Descargar

La máquina del tiempo de H. G. Wells (página 2)


Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6

Allí estaban  Leslie Howard y Humphrey Bogart, este último interpretando con maestría al  malvado Duke Mantee, el gángster que no tenía piedad con sus enemigos y que  ahora se había convertido en secuestrador de personas inocentes.  Los aplausos del público interrumpieron varias veces la obra, mientras que  Herbert, aún aturdido por poder ser testigo de un hecho así, no conseguía  batir sus manos para participar con el entusiasmo del público. Cuando la  función terminó solamente tenía una idea obsesiva en su mente: debía  aprovechar este momento para conocer en persona a Bogart. Discretamente, como  esperando que alguien le reconociera su papel de viajante en el tiempo, se  dirigió a los camerinos y solicitó al bedel saludar a Bogart y Howard. Aunque  esta pretensión, ver personalmente a los actores, habitualmente conduce  siempre al fracaso, una tarjeta de visita con su nombre fue suficiente para  abrirle el camino hasta los camerinos. Afortunadamente, H. G. Wells hacía  mucho tiempo que era un escritor famoso en el mundo entero.    

-¡Señor Wells, qué alegría poder saludarle! – dijo Leslie Howard saliendo de    su camerino y acercando su mano para estrechársela -. Su visita es lo mejor    que me podía haber sucedido hoy.    -La alegría es mutua entonces, puesto que hacía mucho tiempo que deseaba  saludarles a ustedes.  

 -(Aparece Bogart sonriendo) Espero que no haya venido con algún Morlok.    ¿Dónde está Weena?     

-Creo que me he perdido algo – dijo extrañado Howard – ¿De quiénes están hablando?   

 -Ya veo – le contestó Bogart – que no has leído "La máquina del tiempo" de    H. G. Wells. En su viaje al futuro se encuentra con una hermosa joven a la    cual enamora, pero luego tiene que rescatarla de los malvados Morloks, unos    habitantes del mundo subterráneo que gustan de comerse a los infelices   habitantes de la superficie. Es una obra apasionante.    

-Debo admitir que no soy un entusiasta de la ciencia-ficción, pero me    convertí en un admirador de usted desde que leí "La isla del Dr. Moreau". La    posibilidad de que los médicos manipulen a los animales y las personas para    conseguir aplausos y dinero me parece detestable. Su historia me dejó    hondamente preocupado y desde entonces acudo mucho menos al médico. Bien,    ¿por qué no continuamos nuestra conversación en la cafetería de la esquina?   Y allí estaban reunidos tres leyendas del mundo del arte, cada uno tan dispar  que resultaba imposible que tuvieran algo en común. Afortunadamente, la  filosofía de Wells y la verborrea de Bogart eran motivo suficiente como para  conseguir que la conversación fuera algo inédita y apasionante.  

 -Yo no puedo entender por qué las personas se enfadan – dijo Bogart -. No se    puede vivir en soledad y para discutir se necesitan dos personas. Si entre    ellos no están de acuerdo entonces nace la discusión. Nadie empieza una    disputa diciendo: "¡Oh, por supuesto, usted tiene razón!", ni, "¡reconozco    que usted sabe más que yo!".

   -Me da la impresión de que a ti – le matizó Howard – te gusta demasiado la    polémica. Personalmente no disfruto discutiendo con nadie y prefiero buscar    una plácida conversación con alguien que esté de acuerdo conmigo.    

-Mi idea sobre una discusión – continuó Bogart – es empezar exponiendo cada    uno su opinión. Entonces, cuando el otro diga algo así como, "usted    solamente es un necio", es cuando las cosas empezarán a moverse en un    sentido práctico. Seguro que pronto llegaremos a un entendimiento.    

-Veo que es usted tan pendenciero en la realidad como en sus personajes del  teatro – replicó Wells con una sonrisa -. No estoy seguro si se le han  contagiado sus personajes o es que ha encontrado en Duke Mantee su hermano gemelo.  

 -¡Oh!, no crea ni por un momento que mis ganas de polémica terminan siempre tan pacíficas. En una ocasión, en este mismo bar, estaba con la que ahora es mi esposa, Mary Phillips, y un tipo se acercó a nosotros y me dijo: " He oído que usted es un tipo duro, pero eso se debe referir a otra persona  porque usted no me parece tan duro como dicen". "Tiene usted razón – le    contesté- ¿por qué no se sienta, amigo, y toma una bebida conmigo?". El    hombre aceptó la oferta pero continuó: "¿Sabe que me han contado sobre    usted?, que no quería firmar autógrafos a los niños".    

-Era obvio – interrumpió Wells – que ese hombre solamente deseaba pelear, no  dialogar.  

