 2003). Como conclusión tenemos que a nivel del deseo sexual, como medio predominante de búsqueda de la felicidad, se movilizan una infinitud de desigualdades que a pesar de que se digitalicen no desaparecen, sino que reactualizan el modo de dominación socio-sexual de siempre.

    Bibliografía

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    · Ringelheim, Juan Pablo, (2003) Las sirenas y el soldador, Cuerpo y espacio en las publicidades gráficas de los ‘90, en Revista Artefacto N° 5, pensamientos sobre la técnica, grupo editor, Christian Ferrer y otros, Buenos Aires, Argentina.

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    · Sennet, R. (1978), El declive del hombre público, Ed. Península, Barcelona.

    · Simmel, G. (1986), Las grandes urbes y la vida del espíritu, en El individuo y la libertad, Ensayos de critica de la cultura. Barcelona, Ed. Península.

     

    Este artículo es obra original de Mercedes Moglia y su publicación inicial procede del II Congreso Online del Observatorio para la CiberSociedad: http://www.cibersociedad.net/congres2004/index_es.html"

    Mercedes Moglia

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