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Consideraciones experimentales comunes a los seres vivos y a los cuerpos inertes (página 2)

Enviado por Maximo Contreras


Partes: 1, 2, 3

En los cuerpos vivos lo mismo que en los cuerpos inertes, los fenómenos tienen siempre una doble condición de existencia

El examen más superficial de lo que pasa en torno nuestro, nos muestra que todos los fenómenos naturales resultan de la reacción de los cuerpos los unos sobre los otros. Hay que considerar siempre el cuerpo en el que se verifica el fenómeno, y las circunstancias exteriores o el medio que determina o solicita al cuerpo para que manifieste sus propiedades. La reunión de estas condiciones es indispensable para la manifestación del fenómeno. Si se suprime el medio, el fenómeno desaparece, lo mismo que si el cuerpo hubiera sido sustraído. Los fenómenos de la vida, al igual que los fenómenos de los cuerpos inertes, nos presentan esta doble condición de existencia. Tenemos por un lado el organismo en el que se cumplen los fenómenos vitales, y por otro el medio cósmico en el que tanto los cuerpos vivos, como los cuerpos inertes, encuentran las condiciones indispensables para la manifestación de sus fenómenos. Las condiciones de la vida no están ni en el organismo ni en el medio externo, sino en los dos a la vez. En efecto, si se suprime o se altera el organismo, la vida cesa, aunque el medio quede intacto; si por otro lado se sustrae o se vicia el medio, la vida desaparece igualmente aunque el organismo no haya sido destruído.

Los fenómenos nos aparecen así como simples efectos de contacto o de relación de un cuerpo con su medio. En efecto, si con el pensamiento aislamos un cuerpo de una manera absoluta, lo aniquilamos por ello mismo; y si multiplicamos por el contrario sus relaciones con el mundo exterior, multiplicamos sus propiedades.

Los fenómenos son, pues, relaciones de cuerpos determinados; concebimos siempre estas relaciones como resultantes de fuerzas exteriores a la materia, porque no podemos localizarlas en un solo cuerpo de una manera absoluta. Para el físico, la atracción universal no es más que una idea abstracta; la manifestación de esta fuerza exige la presencia de dos cuerpos; si no hay más que un cuerpo, no concebimos ya la atracción. La electricidad es, por ejemplo, el resultado de la acción del cobre y del zinc en ciertas condiciones químicas; pero si se suprime la relación de estos cuerpos, como la electricidad no es más que una abstracción y no existe por sí misma, cesa de manifestarse. Del mismo modo la vida es el resultado del contacto del organismo y del medio; ni podemos comprenderla con el organismo solo ni tampoco con el solo medio. Es, pues, igualmente una abstracción, es decir, una fuerza que se nos aparece como existente fuera de la materia.

Pero cualquiera que sea la materia en la que el espíritu concibe las fuerzas de la naturaleza, esto no puede modificar de ningún modo la conducta del experimentador. Para él, el problema se reduce únicamente a determinar las circunstancias materiales en las que el fenómeno aparece. Después, una vez conocidas estas condiciones, puede, realizándolas o no, dominar el fenómeno, es decir, hacerlo aparecer o desaparecer a voluntad. Es así como el físico y el químico ejercen su poder sobre los cuerpos inertes; es así como el fisiólogo podrá alcanzar imperio sobre los fenómenos vitales. Sin embargo, los cuerpos vivos parecen a primera vista sustraerse a la acción del experimentador. Vemos a los organismos superiores manifestar uniformemente sus fenómenos vitales, pese a la variabilidad de las circunstancias cósmicas ambientes, y por otra parte vemos a la vida extinguirse en un organismo al cabo de cierto tiempo, sin que podamos encontrar en el medio exterior las razones de este acabamiento. Pero ,hemos dicho ya que hay en esto una ilusión que es el resultado de un análisis incompleto y superficial de las condiciones de los fenómenos vitales. La ciencia antigua no pudo concebir más que el medio exterior; pero es preciso, para fundar la ciencia biológica experimental, concebir además un medio interno. Yo creo haber sido el primero en expresar claramente esta idea, y en haber insistido sobre ella para hacer comprender mejor la aplicación de la experimentación a los seres vivientes. Por otra parte, como el medio externo se absorbe en el medio interno, el conocimiento de este último nos enseña todas las influencias del primero. Sólo pasando al medio interno pueden alcanzarnos las influencias del medio externo, de donde resulta que el conocimiento del medio externo no nos enseña las acciones que se originan en el medio interno y que le son propias. El medio cósmico general es común a los cuerpos vivos y a los cuerpos inertes; pero el medio interno, creado por el organismo, es especial para cada ser viviente.

Ahora bien, éste es el verdadero medio fisiológico; es éste el que el fisiólogo y el médico deben estudiar y conocer, porque es por su intermedio que podrán influir sobre los elementos histológicos que son los únicos agentes efectivos de los fenómenos de la vida. Sin embargo, estos elementos, aunque profundamente situados, comunican con el exterior; viven siempre en las condiciones del medio externo perfeccionadas y regularizadas por el juego del organismo. El organismo no es más que una máquina viviente construída de tal manera que tiene, por una parte, comunicación libre del medio externo con el medio interno orgánico, y por otra funciones protectoras de los elementos orgánicos para conservar los materiales de la vida en reserva y mantener sin interrupción la humedad, el calor y las otras condiciones indispensables a la actividad vital. La enfermedad y la muerte no son más que una dislocación o una perturbación de este mecanismo, que regula la llegada de los excitantes vitales al contacto con los elementos orgánicos. La atmósfera exterior viciada, los venenos líquidos o gaseosos, no producen la muerte más que a condición de que las sustancias dañosas sean llevadas hasta el medio interno, en contacto con los elementos orgáni-cos. En una palabra, los fenómenos vitales no son más que los resultados del contacto de los elementos orgánicos del cuerpo con el medio interno fisiológico; éste es el pivote de to-da la medicina experimental. Al llegar a conocer cuáles son, en este medio interno, las con-diciones normales y anormales de manifestación de la actividad vital, de los elementos or-gánicos, el fisiólogo y el médico serán dueños de los fenómenos de la vida; porque, salvo la complejidad de las condiciones, los fenómenos de manifestación vital son, como los fenó-menos físico-químicos, el efecto del contacto de un cuerpo que obra y del medio en el que obra.

En las ciencias biológicas como en las ciencias físico-químicas, el determinismo es posible porque, en los cuerpos vivos como en los cuerpos inertes, la materia no puede tener ninguna espontaneidad

En resumen, el estudio de la vida comprende dos cosas: 1º estudio de las propiedades de los elementos organizados; 2º estudio del medio orgánico, es decir, estudio de las condiciones que debe llenar ese medio para permitir que se manifiesten las actividades vitales. La fisiología, la patología y la terapéutica reposan en este doble conocimiento; fuera de ello no hay ciencia médica ni terapéutica verdaderamente científica y eficaz.

Se pueden distinguir en los organismos vivos complejos tres especies de cuerpos definidos: 1º cuerpos químicamente simples; 2º principios inmediatos orgánicos e inorgánicos; 3º elementos anatómicos organizados. Sobre los 70 cuerpos simples que aproximadamente conoce hoy la química, 16 solamente entran en la composición del organismo más complejo, que es el del hombre. Pero esos 16 cuerpos simples se encuentran entre sí en estado de combinación para constituir las diversas sustancias liquidas, sólidas o gaseosas de la economía; sin embargo el oxígeno y el ázoe están disueltos simplemente en los liquidos orgánicos y parecen funcionar en el ser viviente bajo la forma de cuerpos simples. Los principios inmediatos inorgánicos (sales terrosas, fosfatos, cloruros, sulfatos, etc.), entran como elementos constitutivos esenciales en la composición de los cuerpos vivos, pero son tomados ya hechos y directamente del mundo exterior. Los principios inmediatos orgánicos, son igualmente elementos constitutivos del cuerpo vivo, pero no son tomados al mundo exterior; son elaborados por el organismo, animal o vegetal: tales son el almidón, el azúcar, la grasa, la albúmina, etc. etc. Estos principios inmediatos, extraídos del cuerpo, conservan sus propiedades, porque no están vivos; son productos orgánicos, pero no organizados. Los elementos anatómicos son las únicas partes organizadas y vivientes. Estas partes son irritables y manifiestan, bajo la influencia de excitantes diversos, propiedades que caracterizan exclusivamente a los seres vivientes. Estas partes viven y se nutren, y la nutrición engendra y conserva sus propiedades, lo que hace que ellas no puedan ser separadas del organismo, sin perder más o menos rápidamente, su vitalidad.

Aunque muy diferentes los unos de los otros bajo el aspecto de sus funciones en el organismo, estos tres órdenes de cuerpos son capaces, todos ellos, de producir reacciones físico-químicas bajo la influencia de los excitantes exteriores, calor, luz, electricidad; pero las partes vivas tienen, además, la facultad de ser irritables, es decir, de reaccionar bajo la influencia de ciertos excitantes de una manera especial que caracteriza a los tejidos vivos: tales son la contracción muscular, la trasmisión nerviosa, la secreción glandular, etc. Pero cualesquiera que sean las variedades que presentan estos tres órdenes de fenómenos, sea la naturaleza de la reacción de orden físico-químico o vital, no tiene nunca nada de espontáneo: el fenómeno es siempre el resultado de la influencia ejercida sobre el cuerpo que reacciona por un excitante físico-químico exterior a él.

