- 1938: la invasión de los marcianos
- La máquina del tiempo
- Un actor llamado Humphrey Bogart
- Lo correcto y lo incorrecto
- En busca de su destino
- Mata-Hari
- Mata-Hari
- Montmartre
- El cadalso
- Un desconcertante regreso y un encuentro increíble
- Wall Street
- Al Capone
- La Prisión de Alcatraz
Los viajes en el tiempo han constituido uno de los sueños básicos del ser humano. Hay quien sueña con volver al pasado cercano para enmendar su vida y errores, mientras que otros desearían estar ya en el futuro para olvidar su penosa vida actual. También los hay que están convencidos de que la vida en épocas gloriosas del pasado era, cuando menos, más atractiva que la actual y desearían haber vivido, por ejemplo, durante los años de la dominación romana, con sus centuriones y emperadores vitoreados por el pueblo, en oposición a quienes prefieren recrearse en la época de Luis XV o el esplendor de Viena. Cada uno de nosotros se imagina habitualmente siendo partícipe de hechos históricos decisivos para la humanidad, e intentando modificar el destino del hombre gracias a su buena voluntad o sabiduría. Por supuesto, también son legión quienes se trasladan mentalmente a un futuro muy lejano, con la Humanidad inmersa en un desarrollo tecnológico perfecto en el cual no hay ni enfermedades ni miseria. Los futurólogos y adivinos constituyen ese recurso fácil para quienes, ansiosos por saber su destino, acuden a ellos para que les vaticinen un futuro más halagüeño, aunque en demasiadas ocasiones se limitan a hablarnos de nuestro pasado, como si no lo conociéramos ya suficientemente.
Los científicos, por su parte, nos han aportado algunas posibilidades para viajar en el tiempo y mientras unos hablan de velocidades superiores a la de la luz, girando en sentido contrario a la rotación de la Tierra, otros alegan que solamente entrando en un agujero negro o de gusano es posible viajar a través del tiempo. Y en medio de todos están los escritores, los únicos sinceros que no tratan de engañar a nadie puesto que ya dejan claro que sus relatos sobre viajes en el tiempo son pura ficción, en ocasiones científica, pero simplemente ficción. Esta es la historia ficticia de uno de esos soñadores, el genial H. G. Wells, el primer escritor que se atrevió a hablar de una máquina del tiempo que podría aportar más beneficios a la Humanidad que ningún otro invento.
CAPÍTULO UNO:
1938: la invasión de los marcianos
En 1938, la compañía Mercury Theatre compuesta por Orson Welles y su amigo Houseman, efectuaron una recreación radiofónica de la novela de H. G. Wells "La guerra de los mundos". La víspera de Todos los Santos salió en antena la invasión de los marcianos al planeta Tierra, contando Welles y sus ayudantes con todo detalle cómo éstos destruían sistemáticamente todas las ciudades. El terrible rayo calorífero que era capaz de destruir los cañones y tanques del poderoso ejército norteamericano, sumió en el terror y la desesperación a los hasta entonces, pacíficos ciudadanos. Presos de pánico salieron a la calle en demanda de ayuda, tratando de evitar ser víctimas del poderío marciano. Pero allí no había ni marcianos, ni naves extraterrestres, y mucho menos rayos destructores; solamente la voz de Welles en antena advirtiendo cada quince minutos que se trataba de una novela radiofónica.
Una vez tranquilizados los asustados ciudadanos, no faltaron voces de protesta exigiendo responsabilidades a quienes habían sido capaces de aterrorizar a toda una nación en plena histeria de invasiones extraterrestres. Con el planeta Marte más cerca que nunca de la Tierra, y las apariciones de ovnis mezcladas con los supuestos ataques de los rusos, el miedo contenido de la población no necesitaba muchos estímulos para salir a flote. Por eso y ante la amenaza de serias denuncias por lo que se consideraba un fraude gigantesco con ánimo de notoriedad y lucro, el realizador Orson Welles se vio en la necesidad de convocar una conferencia de prensa, a la cual asistió igualmente el creador de la novela "La guerra de los mundos", el señor H. G. Wells.
