Consideraciones experimentales comunes a los seres vivos y a los cuerpos inertes (página 3)
Enviado por Maximo Contreras
Después de todo esto, ¿habrá que dejarse conmover por los gritos sensibleros que puedan exhalar las personas de sociedad o por las objeciones que hayan podido hacer hombres ajenos a las ideas científicas? Todos los sentimientos son respetables, y me guardaría muy bien de rozar ninguno. Me los explico muy bien y es por eso que no me detienen. Comprendo perfectamente que los médicos que se encuentran bajo la influencia de ciertas ideas falsas y a quienes falta sentido científico, no pueden darse cuenta de la necesidad de las experiencias y de las vivisecciones para constituir la ciencia biológica. Comprendo perfectamente también que la gente de sociedad, movida por ideas completamente diferentes de las que animan al fisiólogo, juzgue muy distintamente a él las vivisecciones. No podría ser de otro modo. Hemos dicho en alguna parte de esta introducción que en la ciencia, es la idea la que da a los hechos su valor y su significación. Ocurre lo mismo en la moral, y en todas las cosas. Hechos materialmente idénticos pueden tener una significación moral opuesta, según las ideas a que estén referidos. El cobarde asesino, el héroe y el guerrero, hunden igualmente el puñal en el seno de su semejante. ¿Qué los distingue si no es la idea que dirige su brazo? El cirujano, el fisiólogo y Nerón, se entregan igualmente a la mutilación de seres vivientes. ¿Qué los distingue también sino es la idea? No trataré, pues, a ejemplo de Le Gallois, de justificar a los fisiólogos del reproche de crueldad que les dirige la gente extraña a la ciencia; la diferencia de ideas lo explica todo. El fisiólogo no es un hombre de mundo, es un hombre de ciencia, es un hombre que está poseído y absorbido por la persecución de una idea científica; no oye los gritos de los animales, no ve la sangre que corre, no ve más que su idea, ni percibe más que organismos que le ocultan problemas que quiere descubrir. Lo mismo que el cirujano no se detiene por los gritos y los sollozos más emocionantes, porque no ve más que su idea y la finalidad de su operación. Lo mismo aún que el anatomista no siente que está en medio de una horrible carnicería; bajo la influencia de una idea científica, persigue con delicia un filete nervioso en carnes hediondas y lívidas que serían para cualquier otro hombre objeto de disgusto y de horror. De acuerdo a lo que precede, consideramos ociosas y absurdas todas las discusiones sobre vivisección. Es imposible que hombres que juzgan los hechos con ideas tan diferentes puedan entenderse nunca; y como es imposible satisfacer a todo el mundo, el investigador no debe preocuparse más que de la opinión de los investigadores que lo comprenden y no buscar reglas de conducta más que en su propia conciencia.
El principio científico de la vivisección es por otra parte fácil de captar. Se trata siempre, en efecto, de separar o de modificar ciertas partes de la máquina viva, a fin de estudiarlas y juzgar así de su función y de su utilidad. La vivisec-ción, considerada como método analítico de investigación en el vivo, comprende un gran número de grados sucesivos, porque se puede tener que actuar, sea sobre los aparatos orgánicos, sea sobre los órganos, sea sobre los tejidos o sobre los elementos histológicos mismos. Hay vivisecciones extemporáneas, y otras vivisecciones en las que se producen mutilaciones cuyas consecuencias se estudian conservando los animales. Otras veces la vivisección no es más que una autopsia hecha en vivo, o un estudio de las propiedades de los tejidos inmediatamente después de la muerte. Estos procedimientos diversos de estudio analítico de los mecanismos de la vida, en el animal vivo, son indispensables, como lo veremos, a la fisiología, a la patología y a la terapéutica. Sin embargo, no hay que creer que la vivisección puede constituir ella sola todo el método experimental aplicado al estudio de los fenómenos de la vida.
La vivisección no es más que una disección anatómica en el vivo; ella se combina necesa-riamente con todos los otros medios físico-químicos de investigación que se trata de llevar al organismo. Reducida a sí misma la vivisección no tendría más que un alcance restrin-gido, y hasta podría en ciertos casos, inducirnos en error acerca del verdadero papel de los órganos. Con estas reservas no niego la utilidad ni aun la necesidad absoluta de la vivisección en el estudio de los fenómenos de la vida; la declaro solamente insuficiente. En efecto, nuestros instrumentos de vivisección son de tal manera groseros y nuestros sentidos tan imperfectos, que no podemos captar en el organismo más que partes groseras y complejas. La vivisección bajo el microscopio llegaría a un análisis mucho más fino, pero ella presenta enormes dificultades y no es aplicable más que a animales pequeñísimos.
Pero cuando hemos llegado a los límites de la vivisección tenemos otros medios de penetrar más lejos y de dirigirnos aún a partes elementales del organismo en las que residen las propiedades elementales de los fenómenos vitales. Estos medios son los venenos que podemos introducir en la circulación, Y que van a llevar su acción específica sobre tal o cual elemento histológico. Los envenenamientos localizados, tal como los han empleado ya Fontana y J. Mül1er, constituyen preciosos medios de análisis fisiológico. Los venenos son verdaderos reactivos de la vida, instrumentos de
una delicadeza extrema que van a disecar los elementos vitales. Yo creo haber sido el primero en considerar el estudio de los venenos desde este punto de vista, porque pienso que el estudio atento de los modificadores histológicos debe formar la base común de la fisiología general, de la patología y de la terapéutica. En efecto, es siempre a los elementos orgánicos que hay que remontarse para encontrar las explicaciones vitales más simples.
En resumen, la vivisección es la dislocación del organismo vivo con ayuda de instrumentos y de procedimientos que pueden aislar sus diferentes partes. Es fácil comprender que esta disección en el vivo, supone la disección previa en el cadáver.
§ IV. – De la anatomía normal en sus relaciones con la vivisección.
