Allí estaban Leslie Howard y Humphrey Bogart, este último interpretando con maestría al malvado Duke Mantee, el gángster que no tenía piedad con sus enemigos y que ahora se había convertido en secuestrador de personas inocentes. Los aplausos del público interrumpieron varias veces la obra, mientras que Herbert, aún aturdido por poder ser testigo de un hecho así, no conseguía batir sus manos para participar con el entusiasmo del público. Cuando la función terminó solamente tenía una idea obsesiva en su mente: debía aprovechar este momento para conocer en persona a Bogart. Discretamente, como esperando que alguien le reconociera su papel de viajante en el tiempo, se dirigió a los camerinos y solicitó al bedel saludar a Bogart y Howard. Aunque esta pretensión, ver personalmente a los actores, habitualmente conduce siempre al fracaso, una tarjeta de visita con su nombre fue suficiente para abrirle el camino hasta los camerinos. Afortunadamente, H. G. Wells hacía mucho tiempo que era un escritor famoso en el mundo entero.
-¡Señor Wells, qué alegría poder saludarle! – dijo Leslie Howard saliendo de su camerino y acercando su mano para estrechársela -. Su visita es lo mejor que me podía haber sucedido hoy. -La alegría es mutua entonces, puesto que hacía mucho tiempo que deseaba saludarles a ustedes.
-(Aparece Bogart sonriendo) Espero que no haya venido con algún Morlok. ¿Dónde está Weena?
-Creo que me he perdido algo – dijo extrañado Howard – ¿De quiénes están hablando?
-Ya veo – le contestó Bogart – que no has leído "La máquina del tiempo" de H. G. Wells. En su viaje al futuro se encuentra con una hermosa joven a la cual enamora, pero luego tiene que rescatarla de los malvados Morloks, unos habitantes del mundo subterráneo que gustan de comerse a los infelices habitantes de la superficie. Es una obra apasionante.
-Debo admitir que no soy un entusiasta de la ciencia-ficción, pero me convertí en un admirador de usted desde que leí "La isla del Dr. Moreau". La posibilidad de que los médicos manipulen a los animales y las personas para conseguir aplausos y dinero me parece detestable. Su historia me dejó hondamente preocupado y desde entonces acudo mucho menos al médico. Bien, ¿por qué no continuamos nuestra conversación en la cafetería de la esquina? Y allí estaban reunidos tres leyendas del mundo del arte, cada uno tan dispar que resultaba imposible que tuvieran algo en común. Afortunadamente, la filosofía de Wells y la verborrea de Bogart eran motivo suficiente como para conseguir que la conversación fuera algo inédita y apasionante.
-Yo no puedo entender por qué las personas se enfadan – dijo Bogart -. No se puede vivir en soledad y para discutir se necesitan dos personas. Si entre ellos no están de acuerdo entonces nace la discusión. Nadie empieza una disputa diciendo: "¡Oh, por supuesto, usted tiene razón!", ni, "¡reconozco que usted sabe más que yo!".
-Me da la impresión de que a ti – le matizó Howard – te gusta demasiado la polémica. Personalmente no disfruto discutiendo con nadie y prefiero buscar una plácida conversación con alguien que esté de acuerdo conmigo.
-Mi idea sobre una discusión – continuó Bogart – es empezar exponiendo cada uno su opinión. Entonces, cuando el otro diga algo así como, "usted solamente es un necio", es cuando las cosas empezarán a moverse en un sentido práctico. Seguro que pronto llegaremos a un entendimiento.
-Veo que es usted tan pendenciero en la realidad como en sus personajes del teatro – replicó Wells con una sonrisa -. No estoy seguro si se le han contagiado sus personajes o es que ha encontrado en Duke Mantee su hermano gemelo.
-¡Oh!, no crea ni por un momento que mis ganas de polémica terminan siempre tan pacíficas. En una ocasión, en este mismo bar, estaba con la que ahora es mi esposa, Mary Phillips, y un tipo se acercó a nosotros y me dijo: " He oído que usted es un tipo duro, pero eso se debe referir a otra persona porque usted no me parece tan duro como dicen". "Tiene usted razón – le contesté- ¿por qué no se sienta, amigo, y toma una bebida conmigo?". El hombre aceptó la oferta pero continuó: "¿Sabe que me han contado sobre usted?, que no quería firmar autógrafos a los niños".