Todo elemento definido, mineral, orgánico u organizado, es autónomo, lo que quiere decir que posee propiedades características y que manifiesta acciones independientes. Sin embargo, cada uno de estos cuerpos es inerte, es decir, que no es capaz de darse el movimiento por sí mismo; necesita siempre para ello, entrar en relación con otro cuerpo y recibir su excitación, Así, en el medio cósmico, todo cuerpo mineral es muy estable, y no cambiará de estado más que cuando las circunstancias en que se encuentra lleguen a ser modificadas con suficiente profundidad, sea naturalmente, sea a consecuencia de la intervención experimental. En el medio orgánico, los principios inmediatos creados por los

animales y por los vegetales son mucho más alterables y menos estables, pero ellos son igualmente inertes, y no manifestarán sus propiedades más que cuando estén influenciados por agentes situados en el exterior. En fin, los elementos anatómicos mismos, que son los principios más alterables y más inestables, son también inertes, es decir, que no entrarán jamás en actividad vital, si alguna influencia extraña no los solicita en tal sentido. Una fibra muscular, por ejemplo, posee la propiedad vital que la caracteriza de contraerse, pero esta fibra viva es inerte, en el sentido de

que si nada cambia en sus condiciones ambientes o interiores, no entrará en funciones y no se contraerá. Es preciso absolutamente para que esta fibra muscular se contraiga, que haya en ella un cambio producido por su entrada en relación con una excitación que le sea exterior, y que puede provenir, sea de la sangre, sea de un nervio. Se puede decir otro tanto de todos los elementos histológicos, de los elementos nerviosos, de los elementos glandulares, de los elementos sanguíneos, etc. Los diversos elementos vivos desempeñan así el papel de excitantes los unos con relación a los otros, y las manifestaciones funcionales del organismo no son más que la expresión de sus relaciones armónicas y recíprocas. Los elementos histológicos reaccionan, sea separadamente, sea los unos con los otros por medio de propiedades vitales que están ellas mismas en relaciones necesarias con las condiciones físico-químicas ambientes, y esta relación es de tal manera íntima, que se puede decir que la intensidad de los fenómenos físico-químicos que se producen en un ser viviente, puede servir para medir la intensidad de sus fenómenos vitales. No hay que establecer pues, como ya lo hemos dicho, un antagonismo entre los fenómenos vitales y los fenómenos físico-químicos, sino por el contrario, constatar un paralelismo completo y necesario entre esos dos órdenes de fenómenos. En resumen, lo mismo que la materia inerte, la materia viva no puede darse actividad y movimiento por sí misma. Todo cambio en la materia supone la intervención de una relación nueva, es decir, de una condición o de una influencia exterior. Ahora bien, el papel del investigador es tratar de definir y determinar para cada fenómeno las condiciones materiales que producen su manifestación. Una vez conocidas estas condiciones, el investigador es dueño del fenómeno, en el sentido de que puede a voluntad dar o quitar el movimiento a la materia.

Lo que acabamos de decir es tan absoluto para los fenómenos de los cuerpos vivos como para los de los cuerpos inertes. Sólo que cuando se trata de los organismos superiores y complejos, no es en las relaciones del organismo total con el medio cósmico general donde el fisiólogo y el médico deben estudiar los excitantes de los fenómenos vitales, sino por el contrario en las condiciones orgánicas del medio interno. En efecto, consideradas en el medio general cósmico, las funciones del cuerpo del hombre y de los animales superiores, nos parecen libres e independientes de las condiciones físico-químicas de ese medio, porque es en un medio liquido orgánico interno donde se encuentran sus verdaderos excitantes. Lo que vemos exteriormente no es más que el resultado de las excitaciones físico-químicas del medio interno; es allí donde el fisiólogo debe establecer el determinismo real de las funciones vitales.

Las máquinas vivas están pues creadas y construidas de tal manera, que al perfeccionarse devienen cada vez más libres en el medio cósmico general. Pero no por ello deja de existir siempre el determinismo más absoluto en su medio interno, el que, a consecuencia de ese mismo perfeccionamiento orgánico, se ha aislado de más en más del medio cósmico externo. La máquina viva mantiene su movimiento, porque el mecanismo interno del organismo repara por medio de acciones y de fuerzas sin cesar renacientes, las pérdidas que entraña el ejercicio de las funciones. Las máquinas que crea la inteligencia del hombre, aunque infinitamente más groseras, no están construídas de otro modo. Una máquina a vapor posee una actividad independiente de las condiciones físico-químicas externas; puesto que en lo frío, lo caliente, lo seco y lo húmedo, la máquina continúa funcionando. Pero para el físico que desciende al medio interno de la máquina, esta independencia no resulta más que aparente, y el movimiento de cada rodaje interior está determinado por condiciones físicas absolutas, de las que él conoce la ley. De igual modo el fisiólogo, si puede descender al medio interno de la máquina viviente, encuentra allí un determinismo absoluto que debe convertirse para él en la base real de la ciencia de los cuerpos vivos.

El límite de nuestros conocimientos es el mismo en los fenómenos de los cuerpos vivos y en los fenómenos de los cuerpos inertes

La naturaleza de nuestro espíritu nos lleva a buscar la esencia o el porqué de las cosas. En esto apuntamos más lejos que el objetivo que nos es dado alcanzar; porque la experiencia nos enseña bien pronto que no podemos ir más allá del cómo, es decir más allá de la causa inmediata de las condiciones de existencia de los fenómenos. Bajo este aspecto, los limites de nuestro conocimiento son, en las ciencias biológicas, los mismos que en las ciencias físicoquímicas.

Cuando por un análisis sucesivo hemos encontrado la causa inmediata de un fenómeno determinando las condiciones y las circunstancias simples en las cuales se manifiesta, hemos alcanzado el objetivo científico que no podemos traspasar. Cuando sabemos que el agua y todas sus propiedades resultan de la combinación del oxígeno y del hidrógeno en ciertas proporciones, sabemos todo lo que podemos saber sobre este tema, y ello responde al cómo y no al porqué de las cosas. Sabemos cómo se puede hacer el agua; pero, ¿por qué la combinación de un volumen de oxígeno y de dos volúmenes de hidrógeno forma el agua? No lo sabemos. En medicina seria igualmente absurdo ocuparse de la cuestión del porqué, y sin embargo los médicos la plantean a menudo. Es probablemente para burlarse de esta tendencia, que resulta de la ausencia del sentimiento del limite de nuestros conocimientos, que Moliére ha puesto en boca de su candidato a doctor a quien se preguntaba por qué el opio hace dormir, la respuesta siguiente: Quia est in eo virtus dormitiva, cujus est natura sensus assoupire. Esta respuesta parece broma o absurdo; y sin embargo es la única que se podría dar. De igual modo que si se quisiera responder a esta pregunta: ¿Por qué el hidrógeno combinándose con el oxígeno forma el agua?, estaríamos obligados a decir: Porque hay en el hidrógeno una propiedad capaz de engendrar el agua. Es, pues, sólo la pregunta del porqué la que es absurda, puesto que comporta necesariamente una respuesta ingenua o ridícula. Es mejor entonces reconocer que no sabemos, y que es allí donde está colocado el limite de nuestro conocimiento.

Si, en fisiología, probamos por ejemplo que el óxido de carbono mata, uniéndose más enérgicamente que el oxígeno a la materia del glóbulo de la sangre, sabemos todo lo que podemos saber sobre la causa de la muerte. La experiencia nos enseña que un rodaje de la vida falla; el oxígeno no puede ya entrar en el organismo porque no puede desplazar al óxido de carbono de su unión con el glóbulo. ¿Pero por qué el óxido de carbono tiene más afinidad que el oxígeno por el glóbulo de sangre? ¿Por qué la entrada del oxígeno en el organismo es necesaria para la vida? Éste es el limite de nuestro conocimiento en el estado actual de nuestros conocimientos; y suponiendo aún que consigamos llevar más lejos el análisis experimental, llegamos a una causa sorda en la que nos vemos obligados a detenernos sin alcanzar la razón primera de las cosas.

Agregaremos además que habiéndose establecido el determinismo relativo de un fenómeno, nuestro objetivo científico está cumplido. El análisis experimental de las condiciones del fenómeno, llevado más lejos, nos suministra nuevos conocimientos pero no nos enseña nada más en realidad sobre la naturaleza del fenómeno primitivamente determinado. La condición de existencia de un fenómeno nada podrá enseñamos sobre su naturaleza. Cuando sabemos que el contacto físico y químico de la sangre con los elementos nerviosos cerebrales es necesario para producir los fenómenos intelectuales, esto nos indica sus condiciones, pero nada puede enseñamos sobre la naturaleza esencial de la inteligencia. Igualmente cuando sabemos que el frotamiento y las acciones químicas producen la electricidad, esto nos indica condiciones, pero nada nos enseña sobre la naturaleza intima de la electricidad.