La anatomía es la base necesaria de todas las investigaciones médicas teóricas y prácticas. El cadáver es el organismo privado del movimiento vital, y es, naturalmente, en el estudio de los órganos muertos donde se ha buscado la primer explicación de los fenómenos de la vida, lo mismo que es en el estudio de los órganos de una máquina en reposo donde se busca la explicación del juego de la máquina en movimiento. Parece, pues, que la anatomía del hombre debe ser la base de la fisiología y de la medicina humana. Sin embargo, los prejuicios se opusieron a la disección de los cadáveres, y se disecaron, a falta de cuerpos humanos, cadáveres de animales tan cercanos al hombre por su organización como fuera posible: es así que toda la anatomía y la fisiología de Galeno, fueron hechas principalmente en monos. Galeno practicaba al mismo tiempo disecciones cadavéricas y experiencias en animales vivos, lo que prueba que había comprendido perfectamente que la disección cadavérica no tiene interés más que en la medida en que se la compara a la disección en el vivo. De esta manera, en efecto, la anatomía no es más que el primer paso de la fisiología. La anatomía es una ciencia estéril en sí misma; no tiene razón de ser más que porque hay hombres y animales vivos, sanos y enfermos, y ella puede ser útil a la fisiología y a la patología. Nos limitaremos a examinar aquí el género de servicio que, en el estado actual de nuestros conocimientos, la anatomía, sea del hombre o de los animales, puede prestar a la fisiología y a la medicina. Esto me ha parecido tanto más necesario, cuanto que a este respecto reinan en la ciencia ideas diferentes; bien entendido que para juzgar estas cuestiones, nos colocamos siempre en el punto de vista de la fisiología y de la medicina experimentales, que forman la ciencia médica verdaderamente activa. En la biología se pueden admitir puntos de vista diversos, que constituyen en cierto modo otras tantas sub-ciencias distintas. En efecto, lo que separa a una ciencia de otra, es su punto de vista particular y su problema especial. Se pueden distinguir en la biología normal el punto de vista zoológico, el punto de vista anatómico simple y comparado, el punto de vista fisiológico especial y general. La zoología, al dar la descripción y la clasificación de las especies, no es más que una ciencia de observación que sirve de antesala a la verdadera ciencia de los animales. El zoólogo no hace más que catalogar los animales, según los caracteres externos e internos de forma, siguiendo los tipos y las leyes que la naturaleza le presenta en la formación de esos tipos. El objeto del zoólogo es la clasificación de los seres según una especie de plan de creación, y el problema se resume para él en encontrar el lugar exacto que debe ocupar un animal en una clasificación dada.
La anatomía, o ciencia de la organización de los animales, tiene una relación más íntima y más necesaria con la fisiología. Sin embargo, el punto de vista anatómico difiere del punto de vista fisiológico, en que el anatomista quiere explicar la anatomía por la fisiología, mientras que el fisiólogo trata de explicar la fisiología por la anatomía, lo que es bien diferente. El punto de vista anatómico ha dominado la ciencia desde su origen hasta nuestros días, y cuenta toda-vía con muchos partidarios. Todos los grandes anatomistas que se han colocado en este punto de vista han contribuído, sin embargo, poderosamente al desenvolvimiento de la ciencia fisiológica, y Haller ha resumido esta idea de subordinación de la fisiología a la anatomía, definiendo la fisiología como anatomía animata. Comprendo fácilmente que
el principio anatómico debía presentarse necesariamente el primero, pero creo que este principio se falsea al querer ser exclusivo, y ha llegado a ser hoy perjudicial a la fisiología, después de haberle prestado grandes servicios que ni yo ni nadie niega. En efecto, la anatomía es una ciencia más simple que la fisiología, y, en consecuencia, debe ser su subordinada en lugar de dominarla. Toda explicación de los fenómenos de la vida basada exclusivamente en consideraciones anatómicas es necesariamente incompleta. El gran Haller, que ha resumido este gran período anatómico de la fisiología en sus inmensos y admirables escritos, se vió conducido a fundar una fisiología reducida a la fibra irritable y la fibra sensitiva. Toda la parte humoral o físico-química de la fisiología, que no se diseca y que constituye lo que nosotros llamamos nuestro medio interno, ha sido descuidada y dejada en la sombra. El reproche que dirijo aquí a los anatomistas que quieren subordinar la fisiología a su punto de vista, lo dirigiría igualmente a los químicos y a los físicos que han querido hacer otro tanto. Han incurrido en el mismo error de querer subordinar la fisiología, ciencia más compleja, a la química o a la física que son ciencias más simples. Lo que no impide que muchos trabajos de química y de física fisiológicas, concebidos de acuerdo a este falso punto de vista, hayan podido rendir grandes servicios a la fisiología.
En una palabra, considero que la fisiología. la más compleja de todas las ciencias, no puede ser explicada completamente por la anatomía. La anatomía no es más que una ciencia auxiliar de la fisiología, la más inmediatamente necesaria, convengo en ello, pero insuficiente por sí misma; a menos de querer suponer que la anatomía lo comprende todo, y que el oxígeno, el cloruro de sodio y el hierro que se encuentran en el cuerpo son elementos anatómicos del organis-mo. Tentativas de este género han sido renovadas en nuestros días por anatomistas histólogos eminentes. No participo de su criterio, porque con él, a mi juicio, se establece una confusión en las ciencias aportando a ellas oscuridad en lugar de luz.
El anatomista, hemos dicho más arriba, quiere explicar la anatomía por la fisiología; es decir, que toma la anatomía por punto de partida exclusivo, y pretende deducir de ella directamente todas las funciones, sólo por la lógica y sin experiencias. Yo he protestado ya contra las pretensiones de estas deducciones anatómicas, demostrando que ellas reposan sobre una ilusión de la que el anatomista no se da cuenta. En efecto, hay que distinguir en la anatomía dos órdenes de cosas: 1º, las disposiciones mecánicas pasivas de los diversos órganos y aparatos, que, desde este punto de vista, no son más que verdaderos instrumentos de mecánica animal; 2º, los elementos activos o vitales que ponen en movimiento estos diversos aparatos. La anatomía cadavérica puede informar muy bien sobre las disposiciones mecánicas del organismo animal; la inspección del esqueleto, muestra perfectamente un conjunto de palancas, del que se comprende la acción con sólo ver su ordenamiento. Lo mismo ocurre con el sistema de canales o de tubos que conducen los líquidos; y es así como las válvulas de las venas tienen funciones mecánicas que pusieron a Harvey sobre la pista del descubrimiento de la circulación de la sangre. Los reservorios, las vejigas, las bolsas diversas, en las que se acumulan líquidos segregados o excretados, presentan disposiciones mecánicas que nos indican más o menos claramente las funciones que deben llenar, sin que estemos obligados a recurrir a experiencias en el vivo para saberlo. Pero hay que hacer notar que estas deducciones mecánicas no tienen nada que sea absolutamente privativo de las funciones de un ser viviente; en todas partes deduciremos lo mismo que los tutos están destinados a conducir, que los reservorios están destinados a contener, que las palancas están destinadas a mover.