-Era obvio – interrumpió Wells – que ese hombre solamente deseaba pelear, no dialogar.
-No había la menor duda de ello. Pero yo no quería problemas con nadie así que cogí a Mary y me dispuse a marcharme. El individuo se levantó y me dijo: "¡Justo lo que pensaba!, que se marcharía corriendo. Usted me da risa, no es un tipo duro". Me agarró por el hombro y ambos terminamos rodando por el suelo.
-¿Y quién ganó la pelea?
-Mi mujer (risas) Se quitó un zapato y le incrustó el tacón en la cabeza varias veces. Creo que ese individuo aún anda por la calle portando un cuerno de unicornio como recuerdo de aquel día.
-Veo que su imagen en el teatro se corresponde bastante con su personalidad - comentó burlonamente Wells -.
-Creo que este mérito, si es que lo tengo, se lo debo a mi madre. El último beso que recibí de ella fue cuando apenas contaba siete años. Cogí una pulmonía que me dejó al borde de la muerte y eso la decepcionó tanto, pues me consideraba un niño tan fuerte que ni las enfermedades me podían vencer, que desde ese momento olvidó las caricias hacia mí.
-No deberías hablar así de tu madre – le criticó suavemente Howard – seguro que te quería aún más cuando estabas enfermo.
-No puedo afirmar que quiera a mi madre; quizá la admiro y respeto, pero desde luego no es el tipo de cariño que sirviera como modelo para una película de amor. Ni siquiera le envío regalos el Día de la Madre; estoy seguro que me los devolvería. Cuando me ve, en lugar de besarme me da palmadas en la espalda para que siga trabajando como actor.
-¿Mantiene esa misma relación con su padre?
-Mi padre acaba de morir hace quince días.
-¡Cuánto lo siento! – se disculpó Wells – y creo que no debimos obligarle a que nos contase sus problemas familiares.
-No se disculpen. En realidad las personas tenemos necesidad de sacar nuestros demonios internos para que no nos corroan por dentro. Yo tengo magníficos recuerdos de mi padre y es la persona que más he querido en mi vida. Solíamos ir a pescar y aunque nunca cogíamos ni un solo pez acudíamos al mismo lugar porque él deseaba estar lejos de mi madre. Su muerte llegó de repente, mientras jugaba al ajedrez con un amigo en un local de la Sexta Avenida. Le llevaron a casa por deseo propio y murió en mis brazos. En ese momento es cuando me di cuenta de todo lo que le quise, aunque tengo la satisfacción de haberle dicho que le quería antes de morir. Sé que me oyó porque me miró y sonrió. Era un gran señor y siento que no hubiera vivido más para poder haberme visto trabajar en esta magnífica obra.
-Pues, amigo mío, – le dijo Leslie Howard – si es cierto que existe el cielo tu padre estará orgulloso de ti puesto que tengo una buena noticia que darte. He recibido una carta de la Warner Brothers en la cual me piden que interprete en el cine "El bosque petrificado", junto a Bette Davis y Edward G. Robinson. Les he respondido que si tú no haces el papel de Duke yo rechazo el trabajo y han aceptado. -Veo que aún existen los buenos amigos.
-Bueno, no me aplaudas demasiado. En realidad a mí me sobran las ofertas y por eso me he permitido el lujo de presionarles para que trabajes junto a mí. También he recibido proposiciones para interpretar el principal papel en "Pigmalión" y me han entregado una novela titulada "Lo que el viento se llevó" para que la lea. Existe un proyecto muy ambicioso para llevarla al cine. Mientras esta conversación se mantenía viva, Wells miraba nervioso su reloj, consciente que el tiempo de permanencia en esa época llegaba a su fin. Como si se tratara de una cenicienta masculina, sabía que apenas le quedaban unos minutos para regresar al futuro y debía hacerlo en un lugar solitario, sin la presencia de testigos. Pronto encontró la excusa más creíble y fácil.