Hay que cesar pues, a mi juicio, de establecer entre los fenómenos de los cuerpos vivos y los fenómenos de los cuerpos inertes, una diferencia fundada en que se puede conocer la naturaleza de los primeros y estamos obligados a ignorar la de los segundos. Lo que es cierto, es que la naturaleza o sea la esencia misma de todos los fenómenos, sean vitales o minerales, permanecerá para nosotros siempre desconocida. La esencia del fenómeno mineral más simple es hoy tan absolutamente ignorada para el químico o el físico, como lo es para el fisiólogo la esencia de los fenómenos intelectuales o de otro fenómeno vital cualquiera. Esto se concibe, por otra parte: el conocimiento de la naturaleza íntima, de lo absoluto, en el fenómeno más simple, exigiría el conocimiento de todo el universo; porque es evidente que un fenómeno del universo, es un reflejo cualquiera de este universo, a cuya armonía contribuye por su parte. La verdad absoluta en los cuerpos vivos sería todavía más difícil de alcanzar, porque además de que ella supondría el conocimiento de todo el univer-so exterior al cuerpo vivo, exigiría también el conocimiento completo del organismo, que forma a su vez, como ya se ha dicho hace mucho, un pequeño mundo (microcosmos) en el gran universo (macrocosmos). El conocimiento absoluto no podría pues dejar nada fuera de sí, y sería a condición de saberlo todo como le sería dado al hombre alcanzarlo. El hombre se conduce como si debiera llegar a este conocimiento absoluto, y el porqué incesante que dirige a la naturaleza es una prueba de ello. Es en efecto, esta esperanza, constantemente defraudada, constantemente renaciente, la que sostiene y sostendrá siempre a las generaciones sucesivas en su ardor apasionado de buscar la verdad.

Nuestro sentimiento nos lleva a creer, desde el principio, que la verdad absoluta debe ser de nuestro dominio; pero el estudio nos aparta poco a poco de estas pretensiones quiméricas. La ciencia tiene precisamente el privilegio de enseñarnos la extensión de nuestra ignoran-cia, sustituyendo la razón y la experiencia al sentimiento, y mostrándonos claramente el límite de nuestro conocimiento actual. Pero, por una maravillosa compensación, a medida que la ciencia rebaja así nuestro orgullo, aumenta nuestro poder. El sabio que ha llevado el análisis experimental hasta el determinismo relativo de un fenómeno, ve claramente sin duda que él ignora este fenómeno en su causa primera, pero que ha llegado a ser su dueño; el instrumento que actúa le es desconocido, pero puede servirse de él. Esto es verdadero en todas las ciencias experimentales, en las que no podemos alcanzar más que verdades relativas o parciales y conocer los fenómenos sólo en sus condiciones de existencia. Pero

este conocimiento nos basta para extender nuestro poder sobre la naturaleza. Podemos producir o impedir la aparición de los fenómenos aunque ignoremos su esencia, sólo porque podemos regular sus condiciones físico-químicas. Ignoramos la esencia del fuego, de la electricidad, de la luz, y sin embargo, regulamos estos fenómenos en provecho nuestro. Ignoramos completamente la esencia misma de la vida, pero no por eso regularemos menos los fenómenos vitales, desde que conozcamos suficientemente sus condiciones de existencia. Sólo que en los cuerpos vivos estas condiciones son mucho más complejas y más delicadas de captar que en los cuerpos inertes; y éste es toda su diferencia.

En resumen, si nuestro sentimiento plantea siempre la cuestión del porqué, nuestra razón nos muestra que sólo la cuestión del cómo está a nuestro alcance; por el momento es pues la cuestión del cómo la única que interesa al sabio y al experimentador. Si no sabemos por qué el opio y sus alcaloides hacen dormir, podemos sin embargo conocer el mecanismo de ese sueño y saber cómo el opio o sus principios hacen dormir; porque el sueño no tiene lugar más que cuando la sustancia activa va a ponerse en contacto con ciertos elementos orgánicos que ella modifica. El conocimiento de estas modificaciones nos dará el medio de producir o de impedir el sueño y podremos actuar sobre el fenómeno y regularlo a nuestra voluntad.

En los conocimientos que podemos adquirir debemos distinguir dos órdenes de nociones: las unas que responden a la causa de los fenómenos, y las otras a los medios de producirlos. Entendemos por causa de un fenómeno la condición constante y determinada de su existencia; esto es lo que llamamos el determinismo relativo o el cómo de las cosas, es decir, su causa inmediata o determinante. Los medios de obtener los fenómenos son los procedimientos variados con ayuda de los cuales se puede llegar a poner en actividad esa causa determinante única que realiza el fenómeno. La causa necesaria de la formación del agua es la combinación de dos volúmenes de hidrógeno y de un volumen de oxígeno; es la causa única que debe siempre determinar el fenómeno. Sería imposible concebir el agua sin esta condición esencial. Las condiciones accesorias o los procedimientos para la formación del agua pueden ser muy diversos; sólo que todos estos procedimientos llegarán al mismo resultado: combinación del oxígeno y del hidrógeno en proporciones invariables. Escojamos otro ejemplo. Supongo que se quiera transformar la fécula en glucosa; se tendrá una cantidad de medios o de procedimientos para ello, pero habrá siempre en el fondo una causa idéntica y un determinismo único engendrará el fenómeno. Esta causa es la fijación de un equivalente de agua en más sobre la sustancia para operar la transformación. Sólo que se podrá realizar esta hidratación en una cantidad de condiciones y por una multitud de medios: con ayuda del agua acidulada, con ayuda del calor, con ayuda de la diastasa animal o vegetal; pero todos estos procedimientos llegarán finalmente a una condición única, que es la hidratación de la fécula. El determinismo, es decir, la causa de un fenómeno, es pues único, aunque los medios para hacerlo aparecer puedan ser múltiples y en apariencia muy diversos. Es muy importante establecer esta distinción, sobre todo en medicina, donde reina a este respecto la mayor confusión, precisamente porque los médicos reconocen una multi-tud de causas para una misma enfermedad. Basta, para convencerse de esto que adelanto, abrir el primer tratado de patología que se tenga a mano. Pero todas las circunstancias que así se enumeran, no son causas; son a lo sumo medios o procedimientos con ayuda de los cuales la enfermedad puede producirse. Pero la causa real eficiente de una enfermedad, debe ser constante y determinada, es decir, única; de otro modo, estaríamos negando la ciencia en medicina. Las causas determinantes son, es cierto, mucho más difíciles de reconocer y de determinar en los fenómenos de los seres vivientes; pero ellas existen sin embargo, pese a la diversidad aparente de

los medios empleados. Es así que en ciertas acciones tóxicas, vemos venenos diversos aportar una causa idéntica y un único determinismo para la muerte de los elementos histológicos, sea, por ejemplo, la coagulación de la sustancia muscular. De igual modo, las variadas circunstancias que producen una misma enfermedad, deben responder todas a una acción patógena única y determinada. En una palabra, el determinismo, que quiere la identidad de efecto ligada a la identidad de causa, es un axioma científico que no podría ser violado en las ciencias de la vida, no menos que en las ciencias de los cuerpos inertes.

En las ciencias de los cuerpos vivos, como en las de los cuerpos inertes, el experimentador nada crea; no hace más que obedecer las leyes de la naturaleza

No conocemos los fenómenos de la naturaleza más que por su relación con las causas que los producen. Ahora bien, la ley de los fenómenos no es nada más que esta relación,

establecida numéricamente, de manera que permita predecir la relación de causa a efecto en todos los casos dados. Es esta relación, establecida por la observación, la que permite al astrónomo predecir los fenómenos celestes; es también esta misma relación, establecida por la observación y por la experiencia, la que permite al físico, al químico, al fisiólogo, no solamente predecir los fenómenos de la naturaleza, sino también modificarlos a su antojo y seguramente, siempre que no se aparte de las relaciones que la experiencia le ha indicado, es decir, de la ley. Esto quiere decir, en otros términos, que nosotros no podemos gobernar los fenómenos de la naturaleza, más que sometiéndonos a las leyes que los rigen.