 -No había la menor duda de ello. Pero yo no quería problemas con nadie así  que cogí a Mary y me dispuse a marcharme. El individuo se levantó y me dijo:    "¡Justo lo que pensaba!, que se marcharía corriendo. Usted me da risa, no es un tipo duro". Me agarró por el hombro y ambos terminamos rodando por el  suelo.    

-¿Y quién ganó la pelea?

    -Mi mujer (risas) Se quitó un zapato y le incrustó el tacón en la cabeza  varias veces. Creo que ese individuo aún anda por la calle portando un  cuerno de unicornio como recuerdo de aquel día.  

 -Veo que su imagen en el teatro se corresponde bastante con su personalidad  - comentó burlonamente Wells -.    

-Creo que este mérito, si es que lo tengo, se lo debo a mi madre. El último  beso que recibí de ella fue cuando apenas contaba siete años. Cogí una pulmonía que me dejó al borde de la muerte y eso la decepcionó tanto, pues  me consideraba un niño tan fuerte que ni las enfermedades me podían vencer,    que desde ese momento olvidó las caricias hacia mí.    

-No deberías hablar así de tu madre – le criticó suavemente Howard – seguro que te quería aún más cuando estabas enfermo.    

-No puedo afirmar que quiera a mi madre; quizá la admiro y respeto, pero desde luego no es el tipo de cariño que sirviera como modelo para una película de amor. Ni siquiera le envío regalos el Día de la Madre; estoy  seguro que me los devolvería. Cuando me ve, en lugar de besarme me da  palmadas en la espalda para que siga trabajando como actor.    

-¿Mantiene esa misma relación con su padre?     

-Mi padre acaba de morir hace quince días.  

 -¡Cuánto lo siento! – se disculpó Wells – y creo que no debimos obligarle a que nos contase sus problemas familiares.  

 -No se disculpen. En realidad las personas tenemos necesidad de sacar  nuestros demonios internos para que no nos corroan por dentro. Yo tengo  magníficos recuerdos de mi padre y es la persona que más he querido en mi  vida. Solíamos ir a pescar y aunque nunca cogíamos ni un solo pez acudíamos al mismo lugar porque él deseaba estar lejos de mi madre. Su muerte llegó de  repente, mientras jugaba al ajedrez con un amigo en un local de la Sexta  Avenida. Le llevaron a casa por deseo propio y murió en mis brazos. En ese  momento es cuando me di cuenta de todo lo que le quise, aunque tengo la  satisfacción de haberle dicho que le quería antes de morir. Sé que me oyó  porque me miró y sonrió. Era un gran señor y siento que no hubiera vivido  más para poder haberme visto trabajar en esta magnífica obra.  

 -Pues, amigo mío, – le dijo Leslie Howard – si es cierto que existe el cielo  tu padre estará orgulloso de ti puesto que tengo una buena noticia que  darte. He recibido una carta de la Warner Brothers en la cual me piden que interprete en el cine "El bosque petrificado", junto a Bette Davis y Edward  G. Robinson. Les he respondido que si tú no haces el papel de Duke yo rechazo el trabajo y han aceptado.    -Veo que aún existen los buenos amigos.  

 -Bueno, no me aplaudas demasiado. En realidad a mí me sobran las ofertas y por eso me he permitido el lujo de presionarles para que trabajes junto a mí. También he recibido proposiciones para interpretar el principal papel en  "Pigmalión" y me han entregado una novela titulada "Lo que el viento se llevó" para que la lea. Existe un proyecto muy ambicioso para llevarla al  cine.  Mientras esta conversación se mantenía viva, Wells miraba nervioso su reloj, consciente que el tiempo de permanencia en esa época llegaba a su fin. Como si se tratara de una cenicienta masculina, sabía que apenas le quedaban unos  minutos para regresar al futuro y debía hacerlo en un lugar solitario, sin la  presencia de testigos. Pronto encontró la excusa más creíble y fácil.  

 -Si me perdonan un momento, quisiera ir al servicio.  Y así, apenas había entrado en uno de los reservados, la máquina del tiempo le  devolvió de nuevo al año 1938, tan sano y salvo como estaba antes del viaje al  pasado. Atrás quedaba la experiencia de haber podido conocer a dos actores tan  extraordinarios como Bogart y Howard, aunque ahora bullía ya en su mente el  propósito de volver a visitarles sin necesidad de nuevos viajes en el tiempo.  De nuevo estaba en su casa, dentro de la máquina del tiempo aún caliente por  haber estado funcionando casi tres horas seguidas. Repasando su experiencia,  sabía que aún le quedaban muchas dudas por resolver, y la más inquietante de  todas era la posibilidad de que todas estas experiencias no fueran nada más  que un trance hipnótico inducido por los rayos X. También existía la  posibilidad de que la teoría de los universos paralelos fuera una realidad y  que aunque hubiera estado en el pasado estos hechos no hubieran quedado  reflejados en su propia época y existencia.  Tenía que salir de dudas y para ello necesita imperiosamente un acompañante,  alguien que le confirmase todo cuanto estaba sucediendo.