El lugar elegido fue el National Arts Club, un club privado situado cerca del Gramercy Park, concretamente en la East 20 ND Street de Nueva York. Allí estaban representantes de las revistas Variety, Photoplay y Metronome, además de los columnistas E. Wilson y Louella Parsons, famosos ambos por sus mentiras sobre el comportamiento de la gente del espectáculo. Aunque compartían, casi, el mismo apellido, ni Herbert ni Orson se conocían y ni siquiera eran parientes, pero pronto surgieron multitud de rumores que afirmaban que en realidad eran hijos de la misma mujer pero distinto padre, lo que sin lugar a dudas no era cierto. Cualquier biógrafo sabía que ambos habían vivido durante la mayor parte de sus vidas en países diferentes, pero la prensa canalla sabía que inventando historias venderían más noticias que diciendo la verdad.
-Bien, señores – comenzó Orson Welles dirigiéndose a los periodistas – antes de empezar esta rueda de prensa debo aclararles que me he visto presionado por el fiscal del condado para convocarla. No tengo ningún interés en explicar al público los motivos para radiar la novela "La guerra de los mundos", ni mucho menos para disculparme por haberles entusiasmado. Si han existido situaciones de pánico colectivo es solamente porque sé contar historias en la radio. Del mismo modo que a un padre no se le puede sancionar por contar eficazmente la historia de "Caperucita Roja", hasta el punto de hacer temblar de miedo a su hijo cuando el animal se come a la infeliz abuelita, no encuentro razonable que se alcen voces pidiendo mi cabeza.
-Pero señor Welles – le cortó E. Wilson – usted no se ha limitado a contar la historia de una manera eficaz. Lo que en realidad ha hecho es hacer creer a los oyentes que estaba narrando una noticia, tal y como se hace en los noticiarios. -Es que la historia es así. Nos narra un suceso ocurrido en nuestros días y emplea situaciones y personajes reales. Pero eso ya lo hicieron anteriormente Arthur Conan Doyle o Edgar Alan Poe y hasta ahora nadie les ha condenado a la hoguera.
-Creo que en realidad – insistió Wilson – usted sabía que confundiendo al oyente lograría un mayor impacto y empleó ese truco deliberadamente. Es como si mañana saliera en antena el Presidente de los Estados Unidos anunciando el ataque de los rusos y luego dijera que había sido una broma.
-Me halaga comparándome con el Presidente, pero creo que no tengo tanta influencia como él.
-¿No cree que a partir de ahora su popularidad haya alcanzado cotas similares? A fin de cuentas, usted nos ha demostrado que sabe mentir tan hábilmente como cualquier político
(Risas)
-(Sensiblemente enojado) Veo señor Wilson que es usted tan imbécil en persona como escribiendo, así que ahora concédame la satisfacción de no volver a oír su voz y deje hablar a sus compañeros.
En ese momento y quizá a causa de la gran cantidad de murmullos, algunos insultantes para Orson Welles, se levantó H. G. Wells y con las manos alzadas pidió silencio a los periodistas.
-Por favor, señores, no convirtamos esta conferencia en un enfrentamiento personal. La historia original es mía y, por tanto, si existe algún responsable sobre esa histeria colectiva soy yo. Es a mí a quien deben hacer sus críticas.
-Pero señor Herbert – habló conciliadora Louella Parsons – nadie ha criticado la validez de su novela, tan extraordinaria que creo que todos nosotros la hemos leído. Personalmente escuché la recreación que hizo Welles en la radio y debo admitir que me fascinó, aunque por supuesto nunca pensé que se trataba de un hecho real. El problema estuvo en que solamente se habló de que se trataba de una novela al principio, pero desde ese momento todo se narró como si fuera un hecho real. Por eso aquellos oyentes que sintonizaron su emisora después de la introducción cayeron en la trampa y creyeron que se trataba de un noticiario.
-Bueno, eso no es condenable. Espero que si radian mi novela "El alimento de los dioses" o "La isla del doctor Moreau", no caigan ustedes en la misma trampa. La radio es un medio de expresión en el cual la imaginación del oyente es vital para lograr su interés, pero para estimular esa imaginación hay que utilizar algunos trucos como los de mi amigo Orson. Cuando los protagonistas se besan en la radio todo el mundo sabe que es pura ficción, lo mismo que cuando oímos el vuelo de Supermán o las aventuras de Flash Gordon. Creo que ustedes deben aplaudir al señor Welles en lugar de criticarle por haber logrado confundir al oyente.
-Por lo que creo entenderle – dijo levantándose de su asiento el delegado de Variety – usted afirma que todo es válido en la radio con tal de conmocionar al oyente. Eso me parece infame, puesto que justifican todo si con ello ganan audiencia.