-Si me perdonan un momento, quisiera ir al servicio. Y así, apenas había entrado en uno de los reservados, la máquina del tiempo le devolvió de nuevo al año 1938, tan sano y salvo como estaba antes del viaje al pasado. Atrás quedaba la experiencia de haber podido conocer a dos actores tan extraordinarios como Bogart y Howard, aunque ahora bullía ya en su mente el propósito de volver a visitarles sin necesidad de nuevos viajes en el tiempo. De nuevo estaba en su casa, dentro de la máquina del tiempo aún caliente por haber estado funcionando casi tres horas seguidas. Repasando su experiencia, sabía que aún le quedaban muchas dudas por resolver, y la más inquietante de todas era la posibilidad de que todas estas experiencias no fueran nada más que un trance hipnótico inducido por los rayos X. También existía la posibilidad de que la teoría de los universos paralelos fuera una realidad y que aunque hubiera estado en el pasado estos hechos no hubieran quedado reflejados en su propia época y existencia. Tenía que salir de dudas y para ello necesita imperiosamente un acompañante, alguien que le confirmase todo cuanto estaba sucediendo.
Después de asearse y cambiarse de ropa comió la cena que le había preparado su fiel ama de llaves, y se dirigió presuroso al domicilio de Orson Welles, ansioso por contarle su nueva experiencia. Allí recibió la desalentadora noticia de que había partido súbitamente a Europa y que no esperaban su regreso hasta una semana después; demasiado tiempo para una persona tan mayor e inquieta como H. G. Wells. Consciente de que la muerte rondaba ya a su alrededor y que no podía permitirse el lujo de desperdiciar ni un solo día de su vida, se dirigió presuroso hacia su casa para planificar minuciosamente su próximo viaje en el tiempo.
CAPÍTULO CUATRO:
Lo correcto y lo incorrecto
Ahora tenía un objetivo prioritario: volver a ver a Bogart y Howard para que ellos le confirmasen el encuentro sucedido hacía cuatro años en el Lyceum Theater. También pasó por su mente otro tipo de proyectos, entre ellos lograr viajar sesenta años al pasado, cuando él era aún un niño, para volver a recuperar las emociones de su niñez, con sus padres aún vivos y el mundo inmerso en los planes para entrar en el siglo XX. Como disponía de algunas fotografías de aquella época el viaje no debería ser un problema, aunque estaba seriamente preocupado por la posibilidad de verse cara a cara consigo mismo, el pequeño Herbert. No sabía qué podría suceder si modificaba su propio destino, ni si en realidad podría modificarlo. También le atraía la posibilidad de cambiar los acontecimientos históricos más importantes de la humanidad como el asesinato del Zar Nicolás II y su familia, o del archiduque Francisco Fernando durante su visita oficial a Sarajevo. Quería impedir, si ello era posible, el hundimiento fortuito del Titanic, conocer a Lenin y a Karl Marx, estrechar la mano de Charles Chaplin, orientar al aviador Lindbergh sobre los detalles técnicos para su viaje a través del Atlántico, y ¿por qué no?, sacar todo su dinero depositado en las bolsas norteamericanas un día antes del colapso de Wall Street. También quería impedir el imparable poder de Hitler, quien acababa de anexionar Austria a Alemania y le llegaban rumores que estaba intentando apoderarse de Checoslovaquia, Polonia y la Unión Soviética. Desde que hicieron canciller a Hitler en 1933, este nazi de 44 años había conseguido apartar a todos los comunistas de la débil democracia alemana. Los Estados Unidos querían permanecer al margen de lo que solamente consideraban como "pequeños conflictos" políticos en Europa, pero él, como buen inglés, deseaba que su país conservase su independencia eternamente. No era fácil para Wells tomar una decisión correcta sobre cuál era su misión en esta vida, ahora que parecía tener la posibilidad de influir en los destinos de la Humanidad. Era consciente de lo limitado que estaba, pues aunque conocía los acontecimientos que ocurrirían hasta el año 1938, así como los detalles y las personas involucradas en ellos, no disponía para corregirlos de armas, dinero o amigos poderosos.