Después de asearse y  cambiarse de ropa comió la cena que le había preparado su fiel ama de llaves,  y se dirigió presuroso al domicilio de Orson Welles, ansioso por contarle su  nueva experiencia. Allí recibió la desalentadora noticia de que había partido  súbitamente a Europa y que no esperaban su regreso hasta una semana después;  demasiado tiempo para una persona tan mayor e inquieta como H. G. Wells.  Consciente de que la muerte rondaba ya a su alrededor y que no podía  permitirse el lujo de desperdiciar ni un solo día de su vida, se dirigió  presuroso hacia su casa para planificar minuciosamente su próximo viaje en el  tiempo.    

  CAPÍTULO CUATRO: 

  Lo correcto y lo incorrecto    

Ahora tenía un objetivo prioritario: volver a ver a Bogart y Howard para que  ellos le confirmasen el encuentro sucedido hacía cuatro años en el Lyceum  Theater. También pasó por su mente otro tipo de proyectos, entre ellos lograr  viajar sesenta años al pasado, cuando él era aún un niño, para volver a  recuperar las emociones de su niñez, con sus padres aún vivos y el mundo  inmerso en los planes para entrar en el siglo XX. Como disponía de algunas  fotografías de aquella época el viaje no debería ser un problema, aunque  estaba seriamente preocupado por la posibilidad de verse cara a cara consigo  mismo, el pequeño Herbert. No sabía qué podría suceder si modificaba su propio  destino, ni si en realidad podría modificarlo.  También le atraía la posibilidad de cambiar los acontecimientos históricos más  importantes de la humanidad como el asesinato del Zar Nicolás II y su familia,  o del archiduque Francisco Fernando durante su visita oficial a Sarajevo.  Quería impedir, si ello era posible, el hundimiento fortuito del Titanic,  conocer a Lenin y a Karl Marx, estrechar la mano de Charles Chaplin, orientar  al aviador Lindbergh sobre los detalles técnicos para su viaje a través del  Atlántico, y ¿por qué no?, sacar todo su dinero depositado en las bolsas  norteamericanas un día antes del colapso de Wall Street. También quería  impedir el imparable poder de Hitler, quien acababa de anexionar Austria a  Alemania y le llegaban rumores que estaba intentando apoderarse de  Checoslovaquia, Polonia y la Unión Soviética. Desde que hicieron canciller a  Hitler en 1933, este nazi de 44 años había conseguido apartar a todos los  comunistas de la débil democracia alemana. Los Estados Unidos querían  permanecer al margen de lo que solamente consideraban como "pequeños  conflictos" políticos en Europa, pero él, como buen inglés, deseaba que su  país conservase su independencia eternamente.  No era fácil para Wells tomar una decisión correcta sobre cuál era su misión  en esta vida, ahora que parecía tener la posibilidad de influir en los  destinos de la Humanidad. Era consciente de lo limitado que estaba, pues  aunque conocía los acontecimientos que ocurrirían hasta el año 1938, así como  los detalles y las personas involucradas en ellos, no disponía para  corregirlos de armas, dinero o amigos poderosos.

Un hombre de 72 años viajando  al pasado no sería más creíble que cualquier adivino de feria y muy  probablemente le meterían en un tenebroso manicomio antes de que pudiera hacer  algo positivo para modificar los acontecimientos.  Triste encrucijada para una persona tan deseosa de aportar un legado a la  humanidad tan importante, aún más desalentadora porque todas las decisiones  las tenía que tomar en solitario. Necesitaba imperiosamente una o dos personas  (más no podían viajar en la máquina del tiempo) para, al menos, compartir  dudas y propósitos. Su febril imaginación le llevaba a extremos angustiosos,  advirtiendo del peligro inminente a unos, mientras esta misma advertencia  podría suponer la muerte de otros. Si enviaba un anónimo al Zar Nicolás II  relativo a las personas que estaban conspirando contra él, esto supondría el  fusilamiento inmediato de Lenin y Trotski, y sin ellos la posterior revolución  rusa no podría tener lugar. El destino de ese gran país sería pues  impredecible, quedando a merced de Alemania que lograría así el mayor imperio  del mundo.