El observador no puede hacer más que observar los fenómenos de la naturaleza; el experimentador no puede hacer más que modificarlos, y no le es dado absolutamente crearlos ni aniquilarlos, porque él no puede cambiar las leyes de la naturaleza. Hemos repetido a menudo que el experimenta-dor no actúa sobre los fenómenos mismos, sino solamente sobre las condiciones físico-químicas que son necesarias a su manifestación. Los fenómenos no son más que la expre-sión misma de la relación de estas condiciones; de donde resulta que, siendo semejantes las condiciones, la relación será constante y el fenómeno idéntico, y que, llegando a cambiar las condiciones, la relación será otra y el fenómeno diferente. En una palabra, para provocar un nuevo fenómeno, el experimentador no hace más que realizar condiciones nuevas, pero él no crea nada, ni como fuerza, ni como materia. A fines del último siglo, la ciencia pro-clamó una gran verdad, a saber, que en lo que se refiere a la materia, nada se crea y nada se destruye en la naturaleza; todos los cuerpos cuyas propiedades varían sin cesar bajo nues-tros ojos, no son más que trasmutaciones de agregación de materia equivalente en peso. En este último tiempo la ciencia ha proclamado una segunda verdad de la que persigue aún la demostración, y que es en cierto modo el complemento de la primera, a saber, que por lo que se refiere a las fuerzas nada se crea y nada se destruye en la naturaleza; de donde se deduce que todas las formas de los fenómenos del universo, variadas hasta el infinito, no son más que transformaciones de fuerzas equivalentes, unas en otras. Me reservo para tratar en otra parte la cuestión de saber si hay diferencias que separen las fuerzas de los cuerpos vivos de las de los cuerpos inertes; básteme decir por el momento que las dos verdades que preceden son universales y que ellas abrazan los fenómenos de los cuerpos vivos lo mismo que los de los cuerpos inertes.

Todos los fenómenos, de cualquier orden que sean, existen virtualmente en las leyes inmu-tables de la naturaleza, y no se manifiestan más que cuando sus condiciones de existencia son realizadas. Los cuerpos y los seres que están en la superficie de nuestra tierra expresan la relación armoniosa de las condiciones cósmicas de nuestro planeta y de nuestra atmós-fera con los seres y los fenómenos de los que permiten la existencia. Otras condiciones cósmicas harían necesariamente aparecer un mundo distinto en el que se manifestarían todos los fenómenos que allí encontraran sus condiciones de existencia, y del que desaparecerían todos aquellos que no pudieran desenvolverse en él. Pero cualesquiera que sean las variedades infinitas de fenó-menos que concebimos sobre la tierra, colocándonos con el pensamiento en todas las condi-ciones cósmicas que nuestra imaginación pueda engendrar, estamos siempre obligados a admitir que todo esto pasará de acuerdo a las leyes de la física, de la química y de la fisiolo-gía, que existen sin que lo supiéramos desde la eternidad, y que en todo lo que ocurriera no habría nada creado ni en fuerza ni en materia; que habría allí solamente producción de relaciones diferentes, y en consecuencia creación de seres y de fenómenos nuevos.

Cuando un químico hace aparecer un cuerpo nuevo en la naturaleza, no podrá jactarse de haber creado las leyes que lo han hecho nacer; no ha hecho más que realizar las condiciones que exigía la ley creadora para manifestarse. Ocurre lo mismo para los cuerpos organizados. Un químico y un fisiólogo no podrían hacer aparecer seres vivientes nuevos en sus experiencias más que obedeciendo a leyes de la naturaleza, que ellos no podrían en manera alguna modificar.

No es dado al hombre poder modificar los fenómenos cósmicos del universo entero ni aún los de la tierra; pero la ciencia que adquiere le permite, sin embargo, variar y modificar las condiciones de los fenómenos que están a su alcance. El hombre ha ganado ya así sobre la naturaleza mineral un poder que se revela brillantemente en las aplicaciones de las ciencias modernas, aun cuando parece no estar todavía más que en su aurora. La ciencia experimen-tal aplicada a los cuerpos vivos, debe tener igualmente por resultado modificar los fenóme-nos de la vida, actuando únicamente sobre las condiciones de esos fenómenos. Pero aquí las dificultades se multiplican en razón de la delicadeza de las condiciones de los fenómenos vitales, de la complejidad y de la solidaridad de todas las partes que se agrupan para constituir un ser organizado. Esto es lo que hace que probablemente nunca pueda el hombre actuar tan fácilmente sobre las especies animales o vegetales como sobre las especies minerales. Su poder estará siempre limitado en los seres vivientes, y tanto más cuanto más constituyan organis-mos superiores, es decir, más complicados. Sin embargo, los obstáculos que detienen el po-der del fisiólogo no residen para nada en la naturaleza misma de los fenómenos de la vida, sino solamente en su complejidad. El fisiólogo comenzará primero por dominar los fenó-menos de los vegetales y los de los animales que están en relación más fácil con el medio cósmico externo. El hombre y los animales superiores parecen a primera vista escapar a su acción modificadora, porque aparentan libertarse de la influencia directa de ese medio externo. Pero nosotros sabemos que los fenómenos vitales en el hombre, lo mismo que en los animales que se le aproximan, están ligados a las condiciones físico-químicas de un medio orgánico interno. Es este medio interno el que nos será necesario primeramente tratar de conocer, porque es él el que debe devenir el campo de acción real de la fisiología y de la medicina experimental.

Consideraciones experimentales especiales a los seres vivientes

§ l.-En el organismo de los seres vivientes hay que considerar un conjunto armónico de los fenómenos.

Hasta ahora hemos desarrollado consideraciones experimentales que se aplicaban tanto a los cuerpos vivos como a los cuerpos inertes; la diferencia para los cuerpos vivos residía sólo en una complejidad mucho más grande de los fenómenos, lo que volvía incomparable-mente más difíciles su análisis experimental y el determinismo de sus condiciones. Pero existe en las manifestaciones de los cuerpos vivos una solidaridad de fenómenos muy espe-cial, sobre la que debemos llamar la atención del experimentador; porque si ese punto de vista fisiológico fuera descuidado en el estudio de las funciones de la vida, nos veríamos conducidos, aún experimentando bien, a las ideas más falsas y a las consecuencias más erróneas.

Hemos visto. en el capítulo precedente que el objetivo del método experimental consiste en llegar hasta el determinismo de los fenómenos, de cualquier naturaleza que sean, vitales o minerales. Sabemos además, que lo que llamamos determinismo de un fenómeno, no significa más que la causa determinante o la causa inmediata que determina la aparición de los fenómenos. Se obtienen necesariamente así las condiciones de existencia de los fenómenos, sobre las que el experimentador debe actuar para hacer variar los fenómenos. Nosotros miramos, pues, como equivalentes las diversas expresiones que preceden, y la palabra determinismo las resume todas.

Es muy cierto, como lo hemos dicho ya, que la vida no introduce absolutamente ninguna diferencia en el método científico experimental que debe ser aplicado al estudio de los fe-nómenos fisiológicos, y que bajo ese aspecto las ciencias fisiológicas y las ciencias físico-químicas reposan exactamente sobre los mismos principios de investigación. Pero hay que reconocer, sin embargo, que el determinismo en los fenómenos de la vida es no solamente un determinismo muy complejo, sino que es al mismo tiempo un determinismo armónica-mente jerarquizado. De tal suerte que los fenómenos fisiológicos complejos están constituí-dos por una serie de fenómenos más simples que se determinan los unos a los otros aso-ciándose o combinándose para un objeto final común. Ahora bien, el objeto esencial para el fisiólogo, consiste en determinar las condiciones elementales de los fenómenos fisiológi-cos, y captar su subordinación natural, a fin de comprenderlas y de seguir en consecuencia sus diversas combinaciones en el mecanismo tan variado de los organismos animales. El emblema antiguo que representa la vida por un círculo formado por una serpiente que se muerde la cola, da una imagen bastante justa de las cosas. En efecto, en los organismos complejos, el organismo de la vida forma muy bien un círculo cerrado, pero un círculo que tiene una cabeza y una cola, en el sentido de que todos los fenómenos vitales no tienen la misma importancia aunque se realicen seguidamente en el cumplimiento del circulus vital. Así los órganos musculares y nerviosos mantienen la actividad de los órganos que preparan la sangre; pero la sangre, a su vez, nutre los órganos que la producen. Hay en ello una soli-daridad orgánica o social que mantiene una especie de movimiento continuo, hasta que el desarreglo o la cesación de la acción de un elemento vital necesario haya roto el equilibrio o producido un disturbio o una detención en el juego de la máquina animal. El problema del médico experimentador consiste, pues, en encontrar el determinismo simple de un desarreglo orgánico, es decir, en captar el fenómeno inicial que aporta todos los otros como consecuencia por un determinismo complejo, pero tan necesario en su condición como lo ha sido el determinismo inicial. Este determinismo inicial será como el hilo de Ariadna que dirigirá al experimentador en el oscuro laberinto de los fenómenos fisiológicos y patológi-cos, y que le permitirá comprender sus mecanismos, variados pero siempre unidos por determinismos absolutos. Veremos, con ejemplos que aduciremos más adelante, cómo una dislocación del organismo o un desarreglo de los más complejos en apariencia, puede ser referido a un determinismo simple inicial que provoca en seguida determinismos más com-plejos. Tal es el caso del envenenamiento por el óxido de carbono. (Ver la Tercera Parte.) He consagrado todo mi curso de este año en el Colegio de Francia, al estudio del curare, no por hacer la historia de esta sustancia en sí misma, sino porque este estudio nos muestra cómo un determinismo único de los más simples, tal como la lesión de una extremidad nerviosa motriz, repercute sucesivamente en todos los otros elementos vitales, aportando determinismos secundarios que van cumpliéndose de más en más hasta la muerte. He queri-do establecer así experimentalmente la existencia de esos determinismos intraorgánicos, sobre los cuales volveré más tarde, porque considero su estudio como la verdadera base de la patología y de la terapéutica científica.