Pero cuando llegamos a los elementos activos o vitales que ponen en marcha todos esos instrumentos pasivos de la organización, entonces la anatomía cadavérica no enseña nada y no puede enseñar nada. Todos nuestros conocimientos a este respecto nos llegan necesaria-mente de la experiencia o de la observación en el vivo; y cuando el anatomista cree enton-ces hacer deducciones fisiológicas por la anatomía sola y sin experiencias, olvida que ha tenido su punto de partida en esa misma fisiología experimental que aparenta desdeñar. Cuando un anatomista deduce, como él dice, las funciones de los órganos de su contextura, no hace más que aplicar conocimientos adquiridos en el vivo para interpretar lo que ve en el muerto; pero en realidad la anatomía no le enseña nada; ella le suministra solamente un carácter de tejido. Así, cuando un anatomista encuentra en una parte del cuerpo fibras mus-culares, saca en conclusión que hay allí un movimiento contráctil; cuando encuentra células glandulares, que hay una secreción; cuando encuentra fibras nerviosas, que hay sensibilidad o movimiento. Pero ¿dónde ha aprendido que la fibra muscular se contrae, que la célula glandular segrega, que el nervio es sensitivo o motor, si no es en la observación en el vivo o vivisección? Sólo que, habiendo notado que estos tejidos contráctiles, secretorios o nervio-sos tienen formas anatómicas determinadas, ha establecido una relación entre la forma del elemento anatómico y sus funciones; de tal suerte que cuando encuentra a la una determina la otra. Pero lo repito, en todo esto la anatomía cadavérica no enseña nada, no hace más que apoyarse sobre lo que la fisiología experimental le enseña; y lo que lo prueba claramente, es que allí donde la fisiología experimental no ha enseñado nada todavía, el anatomista no sabe interpretar nada por la anatomía sola. Así, la anatomía del bazo, de las cápsulas suprarrenales y de la tiroides, es tan bien conocida como la anatomía de un músculo o de un nervio, y sin embargo el anatomista permanece mudo acerca de las funciones de estas partes. Pero cuando el fisiólogo haya descubierto algo en las funciones de estos órganos, el anatomista pondrá las propiedades fisiológicas constatadas en relación con las fuerzas anatómicas determina-das de los elementos. Debo además hacer notar que, en sus localizaciones, el anatomista no puede nunca ir más allá de lo que le enseña la fisiología, bajo pena de caer en el error. Así, si el anatomista adelanta, de acuerdo a lo que le ha enseñado la fisiología, que cuando hay fibras musculares hay contracción y movimiento, no podría inferir de ello que allí donde él no ve fibras musculares no hay nunca contracción ni movimiento. La fisiología experimen-tal ha probado en efecto, que el elemento contráctil tiene formas variadas, entre las cuales algunas que el anatomista no ha podido aún precisar.
En una palabra, para saber algo de las funciones de la vida, hay que estudiarlas en el vivo. La anatomía no da más que caracteres para reconocer los tejidos, pero no enseña nada por sí misma sobre sus propiedades vitales. En efecto, ¿cómo la forma de un elemento nervioso nos indicaría las propiedades nerviosas que trasmite? ¿Cómo la forma de una célula hepática nos mostraría que allí se hace azúcar; cómo la forma de un elemento muscular nos haría conocer la contracción muscular? No hay en ello más que una relación empírica que establecemos por la observación comparada hecha en el vivo y en el muerto. Me acuerdo de haber oído a menudo a de Blainville esforzarse en sus cursos por distinguir lo que, según él, había que llamar un substratum, de lo que, por el contrario, había que llamar un órgano. En un órgano, según de Blainville, debía poderse comprender una relación mecánica necesaria entre la estructura y la función. Así, decía, de acuerdo a la forma de las palancas óseas, se concibe un movimiento determinado; según la disposición de los productos sanguíneos, de los reservorios de líquidos, de los conductos excretores de las glándulas, se comprende que los flúidos sean puestos en circulación o retenidos por disposiciones mecánicas que se explican. Pero para el encéfalo, agregaba, no hay que establecer ninguna relación material entre la estructura del cerebro y la naturaleza de los fenómenos intelectuales. Por lo tanto, concluía de Blainville, el cerebro no es el órgano del pensamiento, él es solamente su substratum. Se podría, en último término, admitir la distinción de Blainville, pero ella tendría que ser gene-ral y no limitada al cerebro. Si comprendemos en efecto que un músculo insertado en dos huesos pueda hacer el oficio mecánico de una fuerza que los aproxime, no comprendemos absolutamente cómo se contrae el músculo, y podemos igualmente bien decir que el músculo es el substratum de la contracción. Si comprendemos cómo un líquido segregado se desliza por los conductos de una glándula, no podemos tener ninguna idea sobre la esencia de los fenómenos secretores, y podemos lo mismo decir que la glándula es el substratum de la secreción.
En resumen, el punto de vista anatómico está enteramente subordinado al punto de vista fisiológico experimental en su carácter de explicación de los fenómenos de la vida. Pero, como ya lo hemos dicho más arriba, en anatomía hay dos cosas: los instrumentos del organismo y los agentes esenciales de la vida. Los agentes esenciales de la vida residen en las propiedades vitales de nuestros tejidos, que no pueden ser determinadas más que por la observación o por la experiencia en el vivo. Estos agentes son los mismos en todos los animales, sin distinción de clase, género ni especie. Pertenecen al dominio de la anatomía y la fisiología generales. En seguida vienen los instrumentos de la vida, que no son otra cosa que aparatos mecánicos o armas de las que la naturaleza ha provisto a cada organismo de una manera definida según su clase, su género, su especie. Hasta se podría decir que son estos aparatos especiales los que constituyen la especie; porque un conejo no difiere de un perro más que porque el uno tiene instrumentos orgánicos que lo obligan a comer hierba, y el otro órganos que lo obligan a comer carne. Pero en cuanto a los fenómenos íntimos de la vida, son dos animales idénticos. El conejo es carnívoro si se le da carne preparada y yo he probado desde hace mucho que sometidos al ayuno, todos los animales son carnívoros.