 Tampoco le serviría de mucho acercarse a la naviera inglesa White Star para  advertirles que ese buque que consideraban insumergible se hundiría  precisamente en su viaje inaugural, junto con más de la mitad de sus  pasajeros. Nadie daría crédito a sus vaticinios y hasta podría ser acusado de  saboteador y causante del hundimiento de ese buque cuando el hecho tuviera  lugar. ¿Cómo podría explicar que sabía el triste desenlace de ese barco  gracias a una máquina del tiempo inventada varias décadas en el futuro?  Con  seguridad, millones de personas pedirían su procesamiento inmediato, y  posiblemente su ahorcamiento sumarísimo.  Tenía que serenarse y planificar mejor sus próximos viajes, evitando  inmiscuirse demasiado en los destinos del Hombre, aunque estos fueran tristes.

 Lo primero era buscar compañía y estaba seguro que Humphrey Bogart sería el  compañero ideal. Por ello escogió el momento y el lugar ideal para un nuevo  encuentro: la boda de Bogart con Mayo Methot, una actriz de quien se decía  tenía una derecha demoledora para resolver conflictos. La noticia había sido  publicada en la revista Variety y hasta describían el lugar donde se  celebraría. Y así, ese mes de agosto de 1938, Wells y Bogart volverían a tener  un nuevo encuentro en el cual quedaría ya claro si el viaje anterior en la  máquina del tiempo había sido realidad o un sueño fantástico.  La respuesta no se hizo esperar, pues aunque Wells permaneció sentado entre  los invitados a la boda, tratando de confundirse con uno de ellos, Leslie  Howard le vio enseguida y se acercó presuroso a saludarle.    -¡Señor Wells, qué estupendo verle de nuevo!. Espere que le diga a Bogie que    está aquí, en su boda, y verá la alegría que le damos. Hemos intentado    volver a saludarle desde aquel encuentro que tuvimos en el teatro, pero nos    fue imposible contactar con usted. Nadie pudo decirnos su dirección y    creíamos que se había marchado de nuevo a Inglaterra.    

-Ciertamente me tuve que ausentar rápidamente y créame que sentí mucho no    poder despedirme de ustedes. Surgió bruscamente un problema y no tuve tiempo    de dejarles mi nueva dirección.    -¡Ah, el tiempo!, no hay manera de que lo podamos controlar como    quisiéramos.    -No se crea, amigo Howard, no es tan difícil tener el tiempo en nuestras  manos. Es cuestión de saber retroceder a tiempo.    -Pero el reloj no se detiene nunca, es tan inexorable recordándonos las  horas como el destino avisándonos que somos mortales. Si pudiéramos  retroceder y volver a vivir épocas pasadas, quién sabe dónde estaríamos ahora usted y yo.  

 -(Irónico) Posiblemente aquí mismo, tratando de planificar nuestro futuro.  En ese momento llegaba Bogart junto a su nueva esposa Mayo, tan hermosa como aparentemente irascible. La expresión de él se parecía más a la de un joven tratando de zafarse de su novia para salir de juerga con los amigos que a la  de un recién casado, supuestamente deslumbrado por el amor.    -¡Amigo Herbert, no sabe la alegría que me da verle!. Me alegro que estuviera presente en mi boda y así nos podrá acompañar a la fiesta que hemos organizado. Le presento a mi esposa Mayo, la más encantadora de los  mortales y la única que consigue que deje de fumar de vez en cuando.  

 -Entre el alcohol y el tabaco – sentenció ella – es posible que me quede sin marido muy pronto. Creo que fundaré una Liga contra los Maridos Bebedores.    ¿Sabe usted, señor Wells, que a mi marido y a Errol Flynn no les aceptan en muchos restaurantes de lujo?    

 -Quizá es porque no les gusta la comida y protestan muy enérgicamente.  

 -No, en absoluto. Es que cuando toman dos copas de más, y en su caso deberíamos hablar de diez, organizan destrozos en esos locales.  

 -(Bogart, por alusiones) Es que en ocasiones es mejor beber mucho antes que volver a casa con ciertas esposas. Es difícil llegar al hogar sabiendo lo que nos espera y, además, hacerlo sobrio.    

-Amigos – dijo Howard poniéndose en medio de los nuevos esposos – creo que ha llegado el momento de que se den el primer beso como recién casados y que guarden sus diferencias para cuando estén debajo de las sábanas buscándose  el uno al otro.  Este pequeño conato de guerra entre los dos nuevos esposos se disolvió con la misma rapidez que se había generado, y todos se dirigieron a la recién estrenada casa de los Bogart, en donde tuvo lugar el bullicioso banquete de bodas. Allí estaban Spencer Tracy, Errol Flynn, Samuel Goldwyn, Alan Ladd y  Bette Davis, además de numerosos amigos no tan conocidos popularmente. Pero para H. G. Wells todo este mundo de personalidades no le entusiasmaba y solamente deseaba encontrarse a solas con Bogart para hablarle sobre su  máquina del tiempo. Tenía tantos proyectos y tantas posibilidades para vivir  acontecimientos perdidos, que no podía demorar por más tiempo su nuevo viaje.  A Bogart le encontró sentado en la pequeña barra de su restaurante privado,  leyendo un periódico.    