El fisiólogo y el médico no deben pues olvidar nunca que el ser viviente forma un organis-mo y una individualidad. El físico y el químico no pueden colocarse fuera del universo, estudiando los cuerpos y los fenómenos aisladamente por sí mismos, sin verse obligados a relacionarlos necesariamente con el conjunto de la naturaleza. Pero el fisiólogo, encontrán-dose por el contrario fuera del organismo animal del que ve el conjunto, debe tener en cuenta la armonía de este conjunto, al mismo tiempo que tratar de penetrar en su interior para comprender el mecanismo de cada una de sus partes. De ello resulta que el físico y el químico pueden rechazar toda idea de causas finales en los hechos que observan; mientras que el fisiólogo es llevado a admitir una finalidad armó-nica y preestablecida en el cuerpo organizado cuyas acciones parciales son todas solidarias y generadoras las unas de las otras. Hay que saber bien, pues, que si se descompone el organismo viviente aislando sus diversas partes, esto no se hace más que para facilitar el análisis experimental y no para concebirlas separadamente. En efecto, cuando se quiere dar a una propiedad fisiológica su valor y su verdadera significación, hay que referirla siempre al conjunto, y no sacar conclusiones definitivas más que relativamente a sus efectos en este conjunto. Es sin duda por haber sentido esta solidaridad necesaria de todas las partes de un organismo, que Cuvier ha dicho que la experimentación no era aplicable a los seres vivientes, porque ella separaba partes organizadas que debían permanecer reunidas. Es en el mis-mo sentido que otros fisiólogos o médicos llamados vitalistas, han proscrito o proscriben aún la experimentación en medicina. Estos puntos de vista, aunque tengan un lado justo, siguen siendo falsos en sus conclusiones generales, y han perjudicado considerablemente el adelanto de la ciencia. Es justo decir, sin duda, que las partes constituyentes del organismo son inseparables fisiológicamente las unas de las otras, y que todas concurren a un resulta-do vital común; pero no se podría concluir de ello que no hay que analizar la máquina vi-viente como se analiza una máquina inerte, cuyas partes tienen igualmente que desempeñar su papel en un conjunto. Debemos, tanto como nos sea posible, y con ayuda de los análisis experimentales, transportar los actos fisiológicos fuera del organismo; este aislamiento nos permite ver y captar mejor las condiciones íntimas de los fenómenos, a fin: de perseguirlos en seguida en el organismo para interpretar su rol vital. Es así que instituímos las digestio-nes y las fecundaciones artificiales para conocer mejor las digestiones y las fecundaciones naturales. Podemos aún, apoyándonos en las autonomías orgánicas, separar los tejidos vivientes, y colocarlos, por medio de la circulación artificial o de otro modo, en condiciones en que podamos estudiar mejor sus propiedades. Se aísla a menudo un órgano destruyendo con anestésicos las reacciones del consensus general; se llega al mismo resultado dividiendo los nervios que se dirigen a una parte, mientras se conservan en ella los vasos sanguíneos. Con ayuda de la experimentación analítica, he podido transformar en cierto modo animales de sangre caliente en animales de sangre fría, para estudiar mejor las pro-piedades de sus elementos histológicos; he conseguido envenenar glándulas separadamente, o hacerlas funcionar con ayuda de sus nervios divididos de una manera completamente independiente del organismo. En este último caso, se puede tener a voluntad la glándula sucesivamente en estado de reposo absoluto o en un estado de funcionamiento exagerado; siendo conocidos los dos extremos del fenómeno, se captan en seguida fácilmente todos los intermediarios y se comprende entonces cómo una función completamente química, puede ser regulada por el sistema nervioso en forma de que suministre los líquidos orgánicos en condiciones siempre idénticas. No nos extenderemos más sobre estas indicaciones de análisis experimental; resumiremos diciendo que proscribir de los organismos el análisis por medio de la experiencia, es detener la ciencia y negar el método experimental; pero que, por otro lado, practicar el análisis fisiológico perdiendo de vista la unidad armónica del organismo, es desconocer la ciencia vital y arrebatarle todo su carácter. .

Será, pues, siempre preciso, después de haber practicado el análisis de los fenómenos, rehacer la síntesis fisiológica, a fin de observar la acción reunida de todas las partes que se habían aislado. A propósito de esta expresión síntesis fisiológica, es necesario que desarro-llemos nuestro pensamiento. Se admite en general que la síntesis reconstituye lo que el análisis había separado, y que en esa forma la síntesis verifica el análisis del que no es más que la contraprueba o complemento necesario. Esta definición es absolutamente verdadera para los análisis y las síntesis de la materia. En química la síntesis da, partícula por partícu-la, el mismo cuerpo compuesto de materias idénticas, unidas en las mismas proporciones; pero cuando se trata de hacer el análisis y la síntesis de las propiedades de los cuerpos, es decir, la síntesis de los fenómenos, esto se vuelve mucho más difícil. En efecto, las pro-piedades de los cuerpos no resultan solamente de la naturaleza y de las proporciones de la materia, sino también de la coordinación de esta misma materia. Además. ocurre, como se sabe, que las propiedades que aparecen o desaparecen en la síntesis y en el análisis, no pueden ser consideradas como una simple adición o una pura sustracción de las propieda-des de los cuerpos componentes. Es así, por ejemplo, que las propiedades del oxígeno y del hidrógeno no nos informan acerca de las propiedades del agua, que resulta, sin embargo, de su combinación.

No quiero examinar estas cuestiones arduas, por muy fundamentales que sean, de las propiedades relativas de los cuerpos compuestos o componentes; encontrarán mejor lugar en otra parte. Recordaré solamente aquí que los fenómenos no son más que la expresión de las relaciones de los cuerpos, de donde resulta que disociando las partes de un todo, cesarán los fenómenos por la sola razón de que se destruyen sus relaciones. De ello resulta aún que en fisiología, el análisis que nos enseña las propiedades de las partes organizadas elementa-les aisladas no nos dará nunca, sin embargo, más que una síntesis ideal muy incompleta; lo mismo que el conocimiento del hombre aislado, no nos aportaría el conocimiento de todas las instituciones que resultan de su asociación, y que no pueden manifestarse más que por la vida social. En una palabra, cuando se reunen elementos fisiológicos, se ven aparecer propiedades que no eran perceptibles en esos elementos separados. Hay que proceder, pues, siempre experimentalmente, en la síntesis vital, porque fenómenos completamente especiales pueden ser el resultado de la unión o de la asociación cada vez más compleja de los elementos organizados. Todo ello prueba que estos elementos, aunque distintos y autónomos, no desempeñan por ello el papel de simples asociados, y que su unión expresa algo más que la adición de sus propiedades separadas. Yo estoy persuadido de que los obstáculos que rodean el estudio experimental de los fenómenos psicológicos, son en gran parte debidos a dificultades de este orden; porque pese a su naturaleza maravillosa y a la delicadeza de sus manifestaciones, es imposible, a mi juicio, que no se puedan hacer entrar los fenómenos cerebrales, como todos los otros fenómenos de los cuerpos vivos, en las leyes de un determinismo científico.

El fisiólogo y el médico deben, pues, considerar siempre al mismo tiempo los organismos en su conjunto y en sus detalles, sin perder nunca de vista las condiciones especiales de todos los fenómenos particulares, cuya resultante constituye el individuo. Sin embargo, los hechos particulares no son jamás científicos: sólo la generalización puede constituir la ciencia. Pero hay que evitar allí un doble escollo; porque si el exceso de las particularidades es anticientífico, el exceso de las generalidades crea una ciencia ideal que carece ya de lazo con la realidad. Este escollo, que es mínimo para el naturalista contemplativo, deviene enorme para el médico, que debe sobre todo buscar las verdades objetivas y prácticas. Hay que admirar sin duda esos vastos horizontes entrevistos por el genio de los Goethe, Oken, Carus, Geoffroy Saint-Hilaire, Darwin, en los que una concepción general nos muestra todos los seres vivientes como expresión de tipos que se transforman sin cesar en la evolu-ción de los organismos y de las especies, y en los que cada ser vivo desaparece individual-mente como un reflejo del conjunto a que pertenece. En medicina, podemos también elevarnos a las generalidades más abstractas, sea que colocándonos en el punto de vista del naturalista, miremos las enfermedades como especies de morbos que se trata de definir y de clasificar nosológicamente, sea que partiendo del punto de vista fisiológico, consideremos que la enfermedad no existe, en el sentido de que ella no sería más que un caso particular del estado fisiológico. Sin duda todos estos puntos de vista son luces que nos dirigen y que nos son útiles. Pero si nos entregáramos exclusivamente a esta contemplación hipotética, volveríamos bien pronto la espalda a la realidad; y sería, a mi juicio, comprender mal la verdadera filosofía científica, establecer una especie de oposición o de exclusión entre la práctica que exige el conocimiento de las particularidades, y las generalizaciones precedentes que tienden a confundir todo en el todo. En efecto, el médico no es el médico de los seres vivientes en general, sino el médico de la especie humana, o mejor el médico del individuo humano, y más aún el médico de un individuo en ciertas condiciones mórbidas que le son especiales, y que constituyen lo que se ha llamado su idiosincrasia. De donde parecería resultar que la medicina, a la inversa de otras ciencias, debe constituirse particularizando de más en más. Esta opinión sería un error; no hay en ella más que apariencias, porque para todas las ciencias, la generalización conduce a la ley de los fenómenos y al verdadero objetivo científico. Sólo que es preciso saber que todas las generalizaciones morfológicas a las que hacemos alusión más arriba, y que sirven de punto de apoyo al naturalista, son muy superficiales, y por lo mismo insuficientes para el fisiólogo y para el médico.