Un hombre de 72 años viajando al pasado no sería más creíble que cualquier adivino de feria y muy probablemente le meterían en un tenebroso manicomio antes de que pudiera hacer algo positivo para modificar los acontecimientos. Triste encrucijada para una persona tan deseosa de aportar un legado a la humanidad tan importante, aún más desalentadora porque todas las decisiones las tenía que tomar en solitario. Necesitaba imperiosamente una o dos personas (más no podían viajar en la máquina del tiempo) para, al menos, compartir dudas y propósitos. Su febril imaginación le llevaba a extremos angustiosos, advirtiendo del peligro inminente a unos, mientras esta misma advertencia podría suponer la muerte de otros. Si enviaba un anónimo al Zar Nicolás II relativo a las personas que estaban conspirando contra él, esto supondría el fusilamiento inmediato de Lenin y Trotski, y sin ellos la posterior revolución rusa no podría tener lugar. El destino de ese gran país sería pues impredecible, quedando a merced de Alemania que lograría así el mayor imperio del mundo.
Tampoco le serviría de mucho acercarse a la naviera inglesa White Star para advertirles que ese buque que consideraban insumergible se hundiría precisamente en su viaje inaugural, junto con más de la mitad de sus pasajeros. Nadie daría crédito a sus vaticinios y hasta podría ser acusado de saboteador y causante del hundimiento de ese buque cuando el hecho tuviera lugar. ¿Cómo podría explicar que sabía el triste desenlace de ese barco gracias a una máquina del tiempo inventada varias décadas en el futuro? Con seguridad, millones de personas pedirían su procesamiento inmediato, y posiblemente su ahorcamiento sumarísimo. Tenía que serenarse y planificar mejor sus próximos viajes, evitando inmiscuirse demasiado en los destinos del Hombre, aunque estos fueran tristes.
Lo primero era buscar compañía y estaba seguro que Humphrey Bogart sería el compañero ideal. Por ello escogió el momento y el lugar ideal para un nuevo encuentro: la boda de Bogart con Mayo Methot, una actriz de quien se decía tenía una derecha demoledora para resolver conflictos. La noticia había sido publicada en la revista Variety y hasta describían el lugar donde se celebraría. Y así, ese mes de agosto de 1938, Wells y Bogart volverían a tener un nuevo encuentro en el cual quedaría ya claro si el viaje anterior en la máquina del tiempo había sido realidad o un sueño fantástico. La respuesta no se hizo esperar, pues aunque Wells permaneció sentado entre los invitados a la boda, tratando de confundirse con uno de ellos, Leslie Howard le vio enseguida y se acercó presuroso a saludarle. -¡Señor Wells, qué estupendo verle de nuevo!. Espere que le diga a Bogie que está aquí, en su boda, y verá la alegría que le damos. Hemos intentado volver a saludarle desde aquel encuentro que tuvimos en el teatro, pero nos fue imposible contactar con usted. Nadie pudo decirnos su dirección y creíamos que se había marchado de nuevo a Inglaterra.
-Ciertamente me tuve que ausentar rápidamente y créame que sentí mucho no poder despedirme de ustedes. Surgió bruscamente un problema y no tuve tiempo de dejarles mi nueva dirección. -¡Ah, el tiempo!, no hay manera de que lo podamos controlar como quisiéramos. -No se crea, amigo Howard, no es tan difícil tener el tiempo en nuestras manos. Es cuestión de saber retroceder a tiempo. -Pero el reloj no se detiene nunca, es tan inexorable recordándonos las horas como el destino avisándonos que somos mortales. Si pudiéramos retroceder y volver a vivir épocas pasadas, quién sabe dónde estaríamos ahora usted y yo.
-(Irónico) Posiblemente aquí mismo, tratando de planificar nuestro futuro. En ese momento llegaba Bogart junto a su nueva esposa Mayo, tan hermosa como aparentemente irascible. La expresión de él se parecía más a la de un joven tratando de zafarse de su novia para salir de juerga con los amigos que a la de un recién casado, supuestamente deslumbrado por el amor. -¡Amigo Herbert, no sabe la alegría que me da verle!. Me alegro que estuviera presente en mi boda y así nos podrá acompañar a la fiesta que hemos organizado. Le presento a mi esposa Mayo, la más encantadora de los mortales y la única que consigue que deje de fumar de vez en cuando.
-Entre el alcohol y el tabaco – sentenció ella – es posible que me quede sin marido muy pronto. Creo que fundaré una Liga contra los Maridos Bebedores. ¿Sabe usted, señor Wells, que a mi marido y a Errol Flynn no les aceptan en muchos restaurantes de lujo?