-¿Le interrumpo? – inquirió Wells -.  

 -No, en absoluto. Estaba repasando la cartelera cinematográfica, pues hace tiempo que no voy al cine y deseo saber qué ocurre a mí alrededor. Hay una película que me gustaría ver de manera especial, pues guardo un buen  recuerdo de sus protagonistas. Veo que aún se mantiene en cartel "The Cocoanuts", de los Hermanos Marx y creo que esta puede ser una buena opción.  

 -Debo reconocer que no he visto ninguna película de ellos, quizá porque mi sentido del humor no es tan desquiciado. Siempre he sido un admirador de Chaplin y de Buster Keaton.    

-Pues creo que ha llegado el momento en que disfrute de ese trío de cómicos  y esta es una buena ocasión. Como encuentro muy aburridas las bodas,  incluida la mía, saldremos sigilosamente por la puerta que da al jardín y seguramente nadie nos echará de menos.    

-¿Ni siquiera su esposa?     

-¿Mi esposa?  Mírela, creo que acaba de iniciar su baile número 59. Cuando yo la conocí presumía de bailar más que Ginger Rogers.  

 -¿Y a usted no le gusta bailar?     

-Ni encima de mi enemigo. Bien, vamos, creo que este es el momento de  iniciar una sutil retirada en busca de Groucho Marx.  Y tal como habían planeado así sucedió. Los dos amigos salieron furtivamente por la puerta de atrás, rumbo al cine donde proyectaban una reposición de "The Cocoanuts". Allí ocuparon una discreta butaca y las carcajadas de Bogart  terminaron por contagiarse a Wells, quien desconcertado consigo mismo se  tapaba la boca para no demostrar que también la comicidad delirante de los  Marx se había adueñado de sus sentidos. Cuando terminó la proyección ya era  casi de noche e iniciaron lentamente el camino de regreso al hogar de Bogart.    

-Bogart, ¿no le preocupa que la violencia de sus personajes sea un mal    ejemplo para los espectadores?  Es como si les diera ideas para delinquir.  

 -Yo no creo que el cine pueda inducir al crimen. Cuando yo era joven nosotros estábamos leyendo sobre Billy el Niño, pero eso no aumentó el número de delincuentes entre mis amigos. Si alguien quiere averiguar lo que  convierte a los niños en delincuentes debería mirar en su ambiente y particularmente su vida familiar. Los padres que permiten que sus hijos pequeños se queden en la calle hasta la noche son los únicos responsables de  que se hagan después delincuentes.    

-¿No cree que los actores puedan tener alguna influencia positiva en la educación de las personas?   

 -Tarde o temprano yo seré padre y por ello estoy muy interesado por la violencia juvenil. El problema es que el público está fascinado por los gángsteres y la razón es su gran popularidad. La policía trata de detenerlos en masa, con muchos coches, la Guardia Nacional y el FBI al completo, para cazarlos como conejos y dispararles tanto que ni su madre les reconocería.    Pero luego la policía no es apreciada porque se la asocia con un ejército que solamente sabe disparar, en lugar de detener a los cabecillas. Cuando un  jefe de la mafia se escapa se convierte en un ídolo, una persona que ha logrado burlar el cerco policial. Entonces pasa a ser un asesino simpático    -(Reflexivo) La historia está llena de ejemplos en los cuales el delincuente es más apreciado que aquellos que llevan una vida honrada. Vea el ejemplo de Robin Hood y Pancho Villa, dos personas adoradas en sus respectivos países  por robar y matar al enemigo.  

 -Pero este no es un buen ejemplo, pues estas personas lo hacían como un acto de justicia. Debían hacer daño al poderoso para beneficiar al pordiosero. No es lo mismo que Al Capone o Bonnie y Clyde, personas que solamente han  perseguido su propio beneficio sin importarles a quién hacían daño.  

 -Exacto – insistió Wells – pero seguramente se realizarán más películas sobre estos delincuentes que sobre Edgar Hoover, el director del FBI encargado de atrapar a los profesionales del crimen. Si usted interpretara  papeles de amante esposo seguramente no estaría alcanzando tanta popularidad.  

 -(Menos sombrío) Bueno, también me han felicitado por el modo en que beso a las actrices. No siempre podemos escoger los papeles que nos gustaría  interpretar. El destino no está en nuestras manos.    -¿Cree usted ciertamente que el destino está escrito?  ¿Qué haría usted si  pudiera volver al pasado y tuviera la posibilidad de rectificar?   