-¡Es usted – dijo Orson Welles furioso – el menos indicado para criticarme!. Usted pertenece a una revista que disfruta inventándose historias sobre los actores y actrices, no dudando ni un momento en calumniarles si con ello consigue vender más ejemplares. Yo al menos no he calumniado a nadie y mis personajes son ficticios, a no ser que considere reales a los marcianos (risas en el auditorio)
-Mi revista publica habitualmente notas de rectificación cuando hemos dado alguna noticia falsa, pero…
-(Welles, interrumpiéndole) Pues van a necesitar un número extra cada semana para pedir disculpas. Usted es el que tendría que estar en mi puesto respondiendo a los ataques. Yo soy un profesional de la radio que sabe hacer perfectamente su labor, lo mismo que lo supo hacer H. G. Wells cuando escribió su novela. Las personas como usted, ávidas siempre de publicar noticias falsas, son las que realmente causan daño a la población.
En aquel instante la totalidad de los periodistas estaban ya levantados de sus asientos, gesticulando fuertemente, y las llamadas a la concordia que efectuaba H. G. Wells no surtían efecto. Solamente la presencia de los dos policías que vigilaban los acontecimientos impidieron que los puñetazos sustituyeran a los insultos, especialmente porque Orson Welles insistía en boxear con el representante de la revista Variety. Todavía sensiblemente alterados, ambos colegas salieron a la calle por la puerta trasera donde les esperaba un coche que les llevaría a sus domicilios.
-Esos cretinos – siguió hablando Orson Welles – creen que tienen derecho a poder calumniar a quienes deseen. Al menos he podido disfrutar diciéndoles lo que opino de ellos.
-Sí – le contestó Herbert – pero mañana su nombre estará en las portadas de todos los periódicos y no precisamente para hablar de su trabajo en la radio.
-Lo importante es que hablen, aunque sea mal. Habría sido mucho peor que mi programa hubiera pasado desapercibido. Ahora al menos, y de una manera gratuita, todo el mundo sabrá que existe un realizador llamado Orson Welles.
-(Profetizando) Me da la impresión, amigo mío, que no será la única vez que su nombre aparecerá en las portadas de los periódicos.
-Ese comentario, viniendo de un escritor que habla tanto del futuro, me parece aleccionador. Espero que sus pronósticos se cumplan. Ciertamente, estoy convencido de que tanto sus pronósticos científicos, como los de Julio Verne, terminarán por ser una realidad.
-(Sonriendo) ¿Incluida la invasión de los marcianos o la máquina del tiempo?
-No sé si serán los marcianos o alguien procedente de una galaxia cercana, pero del mismo modo que los pueblos de la Tierra han sido invadidos en numerosas ocasiones, es muy posible que algún extraterrestre sienta los mismos impulsos. El universo entero tiene que estar regido, lógicamente, por los mismos principios, técnicos y morales. Lo que no acabo de creer posible es eso de los viajes en el tiempo. ¿Cómo se puede viajar a un futuro situado a miles de años de distancia simplemente poniendo una fecha en un reloj?
-Bueno, lo del reloj lo he incluido en mi novela para que el viaje fuera exacto y más fácil. Mi idea principal era hablar de la cuarta dimensión, ese lugar que nunca se modifica aunque cambien las fechas y las circunstancias. -¿Pero usted está convencido de la posibilidad de viajar en el tiempo?
-Ir al futuro no le veo muchas posibilidades, pero sí al pasado.
-¿Y dónde radica la diferencia?
-El futuro es algo que no existe y posiblemente no exista nunca. Nadie sabe si mañana estará vivo y si esa gran ciudad seguirá allí o habrá sido destruida por un terremoto. Sin embargo, el pasado es algo real, algo físico que existió y que aún permanece presente. Todos los sonidos de años atrás, las luces, el calor y el frío, o los movimientos de las personas, han sido transformaciones de la materia, no han desaparecido. Se encuentran dispersos en algún lugar del universo esperando que alguien los restituya a nuestra época.
-(Poniendo cierto interés en la conversación) Entiendo. Sería como escuchar en un magnetófono una voz grabada años atrás. La persona que habló en ese momento quizá esté muerta ya, pero su voz permanece allí, tal y como fue expresada.