La anatomía comparada no es más que una zoología interna; tiene por objeto clasificar los aparatos o instrumentos de la vida. Estas clasificaciones anatómicas deben corroborar y rectificar los caracteres obtenidos de las formas externas. Es así cómo la ballena, que podría ser colocada entre los peces en razón de su forma externa, está ubicada entre los mamíferos a causa de su organi-zación interna. La anatomía comparada nos muestra además que las disposiciones de los instrumentos de la vida, están entre ellas en relaciones necesarias y armónicas con el con-junto del organismo. Así un animal que tiene garras, debe tener las mandíbulas, los dientes y las articulaciones de los miembros dispuestos de una manera determinada. El genio de Cuvier ha desarrollado estas proposiciones y ha sacado de ellas una ciencia nueva, la paleontología, que reconstruye un animal entero de acuerdo a un fragmento de su esqueleto. El objeto de la anatomía comparada es, pues, mostrarnos la armonía funcional de los ins-rumentos de que la naturaleza ha dotado a un animal y enseñarnos la modificación necesa-ia de esos instrumentos según las diversas circunstancias de la vida animal. Pero en el fondo de todas estas modificaciones, la anatomía comparada nos muestra siempre un plan uniforme de creación; es así que una multitud de órganos existen, no como útiles a la vida (a menudo ellos son perjudiciales), sino como caracteres específicos o como vestigios de un mismo plan de composición orgánica. La cornamenta del ciervo no tiene función útil en la vida del animal; el omoplato de la cecilia y la mama en los machos son vestigios de órganos ya sin función. La naturaleza, como lo ha dicho Goethe, es una gran artista; agrega para la ornamentación de la forma, órganos a menudo inútiles para la vida en sí misma, lo mismo que un arquitecto para la ornamentación de su monumento hace frisos, cornisas y rosetones que no sirven para nada en la habitación.
La anatomía y la fisiología comparadas tienen, pues, por objeto, encontrar las leyes morfológicas de los aparatos o de los órganos cuyo conjunto constituye los organismos. La fisiología comparada, puesto que deduce las funciones de la comparación de los órganos, sería una ciencia insuficiente y falsa si rechazara la experimentación. Sin duda la compara-ción de la forma de los miembros o de los aparatos mecánicos de la vida de relación, puede darnos noticia sobre las funciones de estas partes. ¿Pero qué puede decirnos la forma del hígado o del páncreas sobre las funciones de estos órganos? ¿No ha mostrado la experiencia el error de. esta asimilación del páncreas a una glándula salival? ¿Qué puede enseñarnos la forma del cerebro y de los nervios sobre sus funciones? Todo lo que se sabe ha sido aprendido por la experimentación o la observación en el vivo. ¿Qué podría decirse sobre el cerebro de los peces, por ejemplo, mientras la experimentación no haya desembrollado la cuestión? En una palabra, la deducción anatómica ha dado lo que podía dar, y querer permanecer en esta vía exclusiva, es quedar en retardo con respecto al progreso de la ciencia, y creer que se pueden imponer principios científicos sin verificación experimental; es, en una palabra, un resto de la escolástica de la Edad Media. Pero, por otra parte, la fisiología comparada, al apoyarse sobre la experiencia y al buscar en los animales las propiedades de los tejidos y de los órganos, no me parece que pueda tener una existencia independiente como ciencia. Necesariamente cae en la fisiología especial o general, puesto que su objetivo se convierte en el mismo.
Las diversas ciencias biológicas no se distinguen entre sí más que por el objetivo que nos proponemos o por la idea que perseguimos al estudiarlas. El zoólogo y el anatomista que realizan la anatomía comparada ven el conjunto de los seres vivos, y tratan de descubrir por el estudio de los caracteres exteriores e interiores de esos seres, las leyes morfológicas de su evolución y de su transformación. El fisiólogo se coloca en un punto de vista totalmente distinto: no se ocupa más que de una sola cosa, de las propiedades de la materia viva, y del mecanismo de la vida, bajo cualquier forma en que ella se manifieste. Para él no hay ya
género, ni especie, ni clase. No hay más que seres vivos, y si escoge uno para sus estudios, es ordinariamente para comodidad de la experimentación. El fisiólogo persigue además una idea diferente de la del anatomista. Este último,
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como lo hemos visto, quiere deducir la vida exclusivamente de la anatomía; adopta, en con-secuencia, un plan anatómico. El fisiólogo adopta otro plan y sigue una concepción distinta: en lugar de proceder del órgano para llegar a la función, debe partir del fenómeno fisioló-gico y buscar su explicación en el organismo. Entonces el fisiólogo llama en su ayuda para resolver el problema vital a todas las ciencias: la anatomía, la física, la química, que son to-das auxiliares que sirven de instrumentos indispensables a la investigación. Hay pues, nece-sariamente, que conocer bastante estas diversas ciencias para saber todos los recursos que se pueden obtener de ellas. Agreguemos, para terminar, que de todos los puntos de vista de la biología, la fisiología experimental constituye la única ciencia vital activa, porque deter-minando las condiciones de existencia de los fenómenos de la vida, llegará a convertirse en su dominadora, y a regirlos por el conocimiento de las leyes que les son especiales.
§ V. – De la anatomía patológica y de las secciones cadavéricas en sus relaciones con la vivisección.
Lo que hemos dicho en el parágrafo precedente de la anatomía y de la fisiología normales, puede repetirse para la anatomía y la fisiología consideradas al estado patológico. Encontramos de igual modo los tres puntos de vista que aparecen sucesivamente: el punto de vista taxonómico o nosológico, el punto de vista anatómico y el punto de vista fisiológico. No podemos entrar aquí en el examen detallado de estas cuestiones, que comprenderían ni más nI menos que la historia entera de la ciencia médica. Nos limitaremos a indicar nuestra idea en algunas palabras.
Al mismo tiempo que se han observado y descripto las enfermedades, se ha debido tratar de clasificarlas, como se ha tratado de clasificar los animales, y exactamente de acuerdo a los mismos principios de métodos artificiales o naturales. Pinel ha aplicado en patología la clasificación natural introducida en botánica por de Jussieu y en zoología por Cuvier. Bastará con citar la primera frase de la Nosografía de Pinel: "Dada una enfermedad, encontrar su lugar en un cuadro nosológico". Nadie, pienso, considerará que este objetivo debe ser el de la medicina entera; éste no es más que un punto de vista parcial, el punto de vista taxonómico.