 -Señor Herbert, habla de un tema que me he planteado en numerosas ocasiones.  Si yo pudiese volver a vivir no estoy muy seguro de que hiciera las cosas  muy diferentes a como las he realizado. Nos comportamos en función de las circunstancias y por eso cuando miramos atrás solemos justificarnos en casi    todo. Lo que sí estoy seguro es de las cosas que volvería a repetir, como estar cerca de mi padre. Mi vida nunca ha sido escandalosa, nunca he acudido  a los prostíbulos, ni he perseguido a jovencitas vírgenes. Tampoco he fumado drogas ni he buscado aparecer en la prensa. Si volviera a vivir mis años  jóvenes seguiría comportándome así, pues forma parte de mi persona.  

 -¿Está dispuesto a realizar una apuesta conmigo a que si volviera a vivir no se comportaría igual?   

 -Por supuesto que estoy dispuesto a apostar, pero no entiendo cómo le voy a poder demostrar nada.  

 -Solamente tiene que venir conmigo a mi casa. Allí le demostraré que las personas nunca están satisfechas de lo que hicieron en el pasado, salvo en ocasiones excepcionales.  

 -Estaría encantado de acompañarle señor Wells, pero creo que si lo hago mi esposa practicará el boxeo con mi nariz cuando vuelva.    

-(Agarrándole del brazo) No se preocupe por ello, tenemos todo el tiempo del  mundo para volver sin que ella le eche de menos.  

 -A usted le gusta mucho hablar del tiempo; no me extraña que haya escrito esa novela sobre viajes al futuro.  

 -Y al pasado, amigo Bogart, y al pasado.       

CAPÍTULO CINCO:   

 En busca de su destino  

Cuando ambos amigos entraron en el sótano de H. G. Wells, en donde estaba  anclada la monumental máquina del tiempo, el pragmatismo de Bogart fue como un  jarro de agua fría para el genial inventor. Ninguna muestra de asombro, ningún  rictus de sorpresa y ni siquiera un deseo de averiguar la utilidad de ese  artilugio tan extraño. Por toda respuesta le preguntó si podía darle algo de  whisky, pues se encontraba con la garganta reseca.  

 -He hablado más en los últimos minutos – dijo – que en toda mi vida. Si no    me refresco la garganta cuanto antes necesitaré que venga el servicio de    bomberos.    -Siento desilusionarle, pero no soy bebedor y lo único que puedo ofrecerle  es zarzaparrilla.    

-¿Zarzaparrilla?, ¡Qué horror!. Eso es para los mejicanos.  

-Pues dicen que estimula las facultades viriles del hombre.    -(Con ilusión) Pues entonces deme una botella entera sin demora. Me espera una noche de amor muy intensa con mi esposa. Eso si no me recibe a bofetadas  por llegar tan tarde.  

 -No se preocupe, llegará usted a tiempo de disfrutar de los placeres que le brindará su esposa. Dígame una cosa: si pudiera retornar al pasado, aunque fuera durante unos pocos minutos, ¿dónde iría?   

 -Bueno, eso depende de si tuviera una única ocasión o pudiera repetir el experimento. Posiblemente me gustaría conocer alguna mujer hermosa del  pasado, como Cleopatra o Lucrecia Borgia.    -(Extrañado) Pero esas mujeres no solamente han pasado a la historia por su belleza, sino en ocasiones por su maldad.  

 -Bueno, a una mujer atractiva y apasionada en el amor no se le puede pedir, además, que sea alguien benevolente y tolerante. Personalmente, me conformo conque sea capaz de llevarme al séptimo cielo cada vez que la bese.    

-¿Pero no hay otras mujeres que le atraigan igualmente, pero que hayan pasado a la historia por sus legados literarios o humanísticos?     -Bueno, también me resulta interesante la princesa de Éboli, ya sabe, famosa por sus muchos amantes, o la bailarina Isadora Duncan de quien decían que  tenía tanta habilidad bailando como quitándose los siete velos.    -Yo creo que la Duncan no fue famosa por quitarse velos y usted la confunde con Mata-Hari.    

-¿Mata-Hari?, ¿La espía nazi que bailaba desnuda?  ¡Esa sí que es una mujer interesante!. Imagínesela revolviendo los pantalones de sus amantes en busca de documentos secretos mientras les besa apasionadamente.    

-Veo que la zarzaparrilla está haciéndole efecto. Por cierto, creo que tengo una fotografía de Mata-Hari durante una de sus actuaciones en el Folies Bergère de París, aunque todavía no se había quitado los siete velos.  Revolviendo en su correctamente desordenado archivo fotográfico, en donde acumulaba cientos de fotografías de años atrás que le sirvieran de pauta para sus viajes al pasado, Wells tenía serias dificultades para encontrar alguna fotografía de la famosa espía francesa.  

 -No me diga – dijo impaciente Bogart – que no sabe dónde está guardada esa foto con la bailarina desnuda. Esos documentos hay que llevarlos en la cartera y emplearlos en los momentos de tristeza y soledad.  