-Quizá es porque no les gusta la comida y protestan muy enérgicamente.
-No, en absoluto. Es que cuando toman dos copas de más, y en su caso deberíamos hablar de diez, organizan destrozos en esos locales.
-(Bogart, por alusiones) Es que en ocasiones es mejor beber mucho antes que volver a casa con ciertas esposas. Es difícil llegar al hogar sabiendo lo que nos espera y, además, hacerlo sobrio.
-Amigos – dijo Howard poniéndose en medio de los nuevos esposos – creo que ha llegado el momento de que se den el primer beso como recién casados y que guarden sus diferencias para cuando estén debajo de las sábanas buscándose el uno al otro. Este pequeño conato de guerra entre los dos nuevos esposos se disolvió con la misma rapidez que se había generado, y todos se dirigieron a la recién estrenada casa de los Bogart, en donde tuvo lugar el bullicioso banquete de bodas. Allí estaban Spencer Tracy, Errol Flynn, Samuel Goldwyn, Alan Ladd y Bette Davis, además de numerosos amigos no tan conocidos popularmente. Pero para H. G. Wells todo este mundo de personalidades no le entusiasmaba y solamente deseaba encontrarse a solas con Bogart para hablarle sobre su máquina del tiempo. Tenía tantos proyectos y tantas posibilidades para vivir acontecimientos perdidos, que no podía demorar por más tiempo su nuevo viaje. A Bogart le encontró sentado en la pequeña barra de su restaurante privado, leyendo un periódico.
-¿Le interrumpo? – inquirió Wells -.
-No, en absoluto. Estaba repasando la cartelera cinematográfica, pues hace tiempo que no voy al cine y deseo saber qué ocurre a mí alrededor. Hay una película que me gustaría ver de manera especial, pues guardo un buen recuerdo de sus protagonistas. Veo que aún se mantiene en cartel "The Cocoanuts", de los Hermanos Marx y creo que esta puede ser una buena opción.
-Debo reconocer que no he visto ninguna película de ellos, quizá porque mi sentido del humor no es tan desquiciado. Siempre he sido un admirador de Chaplin y de Buster Keaton.
-Pues creo que ha llegado el momento en que disfrute de ese trío de cómicos y esta es una buena ocasión. Como encuentro muy aburridas las bodas, incluida la mía, saldremos sigilosamente por la puerta que da al jardín y seguramente nadie nos echará de menos.
-¿Ni siquiera su esposa?
-¿Mi esposa? Mírela, creo que acaba de iniciar su baile número 59. Cuando yo la conocí presumía de bailar más que Ginger Rogers.
-¿Y a usted no le gusta bailar?
-Ni encima de mi enemigo. Bien, vamos, creo que este es el momento de iniciar una sutil retirada en busca de Groucho Marx. Y tal como habían planeado así sucedió. Los dos amigos salieron furtivamente por la puerta de atrás, rumbo al cine donde proyectaban una reposición de "The Cocoanuts". Allí ocuparon una discreta butaca y las carcajadas de Bogart terminaron por contagiarse a Wells, quien desconcertado consigo mismo se tapaba la boca para no demostrar que también la comicidad delirante de los Marx se había adueñado de sus sentidos. Cuando terminó la proyección ya era casi de noche e iniciaron lentamente el camino de regreso al hogar de Bogart.
-Bogart, ¿no le preocupa que la violencia de sus personajes sea un mal ejemplo para los espectadores? Es como si les diera ideas para delinquir.
-Yo no creo que el cine pueda inducir al crimen. Cuando yo era joven nosotros estábamos leyendo sobre Billy el Niño, pero eso no aumentó el número de delincuentes entre mis amigos. Si alguien quiere averiguar lo que convierte a los niños en delincuentes debería mirar en su ambiente y particularmente su vida familiar. Los padres que permiten que sus hijos pequeños se queden en la calle hasta la noche son los únicos responsables de que se hagan después delincuentes.
-¿No cree que los actores puedan tener alguna influencia positiva en la educación de las personas?