Después de la nosología se ha presentado el punto de vista anatómico, es decir, que después de haber considerado las enfermedades como especies mórbidas, se ha querido localizarlas anatómicamente. Se pensó que, lo mismo que había una organización normal que debía dar cuenta de los fenómenos vitales al estado normal, debía haber allí una organización anor-mal que respondiera de los fenómenos mórbidos. Bien que el punto de vista anátomo-pato-lógico pueda ya ser reconocido en Morgagni y Bonnet, es en este siglo, sobre todo, bajo la influencia de Broussais y de Laennec, cuando la anatomía patológica ha sido creada sistemáticamente. Se ha hecho la anatomía patológica comparada de las enfermedades y se han clasificado las alteraciones de los tejidos. Pero además, se han querido poner las alteracio-nes en relación con los fenómenos mórbidos, y deducir en cierto modo los segundos de los primeros. Aquí se han presentado los mismos problemas que para la anatomía comparada normal. Cuando se trató de alteraciones mórbidas que aportaban modificaciones físicas o mecánicas a una función, como, por ejemplo, una compresión vascular, una lesión mecáni-ca de un miembro, se pudo comprender la relación que unía el síntoma mórbido a su causa y establecer lo que se llama el diagnóstico racional. Laennec, uno de mis predecesores en la cátedra de medicina del Colegio de Francia, se inmortalizó en esta vía por la precisión que dió al diagnóstico físico de las enfermedades del corazón y del pulmón. Pero este diagnósti-co no era ya posible cuando se trataba de enfermedades cuyas alteraciones eran imperceptibles para nuestros medios de investigación y residían en los elementos orgánicos. Entonces, no pudiéndose ya establecer relación anatómica, se decía que la enfermedad era esencial, es decir, sin lesión; lo que es absurdo, porque es admitir un efecto sin causa. Se comprendió, pues, que se precisa-ba, para encontrar la explicación de las enfermedades, llevar la investigación a las partes más delicadas del organismo, donde reside la vida. Esta nueva era de la anatomía microscó-pica patológica, fué inaugurada en Alemania por .Johannes Müller; y un profesor ilustre de Berlin, Virchow, sistematizó en estos últimos tiempos la patología microscópica. Se han sacado, pues, de las alteraciones de los tejidos, caracteres propios para definir las enfermedades, pero se ha aprovechado, también, de estas alteraciones para explicar los síntomas de las enfermedades. Se ha creado a este respecto la denominación de fisiología patológica para designar esta especie de función patológica en relación con la anatomía anormal. No examinaré aquí si estas expresiones de anatomía patológica y de fisiología patológica están bien elegidas; diré solamente que esta anatomía patológica con la que se definen los fenómenos patológicos, está sujeta a las mismas objeciones de insuficiencia que he hecho precedentemente a la anatomía normal. Primero, que el anátomo-patólogo supone demostrado que todas las alteraciones anatómicas son siempre primitivas, lo que yo no admito, creyendo por el contrario que muy a menudo la alteración patológica es consecutiva, y que ella es la consecuencia o el fruto de la enfermedad en lugar de ser su germen; lo que no impide que ese producto pueda devenir en seguida un germen mórbido para otros síntomas. Yo no admitiría, pues, que las células o las fibras de los tejidos estén siempre afectadas; puesto que una alteración mórbida físico-química del medio orgánico, puede por sí sola aportar el fenómeno mórbido a la manera de un síntoma tóxico que sobreviene sin lesión primitiva de los tejidos, y por la sola alteración del medio.
El punto de vista anatómico es, pues, completamente insuficiente, Y las alteraciones que se constatan en los cadáveres después de la muerte, suministran más bien caracteres para reconocer y clasificar las enfermedades, que lesiones capaces de explicar la muerte. Hasta es singular ver cómo los médicos en general se preocupan poco de este último punto de vista, que es el verdadero punto de vista fisiológico. Cuando un médico hace una autopsia de fiebre tifoidea, por ejemplo, constata las lesiones intestinales y queda satisfecho. Pero en realidad esto no le explica absolutamente nada, ni sobre la causa de la enfermedad, ni sobre la acción de los medicamentos, ni sobre la razón de la muerte. La anatomía microscópica no enseña mucho más, porque cuando un individuo muere de tuberculosis, de neumonía, de fiebre tifoidea, las lesiones microscópicas que se encuentran después de la muerte existían antes y a menudo desde largo tiempo atrás; la muerte no se explica por los elementos del tubérculo, ni por los de las placas intestinales, ni por los de los otros productos mórbidos; la muerte no puede ser en efecto comprendida más que porque algún elemento histológico ha perdido sus propiedades fisiológicas, lo que trae como consecuencia la dislocación de los fenómenos vitales. Pero se precisa-ría, para captar las lesiones fisiológicas en sus relaciones con el mecanismo de la muerte, hacer autopsias de cadáveres inmediatamente después de la muerte, lo que no es posible. Es por ello que hay que practicar experiencias en los animales, y colocar necesariamente a la medicina en el punto de vista experimental si se quiere fundar una medicina verdaderamente científica, que abrace lógicamente la fisiología, la patología y la terapéutica. Desde hace muchos años me esfuerzo por marchar en esta dirección. Pero el punto de vista de la medicina experimental es muy complejo, en el sentido de que es fisiológico, y de que comprende la explicación de los fenómenos patológicos por la anatomía. Repetiré, por lo demás, a propósito de la anatomía patológica, lo que he dicho a propósito de la anatomía normal, a saber, que la anatomía no enseña nada por sí misma sin la observación en el vivo. Es preciso, pues, instituir para la patología una vivisección patológica, es decir, que hay que crear enfermedades en los animales y sacrificarlos en diversos períodos de esas enfermedades. Se podrán estudiar así en el vivo las modificaciones de las propiedades fisio-lógicas de los tejidos, así como las alteraciones de los elementos o de los medios. Cuando el animal muera, habrá que hacer la autopsia inmediata después de la muerte, absolutamente como si se tratara de esas enfermedades instantáneas que se llaman envenenamientos; porque en el fondo no hay diferencia en el estudio de las acciones fisiológicas, mórbidas, tóxicas o medicamentosas. En una palabra, el médico no debe apoyarse sólo en la anatomía patológica para explicar la enfermedad; parte de la observación del enfermo y explica en seguida la enfermedad por la fisiología ayudada de la anatomía patológica y de todas las ciencias auxiliares de que se sirve el investigador de los fenómenos biológicos.