-(Comenzando a entusiasmarse al oír la respuesta de Welles) Exacto. El cine y las grabaciones sonoras son un ejemplo perfecto para explicar mi teoría sobre la máquina del tiempo. Esos dos sistemas en cierto modo nos llevan al pasado una y otra vez, al pasado real, puesto que eso que ha quedado impreso o grabado fue auténtico, no es ficción. Las películas han sido impresionadas por fenómenos luminosos emitidos por los personajes o los elementos, mientras que la voz es también una transformación de la materia y puede ser recogida en un soporte adecuado. Dentro de mil años, la Humanidad podrá ver y oír realmente lo que sucedió en el pasado y estarán realizando así un cómodo viaje a través del tiempo.
-Pero, aún así, todavía falta algún elemento para que esa experiencia sea real. Tenemos la vista y el oído, pero no hay posibilidad de tocar, oler y saborear nada del pasado. Personalmente, me gustaría poder tener un romance con la reina Cleopatra, preferentemente dentro de ese baño con leche de burra.
-(Esbozando sin entusiasmo una sonrisa) Ese salto en el tiempo tan lejano es ahora imposible, pero existe la posibilidad de viajar a épocas más cercanas.
-Querrá decir que encuentra factible que en el futuro alguien pueda inventar esa máquina del tiempo.
-(Se endereza y dice orgulloso) Amigo Welles, creo que ha llegado el momento de que me sincere con alguien y estimo que es usted la persona más adecuada.
-Me habla de una manera que me hace sentir miedo. ¿Qué me está ocultando?
-Nada que su fértil imaginación no haya presentido ya. La máquina del tiempo que describí en mi novela no es ficción, ni mucho menos una utopía. Ahora mismo está totalmente terminada en el sótano de mi domicilio. -Amigo Herbert, veo que pretende venderme algo, pero le debo advertir que después del desastre de esta noche no creo que me pueda sacar ni un centavo. Es usted una persona agradable a quien admiro, pero todavía no he entrado en ese delirio de confundirle con un dios.
-(Comenzando a encogerse de nuevo, aunque conservando su orgullo) Señor Welles, soy ya un anciano de 72 años algo cansado de vivir en un mundo de fantasía y deseoso que se me tenga en cuenta por algo más que ser un visionario que escribe novelas sobre el futuro. Llevo mucho tiempo esperando encontrar a alguien que se merezca compartir conmigo la gran experiencia de viajar en el tiempo y esa persona elegida es usted. ¿Cree acaso que he acudido a su conferencia de prensa solamente para defenderle ante los periodistas?
-Bueno, en cierto modo usted también es culpable de la crisis de histerismo de esa novela radiofónica. Si su relato no hubiera sido tan descriptivo e inquietante, nadie hubiera creído que mi recreación en la radio era un hecho real. De todas maneras, me gustaría que siguiera hablándome de esa máquina del tiempo que dice ser una realidad.
-(Cogiéndole del brazo) Si dispone de tiempo, venga conmigo y se la enseñaré. Mi apartamento no está muy lejos de aquí.
CAPÍTULO DOS:
La máquina del tiempo
Ambos se dirigieron calle abajo, ahora ya bien entrada la noche, mientras por el camino H. G. Wells explicaba los detalles técnicos que le llevó a la construcción de esa pretendida máquina del tiempo. Su entusiasmo era ya contagioso y ni siquiera esperaba ya la confirmación de ser creído.
-Si usted ha leído mi novela "La máquina del tiempo" – empezó a explicarse – sabrá que aunque hablo de la cuarta dimensión como un lugar del espacio-tiempo al cual se puede llegar con facilidad, no explico cómo se puede alcanzar, ni menciono detalles técnicos sobre la máquina del tiempo. Simplemente describo el invento como un vehículo dotado de una silla, un panel de mandos sumamente sencillo, una rueda que es el motor que nos mueve en el tiempo y un cristal extraño que se supone aporta la energía necesaria. Pero no explico ningún dato científico, puesto que es pura ficción el hecho de viajar al futuro.
-Entonces, ¿cuál es la diferencia con la máquina que ahora pretende haber construido?
-(Atropellando parcialmente sus palabras) Es que se trata de viajar al pasado, a un lugar que ya existió y cuya presencia física circula por algún lugar del universo. El futuro no está escrito, eso es cierto (duda un momento), o posiblemente lo esté, pero el pasado está perfectamente descrito y sobre los acontecimientos acaecidos unos pocos años atrás disponemos de fotografías y grabaciones. Simplemente mirando una fotografía estamos ya realizando un viaje visual al pasado.