El naturalista, el fisiólogo y el médico, tienen en vista problemas completamente diferentes, lo que hace que sus búsquedas no marchen paralelamente, y que no se pueda, por ejemplo, establecer una escala fisiológica exactamente superpuesta a la escala zoológica. El fisiólogo y el médico descienden en el problema biológico mucho más profundamente que el zoólo-go; el fisiólogo considera las condiciones generales de existencia de los fenómenos de la vida, así como las diversas modificaciones que esas condiciones pueden sufrir. Pero el mé-dico no se contenta con saber que todos los fenómenos vitales tienen condiciones idénticas en todos los seres vivientes, es preciso que vaya aún más lejos en el estudio de los detalles de esas condiciones en cada individuo considerado en circunstancias mórbidas dadas. Será entonces, sólo después de haber descendido tan profundamente como sea posible en la intimidad de los fenómenos vitales al estado normal y al estado patológico, como el fisiólogo y el médico podrán remontar a generalidades luminosas y fecundas.

La vida tiene su esencia primitiva en la fuerza del desenvolvimiento orgánico, fuerza que constituye la naturaleza medicatriz de Hipócrates y el archeus faber de Van Helmont. Pero cualquiera que sea la idea que nos hagamos de la naturaleza de esta fuerza, se manifiesta siempre concurrente y paralelamente con condicio-nes físico-químicas propias de los fenómenos vitales. Es, pues, mediante el estudio de las particularidades físico-químicas que el médico comprenderá las individualidades como casos especiales contenidos en la ley general, y encontrará allí, como en todas partes, una generalización armónica de la variedad en la unidad. Pero considerando la variedad, el médico debe tratar siempre de determinarla en sus estudios y de comprenderla en sus generalizaciones.

Si hubiera que definir la vida con una sola palabra que, expresando bien mi pensamiento, pusiera de relieve el único carácter que, a mi juicio, distingue netamente la ciencia biológi-ca, yo diría: la vida es la creación. En efecto, el organismo creado es una máquina que fun-ciona necesariamente en virtud de las propiedades físico-químicas de sus elementos consti-tuyentes. Distinguimos hoy tres órdenes de propiedades manifestadas en los fenómenos de los seres vivientes: propiedades físicas, propiedades químicas y propiedades vitales; esta última denominación de propiedades vitales no es en sí misma más que provisoria; porque llamamos vitales las propiedades orgánicas que no hemos podido reducir todavía a conside-raciones físico-químicas; pero no es dudoso que a ello llegaremos un día. De suerte que lo que caracteriza la máquina viviente, no es la naturaleza de sus propiedades físico-químicas, por complejas que sean, sino la creación de esta máquina que se desenvuelve bajo nuestros ojos en las condiciones que le son propias, y según una idea definida que expresa la naturaleza del ser viviente y la esencia misma de la vida.

Cuando un pollo se desarrolla en el huevo, no es la formación del cuerpo animal, como agrupamiento de elementos químicos, lo que caracteriza esencialmente la fuerza vital. Este agrupamiento no se realiza más que a consecuencia de las leyes que rigen las propiedades químicofísicas de la materia; pero lo que es esencialmente del dominio de la vida, es lo que no pertenece ni a la química ni a la física, ni a ninguna otra cosa, es la idea directora de esta evolución vital. En todo germen viviente hay una idea creadora que se desenvuelve y se manifiesta por la organización. A lo largo de toda su duración, el ser vivo permanece bajo la influencia de esta misma fuerza vital creadora, y la muerte llega cuando ella no puede ya realizarse. Aquí, como en todas partes, todo deriva de la idea, única que crea y que dirige; los medios de manifestación físico-químicos, son co-munes a todos los fenómenos de la naturaleza y permanecen confundidos y mezclados, co-mo los caracteres del alfabeto en una caja donde una fuerza va a buscarlos para expresar los pensamientos o los mecanismos más diversos. Es siempre esta misma idea vital la que con-serva al ser, re constituyendo las partes vivas desorganizadas por el ejercicio o destruídas por los accidentes y por las enfermedades; de suerte que es a las condiciones físico-quími-cas de ese desenvolvimiento primitivo, a las que será preciso siempre hacer remontar las explicaciones vitales, sea en el estado normal, sea en el estado patológico. Veremos, en efecto, que el médico y el fisiólogo no pueden realmente actuar más que por intermedio de la físico-química animal, es decir, por una física y una química que se cumplen en el terre-no vital especial, donde se desarrollan, se crean y se mantienen, según una idea definida y de acuerdo a determinismos rigurosos, las condiciones de existencia de todos los fenómenos del organismo viviente.

§ II-De la práctica experimental en los seres vivos.

El método experimental y los principios de la experimentación, son, como ya lo hemos dicho, idénticos en los fenómenos de los cuerpos inertes y en los fenómenos de los cuerpos vivos. Pero no puede ocurrir lo mismo con la práctica experimental, y es fácil concebir que la organización especial de los seres vivos debe exigir, para ser analizada, procedimientos de una naturaleza particular, y debe presentarnos dificultades sui generis. Sin embargo, las consideraciones y los preceptos especiales que vamos a dar para precaver al fisiólogo contra las causas de error de la práctica experimental, no se refieren más que a la delicadeza, a la movilidad y a la fugacidad de las propiedades vitales, así como a la complejidad de los fenómenos de la vida. No se trata, en efecto, para el fisiólogo más que de descomponer la máquina viva, a fin de estudiar y de medir, con ayuda de instrumentos y de procedimientos tomados a la física y a la química, los diversos fenómenos vitales cuyas leyes trata de descubrir.

Todas las ciencias poseen, si no un método propio, al menos procedimientos especiales, y además se sirven recíprocamente de instrumentos las unas a las otras. Las matemáticas sirven de instrumento a la física, a la química y a la biología en límites diversos; la física y la química sirven de instrumentos poderosos a la fisiología y a la medicina. En ese socorro mutuo que se prestan las ciencias, hay que distinguir bien al investigador que hace avanzar una ciencia del que se sirve de ella. El físico y el químico no son matemáticos porque empleen el cálculo; el fisiólogo no es químico ni físico porque use reactivos químicos o instrumentos de física, de igual modo que el químico y el físico no son fisiólogos porque estudien la composición o las propiedades de ciertos líquidos y tejidos animales o vegetales. Cada ciencia tiene su problema y su punto de vista que no hay que confundir so pena de exponerse a extraviar la investigación científica. Esta confusión se ha presentado, sin embargo, frecuentemente en la ciencia biológica la que, en razón de su complejidad, tiene necesidad del socorro de todas las otras ciencias. Se han visto y se ven a menudo todavía químicos y físicos que, en lugar de limitarse a pedir a los fenómenos de los cuerpos vivos que les suministren medios o argumentos propios para establecer ciertos principios de su ciencia, quieren aún absorber la fisiología y reducirla a simples fenómenos físico-químicos. Ellos edifican en torno de la vida explicaciones o sistemas que a menudo seducen por su engañadora simplicidad, pero que en todos los casos perjudican a la ciencia biológica introduciendo en ella una falsa dirección y errores para disipar los cuales se precisa después largo tiempo. En una palabra, la biología tiene su problema especial y su punto de vista determinado; ella no pide a las otras ciencias más que su ayuda y sus métodos, pero no sus teorías. Este socorro de las otras ciencias es tan poderoso, que sin él el desenvolvi-miento de la ciencia de los fenómenos de la vida sería imposible. El conocimiento previo de las ciencias físico-químicas no es, pues, accesorio a la biología como se dice ordinaria-mente, sino que por el contrario, le es esencial y fundamental. Por ello pienso que conviene llamar a las ciencias físico-químicas las ciencias auxiliares y no las ciencias accesorias de la fisiología. Veremos que la anatomía deviene también una ciencia auxiliar de la fisiología, del mismo modo que la fisiología misma, que exige la ayuda de la anatomía y de todas las ciencias físico-químicas, deviene la ciencia más inmediatamente auxiliar de la medicina y constituye su verdadera base científica.