 -Creo que nuestra valoración sobre las mujeres es muy diferente (Sigue buscando la foto)    -Para mí, las mujeres son muy simples: no he conocido a ninguna que no supiera lo que significa una bofetada en la boca o una bala del 45.  

 -Si no le conociera pensaría que es usted un misógino convencido.    -He vivido dos divorcios y por eso no tengo mucha confianza en la bondad de  las mujeres. Cada una de mis ex-esposas me ha amargado la vida a su manera y    con gran entusiasmo. Solamente estuvieron interesadas en mi cuenta bancaria    y en controlarme mis ratos libres. Cuando no consiguieron ninguna de las dos cosas pidieron el divorcio.  

 -Pero usted también tendrá sus rarezas, ¿no?     

-Soy consciente de que no soy socialmente aceptado en general. No muestro entusiasmo por los gustos de las personas y detesto las fiestas. Por eso creo que las personas tienen miedo de invitarme a sus casas. Es posible que  piensen que voy a decir tonterías o a pelearme con alguien, cuando en realidad lo que más me gusta es que me dejen en un rincón con un vaso de  whisky en la mano.    

-(Sigue buscando, casi sin prestarle atención) Ser amable tampoco le hará daño.    

-Es que la gente cree que por el hecho de ser actor debo tener un gran carisma en las fiestas y ser el perfecto anfitrión, siempre dispuesto a  jugar y a reír malos chistes. No soy un payaso encargado de alegrar las  fiestas de la gente.    

-¡Mire, aquí está la fotografía!. Estoy seguro que le gustará.  Ciertamente la imagen tenía que agradarle, puesto que allí estaba Mata-Hari en medio de un decorado que simulaba un jardín hindú, totalmente desnuda, montada en un caballo blanco ricamente adornado con incrustaciones de turquesas auténticas. Parecía el premio para cualquier hombre que tuviera el privilegio  de ganarlo. Bogart la miró con entusiasmo, aunque demostrando que estaba  habituado a tener entre sus brazos a mujeres igualmente bellas.  

 -No se crea que mis pensamientos están siempre ligados con las mujeres, hay momentos en la historia que me hubiera gustado vivir, y uno de ellos es la guerra europea contra Alemania – comentó Bogart, intentando ser algo más  trascendental -.    

-¿Pero usted no peleó durante la Primera Guerra Mundial?   

 -La guerra comenzó en 1914 y yo me incorporé a filas en mi país en la  primavera de 1918. En ese momento las fuerzas americanas luchaban al mando del general Pershing y mi destino era un navío llamado Leviathan, encargado del traslado de la tropa. El armisticio se firmó tres meses después, así que  ni siquiera llegué a disparar mi fusil.  

 -¿Y esa cicatriz?   

 -(Acariciándose el labio superior) Me hubiera gustado que fuera a causa de un trozo de metralla del enemigo, pero no fue así. Me la hizo un prisionero  a quien escoltaba hasta la prisión de Portsmouth. Me pidió un fósforo y  mientras lo buscaba me golpeó en los labios. En ese momento logró escapar    pero le perseguí y conseguí detenerle. Cuando pude acudir por fin a un  médico la herida estaba ya empezando a cicatrizar y mi labio quedó  ligeramente deformado. (Mirando el reloj) Por cierto, creo que ya va siendo  hora que me marche.  

 -Antes me gustaría enseñarle mi invento. Venga conmigo.  Ambos amigos entraron en la máquina del tiempo y en ese momento fue cuando Bogart comenzó a ser consciente de que aquello era mucho más importante de lo que pensaba.  

 -¿Qué es este cacharro?   

 -Este cacharro, como despectivamente le considera, es una máquina del  tiempo.  

 -¿La misma que describe en su novela?     

-Tiene la misma finalidad, los viajes en el tiempo, pero tecnológicamente no se parecen en nada. No tiene relojes, ni cómodos sillones y ni siquiera  existen luces de colores. Esos accesorios son solamente fruto de mi  imaginación. Para viajar en el tiempo se necesita una tecnología adecuada,  la misma que he logrado construir.    

-¿Me está tratando de convencer que esta máquina puede llevarnos a conocer  nuestro futuro?  Sepa que aunque he bebido bastante, no ha sido suficiente  como para que no sepa aceptar una broma.    

-No estoy bromeando, amigo. Esta máquina no nos puede llevar al futuro,  puesto que es imposible llegar a donde no existe, pero nos puede hacer  viajar al pasado, por ejemplo, a ver en persona a esa Mata-Hari que tanto le  atrae.    