-Pero faltaría el elemento físico, aquel que nos permitiría llegar de nuevo a esa época.
-(Con nuevas energías) Piense por un momento en lo que es una fotografía. Un instante del pasado que ha quedado detenido para siempre. Desde el momento en que se impresionó esa fotografía comenzó ya el futuro, pero ya hemos conseguido detener por un segundo ese presente, lo que ahora consideramos el pasado. (Sigue hablando sin esperar respuesta, aunque ahora tratando de ser más sencillo) Cuando empecé a pensar sobre cuál sería el modo de poder entrar a formar parte de ese elemento visual real se me ocurrió una idea descabellada, bueno, entonces la consideré así, pero que me llevaba a un paso ya del viaje en el tiempo. Por cierto ¿usted ha leído ese cuento titulado "Mary Poppins" de una tal Pamela L. Travins?
-Tanto como el de Peter Pan.
-¿Recuerda cómo realizan el primer viaje a un mundo de carruseles y tiovivos?
-Creo que fue entrando simplemente en un cuadro pintado en el suelo que contenía ese mundo imaginario.
-Pues ahora imagínese que pudiese entrar dentro de una fotografía. Que encontrase el medio de integrarse dentro de esa imagen y fundirse con ella empleando rayos X.
-(Sonriendo) Pero faltaría Mary Poppins para que el milagro se pudiera realizar…
-Pues la señorita Poppins es ahora mi máquina del tiempo. Aún mantenía la boca abierta Orson Welles, no tanto por el asombro como por las ganas de reír, cuando llegaron a la vivienda de Herbert. Franqueando un pequeño jardín, en el cual había un reloj de sol, entraron en una casa victoriana, con las paredes forradas en madera de nogal al más tradicional estilo inglés. Sin hacer ningún nuevo comentario, Herbert condujo a Welles a un sótano bien iluminado, ocupado casi totalmente por un extraño habitáculo cilíndrico.
-He aquí mi máquina del tiempo – comentó orgulloso Herbert -.
-(Con los ojos ya un poco más abiertos) Bien, admito que su extraño aparato impresiona al verlo, pero siento no compartir con usted esa convicción sobre la posibilidad de viajar al pasado mediante una fotografía. (Sonriendo) Soy demasiado pesado y grande como para algo así. De todas maneras y otorgándole una pizca de credibilidad, me gustaría saber si ya ha realizado algún viaje al pasado con este artefacto.
-(Casi gritando) ¡Dos, y constituyeron un éxito total!. De no ser así no estaría ahora pidiéndole que realice mi tercer experimento conmigo.
-¡Por Dios, querido Herbert!, ¿es posible que haya pensado que le he creído hasta el punto de meterme en esa máquina con usted?
-Si no me cree, ¿cuál es su temor? ¿Qué le puede pasar por hacer la prueba?
-No sé, es posible que muramos electrocutados. Además, esos rayos X no me ofrecen mucha confianza y he leído que sus radiaciones pueden ser perjudiciales para la salud. ¿Está seguro de haber realizado ya dos viajes al pasado?
-No tengo la menor duda de ello y una prueba de la inocuidad de mi máquina es que estoy ahora aquí, hablándole, completamente sano y consciente. La primera vez se trataba de averiguar solamente la posibilidad de viajar al pasado y para ello empleé simplemente una fotografía que me había realizado un día antes en el Central Park. La puse en la máquina, activé todo el proceso, y en pocos segundos me encontré en el mismo día y lugar de la fotografía, con el mismo clima y con las gentes que estaban en ese momento a mí alrededor. ¿No consideró nunca que era simplemente una ilusión?
-Debo reconocer que siempre consideré esa posibilidad y debía descartar que todo fuera una ilusión óptica o un proceso de hipnotismo inducido por la máquina. Cuando entré en la máquina del tiempo disponía de la fotografía realizada el día anterior que reflejaba fielmente ese instante, además de mi reloj, el cual marcaba la hora y día del momento en el cual activaba la máquina del tiempo. Había, por tanto, una fecha que no iba a ser alterada.
-(Intrigado) Bueno, ¿y qué ocurrió? ¿No provocó ningún histerismo entre la gente del parque cuando apareció bruscamente ante ellos?