-Tarde o temprano yo seré padre y por ello estoy muy interesado por la violencia juvenil. El problema es que el público está fascinado por los gángsteres y la razón es su gran popularidad. La policía trata de detenerlos en masa, con muchos coches, la Guardia Nacional y el FBI al completo, para cazarlos como conejos y dispararles tanto que ni su madre les reconocería. Pero luego la policía no es apreciada porque se la asocia con un ejército que solamente sabe disparar, en lugar de detener a los cabecillas. Cuando un jefe de la mafia se escapa se convierte en un ídolo, una persona que ha logrado burlar el cerco policial. Entonces pasa a ser un asesino simpático -(Reflexivo) La historia está llena de ejemplos en los cuales el delincuente es más apreciado que aquellos que llevan una vida honrada. Vea el ejemplo de Robin Hood y Pancho Villa, dos personas adoradas en sus respectivos países por robar y matar al enemigo.
-Pero este no es un buen ejemplo, pues estas personas lo hacían como un acto de justicia. Debían hacer daño al poderoso para beneficiar al pordiosero. No es lo mismo que Al Capone o Bonnie y Clyde, personas que solamente han perseguido su propio beneficio sin importarles a quién hacían daño.
-Exacto – insistió Wells – pero seguramente se realizarán más películas sobre estos delincuentes que sobre Edgar Hoover, el director del FBI encargado de atrapar a los profesionales del crimen. Si usted interpretara papeles de amante esposo seguramente no estaría alcanzando tanta popularidad.
-(Menos sombrío) Bueno, también me han felicitado por el modo en que beso a las actrices. No siempre podemos escoger los papeles que nos gustaría interpretar. El destino no está en nuestras manos. -¿Cree usted ciertamente que el destino está escrito? ¿Qué haría usted si pudiera volver al pasado y tuviera la posibilidad de rectificar?
-Señor Herbert, habla de un tema que me he planteado en numerosas ocasiones. Si yo pudiese volver a vivir no estoy muy seguro de que hiciera las cosas muy diferentes a como las he realizado. Nos comportamos en función de las circunstancias y por eso cuando miramos atrás solemos justificarnos en casi todo. Lo que sí estoy seguro es de las cosas que volvería a repetir, como estar cerca de mi padre. Mi vida nunca ha sido escandalosa, nunca he acudido a los prostíbulos, ni he perseguido a jovencitas vírgenes. Tampoco he fumado drogas ni he buscado aparecer en la prensa. Si volviera a vivir mis años jóvenes seguiría comportándome así, pues forma parte de mi persona.
-¿Está dispuesto a realizar una apuesta conmigo a que si volviera a vivir no se comportaría igual?
-Por supuesto que estoy dispuesto a apostar, pero no entiendo cómo le voy a poder demostrar nada.
-Solamente tiene que venir conmigo a mi casa. Allí le demostraré que las personas nunca están satisfechas de lo que hicieron en el pasado, salvo en ocasiones excepcionales.
-Estaría encantado de acompañarle señor Wells, pero creo que si lo hago mi esposa practicará el boxeo con mi nariz cuando vuelva.
-(Agarrándole del brazo) No se preocupe por ello, tenemos todo el tiempo del mundo para volver sin que ella le eche de menos.
-A usted le gusta mucho hablar del tiempo; no me extraña que haya escrito esa novela sobre viajes al futuro.
-Y al pasado, amigo Bogart, y al pasado.
CAPÍTULO CINCO:
En busca de su destino
Cuando ambos amigos entraron en el sótano de H. G. Wells, en donde estaba anclada la monumental máquina del tiempo, el pragmatismo de Bogart fue como un jarro de agua fría para el genial inventor. Ninguna muestra de asombro, ningún rictus de sorpresa y ni siquiera un deseo de averiguar la utilidad de ese artilugio tan extraño. Por toda respuesta le preguntó si podía darle algo de whisky, pues se encontraba con la garganta reseca.
-¿Zarzaparrilla?, ¡Qué horror!. Eso es para los mejicanos.
-¿Pero no hay otras mujeres que le atraigan igualmente, pero que hayan pasado a la historia por sus legados literarios o humanísticos? -Bueno, también me resulta interesante la princesa de Éboli, ya sabe, famosa por sus muchos amantes, o la bailarina Isadora Duncan de quien decían que tenía tanta habilidad bailando como quitándose los siete velos. -Yo creo que la Duncan no fue famosa por quitarse velos y usted la confunde con Mata-Hari.