§ VI. – De la diversidad de los animales sometidos a la experimentación; de la variabilidad de las condiciones orgánicas en las que se ofrecen al experimentador.
Todos los animales pueden servir a las investigaciones fisiológicas, porque la vida y la enfermedad son en todas partes el resultado de las mismas propiedades y de las mismas lesiones, aunque varíen mucho los mecanismos de las manifestaciones vitales. Sin embargo, los animales que sirven más al fisiólogo son los que se pueden procurar más fácilmente, y a este título hay que colocar en primera fila los animales domésticos, tales como el perro, el gato, el caballo, el conejo, el buey, el carnero, el cerdo, las aves de corral, etc. Pero si hubiera que tener en cuenta los servicios prestados a la ciencia, la rana merecería el primer lugar. Ningún otro animal ha servido para hacer más grandes y más numerosos descubrimientos en todos los puntos de la ciencia, y aun hoy, sin la rana la fisiología sería imposible. Si la rana es, como se ha dicho el Job de la físiología, es decir, el animal más maltratado por el experimentador, es también el animal que, sin contradicción, se ha asociado más directamente a sus trabajos y a su gloria cientifica. A la lista de los animales citados precedentemente, hay que agregar aún un gran número de otros de sangre caliente o de sangre fría, vertebrados o invertebrados, y hasta infusorios, que pueden ser utilizados para búsquedas especiales. Pero la diversidad específica no constituye la única diferencia que presentan los animales sometidos por el fisiólogo a la experimentación; ofrecen también, por las condiciones en que se encuentran, un gran número de diferencias que importa examinar aquí; porque es en el conocimiento y la apreciación de estas condiciones individuales donde residen toda la exactitud biológica y toda la precisión de la experimentación.
La primera condición para instituir una experiencia, es que las circunstancias sean suficientemente bien conocidas y estén determinadas con suficiente exactitud como para que se las pueda siempre arbitrar, y reproducir a voluntad los mismos fenómenos. Hemos dicho antes que esta condición fundamental de la experimentación es relativamente muy fácil de llenar en los seres inertes, y que está rodeada de enormes dificultades en los seres vivos, en particular en los animales de sangre caliente. En efecto, no solamente hay que tener en cuenta en ellos las variaciones del medio cósmico ambiente, sino que hay que tener también en cuenta las variaciones del medio orgánico, es decir, del estado actual del organismo animal. Se estaría, pues, en un gran error si se creyera que basta con realizar una experiencia en dos animales de la misma especie, para estar colocado exactamente en las mismas condiciones experimentales. Hay en cada animal condiciones fisiológicas de medio interno que son de una variabilidad extrema, y que, en un momento dado, introducen diferencias considerables desde el punto de vista de la experimentación entre animales de la misma especie que tienen una apariencia exterior idéntica. Yo creo haber insistido más que nadie en la necesidad de estudiar esas diversas condiciones fisiológicas, y haber demostrado que ellas son la base esencial de la fisiología experimental.
En efecto, hay que admitir que en un animal, los fenómenos vitales no varían más que siguiendo las condiciones del medio interno precisas y determinadas. Se tratará, pues, de encontrar estas condiciones fisiológicas experimentales, en lugar de hacer cuadros de las variaciones de los fenómenos, y de tomar los términos medios como expresión de la verdad; se llegaría así a conclusiones que, aunque suministradas por estadísticas exactas, no tendrían más realidad científica que si fueran puramente arbitrarias. En efecto, si se quisiera borrar la diversidad que presentan los líquidos orgánicos tomando el término medio de todos los análisis de orina o de sangre hechos en un animal de la misma especie, se tendría también una composición ideal de estos humores que no correspondería a ningún estado fisiológico determinado de este animal. Yo he demostrado, en efecto, que en estado de ayuno, las orinas tienen siempre una composición determinada e idéntica; he demostrado que la sangre que sale de un órgano es completamente diferente según que el órgano se encuentre en estado de funcionamiento o de reposo. Si se busca el azúcar en el hígado, por ejemplo, y se hacen tablas de ausencia y de presencia, tomando el término medio para saber el por ciento de azúcar y de materia glicógena que hay en este órgano, se tendrá un número que no significará nada, cualquiera que sea, porque en efecto, he demostrado que existen condiciones fisiológicas en las que hay siempre azúcar, y otras condiciones en las que no la hay nunca. Ahora, si colocándose en otro punto de vista, se quieren considerar como buenas todas las experiencias en las que hay azúcar hepático, y como malas todas aquellas en las que no se encuentra, se caería en un género de error no menos reprensible. En efecto, yo he planteado en principio que: no hay nunca malas experiencias; todas son buenas en sus condiciones determinadas, de suerte que los resultados negativos no pueden invalidar los resultados positivos. Más adelante he de volver sobre este importante tema. Por el momento, quiero solamente llamar la atención de los experimentadores sobre ía importancia que reviste en esto el precisar las condiciones orgánicas, puesto que ellas son, como ya lo he dicho, la única base de la fisiología y de la medicina experimenta-les. Me bastará en lo que va a seguir, con dar algunas indicaciones, porque es a propósito de cada experiencia en particular que se tratará en seguida de examinar estas condiciones, desde los tres puntos de vista fisiológico, patológico y terapéutico.
En toda experiencia sobre animales vivos, hay que considerar, independientemente de las condiciones cósmicas generales, tres órdenes de condiciones fisiológicas propias del animal, a saber: condiciones anatómicas operatorias, condiciones físico-químicas del medio interno, condiciones orgánicas elementales de los tejidos.