-Ninguno. Todo se realiza tan rápidamente que ni siquiera el ojo humano puede captar nada extraño. Me encontré en el mismo lugar en el cual había realizado la fotografía y nadie fue capaz de percibir mi súbita presencia allí. Era una sensación extraña y por un momento pensé que todo era un sueño y que en realidad seguía viviendo la existencia del día anterior y que mi máquina del tiempo era producto de mi delirio imaginativo. Debo reconocer que fui el primero en dudar.
-¿Qué fue lo que le sacó de dudas?
-(Contundente) Mi reloj. Marcaba la misma hora y día en que me introduje en la máquina del tiempo, o sea, un día después. Un vistazo a los periódicos que estaban a la venta me indicaba sin lugar a dudas que estaba en el pasado.
-(Un poco aturdido) ¿Y qué hizo entonces? ¿Cómo volvió a su época?
-Simplemente dejé que el efecto de la máquina pasara. Había efectuado mis mediciones para que apenas durase diez minutos y pasado este tiempo retorné al interior de la máquina. Para mí esa experiencia había supuesto apenas unos minutos – mi reloj daba fe de ello – pero cuando retorné, todo estaba como antes, sin que hubiera pasado ni un solo segundo de más. Era como si el mundo actual se hubiera detenido en el momento de mi viaje. (Ilusionado, sin dejar de hablar) Un día después volví a realizar el mismo experimento, ahora empleando una fotografía de la Estatua de la Libertad que compré en una tienda de souvenires. Aparecí bruscamente entre los turistas, con un salto atrás en el tiempo de seis meses, y en esta ocasión permanecí media hora. Y nuevamente, de vuelta a casa… Sí, pero ahora necesitaba nuevas pruebas sobre la veracidad de mi viaje.
Durante mi estancia en la Estatua de la Libertad compré un periódico editado ese día y cogí una flor del lugar para llevar ambos objetos hasta mi época. La posibilidad de traer tesoros del pasado era demasiado tentadora como para no intentarlo.
-(Ansioso) Bien, ¿y dónde están?
-(Algo desilusionado) No sé, quizá perdidos en algún lugar de la cuarta dimensión. No retornaron conmigo, lo que ahora me parece lógico. Esos objetos no podían viajar al futuro, del mismo modo que yo tampoco puedo hacerlo. Hace seis meses mi época actual no existía, era el futuro, y ya sabemos que nadie ni nada pueden viajar al futuro porque no está escrito. -(Sonriendo desilusionado) Vaya, mis sueños de traerme a Cleopatra conmigo se han desvanecido.
-Y también los de estar con ella, puesto que es imposible viajar hasta esa época tan lejana.
-No lo entiendo. Si la máquina permite viajar al pasado ¿cuál es el problema para no poder viajar hasta el Egipto antiguo?
-La transmutación solamente puede realizarse mediante una fotografía y ese avance científico pertenece a nuestro siglo. Por desgracia, necesitamos una materia real para viajar al pasado, ni siquiera nos sirven los cuadros, puesto que no reflejan la realidad. Los pintores utilizaban los ojos para captar las señales luminosas, pero sus manos, pinturas y pinceles, eran simples instrumentos. -Parece lógico, pero lo que no acabo de entender es cómo consigue integrarse dentro de una fotografía.
-Venga, se lo mostraré. No sin cierta intranquilidad, Welles entró con Herbert dentro de ese gran cilindro oval, totalmente forrado de espejos y el cual parecía pensado para albergar a varias personas. Dentro, la atmósfera era pura y un fuerte olor a electricidad indicaba la presencia de alguna máquina generadora de alta energía.
-Mire – le explicó Herbert – aquí, justo detrás de donde nos situaremos para hacer el salto en el tiempo, hay un aparato de rayos X, un instrumento descubierto en el siglo pasado pero que no fue perfeccionado hasta hace pocos años, precisamente por unos amigos míos llamados Lane y Braggs. Este maravilloso aparato emite unas radiaciones electromagnéticas invisibles, con una frecuencia superior a los rayos ultravioletas y tiene dos propiedades fundamentales: puede pasar a través de los cuerpos y posteriormente imprimir una película fotográfica.
.He oído hablar de ello y de las muchas aplicaciones que tendrá en medicina para explorar el interior de nuestros cuerpos. Debo reconocer que su invento empieza a interesarme.
-Me alegro porque quiero que realice conmigo mi tercer viaje al pasado.
-Amigo Herbert – le cortó nervioso Welles – sabe que soy un admirador de sus novelas, pero no me confunda con un conejillo de indias.