La aplicación de las ciencias físico-químicas a la fisiología y el empleo de sus procedimien-tos como instrumentos propios para analizar los fenómenos de la vida, ofrecen un gran nú-mero de díficultades, inherentes, como ya lo hemos dicho, a la movilidad y a la fugacidad de los fenómenos de la vida. Es esta una de las causas de la espontaneidad y de la movili-dad de que gozan los seres vivos, y es una circunstancia que vuelve las propiedades de los cuerpos organizados muy difíciles de fijar y de estudiar. Importa volver aquí un instante sobre la naturaleza de esas dificultades, como ya he tenido a menudo ocasión de hacerlo en mis cursos.

Para todo el mundo un cuerpo vivo difiere esencialmente de un cuerpo inerte desde el punto de vista de la experimentación. Por un lado, el cuerpo inerte no tiene en sí ninguna espontaneidad; sus propiedades se equilibran con las condiciones externas, cae bien pronto, como se dice, en indiferencia físico-química, es decir, en un equilibrio estable con lo que le rodea. Desde ese momento todas las modificaciones de fenómenos que experimente, provendrán necesariamente de cambios sobrevenidos en las circunstancias ambientes, y se concibe que considerando exactamente esas circunstancias, estemos seguros de poseer las condiciones experimentales que son necesarias para la concepción de una buena experiencia. El cuerpo vivo, sobre todo en los animales superiores, no cae jamás en indiferencia químico-física con el medio externo; po-see un movimiento incesante, una evolución orgánica en apariencia espontánea y constante, y bien que esta evolución tenga necesidad de circunstancias exteriores para manifestarse, ella es independiente, sin embargo, en su marcha y en su modalidad. Lo que lo prueba es que se ve a su ser vivo nacer, desarrollarse, enfermar y morir, sin que las condiciones del mundo externo cambien, sin embargo, para el observador.

De lo que precede resulta que el que experimenta sobre los cuerpos inertes puede, con ayuda de ciertos instrumentos tales como el barómetro, el termómetro, el higrómetro, colocarse en condiciones idénticas y obtener en consecuencia experiencias bien definidas y semejantes. Los fisiólogos y los médicos han imitado con razón a los físicos, y han tratado de hacer sus experiencias más exactas sirviéndose de los mismos instrumentos que ellos. Pero se ha visto bien pronto que estas condiciones exteriores, cuya variación importa tanto al físico y al químico, son de una importancia mucho menor para el médico. En efecto, las modificaciones en los fenómenos de los cuerpos inertes están siempre solicitadas por una variación cósmica exterior, y ocurre a veces que una ligerísima modificación en la temperatura ambiente o en la presión barométrica, comporta cambios importantes en los fenómenos de los cuerpos inertes. Pero los fenómenos de la vida en el hombre y en los animales superiores, pueden modificarse sin que ocurra ninguna variación cósmica exterior apreciable, y ligeras modificaciones termométricas y barométricas no ejercen a menudo ninguna influencia real sobre las manifestaciones vitales; y, aunque no se pueda decir que estas influencias cósmicas externas sean esencialmente nulas, sobrevienen circunstancias en que sería casi ridículo tenerlas en cuenta. ¡Tal es el caso de un experimentador que, repitiendo mis experiencias de la punción de la pared del cuarto ventrículo para producir la diabetes artificial, creyó dar muestras de una gran exactitud anotando con cuidado la presión barométrica en el momento en que practicaba la experiencia!

Sin embargo, si en lugar de experimentar en el hombre o en los animales superiores, experi-mentamos en seres vivientes inferiores, animales o vegetales, veremos que estas indicacio-nes termométricas, barométricas o higrométricas, que tenían tan poca importancia para los primeros, deben por el contrario, ser tenidas muy seriamente en consideración para los segundos. En efecto, si hacemos variar para los infusorios las condiciones de humedad, de calor y de presión atmosféricos, veremos las manifestaciones vitales de estos seres modifi-carse o aniquilarse según las variaciones más o menos considerables que introduzcamos en las influencias cósmicas citadas más arriba. En los vegetales y en los animales de sangre fria, vemos también las condiciones de temperatura y de humedad del medio cósmico desempeñar un enorme papel en las manifestaciones de la vida. Es esto lo que se llama la influencia de las estaciones, conocida de todo el mundo. No habría, pues, en definitiva más que los animales de sangre caliente y el hombre que parecieran sustraerse a estas influen-cias cósmicas y tener manifestaciones libres e independientes. Hemos dicho ya, por otra parte, que esta especie de independencia de las manifestaciones vitales del hombre y de los animales superiores, es el resultado de una perfección mayor de su organismo, pero no la prueba de que las manifestaciones de la vida en esos seres, fisiológicamente más perfectos, se encuentren sometidas a otras leyes o a otras causas. En efecto, sabemos que son los elementos histológicos de nuestros órganos los que expresan los fenómenos de la vida; ahora bien, si estos elementos no sufren variación en sus funciones bajo la influencia de las variaciones de temperatura, de humedad y de presión de la atmósfera exterior, es porque se encuentran sumergidos en un medio orgánico o en una atmósfera interna cuyas condiciones de temperatura, de humedad y de presión no cambian con las variaciones del medio cósmico. De donde es preciso concluir que en el fondo las manifestaciones vitales en los animales de sangre caliente y en el hombre están igualmente sometidas a condiciones físico-químicas precisas y determinadas.

Recapitulando todo lo que hemos dicho precedentemente, se ve que hay en todos los fenómenos naturales condiciones de medio que regulan sus manifestaciones fenomenales. Las condiciones de nuestro medio cósmico regulan en general los fenómenos minerales que se realizan en la superficie de la tierra; pero los seres organizados encierran en sí mismos las condiciones particulares de sus manifestaciones vitales, y a medida que el organismo, es decir, la máquina viviente, se perfecciona, como sus elementos organizados devienen más delicados, crea las condiciones especiales de un medio orgánico que se aísla de más en más del medio cósmico. Volvemos a caer así en la distinción que yo establecí desde hace largo tiempo y que creo muy fecunda, a saber, que hay en fisiología dos medios a considerar: el medio macrocósmico, general, y el medio microcósmico particular al ser viviente; el último se halla más o menos independiente del primero, según el grado de perfeccionamiento del organismo. Por otra parte, lo que vemos aquí para la máquina viva se concibe fácilmente, puesto que ocurre lo mismo en las máquinas inertes creadas por el hombre. Así, las modificaciones climatéricas, no tienen ninguna influencia en la marcha de una máquina de vapor, aunque todo el mundo sabe que en el interior de esta máquina hay condiciones precisas de temperatura, de presión y de humedad, que regulan matemáticamente todos sus movimientos. Podríamos, pues, así, en las máquinas inertes, distinguir un medio macrocósmico y un medio microcósmico. En todos los casos la perfección de la máquina consistirá en ser cada vez más libre e independiente, de modo de sufrir cada vez menos las influencias del medio externo. La máquina humana será tanto más perfecta cuanto mejor se defienda contra la penetración de las influencias del medio externo; cuando el organismo envejece y se debilita, deviene más sensible a las influencias externas del frió, del calor, de la humedad, así como a todas las otras influencias climatéricas en general.

En resumen, si queremos captar las condiciones exactas de las manifestaciones vitales en el hombre y en los animales superiores, no es realmente en el medio cósmico externo donde hay que buscar, sino en el medio orgánico interno. Es, en efecto, en el estudio de estas condiciones orgánicas internas, como lo hemos dicho a menudo, donde se encuentra la explicación directa y verdadera de los fenómenos de la vida, de la salud, de la enfermedad y de la muerte del organismo. Nosotros no vemos al exterior más que la resultante de todas las acciones internas del cuerpo, que nos aparecen entonces como el resultado de una fuerza vital distinta, sin más que relaciones lejanas con las condiciones físico-químicas del medio externo, y manifestándose siempre como una especie de personificación orgánica, dotada de tendencias especificas. Hemos dicho en otra parte que la medicina antigua consideró 1a influencia del medio cósmico, de las aguas, de los aires y de los lugares; se pueden, en efecto, sacar de allí útiles indicaciones para la higiene y para las modificaciones mórbidas. Pero lo que distinguirá la medicina experimen-tal moderna, será el estar fundada sobre todo en el conocimiento del medio interno en el que van a actuar las influencias normales y mórbidas así como las influencias medicamen-tosas. Pero, ¿cómo conocer ese medio interno del organismo, tan complejo en el hombre y en los animales superiores, si no es descendiendo en cierto modo a él, penetrando en él por medio de la experimentación aplicada a los cuerpos vivos? Lo que quiere decir que, para analizar los fenómenos de la vida, es preciso necesariamente penetrar en los organismos vivientes con ayuda de los procedimientos de vivisección.

En resumen, es sólo en las condiciones físico-químicas del medio interno, donde encontra-remos el determinismo de los fenómenos exteriores de la vida. La vida del organismo no es más que una resultante de todas sus acciones íntimas; puede mostrarse más o menos viva y más o menos debilitada y languidecíente, sin que nada en el medio externo pueda explicárnoslo, porque ella está regulada por las condiciones del medio interno. Es, pues, en las propiedades físico-químicas del medio interno donde debemos buscar las verdaderas bases de la física y de la química animales.