1º Condiciones anatómicas operatorias. – La anatomía es la base necesaria de la fisiología, y nunca se llegará a ser un buen fisiólogo si antes no se está profundamente versado en los estudios anatómicos y habituado a las disecciones delicadas, de manera de poder hacer todas las preparaciones que necesitan a menudo las experiencias fisiológicas. En efecto, la anatomía fisiológica operatoria no está aún fundada: la anatomía comparada de los zoólogos es demasiado superficial y demasiado vaga para que el fisiólogo pueda encontrar en ella los conocimientos topográiicos precisos de que tiene necesidad; la anatomía de los animales domésticos está hecha por los veterinarios desde un punto de vista demasiado especial y demasiado restringido para que sea de gran utilidad al experimentador. De suerte que el fisiólogo se ve reducido a ejecutar por sí mismo generalmente las búsquedas anatómicas que necesita para instituir sus experiencias. Se comprenderá, en efecto, que, cuando se trata de cortar un nervio, de ligar un conducto o de inyectar un vaso, sea absolutamente indispensable conocer las disposiciones anatómicas de las partes en el animal operado, a fin de comprender y precisar los resultados fisiológicos de la experiencia. Hay experiencias que serían imposibles en ciertas especies animales, y la elección inteligente de un animal que presente una disposición anatómica feliz, es a menudo la condición esencial del éxito de una experiencia, y de la solución de un problema fisiológico muy importante. Las disposiciones anatómicas pueden a veces presentar anomalías que hay que conocer bien igualmente, así como las variedades que se observan de un animal a otro. Tendré, pues, cuidado en la continuación de esta obra, de poner siempre de relieve la descripción de los procedimientos experimentales con las disposiciones anatómicas, y mostraré que más de una vez, las divergencias de opinión entre los fisiólogos han tenido por causa diferencias anatómicas que no se habían tenido en cuenta en la interpretación de los resultados de la experiencia. No siendo la vida más que un mecanismo, hay disposiciones anatómicas especiales de ciertos animales, que a primera vista podrían parecer insignificantes y aún hasta minucias fútiles, y que bastan a menudo para hacer diferir completamente las manifestaciones fisiológicas, y constituir lo que se llama una idiosincrasia de las más importantes. Tal es el caso de la sección de los dos faciales, que es mortal en el caballo, mientras que no lo es en otros animales muy próximos a él.
2º Condiciones físico-químicas del medio interno. – La vida se manifiesta por la acción de los excitantes externos sobre los tejidos vivos que son irritables y reaccionan manifestando sus propiedades especiales. Las condiciones fisiológicas de la vida no son, pues, otra cosa que los excitantes físico-químicos especiales que ponen en actividad los tejidos vivos del organismo. Estos excitantes se encuentran en la atmósfera o en el medio que habita el animal; pero nosotros sabemos que las propiedades de la atmósfera externa general pasan a la atmósfera orgánica interna en la que se encuentran todas las condiciones fisiológicas de la atmósfera externa, más un cierto número de otras que son propias al medio interno. Nos bastará nombrar aquí las condiciones físico-químicas principales del medio interno en las que el experimentador debe fijar su atención. No son, por otra parte, más que las condiciones que debe presentar todo medio en el que se manifieste la vida.
El agua es la condición primera indispensable a toda manifestación vital como a toda manifestación de los fenómenos físico-químicos. Se pueden distinguir en el medio cósmico externo, animales acuáticos y animales aéreos; pero esta distinción no puede ya hacerse para los elementos histológicos; sumergidos en el medio interno, ellos son acuáticos en todos los seres vivientes, es decir, que viven bañados por los líquidos orgánicos que encierran enormes cantidades de agua. La proporción de agua alcanza a veces de 90 a 99 % en los líquidos orgánicos y cuando esta proporción de agua disminuye notablemente, resul-tan de ello perturbaciones fisiológicas especiales. Es así que sacando a las ranas del agua, por la exposición prolongada a un aire muy seco, y por la introducción en su cuerpo de sustancias dotadas de un equivalente endosmótico muy elevado, se disminuye la cantidad de agua de la sangre, y se ven sobrevenir entonces cataratas y fenómenos convulsivos que cesan desde que se restituye a la sangre su proporción normal de agua. La sustracción total del agua en los cuerpos vivos produce invariablemente la muerte en los grandes organismos provistos de elementos histológicos delicados; pero es bien sabido que en los pequeños organismos inferiores, la sustracción del agua no hace más que suspender la vida. Los fenómenos vitales reaparecen desde que se vuelve a los tejidos el agua que es una de las condiciones más indispensables de su manifestación vital. Tales son los casos de reviviscencia de los rotiferos, de los tardígrados, de las anguílulas del trigo neguillado. Hay una multitud de casos de vida latente en los vegetales y en los animales, que son debidos a la sustracción del agua de sus organismos.
La temperatura influye considerablemente sobre la vida. La elevación de la temperatura hace más activos los fenómenos vitales, así como la manifestación de los fenómenos físico-químicos. El descenso de la temperatura disminuye la energía de los fenómenos físico-químicos y entumece las manifestaciones de la vida. En el medio cósmico externo, las variaciones de temperatura constituyen las estaciones, que no están en realidad caracterizadas más que por la variación de las manifestaciones de la vida animal o vegetal en la superficie de la tierra. Estas variaciones tienen lugar sólo porque el medio interno o atmósfera orgánica de las plantas y de ciertos animales, se pone en equilibrio con la atmósfera externa. Si se colocan las plantas en tierras cálidas, la influencia invernal cesa de hacerse sentir; ocurre lo mismo con los animales de sangre fría e invernantes. Pero los animales de sangre caliente mantienen en cierto modo sus elementos orgánicos en cálidos invernaderos; de tal modo no sienten la influencia invernal. Sin embargo, como no es ésta más que una resistencia particular del medio interno a ponerse en equilibrio de temperatura con el medio externo, esta resistencia puede ser vencida en ciertos casos, y también los animales de sangre caliente pueden, en ciertas circunstancias, calentarse o enfriarse. Los límites superiores de temperatura compatibles con la vida, no suben en general más allá de los 75º. Los límites inferiores no descienden más allá de la temperatura capaz de congelar los líquidos orgánicos vegetales o animales. Sin embargo, estos límites pueden variar. En los animales de sangre caliente, la temperatura de la atmósfera interna es normalmente de 38 a 40 grados; ella no puede traspasar los 45 a 50 grados, ni descender a menos de 15 o 20, sin producir perturbaciones fisiológicas o aún la muerte cuando estas variaciones son rápidas. En los animales invernantes, el descenso de temperatura, como llega gradualmente, puede caer mucho más bajo trayendo la desaparición progresiva de las manifestaciones de la vida, hasta el letargo o vida latente, que puede durar a menudo un tiempo muy largo, si la temperatura no varía.
El aire es necesario a la vida de todos los seres, vegetales o animales; el aire existe, pues, en la atmósfera orgánica interna. Los tres gases del aire externo: oxígeno, ázoe y ácido carbónico, están en disolución en los líquidos orgánicos, donde los elementos histológicos respiran directamente como los peces en el agua. La cesación de la vida por sustracción de los gases, y particularmente del oxígeno, es lo que se llama la muerte por asfixia. Hay en los seres vivos un intercambio constante entre el gas del medio interno y el gas del medio externo; sin embargo, los vegetales y los animales, como se sabe, no se parecen con respecto a las alteraciones que producen en el aire ambiente.