-(Lógicamente, sin creerle) No acabo de entender la finalidad de esta conversación, pero creo que ha llegado el momento de marcharme a refugiarme en los brazos de mi recién estrenada esposa. Si me disculpa… (marchándose)    

-¡Por favor, espere!. Desearía demostrarle que no estoy tratando de  engañarle. Venga conmigo y haremos un viaje al París de 1917, justo cuando  los norteamericanos acababan de declarar la guerra a los alemanes,  interviniendo ya bélicamente en la Primera Guerra Mundial. Quizá tenga  ocasión de aportar su granito de arena en ese enfrentamiento.    

-Si fuera cierto lo de esa máquina del tiempo, la oferta me parece tentadora. (Analizando) Perseguir nazis y tener un romance con Mata-Hari es  más atractivo que acudir a las fiestas que pretende organizarme mi esposa.  

 -Mucho me temo que lo de las fiestas lo tendrá que solucionar usted solo. La  máquina del tiempo nos retornará justo a este mismo momento, ni un minuto  más.    -(Un poco menos escéptico) Pero si viajamos al pasado y estamos allí durante  algunos días, ese tiempo también transcurrirá ahora. Si regreso a mi casa  después de unos cuantos días de vacaciones, justo ahora que me acabo de  casar, no estoy muy seguro de la respuesta de mi mujer. Probablemente habrá  movilizado ya a la mafia para buscarme.    

-(Más entusiasta) El viaje en el tiempo nos llevará varios días, pero la estancia en el pasado no influirá en nuestro presente, puesto que el momento  actual es inalterable. No se puede cambiar lo que no existe. Siempre estamos  dejando atrás el pasado y pensando en el futuro, no existe el presente.    

-No entiendo nada de su razonamiento, puesto que siempre he creído que lo único interesante y real es el presente.  

 -Se lo explicaré con un ejemplo: si usted tiene intención de decir "gracias, amigo", eso es el futuro, puesto que es un propósito aún no realizado.    Cuando dice "gracias" y hace una pausa pequeña, casi imperceptible, para  continuar con "amigo", la pausa es el presente. Ya tenemos, pues, el pasado  que ha sido "gracias", el presente que es la pausa y el futuro que sería  "amigo".  

 -Bien, pero el presente también existe mediante esa pausa.    

-No exactamente. La pausa no es nada, no hay sonido, y sirve solamente de lazo de unión entre el pasado y el futuro, pero no aporta nada físico.    Incluso el futuro tampoco es nada, salvo un propósito, una intención de continuar. Lo que quiero decirle es que lo único tangible, lo único que podemos medir o registrar es el pasado. Todos nuestros actos han dejado ya  una huella indeleble en el tiempo y como toda materia existe la posibilidad de recuperarla.  

 -Bueno, parece claro según me lo explica, pero no entiendo que nuestro presente no se modifique si viajamos al pasado. Si nosotros viajamos al  pasado tres días, ese mismo tiempo transcurrirá ahora, en el presente y  cuando volvamos seremos tres días más viejos.  

 -(Insistiendo) Vuelva a reconsiderar la idea de lo que es el presente y el futuro y se dará cuenta que no podemos alterar lo que no existe. Usted y yo  volveremos casi en el mismo instante en que comencemos el viaje. Por tanto,    para la gente no habremos desaparecido ni un solo segundo. ¿Quiere hacer la  prueba?   

 -No soy hombre que le asusten los riesgos y las aventuras, así que adelante.  Un poco receloso, pero bastante convencido sobre las buenas intenciones de  Wells, Bogart se introdujo con él en la máquina del tiempo, ajustada ahora  para un viaje que duraría varios días. Situó la fotografía del Folies Bergère  en un extremo del aparato, graduó el haz de rayos X, aumentó la potencia del  generador de corriente, permitiéndole funcionar sin problemas por más tiempo,  y encendió el tubo de rayos catódicos. En medio de todo, nuestros inquietos  amigos. Wells, por su parte, y gracias a sus experiencias anteriores, llevaba  ya el suficiente dinero para no tener problemas de supervivencia, así como una  pistola, municiones y un reloj para precisar su nuevo viaje. La máquina se  puso en marcha, salió el potente haz de luz que atravesó la fotografía y a  nuestros amigos, fundiéndose todo dentro del tubo de rayos catódicos en un  alocado baile de electrones.     

CAPÍTULO SEIS:

 Mata-Hari  

Como era de esperar, y mezclados entre el público, allí estaban ya Bogart y  Wells, ambos algo aturdidos por el viaje. Ciertamente el más desconcertado era  Bogart, quien miraba a su alrededor buscando una señal que le indicase que  todo era un montaje, tal y como es habitual en el mundo cinematográfico.    

-Si esto es el rodaje de una película – dijo – debo felicitar al decorador;    es perfecto.    

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6
 Página anterior Volver al principio del trabajoPágina siguiente