-Bueno, no se niegue a ello hasta que conozca las características de mi invento. Lo que le puedo asegurar es que no existe ningún peligro para nosotros y que el aparato nos devuelve siempre automáticamente a nuestra época. -Usted siga hablando y luego matizaremos eso de que yo debo acompañarle. -(Cogiendo nuevas energías) Una vez que los rayos X están en funcionamiento atravesarán una fotografía, la que hayamos elegido, y proyectarán esa imagen en este tubo de rayos catódicos, similar al que están empleando en los televisores.
-Espero que ese nuevo invento para ver películas en casa no malogre toda la industria del cine.
-No me interrumpa, por favor, porque ahora viene lo mejor. En medio, entre el tubo de rayos catódicos y la fotografía, estaremos nosotros, igualmente atravesados por los rayos X. Desde ese momento nuestra materia se une a la fotografía y ambos somos proyectados en el tubo de rayos catódicos, tan fundidos en una sola imagen que resulta imposible diferenciarnos. En ese instante viajaremos ya al mismo lugar y tiempo que había en la fotografía.
-¿Así de sencillo?
-(Algo molesto) ¿Sencillo? He trabajado siete años para lograr esta máquina y a usted le parece sencillo. También nos parece ahora sencilla la energía eléctrica o el vuelo de un aeroplano, pero hace trescientos años eran solamente quimeras de los soñadores. No, amigo mío, no hay nada sencillo en mi máquina del tiempo.
-Bueno, no se ofenda, aunque sigo sin comprender en la totalidad su invento. Otra pregunta que me viene a la mente es sobre el retorno a nuestra época. Si la máquina del tiempo no viaja con nosotros y permanece en este sótano, ¿cómo logramos volver?
-En realidad yo no hago nada en este sentido. La imagen que se graba en el tubo de rayos catódicos viaja por el espacio-tiempo, de manera similar a como viajan las imágenes de televisión, pero no son perennes y su efecto es pasajero. Necesitaría una fuente de energía mayor que la corriente eléctrica para que pudiésemos permanecer semanas o meses en el pasado.
Según mis experimentos, los electrones que se mueven dentro de ese tubo son inestables y necesitan una fuente de luz muy intensa para estar unidos. Quizá dentro de unos años alguien invente generadores eléctricos más potentes, aunque seguramente yo no estaré ya vivo para mejorar mi invento. Hubo un silencio dramático en ese momento, sin que ninguno de los dos hombres fuera capaz de romperlo. La tremenda ilusión inicial de uno, Herbert, y la curiosidad precavida del otro, habían desaparecido inmediatamente ante la posibilidad de que ese invento se perdiera para siempre por algo tan natural como la muerte. Pero ese comentario debió ser la motivación que necesitaba Orson Welles para decidirse a emprender el viaje a través del tiempo, puesto que le dijo con viveza que le acompañaría. -Concédame solamente media hora para ir a mi casa y avisar a mis padres.
Tengo que ordenar mis asuntos, pero puede contar ya con un compañero de viaje en su máquina del tiempo. Por cierto, ¿dónde iremos? -Viajaremos aquí mismo, a Nueva York de 1934. Tengo una fotografía del estreno de una obra de teatro que he visto en cine, titulada "El bosque petrificado", y siento curiosidad por ver los comienzos de ese actor llamado Bogart. Tiene una gran personalidad y carisma, y presiento que pronto será alguien muy popular.
-Debo confesarle que no he visto nunca trabajar al tal Bogart, pero como aficionado al teatro que soy me encantará ver en directo esa popular obra. Por cierto, ¿sabe que hice de Tymbal en "Romeo y Julieta".
-Siento no haber estado en ese momento para aplaudirle, pero posiblemente efectuemos un viaje allí para comprobar sus virtudes como actor.
-¡Cielos!, eso será algo increíble. Yo, como espectador, viéndome a mí mismo en las candilejas. En cierto modo siento miedo de esa posibilidad. ¿No ha oído hablar de las paradojas del tiempo?
-Ya tendremos tiempo para divagar sobre cuestiones científicas y sobre la posibilidad de poder influir en el destino de la Humanidad. Ahora lo más importante es que usted vuelva cuanto antes y podamos efectuar el viaje.