La presión existe en la atmósfera externa; se sabe que el aire ejerce sobre los seres vivientes en la superficie de la tierra una presión que levanta una columna de mercurio a la altura de Om76 aproximadamente. En la atmósfera interna de los animales de sangre caliente, los líquidos nutridos circulan bajo la influencia de una presión superior a la presión atmosférica externa, aproximadamente 150 mm., pero esto no indica necesariamente que los elementos histológicos soporten en realidad esta presión. La influencia de las variaciones de presión sobre las manifestaciones de la vida de los eleven-tos orgánicos es, por otra parte, poco conocida. Se sabe, por cierto, que la vida no puede producirse en un aire demasiado rarificado, porque entonces no sólo los gases del aire no pueden disolverse en el líquido nutricio, sino que los gases que estaban disueltos en este último se separan. Es lo que se observa cuando se pone un pequeño animal bajo la máquina neumática; sus pulmones quedan obstruídos por los gases de su sangre ya libertados. Los animales articulados resisten mucho más a esta rarefacción del aire, como lo prueban diversas experiencias. Los peces en la profundidad de los mares, viven muchas veces bajo una presión considerable.
La composición química del medio cósmico o externo es muy simple y constante. Está representada por la composición del aire, que permanece idéntica, salvo las proporciones de vapor de agua y algunas condiciones eléctricas y ozonificantes que pueden variar. La composición química de los medios internos u orgánicos es mucho más compleja, y esta complicación aumenta a medida que el animal se hace más elevado y más complejo. Los medios orgánicos, hemos dicho, son siempre acuosos; tienen en disolución materias salinas y orgánicas determinadas; presentan reacciones fijas. El animal más inferior tiene su medio orgánico propio; un infusorio posee un medio que le pertenece, en este sentido que, lo mis-mo que un pez. no se encuentra embebido por el agua en la que nada. En el medio orgánico de los animales superiores, los elementos histológicos son como verdaderos infusorios, es decir, que ellos están aún provistos de un medio propio, que no es el medio orgánico general. Así el glóbulo sanguíneo está embebido en un líquido que difiere del licor sanguíneo en el que nada.
3º Condiciones orgánicas. – Las condiciones orgánicas son aquellas que responden a la evolución o a las modificaciones de las propiedades vitales de los elementos orgánicos. Las variaciones de estas condiciones, aportan necesariamente un cierto número de modificaciones generales de las que importa recordar aquí los rasgos principales. Las manifestaciones de la vida devienen más variadas, más delicadas y más activas, a medida que los seres se elevan en la escala de la organización. Pero también al mismo tiempo, la aptitud para las enfermedades se manifiesta más multiplicada. La experimentación, como lo hemos ya dicho, se muestra necesariamente tanto más difícil, cuanto más compleja es la organización.
Las especies animales y vegetales están separadas por condiciones especiales que les impiden mezclarse, en el sentido de que las fecundaciones, los injertos y las transfusiones no pueden operarse de un ser al otro. Son estos problemas del más alto interés, pero que yo creo abordables y susceptibles de ser reducidos a diferencias de propiedades físico-químicas de medio.
En la misma especie animal las razas pueden todavía presentar un cierto número de diferencias muy interesantes de conocer para el experimentador. He constatado en las distintas razas de perros y de caballos, caracteres fisiológicos completamente particulares que son relativos a grados diferentes en las propiedades de ciertos elementos histológicos, particularmente del sistema nervioso. En fin, se pueden encontrar en individuos de la misma raza particularidades fisiológicas que se relacionan también con variaciones especiales de pro-piedades en ciertos elementos histológicos. Esto es lo que se llaman entonces idiosincrasias.
El mismo individuo no se parece a sí mismo en todos los períodos de su evolución; es esto lo que trae las diferencias relativas a la edad. A partir del nacimiento los fenómenos de la vida son poco intensos, después devienen bien pronto muy activos, para retardarse de nuevo en la vejez.
El sexo y el estado fisiológico de los órganos genitales pueden originar modificaciones a veces muy profundas, sobre todo en los seres inferiores, donde las propiedades fisiológicas de las larvas difieren en ciertos casos completamente de las propiedades de los animales completos y provistos de órganos genitales.
La muda trae modificaciones orgánicas a menudo tan profundas, que las experiencias practicadas en los animales en estos diversos estados no dan absolutamente los mismos resultados.
La invernación produce también grandes diferencias en los fenómenos de la vida, y no es absolutamente la misma cosa operar en la rana o en el sapo durante el verano que durante el. invierno.
El estado de digestión o de abstinencia, de salud o de enfermedad, aporta también modificaciones muy grandes en la intensidad de los fenómenos de la vida, y consecuentemente en la resistencia de los animales a la influencia de ciertas sustancias tóxicas, y en la aptitud a contraer tal o cual enfermedad parasitaria o virulenta.
La costumbre es también una de las condiciones más poderosas para modificar el organismo. Esta condición es de las más importantes a tener en cuenta, sobre todo cuando se quiere experimentar la acción de las sustancias tóxicas o medicamentosas en los organismos.
La talla de los animales aporta también en la intensidad de los fenómenos vitales modificaciones importantes. En general, los fenómenos vitales son más intensos en los animales pequeños que en los grandes, lo que hace, como se verá más adelante, que no se puedan referir rigurosamente los fenómenos fisiológicos al kilogramo de animal.
En resumen, de acuerdo a todo lo dicho precedentemente, se ve qué enorme complejidad presenta la experimentación en los animales, en razón de las condiciones innumerables que el fisiólogo está obligado a tener en cuenta.
Sin embargo, se puede tener éxito cuando se aportan, como acabamos de indicarlo, una distinción y una subordinación convenientes en la apreciación de esas diversas condiciones, Y cuando se trata de ligarlas a circunstancias físico-químicas determinadas.
Autor:
Maximo Contreras
[1] CLAUDE BERNARD, Le?ons sur la physiologie et la pathologie du syst?me nerveux. Lecci?n inaugural, 17 de diciembre de 1856, Par?s, 1858, tomo l. Cours de pathologie exp?rimentale (The?Medical Times, 1860).
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