Sin embargo, veremos más lejos que hay que considerar en ello, además de las condiciones físico-químicas indispensables a la manifestación de la vida, condiciones fisiológicas evo-lutivas especiales que son el quid proprium de la ciencia biológica. Yo siempre he insistido mucho en esta distinción, porque creo que es fundamental, y que las consideraciones fisiológicas deben ser predominantes en un tratado de experimentación aplicada a la medicina. En efecto, es allí donde encontraremos las diferencias debidas a las influencias de edad, de sexo, de especie, de raza, de estado de abstinencia o de digestión, etc. Esto nos llevará a considerar en el organismo reacciones recíprocas y simultáneas del medio interno sobre los órganos, y de los órganos sobre el medio interno.

§ III De la vivisección.

No se han podido descubrir las leyes de la materia inerte más que .penetrando en los cuer-pos o en las máquinas inertes; de igual modo no se podrá llegar a conocer las leyes y las propiedades de la materia viva más que dislocando los organismos vivos para introducirse en su medio interno. Necesariamente, pues, después de haber disecado el cadáver, hay que disecar el vivo, para poner al descubierto y ver funcionar las partes interiores u ocultas del organismo; es a esta especie de operaciones a las que se da el nombre de vivisecciones, y sin este modo de investigación no hay fisiología ni medicina científica posibles; para aprender cómo viven el hombre y los animales, es indispensable ver morir un gran número de ellos, puesto que los mecanismos de la vida no pueden develarse y probarse más que por el conocimiento de los mecanismos de la muerte.

En todas las épocas se ha sentido esta verdad, y desde los tiempos más antiguos se han practicado en medicina no solamente experiencias terapéuticas sino también vivisecciones. Se cuenta que los reyes de Persia entregaban los condenados a muerte a los médicos, a fin de que realizaran en ellos vivisecciones útiles a la medicina. Al decir de Galeno, Atalo III, Filoméstor, que reinó en Pérgamo ciento treinta y siete años antes de Cristo, experimentaba los venenos y los contravenenos en criminales condenados a muerte. Celso recuerda y aprueba las vivisecciones de Herofilo y de Erasistrato practicadas en criminales, con el consentimiento de los ptolomeos. No es cruel, dice, imponer suplicios a algunos culpables, suplicios que deben beneficiar a multitud de inocentes durante el curso de todos los siglos. El gran duque de Toscana hizo remitir a Falopio, profesor de anatomía de Pisa, un criminal, permitiéndole que lo matara o que lo disecara a voluntad. Como el condenado tenía cuartanas, Falopio quiso experimentar la influencia de los efectos del opio sobre sus accesos. Le administró dos dracmas de opio durante la remisión; la muerte sobrevino en la segunda experiencia. Ejemplos semejantes se han encontrado muchas veces, y se conoce la historia del arquero de Meudon que fué indultado porque se practicó en él con éxito la nefrotomía. Las vivisecciones en animales se remontan también a largo tiempo atrás. Se puede considerar a Galeno como al fundador de las vivisecciones en animales. Instituyó sus experiencias en particular con monos y con le-chones, y describió los instrumentos y los procedimientos empleados en la experimenta-ción. Galeno no practicó casi más que experiencias del género de las que hemos llamado experiencias perturbadoras, y que consisten en herir, en destruir o en quitar una parte a fin de juzgar de su función por la perturbación que su sustracción produce. Galeno ha resumido las experiencias hechas antes de él, y ha estudiado por sí mismo los efectos de la destruc-ción de la medula espinal a alturas diversas, los de la perforación del pecho de un lado o de los dos lados a la vez, los efectos de la sección de los nervios que se dirigen a los músculos intercostales y la del nervio recurrente. Ligó las arterias, realizó experiencias sobre el mecanismo de la deglución. Después de Galeno, ha habido siempre, de tarde en tarde, en medio de los sistemas médicos, vivisectores eminentes. Es a este título que los nombres de los de Graaf, Harvey, Aselli, Pecquet, Haller, etc., han llegado hasta nosotros. En nuestro tiempo, y sobre todo bajo la influencia de Magendie, la vivisección ha entrado definitivamente en la fisiología y en la medicina como un procedimiento de estudio habitual e indispensable.

Los prejuicios unidos al respeto a los cadáveres, han detenido durante muy largo tiempo el progreso de la anatomía. Igualmente la vivisección ha encontrado en todos los tiempos pre-juicios y detractores. No tenemos la pretensión de destruir todos los prejuicios del mundo; no trataremos tampoco de concedernos aquí el dar una respuesta a los argumentos de los detractores de la vivisección, puesto que por eso mismo ellos niegan la medicina experi-mental, es decir, la medicina científica. Sin embargo, examinaremos algunas cuestiones generales y plantearemos en seguida el objetivo científico que se propone la vivisección.

Primeramente, ¿hay derecho a practicar experiencias y vivisecciones en el hombre? Todos los días el médico realiza experiencias terapéuticas en sus enfermos, y todos los días el cirujano practica vivisecciones en sus operados. Se puede, pues, experimentar en el hombre, pero ¿en qué límites? Tenemos el deber y en consecuencia el derecho de practicar en el hombre una experiencia toda vez que ella pueda salvarle la vida, curarlo o procurarle una ventaja personal. El principio de moralidad médica y quirúrgica consiste, pues, en no practicar nunca en un hombre una experiencia que pueda serie dañosa en cualquier grado, por mucho que su resultado pueda interesar a la ciencia, es decir, a la salud de los demás. Pero esto no impide que las experiencias hechas exclusivamente desde el punto de vista del interés del enfermo que las sufre, puedan servir al mismo tiempo al provecho de la ciencia. En efecto, no podría ser de otra manera; un viejo médico que haya administrado a menudo medicamentos y que haya tratado a muchos enfermos, será más experimentado, es decir, experimentará mejor sobre sus nuevos enfermos, porque está instruido por las expe-riencias que ha hecho sobre otros. El cirujano que ha practicado operaciones a menudo en casos diversos, se instruirá, y se perfeccionará experimentalmente. Así, pues, como se ve, no se llega nunca a la instrucción más que por medio de la experiencia, y esto encuadra perfectamente en las definiciones que hemos dado al comienzo de esta introducción.

¿Se pueden hacer experiencias o vivisecciones en los condenados a muerte? Se han citado ejemplos análogos al que recordamos más arriba, y en los que se permitían operaciones peligrosas ofreciendo en cambio el indulto a los reos. Las ideas de la moral moderna reprueban estas tentativas; yo comparto completamente estas ideas; sin embargo, considero como muy útil para la ciencia y como perfectamente permitido, hacer investigaciones en las propiedades de los tejidos inmediatamente después de la decapitación de los condenados. Un helmintólogo hizo tragar a una mujer condenada a muerte, larvas de gusanos intestinales, sin que ella lo supiera, a fin de observar después de su muerte si los gusanos se habían desarrollado en sus intestinos. Otros han hecho experiencias análogas en enfermos tísicos que debían morir bien pronto; hay quienes han hecho experiencias en sí mismos. Siendo estas especies de experiencias muy interesantes para la ciencia, y no pudiendo ser concluyentes más que en el hombre, me parecen lícitas cuando ellas no acarrean ningún sufrimiento ni ningún inconveniente al sujeto en el que se experimenta. Porque, no hay que engañarse, la moral no prohíbe hacer experiencias en el prójimo o en sí mismo; en la práctica de la vida los hombres no hacen otra cosa más que experiencias los unos sobre los otros. La moral cristiana no prohíbe más que una sola cosa, y es hacer mal al prójimo. Así, entre las experiencias que se pueden tentar en el hombre, las que no pueden más que dañar son prohibidas, las inocentes son lícitas, y las que pueden hacer bien son ordenadas.

Ahora se presenta esta otra cuestión: ¿Se tiene el derecho de hacer experiencias y vivisec-ciones en los animales? A mi juicio, pienso que se tiene ese derecho de una manera entera y absoluta. Sería bien extraño, en efecto, que se reconociera que el hombre tiene el derecho de servirse de los animales para todos los usos de la vida, para sus servicios domésticos, para su alimentación, y que se le prohibiera servirse de ellos para instruirse en una de las ciencias más útiles a la humanidad. No hay que vacilar; la ciencia de la vida no puede constituirse más que por experiencias, y no se puede salvar de la vida a unos seres vivos más que al precio del sacrificio de otros. Hay que hacer las experiencias o en los hombres o en los animales. Ahora bien, encuentro que los médicos hacen ya demasiadas experiencias peligrosas en los hombres antes de haberlas estudiado cuidadosamente en los animales. No admito que sea moral ensayar sobre los enfermos en los hospitales remedios más o menos peligrosos o activos, sin que se les haya previamente experimentado sobre perros; porque probaré más lejos que todo lo que se consigue en los animales puede perfectamente ser válido para el hombre cuando se sabe experimentar bien. Así, pues, si es inmoral hacer en un hombre una experiencia en caso de que sea peligrosa para él, aunque el resultado pueda ser útil a los demás, es esencialmente moral hacer experiencias en un animal, aunque sean dolorosas y peligrosas para él, desde que ellas puedan ser útiles para el hombre.

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