CAPÍTULO TRES:
Un actor llamado Humphrey Bogart
Orson Welles estaba entusiasmado, aunque todavía receloso, por efectuar ese salto al pasado cercano. Ansioso por clarificar cuanto antes sus dudas se dirigió, corrió, a su domicilio para poner en orden su trabajo y, cómo no, llevar una ropa adecuada a tal experiencia. Lo que no tenía aún definido era la explicación que le daría a sus padres para tan repentino viaje, consciente de que hablarles sobre una máquina del tiempo y de asistir a una función de teatro realizada cuatro años antes, no era algo que se pudiese asimilar en unos minutos.
Afortunadamente, cuando llegó a su casa sus padres no estaban y respirando aliviado revisó el correo para organizar su trabajo cuando retornase. Allí se encontró una carta con membrete de la RKO, la cual abrió presuroso puesto que no era habitual que una productora cinematográfica le tuviera en cuenta.
Desgarró nervioso el sobre y leyó el texto: "Estimado señor Welles: hemos recibido buenos informes sobre su trabajo en la radio y su capacidad para realizar innovaciones en el mundo del espectáculo, cualidades que encajan dentro de la política renovadora de nuestra compañía. Como sabrá, hemos estrenado "King Kong" con un éxito extraordinario y tenemos dos nuevos proyectos para los cuales desearíamos contar con usted como director y protagonista. El primero de ellos trata sobre la vida del magnate William R. Hearst, a quien sabemos odia usted en lo más profundo de su alma. Llevaría por título "Americano", aunque hay quien opina que sería mejor cambiarlo por el de "Ciudadano Kane". El otro guión se titula "El cuarto mandamiento" y también contaría con la actuación de Joseph Cotten. Por ambos trabajos recibirá usted 225.000 dólares y la posibilidad de entrar a formar parte de nuestros directores habituales. Si esta oferta es de su interés, le rogamos se persone en nuestras oficinas en el plazo máximo de 24 horas para formalizar el contrato. Atentamente: David O"Selznick, vicepresidente".
No podía creerlo. En poco menos de dos días había conmocionado al mundo con su serial radiofónico "La guerra de los mundos", estaba a punto de realizar un viaje al pasado en una máquina del tiempo, y acababa de recibir la mejor propuesta de trabajo de toda su vida. Aparentemente eran demasiadas emociones juntas para cualquier persona, pero para Welles suponían solamente incentivos y confirmaciones de su capacidad creativa. Lo avanzado de la noche, eran casi las once, le impedía dirigirse de nuevo a casa de Herbert para pedirle un aplazamiento de 24 horas en su viaje al pasado, justo el tiempo que necesitaba para acudir a los estudios de la RKO a firmar el contrato. Algo inquieto por los acontecimientos, dejó todo debidamente ordenado en su casa y se acostó con la intención de visitar a primera hora a Herbert, desde donde iría a los estudios de cine.
Mientras tanto, Herbert esperaba ya impaciente el regreso de Orson Welles, aunque en su mente tenía claro que no haría concesiones a nadie, consciente de que era difícil que alguien creyera realmente en su máquina del tiempo. Los minutos se convirtieron en horas en la imaginación de Herbert y enfurecido por lo que consideraba una falta de ética y respeto, se dirigió al sótano con la clara intención de poner en marcha su máquina del tiempo. El viaje lo haría en solitario, tal y como lo había realizado con anterioridad. Colocó en el sitio adecuado la fotografía del patio de butacas del Lyceum Theater, efectuada durante el estreno de "El bosque petrificado" en 1934 y puso en marcha el generador que debía activar el aparato de rayos X, además de encender el tubo de rayos catódicos y el amplificador de las células fotoeléctricas. En medio, y sin ninguna protección adicional, H. G. Wells, de nuevo en su viaje al pasado, aunque ahora debería durar al menos, según sus cálculos, tres horas. Una luz cegadora inundó el habitáculo, amplificada intensamente gracias al recubrimiento reflectante de las paredes, y en pocos segundos una nueva imagen aparecía proyectada en el tubo de rayos catódicos. La señal luminosa viajaba ya rumbo al pasado y con ella H. G. Wells. En el camino, y por un azar del destino, se había quedado Orson Welles. La figura humana de Herbert se materializó justo al final del pasillo del teatro, ahora en penumbras por estar representándose la obra, por lo que nadie se dio cuenta de su presencia. Consciente de la necesidad de pasar desapercibido, se sentó en una de las pocas butacas traseras disponibles y asistió emocionado al desarrollo de "El bosque petrificado".
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