-¿Mata-Hari?, ¿La espía nazi que bailaba desnuda? ¡Esa sí que es una mujer interesante!. Imagínesela revolviendo los pantalones de sus amantes en busca de documentos secretos mientras les besa apasionadamente.
-Veo que la zarzaparrilla está haciéndole efecto. Por cierto, creo que tengo una fotografía de Mata-Hari durante una de sus actuaciones en el Folies Bergère de París, aunque todavía no se había quitado los siete velos. Revolviendo en su correctamente desordenado archivo fotográfico, en donde acumulaba cientos de fotografías de años atrás que le sirvieran de pauta para sus viajes al pasado, Wells tenía serias dificultades para encontrar alguna fotografía de la famosa espía francesa.
-Si no le conociera pensaría que es usted un misógino convencido. -He vivido dos divorcios y por eso no tengo mucha confianza en la bondad de las mujeres. Cada una de mis ex-esposas me ha amargado la vida a su manera y con gran entusiasmo. Solamente estuvieron interesadas en mi cuenta bancaria y en controlarme mis ratos libres. Cuando no consiguieron ninguna de las dos cosas pidieron el divorcio.
-Pero usted también tendrá sus rarezas, ¿no?
-(Sigue buscando, casi sin prestarle atención) Ser amable tampoco le hará daño.
-Es que la gente cree que por el hecho de ser actor debo tener un gran carisma en las fiestas y ser el perfecto anfitrión, siempre dispuesto a jugar y a reír malos chistes. No soy un payaso encargado de alegrar las fiestas de la gente.
-¿Pero usted no peleó durante la Primera Guerra Mundial?
-Este cacharro, como despectivamente le considera, es una máquina del tiempo.
-¿La misma que describe en su novela?
-Tiene la misma finalidad, los viajes en el tiempo, pero tecnológicamente no se parecen en nada. No tiene relojes, ni cómodos sillones y ni siquiera existen luces de colores. Esos accesorios son solamente fruto de mi imaginación. Para viajar en el tiempo se necesita una tecnología adecuada, la misma que he logrado construir.
-¡Por favor, espere!. Desearía demostrarle que no estoy tratando de engañarle. Venga conmigo y haremos un viaje al París de 1917, justo cuando los norteamericanos acababan de declarar la guerra a los alemanes, interviniendo ya bélicamente en la Primera Guerra Mundial. Quizá tenga ocasión de aportar su granito de arena en ese enfrentamiento.
-Bien, pero el presente también existe mediante esa pausa.
-No exactamente. La pausa no es nada, no hay sonido, y sirve solamente de lazo de unión entre el pasado y el futuro, pero no aporta nada físico. Incluso el futuro tampoco es nada, salvo un propósito, una intención de continuar. Lo que quiero decirle es que lo único tangible, lo único que podemos medir o registrar es el pasado. Todos nuestros actos han dejado ya una huella indeleble en el tiempo y como toda materia existe la posibilidad de recuperarla.
-No soy hombre que le asusten los riesgos y las aventuras, así que adelante. Un poco receloso, pero bastante convencido sobre las buenas intenciones de Wells, Bogart se introdujo con él en la máquina del tiempo, ajustada ahora para un viaje que duraría varios días. Situó la fotografía del Folies Bergère en un extremo del aparato, graduó el haz de rayos X, aumentó la potencia del generador de corriente, permitiéndole funcionar sin problemas por más tiempo, y encendió el tubo de rayos catódicos. En medio de todo, nuestros inquietos amigos. Wells, por su parte, y gracias a sus experiencias anteriores, llevaba ya el suficiente dinero para no tener problemas de supervivencia, así como una pistola, municiones y un reloj para precisar su nuevo viaje. La máquina se puso en marcha, salió el potente haz de luz que atravesó la fotografía y a nuestros amigos, fundiéndose todo dentro del tubo de rayos catódicos en un alocado baile de electrones.
Mata-Hari
-Si esto es el rodaje de una película – dijo – debo felicitar al decorador; es perfecto.
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